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Ricardo Aldana

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Beschreibung

A pesar de la aparente inmediatez que nos ofrecen los medios de comunicación, hoy la experiencia humana fundamental parece cada vez más empobrecida. Y no solo porque la técnica se interpone entre nosotros y la realidad, o incluso pretende sustituirla. Corrientes poderosas de pensamiento han socavado vivencias fundamentales, como la de la paternidad o del eros; en otros casos –por ejemplo, el ámbito de la política– es sobre todo la decepción y la amargura la que amenaza apartarnos de la realidad y así nos impide comprometernos fecundamente con ella.

Frente a todo esto, Ricardo Aldana nos invita, con San Ignacio, a «sentir y gustar las cosas internamente». Pues el miedo a la realidad, el intelectualismo, o el puro sobrenaturalismo, no pueden ser actitudes cristianas. Lo humano en toda su riqueza es un presupuesto para una vida de fe sana e integral, así como para una relación positiva con nuestros hermanos en humanidad. Y a la vez, más profundamente, la fe bíblica en el Dios creador y redentor es la que nos abre de modo nuevo a la riqueza de lo humano, inseparable de la historia del encuentro de Dios con los hombres.

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Ricardo Aldana

«Sentir y gustar internamente»

Experiencia humana y la vida en la fe cristiana

© Saint John Publications (an imprint of The Community of St. John, Inc.), 2023

ISBN 978-1-63674-056-0https://doi.org/10.56154/x3Esta publicación se distribuye gratuitamente en balthasarspeyr.org y puede ser compartida libremente sin ánimo de lucroVisite balthasarspeyr.org para conocer todas nuestras publicaciones en formato digital y en papel

Contenido

«Sentir y gustar internamente»

1.

Hybris

intelectualista sobre la experiencia humana

1.1. Imaginación y pensamiento

1.2. Razón y racionalidad técnica

2. La experiencia propia en la gran experiencia de la humanidad

3. Escritura, experiencia de fe y vida humana

4. El impacto de la oración bíblica en la experiencia humana

5. María en el kerygma y en la experiencia cristiana

Conclusión

Title Page

Cover

Table of Contents

«Sentir y gustar internamente»

Para el encuentro del Evangelio con el hombre de hoy, nos parece importante tomar el pulso a la experiencia humana. Se ha insistido muy justamente en la importancia de la concepción del hombre, en la antropología del creyente que da testimonio de su fe. Pero tener buenas ideas sobre el hombre no es suficiente para el encuentro real con los hombres; estas ideas pueden ser incluso un obstáculo si sustituyen inconscientemente una experiencia de lo humano suficientemente rica, si falta la simpatía y empatía que permite no solo intercambiar ideas sino sentir-con, entrar en el modo de sentir de los hombres que se han de encontrar.

Tomamos prestadas las palabras de nuestro título, «sentir y gustar internamente», a los Ejercicios de San Ignacio de Loyola (Ej 2), en donde se refieren a la oración que hará el ejercitante, pero aquí las usamos para llevarlas al campo menos definido y que se presta a tantas interpretaciones de la experiencia de las cosas humanas. «Sentir y gustar internamente» como conocimiento experiencial, conocimiento que se hace cargo de la vida, no simplemente de los hechos brutos o en lo meramente fáctico, algo que propiamente no existe,1 sino intuyendo siempre el misterio profundo de la verdad que está en lo vivido.

Yendo desde el principio al fondo de la cuestión, podemos recordar la doctrina de Santo Tomás sobre el amor como afirmación del bien del otro, pero en uno mismo: «Por el hecho de que alguien ame a otro quiere el bien para ese otro, y, consecuentemente, lo trata como si fuera él mismo, deseando el bien para el otro como para sí mismo. En este sentido el amor es llamado fuerza de fusión, porque se funde con otro considerándolo como si fuera él mismo. También el amor divino, sin comparación, es fuerza de fusión, pues quiere el bien para los demás».2 De este modo, el amor nos hace sentir la existencia del tú humano como un don para mí, como algo muy bueno, al sentir que la comunión con los amigos tiene fundamento en el Ser de Dios, que nos ha creado a todos. Pero esto implica una capacidad de sentir y gustar internamente e implica el discernimiento de lo que favorece y lo que daña esa capacidad. Si conocer es ser otro en cuanto otro, según la filosofía de Aristóteles, es decir, participar en el ser de lo conocido sin confundirse con ello, entonces el amor humano es ser uno y tres: tú, yo y Dios,3 porque Él es el Bien común que amamos en todo bien que celebramos y nos deseamos.

Pero todo esto hay que sentirlo en la vida que se nos concede vivir todos los días, en la experiencia cotidiana, no basta pensarlo y elaborarlo conceptualmente.

En lo que sigue se expone en primer lugar el hecho cultural de una crítica racionalista insensible a la riqueza de la experiencia humana. En un segundo apartado se presenta el hecho actual y tradicional de la comunión humana en la experiencia cuando es lúcidamente expuesta. En seguida, en vista de la curación o la promoción de una sensibilidad humana más profunda, recurrimos a la Escritura y a la fe que en ella se nos muestra, con su carga de experiencias humanas del Dios de la revelación, que se convierten en arquetipo de la experiencia de fe para todos los cristianos, especialmente, en un cuarto apartado, como experiencia de oración en los salmos, para terminar con la experiencia arquetípica de María, que da inicio a la Nueva Alianza.

1. Cf. P. Ganne, Notre raison d’espérer, Lethielleux-Desclée de Brouwer, Paris 2009, 269⁠-⁠274.

2. Santo Tomás, Suma Teológica I, q. 20, a. 1 ad 3. Cf. M.Á. Martínez OP, «La caridad de Cristo en la reflexión teológica de santo Tomás de Aquino», en Ciencia Tomista 149 (2022) 405⁠-⁠449.

3. «He captado que existe un doble movimiento inherente al amor de uno hacia otro: el movimiento según el modo del Hijo, cuando se ama hacia el Padre, el movimiento según el modo del Padre, cuando se ama hacia el Hijo; el Padre ama al Hijo hacia nosotros, nosotros debemos amar al Hijo hacia el Padre. El primer-amado ama al amigo hacia el otro; este ama al amigo hacia el primer-amado; es así como el amigo entra realmente en la amistad; porque de este modo el primer-amado y el amigo pueden amar su amistad plenamente hacia el otro; con otras palabras, el otro no puede tener parte verdaderamente en la amistad (en el amor del Padre y del Hijo según el modo del Espíritu), a no ser que haya amado en correspondencia al Hijo hacia el Padre» (E. van Broeckhoven, cit. en J.M. Rambla, SJ, Dios, la amistad y los pobres. La mística de Egide van Broeckhoven, jesuita obrero, Sal Terrae, Santander 2007, 39).

1. Hybris intelectualista sobre la experiencia humana

En el caso de nuestra cultura actual, nos parece, la experiencia humana se reduce tan lamentablemente que los eventos que han maravillado siempre a la humanidad pasan a ser meras premisas de un razonamiento en el que dicha experiencia pierde todo su brillo. Permítansenos tres ejemplos.

La experiencia de paternidad parece caer hoy en lo irrelevante o incluso en lo negativo.1 Hoy ha adquirido preponderancia la idea freudiana de que el asesinato del padre es el origen de la cultura.2 ¿Cómo es posible que la experiencia de la paternidad, tan rica que escapa siempre a la conceptualización, pase a ser solo parte de la racionalidad “científica” que explica la madurez del hombre emancipado de su origen, porque el padre impedía su desarrollo? Es claro que la imagen freudiana tiene buenas razones en su apoyo, por el no infrecuente fenómeno del abuso de autoridad, de paternalismos sofocantes, de manipulaciones afectivas. Pero lo que aquí interesa no es la crítica de esta idea de Freud, que requeriría una discusión detallada, sino la cuestión del oscurecimiento de la experiencia en su plenitud, que conocemos muchos hijos y padres, oscurecimiento que autoriza semejante expresión para el hecho de que la autoridad puede sofocar la libertad y el desarrollo de los subordinados.