5,99 €
La búsqueda de la inmortalidad física es una de las aventuras centrales del pensamiento y de la literatura universal, comenzando con el primer texto escrito del que tenemos registro, la Epopeya de Gilgamesh. El presente libro es una aproximación filosófica y vivencial a este anhelo milenario. El autor sintetiza las diferentes vías que en China, el Tíbet, la India los seres humanos abrieron para alcanzarlo y examina las consecuencias de la adopción de una filosofía y una práctica inmortalistas. Federico Paz muestra que si incorporamos en nuestra vida la posibilidad de no morir, cambia drásticamente nuestra percepción de todos los ámbitos de la experiencia: la sexualidad, la mística, el uso de la tecnología, el compromiso social, etcétera. La inmortalidad interpenetra, entonces, las facetas de nuestra existencia. Este ágil ensayo atrapa al lector desde la primera página. Lo conduce tras las huellas de los inmortales y de quienes superaron otros retos que, en su momento, también parecían imposibles, como los ochomilistas del Himalaya, y muy en especial, el pueblo sherpa, que a lo largo del último siglo ha protagonizado una auténtica epopeya colectiva.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 2013
Federico Paz
Sherpa
Ensayo sobre la inmortalidad
© 2012 by Federico Paz
© de la edición en castellano:
2013 by Editorial Kairós, S.A.
Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Katrien van Steen
Primera edición en papel: Junio 2013
Primera edición digital: Noviembre 2013
ISBN papel: 978-84-9988-244-4
ISBN epub: 978-84-9988-330-4
ISBN kindle: 978-84-9988-331-1
ISBN Google: 978-84-9988-332-8
Depósito legal: B 26.882-2013
Todos los derechos reservados.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.
A Natalia
Prólogo de Vicente Merlo
1. Definiendo los preparativos para la expedición
La inmortalidad y los sherpas
Investigación y práctica
Las tradiciones inmortalistas
Herramientas, prácticas, vías, expediciones y abismos
Tras las huellas de Utnapishtim
El ocaso de los dioses
La epopeya de Tenzing Norgay
2. Breve historia épica de los sherpas
Miyolangsangma y los sherpas
Protección y advertencias de la diosa
Las primeras expediciones
Ang Tharkay y la segunda generación
El encumbramiento de Tenzing
La expedición británica de 1953
Los dos asaltos a la cima
El legado espiritual de los sherpas
3. Grandes cumbres y abismos del Himalaya interior
El montañismo interno
La morada de los dioses y otros inmortales
Inmortalidad e iluminación
El deseo de morir
La conciencia de la muerte
Reinhold Messner: mística de alta montaña
4. La cordillera del alma, nudo de la realidad
Conciencia álmica y personalidad
La arista final de los anhelos
El compañero invisible
El juego arquetípico del alma
El impulso hacia el Espíritu
Sadhana de unificación
Estableciendo un ritmo inmortal
La geografía planetaria como mapa interior
Una medida de ascenso
5. Meditando ante el despliegue de la creación
Inmortalidad en estilo alpino
El círculo virtuoso de la meditación
El acecho, clave de la ascensión
Observar el génesis del samsara
La asistencia de la gracia
6. Amor y sexualidad, cordada de los inmortales
Una cuestión entre dos
Los suicidios en solitario y sus excepciones
La cordada perfecta de los nedrogs
Parejas que escalan ochomiles juntos
Néctar y ambrosía
La primera pareja de inmortales
El océano primigenio de leche
Cimas de placer
7. Las tecnologías internas como factor evolutivo
El Paleolítico superior
Mitología sherpa: Tashi Tseringa
Los yetis de la psique
Consecuencias de una filosofía inmortalista
La herejía de los ochomilistas
Cinco grandes tesoros de las nieves
8. Vías orientales y amerindias a la inmortalidad física
La larga marcha del inmortalismo oriental
Vía hindú: el hatha-yoga
Asanas y ley de la gravedad
Vía china: la alquimia interna taoísta
El curso circular de la luz
Vía mexicana: el nagualismo tolteca
Una ruta escarpada
9. Vías occidentales a la inmortalidad
El flanco occidental
Una vía muerta: la genética
Vía mistérica: el esoterismo occidental
La “cultura galáctica”
Vía inmortalista: el “renacimiento”
La inmortalidad en tres etapas
Epílogo: Ante la agonía de lo Absoluto
Notas
Notas bibliográficas
Agradecimientos
Sherpa: ensayo sobre la inmortalidad es un libro sugerente y para algunos quizás desconcertante. Aquellos que todavía participan del paradigma agonizante que considera, auspiciado por el cientificismo prepotente, que con la muerte del cuerpo físico termina toda conciencia asociada a este en vida, probablemente ni siquiera se acercarán a estas páginas.
Pero, desconcertante, y sin duda sugerente, puede resultar también para quienes se hallan no en una concepción materialista como la anterior, sino en alguna de las concepciones espiritualistas que ven en el cuerpo una cárcel del alma, un fardo indeseado, o al menos un obstáculo en el camino de la realización espiritual. Una realización espiritual que se concibe, justamente, asociada a la “liberación” del cuerpo, del karma y de la necesidad de volver a encarnar, una y otra vez, en esta sufriente e inquietante rueda de la vida, que diríase fruto de un “castigo”, al menos de una “caída”, si no de un demiurgo no demasiado benevolente.
Y, sin embargo, esas son dos de las concepciones dominantes hoy. Frente a ellas, Federico Paz teje con soltura y belleza una narración deliciosa en la que el sherpa se convierte en símbolo central del “montañismo interior”, es decir de la escalada a las cumbres de nuestra consciencia, a las cimas de la realidad, a los Himalayas del alma. Si bien se trata de una metáfora muy empleada, rara vez ha sido tan desarrollada como en esta obra, que supone un reto para las concepciones espiritualistas que todavía no se han reconciliado con el cuerpo.
Efectivamente, en ella encontramos una breve historia de los sherpas, encargados no solo de llevar la carga de los escaladores, sino también de mostrar el camino y de ejemplificar el esfuerzo, la resistencia y la humildad, con una constante comparación entre el alpinismo de las altas cumbres, “los ochomiles”, y el ascenso a las cumbres nevadas del Espíritu.
Esto hace que el libro sea ya de gran interés para los aficionados a la escalada y el montañismo, pues los hombres y mujeres que han hecho historia en semejantes proezas físicas nos acompañan a lo largo de toda la expedición. Ahora bien, no cabe duda que sus gestas son metáforas que nos transportan a las hazañas espirituales de los “inmortales” y a las ideas e ideales de los “inmortalistas”.
Los “inmortalistas” son quienes acarician la idea de una inmortalización del cuerpo físico. No como un desesperado intento de escapar de la angustia ante la muerte, sino como una recreación de la inmortalidad esencial que, como reconoce el autor en alguna ocasión, es la inmortalidad del espíritu.
Los “inmortales” serían no los “dioses” al estilo griego, que, en su mayoría al menos, parecen no haber sido nunca humanos, sino aquellos seres humanos que han alcanzado la posibilidad de seguir viviendo en el mismo cuerpo físico durante todo el tiempo deseado, atravesando los siglos. Una versión moderada de este ideal, o una manifestación del mismo, sería la “longevidad” de la que se nos habla en distintas tradiciones, desde la hebraica hasta la taoísta, por poner solo dos ejemplos.
Una de las virtudes del libro es la agilidad con que se recurre a las más distintas tradiciones para ilustrar la tesis central. Como era de esperar, la tradición hindú, a través del Yoga y especialmente del hatha-yoga y el tantra, así como la tradición taoísta, pasan a un primer plano, por la cantidad de referencias que conservamos.
Pero no faltan en la expedición los senderos amerindios ni las más recientes versiones de la “filosofía inmortalista” tal como se presentan en lo que el autor denomina la “cultura galáctica”, y muy especialmente en las concepciones asociadas a la técnica conocida como rebirthing (renacimiento), que no hay que confundir con el renacimiento/reencarnación, a cuyo auge asistimos no solo desde las tradiciones orientales, sino también desde las más diversas enseñanzas esotéricas contemporáneas, así como desde investigaciones actuales independientes.
Hay muchas cosas que hacen de este libro una obra de gran interés. Obviamente, no porque ofrezca pruebas incuestionables, “científicas”, de la existencia de algunos inmortales, algo que en ningún momento trata de hacer el autor, y que, si bien puede defraudar a los más analíticos cientificistas, sitúa al lector en un cómodo lugar de acompañante de estas narraciones plausibles que entrelazan mitos y leyendas con descripciones y confesiones que apelan a una intuición y una esperanza puestas en la posible inmortalización del físico. Esta intuición se asienta en un nivel más profundo del ser humano, y no siempre depende de las demostraciones intersubjetivas, “irrefutables”, de la ciencia actual.
De gran interés, entre otras cosas, porque sin abandonar el hilo conductor de esta fascinante travesía, el autor va ofreciendo abundantes referencias y ricas reflexiones acerca de muy variados temas que constituyen aspectos relevantes en alguna de las tradiciones inmortalistas, o en todas ellas. Pienso, por ejemplo, en la cuestión de la meditación, tratada con acierto, o en la actitud de “acecho”, o en esa importancia concedida a la pareja y al grupo en la escalada, en el ascenso, con correspondencias y analogías muy oportunas y significativas entre las parejas tántricas y las parejas de escaladores, cuya ayuda mutua resulta indispensable para “ascender” a las cumbres más difíciles.
Pues de eso se trata, de plantear la posibilidad de que las más altas cumbres no necesariamente sean las de un beatífico nirvana más allá de esta tierra o una liberación luminosa más allá de este cuerpo, sino que, partiendo de ellos y como ideal que regule nuestra existencia y guíe nuestra forma de vida, aparezca a la lejanía la posibilidad real, acaso ya lograda en un puñado de ochomilistas del alma, de conservar a voluntad el cuerpo físico, en este caso, qué duda cabe, alquímicamente transformado, tántricamente sublimizado, yóguicamente supramentalizado, convertido ahora ya en un flexible y luminoso canal de expresión del alto voltaje que desde las cumbres nevadas de la “conciencia álmica” pueden descender hacia otros buscadores, lanzando la cuerda y el ejemplo que permita a otros tan luminosa “ascensión”.
Un libro para disfrutar, tanto como para cuestionar algunos de nuestros presupuestos más firmes. Un libro pionero en la re-apertura de este valiente camino.
La siguiente cita del libro resume bien la tesis central y el método analógico empleado, en el que la correspondencia entre lo que sucede en el montañismo exterior y el alpinismo interior resulta elocuente: «La mayoría de las veces morimos por no reconocer los propios pensamientos antes de que estallen o se transformen en un alud que nos sepulta».
VICENTE MERLO
«No quiero alcanzar la inmortalidad a través de mi obra; quiero alcanzarla por el sistema de no morir».
WOODY ALLEN
Al comienzo de la escritura de estas páginas estaba interesado, como núcleo de una indagación experimental y filosófica, en el arte de la alquimia interna, en el cuerpo y el alma humanos como laboratorios donde poner a prueba las máximas aspiraciones de cada tradición espiritual o religiosa: longevidad, paraíso, maestría amatoria, redención, iluminación, inmortalidad, etcétera.
Pero a partir de un cierto momento preferí concentrarme en exclusiva en este último logro, pues hasta donde alcanzo a ver es la más alta cumbre alcanzada por los linajes iniciáticos de todas las tradiciones. Así, quien fuera un inmortal realizado podría darse el gusto de pasar algunos siglos en el paraíso terrenal, de redimirlo todo, de ser un maestro en el arte de la alcoba y en cualquier otro que le apetezca; probablemente sea también un iluminado y, sin ninguna duda, vivirá muchos años.
Poco a poco comprendí que lograr la inmortalidad no era tarea sencilla ni que había tampoco ninguna certeza de que quien lo intentase fuera a conseguirlo. Había que hacer los preparativos necesarios, entrenarse en forma física y mental, rodearse de la gente adecuada y lanzarse hacia ello sin desfallecer ni caer en la inercia de dejarse morir. ¡La misma actitud de la que hacían gala los escaladores! Comprendí entonces que ningún otro símbolo podía resultar más adecuado que el del “montañismo interior” para describir el afán por lograr la inmortalidad.
Como escaladores de los mundos interiores, se trataba de ir subiendo poco a poco y de ir superando los obstáculos. Nada garantizaba que se pudiera lograr la meta prevista en un primer intento, pero sí que este mostraría el nivel de las propias fuerzas y que sobre la marcha pondría en evidencia los puntos débiles y las limitaciones.
Desde entonces nunca dejé de representarme esta búsqueda como montañismo puro y duro, absorbiendo los consejos de los grandes himalayistas y leyendo sus relatos y memorias. Hurgando entre estas palabras cobré conciencia de la dimensión épica del pueblo sherpa, de su protagonismo en la epopeya de los ochomiles y de su legado espiritual. Comprendí que si algún ser humano en esta Tierra es el más adecuado para guiarnos hacia la inmortalidad física, este es probablemente un sherpa de elite.
Hasta me atrevería a decir que si ellos no son inmortales realizados es porque son budistas de la tradición Vajrayana o “vía del diamante”, cuyos rinpoches reencarnados son maestros en el arte de la continuidad de la consciencia entre diferentes vidas, más que de la continuidad del cuerpo físico durante una vida infinita.
Se sabe y se ha comprobado que muchos grandes lamas de esta tradición han reencarnado en lugares previamente elegidos. A partir de esto no es descabellado suponer que no exista más que un paso desde cambiarse de cuerpo como quien se cambia de camisa, a conservar el mismo cuerpo –o bien la misma camisa–, lo que es viable si se consigue mantener el cuerpo o la camisa en buenas condiciones.
Como esto no es imposible, podemos sospechar que ha de haber poderosas razones para que tantos sabios e iluminados budistas hayan deseado de todos modos morir y cambiar de cuerpo, tal como muchos nos quitamos la camisa, dormimos y luego nos ponemos otra, aunque la anterior continúe impecable.
La principal razón –arriesgaría– es la “costumbre”, que hace que cada día miles de personas mueran sin cuestionárselo y que los budistas tibetanos, incluidos los sherpas, no busquen la inmortalidad física sino la iluminación.
Ya volveré sobre la compatibilidad entre las dos grandes cumbres del Himalaya interior, la “iluminación” y la “inmortalidad”, quizás las más altas aspiraciones humanas junto con la “resurrección”. Por ahora basta decir que nadie debería renunciar a la visión de la “no dualidad radical” por aspirar a la continuidad de su cuerpo. Por el contrario, pretender que continúe el alma y el hilo de la memoria entre las diferentes vidas, pero que el cuerpo deba desaparecer entre ellas es más bien una evidencia de que aún subsiste una visión dual de la existencia.
Como se acaba de sugerir, habría tres grandes cumbres tradicionales hacia las que los hombres y las mujeres se han lanzado con el deseo de trascender la muerte vulgar y corriente tal como la conocemos en nuestras sociedades. Estas cumbres serían la “iluminación espiritual”, la “resurrección de la carne” y la “inmortalidad física”.
La llamada “inmortalidad del alma” sería tanto la búsqueda de la “iluminación” a través de varias vidas unidas entre sí por el hilo de las sucesivas reencarnaciones como la plataforma sin la que la “inmortalidad física” y la “resurrección” no se entienden ni se logran. Se podría simbolizar diciendo que la “iluminación”, la “inmortalidad física” y la “resurrección de entre los muertos” serían las cumbres y que la “inmortalidad del alma” sería la cordillera sin la cual ninguna de las tres cimas es posible.
Si uno buscase la “iluminación” quizás emprendería el camino del Vedanta, o bien la senda del Buddha, como ya vimos que hacen los sherpas. Si buscase emular el misterio de la “resurrección de la carne”, se iniciaría por la vía de la cristología.
Ahora bien: ¿por dónde deberían dirigirse quienes anhelan el conocimiento práctico de la “inmortalidad física”? Lo único que está claro, sea cual sea la elección, es que estos viajeros se encontrarán formando parte de una expedición bastante marginal.
Inicialmente hubiese preferido no circunscribirme a ninguna tradición en particular, aunque ya se podía asumir que algunas de ellas tenían para aportar mucho más que otras tradiciones que ni siquiera han considerado seriamente la cuestión de la “inmortalidad física”. Sin embargo, como siempre que alguien se interesa por un tema puntual, pronto comenzaron a aparecer las fuentes escritas antiguas y los testimonios recientes de quienes se han interesado antes por lo mismo. En este caso, se hicieron visibles cinco vías vigentes del inmortalismo.
Mencionaré ahora cuáles son las tradiciones en las que parece razonable adentrarse, para así facilitarle al lector una elección de la vía que considere más adecuada para tentar su propia cima de la inmortalidad, si esa es su aspiración. Lo hago con el convencimiento de que es bueno que quien la busque saque sus propias conclusiones y asuma su propia filosofía antes de formar parte de cualquier expedición.
La paradoja obviamente reside en que si no nos entregamos en cuerpo y alma a ninguna práctica procedente de alguna tradición, o bien a un combinado de ellas, difícilmente nos sintamos atraídos hacia la vida eterna; pues este anhelo no suele ser consecuencia de la asimilación teórica de una “filosofía general de la inmortalidad”, sino de un amor permanente por la vida que solo podemos sostener a través de los años mediante una constante y enriquecedora práctica o sadhana.
Los inmortalistas son personas prácticas y activas que se dedican seriamente a su objetivo una vez que han tomado la decisión, pero no son practicantes ciegos que siguen vías muertas sin cuestionárselo. Esta paradoja se resuelve entonces practicando mientras se investiga. A medida que se investiga se aclaran muchas dudas acerca de la práctica, y a medida que se practica, el cuerpo físico comienza a asociarse al alma inmortal, a igualarse a ella en todo y a desear, por ende, la inmortalidad también para sí.
Sin la práctica es posible que los sinsabores y los traspiés que forman parte de la vida le quiten al aspirante el deseo de lograr la inmortalidad o que, directamente, nunca sienta plenamente tal anhelo. Sin la investigación, por otro lado, es probable que el practicante dedique años a lograr una inmortalidad que finalmente resulta ser que no interesaba tanto, o bien que elija vías de ascenso que no sean las adecuadas para él.
Lo mejor entonces es disponer de toda la información posible y desde el principio practicar lo que más atrae. Luego, la propia práctica indicará los ajustes que sean necesarios hacer, incluidos los abandonos o cambios de prácticas.
Las tradiciones más evidentes en las que se pueden encontrar referentes inmortales son el samkya-yoga y el tao chiao. Por eso, para la mayoría de los aspirantes lo más simple será elegir alguna de las prácticas de estas dos vías, por ejemplo el hatha-yoga o la “alquimia interna taoísta” (neidan) y dedicar su disciplina a desarrollar tal sadhana. En la práctica y el estudio de estas dos disciplinas hay numerosas claves para quienes buscan seriamente la inmortalidad. La sola profundización en la práctica e investigación podría conducir, con los años, a un ritmo de vida auténticamente inmortal.
No obstante y puesto que todos han oído hablar de yoguis y de alquimistas que también han muerto, es preciso combinar estas prácticas con la asunción de una filosofía inmortalista que actúe tanto sobre la consciencia como sobre el inconsciente. Mientras se practica, es fundamental dejar de querer morirse en secreto.
Si se profundiza en las filosofías hinduista o taoísta, ahí también hay que separar la paja del trigo, pues en ambas tradiciones se ha vislumbrado el horizonte de la inmortalidad física pero este no ha sido ni de lejos el único horizonte hacia al que sus practicantes y grandes maestros han dirigido sus pasos.
En el caso del hinduismo, la línea oficial encarnada en los brahmanes se dirige hacia la cima de la “percepción no dual”. Los aspirantes, por llamarlos de algún modo, son “iluministas”, y en el caso de lograr su cometido se vuelven “iluminados”. Sin embargo, hubo muchos yoguis y renunciantes a su sociedad que a lo largo de los siglos han buscado y alcanzado la inmortalidad física. La literatura sagrada de la India está colmada de historias sobre yoguis inmortales.
En la vía del taoísmo, por otro lado, la búsqueda de la inmortalidad es casi oficial, pero a veces ambigua. Aquello a lo que llaman “inmortalidad” –e incluso “inmortalidad física”– no siempre resulta ser exactamente lo mismo. A veces el cuerpo físico sobrevive tal como lo concebimos. Otras veces no está tan claro, pero en todos los casos es evidente que la materia que continúa no es tan tosca como la actual, sino que atraviesa a lo largo de la vida diferentes niveles de sutilización que a veces incluyen la desmaterialización y eventual materialización del cuerpo físico.
Para nosotros, occidentales del siglo XXI, todo esto puede parecer ciencia ficción, pero los taoístas lo consideran una posibilidad muy concreta y hay cientos de historias sobre practicantes que han realizado alguno de estos tipos de inmortalidad.
Además, existen miles de relatos sobre otros alquimistas chinos que, si bien no la han logrado en el sentido de vivir para siempre, sí que han sido sumamente longevos y sabios, superando en algunos casos los dos, tres, o más siglos de vida.
Como vías alternativas, además del yoga y el taoísmo, hay otras tradiciones que de algún modo más o menos abierto, más o menos accesible, enseñan todavía senderos hacia la inmortalidad. Dos de ellas son los linajes del nagualismo mesoamericano y diversas tradiciones “mistéricas” de la antigüedad occidental que hoy comienzan a resurgir asociadas a la llamada “cultura galáctica”.
En el caso del nagualismo, las partidas de chamanes formadas por grupos de entre nueve y diecisiete practicantes alineados en torno a la figura del nagual pasan a otros planos de la realidad donde no existe la muerte, y lo hacen con el cuerpo físico. Luego, al igual que algunos taoístas, si lo consideran necesario, pueden materializar nuevamente sus cuerpos en nuestro mundo cotidiano. Esta práctica tuvo su punto álgido en el mundo de los toltecas clásicos, pero continúa viva en la actualidad.
En el caso del movimiento filosófico y esotérico denominado “cultura galáctica”, se trata de mensajes y prácticas de acceso a nuevos niveles de realidad de un modo similar a lo que sucedía en las “escuelas de misterios” de la antigüedad, pero aggiornadas a nuestro tiempo. Y al igual que en las iniciaciones del mundo antiguo, entre las actuales también parecería haber algunas que son auténticas y otras que no. De entre las auténticas, algunas hicieron clara mención a las razones para intentar la inmortalidad y a los métodos para lograrla.
Solo por dar un ejemplo de un famoso inmortal proveniente de cada una de estas cuatro tradiciones, mencionaré respectivamente al yogui Babaji, al emperador taoísta Huang Di, al nagual Juan Matus y al esoterista Apolonio de Tiana.
Las cuatro tradiciones se reconocen a sí mismas como herederas de linajes muy antiguos, de no menos de cuatro milenios de historia cada una. La yóguica procede de la antigua India dravídica, la taoísta hunde sus raíces en el primitivo chamanismo chino, el nagualismo tolteca existiría desde hace ya más de diez mil años y la línea mistérica remontaría sus orígenes, según algunas versiones, hasta la misma Atlántida.
En principio, no tomaré muy en cuenta si los datos anteriores son verdad o no para quienes basan sus fuentes solo en los restos arqueológicos o en los testimonios escritos de la época. Me guiaré más bien, como norma, por la forma en la que los representantes de cada tradición han querido presentarse a sí mismos, suponiendo que tienen sus razones para hacerlo así.
Es preciso, pues, declarar a priori la presunción de inocencia de todos. No obstante, la investigación honesta y el propio discernimiento son instrumentos imprescindibles para diferenciar lo que es auténtico de lo que no. Sin ellos, somos como ochomilistas perdiéndose en senderos inútiles. Como decía Reinhold Messner: «Este instinto para el buen camino era nuestro lado fuerte».1a
Una quinta vía es la actual práctica del rebirthing o “renacimiento”, cuyos teóricos por primera vez en la historia han creado un movimiento que se declara abiertamente inmortalista, haciendo un rastreo de numerosos inmortales históricos que se remontan a los comienzos mismos de la escritura.
Entre ellos reconocen, por ejemplo, a Enoch, Gorakhnath, Al-Jadir, Saint Germain o la princesa Mira Bai, incluyendo con el término de “inmortalidad física” a una gran variedad de formas de no morir. Muchas de sus prácticas son de purificación y están vinculadas a las tradiciones yóguica y chamánica, incluyendo respiraciones, baños rituales, ayunos y participación en temazcales.