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Sobre el Derecho de las Naciones a la Autodeterminación E-Book

Vladimir Ilich Lenin

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Beschreibung

 “El derecho de autodeterminación de las naciones significa exclusivamente el derecho a la independencia en el sentido político, a la libre separación política de la nación opresora. Concretamente, esta reivindicación de la democracia política significa la plena libertad de agitación en pro de la separación, y de que ésta sea decidida por medio de un  referéndum de la nación que desea separarse”

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Tavola dei Contenuti (TOC)
Sobre El Derecho De Las Naciones A La Autodeterminacion
tabla de contenidos
1. ¿QUE ES LA AUTODETERMINACIÓN DE LAS NACIONES?
2. PLANTEAMIENTO HISTÓRICO CONCRETO DE LA CUESTIÓN
3. LAS PARTICULARIDADES CONCRETAS DE LA CUESTIÓN NACIONAL EN RUSIA Y LA TRANSFORMACIÓN DEMOCRÁTICO-BURGUESA DE ÉSTA
4. EL "PRACTICISMO" EN LA CUESTIÓN NACIONAL
5. LA BURGUESÍA LIBERAL Y LOS OPORTUNISTAS SOCIALISTAS EN LA CUESTIÓN NACIONAL
6. LA SEPARACIÓN DE NORUEGA DE SUECIA
7. LA DECISIÓN DEL CONGRESO INTERNACIONAL DE LONDRES EN 1896
8. CARLOS MARX, EL UTOPISTA, Y ROSA LUXEMBURGO, LA PRÁCTICA
9. EL PROGRAMA DE 1903 Y SUS LIQUIDADORES
10. CONCLUSIÓN

1. ¿QUE ES LA AUTODETERMINACIÓN DE LAS NACIONES?

Es natural que esta cuestión se plantee ante todo cuando se intenta examinar de un modo marxista la llamada autodeterminación. ¿Qué hay que entender por ella? ¿Deberemos buscar la respuesta en definiciones jurídicas, deducidas de toda clase de "conceptos generales" de derecho? ¿O bien hay que buscar la respuesta en el estudio histórico-económico de los movimientos nacionales?

No es de extrañar que a los señores Semkovski, Libman y Yurkévich no se les haya pasado siquiera por las mientes plantear esta cuestión, saliendo del paso con simples risas burlonas sobre la "falta de claridad" del programa marxista y no sabiendo siquiera, por lo visto, en su simpleza, que de la autodeterminación de las naciones habla no sólo el programa ruso de 1903, sino también la decisión del Congreso Internacional de Londres de 1896 (ya hablaremos detalladamente de ello en su lugar). Mucho más extraño es que Rosa Luxemburgo, que tanto declama sobre el supuesto carácter abstracto y metafísico del citado apartado, haya incurrido ella misma precisamente en este pecado de lo abstracto y metafísico. Precisamente Rosa Luxemburgo es quien viene a caer constantemente en disquisiciones generales sobre la autodeterminación (hasta llegar incluso a una elucubración del todo divertida sobre el modo de conocer la voluntad de una nación), sin plantear en parte alguna de un modo claro y preciso la cuestión de si la esencia del asunto está en las definiciones jurídicas o en la experiencia de los movimientos nacionales del mundo entero.

El plantear de una manera precisa esta cuestión, que es inevitable para un marxista, hubiera deshecho en el acto los nueve décimos de los argumentos de Rosa Luxemburgo. No es la primera vez que surgen en Rusia movimientos nacionales, y no sólo a ella son inherentes. En todo el mundo, la época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el feudalismo estuvo ligada a movimientos nacionales. La base económica de esos movimientos estriba en que, para la victoria completa de la producción mercantil, es necesario que territorios con población de un solo idioma adquieran cohesión estatal, quedando eliminados cuantos obstáculos se opongan al desarrollo de ese idioma y a su consolidación en la literatura. La lengua es el medio esencial de comunicación entre los hombres; la unidad de idioma y su libre desarrollo es una de las condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre y amplia, que responda al capitalismo moderno, de una agrupación libre y amplia de la población en todas las diversas clases; es, por último, la condición de una estrecha ligazón del mercado con todo propietario, grande o pequeño, con todo vendedor y comprador.

Por ello, la tendencia de todo movimiento nacional es formar Estados nacionales, que son los que mejor responden a estas exigencias del capitalismo moderno. Impulsan a ello los factores económicos más profundos, y para toda la Europa Occidental, es más, para todo el mundo civilizado, el Estado nacional es por ello lo típico, lo normal en el periodo capitalista.

Por consiguiente, si queremos entender lo que significa la autodeterminación de las naciones, sin jugar a definiciones jurídicas ni "inventar" definiciones abstractas, sino examinando las condiciones histórico-económicas de los movimientos nacionales, llegaremos inevitablemente a la conclusión siguiente: por autodeterminación de las naciones se entiende su separación estatal de las colectividades de nacionalidad extraña, es decir, la formación de un Estado nacional independiente.

Más abajo veremos aún otras razones por las que sería erróneo entender por derecho a la autodeterminación todo lo que no sea el derecho a una existencia estatal separada. Pero ahora debemos pararnos a analizar cómo ha intentado Rosa Luxemburgo "deshacerse" de la inevitable conclusión sobre las profundas bases económicas en que descansan las tendencias a la formación de Estados nacionales.

Rosa Luxemburgo conoce perfectamente el folleto de Kautsky: Nacionalidad e internacionalidad (suplemento de Neue Zeit, Nº 1, 1907-1908; traducido al ruso en la revista Naúchnaya Mysl, Riga, 1908). Sabe que Kautsky (2), después de examinar detalladamente en el apartado 4 del folleto el problema del Estado nacional, llegó a la conclusión de que Otto Bauer "subestima la fuerza de la tendencia a la creación de un Estado nacional" (pág. 23 del folleto citado). Rosa Luxemburgo misma cita las palabras de Kautsky: "El Estado nacional es la forma de Estado que mejor responde a las condiciones modernas" (es decir, a las condiciones capitalistas civilizadas, económicamente progresivas, a diferencia de las condiciones medievales, precapitalistas, etc.), "es la forma en que el Estado puede cumplir con mayor facilidad sus tareas" (es decir, las tareas de un desarrollo más libre, más amplio y más rápido del capitalismo). A esto hay que añadir además la observación final de Kautsky, más exacta aún: los Estados de composición abigarrada en el sentido nacional (los titulados Estados de nacionalidades, a diferencia de los Estados nacionales) son "siempre Estados cuya estructuración interna, por estas o las otras razones, ha resultado anormal o se ha desarrollado poco" (atrasada). De suyo se entiende que Kautsky habla de anormalidad exclusivamente en el sentido de no corresponder a lo más adecuado a las exigencias del capitalismo en desarrollo.

Cabe preguntar ahora cuál ha sido la actitud de Rosa Luxemburgo ante estas conclusiones histórico-económicas de Kautsky. ¿Son justas o son erróneas? ¿Quién tiene razón: Kautsky, con su teoría histórico-económica, o Bauer, cuya teoría es, en el fondo, psicológica? ¿Qué relación guarda el indudable "oportunismo nacional" de Bauer, su defensa de una autonomía cultural-nacional, sus apasionamientos nacionalistas ("la acentuación del factor nacional en ciertos puntos", como ha dicho Kautsky), su "enorme exageración del factor nacional y su completo olvido del factor internacional" (Kautsky), con su subestimación de la fuerza que entraña la tendencia a crear un Estado nacional?

Rosa Luxemburgo no ha planteado siquiera esta cuestión. No ha notado esta relación. No ha reflexionado sobre el conjunto de las concepciones teóricas de Bauer. Ni siquiera ha opuesto en la cuestión nacional la teoría histórico-económica a la psicológica. Se ha limitado a las siguientes observaciones contra Kautsky:

"...Ese Estado nacional "más perfecto" no es sino una abstracción, fácilmente susceptible de ser desarrollada y defendida teóricamente, pero que no corresponde a la realidad" (Przegld Socialdemokratyczny, 1908, Nº 6, pág. 499).

Y para confirmar esta declaración categórica, sigue razonando: el desarrollo de las grandes potencias capitalistas y el imperialismo hacen ilusorio el "derecho a la autodeterminación" de los pequeños pueblos. ¡"¿Puede acaso hablarse seriamente exclama Rosa Luxemburgo- de la "autodeterminación" de los montenegrinos, búlgaros, rumanos, servios, griegos, y, en parte, incluso de los suizos, formalmente independientes, cuya independencia misma es producto de la lucha política y del juego diplomático del "concierto europeo"?"! (pág. 500). Lo que mejor responde a las condiciones "no es el Estado nacional, como supone Kautsky, sino el Estado de rapiña". E inserta unas cuantas decenas de cifras sobre las proporciones de las colonias que pertenecen a Inglaterra, a Francia, etc.

¡Leyendo semejantes razonamientos no puede uno por menos de asombrarse de la capacidad de la autora de no saber distinguir las cosas! Enseñar a Kautsky, dándose aire de, importancia, que los pequeños Estados dependen económicamente de los grandes; que los Estados burgueses luchan entre sí por el sometimiento rapaz de otras naciones; que existe el imperialismo; que existen las colonias: todo esto son elucubraciones ridículas, infantiles, porque todo esto no tiene la menor relación con el asunto. No sólo los pequeños Estados, sino que también Rusia, por ejemplo, dependen por entero, en el sentido económico, de la potencia del capital financiero imperialista de los países burgueses "ricos". No sólo los Estados balcánicos, Estados en miniatura, sino también la América del siglo XIX ha sido, económicamente, una colonia de Europa, según ha dicho ya Marx en El Capital. Todo esto lo sabe perfectamente Kautsky, como cualquier marxista, pero nada de ello viene a cuento en la cuestión de los movimientos nacionales y del Estado nacional.

El problema de la autodeterminación política de las naciones en la sociedad burguesa, de su independencia estatal, lo sustituye Rosa Luxemburgo por el de su autonomía e independencia económicas. Esto es tan inteligente como si una persona, tratando de la reivindicación programática que exige la supremacía del parlamento, es decir, de la asamblea de representantes populares, en el Estado burgués, se pusiera a exponer su convicción, plenamente justa, de la supremacía del gran capital, bajo cualquier régimen, en un país burgués.

No cabe duda de que la mayor parte de Asia, la parte más poblada del mundo, se halla en situación ya de colonias de las "grandes potencias", ya de Estados extremadamente dependientes y oprimidos en el sentido nacional. Pero ¿acaso esta circunstancia de todos conocida hace vacilar en lo más mínimo el hecho indiscutible de que, en la misma Asia, sólo en el Japón, es decir, sólo en un Estado nacional independiente, se han creado condiciones para el desarrollo más completo de la producción mercantil, para el crecimiento más libre, amplio y rápido del capitalismo? Este Estado es burgués y, por ello, ha empezado a oprimir él mismo a otras naciones y a esclavizar colonias; no sabemos si, antes de la bancarrota del capitalismo, Asia tendrá tiempo de estructurarse en un sistema de Estados nacionales independientes, a semejanza de Europa. Pero queda como hecho indiscutible que el capitalismo, tras despertar a Asia, ha provocado también allí en todas partes movimientos nacionales, que estos movimientos tienden a crear en Asia Estados nacionales, y que precisamente tales Estados son los que aseguran las condiciones más favorables para el desarrollo del capitalismo. El ejemplo de Asia habla a favor de Kautsky, contra Rosa Luxemburgo.