Sin reglas - Anna Freixas Farré - E-Book

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Anna Freixas Farré

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Beschreibung

La sexualidad de las mujeres mayores es uno de los secretos mejor guardados en nuestra cultura, a pesar de que la evidencia científica confirma que la edad no tiene por qué suponer una dificultad para el disfrute. Freixas aborda los diversos ámbitos que configuran la erótica femenina postmenopáusica, apoyándose en la voz de las propias mujeres mayores. Tras analizar la investigación y el conocimiento sobre el tema y las diversas posiciones teóricas que tratan de explicar la sexualidad después de la menopausia y las actitudes sociales y culturales al respecto, nos adentra en los grandes temas que afectan a la erótica femenina en la madurez. ¿Qué pareja desean las mujeres después de la etapa reproductiva?, ¿cómo se vive la sexualidad en nuestra sociedad globalizada, cuando no se dispone de una pareja cercana?, ¿cómo se viven las opciones sexuales diversas, más allá de la heterosexualidad? La erótica cotidiana se ve afectada por la vivencia de la imagen corporal, por la satisfacción o insatisfacción que sentimos con el cuerpo cambiado por la edad, y también por aspectos relacionados con la salud propia y la de la pareja. Conocer el cuerpo y el deseo y disponer de los recursos necesarios para marcar límites, expresar deseos y rechazos supone un plus de enorme importancia en la satisfacción sexual a todas las edades, que parece más fácil de alcanzar a medida que pasan los años.

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Agradecimientos

Este libro recoge muchos años de trabajo y reflexión sobre la sexualidad de las mujeres que he compartido de manera especial y privilegiada con Bárbara Luque. Sin ella, nada sería igual.

Marina Fuentes-Guerra, Marisa Calero y Araceli Velasco han ejercido de amigas, leyendo y opinando sobre el texto. Sus sugerencias me han permitido quitar y añadir; repulir y abrillantar aquí y allá y sobre todo apaciguar las dudas que suelen invadirme. Más que amigas.

De nuevo para este libro Juana Castro me ha regalado un poema. Es una reincidente maravillosa y yo una mujer afortunada, disfrutando de tantos años de amistad y complicidad feminista. Ella sabe cuánto se lo agradezco.

Soledad Gallego aceptó a la primera escribir el prólogo de este libro. Generosa, amable y valiente, porque apenas me conocía. Las Frescas han resultado, también en este caso, una tarjeta de presentación y una comunidad identitaria.

El buen hacer de Rosa Bertrán, mi agente y amiga de muchos años, ha propiciado la publicación de este libro en una editorial ilusionante. Le estoy siempre agradecida.

Por supuesto que sin las setecientas veintinueve mujeres que participaron en la investigación este libro no existiría, a ellas les agradezco su confianza y sus palabras. Algunas de ellas fueron cruciales en la búsqueda de nuevas participantes, en la organización de los grupos de discusión y la diseminación del cuestionario. Otras han aportado sugerencias, preguntas e ideas que me han permitido otorgar significado a los datos obtenidos y poner en valor las diferencias que nos constituyen en la edad mayor.

Juan y Bruno, mi pequeña y firme comunidad familiar, y mis hermanas Mamen, Bei y Lali están siempre ahí, jaleando y apoyando todos y cada uno de mis embarques. Menuda suerte tengo.

Ellas, la tarde

Juana Castro

Marzo de 2017

Las alegres ciclistas

pedalean. Tras la lluvia

el verdor de las hojas se alza limpio

como un vaso de sol entre las voces.

Pedalean y cantan.

¿Cuánto tiempo en la tarde?

—pregunta una mirada

que las sigue, afanosa

en tajar y medir

cada palmo de espejo con su carne.

¿Cuánto tiempo?

Mientras ellas, las felices amigas,

tan dispares y suyas,

en la colina cantan

y ríen y salpican

de luz la encrucijada.

Prólogo

Soledad Gallego-Díaz

Abril de 2017

El anuncio apareció en The New York Review of Books a principios de la década de 2000: «Antes de cumplir sesenta y siete años, el próximo mes de marzo, me apetecería tener mucho sexo con un hombre que me guste. Si necesitas antes hablar de…, por mí, podemos charlar sobre Trollope». (Anthony Trollope fue un escritor inglés de la época victoriana, del que W. H. Auden decía que, comparado con él, hasta Balzac era romántico). Firmaba el anuncio Jane Juska, una profesora que publicó poco después su primer libro, A Round-Heeled Woman, que se podría traducir por «Una mujer fácil», dado que, al parecer, Round Heeled fue, en los años veinte, una marca de sujetadores que se quitaba con facilidad. Maravillas del lenguaje.

¿Antes de cumplir los sesenta y siete? ¿Y por qué no después? ¿A los setenta o a los ochenta? ¿Acaso el deseo desaparece en las mujeres a una determinada edad? No, el deseo no se esfuma, lo que desaparecen son las oportunidades de llevarlo a la práctica, por múltiples razones, sociales, culturales, económicas, estéticas. «Disfruto más, aunque practico menos» podría ser un buen resumen de la situación y de las conclusiones del estudio que ha llevado a cabo Anna Freixas, indagando en el testimonio de setecientas veintinueve mujeres, de edades comprendidas entre los cincuenta y los ochenta y tres años, heterosexuales, bisexuales y lesbianas, que hablan sobre sus deseos y evalúan su propia experiencia erótica.

La disminución del deseo en mujeres a partir de la menopausia o de una cierta edad ha sido siempre una cuestión discutible, difícil de determinar, porque hay muy pocos estudios sobre el tema y los pocos que hablan de la sexualidad a una edad avanzada suelen ser obra de hombres blancos que toman a su grupo como modelo. Se dice que los viejos no paran de hablar y de contar batallitas, pero, desde luego, en el caso de las mujeres, hay un tema en el que eso es radicalmente falso. «Si algo define la sexualidad de las mujeres a todas las edades es el silencio respecto a su sexualidad, silencio todavía más espeso en mujeres que han traspasado el misterio de la menopausia», escribe Anna Freixas.

Romper ese silencio es el objetivo de este estupendo libro. Anna Freixas, profesora de Psicología Evolutiva, lleva mucho tiempo trabajando para explicar el envejecimiento en las mujeres, documentando y analizando lo ocurrido a lo largo de las últimas generaciones e iluminando áreas que permanecían totalmente ocultas, como las relacionadas con el lesbianismo en mujeres mayores. Sus estudios, desde la primera obra Mujer y envejecimiento, en 1993, hasta la última, Tan frescas. Las nuevas mujeres mayores del siglo XXI, aportan información muy valiosa sobre qué pensamos y cómo nos sentimos las mujeres que hemos superado los sesenta. En esta ocasión, Freixas ha conseguido que varios centenares de mujeres de más de cincuenta años hablen de su propia experiencia erótica y ha logrado un conjunto de testimonios muy variados que ayudan a desterrar la noción de personas mayores asexuadas, tan arraigada en nuestra cultura.

No esperen ustedes noticias terribles; más bien la lectura de este libro produce una cierta alegría. Pese a todos los tabúes, problemas e inconvenientes sociales y culturales, las mujeres mayores se las arreglan, más o menos, para no aceptar la condena que se les quiere imponer: la mayoría ya sabe que disfrutar de la vida, incluso de lo que te queda de vida, incluye también disfrutar de la sexualidad y, en general, se puede decir que las mujeres que hoy tienen setenta años son más felices sexualmente que las que tenían esa edad hace treinta. La gran pregunta es si las que ahora tienen treinta años serán más felices que nosotras cuando lleguen a nuestra edad. Anna Freixas espera que, por lo menos, sean más capaces de incluir el sexo en las famosas conversaciones íntimas entre mujeres, cosa que nosotras, pioneras en tantas cosas, hemos sido bastante incapaces de hacer. El silencio sigue siendo opresivo. Hablar de lo que algunas mujeres encuestadas denominan, con tanta belleza, el «deseo de piel», dejar de avergonzarse y negarse a que los demás te avergüencen, abrir la puerta a otras dimensiones, con tal de que sean placenteras, sigue siendo una tarea feminista necesaria.

Anna Freixas es muy cuidadosa también en evitar que se levanten nuevos mitos sobre vejez y sexualidad, no vaya a ser que primero se nos niegue y luego se nos obligue, construyendo nuevos estereotipos igualmente opresivos. La idea de que mantenerse activo sexualmente es señal de juventud y salud, igualando, además, coito a sexo, es una idea radicalmente masculina, que puede ser tan tiránica para la mujer como la negación de su deseo. El esfuerzo por aparentar juventud y atractivo, el trabajo extenuante de enmascaramiento del envejecimiento, implica un rechazo del cuerpo por temor a que no resulte ya atractivo. Las mujeres, afirma Freixas, necesitamos un nuevo lenguaje sobre la vejez que reconozca que el envejecimiento, obviamente, cambia y trasforma el cuerpo femenino, sin por eso dejar de poder experimentar placer sexual y sensual. Debemos recordar, nos apunta la autora, que cuanto mayores somos, más diferentes vamos resultando, porque acumulamos experiencias distintas, que nos hacen ser únicas, así que tan saludable puede ser practicar el sexo con regularidad como prescindir de él, según algunos de los testimonios que se recogen y analizan.

El trabajo de Anna Freixas ayuda a romper bastantes moldes, entre ellos el que fija que el deseo sexual disminuye progresiva o radicalmente desde la menopausia. Según su estudio, es verdad que se produce una disminución clara, pero de la actividad sexual, no del deseo, y a partir de los setenta años, mayor en mujeres heterosexuales que en lesbianas o bisexuales. Frente a la desagradable idea de «el deseo disminuye, qué horror», el testimonio de las mujeres entrevistadas por la autora nos lleva más bien a la estupenda constatación de «el deseo no desaparece, qué bien». Parece que algunas mujeres incluso «aprovechan el momento para replantear su erotismo», bien descubriendo nuevos aspectos en sus compañeros habituales, bien buscando otros, bien reorientando sus intereses sexuales de manera que encuentran en otras mujeres la posibilidad de un nuevo desarrollo de su sensualidad. Incluso, quién lo iba a decir, bromea Freixas, recurriendo a Internet para tener más oportunidades de relación.

La noticia es que más del 50% de las mujeres mayores de cincuenta años se siente satisfecha de su vida sexual y que solo un 15% está claramente descontenta. No lo tienen fácil, pero incluso un 40% dice estar a gusto con su vida sexual después de los setenta. ¿Es una buena noticia o solo una regular? ¿Qué dirán dentro de cuarenta años las mujeres que hoy tienen treinta? Una buena manera de ayudarles sería incorporar el tema de envejecimiento y el sexo en el debate feminista y proporcionarles modelos positivos de mujeres mayores que han encontrado su propia manera de disfrutar del placer sexual y de la sensualidad, fuera de los roles obligados por una cultura aún masculina. ¿Qué tal, por ejemplo, si se empieza a hablar de estos temas con los responsables de las residencias geriátricas, para invitarles a que conozcan esas realidades tan ocultas, como pide Anna Freixas? ¿Qué tal si nosotras mismas nos atrevemos a hablar? ¿Qué tal si, por ejemplo, comentamos todo lo que Anna Freixas ha ido descubriendo sobre nosotras?

No resisto la tentación de recordar aquí la primera vez que leí en un periódico sobre las ventajas de la menopausia en relación con el sexo. No fue en páginas médicas, sino en una gloriosa columna de Maruja Torres, que en 1992, con motivo de los fastos de las Olimpiadas y el V Centenario del Descubrimiento de América, se proponía organizar su propio festejo: un cortejo con el que se deslizaría Ramblas arriba, vestida de Miss Al Fin Sola, hasta llegar al mar, donde botaría una carabela enana llena de compresas, tampones, cremas espermicidas, diafragmas, anticonceptivos del día después, mensuales y trimestrales. Con pulso firme, estrellaría una botella contra el casco, mientras una banda entonaría «Semper libera» de La traviata. Por supuesto, toda la ceremonia estaría dedicada a la Virgen de Regla, a cuyo santuario irían todos, más adelante, a hacer unos rezos. Maruja terminaba: «Hala, a vivir». A disfrutar. Resulta que no estaba descaminada.

A modo de presentación

El silencio podríamos considerar que es el rasgo que define de manera más completa la sexualidad de las mujeres de todas las edades, y este se hace aún más espeso cuando se trata de mujeres que han traspasado el misterio de la menopausia. Sobre este asunto no se habla socialmente, pero tampoco entre nosotras hablamos de ello demasiado. Esta dificultad tiene que ver con muchas cosas, especialmente con la educación restrictiva que recibimos en su momento quienes hoy somos más o menos mayores y también con la que han recibido las nuevas generaciones educadas por padres y madres, maestras y maestros, que no saben cómo manejarse con el tema, pero sobre todo se relaciona con el rechazo social y cultural a la sexualidad de mujeres y hombres en la edad mayor.

Como estudiosa del envejecer sabía que algún día debería entrar a fondo en el asunto de la erótica de las mujeres mayores, un tema sobre el que casi no hay investigación ni conocimiento contrastado y en el que apenas se ha oído la voz de las mujeres. Había que hacerlo. Así pues, convencida de que ha llegado el momento de normalizar la conversación sobre el tema, visualizar el deseo, las prácticas y la diversidad, hace ya un tiempo decidí ponerme manos a la obra. Una de mis pretensiones al abordar este asunto ha sido, pues, la de destapar la cazuela del silencio en que lleva siglos cocinándose el erotismo femenino en la edad mayor. De acuerdo con la vieja teoría feminista, tratar de hacer visible lo invisible, de iluminar.

Algo tenía claro: necesitaba escuchar lo que cuentan las mujeres sobre su momento sexual, dar la oportunidad de crear nuestra versión propia de una realidad sobre la que se opina y teoriza, pero cuyo conocimiento pocas veces se sustenta en la experiencia y la vivencia de las mujeres. Conocedora de las bondades de la investigación en la que se escucha la voz de las personas implicadas —que a través de su relato nos ofrecen su propia definición y el significado que para ellas tiene determinado hecho vital—, me animé a preguntar. Los interesantes trabajos de Shere Hite se han llevado a cabo con este tipo de metodología[1] y también yo la había experimentado en un trabajo anterior sobre la menopausia.[2] Las lecturas que he ido realizando me han permitido ir acotando los temas sobre los que me parecía necesario profundizar y tener información de primera mano. A partir de todos ellos se fueron configurando los grandes ejes sobre los que indagar, que se concretaron en un amplio cuestionario en el que en todo momento he tratado de incluir la diversidad personal y emocional que configura la vida sexual de las mujeres, con el fin de que podamos entre todas construir un contradiscurso para el peyorativo mensaje social acerca de la erótica femenina en la edad mayor. Este ha sido el principal objetivo de este estudio.[3]

Así pues, buena parte de los contenidos de este libro parten de la información que han proporcionado un elevado número de mujeres, muy diversas y plurales, de más de cincuenta años que contestaron a un cuestionario amplio en el que se recoge su vivencia y experiencia sexual. Más de setecientas (729). No es ciertamente el universo (este no era el objetivo), pero supone una cifra nada despreciable. No me interesa sentar cátedra, hablar y pontificar sobre «la sexualidad de las mujeres en la edad mayor». Mi deseo ha sido el de abrir la veda del silencio, normalizar el tema, iniciar un debate. Sugerir. Nombrar lo innombrado, cuestionar, cuestionarnos. Mostrar la sinfonía de voces que nos caracteriza. En cualquier caso, y para evitar confusiones y sobre todo la necesidad de estar continuamente recordándolo en el texto, quiero aclarar que todas las afirmaciones y datos que presento se refieren exclusivamente a la población que ha participado, y no pretendo afirmar categóricamente ni generalizar nada. A lo largo del texto incluyo en cursiva muchas de sus aportaciones tal cual las he recibido. Su voz creo que ilumina con claridad los argumentos que expongo. En muchas ocasiones omitiré la reiteración «las participantes», «las informantes» y me referiré a «las mujeres», nombrando así a quienes han colaborado con sus palabras en esta conversación sobre los grandes temas de la sexualidad de las mujeres a partir de los cincuenta años.

Como iré mostrando a lo largo del libro, hablar de la sexualidad no es fácil, porque se trata de un tema sensible, especialmente cuando nos referimos a ella en la vejez.[4] La erótica de las mujeres es un tema complejo que no puede limitarse a unos datos estadísticos pelados que no dan cuenta de los aspectos experienciales o subjetivos de la vivencia sexual, que no iluminan el contexto social y cultural en que se configura.[5] Para ello es necesario disponer de información cualitativa, es decir, las palabras y la voz de las mujeres que permiten modular la información estadística. La sexualidad es todo y abarca una enorme complejidad de situaciones, vivencias y emociones. No es blanco o negro. La configuran una enorme paleta de grises, algunos de los cuales están reflejados en este texto, otros muchos quedan para futuras pensadoras.

La diversa información extraída del cuestionario, los datos estadísticos y buena parte de las conclusiones e ideas las he elaborado con Bárbara Luque, sin cuya colaboración atenta y esmerada este trabajo no existiría con el primor y la precisión que hoy presenta.

[1]Hite, Shere (1977). El Informe Hite. Estudio de la sexualidad femenina. Barcelona: Plaza & Janés.

[2]Freixas, Anna (2007). Nuestra menopausia. Una versión no oficial. Barcelona: Paidós.

[3]Esta investigación contó con la financiación del Subprograma de Ayudas Complementarias del Ministerio de Ciencia e Innovación CSO2008-04358-E y en ella ha participado como coinvestigadora principal Bárbara Luque. Han formado parte del grupo de investigación Amalia Reina y Dolores Juliano, con la colaboración imprescindible de Rocío Hidalgo, Azahara Palomero y Francisco Hidalgo.

[4]Gott, Merryn y Hinchliff, Sharron (2003). «How important is sex in later life? The views of older people». Social Science & Medicine, 56, 1617-1628.

[5]Frith, Hannah (2000). «Focusing on Sex: Using focus groups in sex research». Sexualities, 3(3), 275-297.

01

Destapar la cazuela

Es cierto, a todas las edades hay muchos temas de los que no se habla. La sexualidad es uno de ellos, pero cuando se trata de las mujeres mayores el mutismo es total. Hay un silencio denso en torno a la vida sexual de estas, a pesar de que la evidencia científica confirma que la edad no tiene por qué suponer una dificultad para sus deseos y posibilidades de disfrute. Los primeros estudios acerca de la sexualidad de las mujeres llevados a cabo por Masters y Johnson[6] afirmaron que la capacidad de goce sexual de las mujeres no decrece con la edad, aunque es posible que no les resulte fácil conseguir llevarla a la práctica, por una conjunción de factores personales y sociales que se alían en contra del erotismo femenino. La creencia popular no solo afirma que el deseo sexual con la edad desaparece, sino que debería desaparecer y que en la vejez seguir teniendo una vida sexual activa es inapropiado y reprobable. Además, de acuerdo con tal prejuicio cultural, las personas mayores no pueden esperar ser atractivas sexualmente, por lo que aun en el caso de que tengan deseos, no les resulta fácil encontrar con quién manejarlos.

El aumento espectacular de la esperanza de vida en el siglo XXha otorgado un espacio anteriormente jamás imaginado a la erótica en la madurez y ha propiciado un cambio generalizado en las actitudes hacia la sexualidad. Sin embargo, la creencia social de que las personas mayores son asexuales, que no tienen relaciones ni deseos de carácter sexual, está fuertemente arraigada en nuestra cultura, por lo que no es de extrañar la escasez de estudios que iluminen esta faceta de la vida de las personas mayores,[7] cuya sexualidad ha sido desde siempre un tema de escaso interés para la comunidad científica.[8] Paradójicamente, a pesar de que se trata de un tema de enorme relevancia, la investigación sobre la sexualidad está estigmatizada y es víctima de las prácticas perversas de la Academia que la han privado de legitimación, convirtiéndola en un «trabajo sucio».[9] Esta falta de consideración y respeto epistemológico afecta tanto a las y los investigadores en su currículo académico como a la construcción del conocimiento acerca de la sexualidad.[10]

Los estudios existentes suelen preocuparse por temas muy limitados (la transición menopáusica, las llamadas disfunciones sexuales y el malestar), utilizando poblaciones normalmente masculinas, blancas, heterosexuales y de clase media, todo con un color tirando a negro.[11] La mayoría de ellos trata de entender la sexualidad a base de cuantificar frecuencias: del coito, de la masturbación y de cualquier otra práctica sexual, centrándose en la actividad sexual en pareja, en una sociedad en la que un buen número de personas mayores viven a solas, especialmente en el caso de las mujeres. La prevalencia de la investigación focalizada en los problemas de funcionamiento sexual ofrece una visión parcial de la complejidad de la erótica en la edad mayor y contribuye a la consolidación de los estereotipos que sostienen que el sexo no es para las personas mayores, a quienes no les debe interesar ese asunto.[12] Las propias personas mayores (víctimas de sus propios prejuicios culturales) sienten que sus deseos son algo inapropiado y se avergüenzan de ellos. Las mujeres, además, interiorizan la idea de que ya no son atractivas ni sexualmente deseables, porque no son jóvenes[13] y se autoexcluyen por considerar que sienten deseos inadecuados —no siento la libertad del derecho al placer, creo que ya no es tiempo para gozar el erotismo—.

La concepción fundamentalmente reproductiva de las relaciones sexuales lleva a considerar que las mujeres postmenopáusicas no tienen deseo sexual —los condicionantes sociales asocian edad con pérdida de deseo. Nos han educado con la idea de que la gente mayor no tiene necesidades ni deseos—, por lo tanto, están excluidas de toda valoración en este ámbito —el problema que tenemos para vivir la sexualidad son los prejuicios y la desvalorización de la mujer una vez pasada la edad reproductiva—. Es decir, la negación del derecho a la erótica por cuestión de edad, la desaparición social —la invisibilidad, la creencia de que las mayores no deben tener sexualidad, que ya no les toca—,que resulta profundamente desanimante porque, entre otras cosas, estos prejuicios suponen una exclusión de la posibilidad de vivir la sexualidad en libertad —nos falta auto-autorización para decirnos a nosotras mismas y al otro u otra lo que queremos y lo que no queremos, cómo y cuándo, en lo referente al sexo, pero también a todo lo demás—.

La falta de interés por parte de la investigación acerca de este tema, unida a la resistencia de las personas mayores a hablar sobre su vida sexual, ha contribuido a la ausencia de una información verdadera y clarificadora. Hay pocos estudios acerca de la sexualidad de las mujeres de cualquier edad, pero cuando queremos centrarnos en la de las mujeres mayores nos topamos con uno de los secretos mejor guardados. Además, la falta de investigación basada en poblaciones saludables hace difícil desarrollar modelos generalizables de sexualidad en la vejez y no ofrece información y apoyo adecuado a las personas mayores que desean mantenerse sexualmente activas. Es curioso que el estereotipo de su asexualidad se mantenga vigente en nuestra sociedad a pesar de que no tiene una fundamentación empírica y de que disponemos ya de numerosos ejemplos de mujeres y hombres de avanzada edad sexualmente activos y saludables.[14] Este conjunto de creencias se concreta en una falta de interés de la clase médica acerca de la actividad sexual en la edad mayor, presumiendo que son sexualmente inactivas, y en una ausencia de políticas sociales e investigadoras que respeten e incluyan esta realidad. Pero cuidado, porque determinadas afirmaciones alegres y exageradamente optimistas también pueden suponer nuevos mitos sobre «vejez y sexualidad» que resulten tan opresivos para las personas mayores como los estereotipos que tratan de deconstruir.[15]

Un cóctel explosivo

La vivencia y la práctica de la sexualidad están afectadas por numerosos aspectos de carácter coyuntural, psicológico y social. Las complejas relaciones entre cultura, sociedad y envejecimiento determinan cómo podemos sentirnos como «seres sexuales» en la edad mayor.[16] Un totum revolutum de mensajes culturales referentes no solo a la edad, sino también al género, la imagen corporal y el tipo de relaciones y parejas que se establecen está ahí animando o desanimando la erótica de las mujeres mayores. Las ideas y prácticas relacionadas con la sexualidad que hemos tenido en la juventud se convierten en un sistema de creencias que hará más o menos factible que de mayores la vivamos de manera satisfactoria. Tenemos nuestra cabeza y nuestra cultura plagada de mitos (que se convierten en mandatos) que han marcado el pasado y el presente de las mujeres y los hombres de nuestro país y que interfieren de manera clara la vivencia sexual en la edad mayor. Por ejemplo, pensar que «sexualidad» es igual a «genitalidad» otorga un papel central al coito que deja fuera del espectro de posibilidades otras prácticas que tienen más que ver con el afecto y la sensualidad y que son de gran interés para las mujeres. Al igualar sexo con coito, este aparece como si fuera lo único válido, por lo que otras dimensiones del placer (el intercambio de caricias, afecto y sensaciones, sin metas que alcanzar obligatoriamente) se identifican como insatisfactorias y se entienden como «no sexo», excluyéndose con ello otras gratificantes prácticas sexuales. Este modelo, profundamente arraigado en el imaginario cultural, resulta insatisfactorio para las mujeres a todas las edades y difícilmente alcanzable para los varones mayores. Además, el mandato heterosexual que considera que la sexualidad «real» (verdadera, auténtica) implica una relación con un varón (con el que se presupone un vínculo amoroso, para más inri) complica la fluidez del deseo en las mujeres, en la medida en que la heterosexualidad gira en torno al placer masculino.[17]

Probablemente el aspecto sociocultural que más limita la sexualidad de las mujeres en la madurez tiene que ver con la educación restrictiva y castigadora que recibieron —la creencia de que el deseo o la sexualidad son malos o inmorales o perversiones—. Esta educación se caracterizó por la falta de información y el desconocimiento de todo lo que supone la erótica —los prejuicios, elpoco conocimiento de nuestro cuerpo, deseos, emociones, falta de formación sexual—. La moral judeocristiana ha impreso en la conciencia de muchas de las mujeres de estas generaciones una enorme dificultad para reconocer los deseos sexuales y poner los medios para disfrutar de ellos —la educación que hemos recibido nos ha coartado mucho—.La ausencia de una educación clarificadora y veraz ha creado una conciencia prohibitiva y temerosa —cuesta mucho quitar los tabúes con los que hemos vivido—.Otro elemento cultural de gran peso se refiere a la culpabilización del autoerotismo, que tiene su origen en la negativa educación sentimental que lo considera una conducta reprobable. Esta valoración vergonzante y punible de la masturbación no favorece la incorporación de las mujeres a la satisfacción individual de sus deseos sexuales, a pesar de que supone una práctica necesaria en todos los estadios del ciclo vital y de gran importancia en la edad mediana y mayor, cuando puede resultar la principal o incluso la única fuente de placer.

La educación sentimental femenina incluye también la idea de que el sexo implica, requiere, exige amor. ¡Ay! La consideración frecuentemente sostenida por las mujeres de que para hacer el amor tienen que estar enamoradas impone un límite a la práctica lúdica y coyuntural de la sexualidad e introduce elementos de trascendencia que la dificultan. También la suposición de que la falta de iniciativa y de interés sexual son signos de feminidad ha inhibido la búsqueda de la satisfacción sexual de las mujeres a todas las edades y especialmente en la edad mayor, cuando ya la sociedad presupone que eso no va con ellas. Esta creencia es profundamente limitadora y estigmatizante en la medida en que la mujer que se muestra activa e interesada en el sexo puede recibir el castigo social del estigma de puta. Por otra parte, la identificación entre sexo y maternidad, que fue uno de los pilares de la cultura franquista, lleva a considerar que la menopausia supone el fin del deseo legitimado y en algunos casos incluso el fin de la feminidad. Un buen número de mujeres, a las que la suma de los diferentes mitos ha impedido disfrutar en su juventud de una sexualidad plena, aprovechan esta creencia para dar por clausurado un aspecto de la vida que les ha aportado más incomodidad que felicidad y llegadas a este momento vital se niegan a mantener relaciones con sus parejas (en una muestra intuitiva y sabia de gestión de su propia sexualidad).

El cóctel que supone este sistema de creencias conlleva un pesado lastre para la vivencia despreocupada de la sexualidad y ha limitado estructuralmente la experiencia erótica de las mujeres que hoy son mayores. Todo ello impide que a estas alturas del ciclo vital escuchen su cuerpo y su deseo e incluso que lleguen a identificarlo. La larga historia de control social y político de la expresión sexual ha creado pozos de ignorancia y desconocimiento que hacen difícil para muchas personas vivirla con satisfacción y tranquilidad. Aunque también es cierto que la cultura moderna ha valorado en exceso la sexualidad como experiencia práctica y la importancia de esta para la satisfacción personal y en la pareja, creando frustraciones donde podría haber un espacio de libertad, especialmente en la edad mayor, cuando se dispone de más tiempo, más libertad, más conocimiento y menos limitaciones de todo tipo.

El doble rasero

En nuestra sociedad existe un doble rasero que otorga espacios y libertades diferentes a las personas en función del sexo. A nadie se le oculta que desde tiempo inmemorial la aceptación social de la sexualidad es diferente para los hombres y para las mujeres, ofreciendo permisividad a los varones para actuar como agentes sexuales, para mantener desde jóvenes todo tipo de relaciones, para mostrarse activos, interesados e incluso necesitados de urgencia, mientras que desvaloriza y estigmatiza a las mujeres que responden a sus propias necesidades y deseos sexuales, colmándolas de términos denigrantes que no se utilizan con los varones en similares circunstancias. La conjunción entre edadismo[18] y sexismo promueve una visión de las mujeres mayores como seres poco deseables o como parejas sexuales inadecuadas, que afecta especialmente a quienes no viven en pareja, para las que estos estereotipos se convierten en barreras difícilmente salvables.[19]

El ideario acerca del doble estándar del envejecimiento (que denunció nuestra admirada Susan Sontag)[20] sostiene que envejecer supone un proceso de gradual descalificación sexual para las mujeres en nuestra sociedad en la que «mientras los hombres maduran, las mujeres envejecen». Además, la consideración social de los cuerpos de las mujeres como objeto de deseo y las altas expectativas acerca del atractivo y la imagen corporal afectan negativamente a la autoestima femenina en el proceso de envejecer. En definitiva, la conjunción de los múltiples y diferentes dobles códigos ha ahogado desde tiempo inmemorial la capacidad de las mujeres de experimentar el deseo como parte legítima de su vivencia sexual y sirve para que se produzca un alejamiento progresivo de sus apetencias, llevándolas a renunciar a la gestión de su sexualidad y a situar el deseo fuera de su experiencia personal.[21] Todos estos elementos se han conjugado para desanimar la manifestación erótica de las mujeres y tienen graves consecuencias en la edad mayor, dado que envejecer con frecuencia supone una pérdida de la oportunidad de disponer de un contacto sexual más o menos regular, reconocido, aceptado, no estigmatizado, para las mayores que lo desean.

Esta realidad es percibida como un escenario cierto en la vida personal de las mujeres que denuncian la invisibilidad social femenina en la madurez y la dificultad para encontrar nuevos ámbitos de placer —lamentablemente, empiezo a comprobar que a partir de los cincuenta años ya no interesas a los hombres que te interesan sexualmente. Es una desagradable realidad, nada alentadora—.La sociedad no lo pone fácil, de manera que las mujeres identifican los límites sociales que restringen la vida sexual —que haya más libertad por parte de la sociedad para tener relaciones sexuales fuera de la pareja—.La exclusión social no escapa a su percepción, constatan las dificultades para encontrar una pareja dada la invisibilidad a que las personas mayores son sometidas en nuestra sociedad juvenilista —no tengo pareja estable desde hace tiempo y me deprimo al comprobar que estoy empezando a ser invisible para los hombres en general y más aún para los de mi edad— y las restricciones con que se encuentra su vida sexual. Algunas palabras de desesperanza traslucen claramente la imposibilidad percibida de poder disfrutar de la sexualidad en la edad mayor —si fuese posible, aunque no creo, desearía encontrar una pareja sexual como las que tuve hasta los cincuenta años. Pero ahora parece difícil—. Un deseo sexual que puede concretarse en la simple posibilidad de tener relaciones —vivirla, poder tener relaciones sexuales—.Percepción y deseo que también sienten las más mayores —me gustaría encontrar una pareja con la que pudiera experimentar la impresión de un beso, caricias con otra piel y alguna relación sexual—.No es que pidan mucho, la verdad, pero sus palabras reflejan el deseo de piel, la añoranza de un contacto que las devuelva al propio cuerpo. O simplemente saber, sentir, constatar que no es un imposible, que es algo que puede darse —que exista, que se dé— reclama una mujer de más de ochenta años, mostrando la amplitud del deseo de contacto. Tampoco lo tienen fácil las mujeres no heterosexuales —encontrar una pareja lésbica después de los cincuenta es muy difícil—.

La sexualidad compartida una vez pasada la menopausia no es un asunto sencillo en esta sociedad edadista, ya vemos. A la dificultad del encuentro con alguien algunas mujeres añaden lamentos que tienen que ver con lo difícil que puede ser mantener relaciones sexuales, dadas las características personales de los varones que les corresponden por edad, que son producto de una educación machista y que, en consecuencia, suponen una oferta muy poco estimulante —mantengo relaciones sexuales cuando existe una buena sintonía. Muchas veces esto no es posible porque los señores de mi edad han pasado por el franquismo y son extremadamente machistas—. Tampoco es fácil sacar los pies del plato —la sociedad penaliza el deseo fuera de la pareja—.Los límites diversos.