Sobre el diálogo - David Bohm - E-Book

Sobre el diálogo E-Book

David Böhm

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Beschreibung

La moderna tecnología ha ido tejiendo una inmensa red de comunicación que pone en contacto instantáneo a las personas de todo el mundo. Sin embargo, nunca como hoy ha habido un sentimiento tan generalizado de que la genuina comunicación está rota. El presente libro se enfrenta con esta paradoja, y constituye un testimonio apasionante de un proceso intelectual profundo al que David Bohm denomina, simplemente, "diálogo". Este proceso es complejo, y el autor plantea su exposición de manera que pueda servir como manual práctico a la vez que como fuente de información. El diálogo, en opinión de Bohm, constituye un ejercicio multifacético que trasciende, con mucho, las nociones típicas de charla o intercambio de comunicación. El diálogo explora un espectro inusitadamente amplio de la experiencia humana, desde la percepción de valores hasta los factores emocionales, desde las pautas del pensamiento lógico hasta las funciones de la memoria. También implica la forma en que nuestras estructuras neurofisiológicas organizan la experiencia. Pero, sobre todo, explora la manera en que el pensamiento es generado y sostenido colectivamente: un enfoque que pone en cuestión nuestras creencias más profundas sobre la cultura, la verdad y la identidad.

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David Bohm

SOBRE EL DIÁLOGO

Edición de Lee Nichol

Traducción de David González Raga y Fernando Mora

Título original: ON DIALOGUE

© 1996 by Sarah Bohm para el material original de David Bohm; Lee Nichol por la selección y labor de edición.

© de la edición española:

1996 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Primera edición en papel: Junio 1997

Primera edición en digital: Marzo 2024

ISBN-10: 84-7245-379-0

ISBN-13: 978-84-7245-379-1

ISBN epub: 978-84-1121-271-7

ISBN kindle: 978-84-1121-272-4

Composición: Pablo Barrio

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

SUMARIO

AgradecimientosPrólogo1. Sobre la comunicación2. Sobre el diálogo3. La naturaleza del pensamiento colectivo4. El problema y la paradoja5. El observador y lo observado6. La suspensión, el cuerpo y la propiocepción7. El pensamiento participativo y lo ilimitadoBibliografía

AGRADECIMIENTOS

El editor desea expresar su gratitud a Paul y Sherry Hannigan por su buen humor, su apoyo técnico y sus comentarios durante la elaboración del manuscrito; a Sarah Bohm, Claudia Krause-Johnson y Mary Helen Snyder por leer sus primeras pruebas; a Arleta Griffor por desenterrar «Sobre la comunicación» y a James Brodsky y Phildea Fleming por la concepción del opúsculo original.

Mi especial agradecimiento también a Sarah Bohm, Arthur Bravesman, Theresa Bulla-Richards, Adrian Driscoll, David Moody y Lynn Powers por su apoyo y sus comentarios críticos en un esfuerzo por presentar la obra de David Bohm a un público lo más amplio posible.

PRÓLOGO

Sobre el diálogo es el documento más amplio, hasta la fecha, sobre el proceso al que David Bohm se refería simplemente con el término «diálogo». Esta edición, revisada y ampliada, del opúsculo original del mismo título tiene la doble intención de servir como manual práctico de trabajo para aquellos que estén interesados en el diálogo y de proporcionar un adecuado fundamento teórico a quienes deseen sondear las profundas implicaciones de la visión dialogística del mundo sostenida por Bohm. La práctica del diálogo es tan antigua como la civilización, si bien en los últimos tiempos ha aparecido una gran diversidad de prácticas, técnicas y definiciones en torno al término «diálogo». Y aunque ninguna de ellas pueda reivindicar ser la visión «correcta», es posible, con todo, diferenciar las distintas visiones y determinar las implicaciones de cada una de ellas. La presente edición de Sobre el diálogo, de David Bohm, tiene el objetivo de clarificar el significado subyacente, el propósito y la originalidad del trabajo llevado a cabo por Bohm en este campo.

En su opinión, el diálogo es un proceso multifacético que trasciende, con mucho, las nociones típicas al uso sobre la charla y el intercambio de comunicación. Desde su punto de vista, el diálogo es un proceso que explora un rango inusitadamente amplio de la experiencia humana, desde nuestros valores más queridos hasta la naturaleza e intensidad de nuestras emociones, desde las pautas de nuestros procesos de pensamiento hasta las funciones que desempeña la memoria, la importancia de los mitos culturales que hemos heredado, la forma en que nuestras estructuras neurofisiológicas organizan nuestra experiencia y, tal vez lo más importante, el diálogo explora la forma en que el pensamiento –al que Bohm, por cierto, no consideraba una representación objetiva de la realidad sino un medio intrínsecamente limitado– es generado y sostenido colectivamente. Es evidente que este enfoque pone necesariamente en tela de juicio nuestras creencias más profundas sobre la cultura, el significado y la identidad. En este sentido, el diálogo constituye una invitación a determinar la validez de las definiciones tradicionales sobre el ser humano y a investigar colectivamente las posibilidades de desarrollo de la humanidad.

A lo largo de toda su carrera como físico teórico, Bohm se dio cuenta de que el quehacer científico, a pesar de su pretensión de perseguir la «verdad», se halla tan contaminado por las ambiciones personales, la defensa a ultranza de las teorías y el peso de la tradición que ha terminado sacrificando la participación creativa en la consecución de los objetivos comunes de la ciencia. Basándose parcialmente en este tipo de observaciones, Bohm solía señalar que gran parte de la humanidad se halla atrapada en una red de intenciones y acciones tan contradictorias que no sólo da lugar a una mala ciencia sino que además genera una desintegración personal y social que, en su opinión, trasciende las diferencias culturales y geográficas y afecta hasta tal punto a la humanidad que hemos terminado aclimatándonos a ella.

Para ilustrar el significado de esta disgregación, Bohm solía recurrir al ejemplo de un reloj que hubiera sido despiezado en fragmentos aleatorios. Dichos fragmentos son diferentes a aquellos que participaron en su construcción. Las piezas mantienen una relación integral entre sí y pueden ser articuladas nuevamente en una totalidad funcional, mientras que los fragmentos carecen de toda relación. Del mismo modo, los procesos genéricos del pensamiento humano «separan cosas que, en realidad, no se hallan separadas» y nos llevan a percibir el mundo de un modo fragmentario. Y, a pesar de los intentos individualmente logrados de imponer el orden social, esta percepción, en opinión de Bohm, aboca necesariamente a un mundo de naciones, economías, religiones, sistemas de valores y «yoes» esencialmente incompatibles. Así pues, uno de los objetivos fundamentales del diálogo al que se refiere Bohm consiste en arrojar luz –no sólo a través del análisis teórico sino también a través de un proceso experiencial concreto– sobre el tipo de actividad que genera esta fragmentación.

Desde esta perspectiva, el diálogo es una actividad relativamente directa. Un grupo de entre quince y cuarenta personas (las sugerencias de Bohm a este respecto fueron diversas) se reúnen voluntariamente en círculo y, tras una aclaración inicial sobre la naturaleza del proceso, comienzan su actividad. En la medida en que el grupo carece de toda agenda previa, llegar a algún tópico (o tópicos) común puede requerir algún tiempo y generar cierta frustración. En esos estadios iniciales resulta útil la figura de un moderador, pero ese rol debe ser abandonado lo antes posible para dejar que el grupo siga su propio curso. La experiencia ha demostrado que, si un grupo de estas características sigue reuniéndose de manera regular, las convenciones sociales no tardan en debilitarse y dejar paso –a pesar del tópico du jour– a los contenidos de las diferencias subculturales. Esta fricción emergente entre valores contradictorios –que se halla inserta en el núcleo mismo del diálogo– permite que los distintos participantes tomen conciencia de las creencias que operan en el seno del grupo, incluyendo las suyas propias. El reconocimiento del poder de estas creencias y la toma de conciencia de su naturaleza «vírica» proporciona una nueva comprensión del carácter fragmentario y autodestructivo de muchos de nuestros procesos de pensamiento, comprensión que puede llegar a debilitar nuestras actitudes defensivas e infundir, de ese modo, una cordialidad y un compañerismo connaturales al grupo.

Tal vez ésta parezca una fórmula muy sencilla pero lo cierto es que funciona. No obstante, aunque la experiencia acumulada por muchas personas procedentes de diferentes partes del planeta demuestre la eficacia de este tipo de proceso, no necesariamente, sin embargo, la garantiza. El curso de un diálogo grupal rara vez sigue una trayectoria directa desde el punto A hasta el B, sino que a menudo describe un tortuoso camino en el que los períodos de frustración y aburrimiento van seguidos de cambios inesperadamente dinámicos. Pero, aun en tal caso, el potencial creativo del diálogo –su capacidad para poner de manifiesto las estructuras más profundas de la conciencia– depende de la perseverancia y seriedad de los participantes. Es necesario estar muy atento para darse cuenta de las profundas implicaciones de las propias creencias y reacciones y para advertir también su presencia en el conjunto del grupo. Bohm subrayaba que esta atención –o conciencia– no depende del conocimiento acumulado ni de la técnica y afirmaba que tampoco apunta a «reorientar» el camino que supuestamente debe seguir el diálogo. Se trata, por el contrario, de algo mucho más relajado, de algo que está ligado a una curiosidad desprejuiciada, cuya actividad fundamental consiste en ver las cosas de un modo tan claro y nuevo como sea posible. El desarrollo de este tipo de atención, soslayado a menudo en versiones más utilitarias del diálogo, constituye uno de los factores más característicos del abordaje de Bohm al proceso del diálogo.

La preocupación de Bohm por la incoherencia aparentemente irreductible del pensamiento humano le llevó a investigar este camino con varios individuos que compartían el mismo interés, destacando, entre todos ellos, el filósofo y educador indio Jiddu Krishnamurti. Dos temas, en concreto, les interesaban a ambos y emergieron como componentes adicionales del enfoque de Bohm sobre el diálogo: la comprensión de que el problema del pensamiento no es tanto individual como colectivo y la paradoja de «el observador y lo observado», que afirma la inadecuación de los métodos introspectivos y de las técnicas de autodesarrollo para la comprensión de la verdadera naturaleza de la mente.

Bohm también investigó la naturaleza de la comunicación y del diálogo con el psiquiatra inglés Patrick de Mare. Dos de las muchas ideas investigadas por de Mare en contextos grupales tuvieron una especial incidencia en su concepción evolutiva del diálogo: la noción de «comunidad impersonal» (que afirma la posibilidad de que en el seno de un grupo puedan desarrollarse una confianza y una apertura auténticas sin que sus miembros compartan necesariamente una amplia historia personal) y la teoría de la «microcultura» (que sostiene que un grupo de unas veinte personas constituye una muestra adecuadamente representativa de la diversidad de visiones y sistemas de valores característicos de una determinada cultura).

Durante la época en que Bohm llevaba a cabo estas investigaciones también viajaba por Europa y Norteamérica con su esposa Sarah, impartiendo seminarios sobre temas científicos y filosóficos. Uno de esos seminarios, que tuvo lugar en la primavera de 1984 en Mickleton, Inglaterra, abrió el camino a la aparición de dos aspectos adicionales del diálogo, la noción de significado compartida por el grupo y la ausencia de un objetivo o de una agenda preestablecida. Bohm describió la importancia de este seminario del siguiente modo:

...el fin de semana comenzó con la expectativa de que el encuentro versaría en torno a una serie de conferencias y discusiones informativas centradas en el contenido. Poco a poco, sin embargo, fue poniéndose de manifiesto algo mucho más importante, el despertar del proceso del diálogo como un flujo libre de significado entre todos los participantes. Al comienzo, las personas expresaban sus puntos de vista demasiado rígidos y trataban de defenderlos, pero gradualmente resultó evidente que, más importante que mantener una determinada perspectiva, era fomentar el sentimiento de comunidad del grupo (un sentimiento que constituye una cualidad impersonal independiente del grado de relación existente entre los participantes). Es en tal contexto donde puede aparecer un nuevo tipo de mente, basada en el desarrollo de un significado común, que va transformándose de continuo gracias al propio proceso del diálogo. A partir de ese momento las personas dejan de sustentar posiciones encontradas y tampoco puede decirse que interactúen, sino que participan de un significado común continuamente cambiante. En tal caso, el grupo no tiene ningún objetivo preestablecido y los objetivos que pueden aparecer de manera puntual también van transformándose de continuo. Es entonces cuando el grupo comienza a entrar en una nueva dinámica de relación abierta a todos los participantes y a todos los temas. Sólo hemos comenzado a explorar las posibilidades de este tipo de diálogo, pero resulta evidente su capacidad para transformar no sólo las relaciones existentes entre las personas, sino también la naturaleza de la conciencia que posibilita esas relaciones.*

Ésta es una definición esencial, puesto que el diálogo está orientado a la comprensión de la conciencia per se y a la exploración de la naturaleza problemática de las relaciones y de la comunicación cotidianas. Esta definición proporciona un fundamento, un punto de referencia, por así decirlo, de los componentes esenciales del diálogo: el significado compartido, la naturaleza del pensamiento colectivo, la magnitud de la fragmentación, la función de la conciencia, el contexto microcultural, la investigación no directiva, la comunidad impersonal y la paradoja del observador y lo observado. La amplitud de visión que nos proporcionan estos elementos subraya la naturaleza radical del enfoque de Bohm sobre el proceso del diálogo. En consecuencia, como bien señalaba el mismo Bohm, el diálogo constituye un proceso de encuentro directo y cara a cara que no debemos confundir con la teorización y la especulación interminables. Y, en una época de abstracciones y representaciones digitales inconsútiles, la insistencia en hacer frente a los problemas más desconcertantes de la experiencia corporal cotidiana resulta absolutamente radical.

David Bohm siguió desarrollando su concepción del proceso del diálogo hasta el momento de su fallecimiento, acaecido en 1992, y aportando nuevos materiales en los últimos años. Debemos decir, además, que existe una parte considerable de su obra –que se remonta a 1970– que está estrechamente ligada al tema del diálogo y a sus fundamentos teóricos. En este libro hemos recopilado, por vez primera, parte de dicho material, que nos proporciona una visión global del trabajo realizado por Bohm en este área.

El material que presentamos aquí procede de dos contextos diferentes. Los capítulos primero y cuarto, «Sobre la comunicación» y «El problema y la paradoja» –originalmente publicados por el Bulletin of the Krishnamurti Foundation Trust of England– son ensayos escritos por Bohm en 1970 y 1971, respectivamente. El resto procede esencialmente de seminarios y reuniones grupales llevadas a cabo en Ojai, California, entre 1977 y 1992. Este libro constituye, pues, una combinación de charlas improvisadas y de ensayos bien articulados. Su objetivo es el de proporcionar una introducción general al tema del diálogo y ofrecer además algunos capítulos que sirvan de referencia sobre algunos puntos fundamentales ligados a la teoría del diálogo. De este modo, el lector puede utilizar el segundo capítulo –«Sobre el diálogo»– como punto de partida y recurrir a los demás para profundizar en determinados aspectos que en aquél son tratados de modo muy sumario.

El primer capítulo, «Sobre la comunicación», nos proporciona algunos elementos para comprender las primeras formulaciones de Bohm sobre el significado del diálogo, especialmente en lo que respecta a la forma en que la sensibilidad «a las similitudes y a las diferencias» afecta al trabajo del científico y del artista y a comunicación cotidiana. Se trata de un ensayo que anticipa su tratamiento posterior del tema de la «escucha», un tópico del proceso del diálogo que lamentablemente suele ser mal comprendido. Habitualmente se considera que la «escucha» consiste en permanecer completa y empáticamente receptivo y atento al significado de las palabras pronunciadas por los miembros de un grupo. Pero el hecho es que ésa no es más que una faceta del diálogo, porque Bohm nos habla de una escucha de un orden diferente, una escucha en que la misma incomprensión de una determinada intención explícita puede aportar un significado nuevo creado sobre la marcha. La comprensión de este punto resulta esencial para entender lo que Bohm quería decir cuando hablaba del «flujo del significado» del diálogo.

El segundo capítulo, «Sobre el diálogo», nos brinda una visión global y racional del proceso del diálogo, una visión que subraya en detalle determinados aspectos y procedimientos prácticos. Este capítulo también introduce y explica ciertos elementos fundamentales del diálogo –como la suspensión, la sensibilidad y el impulso de la «necesidad»– y además investiga las dificultades que pueden aparecer en el diálogo, ofreciendo sugerencias para que estas dificultades nos ayuden a profundizar en nuestra comprensión del proceso global. Bohm también presenta aquí lo que él denomina «la visión del diálogo», una visión según la cual el hecho de afrontar la naturaleza real del problema que existe entre nosotros puede servir para modificar la tendencia a caer presa de la actividad incoherente del grupo y transformarlo en una comunidad colectiva inteligente.

En «La naturaleza del pensamiento colectivo», Bohm propone que el proceso evolutivo de la humanidad ha terminado generando un «sustrato de conocimiento» tanto manifiesto como tácito. En su opinión, este sustrato de conocimiento es, en gran medida, el responsable de nuestra percepción del mundo, del significado que atribuimos a los eventos e incluso de nuestra misma sensación de individualidad. Tal conocimiento, o pensamiento, se mueve independientemente del individuo, o incluso de una determinada cultura, de modo muy parecido a como lo hace un virus. Desde esta perspectiva, cualquier intento de resolver los problemas recurriendo al análisis personalizado o atribuyendo cualidades negativas a individuos o grupos «ajenos» resulta de validez muy limitada. Según Bohm, lo que se requiere es comenzar a prestar una atención completamente nueva al movimiento del pensamiento, buscando en aquellos lugares anteriormente ignorados. Utilizando la analogía de un río cuyo manantial se halla contaminado en su fuente, Bohm señala que el intento de eliminar la polución «río abajo» no puede resolver el problema y que la única solución real consiste en abordar el problema en su misma fuente.

Para ilustrar el origen de esta polución del pensamiento, Bohm explora la forma en que las recepciones perceptivas se funden con la memoria para producir representaciones que guían de continuo nuestra experiencia. La construcción de estas representaciones –algo, por cierto, natural y necesario– constituye, no obstante, el núcleo mismo de la incoherencia colectiva. Según Bohm, la dificultad radica en que solemos suponer automáticamente que nuestras representaciones son verdaderas imágenes de la realidad, en lugar de guías relativas para la acción basadas en recuerdos reflejos incuestionados. Y, una vez que hemos asumido que las «representaciones» son fundamentalmente verdaderas, se «presentan» como si de la misma realidad se tratara y no nos queda más alternativa que obrar en consecuencia. Lo que Bohm nos sugiere no es que tratemos de modificar el proceso de la representación –algo, por otra parte, imposible–, sino que tomemos clara conciencia de que cualquier representación dada –que percibimos instantáneamente como la «realidad» misma– puede no ser tan real o verdadera como creemos. Tal vez pudiéramos emprender, desde esa perspectiva, un tipo de reflexión inteligente, una especie de discernimiento que nos capacitase para percibir y prescindir de representaciones fundamentalmente falsas y ser más precisos en la formación de nuevas representaciones. Lo más difícil, en opinión de Bohm, es prestar atención a las representaciones que se originan y se sostienen colectivamente.

En «El problema y la paradoja», Bohm señala que, cuando operamos en el dominio práctico o técnico, solemos comenzar definiendo el «problema» a resolver y luego aplicamos sistemáticamente una solución. Pero ocurre que, en el reino de las relaciones (sean externas o internas), la formulación de un problema que debe ser resuelto crea una estructura fundamentalmente contradictoria. A diferencia de lo que ocurre con los problemas prácticos, en que la «cosa» a resolver (mejorar, por ejemplo, el diseño de un transatlántico) es independiente de nosotros, las dificultades psicológicas nos son muy propias. Si me doy cuenta de que soy muy susceptible a la adulación, por ejemplo, y convierto esto en un «problema» que debo resolver, establezco una diferencia interna –de hecho inexistente– entre «yo mismo» y «mi susceptibilidad a la adulación». En tal caso, me he escindido internamente, al menos, en dos partes: un impulso a creer en la adulación y otro impulso a no creer en ella. Y esa contradicción me llevará a tratar de «resolver» un «problema» de naturaleza completamente diferente a la del problema técnico, según Bohm, no tanto un problema como una paradoja. Y, como una paradoja no tiene una solución discernible, lo que se requiere no es tanto tratar de erradicar el «problema» como abordarlo desde una perspectiva completamente nueva que preste atención a la forma en que se genera la misma paradoja. Esta confusión entre problema y paradoja opera, en opinión de Bohm, en todos los niveles de la sociedad, desde el individual hasta el global.

«El observador y lo observado» prosigue la indagación de la naturaleza paradójica de la experiencia interna. Bohm se centra aquí en el fenómeno de una «entidad central», un «yo» que observa y actúa sobre sí mismo. Si «yo», por ejemplo, veo que estoy enojado, puedo tratar de modificar «mi enojo», pero en ese mismo instante he establecido una distinción entre el observador («yo») y lo observado («el enojo»). No obstante, este observador –según Bohm– es esencialmente un movimiento de creencias y experiencias –incluido el enojo– al que el hábito, la falta de atención y el contexto cultural me llevan a atribuir un estatus de «entidad». Y esta entidad interna posee, por cierto, un valor tan extraordinario que inmediatamente pone en marcha un mecanismo de protección que, si bien permite que el «observador» rastree todo tipo de «problemas» internos y externos, no posibilita, sin embargo, el cuestionamiento sostenido de la naturaleza del observador. Esta limitación del alcance de la mente constituye otro de los rasgos característicos de la incoherencia genérica del pensamiento.

El capítulo que lleva por título «La suspensión, el cuerpo y la propiocepción» explora aquellas facetas de la conciencia que tienen la capacidad de superar la confusión generada por el peso de la opinión colectiva, las representaciones mal fundamentadas y la ilusión del observador y lo observado. En este sentido, Bohm señala la posibilidad de «suspender» las creencias, tanto en uno mismo como en el contexto de un diálogo. Si usted, por ejemplo, considera que alguien es un idiota, tal suspensión supondría: a) dejar de manifestarlo externamente y b) dejar de decirse a sí mismo que no debiera pensar en tales cosas. En ese caso, los efectos del pensamiento «eres un idiota» (agitación, enojo, resentimiento, etcétera) son libres de seguir su curso pero de un modo que le ofrece la posibilidad de verlos, en lugar de seguir identificado con ellos. «Suspender» una creencia o una reacción no significa, dicho de otro modo, reprimirla ni abandonarse a ella, sino simplemente prestarle la debida atención.

El papel del cuerpo en la actividad de la «suspensión» resulta de capital importancia porque, cuando se suspende un impulso poderoso, inevitablemente terminará manifestándose físicamente –aumento de la presión sanguínea, de la tasa de adrenalina en sangre, la tensión muscular, etcétera– y ocasionando la aparición de una amplia gama de emociones. Desde el punto de vista de Bohm, estos distintos «componentes» –pensamientos, emociones y reacciones corporales– constituyen, de hecho, parte de una totalidad indivisible aunque se sostengan mutuamente y aparenten ser diferentes (un pensamiento aquí, un dolor de nuca ahí y un observador tratando de controlarlo todo). El hecho, sin embargo, es que toda esa actividad es sostenida por la creencia implícita de que nuestras dificultades están ocasionadas por algo «ajeno», por algo que se halla «fuera de aquí».

Ahí precisamente es donde Bohm propone «la propiocepción del pensamiento» como una posibilidad para romper el ciclo de la confusión. A nivel fisiológico, la propiocepción proporciona al cuerpo un feedback inmediato de su propia actividad. Uno puede, por ejemplo, subir y bajar sin tener que dirigir conscientemente el movimiento de su cuerpo. Además, uno puede establecer claras distinciones entre lo que se origina en el interior del cuerpo y lo que proviene del exterior (puesto que, si usted mueve su brazo, por ejemplo, no tiene la impresión equivocada de que ese movimiento sea generado por algo ajeno). No obstante, a nivel de pensamiento solemos carecer de ese feedback inmediato. Es frecuente, por ejemplo, que percibamos que las dificultades se originan en el exterior cuando, de hecho, no son más que construcciones de nuestro pensamiento. En este sentido, Bohm propone que la suspensión puede, al igual que ocurre con el movimiento corporal, tornarnos propioceptivos del movimiento de nuestro pensamiento.

«El pensamiento participativo y lo ilimitado» investiga las relaciones existentes entre lo que Bohm denomina «pensamiento literal» y «pensamiento participativo». El pensamiento literal (del que el pensamiento científico y el pensamiento técnico son versiones diferentes) es práctico, se dirige hacia el logro de determinados resultados y está orientado a la construcción de imágenes discretas e inequívocas de las cosas «tal como son».

En este sentido Bohm señala que, si bien el pensamiento literal ha sido predominante desde el origen mismo de la civilización, una forma más arcaica de percepción, formada a lo largo de la evolución humana, sigue latente –y, en ocasiones, activa– en la estructura de nuestra conciencia. Bohm denomina «pensamiento participativo» a esta modalidad del pensamiento –que, según él, todavía podemos advertir en algunas culturas tribales en que las fronteras discretas son permeables–, que los «objetos» permanecen mutuamente interrelacionados y el movimiento del mundo perceptible es vivido como si participara de la misma esencia vital.

Aunque Bohm reconoce que el pensamiento participativo es susceptible de caer en el error de la proyección, también sostiene que, en su esencia, es capaz de percibir estratos de relaciones generalmente inaccesibles a la perspectiva «literal». De hecho, llega incluso a afirmar que el pensamiento participativo no es ajeno a su visión del orden implicado, en el sentido de que los fenómenos del mundo manifiesto son considerados como aspectos temporales del continuo proceso de «despliegue» y «desarrollo» de un orden natural más profundo. En opinión de Bohm, el hecho es que tanto el pensamiento literal como el pensamiento participativo tienen sus virtudes y sus limitaciones, y hace un llamamiento para investigar –investigación que sólo puede llevarse adecuadamente a cabo por medio del diálogo– las relaciones existentes entre ambas modalidades de pensamiento.

Finalmente, Bohm expone sus dudas sobre la posibilidad de que cualquier tipo de pensamiento pueda llegar a aprehender lo que él denomina «lo ilimitado», puesto que la naturaleza misma del pensamiento es seleccionar abstracciones limitadas del mundo y, en consecuencia, nunca podrá alcanzar realmente el ilimitado «sustrato del ser». Pero al mismo tiempo los seres humanos tienen la necesidad intrínseca de comprender y relacionarse con la «dimensión cósmica de la existencia». Y no es, para Bohm, el pensamiento lo que nos permite salvar esa aparente disociación de nuestra experiencia, sino la atención, potencialmente ilimitada y capaz, por tanto, de aprehender la naturaleza sutil de «lo ilimitado».