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Sandro Cohen

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Beschreibung

En este número de la serie Poesía, de la colección Material de Lectura, el poeta Manuel Becerra hace una breve selección de la obra poética de Sandro Cohen, uno de los preceptores más conocidos en los medios académicos por sus cursos y manuales de redacción, pero que en este volumen nos revela su indudable talento poético

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La poesía de Sandro Cohen, una biografía de perfil

Manuel Becerra

La poesía exige paciencia. Todo poema obliga a su autor a tres tareas: vivir, observar y dar testimonio, con cierta lejanía de esas acciones. En esa pausa temporal es donde se gesta la escritura del poema, a la distancia de la primera emoción. Cada etapa poética exige un proceso de maduración.

Este proceso puede observarse perfectamente en la poesía de Sandro Cohen. Nacido en Newark, New Jersey, en 1953, a los pocos meses de llegar a México supo de inmediato cuál sería su lugar de asentamiento. Jamás volvió a su país de origen; por el contrario, se naturalizó mexicano. Escribió en español. Este idioma se volvió su nueva patria. Lo aprendió a tal profundidad que escribió distintas guías y cuadernos esenciales para aprender a redactar y hacer uso adecuado del estilo, incluyendo el Long Seller Redacción sin dolor. Construyó toda una carrera en torno a la enseñanza. Además, fue editor sobresaliente, crítico, ensayista, narrador, pero su vida, esencialmente, estuvo al tanto de la poesía. La cultivó con la paciencia requerida, sin dejar nunca de escribir, pero sin someterla a un tiempo inoportuno.

Además de sus oficios, Sandro solía interpretar magistralmente algunas piezas al piano. Por ello, percibió el ritmo del verso a través de la música. Desde sus primeras lecturas, de William Wordsworth y Robert Browning, Sandro asimiló la sonoridad del verso. “La música es continua, sólo el acto de escucharla es intermitente” es una de las frases de Henry David Thoreau que John Cage utilizó a la perfección en su pieza 4’33’’. Estas son líneas que se aplican para la vida. Toda ejecución musical implica la presencia de sus silencios, como otra música, como dos partes distintas de un mismo cuerpo. Sandro comprendía esto. Se instruyó tanto en los versos de los ingleses, las coplas de García Lorca o los sonetos de Borges, como en sus lecturas de los Salmos en hebreo.

No es tarea fácil condensar, como toda antología lo pretende, los distintos registros de los cientos de poemas que comprende la obra de Sandro Cohen. Si bien, en los primeros textos de todo autor hay algo de vacilación y destanteo, pueden estar ahí los temas que serán fundamentales. En ocasiones, el tema esencial suele aparecer en los primeros escritos, y el trabajo del autor consistirá en desarrollarlo, una y otra vez, a lo largo de su vida, hasta lograr el poema original.

El erotismo y la vida espiritual pueden ser los tópicos recurrentes en la poesía de Cohen y, por consiguiente, la ruptura amorosa, el dolor y los errores humanos.

¿Podríamos deducir que el amor —y su interpretación— es la mayor obsesión que se sostendrá a lo largo de sus libros? Quizá en un plano general sólo existe el amor, con sus variantes, como un tema único. De esta forma, las líneas que dividen al amor místico del amor terrenal pueden complementarse o erosionarse.

Pensemos en términos cabalísticos. ¿No es a partir del deseo que uno merece las cosas sagradas y, al obtenerlas, será menester compartirlas? —Sandro lo aclara brevemente cuando aborda la poesía de Rubén Bonifaz Nuño, uno de sus mentores—. El amor es una de ellas, ya que según la Cabalá el amor proviene de Dios que, a su vez, hizo a la creación con el objetivo de poder compartirse con la humanidad. Entendimos el mundo, desde muy temprano, a través del versículo, y la humanidad desarrolló el lenguaje por medio de la poesía.

También la Ciudad de México aparece constantemente en toda su obra. Si bien Manhattan o la nieve de New Jersey suceden a través del recuerdo nostálgico, se debaten el espacio claramente con el Canal de Miramontes o la Colonia Doctores; la urbe aparece en De noble origen desdichado (1979) y A pesar del Imperio (1980) y se transfigura en Los cuerpos de la furia (1983), su libro más personal y doloroso, cuya escritura sucede a altas horas de la noche; sus registros poéticos son tan diversos como sus poemas herméticos o llamativos, iracundos y, en ocasiones, constreñidos. El ser humano que transita por la historia de esos poemas es una serpiente que cambia dolorosamente de piel para continuar buscándose la vida. En Autobiografía del infiel, libro que se integró después como uno más de sus apartados, dice:

¿No es demasiado que a las diez cuarenta

te quedes viendo a medias el semblante

por la ventana, reflejado encima

de todo Tlatelolco, como espectro

en vilo que pregunta por su suerte?

¿Y te parece bien que no haya azúcar,

que tu pan esté verde y casi vivo?

Por otro lado, Línea de fuego (1989) es un libro que nace a partir preguntas cuyas respuestas importan poco; cargado de sentido y pleno de goce espiritual, lo real es el diálogo que se establece entre lo humano y lo sagrado. Sandro vuelve a la infancia. Es el Padre quien está en cada uno de los versículos que conforman el libro y es a través de la poesía que se logra una conversación a solas, por lo tanto, universal.