Seducción en el Caribe - Un griego poderoso - Sarah Morgan - E-Book

Seducción en el Caribe - Un griego poderoso E-Book

Sarah Morgan

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Beschreibung

Seducción en el Caribe Ella cree tenerlo todo bajo control, y él va a disfrutar demostrándole lo contrario. El despiadado abogado siciliano Alessio Capelli siempre consigue lo que quiere. Lindsay Lockheart ya lo ha rechazado una vez, y ahora que ha vuelto a su vida, está decidido a no dejarla escapar. La usará y luego la abandonará, tal y como hace con todas las mujeres. Además, las circunstancias se han convertido en su mejor aliado: Lindsay se ha visto obligada a trabajar para él sustituyendo a su hermana desaparecida. Ella puede presentarle batalla por el día, pero por la noche él tomará el control. Pronto la tendrá en su cama, y hará lo que haga falta para no dejarla ir … Un griego poderoso Tendrá que enfrentarse a su orgulloso marido… El guapísimo multimillonario Leandro Demetrios saca a la nada sofisticada Millie de su granja y la lleva a un mundo de glamur. De su brazo y cubierta de diamantes, Millie pensaba que nada podría afectarlos. Pero iba a tener que enfrentarse con las más oscura y terrible de las traiciones: su hermana decía estar esperando un hijo de Leandro. De modo que Millie escapa, desolada. Los vestidos de diseño nunca habían podido esconder lo poco elegante y cosmopolita que era. Ahora, sin embargo, el imponente Leandro exige a su esposa que vuelva a casa… y aunque le avergüence reconocerlo, ella está deseando hacerlo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 431 - julio 2022

 

© 2009 Sarah Morgan

Seducción en el Caribe

Título original: Capelli’s Captive Virgin

 

© 2009 Sarah Morgan

Un griego poderoso

Título original: Powerful Greek, Unworldly Wife

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009 y 2010

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-025-0

Índice

 

Créditos

Índice

Seducción en el caribe

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Un griego poderoso

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL SIGNOR Capelli no tiene hueco en su agenda hasta dentro de cinco meses –la rubia despampanante de la recepción hablaba un inglés impecable y estaba muy bien entrenada–. Los abogados de su calibre especializados en divorcios están muy demandados.

Lindsay apretó los puños.

–No necesito un abogado especializado en divorcios. No es por eso por lo que quiero verlo.

Ella sabía muy bien que todos sus clientes eran hombres. Lo sabía todo de él. Sabía que cuando un hombre le confiaba los trámites de su divorcio a Alessio Capelli, la otra parte podía darse por vencida. La misión de aquel despiadado abogado siciliano era dejar desamparadas a las mujeres que ponían fin a sus relaciones. Alessio Capelli se había hecho millonario con apenas treinta años de edad y, si aún seguía ejerciendo, era por puro placer.

¿Pero qué clase de hombre encontraba placer en destruir frágiles matrimonios?

La recepcionista daba suaves golpecitos sobre la mesa con sus perfectas uñas pintadas.

–Puedo llamar a alguien de su equipo.

–Necesito hablar con él –consumida por la preocupación, Lindsay trató de pensar con claridad. Llevaba tres noches sin dormir y la adrenalina corría por sus venas a mil por hora.

–Por favor, he venido a Roma por este motivo. Es algo personal. Algo que sólo nos incumbe al señor Capelli y a mí.

El rostro pálido de su hermana la atormentaba sin cesar, pero Lindsay no estaba dispuesta a revelarle sus secretos familiares a aquella gélida belleza.

La recepcionista levantó las cejas en un gesto de incredulidad, como si no creyera que alguien como Lindsay pudiera tener algo personal con Alessio Capelli.

–¿Le ha dado su número de móvil?

–No, pero…

–Entonces está claro que no quiere que contacte con él. Las mujeres que tienen una relación especial… siempre tienen ese número.

Lindsay hubiera querido decirle que los abogados arrogantes y crueles no eran su tipo, pero se dio cuenta de que no la creería.

Alessio Capelli era un imán para las mujeres. Lejos de ser un factor disuasorio, su profesión no hacía sino aumentar su atractivo. Era como si todas las mujeres del planeta se hubieran propuesto conquistar a aquel afamado cínico.

Lindsay se hizo a un lado para dejar paso a otra bella joven.

–El jefe está en el gimnasio, descargando energía contra el saco de boxeo. Si llega ese informe que estaba esperando, mándalo al piso dieciséis.

Mientras escuchaba la conversación, Lindsay reparó en los ascensores que estaban al final del recibidor. Sin pensar en lo que hacía, echó a andar hacia ellos y entró en el que estaba abierto. Sin perder ni un segundo apretó el botón del piso dieciséis.

Al cerrarse las puertas sintió un gran alivio, y entonces se dio cuenta de que no duraría mucho.

Todavía tenía que acceder a Alessio Capelli.

Con manos temblorosas abrió el bolso y buscó entre los documentos que se había llevado para trabajar en el avión. ¿Qué clase de informe esperaba Alessio Capelli? ¿Algo formal y discreto? ¿Grueso? ¿Delgado? ¿Algo en un sobre cerrado?

Con el corazón desbocado, Lindsay sacó una carpeta y se la puso bajo el brazo. No parecía muy oficial, pero no tenía otra cosa.

Se miró en el espejo por última vez y encontró a una seria joven vestida con una sobria blusa blanca y una falda negra justo por encima de la rodilla. Su rubio cabello estaba recogido en un estirado moño en la base de la nuca; el maquillaje, sencillo y profesional. La mujer del espejo era alguien en quien Alessio Capelli no se fijaría jamás.

La recepcionista se lo había dejado muy claro.

Algo se agitó en el interior de Lindsay; una chispa de vanidad que sofocó de inmediato.

En una ocasión sí se había fijado en ella. Sólo una vez.

Si no le hubiera rechazado, habrían…

Lindsay se levantó un poco la falda hasta enseñar la misma longitud de piernas que la secretaria. Se miró de nuevo en el espejo y volvió a bajársela rápidamente. Justo en ese momento se abrieron las puertas.

Intentando parecer segura de sí misma, fue hacia unas puertas de cristal custodiadas por un musculoso guardia de seguridad.

Alessio Capelli no escatimaba en medios de seguridad y sin duda tenía motivos para ello. Su lista de enemigos crecía conforme aumentaba su riqueza.

Aquel hombre era duro, cruel y despiadado.

Ruby…

Lindsay recordó a su hermana. Todo lo hacía por ella.

–Quisiera ver a Alessio Capelli –sonrió–. Sto cercando il signor Capelli.

El hombre miró la carpeta que llevaba debajo del brazo y tecleó un número en el telefonillo. Las puertas se abrieron.

Aquel gimnasio ultramoderno ofrecía las mejores vistas de Roma, pero también era un contenedor de testosterona, músculo y poder.

El guardia de seguridad la miró una vez más al ver su expresión incierta y señaló a un hombre que golpeaba el saco de boxeo con brutalidad.

–Es ése. Ése es el jefe.

Lindsay le dio las gracias mentalmente. Sin su ayuda jamás habría podido reconocer al infame siciliano.

Nunca se habría esperado algo así de un millonario con gustos refinados. Sin embargo, sus aficiones deportivas no hacían sino confirmar lo que ya sabía. Alessio Capelli era una máquina sin corazón, inmisericorde y terrible.

Algunos hombres se volvieron hacia ella, haciéndola sentirse como una delicada gacela en medio de una manada de leones.

Lindsay apretó los dientes y siguió al guardia de seguridad a través de la habitación.

Alessio Capelli seguía golpeando el saco de boxeo. Los músculos de sus brazos y hombros ofrecían un impresionante espectáculo de fuerza masculina. Su piel bronceada resplandecía bajo una fina capa de sudor y su camiseta y sus pantalones cortos dejaban entrever un físico perfecto moldeado a base de duro ejercicio.

Lindsay titubeó un momento. Resultaba difícil de creer que Alessio Capelli fuera capaz de semejante derroche de brutalidad viril. Quizá el guardia se había equivocado.

Aquel hombre no podía ser Alessio Capelli.

Habían pasado seis meses, pero la sofisticación de Alessio Capelli era difícil de olvidar.

Pero Lindsay no sólo se había fijado en su buena apariencia. Lo que lo hacía peligrosamente atractivo era su asombroso intelecto. Capelli usaba su afilado cerebro para retorcer los preceptos legales a su antojo. Su arma principal eran las palabras y las usaba con una habilidad excepcional para lograr su objetivo, bien si se trataba de ganar un caso o de seducir a una mujer. Como abogado, era el mejor.

Y como ser humano…

Lindsay se encogió al ver cómo golpeaba el saco el hombre que estaba ante sus ojos. No había nada suave y delicado en él. Por el contrario, parecía representar la masculinidad en su estado más primario. Entonces se volvió hacia ella.

Lindsay pudo ver la cicatriz que le cruzaba la ceja izquierda y también una magulladura que alteraba su perfecto rostro.

Era imposible olvidar aquel semblante.

Cada detalle de aquel rostro implacable se grabó en la memoria de Lindsay para siempre.

La joven dio un paso atrás, asustada. De repente deseó habérselo encontrado en un despacho, vestido con un impecable traje.

¿Cómo iba a tener una conversación seria en aquellas circunstancias? Estaba casi desnudo…

Medio desnudo y furioso, a juzgar por aquellos violentos golpes.

El documento que esperaba debía de ser algo importante.

Él no la había visto todavía y Lindsay tuvo ganas de desaparecer y esperarle junto a la puerta.

Pero entonces él miró hacia delante y su mirada se congeló.

Unos ojos oscuros y profundos la atravesaron de lado a lado y el mundo se encogió a su alrededor. Nada existía excepto el espacio que los separaba.

Se miraron en silencio durante unos segundos. Lindsay contuvo la respiración. La cabeza le palpitaba sin cesar.

Él le había causado el mismo efecto la primera vez que lo había visto, y la experiencia había sido tan sobrecogedora entonces como en ese momento.

Saber quién era y a lo que se dedicaba no amortiguaba el impacto físico de aquel hombre. Alessio Capelli era arrebatadoramente masculino y sus rasgos sicilianos saltaban a la vista en cada ángulo de su increíblemente hermoso rostro. Además, no necesitaba ropa para esconder imperfecciones físicas, como la mayoría de los hombres. Alessio Capelli tenía mejor aspecto sin ropa que vestido.

Sus ojos eran oscuros y estaban protegidos por largas pestañas, como si la naturaleza hubiera querido enfatizar cada línea con esmero. Otros hombres habrían usado esas pestañas para ocultar sus sentimientos, pero no Alessio Capelli. Su mirada era directa y desafiante. Lindsay sabía que nunca había sentido la necesidad de ocultar sus emociones porque nunca había experimentado emoción de ningún tipo en su vida.

Él vivía entre hechos y números; números muy grandes, si los rumores eran ciertos.

Lindsay se aclaró la garganta, insegura como una quinceañera.

–Hola, Alessio.

Él bajó los puños, sin dejar de mirarla ni un instante. Entonces se quitó los guantes lentamente y los dejó caer sobre el banco más cercano.

–Has escogido un lugar muy romántico para el reencuentro, Lindsay –dijo en un inglés perfecto.

Lindsay sintió una efervescencia repentina al comprobar que no la había olvidado, pero la sensación se desvaneció cuando se dio cuenta de que era mucho peor así.

Las mariposas ya revoloteaban en su interior y las piernas le fallaban…

Pero tenía que recordar a Ruby. Ella era la razón por la que estaba allí.

–Me sorprende que no me hayas olvidado, con todas las rubias que pasan por tu vida. Pensaba que después de un tiempo todas serían iguales.

Los ojos de Alessio brillaron con malicia. Agarró una toalla para secarse.

–Lo inesperado nunca se olvida. Tú te fuiste de mi lado.

Al oír su tono de voz Lindsay se dio cuenta de que ninguna otra mujer lo había hecho.

–Nunca tuve ni la más remota intención de involucrarme contigo. A diferencia de ti, yo sí pienso con la cabeza.

Él se echó a reír y Lindsay frunció el ceño ligeramente. A lo largo de los meses había logrado olvidar su sentido del humor, y ella sabía por qué. Su sonrisa lo hacía más humano y ella no quería pensar en él de esa manera. Era vital recordarle como a un hombre cruel y despiadado; tan poco atractivo como fuera posible.

–¿Y entonces por qué has venido a verme? –le preguntó él con una sonrisa que podía ser cualquier cosa excepto poco atractiva.

–He venido porque tengo que hablar contigo.

Aquello era cierto, pero también estaba allí por él. Era inútil engañarse a sí misma.

Y él lo sabía…

Alessio Capelli tenía tanta experiencia con las mujeres que hubiera sido imposible que no lo supiera.

La forma en que arqueó la ceja confirmó las sospechas de Lindsay.

–¿Has venido desde Inglaterra para hablar conmigo?

De pronto Lindsay deseó parar el tiempo y dar marcha atrás. Si hubiera podido hacerlo, no habría escogido Roma para pasar sus vacaciones.

Aunque sólo fuera de forma indirecta, la única culpable de aquella situación era ella misma.

Si nunca lo hubiera conocido, él jamás habría dejado de ser un mero adversario profesional, en vez de un hombre. Si sus vidas hubieran llegado a cruzarse profesionalmente, ella siempre habría llevado el escudo protector, pero esa vez…

–Traté de llamarte desde Inglaterra, pero nadie me pasaba la llamada –le dijo en un tono serio y correcto. He venido porque es imposible contactar contigo. Tus empleados nunca dicen dónde estás. ¿Cómo contactan los clientes contigo?

Él se secó las manos en la toalla.

–Si fueras un cliente, te habrían dado un número distinto al que llamar.

«¿El mismo número que a sus amantes?».

Lindsay ahuyentó aquel pensamiento y se mordió el labio.

–Les dije que quería hablar de un asunto personal.

–Entonces no me extraña que no te hayan pasado conmigo. Saben que nunca hablo de asunto personales por teléfono.

–Les dije que era urgente.

–Y ellos pensarían que eras una periodista apurada por los plazos –se puso la toalla alrededor del cuello.

Por un momento Lindsay se preguntó cómo sería vivir en el punto de mira.

–¿Por eso no contestaban mis preguntas? ¿Porque pensaban que era una periodista?

–Los tengo bien entrenados. Cuando estás bajo los focos es necesario –esbozó una sonrisa cínica y se agachó para recoger una botella de agua del suelo–. ¿Y qué podría ser tan importante como para traerte ante mi despreciable presencia? Espero que hayas decidido abandonar esos principios tuyos en aras del sexo desenfrenado.

–Alessio…

–No sabes las ganas que tengo de quitarte la ropa –dijo en un tono irónico y mordaz.

Lo estaba haciendo a propósito. Lindsay sabía que sí.

–Eres incapaz de comportarte, ¿no? –le dijo, intentando mantener la calma–. Siempre tienes que avergonzarme.

–Mi dispiace –le dijo con maldad en los ojos–. Lo siento. Es muy injusto por mi parte, lo sé. Es que me encanta verte sonrojar. Tus mejillas se ponen del mismo color que después de una noche de sexo frenético.

–Eso no volverá a pasar.

–Qué poco me conoces. Tengo una necesidad compulsiva de cambiar las cosas que no me satisfacen –sonrió peligrosamente–. Yo lo llamo negociación.

–La negociación ocurre cuando las dos partes obtienen lo que quieren. Se supone que es una situación en la que todos ganan.

–Entiendo lo de ganar, pero no me conformo con menos –le dijo; su mirada era tan fría e impasible como siempre–. Cuando quiero algo, lo quiero todo, no sólo parte de ello.

–Tú no eres mi tipo, Alessio.

–Y eso es lo que lo hace tan emocionante –era evidente que disfrutaba mucho provocándola–. Si te gustaran los abogados peligrosos especializados en divorcios, todo sería muy aburrido. Supongo que has tenido que hacer un gran esfuerzo para venir hasta aquí.

–Ruby… Vine por Ruby.

–Ah –Alessio achicó los ojos–. Debería habérmelo imaginado. Tu repentina llegada no podía sino estar relacionada con la desaparición de esa descarada hermanita tuya.

–¿Desaparición? ¿Entonces tampoco sabes dónde está?

Las palabras de Alessio fueron como un jarro de agua fría. La preocupación de Lindsay se disparó en un momento y su mente empezó a repasar todas las opciones a toda velocidad.

–Pensaba que… Esperaba que supieras lo que estaba ocurriendo. Pensaba que te habría dicho algo.

–¿Y por qué haría una cosa así?

–¡Porque eres su jefe! Lleva seis meses trabajando para ti.

–¿Y tú crees que me paso el día intercambiando confidencias con mis empleados? –Alessio bebió un poco de agua y Lindsay le observó beber en silencio.

Entonces él esbozó un atisbo de sonrisa.

–No deberías mirarme así –le advirtió–. Si no tienes intención de llegar hasta el final. Y los dos sabemos que no es el momento ni el lugar.

–¿Es que nunca piensas en otra cosa que no sea el sexo, Alessio?

–Sí –le dijo, relajado y siempre bajo control. La miró con ojos intensos–. A veces pienso en el dinero.

Lindsay apartó la vista momentáneamente.

–¿Podemos hablar de Ruby un momento?

–Si no queda más remedio –le dijo en un tono de aburrimiento, y miró el reloj de la pared–. Es evidente que sigues queriendo reafirmar tu autoridad sobre ella.

–No se trata de autoridad. La quiero y me preocupo por ella.

–Siempre y cuando viva su vida como tú quieres. Yo no soy ningún experto en el amor, Lindsay, pero creo que debes aceptarla como es. No trates de cambiarla. La tienes asfixiada.

Lindsay sintió una punzada de dolor. Él no tenía la menor idea. Él no sabía cómo habían sido sus vidas. El remolino de emociones que giraba dentro de Lindsay amenazaba con llevársela por delante, pero resistió el envite. No iba a sucumbir ante el pasado.

–Como dices, no sabes nada sobre el amor. Lleva una semana sin llamarme y eso no es propio de ella. No contesta al teléfono y cuando llamé a tu despacho me dijeron que no ha venido a trabajar, pero no parece que sepan mucho más. Estoy preocupada. Verdaderamente preocupada.

–¿Te preocupa que se te haya escapado de las manos? Tiene veintiún años. Es lo bastante mayor para cometer sus propios errores sin que nadie se interponga en su vida. A mí me parece que eso es lo que buscaba.

Lindsay vaciló un momento, invadida por las dudas. ¿Acaso estaba interfiriendo en la vida de su hermana?

No.

–Ruby es muy vulnerable. Cuando te conocimos a ti y a tu hermana el verano pasado… Bueno, acababa de salir de una relación muy destructiva. Estaba devastada y… –se detuvo. No quería revelar nada sobre su pasado–. Por fuera parece recuperada y contenta, pero… Crees que la conoces, pero no es así.

Alessio la miró fijamente.

–Lleva seis meses trabajando para mí. Sospecho que sé mucho más de tu hermana que tú misma. Y ahora tienes que disculparme. Tengo que ver a un cliente dentro de una hora y después me voy al Caribe. Y allí podría estar tu hermana. Se suponía que iba a acompañarme en un caso importante –salió por unas puertas giratorias.

Lindsay titubeó un instante antes de ir tras él.

Cliente, caso…

Él estaba obsesionado con el trabajo; completamente centrado en fabricar más y más dinero para engordar su fortuna.

¿Pero por qué?

Lindsay desechó aquella pregunta de inmediato.

No estaba interesada en lo que lo había convertido en una despiadada máquina de hacer dinero. Su hermana era lo único que le importaba y él acababa de darle una valiosa pizca de información.

–¿Ella sabía que querías que fuera al Caribe?

–Claro. Estaba a cargo de toda la logística antes y después del viaje.

–Ella nunca habría abandonado sus responsabilidades de esa manera… –Lindsay se detuvo de repente al darse cuenta de que había entrado en el vestuario.

Por suerte estaba vacío, pero Alessio le lanzó una mirada desafiante y una chispa de ironía resplandeció en sus ojos.

–¿Tienes intención de seguir con la conversación mientras me ducho? –se quitó la camiseta.

El corazón de Lindsay se aceleró.

–¿Por qué no… paras un momento? –le dijo con voz quebrada, así que volvió a intentarlo–: Sólo te pido unos minutos, por favor.

–Si sólo quieres hablar, entonces la tarifa es de mil dólares por minuto. A menos que hayas ganado la lotería, no podrías pagar mi caché. Sin embargo, si no quieres hablar, te puedo aplicar otra tarifa más ventajosa –le dijo, mirándola con descaro–. ¿Qué pasa? –le preguntó, soltando una carcajada–. Si estás incómoda, tú eres la única culpable. Si sigues a un hombre hasta la ducha, tienes que atenerte a las consecuencias. No creo que sea lo más conveniente para alguien que se esfuerza en negar el lado sexual de su naturaleza.

–Yo no niego nada. Sí, hay química entre nosotros –le dijo, con un ligero tartamudeo–. Pero eso no significa que tenga que obedecerlo en todo momento. Ser adulto significa responsabilizarse de nuestras acciones.

Él la miró con ojos burlones y Lindsay se sonrojó violentamente.

–No eres mi tipo –le dijo, levantando la barbilla.

–¿No?

De alguna manera la conversación se había vuelto personal de nuevo. Lindsay levantó una mano y se frotó la frente. Las cosas no estaban saliendo tal y como las había planeado.

–Por favor, ¿podemos hablar de Ruby?

–Claro. Tú hablas. Yo me doy una ducha. Si estás tan segura de cuál es tu tipo, no te incomodará verme desnudo –dijo, agarrándose los pantalones cortos.

Lindsay respiró hondo y apartó la vista.

Sólo trataba de ponerla nerviosa y la mejor respuesta habría sido mirarle de frente y hacer algún comentario envenenado, pero el cerebro de Lindsay no funcionaba correctamente.

–Fuera –murmuró–. Esperaré fuera hasta que…

–¿Y por qué vas a esperar fuera? Tú estás muy segura de ti misma, ¿no? No hay forma de poner a prueba tu poderosa fuerza de voluntad, ¿o me equivoco? ¿Es por eso que llevas ese traje formal y ese peinado estirado? ¿Acaso crees que, si estás abotonada hasta el cuello por fuera, también lo estarás por dentro?

–Vine directamente del trabajo.

–Ah, sí. Tu trabajo. Lindsay Lockheart, consejera emocional. ¿Cómo va eso? La última vez que estuvimos en el mismo programa de radio estabas promocionando R.A.P., tu nuevo programa de análisis de relaciones personales –le dijo con sorna–. Yo lo probé con mi última novia. Por desgracia, terminé con ella antes del llegar al final del programa.

Lindsay se mordió el labio.

–No necesitas mi programa para saber que tus relaciones son superficiales y vanas. El programa no está diseñado para corregir las deficiencias emocionales de un cínico como tú.

–Entonces quizá deberías lanzar una versión para cínicos –sonrió.

A Lindsay le ardían las mejillas.

–No estoy aquí para hablar de nuestras diferencias profesionales.

–Siempre me he preguntado cómo has conseguido labrarte una reputación de experta en relaciones personales cuando tu propia experiencia en el tema es tan limitada.

Lindsay se sintió como si le hubiera arrancado la ropa con un cuchillo.

–Tengo que saber si mi hermana está con tu hermano.

«Por favor, di que no», rogó en silencio. «Por favor, dime que eso no ha ocurrido».

–Estaba viendo a alguien, pero se mostraba muy reservada al respecto. Normalmente me lo dice todo.

–¿Todo? ¿Para que puedas disfrutar de una vida sexual ajena?

Lindsay apretó los dientes.

–¿Pueden estar juntos? ¿Podría tener algo con Dino?

–Seguro que sí. Parece que se llevaban muy bien.

Un líquido frío recorrió las venas de Lindsay.

–¿Y no trataste de impedirlo? –aunque no mirara, Lindsay sabía que se había quitado el resto de la ropa–. ¿No se te ocurrió pensar que no era una buena idea? No tienen nada en común.

–A diferencia de ti, a mí no me gusta meterme en las vidas ajenas. No me gusta controlar las relaciones de otras personas. Y no soy responsable de mi hermano –con un derroche de confianza arrogante fue hacia las duchas, cerró la puerta y abrió el grifo.

Aunque sólo fuera por un momento, Lindsay respiró aliviada y se tragó las lágrimas de la impotencia que sentía. Si las circunstancias hubieran sido distintas, lo habría dejado con la palabra en la boca. No era rival para Alessio Capelli en una guerra verbal. Él la había dejado atada de pies y manos, pero sus palabras la habían hecho preocuparse aún más por su hermana.

Aquél era el peor escenario posible. Todo apuntaba a que Ruby tenía algo con su hermano, hasta el punto de haber abandonado su trabajo.

Si Alessio decía la verdad, su hermana había huido de sus responsabilidades. ¿Qué la había llevado a hacer algo así? ¿Por qué se habría comportado de una forma tan irresponsable y temeraria? ¿Y por qué Alessio no le había puesto fin antes de que las cosas se les fueran de las manos? Una relación entre su hermano y Ruby no era sino una bomba de relojería.

Lindsay miró hacia las duchas con gesto furioso.

Alessio era consciente de ello, pero a él no le importaba nada excepto él mismo.

Sin embargo, una relación así causaría estragos en la vida de su hermana.

A Lindsay se le pasó por la cabeza contarle aquella trágica historia con la esperanza de apelar a su sentido de la decencia, pero entonces se dio cuenta de que él no tenía tal sentido.

–¿Los animaste a hacerlo? –le preguntó, levantando la voz.

El ruido del agua cesó.

Él salió de la ducha con una toalla alrededor de la cadera.

–Ni siquiera tú puedes ser tan ingenua –le dijo, sonriendo–. Dos jóvenes con las hormonas en efervescencia no necesitan que se les anime. Sólo necesitan una oportunidad.

–Y supongo que tú se la diste –Lindsay se frotó la frente con las puntas de los dedos y trató de pensar con claridad–. Tú los animaste a hacerlo. Sé que sí. Sabías que lo último que yo quería era que acabaran juntos. Cuando nos conocimos te dije que Ruby acababa de pasar por una mala relación. Entonces era muy vulnerable. Y todavía lo es. Tu hermano es la última persona a la que necesita en este momento –Lindsay tragó con dificultad–. ¿Lo hiciste a propósito? ¿Para castigarme porque te rechacé? ¿Se trataba de tu ego, Alessio?

Unas oscuras pestañas velaron su mirada.

–Si estás buscando una excusa para echarme la culpa, quizá deberías mirar dentro de casa –le dijo, encogiéndose de hombros con indiferencia–. Si alguien tiene la culpa, ésa eres tú.

–¿Yo? –dijo Lindsay, indignada–. Eso es ridículo. Yo siempre le he aconsejado que no tuviera relaciones esporádicas, y desde luego le advertí que se mantuviera alejada de ti y de tu hermano.

–Precisamente por eso. Para ser consejera emocional, sabes muy poco de la naturaleza humana.

–¿Y eso qué significa?

–Que lo prohibido y lo peligroso siempre es mucho más atractivo que lo permitido y seguro –le dijo sin más–. Apuesto a que el día que le dijiste que no se acercara a mí fue cuando se presentó en mi despacho buscando trabajo.

–Y tú le diste uno.

Él se encogió de hombros.

–Había una vacante en el equipo administrativo. Ruby es muy decorativa, sociable y además es una secretaria relativamente competente.

–¿Relativamente?

Alessio esbozó una sonrisa vana.

–Bueno, ahora no está aquí, ¿verdad? Tiene tendencia a distraerse fácilmente.

–Gracias al donjuán de tu hermano. –frustrada y ansiosa, Lindsay sacudió la cabeza–. ¿No se te ocurrió que no era buena idea ponerlos a trabajar juntos?

–Yo dejo que mi hermano viva su vida, a diferencia de ti. Además, no veo nada malo en la pasión primaria. Al contrario, me gusta la pasión primaria. Es una de las pocas emociones humanas sinceras –con un movimiento casual se quitó la toalla y la tiró encima de un banco–. Deberías probarla alguna vez.

Cegada por aquella visión de perfecta virilidad, Lindsay apartó la vista de inmediato.

–Lo haces a propósito, para ponerme nerviosa –murmuró.

–¿Te pone nerviosa verme desnudo? –abrió el envoltorio de una camisa nueva y metió los brazos en las mangas–. Qué interesante. La próxima vez que analices el comportamiento humano, deberías meditar sobre ello. Debajo de esa dura coraza de autocontrol, hay una mujer que lucha por salir.

–Ruby –dijo Lindsay, con la vista fija en un punto de la pared–. Estábamos hablando de Ruby. Ni siquiera te preocupa que se haya fugado con tu hermano.

–Al contrario, sí me importa. Estoy tan impaciente por contactar con ella como tú. Ya puedes mirar. Estoy decente.

–¿Lo estás? Quiero decir… ¿Quieres saber dónde está? –le preguntó Lindsay, aliviada. Quizá se había equivocado. A lo mejor Alessio Capelli sí tenía un lado humano, aunque estuviera bien escondido–. ¿Y qué has hecho hasta ahora? ¿Has tratado de ponerte en contacto con tu hermano?

Se puso unos elegantes pantalones grises, pero todavía no se había abotonado la camisa, dejando entrever un torso fornido y bronceado.

–Como tu hermana, tampoco contesta al teléfono. Sospecho que están muy ocupados.

Lindsay se desesperó.

–Pero tú puedes encontrarlos. Sé que tienes muchos contactos. No te llevará mucho localizarlos.

Aquella blanca camisa de seda enfatizaba su masculinidad.

Alessio le lanzó una mirada burlona mientras se abrochaba los botones con movimientos lentos y deliberados.

–Tu profunda fe en mis influencias resulta muy halagadora. ¿Te ponen los hombres poderosos, Lindsay?

–Por favor, déjalo ya. Por favor, por favor, para de una vez –le dijo en un susurro grave. Tan sólo me alegro de que tengas tantas ganas de poner fin a esa relación como yo.

–No tengo intención de intervenir en su relación.

Confundida, Lindsay frunció el ceño.

–Pero dijiste que…

–Dije que estoy tan interesado en encontrarlos como tú… –empezó a ponerse la corbata–. Pero no tengo intención de aconsejarla sobre los hombres. Las personas tienen que cometer sus propios errores.

Lindsay lo miró con la boca abierta.

–¿Y entonces por qué quieres encontrarla?

–De acuerdo a su contrato, tu hermana estaba obligada a avisar si tenía intención de dejar el empleo, y no lo ha hecho –con una gran destreza se hizo un nudo perfecto y se lo ajustó en la base del cuello–. Si no se presenta en el trabajo a las cuatro de la tarde, pierde su trabajo. Sólo quería advertírselo.

A Lindsay le empezaron a pitar los oídos.

–¿Vas a despedirla? –le dijo, levantando la voz–. Eso es una estupidez.

–Son negocios. Yo la contraté para hacer un trabajo y no lo está haciendo. Deberías agradecerme que no la denuncie por incumplimiento del contrato –le dijo en un tono implacable.

Lindsay lo miró con ojos perplejos.

–Ni siquiera tú puedes tener el corazón tan duro.

Él la miró fijamente.

–¿Y qué me dirías si volviera a mi despacho y despidiera a alguien en el momento?

–Diría que eres un megalómano.

Una leve sonrisa asomó en las comisuras de los labios de Alessio.

–Dirías que es injusto. Los empleados y los jefes tienen una responsabilidad los unos para con los otros. Yo soy un jefe justo, pero espero la misma seriedad de mis empleados. Espero que se adhieran a un código de comportamiento. Tu hermana ha roto ese código y quiero darle un castigo ejemplar.

Lindsay cerró los ojos. Las cosas empeoraban por momentos.

–No –sacudió la cabeza–. Por favor, no lo hagas. A Ruby le gusta este trabajo. Perderlo resultaría fatal para ella.

–Lanzaré un claro mensaje a mis empleados, y así se lo pensarán dos veces antes de incumplir el contrato –sin mostrar remordimiento alguno, agarró la chaqueta–. Tu hermana tiene hasta las cuatro. Si no está en mi avión a esa hora, lista para partir hacia el Caribe, está fuera de la empresa.

–Alessio, te ruego que no lo hagas…

Él la miró una vez más.

–Normalmente me gusta ver rogar a las mujeres, pero estás perdiendo tu tiempo. Si no regresa dentro de una hora, está despedida.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LINDSAY se quedó de piedra, preguntándose cómo las cosas habían llegado hasta ese punto.

Ruby estaba a punto de perderlo todo.

–Por favor, no le quites el trabajo. Cuando tu hermano la deje se quedará destrozada.

–Sólo si espera algo de él, lo cual, tratándose de tu hermana, es seguro.

Sabiendo que enzarzarse en una discusión sobre el tema era inútil, Lindsay se mordió el labio.

–Si también pierde su trabajo, todo habrá acabado para ella.

–O a lo mejor aprende una importante lección sobre la lealtad, las prioridades. No le vendrá mal aprender que las acciones siempre tienen consecuencias.

–Acaba de empezar a trabajar como secretaria. Estoy segura de que tienes a cientos de personas que podrían ocupar su lugar en este viaje.

–Ésa no es la cuestión, Lindsay. Es responsabilidad de Ruby. Si me decepciona, está fuera.

–¡Si te decepciona, entonces también deberías echar a tu hermano! –le espetó Lindsay, furiosa–. Él tiene tanta culpa como ella. Más aún porque tiene ocho años más que ella.

–Mi hermano lleva toda una sección del negocio y sus acciones no me incumben –sin mostrar la más mínima misericordia se puso su flamante reloj de oro y se lo ajustó a la muñeca–. Deja de dirigir su vida. No puedes protegerla de todo. A lo mejor es la llamada de atención que Ruby necesita. Seguro que será una experiencia útil para ella. No hay nada como unos cuantos golpes para endurecer a una persona.

¿Y qué sabía él de los golpes de la vida? Él era el que los daba, no el que los recibía. Alguien tan rico como él no sabía nada de la lucha por sobrevivir; nada de la incertidumbre y la inseguridad.

–Ruby necesita el empleo. Y ella suele ser muy responsable. Esto no es propio de ella. No lo entiendo.

–Mi hermano y Ruby no podían estar separados. Se llama pasión –le dijo con sequedad–. Le pasa a todo el mundo.

–Pero no tenían que seguir sus impulsos al pie de la letra. No son niños. Deberían haber sido más responsables.

Alessio reparó en sus labios y la miró con insistencia.

–¿Nunca te has dejado llevar tanto por la pasión como para abandonarlo todo?

Lindsay se puso roja como un tomate.

–Soy adulta, Alessio. Ya no soy una adolescente. Y una de las características de ser adulto es la habilidad de controlarse cuando es necesario.

Por alguna razón a él le pareció divertido.

–Ese comentario me hace preguntarme si alguna vez has puesto a prueba tu titánica fuerza de voluntad –la miró fijamente–. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste que contener las ganas de arrancarle la ropa a un hombre, Lindsay?

El corazón de Lindsay se aceleró.

–Estamos hablando de Ruby.

Él sonrió.

–Así es. Bueno, tu hermana no parece tener tu increíble fuerza de voluntad, o bien, es una estratega innata y ha puesto los ojos en un objetivo superior. A lo mejor piensa que mi hermano se va a casar con ella.

–A Ruby no le interesa el matrimonio.

–A todas las mujeres les interesa el matrimonio si el premio es lo bastante grande –le dijo él con cinismo.

Lindsay sacudió la cabeza.

–Ruby sabe que tu hermano no es de los que se casan, igual que tú –dijo Lindsay.

Sin embargo, Alessio había conseguido sembrar la duda. ¿Era consciente Ruby de la situación, o se estaba engañando a sí misma como tantas y tantas mujeres? En el fragor de la pasión se olvidaban muchas cosas importantes.

–Ambos sabemos que esa aventura no durará más de un telediario.

Alessio levantó una ceja.

–¿Acaso hicieron tu programa de análisis de relaciones personales para cínicos?

Lindsay montó en cólera.

–Los dos sabemos que no están enamorados. Es una relación basada en el sexo. Para que tenga éxito, una relación tiene que estar fundamentada en la intimidad verdadera. Pero nunca he esperado que tú entiendas algo así.

Él esbozó una sonrisa.

–Yo no tengo ningún problema con la intimidad. De hecho, la intimidad es mi método favorito de relajación.

Lindsay sintió un calor repentino bajo la abrasadora mirada de Alessio.

–Estoy hablando de intimidad emocional.

Él se recostó contra la pared. En sus ojos brillaba una chispa pícara.

–Cuando dices intimidad emocional supongo que te refieres a una caricia después del sexo –ladeó la cabeza a un lado y fingió considerarlo un instante–. A eso no me opongo en absoluto, si la mujer en cuestión me ha satisfecho. Puedo ser generoso cuando me conviene.

Lindsay sabía que la estaba provocando con cada palabra, y también sabía que se estaba enredando más y más en aquella situación.

–No merece la pena discutir este tema –murmuró–. Tú y yo nunca nos pondremos de acuerdo en cómo tener una buena relación.

–Una buena relación es aquélla que termina cuando le llega su hora –le dijo él en un tono tajante–. En vez de agonizar durante años.

–Oh, por favor –decidida a ignorar lo que ocurría a su alrededor, Lindsay hizo un gesto de impaciencia–. Y ahora vas a decirme que los abogados especializados en divorcio le hacen un gran favor a la humanidad.

–No a toda la humanidad. Sólo a un grupo selecto que se merecen recibir los beneficios de mis habilidades.

–Sacas dinero a costa de las miserias de la gente.

–Y tú también –le espetó Alessio, con una mirada implacable–. La diferencia entre nosotros es que yo he construido un negocio de éxito basado en la realidad, mientras que el tuyo está basado en las fantasías. Tú caminas sobre sueños. Cuentos de hadas. Finales felices.

–Eso no es cierto…

–Esperar que una relación sea duradera en la sociedad actual es como creer en los duendes y en las brujas.

–Eso tampoco es cierto…

–¿Y entonces por qué no para de sonar mi teléfono? ¿Por qué estoy más ocupado que nunca? –frío y calculador, se detuvo un instante para observar la expresión de Lindsay–. Porque la gente por fin empieza a aceptar que estar atado a alguien de por vida es algo totalmente imposible. Es mejor hacer lo que mi hermano y tu hermana están haciendo en este momento. Practicar el sexo apasionado y excitante hasta que deje de ser apasionado y excitante. Y después seguir adelante.

Mientras le oía echar por tierra todos los principios en los que siempre había creído, Lindsay se estremeció por dentro.

–Estoy totalmente en desacuerdo contigo.

Él le miró los labios.

–Bueno, no me extraña. Si estuvieras de acuerdo, no tendrías trabajo. Te vi en la televisión la semana pasada, dándole consejos a esa actriz de Hollywood sobre cómo salvar su matrimonio. Lindsay Lockheart, experta en relaciones personales. Te sienta bien la tele, por cierto –le dijo en un tono peligrosamente suave–. Te sienta de maravilla y además está muy convincente, lo cual resulta difícil de creer, dado que Lindsay Lockheart, experta en relaciones personales, nunca ha tenido una relación personal en condiciones.

Ignorando el sarcasmo que resplandecía en la mirada de Alessio, Lindsay se defendió.

–Es cierto que nunca he estado casada, si eso es lo que quieres decir –le dijo. Su corazón latía sin control porque él se estaba acercando peligrosamente al tema que ella siempre intentaba evitar.

Él la observó en silencio.

–No quería decir eso. ¿Saben tus clientes que eres un fraude? –le preguntó en un tono engañosamente amistoso mientras se ponía la chaqueta.

–Yo he tenido relaciones, Alessio.

–No estoy hablando de una cena o una visita la ópera –fue hacia ella con paso tranquilo y desenfadado. De repente se había convertido en el abogado sofisticado que ella había conocido.

Lindsay tuvo ganas de retroceder unos pasos, pero no estaba dispuesta a dejarse intimidar. Él tenía que detenerse.

Pero no lo hizo.

Fue hacia ella y la acorraló contra la pared.

Nerviosa, Lindsay levantó las manos y volvió a dejarlas caer.

–Alessio, por favor…

–No estoy hablando de un intercambio de miradas en uno de esos pubs rurales de Inglaterra. Yo estoy hablando de una explosión de pasión; auténtica intimidad –apoyó las manos en la pared a ambos lados de Lindsay, dejándola sin escapatoria–. Estoy hablando de verdadera intimidad, Lindsay. Caliente, húmeda y excitante; una intimidad que te acelere el corazón y que te haga olvidar las responsabilidades.

–Alessio…

–Una intimidad que te haga perder el control. Una intimidad que te lleve a tomar decisiones equivocadas. Estoy hablando de lo que pasa entre los hombres y las mujeres –sus ojos emitieron un repentino destello, peligroso y sombrío. De pronto sus labios estaban demasiado cerca–. Instinto animal.

–¡Alessio!

–¿Alguna vez lo has sentido, Lindsay? –le dijo. Su aliento cálido acariciaba los labios de ella–. ¿Alguna vez has sentido el instinto animal que anula la lógica y el autocontrol?

Estaba a punto de besarla. Esa vez Alessio Capelli estaba a punto de besarla.

Lindsay sintió un molesto zumbido en los oídos y las rodillas le empezaron a temblar. Su cerebro luchaba, pero ella sentía que estaba a punto de sucumbir a aquellas aguas profundas y turbulentas, llenas de pasión.

La niña que tenía dentro le gritaba que se apartara de ella, pero la mujer deseaba que siguiera a su lado. Él la miró fijamente un instante, bajó los brazos y dio un paso atrás.

–Ésa es la clase de relación de la que estoy hablando.

A Lindsay le latía con tanta fuerza el corazón que por un momento creyó estar a punto de desmayarse. Parpadeó varias veces y trató de pausar la respiración.

Y fue en ese momento cuando la humillación se apoderó de ella. Había estado a punto de rodearle el cuello con los brazos y darle un beso en los labios.

–No sé de qué estás hablando –no era decepción lo que sentía en realidad. No podía ser decepción.

–Ya sé que no. Y es eso lo que intento decir. ¿Cómo demonios has hecho carrera aconsejando a las parejas en sus relaciones personales?

No era seguro estar tan cerca de Alessio, y no era precisamente por culpa de él.

Simplemente no podía confiar en sí misma.

–Que no haya cometido errores no significa…

–Tu idea de un error es lo que otras personas llaman vida –le dijo con sequedad.

Lindsay se cruzó de brazos frente a él.

–Estás hablando del sexo por el sexo.

–¿Y no crees que dos personas pueden tener una relación basada en el sexo? –le dijo, arrugando los ojos–. Créeme… Una relación basada en el sexo por el sexo es la mejor que hay.

Aquel comentario la hizo despertar.

–Y eso nos lleva de vuelta a lo que yo quería decir antes… –dijo Lindsay, armándose de valor y lanzándole una mirada valiente–. Tú no sabes nada de la verdadera intimidad. La intimidad no es una caricia después del sexo. Se trata de compartir cosas. El amor verdadero es compartir pensamientos, sentimientos, esperanza, miedos…

Alessio esbozó una sonrisa despreciativa.

–Entonces me alegro mucho de haber evitado siempre esa clase de intimidad tuya. Las creencias pueriles de la gente respecto al amor son las que hacen que mi teléfono no deje de llamar.

Lindsay lanzó un suspiro de exasperación.

–El amor existe. Y si nunca lo has experimentado de primera mano, entonces me das pena. Tu cama debe de ser un lugar muy frío y solitario –Lindsay se arrepintió de lo que había dicho en cuanto las palabras salieron de su boca, pero ya era demasiado tarde.

Alessio esbozó una sonrisa perversa.

–Crear calor en mi cama no es uno de mis problemas –le dijo suavemente–. Así que, si alguna vez quieres una demostración práctica sobre fuentes de energía alternativas, sólo tienes que llamar a mi puerta.

Lindsay se tocó la frente con la mano y respiró profundamente.

–Supongo que te has vuelto tan cínico por culpa de tu trabajo.

–Realista –dijo él, corrigiéndola–. Me ha hecho realista. Y es por eso que no he tenido que pagar una fortuna en honorarios.

–Tú no sabes lo que es mantener una relación íntima, sostenible y auténtica.

Él la miraba con escepticismo y burla.

–Claro que sí. Una relación íntima, sostenible y auténtica… Si lo abreviamos un poco, nos sale una relación de risa… –dijo, echándose a reír. Miró el reloj–. Por muy fascinante e interesante que me parezca esta conversación, tengo a un cliente impaciente esperándome en el despacho; un cliente que está ansioso por sacar de su vida su última relación de risa. Y después tengo que volar al Caribe.

Algo incómoda, Lindsay trató de resumir sus pensamientos.

–Pero Ruby…

–Consuélate pensando que en este momento Ruby debe de estar practicando el mejor sexo de su vida. Si tiene suficiente sentido común como para presentarse en el aeropuerto, le sugeriré que te llame –le dijo en un frío tono de voz–. Si no se presenta, la próxima vez que hables con ella, dile que empiece a buscar otro trabajo.

 

 

Emocionalmente destrozada tras el encuentro con Alessio, Lindsay se sentó en una mesa de la cafetería con un café expreso intacto.

Las cosas habían ido peor de lo que esperaba. Mucho peor de lo que esperaba. A pesar de todos sus esfuerzos, estar cerca del hombre que tanto la inquietaba le había impedido pensar en su hermana con claridad. Incluso en ese momento, mientras intentaba hallar una solución para el problema de su hermana, sentía cómo divagaban sus pensamientos. La sardónica y sombría sonrisa de Alessio Capelli seguía atormentándola.

Lindsay contemplaba con gesto ausente el oscuro líquido contenido en la taza de café. Si su hermana no hubiera aceptado aquel trabajo…

Pero Ruby, tan joven e impresionable, no había podido resistirse a un trabajo en la radiante Italia, sobre todo después de haber quedado destrozada tras una desastrosa relación.

«Un nuevo comienzo…», le había dicho.

«Como salir de Málaga para meterse en Malagón…», pensó Lindsay, recordando lo mucho que había intentando disuadirla de su propósito.

–Alessio es el típico macho siciliano. Puede que te parezca muy moderno y encantador, pero por debajo… –le había dicho Lindsay, intentando abrirle los ojos–. Por debajo no es más que un machista implacable y su opinión de las mujeres se ha quedado anclada en la Edad de Piedra.

«Unos ojos oscuros que la atravesaban con la mirada, reclamando su atención…».

–Cuando nos salvó el cuello aquella noche cerca del Coliseo no creías lo mismo. Si su hermano y él no hubieran pasado por allí… –Ruby se estremeció–. Se portaron muy bien. Quiero decir que fue como una película. ¿No es así? Se enfrentaron a aquella banda de matones ellos dos solos y los derrotaron con facilidad.

Lindsay miró a su hermana sin saber qué hacer o decir. Era fácil ver que Ruby se había dejado seducir por el romanticismo de aquella situación porque ella también se había sentido así, aunque sólo fuera por un corto período de tiempo.

Tras deshacerse de los matones que las habían rodeado, Alessio Capelli la había ayudado a ponerse en pie y sus ojos sombríos y sensuales la habían observado con atención bajo la tenue luz.

Entonces, durante una fracción de segundo, Lindsay había olvidado quién y dónde estaba.

Con sus anchos hombros y su imponente estatura, le había parecido tan poderoso y digno de confianza que no había dudado en dejarse ayudar por él.

Al recordar aquel día, Lindsay se dio cuenta de que probablemente habría estado más segura con la banda que las había atacado.

Afortunadamente para ella, Alessio la había soltado antes de que tuviera tiempo suficiente como para hacer el ridículo delante de él, pero no antes de despertar una parte de ella que había enterrado a mucha profundidad.

Los dos hermanos las habían llevado al bar del hotel más lujoso de Roma, un lugar tan exclusivo que Lindsay nunca se habría atrevido poner un pie en él de no haber ido con ellos.