Siempre dama de honor - La sensata secretaria - De nuevo enamorada - Nicola Marsh - E-Book

Siempre dama de honor - La sensata secretaria - De nuevo enamorada E-Book

NICOLA MARSH

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Beschreibung

Siempre dama de honor Nicola Marsh Otra invitación de cantos dorados apareció en el buzón de Eve Pemberton pero, en lugar de asistir sola como siempre hacía, en aquella ocasión la práctica mujer de negocios buscaría una pareja falsa. El multimillonario Bryce Gibson era casi una cita de ensueño. Solo había un problema: era el hombre que le rompió el corazón a Eve cuando era adolescente. La sensata secretaria Jessica Hart ¿Sabes cuando conoces a un hombre guapísimo y sientes mariposas en el estómago? Pues eso fue lo que sentí yo, Summer Curtis, cuando conocí a mi jefe, Phin Gibson, un hombre tan atractivo como una estrella de cine. Phin es guapísimo, pero siempre llega tarde, es horriblemente desordenado y caótico… todo lo contrario a mí. ¡Y, sin embargo, está consiguiendo que yo, la prudente Summer, quiera soltarme el pelo! De nuevo enamorada Jennie Adams Después de un duro desengaño amoroso, Lally Douglas no quería volver a arriesgarse; prefería pasar inadvertida, por eso durante años solo había trabajado para su familia. Pero entonces se vio obligada a salir al mundo y encontrar trabajo, y así acabó siendo el ama de llaves de Cameron Travers. Para su sorpresa, muy pronto empezó a desear que su nuevo jefe se fijara en ella y la viera como algo más que una empleada.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 457 - marzo 2019

 

© 2010 Nicola Marsh

Siempre dama de honor

Título original: Three Times a Bridesmaid...

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

© 2010 Jessica Hart

La sensata secretaria

Título original: Oh-So-Sensible Secretary

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

© 2010 Jennie Adams

De nuevo enamorada

Título original: What’s a Housekeeper to Do?

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientosde negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradaspropiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y susfiliales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin EnterprisesLimited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-941-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Siempre dama de honor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

La sensata secretaria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

De nuevo enamorada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LAS parejas de ensueño eran difíciles de encontrar. Eve Pemberton debería saberlo. Lo había intentado.

Con un suspiro de exasperación, apartó con el codo la invitación de boda de bordes dorados que estaba en medio de su mesa. No se movió, rígida, inamovible, desafiante.

Sabía lo que tenía que hacer, pero no quería hacerlo.

Respiró hondo, apartó la invitación y abrió el ordenador portátil. Era un momento tan bueno como cualquier otro para continuar con su búsqueda de la pareja soñada.

–Es un negocio –murmuró mientras sus dedos volaban sobre las teclas–. Esto no va a ninguna parte.

Puso los ojos en blanco al mirar la pantalla, cubierta de almibarados corazones rojos, y pulsó la tecla de intro con la esperanza de que no tardara mucho. Tenía un millón de cosas que hacer en su lista de tareas pendientes. Para empezar, perseguir a unos contratistas de una de las tribunas del Open de Tenis de Australia para asegurarse de que todos los sistemas funcionaban en el momento del saque de inauguración de la Liga de Fútbol Australiana en el Melbourne Cricket Ground.

Le encantaba su trabajo de coordinadora y preferiría estar con un grupo de futbolistas que buscando su pareja soñada a través de una agencia de contactos de Internet, pero tenía que hacerlo. No tenía elección.

El primer perfil se materializó en la pantalla. No estaba mal. Era una rostro agradable, una agradable sonrisa, sólo… agradable. Era una pena que no quisiera algo agradable. Quería alguien guapo de la muerte.

Mientras sus dedos recorrían el teclado para ver hasta veinticinco tipos, sus esperanzas se iban desvaneciendo. No había ninguno que destacara entre los demás, no la clase de hombre que necesitaba para impresionar a la futura recién casada, Mattie, y a sus amigas Linda y Carol. Había ido sola a todas las bodas de su entorno social y ya estaba bien. Había sido la única dama de honor sin pareja en todas las bodas, y eso tenía que cambiar.

Aunque ninguna había dicho nunca nada, había notado sus miradas de lástima, su frenética búsqueda de alguien adecuado entre los invitados, o peor aún, las presentaciones «accidentales» de primos segundos. Parecía que llegaba a todas las bodas con las palabras «desesperada por tener pareja» tatuadas en la frente.

Esa vez no. Mattie, la última amiga soltera a punto de dejar de serlo, era especialmente sensible a su estado de ánimo y no quería estropearle el día apareciendo sola.

Una última boda a la que asistir, una última vez que se vestía de dama de honor… La idea la animó por un momento y renovó la búsqueda vigorosamente, reacia a reconocer la decepción cuando el quincuagésimo perfil se desdibujó delante de ella.

Todos esos tipos parecían iguales: buscaban una amiga con vistas a una relación, les gustaba pasear por la playa y disfrutaban de las cenas agradables.

Bueno, no necesitaba ni una amistad, ni una relación ni nada parecido. Era una mujer de negocios muy ocupada que necesitaba alguien con quien salir, nada más. Y nada menos. Utilizaba la Red constantemente en su trabajo, así que encontrar una cita por ese medio debería haber sido pan comido, ¿no?

Había tenido ya cinco citas, cinco citas aburridas, dolorosas y de bla, bla, bla… y nada. Ninguna cita de ensueño entre todo el mediocre lote.

Era su último intento, la última agencia en línea con la que lo había intentado.

Con un resoplido de disgusto, se separó de la mesa y se frotó la nariz. En ese momento, una fotografía situada en una esquina de la página de noticias atrajo su atención.

Accionó sobre la imagen para ampliar la noticia. Se quedó sin aliento cuando la fotografía se expandió y llenó la mitad de la pantalla con unos brillantes ojos azules, una carismática sonrisa y un encantador hoyuelo. Había querido a alguien guapo de la muerte. Ya lo tenía.

El único problema era que Bryce Gibson sabía perfectamente lo atractivo que era y, peor aún, sabía lo mucho que a ella le afectaba.

Decidida a ignorar el adorable hoyuelo que recordaba demasiado bien, leyó por encima el artículo.

 

Un nuevo ejecutivo del mundo de la publicidad llega a Melbourne desde Sidney… necesita probarse a sí mismo… espera grandes cosas…

 

–Bla, bla, bla… –murmuró entre dientes sin dejar de mirar la fotografía.

Sí, Bryce Gibson había cambiado poco. Aún parecía con demasiada confianza en sí mismo, demasiado carisma, demasiado… todo. Tenía encanto hasta rebosar y ella se había fingido inmune. Hasta que Tony había cumplido veintiún años, la noche que lo había cambiado todo.

Miró la fotografía y recordó la fiesta de la mayoría de edad de su hermano.

Esa noche había sido el catalizador que la había llevado a donde estaba: nueva imagen, nueva seguridad en sí misma, nueva personalidad.

Debería agradecérselo a Bryce: por flirtear, por tomarle el pelo, por haberle hecho sentir como una mujer por primera vez en su vida. O debería patearlo por lo que había pasado después. Después de ese casi beso…

Daba lo mismo, le habría encantado que el señor Carisma la viera en ese momento…

Apartó la mano del ratón como si quemara. No, mala idea. Muy mala idea.

–Necesitas una cita con el tipo más sexy del planeta. La clase de tipo que transmite a tus amigas que estás bien, que puedes pescar a un hombre estupendo, pero que has decidido no hacerlo.

«Sí, pero de quien estamos hablando es de Bryce Superfrío Gibson», le dijo una voz interior. «¿Lo recuerdas? El tipo que se rió de ti. Que empleó ese legendario encanto hasta hacerte enrojecer. El tipo que se salió de su camino para hacerte caso cuando tú no querías y que después, cuando ya querías, te dejó helada».

–Sí, pero eso fue entonces y esto es ahora. ¿No te gustaría enseñarle lo lejos que has llegado? ¿Dónde está tu orgullo?

«Pero pensará que estás desesperada si le pides salir. O, peor aún, que todavía te gusta. Y, además, recurrir a una agencia de contactos era algo muy profesional. Una cita sin excesos, sin expectativas».

–¿Y qué? ¿Por qué no puede ser lo de Bryce igual de profesional?

Sacudió la cabeza y miró la fotografía de Bryce. Cumplía sus criterios en todos los sentidos: atractivo, exitoso, encantador, la clase de tipo que demostraría para siempre a sus amigas que podía salir con quien quisiera y que si no lo hacía era porque había decidido apostar por su profesión.

Tamborileó con los dedos en la mesa. Sabía que no tenía elección. Los tipos con los que había salido estaban por debajo de la media, lo mismo que los candidatos potenciales de esa última agencia. Cuando, en realidad, tenía la cita perfecta delante de los ojos.

Tendió la mano en dirección al teléfono y apenas lo rozó, retiró la mano. No podía hacerlo. Daba lo mismo lo lejos que hubiera llegado, no podía levantar el teléfono y pedirle que saliera con ella. Era absurdo. Era una locura. Pero cuanto más miraba esos ojos, esos tentadores labios, recordando lo cerca que habían estado de los suyos, más inevitable era.

Habían compartido un destello, un atisbo de algo que jamás había soñado que fuera posible esa noche especial y, aunque había terminado mal, no había como un viaje por los recuerdos para recibir una inyección de confianza.

Había utilizado lo que había ocurrido como un catalizador y se había reinventado a sí misma después de esa noche. ¿No sería estupendo mostrarle lo lejos que había llegado, una especie de «Gibson, mira lo que te has perdido»?

Pero era algo más que eso y ahí radicaba el problema. Podía ser falta de confianza, pero sería tonta si creyera que sería completamente inmune a él, incluso después de ocho años.

Daban lo mismo los vestidos de diseño, los cortes de pelo o los zapatos que tuviera, daban lo mismo los eventos que presidiera como una reina, daban lo mismo las reservas que tuviera hechas para el año siguiente, había una parte pequeña e insegura de ella que esperaba que él no le echara ni una mirada y se marchara como había hecho al final de aquella noche.

Normas, necesitaba normas. Normas claras y que evitaran que se hiciera líos. Normas que le dieran una sacudida a su corazón si contemplaba la posibilidad de otra cosa que no fuera utilizarlo como una cita provisional para asistir a la boda.

Tamborileó ausente sobre un documento mientras dudaba de si era sabio llamar en frío a un tipo que una vez le había gustado y pedirle que saliera con ella durante un periodo de tiempo prefijado.

¿Sabio? Más bien una locura, pensó mientras su vista recorría los documentos que tenía delante. Volvió a mirar la fotografía de Bryce. Sabía que podía hacerlo. Era una mujer de negocios de éxito, acostumbrada a seguir procesos y procedimientos hasta el enésimo grado. Y eso sería exactamente salir con Bryce el mes siguiente, un procedimiento para conseguir lo que quería: convencer a sus amigas en la boda de Mattie de que estaba bien y libre de estrés. Podría hacerlo.

Ignorando la bandada de mariposas que tenía en el estómago, se concentró en la invitación de la boda y agarró el teléfono con manos temblorosas.

Ningún momento sería mejor que ése para comprobar si Bryce, con sus ojos hipnotizadores y magnética sonrisa, se apuntaría a la fiesta… en sentido literal.

 

 

–Menuda vista, ¿eh?

Bryce dejó de mirar por la ventana de su despacho y se giró hacia su colega Davin. El panorama de Melbourne era fantástico, pero decididamente menos que la vista de un millón de dólares sobre el puerto de Sidney a la que había renunciado cuando había aceptado su nuevo trabajo en la agencia de publicidad Ballyhoo.

No era un mal acuerdo. Había afrontado la pérdida de las vistas y aceptado la oportunidad. Ballyhoo era importante en el mundo de la publicidad y estaba impaciente por lanzarse al nuevo reto.

–No está mal. Aunque no pasaré mucho tiempo mirando por la ventana con el trabajo que hay.

Indicó la pila de manuales de recursos humanos que había encima de su mesa e hizo la anotación mental de que tenía que empezar a echarles un vistazo, empezando por los marcados como Lo antes posible.

–¿Ya te has reunido con Sol?

Bryce sacudió la cabeza y se dejó caer en la butaca.

–Está en Auckland, me ha dicho que nos reuniremos cuando vuelva.

–Bien.

Davin se apoyó en la mesa y abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar.

–¿Y?

La incomodidad de Bryce creció cuando Davin, sin mirarle a los ojos, se puso a juguetear con el tarro de los bolígrafos.

–Sabes que somos la agencia número uno de Melbourne, ¿no?

Oh, sí, lo sabía. Solomon Perlman, director general de Ballyhoo, había exaltado las virtudes de la agencia cuando le había ofrecido el puesto. Se había sentido tentado por la cuenta de la delegación de la empresa, por los nuevos retos. Y Sol había acabado de completar su oferta con un salario que habría hecho parpadear al primer ministro.

Trabajar para una empresa tan grande como Ballyhoo dispararía su carrera hasta la estratosfera. Algo para lo que había trabajado los últimos años, algo que se merecía después del duro camino que había recorrido.

–Sí, Sol ha mencionado lo de la primera agencia un par de veces. ¿Adónde quieres llegar?

Davin se movió ligeramente. Su expresión iba de lo furtivo a la pretensión de congraciarse con él. Eso puso su radar en marcha.

–Somos la número uno porque Sol sólo persigue los grandes contratos. No aceptará nada menor.

–Eso ya lo sé.

–Los rumores dicen que te han traído para reorganizar esto. Sol sabe los clientes que tú cortejabas en Sidney. Quiere los mismos resultados aquí, pronto.

–Lleva meses hacer contactos en esta industria. Sol lo sabe.

–Sólo te digo cómo son las cosas. Sol espera resultados y no es un hombre paciente.

–Y me cuentas esto porque…

La avaricia que brilló en los ojos de Davin le dijo, antes de que pronunciara ni una palabra, por qué su nuevo compañero actuaba con tanta camaradería.

–Ahora estamos en el mismo equipo.

Así que cuando él consiguiera las grandes cuentas, Davin también gozaría de gloria. Había visto gente de su clase en Sidney, trabajadores negligentes deseosos de mejorar gracias al trabajo de otros.

–Y hablando de equipo, unos cuantos vamos a salir esta noche a tomar unas copas, ¿te apuntas?

Lo último que le apetecía era hacer vida social con tipos como Davin, pero necesitaba conocer a sus compañeros de trabajo y el modo más rápido era tomar una cerveza.

–Claro.

–Normalmente quedamos en The Elephant and Wheelbarrow sobre las seis.

–Estupendo.

–Hasta luego –Davin saludó con la mano y salió del despacho con una sonrisa presuntuosa.

Bryce se relajó en la butaca, enlazó los dedos y estiró los brazos deseando poder considerar las palabras de Davin como tonterías inútiles. Pero no podía. Ballyhoo era la agencia número uno y acababa de entrar como ejecutivo. Sol esperaría resultados, y rápido.

¿Qué pasaría si no lo conseguía? La duda lo envolvió como una pitón. El fracaso no iba con él. Nunca había ido.

Sonó el teléfono y atendió la llamada.

–Bryce Gibson al habla.

–Bryce, soy Eve Pemberton. La hermana de Tony.

No necesitaba ninguna aclaración. Sabía quién era Eve Pemberton. Lo que quería saber era qué le había hecho a su voz. No había sonado así de dulce de adolescente. Aunque tampoco había hablado mucho con ella. Hasta aquella noche que casi había olvidado.

–Hola, Eve, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo!

–Estoy bien, gracias.

Ella hizo una pausa y su curiosidad se incrementó. ¿Qué querría de él esa Eve de maneras suaves? Sobre todo después de cómo habían acabado las cosas entre ellos.

–Tengo una propuesta de negocios que hacerte. ¿Estás libre para tomar una copa después del trabajo? –dijo ella.

–La verdad es que no puedo…

La frase murió en sus labios cuando notó el más suave de los suspiros al otro lado de la línea. Se podría pensar que había sido un suspiro de decepción. ¿Por qué? Aparte de Tony, a quien no veía desde que se había ido a vivir a Nueva York años antes, no tenían nada en común.

«La cretina», así la habían llamado algunos chavales a sus espaldas. Por eso había hablado con ella. Sabía lo que era ser el raro del grupo, aunque había hecho todo lo posible para asegurarse de que a él nadie se lo notara.

–¿Qué tal mañana?

No hubo ninguna duda en la punzada de desesperación que había en su dulce tono.

¿La fría, tranquila, distante Eve Pemberton desesperada?

–Una proposición de negocios, ¿no?

Bajó deliberadamente la voz insinuando un tipo diferente de proposición y casi se echó a reír cuando oyó su entrecortada inspiración. Eve no era una mujer con la que debiera flirtear. Lo había intentado una vez y había que ver cómo había resultado.

–Recién llegado a Melbourne, te interesa verme –replicó, y añadió–: No saldrás decepcionado.

Se incorporó bruscamente, golpeó con la rodilla la parte de debajo de la mesa y el auricular se cayó al suelo. Juró en silencio mientras miraba el teléfono como si ella hubiera salido por él y le hubiera retorcido la oreja.

La Eve que había conocido jamás habría sonado así: suave, jadeante, como prometiendo algo. Salvo la noche que Tony había cumplido veintiún años, una noche que deliberadamente había borrado de su memoria. Una noche llena de promesas y terminada en vergüenza.

Volvió a llevarse el auricular a la oreja sabiendo que estaba loco por pensar que en su tono había algo más que educada amabilidad.

–¿Bryce?

Revisó su agenda y tomó una decisión rápida.

–Tengo que hacer acto de presencia en una cosa del trabajo a eso de las seis. ¿Podríamos quedar más tarde?

–¿Qué tal a las siete y media en el Aria, el bar del hotel Langham?

–De acuerdo.

–Estupendo. Nos vemos entonces.

Bryce hizo un chiste para terminar la extraña conversación en un tono ligero y se preguntó si se habría imaginado la desesperación de la voz de la mujer.

–Seguro que no tienes ningún problema para reconocerme –dijo ella en tono poco firme antes de colgar.

Lo dejó mirando al teléfono confuso. Sacudiendo la cabeza apuntó los detalles en su BlackBerry. Eve Pemberton quería hablar de negocios. ¿Pero qué negocio podían tener en común después de tantos años?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

HABÍA mentido.

Bryce no sólo tuvo problemas para reconocer a la ágil diosa de largas piernas que entró en el Aria, sino que jamás habría pensado que podía ser Eve Pemberton por la forma de sacudir confiada la brillante cascada de cabello castaño oscuro que le caía sobre los hombros.

La Eve que había conocido jamás había sido segura. Siempre con los hombros hundidos, tras una montaña de libros, subiéndose por la nariz las gruesas gafas mientras mordisqueaba un lápiz.

Las gafas habían desaparecido, lo mismo que los vaqueros holgados, las camisetas enormes y los jerséis que utilizaba como si se tratase de un uniforme.

La recorrió con la mirada, desde los pantalones morado oscuro, hasta los zapatos a juego en dos tonos. Todo de diseño. La clase de ropa que manifestaba el éxito… y que mostraba un cuerpo que jamás habría imaginado ni en sus más salvajes sueños de adolescente.

Recorrió el salón con la mirada y cuando se encontró con la suya, sonrió. Él agitó una mano sorprendido por la sonrisa de ella. Auténtica. Cálida. Deslumbrante.

–Bryce, me alegro de verte.

Le tendió una mano que él estrechó de un modo automático sorprendido por el deseo de saludarla con un beso.

No eran exactamente extraños… no después de las confidencias que habían compartido aquella noche, las mismas confidencias que le habían hecho actuar como un canalla cuando sus colegas se habían reído de su casi beso y él se había reído con ellos.

El recuerdo le avergonzó y, tras una sacudida mental, hizo un gesto elegante para invitarla a sentarse.

–Yo también. Por cierto, estás estupenda.

–Es sorprendente lo que los contactos y la ropa pueden hacerle a una chica, ¿no?

Era más que eso, mucho más. Había algo en ella, un amor propio que no podía ser ni fingido ni artificial, y eso le intrigaba.

¿Qué había pasado los últimos ocho años para convertir a una chica tímida en una mujer elegante y sofisticada, que no tenía escrúpulos en llamarle para que se reuniera con ella después de tanto tiempo, después de aquella noche?

–Te habría reconocido en cualquier sitio.

Él sonrió con la misma sonrisa que llevaba años utilizando para captar a los clientes y cautivar a las mujeres, mientras hacía un gesto al camarero.

–Ocho años no es tanto tiempo.

Eve alzó las cejas con un gesto de «¿me estás tomando el pelo?».

–Ya veo que sigues siendo un embaucador.

Se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y la miró a los ojos.

–¿Funciona?

Ella se echó a reír. Un sonido suave y dulce que había oído muchas veces la noche de aquella fiesta, cuando había respondido a sus ingeniosas bromas en lugar de ignorarlas como solía hacer.

–No he venido a que me engatusen. Aunque algo de encanto no vendría mal para el trato que quiero proponerte.

–¿Trato?

Si su nueva personalidad no le hubiera intrigado, la palabra «trato» lo habría hecho del todo. No había nada que le gustara más que cerrar tratos.

La llegada del camarero interrumpió la conversación. Bryce aprovechó para recostarse en el respaldo y disfrutar viendo al joven camarero ruborizarse cuando ella, enrollándose un mechón de cabello en el dedo, le pidió agua mineral con gas con un toque de lima.

Eve Pemberton, el tímido ratón de biblioteca, se había metamorfoseado en una mujer chic. Había esperado encontrarse con una Eve con un vestido discreto y una conducta distante, no con ese… ese… ¡bombón!

–Bueno, ¿dónde estábamos?

Se volvió hacia él con los ojos brillantes y, por un momento, olvidó la sorpresa que le había producido su llamada. Olvidó el fascinante trato. Olvidó el abrupto final de la fiesta de Tony y se preguntó cómo sería estar allí sentado si estuviera saliendo con ella.

–El trato que has mencionado…

–Eso es, el trato.

Bebió un sorbo de su dosis de cafeína habitual al salir del trabajo y trató de ignorar la seductora sonrisa que iluminaba los labios de Eve, el intrigante brillo de sus ojos.

Era un experto en interpretar el lenguaje no verbal y, si lo estaba interpretando correctamente, ese trato era algo más que un negocio…

–En realidad, es muy sencillo –ella se inclinó hacia delante y su sonrisa se desvaneció cuando le clavó la mirada–. Tengo una proposición de negocios que hacerte. Y no creo que la desaproveches.

–Te escucho.

Se puso a juguetear con la servilleta que había al lado de su vaso y, por primera vez desde que la había visto, le pareció menos segura.

–He leído que estás en la ciudad trabajando en una agencia de primera.

Asintió ansioso por que fuera al grano. Cuanto antes terminaran con el asunto de negocios, antes podrían pasar a temas más interesantes, como qué había estado haciendo los últimos ocho años, con quién lo había estado haciendo, si aún lo hacía con alguien significativo…

–Ballyhoo. El director general me hizo una oferta que no pude rechazar.

–Enhorabuena. El artículo decía que perseguías un gran contrato para demostrar algo. ¿Es cierto?

–Así es como funciona el mundo de la publicidad, sí.

Porque quería ser el mejor. Le encantaba esforzarse, demostrar una y otra vez que era el mejor.

–Bien. En ese caso, ¿te gustaría ser presentado a algunas de las personas más importantes en el mundo de los negocios de Melbourne?

–Sería fantástico –dijo él sin terminar de fiarse.

–Sólo necesito una cosa a cambio.

–¿Qué?

Eve hizo una pausa. Se mordió el labio inferior, un gesto extrañamente erótico que hizo que él se concentrara en sus labios y en lo cerca que había estado de besarlos esa noche de tantos años atrás.

–Necesito que seas mi pareja durante un mes.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

BRYCE abrió mucho los ojos y la boca. No podía reprochárselo. No ocurría todos los días que una mujer desesperada disfrazara de propuesta de negocios una proposición semejante.

Se recuperó rápidamente. Era típico de él. Nada había perturbado al joven Bryce, el tipo que recorría los pasillos del instituto como si no le importara nada en el mundo y le diera lo mismo lo que pensasen de él. Se había enfrentado a compañeros y profesores y había sido famoso por sus bromas capaces de reducir a la gente a la mínima expresión en un instante. Lo había evitado por esa razón. Lo bastante insegura para preferir fregar el suelo como Cenicienta en lugar de ir al baile, no necesitaba alguien de lengua tan afilada cerca.

No podía negar que había reparado en él. Alguna vez habían hablado, pero sólo cuando había pasado por su casa. En el instituto, él estaba un curso por delante y era demasiado interesante para ni siquiera reconocer a una boba como ella.

No era capaz de recordar cuándo se había sentido atraída por él por primera vez, pero en algún momento entre que Tony lo había llevado a casa a patinar y el final del instituto, ella había empezado a buscar encuentros breves con él, aunque siempre se retiraba después de una corta charla.

Cuanto más se fijaba él en ella, más se retraía Eve porque no quería que él se diera cuenta de lo insegura que era y lo mucho que él le gustaba. Además, ¿cómo un tipo como él se iba a fijar en una chica como ella, de pantalones holgados y gafas, una empollona?

El veintiún cumpleaños de Tony lo había cambiado todo. Ella había querido dar el primer frágil paso hacia el reconocimiento de su feminidad y cuando él se había acercado a ella, había respondido. Y Bryce había hablado con ella, flirteado, animado su enamoramiento adolescente hasta llegar a un punto en que besarse había sido inevitable.

Casi besarse. Una gran diferencia y otra cosa más de la que se arrepentía de esa noche.

Pero en ese momento no había tiempo para arrepentimientos. Había hecho su aparición diez minutos antes todo lo atractiva que había podido y él casi se había caído de la silla al verla.

–¿Quieres salir conmigo?

Sonrió y su resolución se disolvió mientras echaba mano del bolso lista para salir corriendo. Notó la invitación de boda que había dentro, un recordatorio de por qué estaba allí humillándose de ese modo. Era sólo un mes.

–No, no quiero salir contigo, quiero que seas mi pareja. Hay una diferencia –se relajó y soltó el bolso–. Mi última amiga soltera se casa y necesito una pareja que me acompañe.

–Parece fácil –la sonrisa de Bryce se amplió–. Me halaga que me lo hayas pedido…

–No te hagas ideas raras. Esto es puramente un acuerdo de negocios. Tú me acompañas a algunos actos sociales y a cambio yo te presento a lo más alto del mundo de los negocios de Melbourne. Eso es todo.

Tenía que serlo. No sería tan tonta como para pensar por segunda vez que esa encantadora sonrisa era algo más que una técnica para cautivar, que el brillo de sus ojos color cobalto sería exclusivamente para ella.

Había querido a alguien muy guapo para impresionar a las chicas y Bryce valdría. Mientras no se hiciera ideas raras: como lo divertido que sería salir con él de verdad.

No salía con hombres habitualmente, todo el proceso le parecía tedioso, mortificante incluso. Los tipos se sentían intimidados por su éxito o la utilizaban para llegar a las estrellas para las que organizaba eventos. Había tenido tres relaciones cortas, si dos meses saliendo se podían considerar una relación. Cuando de lo informal se empezaba a pasar al compromiso, huía. No por una fobia al largo plazo, sino porque nunca encontraba al hombre adecuado.

Así que, en lugar de llegar a eso, prefería una noche tranquila de charla insustancial con tipos seguros de sí mismos y ansiosos por causar una impresión falsa.

Pero, con la proximidad de la boda de Mattie, no podía dejar de pensar que se estaba perdiendo algo, que estar soltera y tener éxito no era todo lo que se podía ser.

Bryce bebió un sorbo de café, un sorbo largo pensado para hacerla esperar y disparar su ansiedad. Ella se angustió, preguntándose si no debería haberse quedado con alguno de los candidatos de Internet. Bryce dejó la taza en la mesa y se recostó en el asiento como si le propusieran cosas así todos los días.

–Dime algo más de esos contactos de negocios.

Eso sí podía afrontarlo: algo frío, puros datos.

–Habrás oído hablar de Hot Pursuit.

–¿La mayor empresa deportiva de Australia?

–Ésa misma –hizo una pausa para conseguir un efecto dramático–. Conozco a Angus Kilbride bastante bien. Es el novio. Así que supongo que podría presentártelo en la cena anterior a la boda, un «enhorabuena» en la boda, una cerveza o dos en la barbacoa informal tras la boda y una partida amistosa de póquer la noche que veamos el vídeo de la ceremonia… –chasqueó los dedos–. Mi amiga Linda está casada con Anton Schultz, de los joyeros alemanes Anton. Y el marido de otra amiga, Carol, es Duane Boag, de la mayor cadena de inmobiliarias de Australia.

No le habría sorprendido ver el signo del dólar en sus ojos, pero Bryce tenía clase y la siguió mirando sin pestañear, como si tratara de averiguar los motivos reales de sus proposición. Apartó la vista.

–Unos contactos impresionantes –se encogió de hombros–. Seré sincero contigo. Podría conseguir que me presentaran a gente de ese calibre.

–¿Pero?

–Me pregunto por qué me lo has pedido a mí. Una mujer como tú tiene que poder elegir pareja. ¿Por qué yo?

–¿Creerías que es el destino? –preguntó secretamente emocionada porque pensara que podía atraer a cualquier tipo que quisiera.

–No.

–Lo ha sido. Estaba trabajando conectada a Internet cuando ha entrado un artículo sobre ti y cuando he visto que estabas en la ciudad… –no terminó la frase con la esperanza de que se creyera la pequeña mentira.

–Te di pena. Ya, lo comprendo.

La punzada de amargura de su voz le sorprendió, pero antes de que pudiera decir nada, añadió:

–También estoy intrigado. Y podría hacer algún contacto más en la ciudad, así que parece que has conseguido tu trato.

–¡Estupendo!

¿Se podía ser más patética? Agradecer que alguien accediera a salir con ella era una cosa, casi saltar y agitar un puño en el aire era otra.

–Sin embargo, aún no comprendo por qué tienes que pedírmelo a mí.

–Soy una mujer de negocios, muy ocupada. Dirijo mi propia empresa organizadora de eventos, así que me gano la vida haciendo vida social, día y noche –bebió un sorbo de su bebida–. El poco tiempo libre que me queda lo paso en casa. Básicamente, no tengo mucho tiempo para compartir –de pronto se le ocurrió un pensamiento horrible–. Lo siento. No te he preguntado si estás saliendo con alguien…

Bryce agitó una mano sin anillos delante de ella y dijo:

–No tengo ningún compromiso. Ni esposa, ni novia.

Se inclinó hacia delante y le hizo un gesto con un dedo para que se acercara a él. A esa distancia, podía ver las motas verdes que había en sus ojos y la sombra de la barba después de todo el día.

–Te contaré un pequeño secreto. No habría accedido a salir contigo si hubiera estado con alguien. ¿Qué clase de tipo crees que soy?

El guiño que le hizo, añadido a su encanto, provocó que tuviera que respirar hondo en busca de oxígeno. El penetrante aroma a café recién hecho y lima inundó sus sentidos, haciendo que deseara agarrarlo y hundir la nariz en su pecho.

–Por si luego hay dudas, no contestaré a eso.

Bryce se echó a reír y se apoyó en el respaldo interrumpiendo así el gesto íntimo.

–Bueno, ¿cómo está Tony? No sé nada de él desde hace años.

–Está bien. Tomando al asalto Wall Street.

–¿Sigue en la banca mercantil?

–Sí, hace años que no viene a Australia. Me sorprende que no hayáis seguido en contacto.

–Los hombres solemos tender a separarnos. Empezamos a movernos en ambientes diferentes después del instituto.

Pero había estado en aquel cumpleaños de Tony, así que no habían perdido el contacto por completo. Esa noche estaba grabada en su cerebro. Se había sentido extraña y fuera de lugar con su elegante vestido nuevo, el único vestido que tenía, una prenda de tafetán azul que hacía frufrú cuando se movía. Mientras, Bryce se había pavoneado por la fiesta con una sonrisa engreída como si fuera el dueño de la casa.

Y así había sido. Había sido el alma de la fiesta, había hablado y reído la primera hora entera mientras ella había permanecido en la sombra deseando que un tipo así se fijara en una chica como ella.

Y por alguna inexplicable razón, ese deseo se había hecho realidad. La había descubierto en una esquina del salón, cerca de la terraza de las modernas instalaciones del Albert Park que Tony había alquilado para la fiesta, y la había seguido.

La siguiente hora habían hablado, reído y bromeado, y ella se había sentido viva por sus atenciones. Nunca, antes se había sentido así. Le sorprendía que algunos cambios menores en su aspecto como las lentes de contacto, el vestido nuevo, el lápiz de labios y los zapatos de tacón, pudieran darle la fuerza para flirtear con alguien como Bryce.

Incluso después de lo que había pasado más tarde, jamás había olvidado esa sensación, lo bien que se había sentido, y había estado desesperada por repetirla. Se había reinventado a sí misma después de esa noche y no había vuelto a mirar atrás.

–La ultima vez que lo vi fue en el cumpleaños –recorrió su traje con la vista haciendo que ella se estremeciera–. A ti también, ¿te acuerdas?

Oh, sí, se acordaba de cada minúsculo detalle, desde los vaqueros desteñidos que llevaba él hasta la chaqueta de aviador que le había echado por los hombros cuando se había estremecido más por su atención que por el frío.

Recordó estar apoyados en la barandilla de la terraza contemplando la asombrosa vista, las luces que se reflejaban en el estanque del Albert Park y Melbourne al fondo. Él detrás de ella, muy cerca, su cuerpo rozando el de ella, hasta que la había rodeado con los brazos, le había dado la vuelta y…

Parpadeó en un intento desesperado de bloquear el recuerdo que iba a continuación.

Bryce sonrió, alargó una mano y le puso un dedo en la barbilla para levantarle la cara.

–Tenemos que hablar de lo que pasó esa noche.

No podía moverse, no podía apartar la vista, atrapada en el calor de su mirada. ¿Cómo iba a mantener las cosas estrictamente en términos platónicos, si reaccionaba como una colegiala en cuanto dirigía su encanto hacia ella?

Y lo haría, no tenía ninguna duda. El encanto era algo natural en Bryce y no significaba nada. Le había visto ejercitarlo a voluntad de adolescente, había visto a chicas literalmente apoyadas en la pared porque no les sostenían las rodillas cuando él había pasado pavoneándose.

Ella no. Ella había sido más inteligente, había ocultado sus reacciones tras la frialdad; aunque eso había sido poco eficaz a la hora de detenerlo. Ella había sido un cerebrito, jamás podría explicar su aberrante reacción a un tipo bastante simple y coqueto. Hasta que se había dado cuenta de una cosa: no todo tenía una explicación lógica y, con alguien como Bryce, su reacción había sido instintiva, hormonal, visceral. Nada más.

Forzó una carcajada, inclinó la cabeza y miró el reloj.

–Me gustaría quedarme a hablar de los viejos tiempos, pero tengo trabajo.

–Bien –dijo él en un tono que le dejó con la duda de si se había creído su excusa para marcharse–. ¿Qué tal si fijamos otra cita para ponernos al día?

–¿Ponernos al día?

–Si quieres que tus amigas crean que estamos saliendo, supongo que tendremos que vernos otra vez antes de la primera aparición para hacer que nuestras historias coincidan. Practicar el hacer de tortolitos y esas cosas…

Su expresión de horror debió de ser muy evidente, porque él se echó a reír y le acarició una mano.

–Tranquila, estoy de broma. Pero tenemos que hablar porque nos van a hacer las preguntas básicas sobre dónde nos conocimos, si fue amor a primera vista y cosas así.

–Tienes razón.

Había pretendido que ese encuentro fuera para eso, pero había enturbiado sus sentidos con su potente presencia.

–¿Puedo llamarte? Estoy hasta el cuello de eventos en este momento.

–Sin problema.

La agarró de un codo cuando se levantó y ese inocente roce hizo que un estremecimiento le recorriera el cuerpo. Para él era fácil decirlo. Sin problema…

Capítulo 4

 

 

 

 

 

BRYCE trataba de concentrarse en el monótono discurso de Sol, pero su cabeza seguía dándole vueltas a su encuentro con Eve.

Le había dado infinidad de vueltas y aún no lo entendía. Se había creído su historia de que no tenía tiempo para citas y esperaba que aquello fuera sólo un negocio, pero ahí era donde aparecía la confusión. Había dicho que se ganaba la vida haciendo vida social, así que conocería a un montón de tipos desde un punto de vista platónico, ¿por qué no le había pedido a ninguno de ellos que fuera su pareja?

Y ¿por qué a él?, sobre todo después de cómo habían acabado las cosas en la fiesta. Ella ni siquiera podía aún hablar de ello, pero le había propuesto un arreglo conveniente, que él había estado más que feliz de aceptar. Aunque Eve estuviera con la cantinela del trato de negocios, sabía que había algo más. Y tenía intención de averiguarlo.

–¿Bryce? ¿Cómo estás de nuevos clientes?

Volvió a dedicar su atención a la reunión y sacó una minuciosa lista del maletín. Sus compañeros de Sidney le habían puesto el sobrenombre de «El rey de la lista». No le importaba. Siempre había trabajado así, las listas ayudaban a organizarse, priorizar y concentrarse, y eso le mantenía en lo más alto, donde quería estar.

–He hecho una lista de contactos que estoy en proceso de entablar.

–¿Quiénes?

–Angus Kilbride. Anton Schultz. Duane Boag. Para empezar.

–Una lista impresionante. ¿No hay un rumor de que el contrato de Hot Pursuit estará libre pronto?

–No es un rumor, es un hecho –intervino Davin–. Uno de sus mejores jugadores de la temporada pasada se ha marchado y no ha sido muy discreto con la información.

–Bien –dijo Sol volviendo su mirada de depredador hacia Bryce–. Si Kilbride está al principio de tu lista, asegúrate el contrato de Hot Pursuit.

–Lo haré.

Y lo haría. El fracaso no era una opción, allí no, en ese momento no. Nunca.

–Y para los demás –dijo Sol–: quiero ver resultados la semana que viene.

Dio un golpe en la mesa mientras Bryce suavizaba la sonrisa. Estaba acostumbrado al dramatismo del mundo de la publicidad.

–Quiero que cada uno de vosotros traiga a la mesa un cliente nuevo la semana próxima. Bryce, tú tienes un mes porque eres nuevo en la ciudad y apuntas alto. Así que, a trabajar.

¿Un mes? Había pescado su pez más gordo en Sidney en una quincena. Pero quién sabía, quizá las cosas funcionaban de otra manera en Melbourne. ¿Serían más difíciles de romper las redes de trabajo? Ahí era donde entraba Eve.

–¿De verdad crees que puedes hacerte con Hot Pursuit?

Mientras metía los papeles en el maletín, alzó la vista y miró a Davin. Asintió.

–Si no, no lo habría dicho.

El brillo del cálculo jamás abandonaba del todo los ojos de Davin.

–Si necesitas que te eche una mano, no dudes en pedírmelo.

–Lo tendré en cuenta –dijo por decir algo.

Miró ostensiblemente el reloj, recogió sus cosas, se despidió de Davin con un gesto de la mano y se dirigió a la puerta. Ya que había terminado esa reunión, tenía otra a la que asistir. Otra que prometía ser mucho más divertida.

 

 

Eve levantó la tapa. Inhaló el delicioso aroma del cordero marroquí hecho a fuego lento. Murmurando algo entre dientes, echó un generoso puñado de cilantro por encima y bajó el fuego al mínimo.

No debería haberse metido en todo ese lío, pero estaba nerviosa y cuando estaba nerviosa, cocinaba. Otra gente hacía deporte, daba largos paseos o se medicaba, ella cocinaba.

Había afrontado el instituto cocinando.

Se había enfrentado cocinando a la muerte de su padre cuando tenía dieciocho años.

Cocinar era terapéutico. Era relajante. Pero al mirar a su alrededor en la cocina, el cuscús remojado en limón, las verduras rehogadas y las alcachofas a la parrilla, los zucchini y los tomates, supo que había habido poca relajación y mucho estrés implicados en la receta a la que se había lanzado.

Buscó su vaso de vino y bebió un saludable sorbo. Estaba demasiado cansada para saborear el divino Clare Valley Shiraz.

Él llegaría en cualquier momento. Una sola boda más y ya no tendría que fingir en otra ceremonia.

La mayor parte del tiempo se sentía feliz soltera, pero había algo en esa boda, algo en Mattie uniéndose a sus otras amigas en la felicidad conyugal que le molestaba.

Aunque le encantaba salir con sus mejores amigas y sus hombres, la presión constante de ser la única sin pareja y estar rodeada de felicidad conyugal le hacía sentirse como una tercera rueda la mayor parte del tiempo. Y un poco triste, si tenía que ser sincera.

Con un poco de suerte, aparecer con Bryce al lado le daría la excusa perfecta para mendigar unas pocas reuniones después de que el arroz de la boda se hubiera asentado.

Una vez que hubiera sobrevivido al siguiente mes y a todos los eventos relacionados con la boda, podría volver a dedicarse a lo que mejor se le daba: trabajar. Y relajarse a su modo, en su casa, sin la expectativa de tener que hacer vida social para encontrar una pareja.

No podía confiar en la gente. Lo había aprendido de la peor de las maneras. Su negocio, su casa eran algo estable, y le gustaba que fuera así.

Llamaron a la puerta y se bebió lo que quedaba del Shiraz en el vaso, miró por última vez su reflejo en la puerta del horno y recorrió a un paso deliberadamente lento el pasillo.

Abrió la puerta y dedicó a Bryce la sonrisa de seguridad que había pasado semanas practicando cuando había abierto su negocio, Soirée. Dado que Bryce la miraba como si fuese una diosa de la belleza, era lo menos que se merecía.

–Esto es para ti.

Le tendió un ramo de hermosas gerberas. Nada de las manidas rosas por parte del señor Encantador.

–Gracias, pero no tenías por qué hacerlo.

–Pero lo he hecho. Estoy practicando mi papel de pareja –traspasó el umbral.

–Buena idea, pasa.

–Algo huele estupendamente.

–Espero que tengas hambre –dijo ella sonriendo.

Con la cantidad de cena que había preparado, podría haber servido la comida de algunos de los eventos que organizaba Soirée para el Ayuntamiento. Entró en la cocina y se acercó al fuego sabiendo el preciso instante en que él entró tras ella.

–Qué de…

Se dio la vuelta y se echó a reír al ver la expresión de asombro. Le hizo un gesto para que se sentara en el banco que ocupaba el centro de la estancia.

–¿Esperamos compañía?

Eve sacudió la cabeza y dejó hervir un minuto más el tagine antes de apagar el fuego.

–Me gusta la cocina. Es relajante.

–La de gourmet, por lo que veo.

Tomó un trozo de verdura cruda y lo mojó en su salsa especial de salmón ahumado y Camenbert antes de llevárselo a la boca. Su expresión de satisfacción hinchó su corazón de chef.

Con mano temblorosa llenó una copa de vino para él y se sirvió otra para ella.

–Esto está fantástico.

–Prueba de esto también.

Le colocó bajo la nariz una bandeja de samosas al curry. Encantado, se metió tres en la boca en rápida sucesión. Eve estaba feliz de que se comiera el contenido de toda la encimera si eso le mantenía callado.

Aunque eso era una tontería si se pensaba que tenían que preparar la historia que le contarían a Linda, Carol y Mattie y tenía que parecer real. Pero tenerlo en casa la había alterado más de lo que había anticipado.

Su casa era su santuario, el único lugar donde podía aislarse del mundo y ser ella misma. Su máscara de seguridad caía en cuanto se quitaba las lentes de contacto y se limpiaba el maquillaje. Se relajaba al instante, se quitaba la ropa de diseño y se ponía unos vaqueros desteñidos y una camiseta vieja.

Había pasado años construyendo una personalidad profesional para ocultar a la chica insegura que había sido, pero en cuanto atravesaba la puerta recuperaba su antigua piel. Allí era donde se sentía más cómoda que en ningún otro sitio.

Con la copa en la mano hizo un gesto en dirección al jardín.

–¿Quieres sentarte un rato fuera o te mueres de hambre?

–Después de las cositas esas que me he comido –se dio una palmada en el estómago–, mejor nos sentamos fuera.

Salieron al jardín.

–Has cambiado.

Las suaves palabras de él quedaron vibrando en el aire hasta que Eve consiguió alzar la vista y mirarlo a los ojos. Encontró en ellos un brillo de deseo que reflejaba el suyo.

–Supongo que ya no soy una cretina, ¿no?

Tras ocultar su gesto de sorpresa con una sonrisa, dijo:

–Los niños pueden ser muy crueles.

Oh, sí, ella lo sabía de primera mano.

–Era una cretina. Los chicos sólo describían lo que veían.

–Yo nunca te llamé así.

–Lo que no soy capaz de saber es por qué.

–Sé que no quieres hablar de eso, pero tenemos que hacerlo.

–Lo que sucedió esa noche es irrelevante.

–No pienso así. Esa noche fui un imbécil.

Algo oscuro, casi doloroso apareció en sus ojos. Algo que no era acorde con el engreído muchacho que había atraído la atención sin intentarlo, que no cuadraba con el hombre seguro y poderoso que era.

–La mayor parte del tiempo, no.

–Cuando más contaba.

Su imponente mirada se clavó en la de ella rogándole que recordara. Necesitó poco para recordar cuando los ojos bajaron a sus labios, haciendo que reviviera el momento exacto de la velada en que todo se echó a perder… el segundo antes de que sus labios se rozaran.

–No te tortures. Casi nos besamos y… Entonces nos vieron tus colegas, se rieron de ti y tú dijiste que no significaba nada –lo empujó suavemente hacia la mesa del patio–. Tenías razón, no significaba nada. Y ahora siéntate que voy a sacar unos entremeses.

Por el brillo decidido que vio en sus ojos, era evidente que quería seguir con el tema, hablar de que ella le había quitado importancia a lo sucedido, pero a Eve no le apetecía hablar de eso.

–Incluso aunque no hubiera sido así…

–Vuelvo en un segundo.

Eve desapareció.

Bryce la dejó ir a pesar de su urgencia por… ¿qué?

¿Dejarle claro que había sido un patán aquella noche? ¿Encenderla para que vertiera sobre él una buena dosis de ira merecida? ¿Hacerle reconocer que aquella noche había sido fantástica hasta que él lo había echado todo a perder? ¿Qué iba a hacer… importunarla en su propia casa?

Desde la pila de libros de cocina extendidos por la bonita cocina hasta el jardín de casa de campo inglesa lleno de flores silvestres que tenía delante, todo sugería que le dedicaba tiempo a su casa.

Siempre había sido hogareña. Había llenado la casa de su infancia con jarrones de violetas y había hecho la mayoría de la comida para su padre y Tony. Su madre había muerto cuando eran muy pequeños y, aunque Tony nunca había hablado de ello, se preguntaba si ésa sería la razón que se ocultaba tras la personalidad protectora de Eve. Tras su necesidad de convertir en un hogar una simple casa.

La puerta mosquitera gimió cuando ella la empujó cargada de cosas. Se levantó a ayudar, pero no antes de recorrer con la mirada sus apreciables nalgas, envueltas en tela vaquera y la tentadora piel bronceada de la cintura que la blusa, que se levantó ligeramente cuando empujó la puerta con un codo, dejó ver.

Siempre había sido delgada, atlética, pero la Eve madura había rellenado las partes precisas de su cuerpo y lo había convertido en algo suave y femenino, algo que deseaba recorrer con sus manos.

–Deja que te ayude.

–Gracias.

Le tendió una bandeja llena de volovanes y sonrió agradecida, una sonrisa tímida que no encajaba con el aire de mujer segura de sí misma que había transmitido en su entrevista en el bar.

Admiraba a la exitosa mujer de negocios en que se había convertido. Una búsqueda en Google le había dado la clave sobre la magnitud de su éxito, pero prefería la versión doméstica.

Él, que sólo salía con modelos y actrices de teleseries, que no había disfrutado jamás de una cena casera, que no le gustaban las casas porque pedían a gritos que se las llenara de niños ruidosos, ¿se sentía atraído por una mujer tan conectada con su hogar? El aire limpio de Melbourne tenía que estarle afectando.

Se sentó frente él.

–Aparentemente nuestro pasado está fuera de los límites; hablemos de nuestro trato –concedió él–. ¿Cómo quieres que haga de pareja? ¿Quieres que tus amigas piensen que ya salíamos de vez en cuando o que soy el nuevo amor de tu vida?

–No salíamos, así que mejor ciñámonos a la verdad.

–Que es… ¿Que soy tu nuevo hombre y que no puedes mantener las manos alejadas de mí?

Sonrió y se llevó a la boca unas verduras, disfrutando del rubor que había cubierto las mejillas de Eve.

–Hablando de eso… –ella se ruborizó aún más y casi tiró la mitad del vino–. Deberemos darnos la mano, agarrarnos de la cintura y esa clase de cosas que harán que esto parezca auténtico. Espero que no te importe.

¿Importarle? ¿Estaba de broma? A la primera oportunidad que tuviera le pasaría un brazo por la cintura y se pegaría a ella. Si se ruborizaba sólo con hablar de ello, se moría de ganas por ver cómo reaccionaría cuando lo hiciera de verdad.

Mordiéndose la mejilla por dentro para evitar reírse, preguntó:

–¿Y besarnos?

–Nada de besos.

Se metió en la boca una samosa, la masticó frenética y se la tragó en menos de un segundo.

–Las parejas se besan constantemente. Añadiría autenticidad a tu plan. Quieres que crean que salimos de verdad, ¿no? –insistió él.

Murmuró algo que definitivamente no era propio de una dama antes de dedicarle una sonrisa temblorosa que le hizo desear saltar por encima de la mesa y abrazarla.

–Tomemos las cosas como vengan, ¿vale?

Con la sonrisa de la victoria en los labios, Bryce asintió antes de inclinarse y tomarle la mano. Se le aceleró el pulso cuando ella se humedeció los labios.

–No tienes que preocuparte. Voy a ser una pareja modélica.

Por lo que vio en sus expresivos ojos castaños, de eso precisamente era de lo que tenía miedo.

Capítulo 5

 

 

 

 

 

EVE había sabido que invitar a Bryce a su casa sería una mala idea, pero lo había hecho de todos modos. Era una locura, si tenía en cuenta que cada movimiento que hacía en el mundo de los negocios estaba calculado al milímetro. No había convertido a Soirée en la compañía número uno en organización de eventos sin algunas decisiones sonadas, incluido su cambio de imagen. Había contratado a un asesor de imagen, un artista del maquillaje, peluqueros de las estrellas, incluso había pasado una temporada en una escuela de protocolo para mejorar su postura. Todo para proyectar la imagen que quería: una serena mujer de negocios segura de sí misma, en la cima. Entonces, ¿de dónde salía esa sensación de confusión que tenía desde que se había acercado a Bryce para que fuera su cita soñada?

Al verle llevarse a la boca el último bocado de su crema tostada de pistacho con miel, notar el suspiro de satisfacción que se escapaba de sus labios y la expresión de placer que se extendía por su rostro, tuvo la respuesta.

Al mirar esos ojos color índigo, esos labios con una sonrisa permanente y el encantador hoyuelo que se le formaba en la mejilla derecha, ¿qué posibilidades tenía nadie de pensar con claridad?

Bryce sonrió dándose palmadas en el estómago mientras se separaba de la mesa.

–Puedo afirmar categóricamente que nunca he comido mejor.

–Me cuesta creerlo, considerando que los ejecutivos de alto nivel como tú suelen cenar con sus clientes en establecimientos de cinco estrellas.

–Y aun así digo que ésta es la mejor cena que he tomado jamás.

–A ver si me aclaro. ¿Un sencillo tagine de cordero con zanahorias, un poco de cuscús y un postre bien dulce provoca eso en ti?

Al terminar la frase supo que había dicho lo que no debía. Sus ojos se oscurecieron y el destello de su sonrisa fue reemplazado por algo más seductor.

–No tienes ni idea de lo que provoca en mí –murmuró buscando su rostro para… ¿qué? ¿Que le diera la razón?–. Pero supongo que, como vamos a salir un mes, lo descubrirás por ti misma.

Empezó a recoger todo a una velocidad récord. Él la agarró de un brazo.

–Déjalo. Después de una cena así, lo menos que puedo hacer es quitar la mesa y fregar los platos.

–Vale, pero no friegues. Dales un aclarado y mételos en el lavavajillas. Lo enciendo luego.

Se soltó el brazo intentando establecer alguna distancia entre los dos.

En su mente se abrieron botellas de champán y se desplegaron pancartas en las que podía leerse: ¡Sorpresa! ¡Eve Pemberton aún está monstruosamente loca por Bryce Gibson!

–Quédate sentada, vuelvo en un minuto.

Lo observó recoger los platos y apilarlos con los cubiertos encima del todo. No pudo evitar observar sus fuertes antebrazos salpicados de un vello negro, los dedos largos y elegantes y el modo seguro en que manejaba su preciada loza. Alzó un poco más la vista y vio que el polo se tensaba sobre los anchos hombros cuando se inclinaba sobre la mesa y la flexión de los bíceps al incorporarse.

Definitivamente tenía sus ventajas que quitara la mesa él. Bryce Gibson era guapo de verdad. No sólo era agradable en un sentido físico. El tiempo que habían compartido esa noche demostraba que le había juzgado mal unos años antes.

Quizá había estado intentando encajar en el grupo de los elegidos, quizá había asuntos que ella desconocía, quizá simplemente había crecido, como la mayoría de los jóvenes, pero el hombre al que había etiquetado de imbécil al final de la fiesta de Tony, se había convertido en alguien encantador, adorable y completamente irresistible.

–Debes de estar pensando algo realmente agradable para tener esa sonrisa.

Lo miró sentarse frente a ella.

–No quieras saberlo.

Incapaz de hacer otra cosa que devolverle su encantadora sonrisa, se preguntó por qué le hacía sentirse tan inepta. Como si no hubiera manejado a tipos que coqueteaban con ella antes. Pero Bryce podía debilitarla con un destello de sus blancos dientes bajo la curva de esos sensuales labios.

Se colocó las manos enlazadas detrás de la cabeza y dijo:

–Ah, ya lo veo, estás pensando en que voy a ser una gran pareja.

Trató de contener la risa, pero fracasó.

–No te lo reprocho, soy irresistible.

Dado que acababa de reproducir sus pensamientos, no le llevó la contraria. Pero no podía permitir que supiera lo mucho que aún le afectaba, lo mucho que le gustaba, lo mucho que deseaba que salieran de verdad. Así que, cuanto antes hablaran de las condiciones de esa relación fingida, antes podría sacarlo por la puerta y tratar de borrar de su mente la imagen de esos enigmáticos ojos y ese profundo hoyuelo.

–Y modesto –comentó ella–. Hablemos de nuestras próximas apariciones antes de que pierda la cabeza por completo por tu sobrecogedora presencia masculina.

–¿Te ríes de mí?

–Sólo un poco –dijo haciendo un gesto con el pulgar y el índice.

Sus ojos brillaron de felicidad mientras Bryce tendía una mano y le agarraba los dedos, haciendo al instante que se derritiera.

–Bromear es bueno –murmuró él con voz ronca y sensual–. Bromear es lo que hacen las parejas que salen, así que no vendrá mal un poco de práctica.

Deslizó la mano fuera de la de él con el pretexto de beber agua, y acabó bebiéndose el vaso entero desesperada por apagar el incendio que ardía dentro de ella.

Aquello no iba a funcionar, pero ya no podía echarse atrás. Había hablado con Mattie esa tarde y había dejado caer sutilmente que a lo mejor iba con un primo tercero a la cena de ensayo de la boda, así que no había podido reprimirse y le había dicho la verdad sobre Bryce.

Bueno, una versión adulterada de la verdad: que había conocido a alguien, que estaban saliendo y que la acompañaría a todas las celebraciones relacionadas con la boda.

Mattie había dicho «oh» y «ah» y Eve sabía que, según había colgado ella, había llamado a sus amigas para darles la noticia. Las otras dos amigas habían llamado a su móvil apenas media hora después, pero había dejado que saltara el buzón de voz. Se hallaba demasiado ocupada en la cocina y ya estaba suficientemente nerviosa por la inminente llegada de Bryce.

Adoraba a sus amigas, pero se convertían en una vía de dirección única en lo referente a bodas y finales felices… rozaban el mote que le habían puesto a ella en el instituto.

–¿Te lleno el vaso? –preguntó él con la jarra de agua en la mano.

–No, gracias. Preferiría hablar de nuestro acuerdo.

–Perfecto, vamos a los negocios.

Sacó una libreta y un bolígrafo del bolsillo y dibujó un casillero.

–¿Vas a tomar notas?

–Quiero asegurarme de que me quedo con todos los detalles –suavizó un poco el gesto al mirarla–. Quieres convencer a tus amigas, ¿no? Pues tengo que asegurarme de que recuerdo los detalles –hizo una pausa–. Has mencionado que tendré que asistir a varias celebraciones; ¿qué te parece si me pones un poco al día sobre la trayectoria de tus amigas?

–Mattie es la novia. Es auxiliar de vuelo, y ahí conoció a A.J.

–¿Angus Kilbride es A.J.?

–Angus James Kilbride. Todo el mundo le llama A.J.

–Bien. ¿Y tus otras amigas?

–Carol está casada con Duane Boag, de quien habrás oído hablar. Es la mayor cadena de agencias inmobiliarias del país. Y el chico de Linda es Anton Schultz, el rey de la joyería. Ella es publicista y Carol escribe textos publicitarios. Las nenas son lo mejor.

–¿Nenas? –alzó una ceja y Eve se echó a reír.

–Las llamo las nenas nupciales. Desde que Linda subió al altar han estado obsesionadas con las bodas. He sido dama de honor de todas y, por suerte, ésta es la última vez.

Esperó a que él escribiera «siempre dama de honor, nunca novia», pero no lo hizo.

–No habías mencionado que serías dama de honor.

–Típico de las nenas. A nadie de nuestro círculo se la libera de obligaciones tales como llevar un espantoso vestido de satén, soportar sesiones de peluquería con Eduardo Manostijeras y que le saquen brillo y la bronceen con un aerosol.

–Suena horrible –Bryce hizo una mueca.

–¡No te imaginas ni la mitad!

Los dos se rieron.

–Así que si están obsesionadas con las bodas… eso incluye también emparejarte, ¿no?