Nuestra menopausia - Anna Freixas Farre - E-Book

Nuestra menopausia E-Book

Anna Freixas Farré

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Beschreibung

Las mujeres que han vivido la transición menopáusica, ¿qué opinan sobre esta época de su vida? ¿Se puede aprender de esta experiencia y rebatir los discursos oficiales? ¿Cuáles son los aspectos experimentados positivamente y cuáles se reconocen como negativos? ¿Qué estrategias han elaborado para atravesarla con bienestar? En este texto la autora ofrece una versión desdramatizada acerca de la edad de la renovación a partir de las voces de las propias mujeres, quienes reflexionan sobre la relación entre menopausia, deseo y sexualidad y los temores con los que se afronta esta vivencia en nuestra cultura. Freixas plantea una interpretación sobre la menopausia que contribuye a disipar los estereotipos que limitan la vida y la libertad de las mujeres en la mediana edad. Se reconoce esta renovación como una coyuntura compleja, una transición natural y esperable en la que confluyen importantes variables biopsicosociales que explican y configuran la experiencia femenina.

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Agradecida y deudora

Para llegar a configurar este libro en su momento di la lata a un montón de personas, por la ingente cantidad de dudas que me acompañaban, comme d’habitude. La misma recogida de información precisó la colaboración desinteresada de muchas colaboradoras que hicieron posible este trabajo. Quiero destacar mi agradecimiento a las 135 mujeres de nuestro país, y de mis contactos en Nicaragua y en Argentina, que me prestaron sus palabras y recabaron las de otras mujeres.

A estas alturas de mi vida dispongo, afortunadamente, de una red amplia de amigas que me sostiene. Como es lógico, a lo largo de la escritura de este texto recurrí a muchas de ellas, pero he buscado especialmente la mirada de mis médicas feministas para obtener su visto bueno y con ello la tranquilidad necesaria, desde mi ignorancia de la faceta clínica. El pensamiento crítico de Nati Povedano y sus atinadas puntualizaciones supusieron en los inicios un estímulo y una seguridad. En esta revisión actual agradezco la impagable sabiduría de Enriqueta Barranco, quien me ilustró acerca de las nuevas engañifas con que se nos trata de convencer de que gracias a los nuevos y caros tratamientos hormonales seguiremos jóvenes y, además, llenas de vigor sexual. A Carme Valls siempre le estoy agradecida por el solo hecho de existir, pero ya es el colmo que, en mitad de sus escasas vacaciones, haya dedicado un precioso tiempo a bendecir mi pequeña incursión en la cosa clínica. Celebro nuestra amistad incondicional.

A mi peña le debo todo, como siempre, pero en el latoso trabajito de lectura crítica y revisión del manuscrito final —que solo se hace por amistad—, algunas personas fueron y han sido cruciales. De entre ellas, Caleli Sequeiros y Dolores Juliano ya no están aquí para celebrar el libro reeditado; tampoco Juan Serrano, siempre añorado, quien desde su andropausia hizo una paciente lectura. En la versión inicial Marisa Calero echó la necesaria y agradecida bendición lingüística. A Marina Fuentes-Guerra le agradezco por partida doble su sugerente lectura-radar y sobre todo nuestra larga y chispeante amistad; a Heide Braun, mi libérrima amiga, su reincidente revisión del manuscrito final en este verano gaditano demencial; a Herme Moreno su estar ahí, apoyando. Cada una de ellas me ha dado informaciones necesarias para revisar el texto, quitar, poner, reordenar, pulir. Sus sugerencias lo han hecho más certero. A Juana Castro, en la vorágine de su vida de hija experta y abuela aprendiza, le pedí que rebuscara un poema para enmarcar el libro, pero ella prefirió fabricarlo «especialmente para la ocasión», lo cual supone un lujo emocionante para mí y la constatación del sutil hilo de reconocimiento que nos une desde que tuvimos la suerte de conocernos. El prólogo de Carme Valls tuvo y tiene un gran valor emocional e intelectual para mí. Gracias, amiga querida. El lío editorial inicial se lo llevaron Carme Castells y Rosa Bertrán, con quienes el recuerdo de Enric Folch traza desde hace años un delicado vínculo de permanencia y afecto. En la versión actual, agradezco a Blanca Cambronero su amable paciencia y perseverancia que permiten que hoy tengamos esta nueva edición de Capitán Swing, gracias por la confianza.

Afortunadamente hoy disponemos de información de gran calidad para documentarnos a fondo sobre la menopausia. Diría que hay una notable cantidad de libros y artículos de dificultad variable, para todos los gustos y necesidades. En mi caso deseo destacar el beneficio que, para la comprensión de este proceso, y en general de la salud de las mujeres, han supuesto algunas autoras a quienes reconozco mi deuda intelectual y, sobre todo, les agradezco la felicidad que me proporciona el disponer de un marco explicativo ingenioso, sutil y descarado. Algunas han sido importantes, imprescindibles, en la redacción de este texto; otras lo han sido en mi interpretación del ciclo vital, a lo largo de los últimos años. Todas ellas están entremezcladas en mi mente y en mi cuerpo de mujer afortunadamente sin regla y ¡sin reglas!

Para las curiosonas, ellas son:

Andrés Domingo, Paloma, Menopausia. Una mirada feminista desde el buen trato, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2022.

Arnedo, Elena, La picadura del tábano. La mujer frente a los cambios de la edad, Madrid: Aguilar, 2003.

Del Estal, Elena, Alberta M.ª Fabris, Adriana F. Caamaño y Tania R. Manglano, Señoras. Una guía integral de la salud en la menopausia, Barcelona: Arpa, 2023.

Friedan, Betty, La fuente de la edad, Barcelona: Planeta, 1993/1994.

Greer, Germaine, El cambio. Mujeres, vejez y menopausia, Barcelona: Anagrama, 1991/1993.

Gullette, Margaret, Declining to decline: Cultural combat and the politics of the midlife, Charlottesville, Virginia: University of Virginia Press, 1997.

Marcè, Marta, Disfruta tu menopausia. Y aprende cómo vivir esta etapa con plenitud, Barcelona: Alienta, 2023.

Northrup, Christiane, La sabiduría de la menopausia, Barcelona: Urano, 2001/2002.

The Boston Women’s Health Book Collective, Our bodies, ourselves: Menopause, Nueva York: Simon & Schuster, 2006.

Valls Llobet, Carme, Mujeres invisibles para la medicina. Desvelando nuestra salud, Madrid: Capitán Swing, 2020.

La mujer renovada, de Louann Brizendine, publicada en 2023 por Salamandra (Barcelona), es un libro un poco diferente, pero creo que puede ser de interés. Me gusta porque deja de utilizar la palabra menopausia para nombrarla como «la renovación», y para la autora «esta fase es una ocasión para crecer en sabiduría, fortaleza y resiliencia». Su planteamiento general recoge de manera subyacente la idea de Margaret Mead acerca de la brillante energía de la menopausia. Así dice que «la renovación es un maravilloso portal que nos conduce a los mejores años de nuestra vida». Esta idea permea todo el libro.

Por otra parte, me parece muy interesante el documental Rebel menopause, de Adèle Tulli (Francia, 2013). La directora, en apenas veinticinco minutos, nos presenta a Thérèse Clerc (fallecida en 2016, con 88 años), quien en 2007 puso en marcha en Montreuil la Maison des Babayagas, un proyecto de convivencia para mujeres mayores de 65 años: una casa en la que rigen los principios de solidaridad, feminismo, ecología y laicismo, desde un compromiso social. El apasionado discurso de Thérèse Clerc defendiendo el proyecto y su consideración de la menopausia como un tiempo de completa libertad y como el momento en que comienza nuestra vida propia yreal supone un soplo de energía de enorme valor para las mujeres.

Prólogo

«No somos niñas dos veces; lo somos siempre,

pero nuestros juegos son más peligrosos».

Séneca

Estamos delante de un libro imprescindible para atender y entender los peligros que acechan a nuestros juegos vitales de la mano de Anna Freixas, cordobesa de elección, como Séneca lo fue de nacimiento. Desde que la conocí, hace ya más de veinte años, cuando iniciaba la descripción del proceso de envejecimiento de las mujeres, ha profundizado cada vez más en los obstáculos, sutiles o explícitos, que han hecho del proceso de envejecer un lamento más que un goce, una propuesta social al miedo más que a la alegría de saberse vivas, a la alegría de compartir placeres pequeños o grandes. Y ella, que propugnaba metafóricamente «pasar a las manos», a la acción, desde sus primeros libros y artículos, ha conseguido en este libro que sus manos mentales se introduzcan sin miedo y sin pausa en uno de los grandes miedos que se han alojado en la mente de las mujeres en los últimos quince años: el miedo a la menopausia.

Me negué hace años a hablar de la menopausia; prefería hablar de los problemas de salud que se presentan más allá de los 50 años y de la prevención biopsicológica y social necesaria para unos seres humanos que esperan vivir treinta y cinco años más con su cuerpo y con su mente, disociados por su entorno y unidos por su propia experiencia. Después de años de pasar de puntillas sobre este periodo de las vidas de las mujeres, dirigido hábilmente por el marketing de algunos productos farmacéuticos, se quiso unir la menopausia a todo lo que significara pérdida de vida, dolor y decrepitud corporal, hipertrofiando el papel de la pérdida de la menstruación, que es percibido en general como un alivio y una fuente de regeneración de la energía corporal, ya que no se pierde hierro mensualmente. Más que una mejora de la información que recibían las mujeres, se inició una nueva etapa en la que la divisa fue el miedo. Miedo a la pérdida, miedo a la osteoporosis y, como dicen muchas pacientes al consultar su angustia, «miedo a que me pase como a mi madre». Este conjunto de miedos, sin evidencia científica de buena calidad, provocó el intento de tratar «a todas las mujeres después de la menopausia y para siempre», en palabras de un catedrático de Ginecología que rectificó diez años después.

Por todo ello, y porque siempre me ha interesado investigar sobre la vida y sobre las causas que limitan o impiden su calidad, me negué a hablar de menopausia. Pero el libro que tenemos delante es diferente porque Anna Freixas no se ha arredrado ante ningún prejuicio, porque parte de la experiencia y de las sensaciones de las mismas mujeres que respondieron su encuesta, pero también de las expertas que en todo el mundo han reflexionado sobre el tema. Y, al leerlo, creo que todas y todos podrán comprobar que se trata de un análisis profundo y certero de los retos que se presentan a partir de la menopausia y que, con un discurso riguroso, pone barreras y desenmascara las ideas falsas y los prejuicios con los que se ha querido manipular la mente y el cuerpo de las mujeres en los últimos quince años.

De hecho, estamos en un momento de transición, dentro de la ciencia médica, respecto a la salud de las mujeres. Transición porque, de ser estudiadas a través del modelo masculino como normalidad, y tener muy poca información acerca de lo que pasa con la menstruación o con la menopausia, temas considerados tabú, hemos pasado a hipertrofiar los problemas que se desprenden de esta y a hipertratar este periodo con altas dosis hormonales, para continuar desconociendo la menstruación como indicador de la armonía corporal. Y esta transición y el exceso de terapia hormonal administrada no es solo una moda sin importancia, que por pasajera no habrá dejado más secuelas que los gastos hechos sin necesidad, sino que ha provocado graves problemas de salud, como el incremento de las patologías cardiovasculares o el de cáncer de mama.

Estudios epidemiológicos basados en datos de incidencia de cáncer de mama entre agosto de 2002 y diciembre de 2003, en Estados Unidos, han demostrado por primera vez una clara disminución de un 7 % de la incidencia entre todas las mujeres y de un 15 % entre las mujeres de 50 a 60 años, datos que se han atribuido a los límites de la terapia hormonal en la menopausia que se divulgaron a partir de la mitad de la década de 1990, cuando se inició un gran estudio epidemiológico, el de la Women’s Health Initiative, pagado con dinero público, que ha hecho un seguimiento de mujeres a partir de la perimenopausia y de la menopausia con diversas estrategias de promoción de salud y diversas dosis de tratamiento. Precisamente este estudio confirmó la relación entre la terapia hormonal sustitutiva y la mayor incidencia de cáncer de mama, que ya habíamos sospechado desde el Congreso de Mujeres y Calidad de Vida del año 1990 en Barcelona.

Ha sido dura, tanto para las expertas y expertos como para las mujeres, esta etapa de transición, sin ciencia, sin conocimiento y con el repetido bombardeo de que quien no se trataba estaba despreciando los grandes avances de la civilización y prefería ir en carro que en coche de alta cilindrada. Nos hemos movido sin recursos y nos han faltado puentes y mediadoras que nos permitan reencontrarnos con la experiencia de nuestras madres, de nuestras abuelas y de nuestras propias hermanas mayores. Que nos permitan amarrarnos a la vida, en lugar de levantarnos cada día con la angustia del miedo a la muerte y a las pérdidas. Y este es el trabajo que viene haciendo Anna Freixas desde hace años, desde su tarea tanto docente como investigadora. El papel de una hermana que se enfrenta a los mismos problemas que las demás y que, con su aguda mirada afilada con la perspectiva de género, nos hace de mediadora entre nuestra experiencia, la experiencia de las otras hermanas y de las que se han adentrado en el mundo de la ciencia.

Deseo parafrasear aquí una parte de la introducción a Séneca, de María Zambrano,[1] que me ayudó a redescubrir a este clásico, ya que creo que viene como anillo al dedo para describir, en mi opinión, el trabajo de Anna Freixas, aunque me permito sustituir el masculino singular por el femenino singular que ella representa para mí:

Si ella nos atrae es porque pertenece a una rara especie de mujeres, a esas que no han sido enteramente una cosa sino para ser otra, a esas de naturaleza mediadora que a manera de un puente se tienden entre nuestra debilidad y algo lejano a ella, algo invulnerable de lo que se siente necesitada. No es una pensadora de las que piensan para conocer, embaladas en una investigación dialéctica, ni tampoco la vemos lanzada en la vida, sumergida en sus negocios y afanes y ajena al pensamiento. Es propiamente una mediadora, una mediadora por lo pronto entre la vida y el pensamiento, entre este alto logos establecido por la filosofía griega como principio de todas las cosas, y la vida humilde y menesterosa.

Porque el pensamiento que de ella mana no es coactivo; y tiene algo de musical. Vemos en ella una médica, y más que una médica a una curandera de la filosofía que, sin ceñirse estrictamente a un sistema, burlándose un poco del rigor del pensamiento, con otra clase de rigor y otra clase de consuelo, nos trae el remedio. Un remedio menos riguroso que, más que curar, pretende aliviar; más que despertarnos, consolarnos.

Y este creo que va a ser el resultado de este libro sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, sobre nuestras sensaciones ante esta etapa vital, que más que vivirla como una pérdida, podemos vivir como una nueva oportunidad, tomadas de la mano con la sabiduría de las que piensan, y con la ciencia de las que hacen. Anna Freixas logra crear estos puentes mentales y esta mediación entre las experiencias, la ciencia y el camino que hemos de recorrer hacia nuestro futuro. Por eso creo que debemos agradecerle la audacia y la valentía de introducirse en este campo que aparentemente era árido y hacernos ver que el futuro no está determinado, sino que lo vamos construyendo día a día con el ejercicio de nuestra responsabilidad y de nuestra libertad.

Carme Valls Llobet

Médica,

directora del programa Mujeres,

Salud y Calidad de Vida, CAP

[1]Zambrano, María, Séneca, Madrid: Siruela, 1994.

Mujer mirando al sur

Mi abuela se sentaba al sol

esperando la muerte,

al sol vestida de luto con sesenta

años la sentaban

en la silla de anea

cada día a esperar

la muerte.

Siete hijos mi abuela pero

no conoció varón.

Cuando quise

preguntarle a mi madre mil pedazos

autistas me miraban sin verme.

Madre y virgen mi autista

rasgándose en el frío,

estudia hija estudia,

la mano el libro el chocolate

el cuerpo

el cuerpo las estrellas el bosque

las palabras el cuerpo

la película el vino la carne

del melón rajando mi garganta

relámpagos el zumo la sandía,

no se hace eso no se hace,

las siestas y las sábanas

mi secreto

pecado solitario.

La vela que en mi mesa

se agota y se deshace

también llega a su fin.

Pero el cuerpo, esta savia

venida de mi madre de mi abuela

me explota aquí en las sienes

en el sol y en la sangre

la granada

que es una y mil granadas

licuándose

calidoscopio azul mis dientes

el clítoris la luna la vagina

los limones candelas

ese tronco de encina quemándose

mi cuerpo

que no se apaga nunca

que no se acaba nunca

mi brindis

ese brindis de autista para siempre.

De aquellas.

Por aquellas que en mi vientre se estrenan

y en el cielo

rieron y reirán.

Juana Castro, para Anna

No es el principio del fin, es la resurrección

Cuando Capitán Swing me propuso hacer una revisión de este libro —publicado originalmente por Paidós, en 2007— para hacer una nueva edición, pensé que iba a ser una tarea ardua, y no me equivoqué. Así que me dispuse a expurgar las diversas publicaciones acerca del tema que han ido apareciendo en la literatura menopáusica en estos años —gracias a la sororidad ancestral de María Jesús Cala—. No soy ginecóloga, no soy endocrinóloga y, bien pensado, no soy casi nada, más allá de una pensadora crítica, curiosona e inquietante, que se preocupa por indagar acerca de la vida de las mujeres. De todas.

En este trabajo de documentación constaté que desde la publicación original de este libro no parece haber habido grandes planteamientos que hayan supuesto un giro copernicano y puesto en cuestión lo que sabíamos hasta ahora acerca de la menopausia y toda la parafernalia que la envuelve. La música de fondo, salvo algunas interesantes excepciones, repite cansinamente los mismos argumentos de siempre con los que tratan de convencernos de que nos encontramos ante un problema fundamentalmente clínico del que con un poco de suerte podemos salir bien paradas, siempre que nos sometamos a determinados tratamientos. Inventan uno nuevo a cada rato.

Situada en esta casilla de salida diré que la inmensa mayoría de las publicaciones e investigaciones acerca de la menopausia que he revisado cuidadosamente no tratan sobre nosotras, las mujeres, sino que se centran en nuestras hormonas, sofocos y otras lindezas que desde su punto de vista arruinan o arruinarán nuestra vida, sí o sí, en cuanto la cincuentena asome en nuestro horizonte vital. No son una invitación a mirarla con ilusión y curiosidad. Aunque parezca imposible, sigue sin hacerse una revisión crítica de lo que esta transición significa en nuestra vida. Y digo «crítica» porque lo que se necesita es exactamente esto, una reflexión que ponga en cuestión muchos de los supuestos que rodean este evento y que enturbian la tranquilidad con que deberíamos recibirla. La mente se me nubla cuando los textos llamados «científicos» quieren convencerme de su «objetividad» incuestionable a base de porcentajes, medias y medianas que, desde luego, soy capaz de comprender —no en balde obtuve sobresaliente en las diferentes asignaturas estadísticas de mi carrera—, pero que, francamente, no consiguen conmoverme y menos aún ayudarme a explicar la vida menopáusica y la vivencia de las mujeres al respecto. Numeritos que difícilmente mejorarán nuestras vidas y que me llevan a preguntar: ¿dónde están las mujeres en estos artículos?

Echo en falta una literatura cuestionadora que, para empezar, nos invite a reconectarnos con nuestro cuerpo, con las emociones que nos acompañan en este periodo vital, a conocer las sensaciones, pensamientos, creencias y sentimientos que hacen de ella un punto de inflexión. Me gustaría que pudiéramos disponer de un conjunto de aportaciones que nos permitan comprender lo que estamos viviendo —o temiendo— en clave personal, individual y también social y cultural y, a partir de ahí, tener la información necesaria para recorrer esta transición con el equilibrio y la sabiduría necesarios.

He releído varias veces el texto original de este libro con una mirada crítica y, en líneas generales, su contenido me sigue pareciendo plenamente vigente y las palabras de mis informadoras sumamente sabias y explicativas. Conservo todo su contenido, aunque he hecho una revisión integral, introduciendo aquí y allá pequeños retoques, actualizaciones y reflexiones. Sobre todo he pretendido señalar e incorporar todos aquellos elementos que han contribuido a mejorar la vivencia y experiencia de las mujeres en la transición de la renovación; lo que en estos años ha cambiado, para bien y también para mal, en la cultura menopáusica. Las diversas aportaciones de las que ahora mismo podemos hacer uso y que poco a poco irán moviendo las creencias y actitudes que nos atenazan.

Una forma más cómoda y distendida de ser mujer

«Estoy cada vez más convencida de que solo el deseo de compartir una experiencia privada y muchas veces dolorosa puede capacitar a las mujeres para crear una descripción colectiva del mundo que será verdaderamente nuestro».

Adrienne Rich[2]

El color del relato cultural sobre la menopausia ha sido sistemáticamente tirando a negro. De acuerdo con él, en ella se concentran un cúmulo de problemas y amenazas para las mujeres que van del infarto a la depresión, de la frigidez a la osteoporosis, de la tristeza al envejecer, entre otros posibles males, que llevan a que cualquier persona que los interiorice la tema, y no sin razón. Junto a este discurso oficial, negativo y atemorizante, no encontramos otro que incluya una relación de las ventajas que la transición menopáusica tiene para las mujeres. Hay un mutismo sospechoso acerca de sus posibles bondades, quizás temiendo que pueda producirse un entusiasmo colectivo y contagioso por parte de las mujeres afortunadamente sin regla. Una rebelión de mujeres mayores, sabias y libres. No todo puede ser malo, nos decimos con frecuencia; debe tener también algunos beneficios. Hace mucho tiempo que me pregunto por qué no encontramos, en los estudios y publicaciones sobre la menopausia, una versión acerca de esta experiencia en la que se oiga la polifonía de voces, alegres, tristes, despreocupadas, interrogantes, que seguro constituyen la experiencia menopáusica.

Desde hace ya algunos años diversos aspectos de la vida han empezado a ser estudiados a través de sugerentes investigaciones en las que se escucha la voz de las personas implicadas, hombres y mujeres concretos, que a través de sus relatos proporcionan una visión de su experiencia, su propia definición y el significado que para ellas y ellos tiene determinado hecho vital: qué sienten, qué desean, cómo viven, qué temen, qué obtienen, cómo se manejan con el placer y el deseo, con el malestar y el desencuentro. Este tipo de investigación se aleja de lo que tradicionalmente se ha entendido como estudios científicos; sin embargo, posee una importancia incalculable en la medida en que nos acercan a la realidad y otorgan valor a la subjetividad.

Una de las pioneras en este tipo de investigación ha sido Shere Hite,[3] quien a través de sus diversos informes ha ido documentando las diferentes narraciones de las mujeres sobre la sexualidad y la vivencia de los vínculos afectivos. Informes que en algunos momentos fueron acogidos con cierto aire de indiferencia por la comunidad científica, pero que con el tiempo han recibido el reconocimiento de otros investigadores e investigadoras. Unos y otras han señalado el valor de este tipo de trabajo, al insistir en la necesidad de que la experiencia personal no sea estudiada solo desde fuera, a través de la reflexión de las personas expertas, sino desde los relatos proporcionados por la gente común, que es la que posee el conocimiento práctico. En ellos se da espacio a la voz de las diferentes personas acerca de sus vivencias, en el caso de Shere Hite relacionadas con la sexualidad y el amor, y en lo que pretendo realizar en este trabajo, sobre la menopausia.[4]

Así pues, un buen día decidí averiguar por mi cuenta y lancé una pregunta al respecto con el fin de obtener una versión libre, no oficial, de la vivencia de la menopausia partiendo de la voz de las propias mujeres. Trataba de conocer los aspectos positivos y negativos, la relación de esta con el deseo y la sexualidad, los temores de donde se partía y en qué medida estos se han visto cumplidos o no y, sobre todo, me interesaba obtener información acerca de las estrategias que se ponían en práctica en este periodo y cómo se evaluaban en términos de eficacia. Ciento treinta y cinco mujeres me hicieron llegar la narración de las luces y sombras de su vivencia en esta transición vital, contestando cinco preguntas de un cuestionario abierto sobre el tema. A partir de las palabras de estas mujeres me he podido hacer una idea del amplio y colorido caleidoscopio que es la menopausia. Del tiempo que llevo reflexionando y estudiando sobre la vida de las mujeres en la mediana edad y la vejez he extraído ideas que me parece necesario compartir, ya que pueden ayudarnos a todas a mirarnos, a nombrarnos, para construir una versión no oficial.

A lo largo del texto he incluido pedazos de los diversos discursos de las participantes —en forma de frases, como pequeños incisos— que, a mi entender, iluminan el sentido del escrito o sirven para corroborar con sus palabras los argumentos que voy desgranando en las páginas del libro. Dado el carácter anónimo de las aportaciones, no incluyo ningún dato de identificación, entre otras cosas porque el elemento que he considerado central ha sido el contenido y no la peculiaridad de cada una de las mujeres. A todas ellas reconozco su autoría y agradezco su saber, sin el cual este libro no existiría.

[2]Rich, Adrienne, Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución, Madrid: Cátedra, 1977/1996, p. 51.

[3]Hite, Shere, El Informe Hite. Estudio de la sexualidad femenina, Barcelona: Plaza & Janés, 1977.

[4]Giddens, Anthony, La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas, Madrid: Cátedra, 1992/1998.

Culturas y menopausias

«Las injusticias de la cultura se cobran un precio terrible en los cuerpos y los espíritus de las mujeres».

Christiane Northrup[5]

La investigación antropológica nos indica que no existe un síndrome menopáusico universal, mostrando una gran variedad de realidades sociales y personales en la presentación que se hace de esta transición. Es cierto que en muchos casos no son trabajos realizados con el objetivo de conocer directamente la vivencia de la menopausia, sino que son investigaciones que versan sobre otros temas y de ellos se infiere la posición y experiencia que las mujeres tienen de este proceso. Sin embargo, en los estudios etnográficos en los que se hace hincapié en las diferentes vivencias culturales e históricas de la menopausia se destaca el papel que tienen, en la mejor o peor experiencia de esta transición, las actitudes positivas hacia esta, tanto por parte de la sociedad como de las mujeres individualmente. De tal manera que en las sociedades donde la menopausia supone una mejora en la posición social y personal de la mujer se detecta una disminución —y en numerosos casos casi la ausencia— de signos en este periodo. Así se puede observar que cuanto más respetadas son las mujeres en la vejez, menos dificultades físicas o psicológicas parece causarles la menopausia.[6] Un asunto no menor.

Las actitudes hacia la menopausia varían, pues, de cultura en cultura. La percepción de esta y de los llamados síntomas —que en realidad son signos, porque no estamos hablando de una enfermedad— de esta transición es muy diferente de unas sociedades a otras. Los signos que las mujeres identifican en este periodo van de prácticamente ninguno a malestares severos. Así, vemos que las mujeres japonesas presentan mínimos signos y las mujeres mexicanas mayas no tienen ninguno, mientras que el 80 % de las mujeres occidentales experimentan sofocos y calores nocturnos.

En las culturas en las que se venera a las personas mayores, la menopausia se considera un rito de transición que las sitúa en un nuevo estatus en el que gozan de nuevos privilegios. Sin embargo, en las culturas juvenilistas como la occidental, la llegada de la menopausia se vive como una amenaza, porque los cambios que conlleva, y que nos indican que somos mayores, no van acompañados de ventajas en la posición social, de privilegios derivados de la jerarquía o, cuando menos, de un especial respeto. Las mujeres de la tribu lakota siux ven la menopausia como un símbolo de sabiduría y de madurez; solo después de la menopausia pueden ser matronas o médicas y asumir papeles sociales iguales a los de los hombres en los asuntos tribales. Entre el pueblo navajo, se considera que las mujeres viejas «caminan hacia la belleza», lo que significa tanto la aceptación por parte de la sociedad de la belleza física, emocional y espiritual de las mujeres mayores, como la responsabilidad individual de estas de poner en marcha las estrategias necesarias para mantener su belleza, salud, gracia y empatía. Una visión similar de las mujeres mayores como bellas, sabias, compasivas y capaces de curar caracterizaba las culturas precristianas europeas y las del antiguo Egipto.[7], [8] En las culturas asiáticas, las mujeres mayores disfrutan de un estatus social y prestigio más altos que las que son comparativamente jóvenes, por lo tanto, no es de extrañar que las mujeres postmenopáusicas y mayores tengan sentimientos más positivos hacia la menopausia que las mujeres premenopáusicas y las más jóvenes.[9]

Las creencias culturales acerca de la menopausia están en la base de una gran parte de la vivencia que de ella tenemos y se fundamentan en los modelos de rol sexual, en la definición del cuerpo y la belleza femeninos y en la consideración social acerca de la vejez, aspectos que suponen una asignación cultural que repercute en gran medida en la experiencia colectiva e individual de la menopausia.[10] Mari Luz Esteban[11] señala algunas interesantes conclusiones a partir del análisis intercultural de la experiencia menopáusica que indican el enorme condicionamiento social, cultural e histórico de esta vivencia. En cuanto a las vivencias de las participantes de este estudio, se constata que en nuestra cultura las mujeres menos implicadas en el modelo médico, que en este caso son las mujeres más mayores, presentan muchos menos signos, probablemente debido a que no aprendieron a vivirla como una enfermedad —ellas la pasaron y santas pascuas—. En sus tiempos la consideración de la menopausia como una enfermedad no era el mensaje corriente.

Un bello y liberador rito femenino

«Siempre tuve en mi mente esta pregunta:

pero ¿cómo fue para las mujeres?»

Adrienne Rich[12]

Si escuchamos la voz de las mujeres comprobaremos que la menopausia no significa nada especialmente grave en la vida de la mayoría de ellas, que no la viven como una enfermedad, desde luego, y no la definen como algo patológico. En el interesante estudio de Isabel de Salis y otras[13] las mujeres expresaron la insignificancia de la menopausia en sus vidas. Sentían la pérdida de la fertilidad como algo intrascendente en este momento, porque no centraban su identidad en la reproducción. Este discurso despreocupado de las mujeres en la menopausia, cuando se supone que deberíamos estar molestas, incómodas y desconcertadas, no gusta a los sectores que en este texto denomino «la industria menopáusica»[14] y que incluye a las industrias farmacéutica, médica y estética que se benefician de ella. ¿Es admisible que temamos colectivamente la llegada de la menopausia como quien recibe a la madre de todas las desgracias? ¿A quién beneficia la definición de la menopausia como una enfermedad? ¿Por qué se la relaciona negativamente con la sexualidad femenina? ¿A quién le interesa esta asociación? ¿Por qué no hablamos a fondo de sus beneficios? Definidas, diseñadas, explicadas, imaginadas desde fuera de nosotras, nos vemos engordando una industria química, farmacéutica y estética insaciable que, en lugar de hacernos libres, nos esclaviza, nos hace daño, nos perjudica y, además, nos arruina.

Situadas en este punto de la mediana edad, sabemos que la desesperanza que sentimos no se cura a base de fármacos, porque no estamos enfermas, sino heridas por la estigmatización social de la transición. Necesitamos tener una respuesta ante la desvalorización, ante la opresión que viene de fuera y pretende dejarnos fuera de juego.[15] Entramos, pues, en un valioso tiempo de balance de la propia vida, miramos hacia dentro de nosotras, reorganizamos nuestras prioridades y, en consecuencia, mostramos una menor eficacia en nuestro servicio de atención a los demás. Por lo tanto, es fácil que la sociedad trate de estigmatizarnos con el objetivo de disuadirnos de tales proyectos personales y de vengar nuestro abandono de los deberes de servicio a la comunidad que tan diligentemente hemos cumplido durante tantos años. Mirar de cerca nuestra existencia, reflexionar sobre la vida pasada y futura y respetar nuestra edad requiere tiempo y espacio. Cualquier paso, actitud, resolución que tomemos serán leídos bajo la idea de la menopausia como crisis existencial, dentro de las coordenadas negativas de una lectura social prejuiciosa, y nunca como lo que es: una interesante toma de control personal. Entramos en la edad de la renovación.

De todas maneras, la libertad que estrenamos ya la conocíamos. Quizás la habíamos olvidado, pero dispusimos de ella durante los años de la infancia. Tanto Germaine Greer[16] como Christiane Northrup[17] señalan la menopausia como la oportunidad de recuperar esa identidad menos entregada y más libre que nos otorgaba la niñez. Volver a ser la niña que fuimos. Esta idea hace hincapié en el hecho de que el periodo que se extiende entre el ya eres mujer y el ya no eres mujer, dominado por el bullir hormonal, nos aleja de nuestro ser verdadero. Sin embargo, este puede reaparecer, para devolvernos la palabra durante el último tercio de nuestra vida. Además, la menopausia tiene también su quid: abre la puerta a la manifestación de la ira de las mujeres, tantos años contenida; vuelve a ponernos en contacto con la rabia, tras muchos años de autocensura debida a los efectos del estrógeno que nos hace más dóciles y sumisas. No es que nos pongamos de acuerdo y demos todas rienda suelta a la rabia que en la etapa anterior de seres amables y sostenedores del equilibrio familiar habíamos contenido. No. Es que llega el momento en que, finalmente, nos damos permiso para llamar a las cosas por su nombre y no aceptamos seguir llevando todo el peso. Pero la ira, nuestra ira, nos asusta. Nos da miedo expresarla porque sabemos que la sociedad no acepta la rabia femenina, que es percibida como un signo de no feminidad.

La narración y la celebración de esta transición nos permite crear un nuevo imaginario acerca del ciclo vital de las mujeres, poner en valor la edad como un logro, una meta que conseguir, un espacio de vida. Para ello, necesitamos modelos. Modelos en los que mirarnos. Nunca antes habíamos vivido tantos años y con tanta educación y vida propia; así que no es de extrañar que no sepamos hacia dónde mirar para encontrar maneras atractivas de estar en el mundo, de vivir la menopausia, de ser mayores. Necesitamos oír muchas narrativas sobre el hacernos mayores, de manera que podamos identificar pedazos de nosotras mismas aquí y allá, encontrando, creando espacios de libertad. Argumentos para el cambio, razones para el largo trayecto.

[5]Northrup, Christiane, La sabiduría de la menopausia, Barcelona: Urano, 2001/2002, p. 30.

[6]Friedan, Betty, La fuente de la edad, Barcelona: Planeta, 1993/1994.

[7]Chornesky, Alice, «Multicultural perspectives on menopause and the climacteric», Affilia, 13(1), 1998, pp. 31-46.

[8]Starck, Marcia, Women’s medicine ways: Cross-cultural rites of passage, Freedom, California: Crossing Press, 1993.

[9]Dasgupta, Doyel y Subha Ray, «Attitude towards menopause and aging: A study on postmenopausal women of West Bengal», Journal of Women & Aging, 25(1), 2013, pp. 66-79.

[10]Berger, Gabriela, Menopause and culture, Londres: Pluto Press, 1999.

[11]Esteban, Mari Luz, Re-producción del cuerpo femenino, Donostia: Gakoa, 2001.

[12]Rich, Adrienne, Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución, Madrid: Cátedra, 1977/1996, p. 51.

[13]De Salis, Isabel, Amanda Owen-Smith, Jenny L. Donovan y Debbie A. Lawlor, «Experiencing menopause in the UK: The interrelated narratives of normality, distress, and transformation», Journal of Women & Aging, 30(6), 2018, pp. 520-540.

[14]Término que tomo prestado de Sandra Coney: Coney, Sandra, The menopause industry: How the medical establishment exploits women, Alameda, California: Hunter House, 1994.

[15]Freixas, Anna, Yo, vieja. Apuntes de supervivencia para seres libres, Madrid: Capitán Swing, 2021.

[16]Greer, Germaine, El cambio. Mujeres, vejez y menopausia, Barcelona: Anagrama, 1991/1993.

[17]Northrup, Christiane, La sabiduría de la menopausia, Barcelona: Urano, 2001/2002.

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de menopausia?

«La menopausia es, probablemente, uno de los temas con menos glamur que podamos imaginar, lo cual resulta bastante interesante, ya que es uno de los pocos temas que mantienen trazas y restos de tabú».

Ursula K. Le Guin[18]

El término menopausia fue utilizado por primera vez en 1816 por el médico francés C. P. L. de Gardanne, quien la describió como «la edad crítica» y también como «el infierno de las mujeres». Mal empezamos. En los últimos años del siglo XX