Sólo un verano - Holly Jacobs - E-Book
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Sólo un verano E-Book

Holly Jacobs

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Beschreibung

Su plan incluía a los niños... pero no al padre Sí, gracias a su mejor amiga, Lucy Caldwell iba a darle a su hijo, Cain, la oportunidad de tener hermanitos, aunque fuera sólo de manera temporal y además fueran unos verdaderos diablillos. Lucy estaba segura de que aquel iba a ser el verano de sus sueños, pero no contaba con el papá de los pequeños. Aunque no tardó en estar dispuesta a incluir al guapísimo Woody Pembrooke en todos sus planes... para toda la vida.

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Seitenzahl: 153

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Holly Fuhrmann

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sólo un verano, n.º 5502 - febrero 2017

Título original: Raising Cain

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8779-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Bienvenida a casa, Lucy Caldwell.

Bueno, no exactamente a casa.

Lucy, sentada en el pequeño monovolumen, se quedó mirando aquel edificio desconocido. Era bonito. De madera y piedra, con cierto aire de sofisticación.

Sí, la casa era bonita, pero no era su casa. Tan sólo era el lugar donde se iba a alojar.

—Mamá, ¿te vas a quedar ahí todo el día?

Lucy miró a su hijo y sonrió.

—No, claro que no. Sólo estaba pensando. Venga, vamos.

Cain bajó del coche y se colocó a su lado.

Lucy le acarició el pelo, aquel pelo rizado, y se dijo que aquel niño era el centro de su existencia.

—Vamos, tenemos que entrar a conocer…

—Sí, pero primero tengo que ir al baño —contestó Cain.

—Muy bien, ya irás dentro —le indicó Lucy dejando las maletas en el vehículo, tomando de la mano a su hijo y avanzando con decisión hacia la puerta.

Se dijo que aquel iba a ser el comienzo de un verano espectacular. Lo tenía todo planeado.

Llamó al timbre y esperó.

Volvió a llamar.

Y otra vez.

—Mamá, ya no aguanto más.

Vaya, debía de ser que no lo tenía todo tan planeado. No había previsto la urgencia de tener que encontrar un baño y, menos, que no hubiera nadie en casa.

—Cain, acabamos de estar en casa de la tía Hannah. ¿Por qué no has ido allí?

—Porque allí no tenía ganas.

Lucy apretó la mano de su hijo y llamó con los nudillos a la puerta, sospechando que el timbre podría estar estropeado.

—¡Mamá!

Lucy aporreó la puerta.

—Cain, ¿qué quieres que haga?

No abrían y, a juzgar por los movimientos de su hijo, no les daba tiempo a volver a casa de Hannah.

—Mira, ¿ves ese arbusto de ahí? Vete detrás y haz lo que tengas que hacer.

—¿Quieres que lo haga fuera? ¡Qué guay!

Dicho aquello, Cain corrió detrás del arbusto.

Lucy resopló.

Cuando habían decidido ir allí, le había parecido una idea brillante que iba a alterar su vida. Ahora, su hijo estaba haciendo pipí detrás de un arbusto, su vida se reducía a lo que cabía en un monovolumen, eran casi las ocho de la tarde y no había nadie en casa de Woody Pembrooke.

Desde luego, aquella idea había alterado su vida, pero ya no estaba tan segura de que hubiera sido tan brillante.

—¡Mamá! —gritó Cain —. Ya está. He hecho pipí en el arbusto. Hay una hoja seca en el suelo y le he dado en todo el centro.

—Es una pena que no seas tan bueno en la taza del baño. Venga, que nos vamos a casa de la tía Hannah.

—Pero ¿no nos íbamos a quedar aquí?

—No hay nadie, así que no nos queda más remedio que montarnos en el coche y volvernos a casa de la tía Hannah —dijo Lucy tomando a su hijo de la mano—. No querrás que nos pasemos aquí toda la noche.

—Pero, mamá, esta es nuestra nueva casa y…

Cain se interrumpió al ver que llegaba una furgoneta. Lucy también la miró.

—Oh, Dios mío —murmuró horrorizada.

Lo primero que la horrorizó fue el ruido. Las personas que iban allí dentro gritaban como locas. El volumen era tal, que si hubieran sido una orquesta habrían explotado los altavoces.

En aquella furgoneta había un ejército de niños. Niños chillones. Sin embargo, fue el hombre que se bajó de la furgoneta quien la horrorizó por completo.

—Es un gigante —murmuró Cain—. Como el gigante verde.

Sí, desde luego, la palabra gigante lo describía bien. Medía más de un metro ochenta, puro músculo y una barba muy poblada. Parecía un oso, pero no un osito de peluche, sino un oso polar.

Lucy se inquietó. Al igual que los osos, aquel hombre podría ser peligroso.

—¿La señora Caldwell? —preguntó con voz grave.

Desde luego, si los osos hablarán tendrían su voz.

—Lucy a secas, señor Pembrooke —contestó ella nerviosa—. Cuando dejé atrás mi vida laboral, también decidí deshacerme de tantas pretensiones. Soy sencillamente Lucy.

Nada de Lucy Caldwell, vicepresidenta del departamento de marketing de Sky International. No, simple y llanamente Lucy, niñera de diablos.

Miró a los cuatro niños que habían bajado de la furgoneta. Ellos también la miraban desde detrás de su padre.

—Yo nunca he tenido esas pretensiones de las que habla. Con Woody me basta.

—Muy bien —contestó Lucy sin dejar de mirar a los niños.

Los dos más altos tenían el pelo tan oscuro como su padre. El tercero tenía un tono castaño más claro. Iba vestido como un chico, pero Lucy se dio cuenta de que era una niña y de que iba a ser muy guapa de mayor. Y el más pequeño de todos era el que tenía el pelo más rubio y los ojos más oscuros.

Lucy advirtió que Woody le estaba hablando.

—Perdón por no estar aquí cuando habéis llegado, pero es que Robbie ha tenido un pequeño problema.

—¿Y eso?

—Sí, por lo visto se cree Evil Knievel, pero en vez de con moto con bicicleta.

Uno de los niños tenía el brazo en cabestrillo y Lucy se imaginó lo que había ocurrido.

—¿Y en vez de saltar por encima de camiones qué ha hecho?

—Saltar por encima de sus hermanos. Por desgracia, Shane tenía el brazo sobre la cabeza cuando le ha caído la bici encima.

—No habría pasado nada si el muy imbécil hubiera tenido el brazo bajo el pecho, como le he dicho, pero no me ha escuchado —protestó Robbie.

—Bueno, ya has dicho suficiente —le advirtió su padre.

—No ha sido para tanto —continuó Robbie.

—Les dije a todos que se pusieran casco —le explicó Woody a Lucy—. Yo también me puse uno.

—Ya —contestó ella dubitativa—. ¿Y qué tal?

—¿Ves? Ella lo entiende —dijo Robbie muy contento.

Woody suspiró.

—¿Por qué no entramos para que los niños se conozcan y vosotros dos os podáis instalar para pasar la noche?

Los cuatro hijos de Woody entraron a la carrera en casa y Lucy se dio cuenta de que la puerta no estaba cerrada con llave.

—Vamos, chico —le gritó Woody a Cain—. Venga.

El aludido los siguió lentamente, mirando a su madre, como para estar seguro de que iba detrás.

Lucy le sonrió para tranquilizarlo y deseó que también hubiera alguien que le sonriera a ella para tranquilizarla.

Miró a Woody, grande como un oso, y pensó que aquel hombre era la máxima tranquilidad que iba conseguir por allí.

—Os había dejado la puerta abierta.

Aunque a primera vista Woody resultaba intimidatorio, tenía una voz suave que a Lucy le reverberó en el centro del pecho, como si le vibrara por el efecto de un avión pasando sobre su cabeza.

Supuso que podía ser una voz que se tornara de lo más intimidatoria si su dueño lo quisiera, pero de momento era suave.

Muy suave.

Lucy se preguntó cómo estaría sin barba. Sospechaba que bastante bien. No era que a ella le importara, claro, pues llevaba fuera del mercado mucho tiempo y no pensaba entrar, ya que tenía un hijo y un negocio de los que ocuparse. No tenía tiempo para hombres.

Eso no quería decir, por otra parte, que fuera inmune a los encantos masculinos de aquel hombre en particular.

—Podríais haber entrado —dijo Woody.

—Jamás se me habría ocurrido —contestó Lucy saliendo de sus ensoñaciones—. Nos íbamos a volver a casa de Hannah.

—Lucy, este verano o todo el tiempo que te vayas a quedar aquí, esta es tú casa. Puedes entrar y salir a tu antojo. Cuando esté en el trabajo, tú cuidarás de los niños, pero cuando yo esté en casa podrás hacer lo que normalmente haces.

Lo que normalmente hacía Lucy era ir del trabajo a casa, estar con su hijo, cenar tranquilamente con él, jugar y leerle un cuento antes de meterlo en la cama.

A juzgar por los ruidos que salían de aquella casa, no creyó poder reproducir allí su rutina.

—Papá, papá, adivina lo que ha hecho Cain —dijo Robbie.

—¿Qué ha hecho?

—Ha hecho pis en tus hortensias.

Por cómo lo había dicho, parecía que las hortensias de Woody eran sagradas. Woody se giró hacia Lucy, que se sonrojó.

—Lo siento mucho, pero tenía ganas de ir al baño…

—Muchas ganas —intervino Cain.

El niño fue a refugiarse al lado de su madre y Lucy rezó para que Woody no fuera demasiado duro con él.

—No pasa nada —dijo Woody con un brillo divertido en sus enormes ojos verdes—. Robbie se muere porque alguien haga algo mal para que me olvide lo que ha hecho él —les explico girándose hacia su hijo—. No te ha salido bien.

—Ya, claro. Ahora resulta que el nuevo va a poder hacer lo que le dé la gana. Se va a hacer pis donde quiera y no va a pasar nada y yo, mientras, sólo por un saltito…

—Sobre tus hermanos y tu hermana —le recordó su padre—. Anda, despídete y vete a tu cuarto.

—Buenas noches —se despidió Robbie.

—Bueno, ya conocéis a mi hijo mayor y este, el del brazo en cabestrillo, es Shane.

El aludido saludó con una leve inclinación de cabeza.

—Y esta es Lynda.

La niña, de pelo castaño aclarado por el sol veraniego, sonrió.

—Y para terminar, pero no por ello menos importante, este es Brandon.

El pequeño se parecía más a su hermana que a sus hermanos.

—Hola —saludó escondiéndose detrás de su padre.

—Este es Cain —dijo Lucy notando que su hijo se apretaba contra ella— y está encantado de tener nuevos amigos con los que jugar.

Lucy miró a su hijo y se dio cuenta de que la palabra encantado no era la que mejor describía su estado. Más bien, petrificado, pero una de las razones por las que Lucy había aceptado aquel trabajo estival en casa de Woody había sido para que su hijo tuviera niños con los que jugar.

Cuando su amiga Hannah le había hablado de aquella oportunidad, Lucy no había dudado en atraparla al vuelo. El marido de su amiga, Abel, trabajaba con Woody, y Hannah le había asegurado que le iba a encantar aquel lugar.

—Supongo que os apetecerá instalaros —propuso Woody—. Como te ha dicho Hannah, tenemos un pequeño apartamento amueblado sobre el garaje. Otras niñeras se han alojado en él y está bien, pero me temo que siendo dos no vais a tener mucha intimidad.

—Seguro que está bien —contestó Lucy—. Total, tampoco va ser tanto tiempo.

—¿Os ayudo a sacar las cosas del coche?

—No, no hace falta. No hemos traído mucho, así que ya podemos nosotros. Tú tienes que ocuparte de tus hijos.

—Cómo quieras —dijo Woody encogiéndose de hombros.

—Gracias.

 

 

Woody observó como Lucy hacía por lo menos diez viajes arriba y abajo, de la furgoneta al apartamento y del apartamento a la furgoneta.

Él había llevado una cama individual para el niño y había colocado un pequeño biombo para darles algo de intimidad, pero eso añadido a la cama de matrimonio que ya había en el apartamento les iba a dejar sin mucho espacio. Debería haber encontrado una solución más aceptable, pero no había tenido tiempo. Hannah lo había llamado hacía tres días para preguntarle si seguía buscando alguien que lo ayudara.

No había dudado ni un segundo en contestar que así era.

La última niñera, canguro, ama de llaves, daba igual cómo llamarla, se había ido hacía dos semanas y Woody no había podido encontrar a alguien que la reemplazara, así que se las había estado apañando contratando a adolescentes vecinas, pero estas huían exactamente igual que las niñeras adultas.

Woody no conocía a Lucy de nada, pero estaba desesperado. Además, Hannah le había hablado bien de ella y eso a él le bastaba. Hannah adoraba a sus hijos, a pesar de que su marido decía que eran unos diablos.

Si ella decía que pasar el verano con Lucy les iba a ir bien, seguro que tenía razón.

Woody sonrió. Sus hijos eran traviesos, pero buenos niños. Lo habían pasado mal desde que su madre los había abandonado. Aquello era suficiente para traumatizar a cualquiera, sobre todo a un niño y, aunque ya se iban haciendo mayores, sus hijos seguían siendo niños.

Robbie iba cumplir trece años en agosto. Eso quería decir que Woody era padre de un adolescente. ¿Cómo había ocurrido aquello? Se suponía que cuando un padre tiene un hijo adolescente, sabe lo que hace, pero Woody seguía sin tenerlo muy claro.

Estaba preocupado por sus hijos y aquel baile de niñeras no lo ayudaba en absoluto. Por supuesto, sabía que eran sus propios hijos los que volvían locas a las empleadas.

Pero aquella, la nueva, era decididamente cabezota. No había más que verla subiendo con aquella inmensa maleta por las escaleras. Ojalá fuera lo suficientemente cabezota como para aguantar un tiempo, hasta que Woody pudiera encontrar a otra por lo menos. Suponía que, como una vez terminado el verano, los niños iban estar todo el día en el colegio, le sería entonces más fácil.

Desde luego, más difícil no podía ser.

Lucy Caldwell.

Paladeó su nombre. Era alta. Esa era una de las primeras cosas en las que se había fijado. Bueno, tal vez después de haberse fijado primero en sus atributos femeninos, pero lo cierto era que era alta.

La observó hacer un movimiento brusco de cabeza para quitarse el pelo de la cara y seguir subiendo la maleta. Sí, desde luego, había mucha energía en aquel cuerpo.

Sí, tal vez, Lucy Caldwell durará un poquito más que las demás.

Mientras la veía desaparecer en el interior del apartamento, Woody rezó para que así fuera.

 

 

Lucy se dejó caer agotada sobre la cama.

Cuando su empresa se había fusionado con Edison Corporation, había tenido una idea brillante y había decidido establecer su propio negocio.

Pero antes de ello, iba a pasar el verano con su hijo. Sin trabajar. Sin colegio. Un verano entero juntos, día y noche.

A pesar de que la indemnización que le habían dado había sido generosa y de que tenía algún dinero ahorrado, no podía permitirse el lujo de estar todo el verano sin trabajar.

Necesitaba dinero.

Hannah Harrington Kennedy, su hermana adoptiva y mejor amiga, le había sugerido que trabajara de niñera para el mejor amigo de su marido.

Le había parecido una idea estupenda porque Cain iba a convivir con otros niños. Así podrían pasar el verano juntos, ella ganaría algo de dinero y podría pensar en cómo iba a montar exactamente su empresa.

¡Incluso tenía un apartamento gratis!

Su intención era aprovechar los años de experiencia que tenía para abrir una asesoría. La idea era trabajar con empresas pequeñas y darles consejos y recursos propios de las grandes. Tenía todo el verano por delante para preparar su táctica.

No creía que ocuparse de los cuatro hijos de Woody fuera a ser tan difícil. Se había ocupado de Cain ella sola durante muchos años y el niño era bastante independiente. Seguro que los hijos de Woody lo serían también.

—Esto es guay —dijo Cain—. Vivimos en un garaje.

—Encima de un garaje —lo corrigió su madre.

El apartamento era minúsculo, pero estaba limpio. Además, iban a pasar la mayor parte del día en la casa grande, así que el hecho de que fuera pequeño no le importaba.

—Ya verás cuando se lo cuente a mis amigos. Mi madre y yo hemos estado viviendo en un garaje con los coches. ¿Tú crees que a Woody le importará que yo duerma abajo con su furgoneta?

—A lo mejor a él no, pero a mí sí. Tú vas a dormir aquí conmigo —contestó su madre.

—Jo, mamá.

—Jo, Cain —lo imitó Lucy.

El niño tendría que irse a duchar, pero aquel momento del día era siempre una lucha y Lucy no tenía ganas de lucha en aquellos momentos.

—¿Por qué no te pones el pijama? Es casi la hora de irse a la cama.

—¿Tú también te vas a la cama ya? Como compartimos habitación, también podríamos compartir la hora de irnos a dormir —sugirió Cain.

Desde luego, iba a tener que compartir habitación, ya que el apartamento sólo disponía de una cocina mínima y un baño tan pequeño que uno podía sentarse en la taza y lavarse las manos a la vez.

Le recordaba a la cabaña que Hannah y ella se habían hecho con doce años. Sonrió al recordarlo y, de pronto, se dio cuenta de que su hijo estaba esperando una contestación.

—Ponte el pijama y a la cama.

—Jo, mamá. Primero, no me dejas dormir con la furgoneta de Woody y ahora me tengo que acostar a la hora de siempre. Tengo ocho años. Debería poder acostarme más tarde.

—Lo siento —contestó Lucy.

—Sí, seguro —dijo Cain metiéndose en el baño.

—Y da gracias de que no te obligue a ducharte.

—Muchas gracias, mamá.

Ya estaba, problema solucionado.

Era una pena que no pudiera solucionar todos los problemas de una manera tan fácil.

Capítulo 2