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NICOLA MARSH

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Beschreibung

Hudson Watt era el mejor amigo de Makayla Tarrant. Sin embargo, le rompió el corazón y ahora, cinco años después, ha regresado. Está más sexy que nunca y puede hacer que Mak triunfe como bailarina… o que fracase. Ella quiere odiarlo. Quiere demostrarle que es inmune a su atractivo. Pero, sobre todo, Mak quiere… ¡tenerlo todas las noches y de todas las maneras posibles

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Seitenzahl: 245

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Nicola Marsh

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Salvaje, n.º 9 - enero 2019

Título original: Wild Thing

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-513-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para las Super Novas de Nic, el mejor equipo de apoyo que una chica pudiera desear.

Vuestra contribución en portadas, personajes y tíos buenos no tiene precio.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

En sus veinticuatro años en el planeta, Makayla Tarrant había hecho unas cuantas cosas humillantes.

A los siete años, deslumbrada, se había caído del escenario en su primer recital de ballet. A los dieciséis, había enseñado un pezón el día de su estreno profesional por un desperfecto del vestuario. Y se había desnudado delante de un montón de desconocidos asquerosos en un bar de Kings Cross para que su madre tuviera el funeral que se merecía.

Pero nada de eso se podía comparar con la mortificación que le provocaba espasmos en los músculos cuando entró en la audición más importante de su vida hasta la fecha y descubrió que el director de casting era Hudson Watt.

Su mejor amigo de la infancia y la adolescencia.

Su confidente.

El chico al que siempre acudía.

El único chico en el que había confiado plenamente.

Hasta la noche, cinco años atrás, en la que él la había visto desnuda en el escenario y el mundo de Makayla se había desmoronado.

Desde entonces no había vuelto a verlo. Habían intercambiado una serie de acusaciones odiosas. Él la había juzgado sin darle la oportunidad de explicarse y ella lo había apartado de su vida sin un segundo de arrepentimiento.

Bueno, de acuerdo, eso no era cierto. En un momento en el que se tambaleaba todavía por la muerte inesperada de su madre, el momento en el que más necesitaba a su amigo, el momento en el que había hecho lo impensable por conseguir pagar un funeral decente, Hudson se había convertido en un monstruo moralista y ella había perdido al mejor amigo que había tenido en toda su vida.

Entonces había fingido que le daba igual, cuando la verdad era que había llorado la pérdida de su amistad casi tanto como la de su madre.

—¡La siguiente! —dijo Hudson, con tono de impaciencia, al tiempo que cambiaba unos papeles en su tabla con pinza.

Makayla no se movió. No podía. Allí, vacilante a la izquierda del escenario, los pies le pesaban tanto como el corazón. Le habría encantado tener agallas para dar media vuelta y huir antes de que él la viera.

Pero necesitaba desesperadamente aquel trabajo. Charlotte, su compañera de piso, estaba a punto de irse y el sueldo de su empleo de media jornada en Le Miel, la pastelería más de moda de Sídney, no le llegaba para cubrir ni siquiera el alquiler.

En las últimas semanas se había presentado sin éxito a dieciocho audiciones para diversos papeles de baile.

El Embue era el club nocturno más guay en una ciudad llena a rebosar de clubs modernos y, cuando Makayla se había enterado de que iban a hacer pruebas para espectáculos en directo, había presentado una solicitud, decidida a conseguir su primer papel de baile en meses. Decisión que empezaba a desvanecerse rápidamente ante la perspectiva de bailar para Hudson.

¡Mierda!

¿Qué demonios podía hacer?

En aquel momento, él alzó la cabeza y ella perdió la oportunidad de alejarse sin ser vista.

Hudson entornó los ojos y abrió los labios por la sorpresa, aunque no tardó en apretarlos en una línea fina. Frunció el ceño. Teniendo en cuenta lo que ella le había llamado en su último encuentro, no tenía nada de raro que no se alegrara de verla.

—Hola, Hudson —dijo ella. Consiguió inyectar el suficiente entusiasmo falso en su voz para trasmitir despreocupación, pero la mano le temblaba cuando la alzó en un gesto de saludo—. ¡Cuánto tiempo!

Ella misma se sorprendió por aquel saludo tópico y displicente, pero se obligó a moverse en dirección al centro del escenario, donde estaría bajo los focos. Expuesta. Vulnerable.

Demonios.

Tuvo la impresión de que Hudson le clavaba sus ojos láser durante una eternidad antes de asentir.

—Mak. ¿Te presentas para primera bailarina?

Mak. Solo él pronunciaba aquella sílaba de un modo que la tocaba muy hondo, como una mano cálida que subiera por su columna en una caricia larga y lánguida. Su voz parecía más baja y ronca que la última vez que lo había visto, cuando él le había lanzado viles acusaciones y eso había roto su amistad.

—¿Mak?

¡Maldición! La había pillado soñando despierta. Como huir ya no era una opción, no le daría la satisfacción de que viera lo alterada que estaba. Enderezó los hombros.

—Sí. Me encantaría ser la primera bailarina en la nueva producción del Embue. Gracias por la oportunidad.

Sin darle ocasión a responder, hizo un gesto rápido con la cabeza al coordinador musical para que pusiera su canción.

Una vez que empezara la música, estaría bien. Desaparecería el pavor que hacía que le ardiera el vientre y se calmarían los nervios que hacían temblar sus músculos. Era preciso que fuera así. Porque no podía fallar esa prueba. Había demasiado en juego.

Cuando las primeras notas estruendosas de un éxito de Lady Gaga salieron del aparato de sonido, una ola de calma se apoderó al instante de Makayla.

Podía hacerlo.

El tema de la música, el baile y de moverse con ritmo eran algo que dominaba.

El de los hombres que la abandonaban cuando más los necesitaba, no tanto.

Cuando aumentó el ritmo, empezó la coreografía. Pasos, giros, patadas… Un número cargado de energía, diseñado para deslumbrar. Se dejó llevar por la música, moviendo los pies al ritmo de esta y cortando el aire con los brazos de un modo perfectamente sincronizado.

Siempre había sido así, desde el momento en el que, con tres años, había visto bailar por primera vez a su madre en una revista de Kings Cross y había quedado deslumbrada por los vestidos brillantes, el maquillaje y los aplausos.

Había adorado a su madre y había querido ser como ella. Emular su gracia, su elegancia y su vitalidad en el escenario. Pero Makayla también había querido más. Más gloria. Más reconocimiento. Más.

Broadway. El pináculo de la fama. Su sueño.

Aunque, si no conseguía pronto un papel protagonista, su sueño quedaría tan destrozado como su cuenta bancaria.

La canción estaba a punto de terminar y Makayla se lanzó a la final, una carrera por el escenario combinada con un split de tijera alto para luego caer ágilmente de pie con los brazos alzados en un gesto de victoria.

Se acabó la música y siguió un silencio ensordecedor.

En algunas audiciones, Makayla había visto a directores aplaudir una interpretación espectacular.

Hudson no movió ni un músculo.

La joven tragó el nudo enorme que tenía en la garganta y se acercó al borde del escenario, fuera de los focos.

Hudson anotó algo y a continuación alzó la vista y la miró con cara inexpresiva.

A Makayla se le encogió el corazón, pero se obligó a sonreír, aunque, cuanto más la miraba él fijamente, más se debilitaba esa sonrisa.

—Estaremos en contacto —dijo él. Y la despidió con un gesto cortante de la cabeza.

La decepción hizo que le temblaran las piernas, pero no estaba dispuesta bajo ningún concepto a permitir que él viera su desolación.

Hizo acopio del escaso valor que le quedaba y salió del escenario.

Y le hizo un corte de mangas detrás del lujoso telón dorado.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Hudson reprimió una carcajada.

Mak le había hecho un corte de mangas cuando creía que no la veía. Pero el Embue era famoso por sus muchos espejos y la había visto claramente cuando salía del escenario.

Enérgica. Osada. Segura de sí. La misma Mak de antes. Y sin embargo, no era, ni mucho menos, la misma.

Habían pasado cinco años desde que la había visto en aquel club de estriptis de Kings Cross, desnuda en una habitación llena de neandertales babosos. Cinco años desde que él la había cagado. A lo grande.

Ella había madurado desde entonces. Sus curvas eran más de mujer, sus piernas más largas, sus ojos de un azul más profundo y su pelo de un glorioso color castaño rojizo. Ya de chica había sido despampanante, pero de mayor podía hacer que un hombre cayera de rodillas y obligarle a suplicar que lo dejara levantarse.

Cuando había visto su nombre en el papel de la audición, se le había parado el corazón. Ella tenía ese impacto en él. Siempre lo había tenido.

Hudson había reprimido su primer instinto de tachar el nombre. Después de todo, Mak no tenía la culpa de que él no pudiera borrar de su mente la noche en que la había visto desnudarse y la pelea posterior.

¿Cuántas veces había levantado después el teléfono para disculparse, para ver si estaba bien y disuadirla de seguir por un camino nefasto que él había visto de primera mano que terminaba en tragedia?

Incontables veces, en las que había intentado formular las palabras correctas y no había sabido. Había querido sermonearla sobre el peligro de buscar un dinero fácil haciendo estriptis. Advertirla de la posibilidad de que eso se descontrolara. Había querido contarle la verdad detrás de su enfado con la esperanza de que ella entendiera por qué había reaccionado así.

Pero en vez de eso, había colgado el teléfono todas las veces, consciente de que nada de lo que pudiera decir podría borrar el daño que había hecho aquella noche.

En su rabia inducida por la sorpresa, había dicho cosas horribles, cosas odiosas. Desgraciadamente, eso no tenía vuelta atrás.

Una semana después se había ido de Kings Cross, se había mudado al pequeño apartamento de Manly y había empezado a trabajar en el Embue. Había evitado intencionadamente ir a clubs del Cross por miedo a ver actuar a Mak. No podía soportar ver su inocencia innata mancillada por aquel mundo sórdido.

Lo que no implicaba que no hubiera pensado en ella en esos años. Algunas mujeres eran inolvidables y Mak era una de ellas.

Ver su nombre en la hoja del casting había sido como una sacudida. ¿Sería capaz de verla bailar de nuevo cuando la última vez que la había visto menearse y girar había sido desnuda? Temía que eso volviera a provocarle los sentimientos de entonces: rabia y disgusto, mezclados con una buena dosis de celos. Sentimientos locos y descontrolados que no tenía derecho a sentir.

Había titubeado durante dos días, hasta que había llamado la agencia para exigirle una lista de las bailarinas a las que quería ver. Y sin darse tiempo a pensar en su decisión, Hudson había añadido el nombre de Mak a la lista.

Después de haber visto unos minutos atrás lo que ella podía hacer, se alegraba de ello. Mak sabía bailar. Bailar de verdad. Con el tipo de talento que haría que el Embue fuera el club por excelencia para espectáculos en directo.

Le había preocupado que, al verla en el escenario, se sintiera catapultado de vuelta a aquella noche horrible de cinco años atrás y perdiera su imparcialidad como productor. Por suerte, eso no había ocurrido. Había quedado fascinado con los movimientos de ella, con su habilidad para dominar el espacio y con su presencia en el escenario.

Sencillamente, como bailarina, Mak resultaba espectacular.

Eso hacía que lamentara más todavía haberse perdido los últimos cinco años de su vida. Hudson no confiaba fácilmente en la gente y ella había sido una buena amiga. Una de las mejores, junto con Tanner.

—¿Se han acabado las audiciones? —Tanner se dejó caer en el asiento al lado del suyo y enlazó las manos detrás de la cabeza—. Porque Abby empieza a sentir angustia con el desfile interminable de bellezas de piernas largas que mueven las caderas por aquí.

Hudson resopló y extendió una mano delante de Tanner.

—Tu novia sabe muy bien que la idolatras y que comes de la palma de su mano.

—Ella es la mejor —Tanner le apartó al mano y su sonrisa bobalicona hizo que Hudson sintiera ganas de vomitar.

No porque resintiera que su mejor amigo fuera feliz. Si alguien se lo merecía, era Tanner, después de la mierda que había tenido que tolerar de niño. Pero desde que Abby había entrado en escena un mes atrás, Tanner era una sombra del hombre que había sido antes. Se quedaba fijo mirando al espacio en los momentos más raros, se iba temprano del club para ver series de chicas con Abby y se negaba a salir de juerga como hacían antes.

Las relaciones eran para pringados.

Tanner cruzó las manos y las apoyó en su regazo.

—¿Y bien? ¿Estoy perdiendo en tiempo al dejarte que intentes esta movida del directo?

Hudson confiaba en que no fuera así. Necesitaba que funcionara aquella idea. Estaba en deuda con Tanner y él siempre pagaba sus deudas.

—Empezaremos los ensayos en cuanto termine de elegir a los protagonistas.

Tanner asintió, pensativo.

—¿Cómo lo ha hecho Makayla? —preguntó.

Hudson se sobresaltó, seguido de inmediato de una sensación extraña en el vientre. El tipo de sensación que le daba ganas de golpear algo, a ser posible a Tanner, si se había acostado con Mak.

Las mujeres caían rendidas a los pies de Tanner. Siempre había sido así. Hudson no tenía celos de eso. A él tampoco le iba mal. Pero la idea de que su Mak estuviera con alguien… aunque tampoco era suya. Ya no. En realidad, no lo había sido nunca. Su arrebato de cinco años atrás había impedido que lo fuera.

—Mak ha estado bien —Hudson mantuvo firme la voz con un esfuerzo y fingió que estudiaba el papel que tenía delante—. ¿De qué la conoces?

Tanner rio con tanta fuerza, que su risa resonó en todo el club.

—Deberías verte la cara. Parece que acabes de chupar un limón.

—¡Que te jodan! —gruñó Hudson, que cada vez sentía más ganas de darle un puñetazo.

—Creo que es más interesante saber de qué conoces tú a Mak —Tanner se echó a reír—. Por tu expresión tormentosa, asumo que la conoces mucho mejor que yo.

—Todavía no has contestado a mi pregunta, capullo.

Tanner entrelazó los dedos con una calma irritante, decidido a hacerle sudar.

—Makayla trabaja en Le Miel con Abby. Y cuando les eché una mano porque Remy estaba en el hospital, la conocí un poco.

—¡Oh! —desinflado por el alivio, Hudson se sentía muy tonto por haberse dejado llevar por los celos.

No tenía derecho a sentir celos por Mak. Ella podía acostarse con toda la costa norte de Sídney sin que eso tuviera que molestarle a él. Pero le molestaba. Le molestaba muy hondo, en aquel lugar donde una parte de él la echaba todavía de menos. De un modo terrible.

—Si la llamas Mak, seguro que la conoces de hace más tiempo que yo —la sonrisa de suficiencia de Tanner no ocultaba su evidente curiosidad.

Hudson podía mentir. Pero nunca le mentía a Tanner. Habían pasado demasiadas cosas juntos desde que se conocieron en el instituto Kings Cross, dos inadaptados sin madre que intentaban hacer lo que podían con los imbéciles de sus padres.

—Mak y yo nos conocemos de antiguo —dijo, masajeándose la tensión que le tiraba de los músculos del cuello—. Cuando trabajaba en el Cross, nuestros caminos se cruzaban porque su madre bailaba y trabajaba de camarera allí. Nos hicimos amigos.

Tanner seguramente captó lo serio de su declaración porque miró fijamente al frente en lugar de sonreír como un tonto.

—¿Y cómo es que nunca me hablaste de ella?

Porque Mak era solo suya. El único punto brillante en su asqueroso mundo. Alguien en quien podía confiar, que entendía la lucha diaria de crecer en el Cross porque ella también la había vivido.

Pero a Tanner no le dijo nada de eso. Se encogió de hombros.

—No quería que te metieras conmigo. Es más joven que yo y quería protegerla.

—Un verdadero caballero andante —se burló Tanner. Sonrió como un tonto—. ¿Y qué pasó?

—Discutimos —respondió Hudson. Una forma muy suave de describir la bronca monumental que habían tenido la noche que la había sorprendido haciendo estriptis—. Hacía años que no la veía.

Tanner se inclinó hacia él con un brillo de curiosidad en la mirada.

—¿Y ella y tú no habéis…? Ya sabes.

—No.

No porque él no hubiera querido. Pero Mak era territorio prohibido debido a su edad, y si tenía que ser plenamente sincero, también a su ingenuidad. Irradiaba una inocencia que brillaba con luz propia en un mundo bastante mugriento. Un mundo de chulos, prostitutas, drogas y bailarinas de estriptis. Un mundo en el que él había trabajado por necesidad, pero que había hecho lo posible por no dejar que lo contaminara.

Esa era una de las muchas razones por las que se había puesto como un loco la noche que la había visto bailando desnuda en el escenario.

Otra era su madre.

—Pues no sé qué te pasa, tío. Makayla es un bombón, y si yo estuviera soltero, intentaría…

—¡Cierra el pico, joder!

—¡Hala! ¡Tranquilo, chico! —Tanner alzó las manos—. Solo doy mi opinión. Y si reaccionas de ese modo por una simple sugerencia, te aconsejo que eches un polvo pronto.

Hudson no quería darle al petardo de su amigo la satisfacción de saber que no andaba desencaminado. Con el ajetreo de poner aquel espectáculo en marcha, últimamente no había tenido tiempo de salir con chicas. De hecho, hacía tres meses al menos que no se acostaba con ninguna. ¿Quizá fuera por eso por lo que había querido subir al escenario y arrastrar a Mak al camerino más próximo diez minutos atrás?

Pero no. Sabía perfectamente que esa no era la única razón.

—Tengo llamadas que contestar. Si me disculpas, estoy ocupado —dijo. Le pasó la tabla sujetapapeles a Tanner, que sonrió como si captara lo que había detrás de aquella excusa.

—Echa un polvo, amigo. Eso alivia —dijo. Se levantó y le dio una palmada en la espalda—. Según Abby, Mak hace siglos que no sale con nadie, así que podéis volver a ser amigos.

Hudson lo miró de hito en hito, pero Tanner no se inmutó. Se alejó, moviendo la mano en un gesto de despedida, pero su consejo encontró eco en Hudson.

Le encantaría dejar atrás el pasado y recuperar su amistad con Mak. ¿Pero cómo iba a hacerlo cuando acababa de conseguir el papel de primera bailarina de su espectáculo?

Había encontrado a su protagonista, pero en cuanto se lo dijera, ya no podrían tener otro contacto que no fuera profesional.

El talento de Mak lo había dejado pasmado. Se merecía aquel papel.

¿Y en qué posición le dejaba eso?

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Cuando Makayla llegó a Le Miel para empezar su turno, había conseguido pensar cuarenta y tres modos distintos de hacerle daño a Hudson.

Decapitación, destripamiento, circuncisión… sin anestesia.

El lacónico «nos pondremos en contacto» resonaba de tal modo en su cabeza que había golpeado varias veces el volante con el puño durante el trayecto. Eso no la había ayudado. Con un poco de suerte, quizá sí ayudara desahogarse con Abby.

Porque Makayla estaba segura de que Hudson no la llamaría. Después del modo en que se habían separado cinco años atrás, no tenía ninguna intención de llamarla nunca más. Y suponiendo que lo hiciera, ¿aceptaría ella el trabajo? ¿Podía trabajar con el hombre que la había juzgado y la había encontrado tan despreciable, que había terminado su amistad con ella?

Había oído los rumores del mundillo que decían que conseguir el papel principal en el Embue podía ser un buen camino para llegar a la Casa de la Ópera unos meses después. Y desde allí…

Bueno, bailar en aquel icono de Sídney quedaría mejor que bien en su currículum si alguna vez conseguía llegar a Broadway.

Broadway había sido su sueño desde que se puso su primer tutú y se calzó sus primeros zapatos de claqué.

De adolescente había pasado incontables horas en internet, viendo videoclips de espectáculos y anhelando llegar a formar parte de eso.

Su madre, Julia Tarrant, había fomentado su amor por el baile y había gastado todo el dinero que podía en clases para Makayla. Hasta después de su muerte, no había entendido la joven el gran sacrificio que había hecho Julia. No había dejado ahorros, pero sí un registro detallado de dónde había ido a parar su dinero a lo largo de los años. Y ese presupuesto mostraba claramente el amor de Julia por su hija.

Makayla había adorado a su madre y al descubrir que no podía pagarle un funeral decente, había tomado la drástica decisión de aceptar el trabajo de estriptis solo por una noche.

La noche en que Hudson había perdido los estribos y su amistad con él se había ido al traste.

Makayla soltó un gruñido. Sabía que no podría tragar el buñuelo y el capuchino que solía tomar antes de empezar su turno de trabajo.

Con toda la gente que había en el mundo y tenía que haberle tocado precisamente Hudson.

¿Y qué narices hacía él produciendo un espectáculo de baile en el Embue? En otro tiempo era el chico de los recados en clubs del Cross, donde aceptaba todos los trabajos que se cruzaban en su camino. Hablaba continuamente de salir de allí cuando fuera más mayor y trabajar en otros clubs, ¿pero cómo había llegado a producir un espectáculo?

Entró en la cocina y dio un portazo que sobresaltó a Abby y le hizo soltar el pincel de repostería sobre el banco de trabajo.

—¡Caray! ¿Qué mosca te ha picado? —Abby meneó un dedo—. ¿Es que no sabes que se necesita genio y precisión para crear una tartaleta de limón perfecta?

Makayla entornó los ojos con exasperación.

—Tú puedes hacer tartas deliciosas hasta dormida, así que deja de gruñir.

—¡Huy! ¡Menudo humor! —Makayla se dejó caer con un resoplido en el taburete más cercano y Abby frunció el ceño—. ¡Eh!, ¿qué te pasa?

—Esta mañana he ido a un casting y ha sido un desastre —Makayla se cruzó de brazos y tomó nota de que, ese día, ni siquiera los deliciosos aromas de canela y azúcar procedentes de los hornos conseguían levantarle el ánimo—. Era importante y he bailado como nunca.

Abby arrugó el ceño con preocupación.

—¿Y te han rechazado allí mismo?

—Hudson ha dicho: «Nos pondremos en contacto» —Makayla dibujó comillas en el aire con los dedos—. Pero sé que eso es una excusa.

—¿Hudson? Conozco a un hombre que…

—Sí. Es amigo de Tanner. Yo no sabía que trabajaba en el Embue cuando me apunté. De haberlo sabido, no habría ido al casting —fue la respuesta de Makayla a la pregunta inacabada de su amiga. De pronto le entró una duda—. Tanner y tú no tuvisteis nada que ver con que me llamaran para la prueba de primera bailarina ¿verdad?

Abby, confusa, negó con la cabeza.

—Yo no tenía ni idea, y dudo mucho de que Tanner lo supiera. Se ocupa de la parte financiera y deja mano libre a sus empleados en todo lo demás.

—Eso me parecía —Makayla hundió los hombros. Debería alegrarse de haber conseguido una audición de ese calibre por sí misma, pero no podía dejar de pensar que, si el productor hubiera sido otro, le habrían dado el papel.

—No conozco bien a Hudson, pero parece simpático.

—Es un capullo —contestó Makayla.

No era verdad y se sintió inmediatamente culpable. Hudson era una buena persona. O, al menos, lo había sido hasta que se había vuelto loco y se había puesto a sermonearla y regañarla sin tener ni la más mínima idea de qué había sido lo que la había empujado a desnudarse.

La ferocidad de su enfado la había dejado estupefacta. No le había dado la oportunidad de explicarse. Después de verla desnudarse, había perdido los estribos y se había puesto a gritar como un loco. A ella le había mortificado bastante desnudarse delante de un montón de idiotas babosos, pero había pasado el mal trago bloqueando su mente y concentrándose en su madre.

Y después, Hudson le había lanzado una tormenta de mierda justo cuando ella más necesitaba su apoyo. Eso no se lo perdonaría nunca, y se lo había dicho.

Abby se limpió las manos y fue a sentarse a su lado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—Nada —Makayla cerró los ojos, respiró hondo y volvió a abrirlos—. Bueno, eso no es cierto. Hudson y yo fuimos muy buenos amigos en otro tiempo. Hasta que dejamos de serlo. Y hoy me presento allí y resulta que la prueba era con él. Así que es normal que eso sea el fin.

Abby enarcó una ceja.

—No sé lo que pasó entre vosotros, ¿pero tú crees que es tan mezquino?

—¡Quién sabe! No acabamos en buenos términos precisamente. Y antes de que preguntes, ocurrió algo desagradable y no pienso decir nada más.

—Está bien —Abby la miró de soslayo—. ¿Lo que dices es que Hudson no te juzgará por tu modo de bailar, sino por lo que pasó entre vosotros? —movió la cabeza—. Eso no me parece muy profesional.

Makayla iba a contestar, pero en ese momento le sonó el teléfono. Lo sacó del bolsillo y miró la pantallita, pero no reconoció el número.

—Estoy esperando que me llamen de más audiciones, así que tengo que contestar —dijo. Abby asintió y Makayla pulsó el símbolo verde—. Makayla Tarrant al habla.

—Hola, Mak. Soy yo.

«Mierda». Ella conocía aquel «yo».Y era la última persona que esperaba que la llamara.

—Hola —contestó.

—Te llamo para decirte que tu audición me ha impresionado y quiero que vengas para que podamos hablar.

Mak sabía que debía darle las gracias, mostrar entusiasmo, decir algo. Pero en aquel momento, con la boca abierta por la sorpresa, solo se le ocurrió pensar que tenía la oportunidad de conseguir una oferta estupenda para trabajar con un hombre no tan estupendo.

—¿Mak? —preguntó él.

—Sí, claro, iré. Gracias. ¿Cuándo me quieres allí?

«Maldita sea». Aquello no le sonó bien. Pero seguramente a él sí, puesto que soltó una risita.

—¿Puedes venir al estudio del Embue esta tarde a las siete?

—Muy bien —respondió ella, sorprendida por la oferta, pero hablando como si no lo estuviera—. Nos vemos allí.

Finalizó la llamada antes de que él dijera algo que la desconcertara más todavía y se quedó mirando fijamente el teléfono como si no pudiera creérselo.

—¿Buenas noticias? —preguntó Abby.

Le dio una palmadita en el brazo y Makayla asintió.

—Me ha llamado Hudson.

—Eso es fantástico —Abby la abrazó—. ¿Lo ves? Te he dicho que era un buen hombre.

—Sí… —contestó Makayla, no muy convencida.

En el tono de él había algo que le había llamado la atención. ¿Una especie de condescendencia? Como si le hiciera un favor grandísimo. Probablemente fuera solo su imaginación, pero consideró por un momento la posibilidad de llamarlo y decirle que tenía un compromiso anterior.

Una estupidez, teniendo en cuenta lo mucho que necesitaba aquel trabajo y que podía llevar a algo mucho más importante. Pero no quería compasión de nadie, aunque tampoco se iba a retirar sin antes darle una oportunidad a aquel trabajo.

—Te voy a dar un consejo, aun a riesgo de que me arranques la cabeza —Abby la miró muy seria—. Tu pasión es el baile, no trabajar media jornada en una pastelería para sobrevivir. Fuera lo que fuera lo que pasó entre vosotros, olvídalo y concéntrate en aprovechar esta oportunidad al máximo, ¿de acuerdo?

Makayla soltó un gruñido de aquiescencia.

—¿Quién te ha hecho tan sabia?

Abby sonrió y se tocó la sien.

—Teniendo en cuenta el desastre que ha sido mi vida hasta hace poco, supongo que he aprendido un par de cosas sobre lo conveniente que es dejar el pasado atrás.

—Gracias —Makayla estrechó a su amiga entre sus brazos—. Hace mucho tiempo que quiero un papel así. Bordaré esta segunda oportunidad aunque eso me mate.

¿Que tenía que verse con un hombre que había sido en otro tiempo su mejor amigo de noche en un club de moda? Ningún problema.

Ninguno.