Rompiendo todas las normas - Brenda Jackson - E-Book

Rompiendo todas las normas E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

¿Sería capaz de romper sus propias normas? La primera norma de Bailey Westmoreland era no enamorarse nunca de un hombre que te llevara lejos de tu hogar. Entonces… ¿por qué se fue a Alaska detrás de Walker Rafferty? Bailey le debía una disculpa al atractivo y solitario ranchero y, una vez en Alaska, su deber era quedarse y cuidarle hasta que se recuperara de sus heridas. ero no pasó mucho tiempo hasta que Bailey comprendió que su hogar estaba donde estuviera Walker, siempre que él estuviera dispuesto a recibir todo lo que tenía que ofrecerle.

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Seitenzahl: 161

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Brenda Streater Jackson

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Rompiendo todas las normas, n.º 2090 - julio 2016

Título original: Breaking Bailey’s Rules

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8645-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Hugh Coker cerró su carpeta y levantó la vista hacia los cinco pares de ojos clavados en él.

–Así están las cosas. Me reuní con ese detective privado, Rico Clairbone, que está convencido de que sois descendientes de un tal Raphael Westmoreland. Leí el informe que ha elaborado y, aunque sus explicaciones suenan bastante rebuscadas, no puedo decir lo mismo de las fotografías que he visto. Bart, cualquiera de tus hijos podría ser el hermano gemelo de un Westmoreland. El parecido es asombroso. Tengo aquí las fotos para que les echéis un vistazo.

–No quiero ver ninguna fotografía –dijo Bart Outlaw con brusquedad, levantándose de la silla–. Que esa familia guarde un parecido con nosotros no quiere decir que estemos emparentados. Nuestro apellido es Outlaw, no Westmoreland. Y no me trago esa historia de un accidente de tren de hace sesenta años y una moribunda que le entregó su bebé a mi abuela. ¡Es la idea más absurda que he oído en mi vida!

Se giró hacia sus cuatro hijos.

–Outlaw Freight Lines es una empresa multimillonaria y hay mucha gente dispuesta a inventarse un parentesco con nosotros con tal de apropiarse de lo que tanto nos ha costado conseguir.

Garth Outlaw se reclinó en su silla.

–Discúlpame si me equivoco, papá, pero Hugh ha dicho que los Westmoreland son gente acomodada, y creo que todos hemos oído hablar de Blue Ridge Land Management: está en la lista de las quinientas compañías con mayores beneficios del país. Yo no sé lo que pensaréis los demás, pero por lo que a mí respecta, Thorn Westmoreland puede decir que es primo mío cuando le apetezca.

Bart frunció el ceño.

–¿Qué importa que su negocio haya triunfado y que uno de ellos sea famoso? –respondió con voz cortante–. No necesitamos ir por ahí buscando nuevos parientes.

Maverick, el menor de los hijos de Bart, esbozó una sonrisa.

–Han sido ellos los que han venido a buscarnos, papá.

Bart frunció el ceño con más fuerza.

–No importa –miró a Hugh–. Mándales una carta y, educadamente, diles que no nos tragamos su historia y que no queremos que nos vuelvan a molestar con este asunto. Eso debería ser suficiente –con la seguridad de que sus órdenes serían obedecidas, Bart salió de la sala de reuniones.

Sloan Outlaw se quedó mirando la puerta que acababa de cerrarse.

–¿Vamos a hacer lo que dice?

–¿Alguna vez lo hacemos? –preguntó su hermano Cash, y sonrió mientras miraba cómo Hugh guardaba sus papeles en un maletín.

–Déjanos esa carpeta, Hugh –pidió Garth al abogado mientras se frotaba la nuca–. El viejo se olvida de que ya no es el que manda. ¿Se jubiló hace unos meses o son imaginaciones mías?

Sloan se puso de pie.

–No, no son imaginaciones tuyas. Se retiró, pero solo después de que la junta directiva amenazara con destituirlo. En cualquier caso, ¿qué hace aquí? ¿Quién lo ha invitado?

–Nadie. Hoy es miércoles y los miércoles va a almorzar con Charm –informó Maverick.

Garth arqueó las cejas.

–¿Y dónde está Charm? ¿Por qué no ha venido a la reunión?

–Dijo que tenía cosas más importante que hacer –comentó Sloan.

–¿Qué?

–Ir de compras.

Cash sonrió.

–No me sorprende. ¿Qué vamos a hacer entonces, Garth? Tú eres el que decide, no el viejo.

Garth tiró un par de clips sobre la mesa.

–No os lo he comentado nunca, pero una vez me confundieron con uno de los Westmoreland.

Maverick se inclinó hacia delante.

–¿A ti? ¿Cuándo?

–El año pasado, en Roma. Una chica, muy guapa por cierto, se dirigió a mí creyendo que yo era un tal Riley Westmoreland.

–Y es normal que lo pensara –intervino Hugh–. Échale un vistazo a esto –abrió la carpeta que había dejado antes sobre la mesa y hojeó los papeles hasta que encontró una fotografía concreta. La sacó y la colocó en el centro del tablero–. Este es Riley Westmoreland.

–Vaya… –se oyó decir a coro, y luego siguió un silencio.

–Echad un vistazo al resto. Se ve que son genes dominantes. Se lo he dicho antes a Bart, cada uno de vosotros tiene un gemelo entre los Westmoreland –insistió Hugh–. Es…

–Muy raro –dijo Cash meneando la cabeza.

–Realmente asombroso –añadió Sloan–. Después de ver esta foto, la historia de los Westmoreland resulta creíble.

–¿Y qué importa si somos parientes de esos Westmoreland?, ¿cuál es el problema? –quiso saber Maverick.

–Ninguno, que yo sepa –respondió Sloan.

–En ese caso, ¿por qué al viejo le molesta?

–Papá es desconfiado por naturaleza –le explicó Cash a Maverick sin dejar de mirar las fotografías.

–Ha tenido cinco hijos y una hija con seis mujeres distintas. Si quieres saber mi opinión, yo creo que más bien ha sido demasiado confiado en la vida.

–Tal vez haya aprendido la lección, teniendo en cuenta que algunas de nuestras madres, y no voy a decir nombres, resultaron ser muy codiciosas a la hora del divorcio –Sloan sonrió.

Hugh asintió con la cabeza. Le resultaba asombroso lo bien que se llevaban los hermanos, teniendo en cuenta que cada uno era de una madre distinta. Bart se las había arreglado para conseguir la custodia de sus hijos cuando estos cumplían dos años y los había criado juntos.

Con la excepción de Charm, que no había aparecido hasta cumplidos los quince. Su madre era la única con la que Bart no se había casado, y la única a la que había querido de verdad.

–Soy tu abogado, ¿qué quieres que haga? –preguntó Hugh–. ¿Mando esa carta que Bart ha sugerido?

Garth lo miró a los ojos.

–No. Prefiero ser más diplomático. Yo creo que a papá le molesta que esto haya surgido justo ahora que Jess se presenta a senador. Todos sabéis lo ilusionado que está papá. Su sueño es que uno de nosotros se dedique a la política. ¿Qué pasaría si esto fuera un intento de frustrar esa posibilidad? Mejor ser precavidos. Voy a mandar a Walker a que investigue a esos Westmoreland. Confío en él, sabe juzgar a la gente.

–¿Pero irá? –quiso saber Sloan–. Aparte de visitarnos a nosotros aquí en Fairbanks, dudo que Walker haya salido de su rancho en los últimos diez años.

Garth respiró hondo.

–Lo hará, si yo se lo pido.

Capítulo Uno

 

Dos semanas después

 

–¿Por qué mandan a un representante en vez de venir en persona a conocernos?

Dillon Westmoreland miró a su prima Bailey, que se hallaba al otro lado de la habitación. Se figuraba que sería la que protestaría. Había convocado a sus seis hermanos y a sus ocho primos para informarles de la llamada de teléfono que había recibido el día anterior. El único que faltaba era su hermano menor, Bane, destinado en una misión con los comandos de operaciones especiales del ejército.

–Me imagino que quieren jugar sobre seguro y por eso mandan a alguien ajeno a la familia. En cierto modo, entiendo que lo hagan. No tienen ninguna prueba de que lo que decimos sea verdad.

–¿Y por qué íbamos a decir que somos parientes si no fuera verdad? –insistió Bailey–. Cuando nuestro primo James se puso en contacto contigo hace unos años y te anunció que estábamos emparentados, no recuerdo que tú lo pusieras en duda.

Dillon sonrió.

–Bueno, James no me dio la oportunidad de hacerlo. Se presentó un día en nuestra oficina de Blue Ridge acompañado de sus hijos y sobrinos y me dijo que éramos familia. Cuando vi que Dare era igualito que yo, me quedé sin argumentos.

–Mmm, tal vez nosotros tendríamos que haber hecho lo mismo –Bailey colocó el dedo índice sobre la barbilla y se dio unos golpecitos–. «¡Sorpresa!».

–A Rico no le parecía buena idea. Al parecer, los Outlaw están muy unidos y no les gusta que los desconocidos entren en su ámbito privado –dijo Megan Westmoreland Clairbone. Rico, su marido, era detective privado y los Westmoreland le habían encargado que encontrara a los miembros de su numerosa familia.

–Y yo estuve de acuerdo con Rico –confirmó Dillon–. Reconocer que uno tiene parientes nuevos no es fácil. Y los nuestros se apellidan Outlaw. No tenían ni idea de que estuviéramos emparentados hasta que Rico dejó caer la bomba. Si fuera a la inversa y apareciera alguien afirmando que somos familia, yo también me mostraría precavido.

–Bueno, pues no me gusta –insistió Bailey, y miró a sus hermanos y primos a los ojos.

–Ya nos hemos dado cuenta, Bailey –dijo Ramsey Westmoreland, su hermano mayor, y luego miró a Dillon–. ¿Cuándo va a venir ese representante?

–Se llama Walker Rafferty y llega mañana. He pensado que es un buen momento, dado que estaremos todos aquí para la boda de Aidan y Jillian este fin de semana. Los Westmoreland de Atlanta también vendrán: así podrá conocernos a todos.

–¿Y qué es lo que quiere averiguar sobre nosotros? –quiso saber Bailey.

–Que Bane, Adrian, Aidan y tú ya no sois unos gamberros –bromeó Stern Westmoreland, y sonrió.

–No la provoques, Stern –advirtió Dillon, meneando la cabeza–. Rafferty seguramente quiere conocernos para luego contarles que somos gente normal. No te lo tomes como algo personal, Bailey. Ya te lo he dicho: solo quieren ser precavidos –se interrumpió como si de repente se le hubiera ocurrido algo–. ¿Bailey?

–¿Qué?

–Como tú eres la más desconfiada ante la visita del señor Rafferty, quiero que seas tú quien lo recoja en el aeropuerto.

–¿Yo?

–Sí, tú. Y espero que le causes buena impresión. Recuerda que vas en representación de toda la familia.

–¿Bailey va a representar a toda la familia? ¿No te perturba un poco la idea, Dillon? –intervino Canyon Westmoreland, y soltó una risita–. No se trata de asustarlo y que se vaya corriendo. Como no le guste, Bailey lo va a acribillar.

–Déjalo, Canyon. Bailey sabe comportarse y causar buena impresión –afirmó Dillon, e hizo caso omiso de las miradas escépticas de sus familiares–. Lo hará bien.

–Gracias por tu confianza, Dillon.

–No me hagas quedar mal, Bailey.

 

* * *

 

«Bailey sabe comportarse y causar buena impresión».

Las palabras resonaban en la mente de Bailey cuando esta irrumpió en el aeropuerto con quince minutos de retraso. Y no podía echarle la culpa al tráfico.

Esa mañana, su jefa la había convocado y le había anunciado que acababa de ascenderla a coordinadora de reportajes. Aquello había que celebrarlo, así que corrió hasta su mesa y telefoneó a su mejor amiga, Josette Carter. Como era previsible, Josette insistió en que almorzaran juntas. Y por eso Bailey se encontraba en aquella situación: llegaba con retraso para cumplir el único encargo que Dillon le había hecho.

No, se negaba a aceptar que hubiera empezado con mal pie… aunque así fuera. No le importaría que el vuelo del señor Rafferty tuviera retraso; en realidad, sería una bendición.

Se encaminó hacia las cintas de equipaje y se detuvo para mirar la pantalla de información. El avión de Rafferty había aterrizado en hora. Menuda suerte la suya.

Al llegar a la cinta asignada al vuelo, Bailey echó un vistazo alrededor. No tenía ni idea de qué aspecto tenía aquel hombre. Lo había buscado en Internet la noche anterior pero no había encontrado nada. Josette le había sugerido que llevara un cartel con su nombre, pero ella lo había descartado. En aquel momento, teniendo en cuenta que el aeropuerto se hallaba abarrotado de gente, debía reconocer que habría sido una buena idea.

Examinó a las personas que estaban retirando los equipajes de la cinta. Se figuraba que su hombre rondaría los cuarenta y muchos. Un cincuentón con barriga que la observaba con mirada ansiosa debía de ser su hombre. Se dirigía hacia él cuando un murmullo áspero la hizo detenerse.

–Creo que es a mí a quien busca, señorita Westmoreland.

Bailey se giró y su mirada se encontró con un hombre que ocupó todo su campo de visión. Era alto, pero no era esa la razón de que sus neuronas se hubieran reblandecido de repente; estaba acostumbrada a los hombres altos. Sus hermanos y sus primos lo eran. Se trataba de los rasgos de aquel hombre. Demasiado guapo para describirlo con palabras. Supuso que eran sus ojos lo que la había dejado muda. Eran tan oscuros que parecían de color azul noche. Solo con mirarlos el pulso se le disparó hasta un punto que empezó a sentir escalofríos.

Y además estaba su tono de piel, un caoba claro. Tenía la mandíbula firme y unos labios seductores. Llevaba el pelo bastante corto y aquello le daba un aspecto sexy y fuerte.

–Y usted es… –dijo haciendo gala de su ingenio.

Él le ofreció la mano.

–Walker Rafferty.

Ella se la estrechó. Era una mano firme, llena de autoridad. Justo lo que esperaba. Con lo que no había contado era con la calidez y la descarga de energía que experimentó su cuerpo. Se apresuro a retirar la suya.

–Bienvenido a Denver, señor Rafferty.

–Gracias. Prefiero que me llame Walker.

Ella estaba intentando no dejarse seducir por aquella voz ronca.

–Muy bien, Walker. Yo soy…

–Bailey Westmoreland. Ya lo sé, te he visto en Facebook.

–¿En serio? Yo también te busqué a ti, pero no te encontré.

–Ni me encontrarás. Debo de ser uno de los pocos que no han caído en la tentación.

Bailey se preguntó en qué otras tentaciones no habría caído, pero decidió guardar para sí su curiosidad.

–Si ya tienes todo tu equipaje, podemos irnos. He aparcado justo fuera de la terminal.

–Te sigo.

Ella comenzó a andar y él la siguió.

El señor Rafferty no era como se lo esperaba. Y lo que tampoco esperaba era la atracción que sentía por él. En general, prefería a los hombres bien afeitados; sin embargo, la barba bien recortada de Walker Rafferty la atraía.

–Así que eres amigo de los Outlaw –empezó a decir ella mientras caminaban.

–Sí. Garth Outlaw y yo somos íntimos amigos desde pequeños. Mis padres me decían que nuestra amistad viene de la época en que ambos llevábamos pañales.

–¿En serio? ¿Y cuánto hace de eso?

–Unos treinta y cinco años.

Bailey asintió con la cabeza. Eso quería decir que tenía ocho años más que ella. O siete, puesto que su cumpleaños era dentro de pocos meses.

–Eres igual que en la foto.

Ella lo miró.

–¿Qué foto?

–La de Facebook.

La cambiaba a menudo con el fin de actualizarla.

–Bueno, de eso se trata –salieron de la terminal. Ella no pudo contenerse–. Así que estás aquí para espiarnos.

Él se detuvo y ella lo imitó.

–No, estoy aquí para conoceros.

–Lo mismo da.

Él negó con la cabeza.

–No, no da lo mismo.

Ella frunció el ceño.

–En cualquiera de los dos casos, estás aquí para informar a los Outlaw sobre nosotros, ¿no es así?

–Sí, así es.

El ceño de Bailey se hizo más profundo.

–Parecen bastante desconfiados.

–Y lo son. Pero solo con verte se han despejado todas mis dudas.

Ella arqueó una ceja.

–¿Por qué?

–Te pareces mucho a Charm, la hermana de Garth.

Bailey asintió.

–¿Cuántos años tiene Charm?

–Veintitrés.

–Entonces es ella la que se parece a mí, yo tengo veintiséis –le informó, y reanudó la marcha.

 

 

Walker Rafferty sujetaba con fuerza el asa de su maleta mientras seguía a Bailey Westmoreland hacia el aparcamiento. Era una mujer muy atractiva. Sabía que era guapa porque la había visto en foto, pero no esperaba que su belleza despertara en él tantas emociones. Hacía mucho tiempo, años, que una mujer no le resultaba tan atractiva. Y olía de maravilla, su perfumea tenía un toque seductor.

–¿Tú también vives en Fairbanks?

Él la miró mientras continuaban andando. Tenía una piel perfecta, de un color tostado, y todos sus rasgos, incluyendo unos labios generosos, atrapaban su atención. El pelo largo y castaño le caía por los hombros y hacía parecer sus ojos más oscuros aún.

–No, vivo en la isla de Kodiak. Está a una hora de Fairbanks en avión.

Ella arqueó las cejas.

–¿La isla de Kodiak? Nunca he oído hablar de ese sitio.

Walker sonrió.

–Como la mayoría de la gente, aunque se trata de la segunda isla más grande de los Estados Unidos. Cuando se habla de Alaska, uno enseguida piensa en Anchorage y en Fairbanks. Kodiak es mucho más extensa que esos dos municipios juntos. Lo único es que allí viven más osos que gente.

Por la expresión de Bailey, se dio cuenta de que creía que estaba bromeando.

–En serio, debes creerme –añadió.

Ella asintió con la cabeza, pero él tenía la sensación de que no se lo creía.

–¿Cómo hace la gente para viajar al continente?

–La mayoría usa el transbordador, pero yo prefiero ir por el aire. Tengo una avioneta.

Bailey arqueó una ceja.

–¿De verdad?

–Sí.

No había necesidad de explicarle que había aprendido a pilotar en el ejército. Ni que Garth había sido su compañero de fatigas también en esa época. Lo que le había contado antes era cierto. Garth y él eran amigos desde la época en que ambos usaban pañales, y no solo habían ido juntos a la escuela, sino que también habían sido compañeros en la Universidad de Alaska antes de su paso por el ejército. Lo único que no habían hecho juntos era quedarse a vivir en California una vez que abandonaron el ejército. Garth había intentado convencerle de que no lo hiciera, pero por desgracia él no le había hecho caso.

Hacía ya casi diez años que había regresado a Alaska, y se había jurado no volver a marcharse. Solo por Garth había aceptado salir de la isla. Faltaba poco para que fuera noviembre, el mes del cumpleaños de su hijo. Si estuviera vivo, cumpliría once años. Pensar en Connor le producía un dolor agudo, siempre era igual en aquella época del año.

Siguió caminando al lado de Bailey. No solo era guapa, sino que tenía un cuerpo estupendo. En vaqueros, con aquellas botas y la chaqueta de cuero entallada tenía un aspecto muy atractivo.

Decidió dejar de ocuparse de ella y empezó a fijarse en el tiempo. Comparado con Alaska en aquella época del año, Denver resultaba agradable. Demasiado agradable. Esperaba que la semana que iba a pasar allí no lo malacostumbrara.

–¿Nieva mucho por aquí? –preguntó para que no decayera la conversación. Había demasiado silencio, y temía que su mente empezara a ocuparse otra vez de lo guapa que era su acompañante.