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¿A 400 años de distancia, en que puede ayudarnos William Shakespeare para reflexionar sobre el sentido de nuestra propia existencia? El autor examina Macbeth y Hamlet como si fueran un espejo en el que analizar la propia vida, y orientarse en los grandes temas de la existencia, encontrar el sentido y la misión personal, y conocer el precio de la felicidad humana. El ensayo es un trabajo de reflexión sobre el lenguaje cristiano y la economía de salvación que nos muestra las "reglas de funcionamiento" de la naturaleza humana en vivo. Con "Macbeth", descubrimos que la verdadera libertad del hombre está en aceptar las reglas del juego, y que nos sucede cuando queremos jugar con nuestras propias reglas. También vemos las virtudes necesarias al buen gobernante así como los efectos sociales de su intemperancia y su codicia. Con "Hamlet", nos encontramos con la búsqueda de nuestra misión, y como nos acompañan las dudas y tribulaciones como compañeras de ruta de la vida, y que tipo de consecuencia producen nuestras elecciones fundamentales, en nosotros mismos y en los demás. El ensayo plantea la posibilidad de que Shakespeare fuera un católico "encubierto", en épocas de persecución del catolicismo en Inglaterra. Si así lo fuera, su mensaje adquiere una nueva dimensión, que invita a la exploración histórica.
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Seitenzahl: 183
Veröffentlichungsjahr: 2018
Pablo López Herrera
Shakespeare
en “clave de santidad”
Una ayuda para encontrar el camino de la perfección
Editorial Autores de Argentina
Lopez Herrera, Pablo
Shakespeare en clave de santidad / Pablo Lopez Herrera. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-761-112-0
1. Ensayo Sociológico. I. Título.
CDD 301
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Coordinación de producción: Helena Maso Baldi
Diseño de portada: Justo Echeverría
ÍNDICE
1. Intenciones y agradecimientos
2. Las obras de Shakespeare como mapas, y algunos “sherpas”
3. Theodore Dalrymple, una visión antropológica de Shakespeare.
3.1. Shakespeare es un escritor universal
3.2. La antropología nos muestra las “reglas del funcionamiento” del hombre
3.2.1. El respeto a los límites
3.2.2. En la tierra no existe “la felicidad”, ni hay una solución definitiva a los problemas del hombre
3.2.3. “Macbeth” nos permite analizar la naturaleza humana
3.2.4. La importancia de la conciencia
3.2.5. El pecado es un acto de la voluntad
3.2.6. Cuando la ambición se convierte en el motor principal de la conducta “social”
3.2.7. El problema de la elección del mal por Macbeth es el mismo de todo ser humano.
3.2.8. En el fondo, la verdadera libertad está en aceptar las reglas del juego.
3.3. Macbeth no estaba predestinado a ser un criminal
3.3.1. Un héroe puede transformarse en villano
3.3.2. Un hombre que lleva una vida normal, puede deslizarse por la pendiente
3.3.3. Ni la cuna ni la fortuna ni el éxito son garantía de probidad
3.3.4. Las condiciones de vida siempre pueden parecer insuficientes
3.3.5. El resentimiento tampoco es el único origen de la maldad
3.3.6. Todo es poco para el que no se auto limita
3.3.7. La ambición de poder impulsa a Macbeth a actuar como lo hace
3.3.8. El papel de Lady Macbeth: la ambición insana se comparte y el traspaso de los límites no se hace en solitario...
3.3.9. El deseo de aparentar es muy fuerte
3.3.10. Macbeth sucumbe a la “presión social” representada en Lady Macbeth aunque la “presión social” también puede ser ejercida para el bien
3.3.11. El límite entre el bien y el mal está en el interior de Macbeth, y de todos...
3.3.12. La conciencia de las faltas cometidas puede existir, pero no alcanza para la redención humana
4. El tema central en Macbeth: ¿es “la ambición” o “el pecado”?
4.1. La curiosidad
4.2. La tentación
4.3. La duda y el deseo de rechazar el mal
4.4. Inclusión del mundo sobrenatural en la historia
4.5. Reconocimiento del servicio como misión y deber
4.6. Hay un momento en que la conciencia del pecado es plena
4.7. Como un pecado pude ser más grave aún
4.8. El disimulo como herramienta del pecador
4.9. Vacilación y consideración de las consecuencias del pecado
4.10. Arrepentimiento provisorio...
4.11. La importancia que le damos a la imagen que proyectamos
4.12. Preparación, ejecución del acto y consideración sobre el destino del alma de Duncan
4.13. El pecado y sus consecuencias en la vida terrenal
4.14. Consideraciones espirituales adicionales
4.15. Invocación adicional al reino de las sombras
4.17. Lady Macbeth: el pecado no es un desvarío mental involuntario
4.18. El final de Macbeth muestra la claridad de sus ideas
4.20. Nunca debemos perder la esperanza de salvarnos
5. Las virtudes del gobernante en Macbeth
5.1. La intemperancia y la codicia en los dirigentes políticos tiene efectos sociales
5.2. Shakespeare destaca las virtudes de un buen rey
5.3. La fe estuvo alguna vez en las consideraciones de los dirigentes
6. El camino hacia la cumbre de Hamlet
6.1. Una visión católica del mundo
6.2. Conociendo la misión en la vida
6.3. Hamlet toma una decisión, se plantea una estrategia, y avanza
6.4. Las dudas y la tribulación como compañeras de ruta
6.5. Desasimiento del mundo material, de las riquezas y del poder
6.6. Responsabilidad por las almas próximas
6.7. Las circunstancias van forjando el futuro
6.8. Mueren todos los protagonistas: ¿Cuál es el sentido del desenlace?
6.9. La salvación de Hamlet...
7. ¿Y si Shakespeare fuera católico?
7.1. El catolicismo en tiempos de persecución
7.2. Algunos comentarios de estudiosos
8. Epílogo. El clasicismo de Shakespeare
9. Bibliografía y fuentes (Por orden de aparición)
A mis queridos hijos Marie y Thibault
y mis nietos Paul, Hélie, Michel, André y Marguerite
1. Intenciones y agradecimientos
La reflexión central que encierran las líneas que siguen, gira alrededor de la convicción que hay en Shakespeare un trasfondo de consideraciones acerca de la vida humana en las que subyace la conciencia del bien y del mal, la conciencia de la virtud y del pecado, y la conciencia de la salvación. Por lo menos es lo que nos sugiere la famosa afirmación de Hamlet a Horacio: “Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las soñadas en tu filosofía.” - Hamlet (1.5.167-8). Intentaremos desarrollar esta reflexión como eje central, y agregaremos algunas ideas que nos han surgido como ramas del mismo tronco. Estamos convencidos de que la lectura de Shakespeare “en clave de santidad” puede ser de utilidad para llegar a la cumbre que Dios ha pensado para cada hombre y mujer sobre la tierra. Y si consideramos la difusión universal de sus obras, quizás el mismo ha pensado en algo así, siguiendo las instrucciones dirigidas a todo fiel seguidor: “Así nos ha ordenado el Señor: Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra” (Libro de los Hechos de los Apóstoles)
Conforme avanzamos por el camino de nuestra existencia terrenal, tenemos la sensación de estar ascendiendo una montaña, o de estar navegando hacia la costa. En el primer caso vamos superando diversos accidentes y recorriendo terrenos de diferente dificultad, hasta llegar a cumbre. En el segundo sufrimos las diversas inclemencias del tiempo hasta llegar a destino, donde luego de una final navegación nocturna habremos constatado que -como sucedió con los primeros discípulos- “al amanecer Jesús estaba en la orilla”, esperándonos.
Mientras nos vamos acercando a la Luz Verdadera, atravesando los accidentes que se ponen en nuestro camino, procuramos que nuestras obras sean “hechas en Dios”, cada uno según su propia misión.
Como afirmara Benedicto XVI,” «cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32)» (Encíclica “Caritas in Veritate”). La verdad de cada uno es una llamada a convertirse en el hijo o la hija de Dios en la Casa Celestial: «Porque ésta es la voluntad de Dios: tu santificación» (1Tes 4,3). Dios quiere hijos e hijas libres, no esclavos.
En realidad, el “yo” perfecto es un proyecto común entre Dios y yo. Cuando buscamos la santidad, empezamos a reflejar la verdad de Dios en nuestras vidas. El Papa lo dijo de una forma hermosísima: «Cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios» (Exhortación apostólica “Verbum Domini”).” (Fr. Damien Lin Yuanheng).
Todo lo que sucede o lo que existe en este mundo tienen una causa y un destino, un origen y un fin, que trascienden a los actos o a las mismas cosas. Cuando abandonamos la búsqueda y la comprensión del verdadero sentido de las cosas y de las acciones, las mismas cosas pasan a constituirse en el origen o el destino de nuestra actividad del hombre, y cualquier visión e interpretación del mundo pasa a tener la misma validez empírica. Es por estas razones que el materialismo, el secularismo y el relativismo han impregnado las normas que rigen las vidas individuales y las que conforman el derecho positivo o consuetudinario: Así se han dificultado las formas civilizadas de convivencia y se tiene a menudo la sensación de estar viviendo en una especie de Babel donde la diversidad de interpretaciones no solo dificulta la posibilidad de construir un futuro sobre bases comunes, así como la propia inserción de las personas, las familias y las comunidades en el marco de la “economía de la salvación”, y quedan desenraizadas de la realidad cósmica.
Cuando en el marco de la dirección espiritual fui invitado a seguir escribiendo sobre los clásicos, y en particular sobre Shakespeare,1 lo que hubiera sido un mero acto de obediencia puso en marcha mi imaginación, que se vio frente al estímulo de la hoja en blanco, imposible de resistir para “el argentino que llevo adentro”, experto en “todología” como tantos otros. Así, solo busqué trabajar el tema y elaborar un escrito con la intención de renovar el interés por este escritor, en pos de un resultado más espiritual que literario, compatible con mis limitadas posibilidades literarias y con el entorno de la invitación.
Por lo cual, estimado lector, te lo diré claramente: la humilde y pretenciosa intención de estas líneas no es otra que la de “hacer pié” en el clasicismo de Shakespeare para intentar contagiarte con lo que quiero para mi vida: que esta tenga un sentido; esto es, permanecer “bien ubicado y alineado” en el mundo; intentar encontrar y cumplir con la misión que me sea asignada hasta el final, luchar por la salvación... y por la santidad.
Así pues, te invito a leer a Shakespeare, pensando en la santidad, y quiera Dios que alguna idea de las aquí esbozadas sirva para tu vida como me ha servido a mí el meditarlas y escribirlas.
Como Hamlet y como tantos otros, yo he recorrido un camino lleno de angustias y certezas, de dudas y convicciones, de muchas omisiones y menos acción, de apariencias y realidades, de rencores y deseos de justicia, de desordenadas ansias de protagonismo, de muchas imperfecciones, y de confiar finalmente en la Providencia como origen y fin de la existencia, como fuente del sentido de toda acción “ubicada” en el eje del camino de salvación.
Nuestro punto final -el tuyo, el mío- será la misma cumbre. Y en tu caso y en el mío este ascenso que estamos haciendo en el tiempo terminará cuando este se convierta en eternidad. Tu experiencia, como la mía, es única. Como es única cada vida humana, pensada desde la eternidad y para la eternidad.
Gracias a Dios por haberme permitido llegar hasta aquí, a William Shakespeare cuyo mundo me abrió nuevas perspectivas, especiales gracias a Monseñor Mariano Fazio que me impulsó a escribir y que dedicó horas valiosas de su tiempo para ayudarme a depurar un farragoso original lleno de “digresiones”, y a mi amigo Gabriel Sánchez Zinny que me ayudó a terminar este trabajo. Pido anticipadas disculpas, especialmente a quienes verdaderamente se hayan dedicado con mayor profesionalidad al conocimiento de este autor, por la osadía técnica de este ensayo.
1 Siendo solamente un lector y escritor “amateur” (“El liderazgo de Shackleton”), y habiendo solamente elaborado breves ensayos como “El Dante de Benigni” y una breve biografía de Solzhenitsyn
2. Las obras de Shakespeare como mapas, y algunos “sherpas”
Los escritores “clásicos” nos invitan y ayudan a llegar a las cimas del conocimiento humano y de la perfección moral. Los que han recorrido ese camino, nos han dejado indicadas las huellas que nos ayudan a ascender con más facilidad a picos que -sin su auxilio - nos serían inaccesibles. Cada escritor que haya alcanzado la categoría de “clásico” nos invita a “su” montaña, que nos presenta sus desafíos particulares, de características, riqueza y dificultades específicas. En sus obras vamos descubriendo nuevos mapas, que nos muestran diferentes vías de acceso y accidentes a recorrer en nuestro camino personal hacia la cumbre.2
No recorremos todos los mismos caminos. Cada ascenso es diferente, según sean los medios, las fuerzas, la capacidad, y el estado físico de cada uno. Y según su propia visión del mundo y de la literatura. Lo interesante es que todos los desafíos que los “clásicos” nos plantean siempre son de envergadura, y ayudan a elevarse aún al lector no especializado, inspirando los sentimientos que expresaba un gran montañista refiriéndose a su atracción por el Everest: “deseo escalarlo, simplemente porque está ahí”. La necesidad del ascenso es imperativa, como lo es el llamado a la santidad, que está, siempre ahí, esperando. Las invitaciones de los clásicos también, como un auxilio adicional, nos ayudan a ver el camino con mayor claridad... Hay que leerlos “porque están ahí...”
Quizás se pudiera definir a un escritor clásico, como a alguien capaz de escribir una obra tal que esta contribuya de un modo relevante y significativo a encontrar un sentido a la vida (al modo de Viktor Frankl), y a desarrollar una “visión del mundo” coherente y consistente.
Los mejores son como aquellos “sembradores de trigo”. Su aporte nos hace ver nuestras vidas como “obras en construcción”. Nos ayudan a encontrar un sentido, a ampliar los horizontes A buscar nuevas perspectivas más allá “de uno mismo”, como describe “a los que buscan el mar” Antoine de Saint-Exupéry en Ciudadela.3
Solo se trata de ponerse en marcha. Para encontrar o retomar el impulso nada como un pensamiento de “Camino”, un moderno “clásico” con más de cuatro millones de ejemplares vendidos, y traducido a más de cuarenta idiomas, que reza en su prólogo: “ No te contaré nada nuevo. Voy a remover en tus recuerdos, para que se alce algún pensamiento que te hiera: y así mejores tu vida y te metas por caminos de oración y de Amor. Y acabes por ser alma de criterio.” Y si hay una necesidad que clama al cielo en nuestra época para que esta adquiera o retome un sentido, es la de muchas “almas de criterio”. Por supuesto que San José María hablaba allí de “los diversos aspectos de la vida cristiana: carácter, apostolado, oración, trabajo, y virtudes”. Los “clásicos” nos ayudan a que las nuestras sean “ almas de criterio” y encuentren su camino en el laberinto de la vida (externo e interno...) y un sentido al modo de Frankl.
Otro clásico, Dante Alighieri nos invita a volver al “claro mundo”: “Ponte de pie -me dijo mi maestro-: la ruta es larga y el camino es malo, y el sol ya cae al medio de la tercia. (…) Mi guía y yo por esa oculta senda fuimos para volver al claro mundo; y sin preocupación de descansar, subimos, él primero y yo después, hasta que nos dejó mirar el cielo un agujero, por el cual salimos a contemplar de nuevo las estrellas” 4
En su “Disertación sobre la literatura”, entregada a la Academia Sueca con motivo del otorgamiento del Premio Nobel en 1970, Alexander Solzhenitsyn señala que “…la literatura universal posee el poder de ayudar a la humanidad en estas horas de angustia.”… “Aparte de las antiquísimas literaturas nacionales, siempre existió, aún en eras pasadas, el concepto de la literatura universal como una antología que emanaba de las cumbres de las literaturas nacionales a modo de suma total de las influencias literarias mutuas. Pero solía existir una discontinuidad temporal: lectores y escritores llegaban a conocer a escritores de otras lenguas sólo después de un lapso de tiempo, a veces sólo después de siglos, de modo tal que las influencias mutuas también se demoraban y la antología de las cumbres literarias nacionales quedaba revelada solamente a los ojos de los descendientes y no ante los contemporáneos. Pero hoy, entre los escritores de un país y los escritores y lectores de otro, hay una reciprocidad poco menos que instantánea.” (…) “…la literatura universal ya no es una antología abstracta, ni una generalización inventada por los historiadores de la literatura. Es más bien un cuerpo común y un espíritu común, un sentimiento íntimo común que refleja la creciente unidad de la humanidad.” ( ...) “…la literatura universal posee el poder de ayudar a la humanidad en estas horas de angustia. Ayudar a que se vea a si misma tal como realmente es, a pesar del adoctrinamiento de personas y partidos prejuiciosos. La literatura universal posee el poder de aportar experiencia concentrada, de un país a otro, para que dejemos de estar escindidos y confundidos; para que las diferentes escalas de valores puedan ponerse de acuerdo y cada nación aprenda correcta y concisamente la verdadera historia de la otra, con tal intensidad de reconocimiento y de punzante conciencia como si ella misma hubiera experimentado lo mismo, para que pueda liberarse de cometer los mismos errores. Y quizás, bajo esas condiciones, nosotros los artistas estaremos en condiciones de cultivar en nosotros mismos un campo de visión que abarque a todo el mundo: colocándonos en el centro para observar como cualquier otro ser humano lo que está cerca, comenzaremos a integrar en la periferia aquello que está sucediendo en el resto del mundo. Y correlacionaremos y respetaremos las proporciones universales.” Alexander Solzhenitsyn
Como las de otros clásicos, las obras de Shakespeare constituyen una preciada ayuda para emprender -o continuar- el ascenso intelectual y espiritual a las cumbres más exigentes. Su guía nos puede facilitar el camino de ascenso a la cima. Las obras de este autor universalmente traducido y apreciado a través de diferentes épocas y culturas alcanzan y sobran al hombre de nuestro tiempo para ayudarlo a penetrar los meandros de la naturaleza humana en funcionamiento, y las vicisitudes de las diferentes experiencias de la humanidad en el ámbito más amplio de la creación y de la revelación. Al lector inquieto, los textos de Shakespeare le servirán -de un modo ágil y ameno- para encontrarse inmerso en un escenario de humanidad y trascendencia, particularmente en un siglo XXI sometido al desafío existencial de “ser espiritual o no ser”. Hay quien opina que debería ubicárselo a la altura y como complemento de Dante Alighieri.
Vamos a recorrer tres etapas. En la primera avanzaremos en el terreno de la antropología natural, para luego ascender incorporando los elementos de una visión del mundo inspirada en el cristianismo, y finalmente intentaremos el asalto a la cumbre. Veremos si de la mano de Shakespeare podemos encontrar las pistas para que nuestro camino sea seguro, y si nos lleva efectivamente a donde debemos llegar. Al promediar el camino, nos detendremos a prestar atención a algunas indicaciones que el autor hace a los gobernantes, y que sirven -por extensión- a quienes tienen la responsabilidad de dirigir.5
Comenzaremos por ver lo qué pasa cuando entre el bien y el mal se opta por este último. Macbeth es como un espejo donde es posible ver reflejada la conducta humana y las consecuencias inevitables de los actos relacionados con la ética y nos muestra el camino de la virtud y el pecado, el impacto que este tiene en la vida individual y social, y los necesarios atributos virtuosos del buen gobernante. Veremos luego el caso de Hamlet, en su inquieta búsqueda “del mejor bien”, y recorriendo el camino difícil hacia su propia cumbre... Ambos casos, nos ponen la alternativa siempre presente entre el “no serviré” (non serviam) y la confiada entrega a la Providencia en el medio de las tentaciones, la tribulación y la prueba.
Buscamos herramientas concretas para resolver los desafíos del hombre común, que busca llegar a la cima de su propia montaña, siendo que todos estamos invitados a llegar a la cima del monte que lleva nuestro nombre y apellido desde el inicio del tiempo, más que adentrarnos en un análisis sofisticado y erudito. Esto requerirá una aproximación más parecida a la del explorador que del científico. Dejamos a los estudiosos la precisa, meritoria, exigente y erudita tarea literaria.
Nos aproximaremos primero desde una visión fundamentalmente antropológica, y recorreremos el camino de búsqueda de la belleza, de la verdad y del bien, para incorporar luego una visión sobrenatural.6 Seremos testigos así de una pedagogía que se las ingenia para destacar a través de las situaciones, personajes, expresiones, diálogos, o de la misma acción planteados en sus obras, la presencia de los tres obstáculos que se interponen en la búsqueda de la perfección humana y de la santidad de todos los hombres: el demonio, el mundo y la carne, de cuyas manifestaciones Shakespeare siembra múltiples ejemplos que vemos repetirse en las vidas concretas de todos los hombres desde el inicio de los tiempos.
Dos guías ingleses nos ayudarán a acercarnos a la comprensión de ese mensaje humano y espiritual: Theodore Dalrymple y Joseph Pearce serán nuestros sherpas. Cada uno tiene una visión del mundo diferente. Ambos nos plantean el desafío de una doble aproximación a sus obras: con Dalrymple intentaremos una simplemente antropológica; en segundo lugar se nos plantea la posibilidad de que Shakespeare esté aportando también una visión del mundo a la luz de la moral cristiana tradicional, y finalmente veremos si la visión salvífica del cristianismo en general y del catolicismo en particular (tomando el caso de Hamlet) es compatible con la de nuestro autor.
Theodore Dalrymple, un médico psiquiatra muy experimentado y escritor de nuestro tiempo, nos acerca a Shakespeare como si este mismo fuera un gran “anatomista y fisiologista” que nos muestra el funcionamiento de la naturaleza humana y las consecuencias de nuestras elecciones de vida. También, sin tener fe él mismo, nos sugiere la importancia de impulsarnos por los caminos de la “antropología filosófica” y la “antropología teológica” a quienes tenemos la gracia de la fe, al afirmar: “yo no creo que Dios exista, o al menos, no tengo evidencia para sugerir que Dios exista; pero me gustaría muchísimo creer en Dios porque soy muy consciente de que la vida sin Dios es problemática”. Probablemente sin saberlo, aplica el consejo de Benedicto XVI que es mejor y más fácil -aun sin ser creyente- asumir como verdadera la existencia de Dios. Así, la visión de Theodore Dalrymple nos ayuda a llegar en la mejor forma al campamento base, para, desde allí, intentar el asalto a la cumbre.
Dalrymple nos ayudará en una primera etapa de la ascensión a un estadio superior que va a incluir el mundo sobrenatural, comenzando por destacar que como señalara Orwell, “se requiere esfuerzo y determinación para ver lo que está delante de la cara de uno. Y entre los esfuerzos que son requeridos, uno es descartar las lentes de una teorización excesiva o falsa”.
Joseph Pearce, conocido escritor católico, está expresa y particularmente interesado en una visión “sobrenatural” de Shakespeare, y explora “las claves católicas de su literatura”. Nos muestra al autor desde esta dimensión, y profundiza en el contexto histórico, en el marco de la persecución que sufrían los católicos en la Inglaterra de su tiempo, que los llevó en no pocos casos al martirio. Pearce asume el riesgo de interpretar al Bardo a partir del análisis de los textos y del contexto histórico, y realiza inferencias y plantea significados que no osamos poner en duda, aunque para algunos las conclusiones a las que él llega podrían ser solo opiniones discutibles.