Signos y claves de la narrativa centroamericana contemporánea - Margarita González Rojas - E-Book

Signos y claves de la narrativa centroamericana contemporánea E-Book

Margarita González Rojas

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Beschreibung

En este libro se realiza un estudio de las obras narrativas de los escritores de los seis países centroamericanos nacidos entre 1950 y 1964, que incluye referencias a géneros como la novela, el cuento, la crónica y otras formas narrativas.

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Margarita Rojas y Flora Ovares

Signos y claves de la narrativa centroamericana contemporanea)

Epígrafe

Pero acaso estos puntos oscurosque emergen de los papeles, de los recuerdos,se mostraban, en la inmediatez de los hechos,totalmente probables y explicables.Los hechos de la vida se vuelven más complejos y oscuros,más ambiguos y equívocos, es decir,como verdaderamente son, cuando se les escribe.

Leonardo Sciascia

Introducción

La patria que me muerdees la memoria.

Horacio Castellanos Moya

Los escritores que nacieron en la década de 1950 y los primeros años de 1960, vivieron su juventud –su época de formación– entre las décadas de 1970 y 1980 que, al menos en tres países de Centroamérica, fueron años de cruentas guerras. Debido a tal situación, no pocos tuvieron que sobrellevar la experiencia del exilio, temporal o permanentemente; otros, en cambio, optaron por la participación activa en las contiendas; inevitablemente, todos quedaron marcados para siempre.

Horacio Castellanos se refiere a esas situaciones extremas en “La guerra: un largo paréntesis” y en “De cuando la literatura era peligrosa”; en este último ensayo reflexiona acerca de las dificultades para escribir y conseguir libros en su juventud: “Cuando yo comencé a estudiar Letras en la Universidad de El Salvador en 1976 la facultad parecía más un campo de concentración que un campus universitario”.[1] En el primer ensayo, casi un cuento de terror, recuerda el asalto de la policía política a la casa donde estaban reunidos tres jóvenes escritores que editaban una revista literaria; entonces decidieron finalizar la aventura literaria, “en medio de una espiral de violencia política que lo permeaba todo” (p. 13).[2]

Contar lo sucedido en esos años es el imperativo de esa generación, según Jacinta Escudos:

Parece ser una tarea pendiente para los escritores salvadoreños escribir “la novela de la guerra” (…) creo que hay también en muchos sentidos una necesidad emocional de conformar esa novelística de la guerra. Necesidad, por un lado, de contar lo que nos pasó, lo que les pasó a otros, lo que hicimos, lo que perdimos, lo que dejamos de hacer, lo que nos hicieron, lo que debimos hacer (…) las circunstancias de vida de Guille (…), permiten muy bien hacerse una idea de los primeros años del conflicto, del accionar urbano y luego, del accionar rural de la guerrilla hasta la firma de los acuerdos del 92.[3]

La obligación de ficcionalizar los hechos históricos de las últimas décadas del siglo XX en Centroamérica que señala Escudos es una de las constantes de la narrativa de estos escritores, cuyos primeros textos empezaron a ver la luz al inicio de los años ochenta: entre 1979 y 1989 aparecieron al menos tres novelas de Arturo Arias: Después de las bombas, Itzam Na y Jaguar en llamas; La estrategia de la araña, de Rodrigo Soto es de 1985; los primeros libros de cuentos de Horacio Castellanos Moya son también de la misma década: ¿Qué signo es usted, niña Berta? de 1988, Perfil de prófugo de 1989, y un año antes había publicado su novela La diáspora.

La difusión de esta narrativa toma fuerza en la década siguiente (1990) cuando aparecieron obras que definen al grupo: El emperador Tertuliano y la Legión de los Superlimpios de Rodolfo Arias apareció en 1991, tres años después se publicó la primera edición de Única mirando al mar, de Fernando Contreras; El gran masturbador y Baile con serpientes de Castellanos Moya son de 1993 y 1996 respectivamente; Las murallas, de Adolfo Méndez Vides, y Cruz de olvido de Carlos Cortés, aparecieron ambas en 1998.[4]

Hace unos años, en La ciudad y la noche. La nueva narrativa latinoamericana, se delineó un paradigma de la narrativa de los escritores latinoamericanos de esta misma generación. Se indicaba la preferencia en esta narrativa por mostrar a seres desarraigados, que comparten el hastío existencial, el desencanto y la apatía mientras deambulan en la ciudad nocturna y peligrosa. La escritura se aparta de la utopía, de los grandes discursos y lenguajes y admite la influencia de la “sub literatura” o el cine de aventuras. La idea central de la orfandad como condición existencial de los protagonistas[5] se profundiza en el presente trabajo en la particular situación histórica centroamericana. Estos textos hablan de guerras y situaciones de violencia que rompieron los vínculos y las lealtades. Cuentan la desaparición de miles de vidas jóvenes, la destrucción de las ciudades, de los lazos sociales y familiares, el saqueo de las riquezas nacionales. Así, se vislumbra una sociedad fragmentada y un universo caótico, cuyo centro está ocupado por un enorme vacío. Dentro de esta oscuridad sin norte, se desplazan individuos incapaces de hallar una salida. El deambular de estos fantasmas equivale a la búsqueda de los símbolos literarios que logren explicar en su total complejidad el trauma de la guerra, de una contienda que además no termina totalmente con los acuerdos de paz. Mientras no se realice este proceso, seguirán siendo almas en pena, sin descanso para la eternidad.[6]

Ante esta pesada herencia, algunos personajes tratan de huir y protagonizan migraciones, exilios forzados, deportaciones; sin embargo, solo logran encontrar situaciones semejantes de desamparo y soledad. La única salida que hallan es relatar ante otros solitarios como ellos la experiencia vivida, en un intento de catarsis que establezca una comunicación que, aunque efímera, objetive y alivie el sufrimiento experimentado.

Como se verá a lo largo de las páginas que siguen, la ficcionalización de la historia centroamericana reciente no contradice las tendencias recién mencionadas en la narrativa latinoamericana contemporánea. Pero el aporte de la literatura no termina con la ficcionalización de la historia ni el estudio de aquella finaliza con la referencia a los hechos sucedidos. La mirada del escritor sobre su entorno y sobre un pasado tan reciente que lo agobia diariamente, aporta una interpretación que trasciende el mero acontecimiento.

Este libro se compone de ocho capítulos cada uno de los cuales se dedica a uno de los asuntos mencionados; los tres primeros tratan de la relación entre la literatura y la Historia, las figuras y los géneros del proceso de escritura. Un cuarto capítulo explora la investigación sobre el crimen; a esto sigue el retorno a la infancia como una forma de volver a asomarse al secreto y la muerte. El sexto capítulo se ocupa del viaje del migrante o el desterrado y de la narración de ese periplo; los aspectos dramáticos de tal estructura narrativa conducen a la relación entre teatro y la narrativa. El último capítulo examina la tensión existente entre la forma fragmentada de la narrativa del grupo en estudio y la voluntad semiósica del discurso literario. Se agrega, además, un “Excurso” con el análisis de una obra particular, La sirvienta y el luchador, de Horacio Castellanos Moya, a partir del cual se sintetiza la visión de mundo de este grupo generacional.

Acerca del corpus de la investigación, además de la novela y el cuento, se incluye dentro de la narrativa la crónica y la biografía. La región centroamericana abarca los cinco países hispanohablantes: Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá. El grupo de escritores constituido se amplió con Francisco Goldman, Dante Liano y Daniel Quirós; el primero porque, aunque publique en inglés, su obra, traducida al español, trata temas relacionados con la historia centroamericana reciente –las guerras, la migración, los asesinatos–; Dante Liano comparte con el grupo la preferencia por el género policíaco político y otros temas; lo mismo sucede con los relatos de Daniel Quirós quien, aunque más joven que los demás, ha creado un personaje típicamente “huérfano” y desencantado: un excombatiente de las guerras de Nicaragua e investigador.

Varios de los análisis de obras de escritores costarricenses proceden del libro de las autoras, 100 años de literatura costarricense.[7]Versiones anteriores de los estudios sobre las novelas Itzam Na, de Arturo Arias, y Las murallas, de Adolfo Méndez Vides, aparecieron en La ciudad y la noche.[8]

* * *

Durante la década de 1970 estalló una importante crisis política ante la continua frustración de un cambio social en Nicaragua, Guatemala y El Salvador. La crisis adquirió la forma de un desafío armado y masivo al orden institucional; los Estados respondieron con una violencia mayor que la empleada para demandar más participación política, justicia social, libertad y acceso a la tierra.[9]

Fueron esos los años de preparación para las guerras civiles, que implicaron no solo el conflicto armado sino también la creación de nuevos grupos políticos, las movilizaciones masivas, la fuga de capitales de parte de militares y políticos, el conflicto étnico –especialmente en Guatemala–, la participación de la iglesia católica y la intervención política y militar de Estados Unidos. Podría decirse que en conjunto, la tensión implicó conflictos bélicos, intervenciones políticas y grandes robos de recursos públicos.

En Guatemala la guerra civil se prolongó por treinta y seis años, desde 1960 hasta 1996.[10] En los años setenta se desarrolló la represión más sangrienta de la región, que eliminó líderes sindicalistas, activistas campesinos, estudiantiles, religiosos y periodistas. Entre 1981 y 1982 el ejército llevó a cabo un verdadero genocidio indígena, con la “campaña de tierra arrasada”, que asesinó a cincuenta mil indígenas civiles, destruyó seiscientas aldeas indígenas y desplazó a medio millón de personas.[11]

Después de veinte años, en 1985 por primera vez gana unas elecciones sin fraude un candidato civil de la oposición, Vinicio Cerezo. Sin embargo, el acuerdo de Paz no se firmó sino hasta en 1996 y entonces empezó el período de recuperación de la memoria de la guerra, que culminó en 1998 cuando se presentó el Informedel Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica Guatemala: nunca más.[12] No obstante, la impunidad no desapareció, al punto que monseñor Gerardi fue asesinado el día después de la presentación del Informe.

Entre 1974 y 1978 en Nicaragua aumentó la represión política: se suspendieron los derechos constitucionales, se desató la represión de la Guardia Nacional contra los opositores y murió en acción Carlos Fonseca Amador, uno de los líderes históricos del Frente Sandinista de Liberación Nacional (F.S.L.N.). La guerra finalizó en julio de 1979; el 10 de julio se formó en Costa Rica un gobierno provisional para Nicaragua y se redactó el Programa de gobierno de reconstrucción nacional. Ese mismo día Estados Unidos abandonó Nicaragua y siete días después Anastasio Somoza huyó del país. El 19 de julio el F.S.L.N. entró en Managua, con lo que se puso fin a cuarenta años de la dictadura de la dinastía.[13]

En El Salvador la guerra civil abarcó la década de 1980 hasta 1992,[14] cuando se firmó el acuerdo de paz. El 15 de octubre de 1979 tuvo lugar el golpe de estado contra el gobierno del general Carlos H. Romero y se integró una Junta Revolucionaria de Gobierno, con participación del partido Demócrata Cristiano.[15] La guerra civil, el enfrentamiento militar abierto, dio inicio en 1981.[16] La imposibilidad de un triunfo de cualquiera de las dos fuerzas más el temor por el aumento de la violencia que habría implicado la continuación del enfrentamiento ya que cada uno dominaba una parte del territorio, hizo necesaria la negociación de la paz que se firmó en enero de 1992, después de doce años de guerra civil.

En lo referente a Honduras, en la década de 1970 y hasta 1980, el país vivió tres gobiernos militares corruptos, algunos de cuyos integrantes fueron también denunciados por soborno, así como sus sucesores, inmiscuidos en el narcotráfico. Después de las elecciones de 1980, el país se convirtió en plataforma de la contrarrevolución y las bases militares de Estados Unidos para atacar al gobierno nicaragüense. Según Torres Rivas, “el país entero vivió un ambiente de guerra sin haberla, con los militares (nacionales y norteamericanos) como ejecutores políticos”.[17]

Si bien en Costa Rica no ha habido enfrentamientos bélicos desde 1948, el país no fue inmune a las guerras de los otros países centroamericanos. Por un lado, se vivieron constantes incursiones de la Guardia somocista al territorio nacional, que incluyeron ataques e incluso asesinatos de ciudadanos costarricenses en la zona fronteriza. Por otro lado, el país abrió sus puertas tanto acogiendo a los exiliados y los migrantes, como apoyando acciones beligerantes del sandinismo en la lucha contra la dictadura somocista.[18]

Hubo también una participación decidida de costarricenses en la guerra en Nicaragua; algunos representantes de los grupos de izquierda costarricense integraron la Brigada Carlos Luis Fallas, en 1979, y la Brigada Juan Santamaría en 1983, que marcharon a Nicaragua por una petición formal del Frente Sandinista y posteriormente en la lucha contra la contrarrevolución.[19]

Durante la segunda mitad del siglo XX, en Panamá la tensión política giró alrededor de dos asuntos: el predominio del poder militar y la lucha por el Canal. Los militares tomaron el poder a fines de 1968; tras varias pugnas internas, en 1969 asume el gobierno Omar Torrijos, quien recibe el apoyo de la Guardia Nacional y del pueblo, lo que soluciona la crisis interna. Torrijos se impone y se convierte en un carismático líder populista.[20]

De 1970 a 1977, Torrijos continúa la batalla por la devolución del Canal de parte de Estados Unidos; diez años después se firma el histórico Tratado Torrijos–Carter, con el cual Panamá adquiere la soberanía de su canal. Desde el 1 de octubre de 1979, desaparecen la Zona del Canal y la Compañía que lo gobierna y el 31 de diciembre de 1999, finalmente la República de Panamá asumió la responsabilidad total por la administración, la operación y el mantenimiento del Canal.[21]

En 1981 Omar Torrijos murió en un cuestionado accidente de avión, cuya causa no se llegó a dilucidar y fue sustituido por Manuel A. Noriega. Este era el jefe de la Guardia Nacional que reformó en 1983 para crear las Fuerzas de Defensa de Panamá con el apoyo inicial de Estados Unidos.[22]

El evidente fraude en las elecciones de 1989 generó protestas y la anulación de los comicios. Ante la protesta de la comunidad internacional, contraria a la intervención militar y el fracaso de una solución, Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas con el gobierno panameño y adoptó nuevas medidas de presión económicas.[23] Finalmente, a finales de 1989, la administración Bush comenzó la “Operación Causa Justa”, una invasión a gran escala llevada a cabo por cerca de 24 mil soldados.[24]

* * *

Unos años antes del estallido de las guerras centroamericanas, en América Latina ocurre otro fenómeno que, aunque posee distinta naturaleza, tuvo hondos alcances políticos. Se trata de la teología de la liberación, que adquiere una relevancia particular sobre todo en El Salvador y Nicaragua. Las resoluciones del Concilio Vaticano II (de 1962 a 1965) causaron entre los católicos latinoamericanos de la época un profundo cambio de mentalidad: la Iglesia se acercó a las posiciones políticas de izquierda, a la transformación radical de la sociedad, y así se metió de lleno en el problema del Tercer Mundo.[25]

De 1967 es la encíclica Populorum progressio (“Sobre el desarrollo de los pueblos”), cuya recepción en América fue determinante; el mismo año llega a El Salvador el jesuita vasco Ignacio Ellacuría (1930–1989), quien allí vivió el fuerte impacto de la recepción de ese documento y luego también el impacto de la Conferencia de los Obispos Latinoamericanos de Medellín de 1968.[26]

En Nicaragua ya en 1966 Ernesto Cardenal (n. 1925) había fundado una pequeña comuna contemplativa en el archipiélago de Solentiname; publicó los comentarios al evangelio hechos por los campesinos de esa comunidad,[27] de donde salió en octubre de 1977 un grupo de jóvenes guerrilleros que asaltaron el cuartel San Carlos. Esta acción resultó crucial para el inicio de la primera ofensiva insurreccional. La Guardia somocista destruyó la comunidad y Cardenal fue condenado en ausencia a muchos años de prisión.[28]

Óscar A. Romero fue designado arzobispo de El Salvador, en febrero de 1977 y fue asesinado tres años después. La violencia -expulsiones y asesinatos- de parte del gobierno militar del coronel Arturo Armando Molina, alcanzó también a otros sacerdotes y laicos, como Ignacio Ellacuría, que fue asesinado en noviembre de 1989.

Después de la toma del poder en Nicaragua por parte del F.S.L.N. los miembros del ejército somocista y de sus aparatos de seguridad que habían logrado abandonar el país para escapar de la justicia, se agruparon con elementos de los ejércitos vecinos de Honduras y El Salvador. Con estos, en noviembre de 1981 la administración Reagan autorizó a la C.I.A. a crear una fuerza paramilitar contrarrevolucionaria, conocida como la Contra, la cual tuvo el apoyo económico y la asesoría de ese organismo. Estados Unidos inició una campaña de aislamiento de Nicaragua y la Contra organizó la oposición armada.

El gobierno de Reagan activó bases militares estadounidenses como centro de operaciones para la Contra. Esta invasión, finalmente derrotada, supuso sin embargo la destrucción de infraestructura y empresas campesinas, el asesinato de maestros y la muerte o la migración hacia países vecinos de miles de nicaragüenses.[29] Dos años después se formó el Grupo de Contadora contra la intervención de EE. UU. en Nicaragua.

También en Costa Rica los Estados Unidos presionaron a los gobiernos para que asumieran “un papel más activo en el conflicto de Nicaragua”.[30] Se permitió entonces el establecimiento de bases militares en el norte del país, desde donde se atacó el sur de Nicaragua; algunas de estas estaban dirigidas por el exsandinista Edén Pastora, el comandante Cero, quien encabezaba la contrarrevolucionaria Alianza Revolucionaria Democrática (Arde), que se desplegaba por el Frente Sur de Nicaragua. Esto sucedió a pesar de la proclamación de neutralidad perpetua, activa y no armada de Costa Rica por parte del presidente Luis A. Monge el 17 de noviembre de 1983.

Durante la década de 1980 “se movieron armas, dinero y agentes del servicio de inteligencia de la CIA”.[31] Con la justificación de aumentar la seguridad nacional debido a varios atentados que ocurrieron en los mismos años, los gobiernos de entonces solicitaron ayuda, a Estados Unidos y a Israel, cuando en realidad todo iba dirigido a la lucha antisandinista, para crear cuerpos especiales de elite en seguridad dentro del servicio de inteligencia.[32]

Entre 1950 y 1963 la población se había incrementado más de un 60%, por lo que los nacidos en la década de 1950 constituyeron la generación de mayor crecimiento poblacional en Latinoamérica y también en el mundo. La duración y la violencia de los conflictos armados inevitablemente influyeron en los movimientos de las poblaciones al provocar desplazamientos que afectaron todos los países.

De acuerdo con el Estado de la región (2016) los movimientos migratorios en la región centroamericana desde 1985 “se incrementaron y diversificaron dramáticamente”. Dentro de la región, Belice y Costa Rica recibieron a los refugiados procedentes de El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Fuera de la región, cerca del 80% de la emigración centroamericana salió hacia Estados Unidos; en 1990 en este país vivía más de un millón de centroamericanos, cifra que triplica la registrada en el censo de 1980 y es casi diez veces superior a la de 1970.[33]

Según el Informe Estado de la región, la emigración extrarregional aumentó antes de la agudización de los conflictos armados: entre 1970 y 1980 pasó de 138 000 a 361 000 personas. Sin embargo, durante las décadas de 1980 y 1990 los emigrantes casi llegan a un millón doscientos mil, es decir, tres veces más alta que la registrada diez años antes. Parte importante de los desplazamientos estaba constituido por los miles de excombatientes y militares desmovilizados al finalizar el conflicto; según Sophie Esch “más de ciento cincuenta mil desmovilizados como residuo directo de las guerras y como posible fuente de violencia en las posguerras”.[34]

* * *

Después de las guerras y los acuerdos de paz, en casi todos los países tuvo lugar un proceso de recuperación de la memoria. Cinco países firmaron el Acuerdo de Esquipulas II en agosto de 1987, según el cual aprobaron “Asumir plenamente el reto histórico de forjar un destino de paz para Centroamérica” y “Comprometernos a luchar por la paz y erradicar la guerra”.[35]

En El Salvador, el informe de la Comisión de la Verdad De la locura a la esperanza se presentó en 1993 y “causó en su momento un gran revuelo nacional” porque fue criticado tanto por el ejército y por algunas organizaciones guerrilleras como el E. R. P.[36]

En Guatemala hubo dos informes, uno, coordinado por la Iglesia Católica y algunas organizaciones internacionales en el proyecto Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi) con el fin de documentar los abusos cometidos durante el conflicto armado; este se inició en 1994 y se concretó en el informe Guatemala: nunca más, presentado el 24 de abril de 1998. Guatemala: memoria del silencio es el título del otro informe, generado por Naciones Unidas por medio de la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH) para Guatemala. Si bien este es “más extenso y exhaustivo”, no incluye los nombres de “los mandos responsables de las atrocidades”.[37]

En Costa Rica, el 8 de noviembre de 1990, la Asamblea Legislativa instaló la Comisión Especial (CE) para investigar los hechos relacionados con el atentado de La Penca ocurrido en el país en 1984, que también era investigado por la Corte Suprema de Justicia. El Informe Unánime Afirmativo (IUA) que la comisión terminó en abril de 1994, incluye una primera parte que contiene un análisis del contexto histórico de Costa Rica y Centroamérica durante las décadas de 1970 y 1980 y una segunda parte sobre el atentado y la identidad de su autor. En la contextualización de la época, se explica el accionar de grupos terroristas y de servicios de inteligencia de diferentes países durante esas décadas en la región. Además, se analiza la evolución de los servicios de espionaje y la intervención de los Estados Unidos y de otros países en Costa Rica.[38]

Después de los informes, tanto en Guatemala como en El Salvador organizaciones civiles continuaron la investigación y la difusión de los hechos relativos a las respectivas guerras de las décadas anteriores, por ejemplo, el Equipo de Antropología Forense de Guatemala o el Museo de la Palabra y la Imagen y la Asociación Pro–Búsqueda en El Salvador en El Salvador. En el primer país, el Archivo de la Policía Nacional forma parte ahora del Archivo de la Nación en Guatemala, que logró “un respaldo oficial, aunque siempre bastante precario”.[39]

En Nicaragua, según Sprenkels, no ha habido investigaciones sobre la guerra civil, ni después del triunfo sandinista ni después de la guerra de la contra; al contrario, después de las elecciones que perdió el FSLN, la actitud hacia el pasado fue de “borrón y cuenta nueva” (p. 29). El investigador concluye que, “Por medio del trabajo de la memoria, las pasadas guerras mantienen una enorme vigencia política en Centroamérica (…) Lejos aún de cristalizarse una interpretación histórica sobre estas guerras que amplios y variados sectores acepten como justa y legítima, lo que predomina es la polémica y la fragmentación” (p. 46).

Después de la década de 1990 se mantiene, por tanto, la necesidad de recuperar los acontecimientos del pasado reciente y la literatura no puede escapar de este imperativo histórico. Varios de los textos estudiados aluden de diferentes maneras a los hechos ocurridos en los países centroamericanos en las últimas décadas; se referirá en cada caso alguna información pertinente acerca del momento histórico referido y sus principales actores.

[1] Horacio Castellanos. 2011. “La guerra: un largo paréntesis” y “De cuando la literatura era peligrosa”. En La metamorfosis del sabueso. Ediciones Universidad Diego Portales, pp. 11-19 y 46-48.

[2] Mauricio Vallejo Márquez evoca la vida de seis escritores salvadoreños nacidos que fueron asesinados o desaparecidos por su participación política: Lil Milagro Ramírez, Alfonso Hernández, Jaime Suárez Quemain, Rigoberto Góngora, Nelson Brizuela, Juana María Tiempo (Delfina Góchez), Fernández y Mauricio Vallejo; los cuatro últimos nacieron en la década de 1950, cfr. Mauricio Vallejo Márquez, “La censura y una generación olvidada”, Cuadernos hispanoamericanos 744 (2012), pp. 79-98.

[3]Jacintario, sitio web de Jacinta Escudos, 10 agosto 2011, blog https://jescudos.com/2011/ 08/10/ el-perro-en-la-niebla-roger-lindo/

[4] También en el trabajo colectivo de Tiranas ficciones: poética y política de la escritura en la obra de Horacio Castellanos Moya, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2018, se señala una generación de escritores centroamericanos nacidos en los mismos años y cuyo desarrollo se vincula con el fin de las utopías. El grupo de 1950 “fue partícipe de un conflicto armado cruel, el cual se prolonga transformado en el interminable ciclo de violencia social del presente” y su literatura se caracteriza por la presencia dominante de la violencia en su ficción, cfr. Tiranas ficciones. 33-34 y 10-11. Los nombres y la producción de los integrantes de dicha generación en Centroamérica aparecen en el apartado Bibliografías de autores.

[5] Propuesta de Rodrigo Cánovas. 1997. Novela chilena.Nuevas generaciones. El abordaje de los huérfanos. Ediciones de la Universidad Católica de Chile.

[6] Jacinto Choza y Pilar Choza. 1996. Ulises, un arquetipo de la existencia humana. Ariel, n. 146.

[7] Margarita Rojas G. y Flora Ovares. 2018. 100 años de literatura costarricense (primera edición 1995). Editorial Costa Rica y Editorial Universidad de Costa Rica, pp. 871-1040 y 1063-1077. En las referencias bibliográficas finales se detallan los estudios que se utilizaron de este libro.

[8] Margarita Rojas G. 2006. La ciudad y la noche. Narrativa latinoamericana contemporánea. Farben. En las referencias bibliográficas finales se detallan los estudios que se utilizaron de este libro.

[9] Edelberto Torres Rivas. 2007. La piel de Centroamérica (Una visión epidérmica de setenta y cinco años de su historia). Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), p. 108.

[10] Desde la perspectiva de Edelberto Torres Rivas, sin embargo, más que guerra civil en este país se trató de “un conflicto social armado, un estado de beligerancia del ejército contra toda expresión de oposición”, Torres Rivas, La piel de Centroamérica, p.113.

[11] Torres Rivas, La piel de Centroamérica, p. 114.

[12] El Informe lo inició en abril de 1995 la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala y fue dirigido por el coordinador general de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (Odha), monseñor Juan GerardiConedera.

[13] Previamente Somoza, así como otros integrantes de la oligarquía, habían estado trasladando dinero fuera del país. Edelberto Torres Rivas señala que la elite militar se dio a la fuga, entre ellos los llamados los Generales de Oro por los millones de dólares que sacaron del país, Centroamérica. Revoluciones sin cambio revolucionario. F&G editores, 2013, p. 375.

[14] Luis A. González. 1999.“El Salvador de 1970 a 1990: política, economía y sociedad”. Realidad, 67 (enero-febrero), p. 47.

[15] Se ha interpretado este golpe como el colapso del “régimen de gestión militar del poder político, aunque los militares mantuvieron una influencia decisiva mientras duró la guerra”, David Escobar Galindo, “Comentario a la primera edición”, en Rafael Menjívar Ochoa. 2006. Tiempos de locura. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), p. XV.

[16] Rafael Menjívar Ochoa indica que la verdadera declaratoria de guerra y el enfrentamiento militar abierto sucedieron el diez de enero de 1980, Rafael Menjívar Ochoa, Tiempos de locura, p. 189. Para Luis A. González la guerra civil empezó cuando, a inicios de 1981 el Farabundo Martí para la Liberación Nacional (F.M.L.N), lanzó una “ofensiva final” con el fin de provocar un levantamiento popular contra el gobierno; sin embargo, ante la reacción gubernamental, el F.M.L.N. tuvo que internarse en las zonas montañosas, donde recibió el apoyo de muchos campesinos y organizaciones populares. Luis A. González. “El Salvador de 1970 a 1990”, p. 52.

[17] Edelberto Torres Rivas, La piel de Centroamérica, pp. 120 y 162.

[18] El ejército somocista fue el autor del asesinato de la niña Yolanda Guido en enero de 1979, del bombardeo contra los estudiantes que portaban la Antorcha de la Libertad que se transporta a través de los países centroamericanos para celebrar la independencia, de varios ataques contra enviados de la prensa, así como de emboscadas a guardias civiles costarricenses y agresiones a pescadores del país. Cfr. Rodrigo Carazo. 1989. Tiempo y marcha. Editorial Universidad Nacional a Distancia, pp. 259-267.

[19] Cfr. José Picado Lagos. 2013. “Presentación”. En Los amigos venían del sur. Editorial Universidad Estatal a Distancia, pp. vii-xiv.

[20] Olmedo Beluche. 2001. Diez años de luchas políticas y sociales en Panamá. 1980-1990 (primera edición 1994). s. e., pp. 58 y sgtes.

[21] La entidad gubernamental que cumple las responsabilidades es la Autoridad del Canal de Panamá. Consultado en http://micanaldepanama.com/nosotros/historia-del-canal/resena-historica-del-canal-de-panama/

[22] Cario Nasi. 1990. “Panamá: crisis, invasión y la nueva era de hegemonía norteamericana”. En Colombia Internacional. Universidad de los Andes. Consultado en https://revistas.uniandes.edu.co/doi/pdf/10.7440/colombiaint9

[23] Cario Nasi, art. cit.

[24] Cario Nasi, art. cit.

[25] El proyecto eclesiástico-político subyacente era el de la restauración de la cristiandad. La Iglesia había perdido influencia en el mundo moderno y lo que intentaba era reconstruir el mundo occidental como sociedad cristiana”, Gustavo Morello. 2006. “El Concilio Vaticano II y su impacto en América Latina: a 40 años de un cambio en los paradigmas en el catolicismo”. En Cuestiones contemporáneas, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, p. 90. Consultado en www.revistas.unam.mx/index.php/rmcpys/article/viewFile/42551/38658

[26] David Fernández, S. J. s.f. “Ignacio Ellacuría: vida, pensamiento e impacto en la universidad jesuita de hoy”, conferencia inaugural de la cátedra compartida Ignacio Ellacuría de Análisis de la realidad política y social. Universidad Iberoamericana Puebla y Universidad Iberoamericana. http://www.uca.edu.sv/facultad/chn/c1170/Ellacuria-vida,-pensamiento-e-imparto-en-la-universidad-jesuita-hoy.pdf

[27] Ernesto Cardenal. 2007. El evangelio en Solentiname (primera edición 1975). Editorial Anamá.

[28]https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/cardenal.html

[29]http://neutralidadperpetuacostarica.blogspot.com/2015/11/la-proclama-de-neutralidad-perpetua_30.html

[30] María C. Álvarez Solar. 2012-2013. “Costa Rica y el atentado de la Penca (1984)”. Diálogos, Universidad de Costa Rica, v. 13, n. 2, p. 80.

[31] En 1981 tres miembros del grupo revolucionario La Familia dieron muerte a tres guardias civiles y a un taxista. La policía capturó a Viviana Gallardo, líder del grupo, que fue asesinada en su celda por un policía. Ver María C. Álvarez Solar, “Costa Rica y el atentado de la Penca”, 1984, p. 72.

[32] Uno de estos grupos era “Los Babies”, que, según la Comisión Especial (CE) de la Asamblea Legislativa, “fue asesorado y financiado por la Embajada de los Estados Unidos” y creado por Dimitrius Papas, agente de la CIA, María C. Álvarez Solar, “Costa Rica y el atentado de la Penca (1984)”, p. 73.

[33] De 1970 a 1980 la migración centroamericana a Estados Unidos se incrementó 190,8% (pasó de 113 913 personas a 331 219); de 1980 a 1990 aumentó 231,5% (1 098 021 personas). Estado de la región. “Los esfuerzos de las poblaciones: las migraciones en Centroamérica”, capítulo 14, quinto informe Estado de la Región / PEN Conare, San José, 5ª edición (1999), pp. 359 y 370.

[34] Sophie Esch. “¿El arma en la sociedad? La novela del desmovilizado, militarismo e introspección en la obra de Castellanos Moya”, Tiranas ficciones: poética y política de la escritura en la obra de Horacio Castellanos Moya, p.190.

[35] Los acuerdos de paz se firmaron en El Salvador en 1992, en Guatemala en 1996; en Nicaragua el primer acto de desarme de los miembros de la “Contra” fue en junio de 1990, como parte de los Acuerdos de Sapoá y del proceso de paz que condujo a la desmovilización de los contrarrevolucionarios. El Acuerdo de Esquipulas II está en http://memoriacentroamericana.ihnca.edu.ni/uploads/media/Esquipulas_II.pdf

[36] Ralph Sprenkels. 2017. “El trabajo de la memoria en Centroamérica: cinco propuestas heurísticas en torno a las guerras en El Salvador, Guatemala y Nicaragua”. Revista de Historia, n.76 (julio-diciembre), p. 23.

[37] Sprenkels. p. 24.

[38] María C. Álvarez Solar. 1984. “Costa Rica y el atentado de la Penca”, pp. 68-92.

[39] Sprenkels. p. 26.

Capítulo I

Ajuste de cuentas con la historia

Otra vez volvemos a estar soloscon esa sensación de que los amigos desaparecen. (…)Los que no han muerto nos delatan;existe un álbum donde están pegadas nuestras fotografíaspor cualquier error (…)Solos entre las tapashaciéndonos, te lo confieso, más y más solitarios.

Adolfo Méndez Vides

Cuando empiezan a publicar los escritores de la generación en estudio, alrededor de 1982, también aparecen dos de los textos más representativos de la narrativa testimonial centroamericana: La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, de Omar Cabezas y Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia.[40] El primero es un relato en el que se narra parte de la lucha contra la dictadura de Somoza, y el segundo una transcripción de la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos del testimonio oral de Rigoberta Menchú. Esta última publicación generó además una importante polémica tanto ideológica como política que se manifestó en varias publicaciones. En 1999 el antropólogo estadounidense David Stoll cuestionó la verdad biográfica de varios datos del libro Rigoberta Menchú y la historia de todos los guatemaltecos. En 2001 aparecen dos libros que contribuyen al debate alrededor del libro de Menchú, uno coordinado por el investigador guatemalteco Mario Roberto Morales, Stoll–Menchú: la invención de la memoria; elprofesor y escritor Arturo Arias se encarga de editar en Estados Unidos The Rigoberta Menchú Controversy. Esas polémicas tocaban principalmente la relación entre el texto y la verdad, la base de la definición del género.

Refiriéndose a su propio libro, el escritor y político salvadoreño Roque Dalton afirma en la introducción de Miguel Mármol: “Creo que estas y otras publicaciones hacen urgente la difusión de la realidad histórica: y nadie puede informar mejor de una masacre que los sobrevivientes”. Y más adelante: “Por eso es que deseché la primera trampa insinuada por mi vocación de escritor frente al testimonio de Miguel Mármol: la de escribir una anterior novela basada en él, o la de novelar el testimonio. Pronto me di cuenta de que las palabras directas del testigo de cargo son insustituibles. Sobre todo porque lo que más nos interesa no es reflejar la realidad, sino transformarla”.[41]

Algunos estudiosos de la literatura consideran que el género testimonial es “no ficción”, más cercano a la historiografía o al periodismo que a la literatura. Otros, en cambio, lo mantienen dentro de la narrativa, como un tipo de novela, la “novela testimonio”. Se trata ciertamente de un género literario híbrido que mezcla la novela tradicional con el discurso testimonial. El asunto lo ha resuelto sintéticamente Elzbieta Sklodowska:

sería ingenuo (en el caso del testimonio) asumir una relación de homología directa entre la historia y el texto. El discurso del testigo no puede ser un reflejo de su experiencia, sino más bien su refracción debida a las vicisitudes de la memoria, su intención, su ideología. La intencionalidad y la ideología del autor–editor se sobreponen al texto original, creando más ambigüedades, silencios y lagunas en el proceso de selección, montaje y arreglo del material recopilado conforme a las normas de la forma literaria. Así pues, aunque la forma testimonial emplea varios recursos para ganar en veracidad y autenticidad –entre ellos el punto de vista de la primera persona–testigo– el juego entre ficción e historia aparece inexorablemente como un problema.[42]

Por otro lado, el testimonio plantea la cuestión de su historicidad. Cuando estudian un conjunto de literaturas, por ejemplo, la narrativa centroamericana, los investigadores no siempre han procedido con rigor histórico. En el estudio del relato testimonial y la obra de los nacidos a partir de 1950, podría ser más relevante preguntarse si el testimonio es el género propio de un período literario o si se trata de una posición ideológica.

Las generaciones obedecen a la necesidad de distinguir una periodicidad histórica: los grupos poseen rasgos estéticos que los definen, que se revelan mejor con la perspectiva que da el tiempo. Escritores como Claribel Alegría (n. 1924), Marco Antonio Flores (n. 1937), Roque Dalton (n. 1935) y Mario Payeras (n. 1940) pertenecen al grupo de los nacidos entre 1935 y 1949; Omar Cabezas (n. 1950) está en el límite entre los dos grupos –es de los “rezagados”–. En el caso de Rigoberta Menchú (n. 1959) hay que recordar que la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos (n. 1941) fue quien transcribió y editó su texto.[43]

Escritores de narrativa testimonial de otros países latinoamericanos como el cubano Miguel Barnett (nacido en 1940) y la mexicana Elena Poniatowska (nacida en 1932) pertenecen también al primer grupo: de Barnett es Biografía de un cimarrón (1966) que le consiguió ser considerado el “pionero de la novela testimonial hispanoamericana, el exponente más importante de la veta testimonial en el contexto hispanoamericano”.[44] Poniatowska es autora de dos relatos de narrativa testimonial: una novela basada en una larga entrevista a la lavandera Josefina Bórquez, Hasta no verte Jesús mío (1968), y La noche de Tlatelolco (1971) acerca de la matanza de estudiantes de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, México.

Magdalena Perkowska distingue entre la literatura comprometida de los años sesenta y ochenta, en especial el testimonio, y la literatura de los noventa: la primera era una literatura

abiertamente comprometida (…) textos de denuncia, de protesta, de espíritu idealista y utópico, que plasmaban la revolución y la lucha revolucionaria como una necesidad y posibilidad histórica, y lo hacían de manera directa. Surgieron en una época de fe y optimismo en la viabilidad de cambios sociales radicales y, sobre todo, en una época de divisiones ideológicas y antagonismos de intereses.[45]

La literatura posterior, agrega la investigadora, posee “un discurso que ha abandonado el gesto político”, que “expresa el desencanto, la desilusión y el caos social que reinan en las sociedades centroamericanas, incluso las que no estaban directamente sumidas en los conflictos bélicos que asolaron la región entre los 60 y los 90, como Panamá, Costa Rica y Honduras”.[46]

Después de revisar las distintas propuestas sobre el asunto de la periodización de la literatura, José Luis Escamilla R. concluye que los escritores nacidos entre 1950 y 1964 pertenecen a “un nuevo periodo cultural”. El investigador distingue entre la narrativa testimonial ya la narrativa posterior, en la que “es preponderante la mirada hacia el interior del individuo, cuyo centro no es lo nacional, ni la colectividad, sino la individualidad y sus circunstancias. Es decir, mientras el testimonio ponderaba lo colectivo y representó un proyecto político, la novela es más individual y representa una posición ideológica”. El sujeto de este nuevo período se aparta de los proyectos y las fronteras nacionales, agrega Escamilla, “se abre el camino hacia las diferencias y contradicciones multiculturales”.[47]

Algunos investigadores han visto en las obras de Horacio Castellanos distintos grados de distanciamiento del género testimonial, desde una subversión en La diabla en el espejo (C. Paredes) hasta el rechazo de la visión optimista del testimonio como estrategia de solidaridad en Insensatez (I. Sánchez Prado) y el cuestionamiento del papel revolucionario y testimonial del intelectual.[48]

Por todo lo anterior, se puede concluir que la narrativa testimonial es un género cultivado por escritores anteriores a los de la generación en estudio; estos prefieren otros géneros, como la crónica y el género neopolicial, cuya estructura casi todos utilizan para la denuncia política, como se verá más adelante.[49]

* * *

En la primera década de este siglo, los escritores centroamericanos nacidos en los años 50 publican más de veinte novelas contextualizadas o basadas en hechos históricos. Como explica María del Pilar López Martínez:

Pasados los conflictos armados centroamericanos, resurge la novela de ficción. Tras años de haber sido relegada, la práctica escritural de ficción irrumpe en los terrenos otrora ocupados por la novela testimonio, principalmente. Sus motivos y técnicas son múltiples: la novela de ficción histórica, la novela de temas subjetivos, la novela social con tintes policíacos y de narcotráfico, entre otras. Lo cierto es que las novelas de ficción centroamericanas de los últimos diez años dibujan un trasfondo social y político, subjetivo o intimista en el que, considero, es posible leer la reinvención de Centroamérica.[50]

La autora también considera la “novela histórica o novela centroamericana contemporánea, en que los temas históricos son motivo para indagar y cuestionar las versiones oficiales de la historia, y en las que, explícita o implícitamente, se establecen posiciones sobre la relación entre el discurso histórico y el de ficción”.[51]

La narrativa de la generación de 1950 muestra una orientación renovadora del género narrativo; se trata de la incorporación de referencias históricas y biográficas. Formalmente, se manifiesta con rasgos similares a los de la narrativa testimonial, por ejemplo, un estilo que simula una entrevista, con referencia de nombres, lugares y fechas de la supuesta conversación. En los cuentos y las novelas se perciben ciertos cambios del discurso que se refieren al código narrativo: aparecen personajes relacionados con el oficio de la escritura: periodistas, correctores, editores, cronistas; algunas novelas se refieren a actividades como escribir, recopilar datos, investigar en libros; no pocas mencionan hechos históricos, principalmente de la década de las guerras, y también de los años cincuenta; formalmente la novela se parece a la crónica, la novela histórica y la novela periodística.

Sin embargo, esta literatura se empieza a escribir cuando iniciaban las guerras o estaban aún en curso. Debido a la cercanía temporal, los acontecimientos de esta época aún no había sido objeto de la Historia escrita y, por lo tanto, los textos literarios carecían de ese referente. Cabe entonces preguntarse: ¿a partir de cuál referente se escriben las novelas de esta generación? Estas dan cuenta de los hechos bélicos pero ¿dónde se hallan las fuentes, si no existe aún una Historia escrita?[52]

La necesidad de la denuncia y el temor al olvido conducen a que los escritores asuman la tarea de contar la Historia no relatada aún. Sin embargo, al ser etiquetada como ficción, es decir, como discurso no verdadero,[53] se hace necesario para la literatura buscar un parecido con el discurso más “histórico”, con el fin de persuadir de la verdad de sus denuncias, lograr que estas resulten “más verdaderas” y así convencer del proyecto ideológico que la sostiene. Acercar el discurso literario al discurso histórico confiere al primero la ilusión referencial, que genera el segundo.

Juegos entre la ficción y la historia

Miradas al pasado

Julio Valle Castillo selecciona el período de la conquista española en la novela Réquiem en Castilla del Oro; en esta retrata los abusos cometidos durante esos años, sobre todo por el capitán general y gobernador de la región, Pedro Arias Dávila, conocido como Pedrarias Dávila. La primera parte narra el encuentro entre españoles e indígenas, los hechos de la Conquista y algunos textos fundadores de la mitología indígena. También sintetiza de modo a la vez terrible y jocoso la conquista de Perú, que se gestó desde Nicaragua.

La conquista española se invierte en La guerra mortal de los sentidos, de Roberto Castillo, novela en la cual el Buscador del Hablante Lenca, español, regresa a su Patria con un conocimiento que logra transformar algunos importantes aspectos de la vida allí. El principal objetivo de su viaje a Honduras había sido encontrar al último hablante de la lengua lenca y reconstruir una lengua casi extinta, hablada solo por 36 858 personas. Aunque el propósito de su investigación no se cumple, pues nunca encuentra al Hablante Lenca, logra reunir varios testimonios que lo personifican y que además ofrecen un panorama de la región. Esta tradición acompaña al Buscador cuando este regresa a España.[54]

Por su parte, Dorelia Barahona revive varias épocas de la historia centroamericana en La ruta de las esferas y rescata diversos personajes, a veces olvidados por la Historia y la literatura. Así, surgen las figuras de Juanito Mora, Juan Santamaría y Pancha Carrasco, héroes de la Campaña Centroamericana contra el filibustero William Walker en 1856. También se reelaboran episodios de la revuelta de 1911 contra la compañía minera de Minor Keith en Costa Rica.

En la novela histórica de Óscar Núñez Olivas, La guerra prometida, se revisan en detalle los escenarios políticos de los años de la invasión de William Walker a Centroamérica. La narración se desplaza de San José de Costa Rica en el año 1855 a diferentes poblados del país y Nicaragua, así como a algunas ciudades de los Estados Unidos. Se detiene en las figuras del presidente Juan Rafael Mora Porras y la del filibustero norteamericano, aunque menciona el papel de muchos otros participantes de los hechos históricos. Con pormenores que muestran una investigación histórica cuidadosa, da cuenta también de las intrigas políticas, los juegos de poder y las pasiones que se esconden detrás de estos acontecimientos.

En 1992, Jorge Luis Oviedo crea el personaje Tiburcio Medina Álvarez, en quien se unen tres figuras dictatoriales de la historia de Honduras: José María Medina, Tiburcio Carías Andino y Gustavo Álvarez Martínez.[55]La gloria del muerto presenta una mezcla de discursos, incluido un monólogo interior, cuyos motivos, tema y estilo revelan una cercanía con la novela paradigmática de la dictadura, El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez.

La flota negra de Yazmín Ross es una biografía novelada de Marcus Garvey (1887-1940), cabeza del movimiento negro de masas que proponía el retorno al África originaria. Sigue los inicios, el auge y el colapso del controvertido y carismático líder y su proyecto en diferentes escenarios como Puerto Limón y Harlem. A la vez que novela las sucesivas etapas de la vida de Garvey y su relación con múltiples personajes y sucesos históricos, despliega la aventura naviera de este, la creación de The Black Star Line, empresa encargada de financiar el movimiento y llevar a los adeptos a su destino. A lo largo de la obra, la realidad social y las desavenencias políticas contrastan con frecuencia con la mitología del retorno a la Tierra Prometida y la utopía panafricana que terminan anclados en el “mar de los relatos habitado por una flota inmóvil” (p. 480).[56]

Ese mismo personaje aparece en Limón Blues de Anacristina Rossi, que se desarrolla sobre todo en Limón, puerto al que llega en busca de trabajo el protagonista, Orlandus Robinson, desde su natal Jamaica. Narrado desde diferentes voces y a partir de hechos y datos históricos, el libro describe diversos aspectos culturales y políticos de la época y presenta a varios personajes históricos relacionados con la región. Entre ellos, al líder Marcus Garvey y el seguimiento de su propuesta en Limón y otros lugares del país.

En Cómo ríe la luna de Vernor Muñoz, los acontecimientos se enmarcan en lugares conocidos del San José de los años de 1930 como el Teatro Adela, donde proyectan la película Amor en venta, con Joan Crawford y Clark Gable, las tiendas Mainieri, Chic de París, Mil colores y La Gloria.

Los protagonistas viven una época revuelta en la que coinciden las conferencias de Krishnamurti, el ascenso del nazismo y las primeras luchas del Partido Comunista. De este último se recrea actos de represión que sufrieron sus líderes y seguidores por parte del gobierno de Ricardo Jiménez: Manuel Mora Valverde, Jaime Cerdas, Chabela Carvajal y Luisa González protagonizan primero una actividad política en la calle; algunos de ellos huyen en una movida persecución por la ciudad para refugiarse en la casa de Joaquín García Monge, donde también aparece el escritor Joaquín Gutiérrez.

Cuando se habla del empresario de cine y radio Perry Girton, se revela un conocimiento detallado de lugares y servicios que se ofrecían en la época:

Carlos por supuesto conocía los productos de la Botica Francesa, incluyendo el aceite mineral, tanto como los anillos para pistón, condensadores y bushings del almacén de José María Arce, frente a la Artillería, los itinerarios de Aerovías Nacionales, las novedades del Almacén Robert y de la joyería de Cayetano López, el teléfono de la Orquesta Repetto y hasta el horario de las misas de La Soledad (p. 201).

A la vez, la solicitud de Girton permite la introducción del personaje José Elías Zárate, quien ofrece al empresario presentar por primera vez en su radioemisora La Voz de la Víctor una música nueva, de la que solo él posee discos. De esta manera, todos logran conocer el tango en la voz de Carlos Gardel. Mientras comentan el nuevo programa de música a cargo de Zárate, se cuentan otras visitas de artistas al país, como las de la bailarina Isadora Duncan, el tenor Alfonso Ortiz Tirado y la cantante y actriz Libertad Lamarque. Se mencionan también novedades musicales de la época importadas por el almacén Font y Nieto: Vernon Duke, Cole Porter, Benny Goodman, Duke Ellington y otros.

Las novelas de Erick Aguirre, Un sol sobre Managua y Con sangre de hermanos recrean dos acontecimientos históricos en Nicaragua: el terremoto de Managua en 1972 y la revolución sandinista en 1979. Según Nicasio Urbina, en la primera se puede apreciar “un rescate y una crítica sobre la situación urbana de Managua, sus tragedias telúricas, su reconstrucción caótica después de 1972 (…) Gran parte de la novela reconstruye los barrios de la vieja Managua con nostalgia, y recurre a textos históricos para hablar de edificios desaparecidos. La historia del ferrocarril y su extinción hasta vender los rieles y los vagones como chatarra”.[57]

Cada una de las tres novelas de Manuel Martínez se ocupa de una etapa diferente de las últimas tres décadas de la historia de Nicaragua. La rueda de la fortuna se detiene en los años preliminares de la revolución sandinista y los primeros estallidos populares. La gloria eres tú se sitúa en el triunfo insurreccional y los años inmediatamente posteriores; las consecuencias de la guerra de la Contra insurgencia y la presencia creciente del narcotráfico se novelan en Pasada de cuentas.

Martínez incluye dos aspectos poco tratados en la narrativa de la guerra: la mención a la alianza entre militares, hacendados y poder judicial en detrimento de los indígenas cuya rebelión se propone como detonante de insurrección local. El otro aspecto es la presencia de los cristianos en la lucha contra Somoza.

Limón Reggae de Rossi y Te llevaré en mis ojos, de Rodolfo Arias sitúan parte de la acción en las décadas de 1970 y 1980, cuando los escritores, que tenían alrededor de veinte años, fueron sensibles a las luchas políticas que agitaron el mundo y el Istmo y que generaron la activa participación estudiantil, las protestas y la exigencia de cambios. Ambas obras se refieren al tema de las luchas sociales centroamericanas de esos años y recuerdan la presencia, en el panorama político costarricense, de la llamada generación de Alcoa, bautizada así por su participación en las luchas contra la Aluminiun Company (Alcoa) que, en 1970, involucraron a amplios sectores de la población y fueron protagonizadas fundamentalmente por los estudiantes de educación media y superior.

Limón Reggae se desarrolla en Costa Rica y otros países de Centro América durante la década de 1970. Menciona a personajes históricos fácilmente reconocibles bajo nombres similares y evoca procesos socioeconómicos de la época. Habla del destino de un grupo de jóvenes que persiguen la utopía de un mundo mejor, en sociedades marcadas por la injusticia, la represión y las guerras. A las luchas políticas y los amores juveniles se agrega la discusión acerca de la identidad cultural y racial, especialmente de los afrocostarricenses, y se muestran las diversas salidas a esta situación por parte de los protagonistas.

Mediante el personaje de Laura/Aisha, la novela se propone enriquecer la visión de la identidad y las raíces de lo costarricense, agregándoles el componente multiétnico. Como en otras novelas de la autora, destacan la solidaridad y la fuerza de las mujeres, el tratamiento novedoso del tema erótico y la presencia de una mirada inquisidora sobre el mundo, que a la vez propicia la denuncia y descubre aspectos inéditos de la realidad y la historia.[58]

La historia de Te llevaré en mis ojos, de Rodolfo Arias, se concentra en un grupo de jóvenes participantes en las luchas políticas –universitarias y centroamericanas– de los años 1970 y 1980. Con distinto grado de compromiso, todos militan en la Juventud Vanguardista Costarricense,[59] organización que promueve acciones políticas en diferentes ámbitos. Por ejemplo, la toma de aulas de la Universidad de Costa Rica para reivindicaciones estudiantiles, las elecciones de 1978 y 1982 con la organización de izquierda Pueblo Unido y sus respectivos líderes.

La Costa Rica de esos años resulta inevitablemente envuelta en actividades de mayor envergadura como las guerras centroamericanas: la guerra de Nicaragua y el sandinismo, el atentado de la Penca; la liberación del fundador del Frente Sandinista, Carlos Fonseca Amador de la cárcel de Alajuela. El contexto mundial es la época conservadora en el mundo en la década de 1980, debido a la alianza entre Margaret Thatcher primera ministra del Reino Unido desde 1979 hasta 1990, y Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos entre 1981 y 1989. En estos años si bien la guerra contra Somoza ya había finalizado, en Nicaragua se vivía entonces otra contienda esta vez en contra de los antisandinistas financiados por Reagan. En El Salvador se mantenía también un duro enfrentamiento.

Para los contemporáneos cercanos a los hechos contados, no es difícil reencontrar los referentes de algunos personajes de la novela de Arias: el ajedrecista José Luis recuerda al campeón nacional de ajedrez Juan León Jiménez; Vladimir Chacón al secretario general de la Juventud Vanguardista Costarricense (J.V.C.), Lenin Chacón. También del ámbito cultural se alude a grupos musicales como Tayacán, con el cantante nicaragüense Luis Enrique Mejía Godoy; otro que participa como un personaje es el escritor y ajedrecista Joaquín Gutiérrez.

Las referencias a varios tipos de música se entretejen a lo largo del relato; se habla del conflicto de los militantes de izquierda con el rock; se recuerdan las temporadas de teatro en el Museo Nacional y otros teatros sirven para manifestaciones políticas. Como todos los universitarios de esos años, los personajes se reunían en la Soda Guevara, cafetería situada frente a la Universidad de Costa Rica: “Era un viejo caserón frente al campus, repleto a esas horas de profes y estudiantes, y en especial de todos los revolucionarios de todos los colores y sabores: maoístas, doctos expositores del suche coreano y de la revolución permanente de Trotsky, de las agudas observaciones de Gramsci y la compleja crítica de Marcuse” (pp. 66-67).

Los personajes se mueven en otros espacios, el local que ocupaba el regional de la J. V. C. de la Universidad de Costa Rica, el cine Lux frente a la Plaza Víquez; el negocio denominado La Copucha, que se hallaba cerca de la avenida Central en San José, lo cual permite hablar de la migración de argentinos y chilenos de esos años debida a las dictaduras sudamericanas de los mismos años. La efervescencia cultural y política que acompaña la entrada en la madurez de los jóvenes protagonistas contrasta con los años siguientes, sellados por la división de los partidos de izquierda en la década de 1980.[60]

También el relato Gina, de Rodrigo Soto, ubica históricamente la juventud de la protagonista en los años de las luchas contra la Alcoa y luego en la guerra contra la dictadura de Somoza. En una de las manifestaciones contra la empresa, la joven conoce a su primer novio; posteriormente el compromiso político desarrollado en Costa Rica con los guerrilleros sandinistas la lleva a tomar la decisión de participar directamente en el conflicto.

Arturo Arias da a conocer la novela El precio del consuelo; de las seis secciones la primera, “Rabinal”, está narrada desde la perspectiva de un periodista guatemalteco que regresa a su país para investigar la masacre de Rabinal. En la narración se intercalan otros textos, como frases de los monumentos, noticias que escribe el periodista, artículos que leen otros personajes, mensajes electrónicos. En un monumento, por ejemplo, se lee lo siguiente:

Un ex miembro traidor… llamado Flavio… desertó del E.G.P. y para salvar su miserable vida se entregó al ejército de Rabinal acusando inauditamente a niños, a mujeres, hombres y ancianos (as) de pertenecer a la guerrilla. Fue por esta mentira que el día 11 de septiembre de 1982 el traidor, las P.A.C. y el ejército de Guatemala masacraron y quemaron a los campesinos de Agua Fría (p. 31).

Todos esos textos intercalados también reconstruyen el acontecimiento histórico mediante la inclusión de las voces de los afectados, sus testimonios. El hecho narrado es histórico; en 1977 había empezado la construcción del complejo hidroeléctrico de Chixoy durante la administración de Kjell Laugerud García; durante el régimen del general Fernando Romeo Lucas García (electo presidente en marzo de 1978) se declaró “zona de emergencia” el sector donde se construiría la hidroeléctrica. Esto significaba el desplazamiento de las poblaciones que vivían en el área las que, al mostrarse en desacuerdo, fueron acusadas de subversivas y de pertenecer a la guerrilla. Uno de los casos más emblemáticos fue el de la aldea Río Negro, arrasada por la acción contrainsurgente del gobierno militar.

Aunque la presa se inauguró en diciembre de 1985 siendo jefe de Estado de facto Óscar Mejía Víctores, el costo humano no fue descubierto sino hasta octubre de 1993, cuando se encontró un cementerio clandestino con ciento setenta y siete osamentas, que eran los restos de los habitantes de Río Negro; “los sobrevivientes acusaron a los Patrulleros de aAutodefensa Civil y al Ejército de haber cometido la masacre”. Se calcula que los militares asesinaron un total de cuatrocientas treinta y cuatro personas por negarse a abandonar sus tierras entre 1981 y 1983.[61] Además, el agua anegó “la mayor parte de cuarenta y cinco sitios prehispánicos, dentro de los que destacan Rax Ch’ich’ y Kawinal, los asentamientos más importantes del postclásico en la región”.[62]

En la novela, a la denuncia de la violencia étnica, se une la de la violencia contra las mujeres; Sela, una de las cuatro amigas con las que se vincula el periodista en sus indagaciones, es víctima de un brutal asesinato y muere descuartizada. La voz de otra de ellas, Areli, guía la narración de la segunda sección, titulada Quiché, que también incluye la de algunas de sus amigas, las “mosqueseras”, una de las cuales menciona al periodista. Otra, Natasha, se va a trabajar a las aldeas quichés, a alfabetizar, a colaborar en el hospital y a enseñar nuevas técnicas de agricultura.

Entre 2003 y 2013 Horacio Castellanos da a conocer las cinco novelas que desarrollan la saga de la familia Aragón (Donde no estén ustedes, Tirana memoria, Desmoronamiento, La sirvienta y el luchador, El sueño del retorno), que abarcan un período histórico que va desde 1944 hasta 1991: cronológicamente la primera es Tirana memoria, cuyos acontecimientos ocurren en 1944, con la caída del dictador Maximiliano Hernández; la última El sueño del retorno, con el regreso del protagonista desde México a El Salvador después de los acuerdos de paz.

Una mínima fracción del viento de Rafael Cuevas se centra en los acontecimientos relacionados con la reciente historia política guatemalteca: cubre el período de las últimas dos décadas del siglo XX, durante el enfrentamiento del ejército contra algunos grupos políticos. En esta novela, la sociedad guatemalteca se presenta como un mosaico de piezas que no pueden encajar unas con otras, aunque, a raíz de un secuestro, el texto sugiere la posibilidad de un acercamiento político entre grupos tradicionalmente enemigos.

El río que me habita de Rodrigo Soto despliega una visión totalizante del mundo que en ocasiones adquiere tonalidades mágicas. Se replantean numerosos episodios de la historia nacional, que claramente aluden a hechos análogos del acontecer latinoamericano. En esta obra la crítica ha observado la presencia de perspectivas contrapuestas que detallan los diversos aspectos de la realidad, lo que produce un efecto de simultaneidad y subraya el carácter plástico del mundo.[63] A lo anterior se une la presencia de diferentes estilos y estrategias narrativas, que convocan la atención constante del lector.

El doble rostro de la Historia

Una de las primeras novelas del grupo en estudio que se refiere directamente a la situación política de la época es Después de las bombas, de Arturo Arias, publicada en 1979. La biografía personal y familiar del protagonista está jalonada por la sucesión de golpes de Estado y cambios de gobiernos, de manera que el ritmo biográfico y el social están marcados por la caída de las bombas: los acontecimientos políticos provocan la ruptura de la familia y el joven crece huérfano de padre; también la historia de su primer amor se oscurece con el abuso de un grupo de soldados contra la pareja.

La lucha política contra las dictaduras se presenta como algo que trasciende las generaciones y los sexos. Así, su madre participa en la política desde cuando era joven: “Mi vieja me contó el cuento, otro cuento y el mismo cuento. De cómo ella vio al país arder de punta a punta, los cuerpos carbonizados echados como basura en fosas comunes. De cómo valientemente lucharon por sacarlo de la oscuridad en el 44” (pp. 126-127).[64] En otro momento, la madre de Máximo le cuenta su participación junto con su madre, la abuela del joven, en las manifestaciones contra Ubico:

Y tomó solamente una semana de lucha sangrienta derrocar al régimen de 22 años (…) La manifestación era al mediodía (…) Las mujeres desfilaban al frente, hijo, porque los soldados nunca antes les habían tirado (…) Al pasar la Calle de la Amargura, las ametralladoras abrieron el fuego. Ella la vio caer. María Chinchilla. Una profesora (…) Yo había estado parada al lado de ella tan sólo un segundo antes, hijo, y ahora ella yacía contra la banqueta (pp. 128-129).

En los tres últimos capítulos de la novela, la búsqueda de identidad de Máximo se entremezcla aún más con la lucha política; el asesinato “del hombre de la CIA” intensifica la represión, es la época del general Arana Osorio:[65]