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¿Sientes que te has convertido en una experta en traicionarte a ti misma? Di adiós al síndrome de la niña buena y atrévete a ser quien realmente eres. Sonriendo estás más guapa explora las raíces culturales y sociales que perpetúan el rol de la «niña buena», un patrón que empuja a las mujeres a ser agradables, sumisas, perfeccionistas y complacientes, llevándolas al agotamiento emocional y la pérdida de identidad. Georgina Hudson, con una voz cercana y directa, guía a las lectoras en un viaje transformador hacia la autoafirmación. A través de reflexiones profundas, casos reales y ejemplos prácticos, este libro ofrece las claves para liberarse de las cadenas del síndrome de la «niña buena» reconectar con nuestra propia voz, aprender a valorarnos y, en definitiva, querernos.
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Seitenzahl: 345
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Sonriendo estás más guapa
Se acabó ser la niña buena
Georgina Hudson
Primera edición en esta colección: mayo de 2025
© Georgina Hudson, 2025
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2025
Plataforma Editorial
c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona
Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14
www.plataformaeditorial.com
ISBN: 979-13-87568-75-7
Diseño de cubierta: Isabel González (@muchacha_pinta)
Fotocomposición y adaptación de cubierta: Grafime S. L.
Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).
Lista de ejercicios
Primera parte. Las «niñas buenas»: la realidad que nadie nos cuenta
1. Yo (y seguro que tú también) fui una «niña buena»
2. Quiénes nos han hecho «buenas»
3. Características de la «niña buena»
Segunda parte. Superación y transformación
4. La transformación interna
5. Romper los patrones limitantes de la «niña buena»
6. La magia del amor radical a una misma
7. La fuerza sanadora de corregulación entre mujeres
8. El poder sanador del
mindfulness
9. La autocompasión
10. La gratitud: camino hacia la libertad interior
11. Perdonarse a una misma
Palabras finales
Agradecimientos
Lecturas recomendadas
Cubierta
Portada
Créditos
Índice
Comenzar a leer
Agradecimientos
Lecturas recomendadas
Colofón
Ejercicios sobre nuestras raíces
Ejercicio 1. Autobiografía imaginaria
Ejercicio 2. Árbol genealógico emocional
Ejercicio 3. Lista de mandatos sociales y familiares
Ejercicio 4. Narrativa alternativa
Ejercicios para liberarse de las garras del perfeccionismo
Ejercicio 1. Practica la autocompasión
Ejercicio 2. Desafía tus creencias irracionales
Ejercicio 3. Establece metas realistas
Ejercicio 4. Practica el
mindfulness
Ejercicios para el desafío de creencias
Ejercicio 1. Desafiar la evitación del conflicto de las «niñas buenas»
Ejercicio 2. Cuestionario para reflexionar sobre tu relación con la evitación del conflicto
Ejercicios para poner límites
Ejercicio 1. Mapa de límites personales
Ejercicio 2. Establecimiento de límites. Hablar desde una misma sin culpar al otro
Ejercicio 3. Reflexionando contigo
Ejercicio de IFS para tratar el crítico interno
Ejercicios para trabajar con tu crítica interna
Ejercicio 1. Registro de pensamientos críticos
Ejercicio 2. Cambia tu perspectiva
Ejercicio 3. Practica la gratitud
Ejercicio para trabajar con la ansiedad
Ejercicio para recuperar la brújula interna
Ejercicios sobre creencias limitantes
Ejercicio 1. Trabajando con nuestras creencias limitantes
Ejercicio 2. Trabajando la culpa
Ejercicio 3. Distinguiendo la culpa tóxica de la culpa real
Ejercicio de autoexploración: El encuentro con tu sombra
Ejercicios para empezar a confiar en nuestra brújula interna
Ejercicio 1. Reflexión personal
Ejercicio 2. Escucha interna
Ejercicio 3. Autocompasión
Ejercicio 4. Acción coherente
Ejercicios para practicar el amor a nosotras mismas
Ejercicio 1. Practicar el amor hacia nosotras mismas
Ejercicio 2. Transformación del diálogo interno
Ejercicio 3. Autocuidado diario
Ejercicio 4. Estableciendo límites saludables
Ejercicio 5. Practicando la autocompasión
Ejercicios sobre la corregulación
Ejercicio 1. El círculo de la autenticidad
Ejercicio 2. Respiración en espejo
Ejercicios sobre
mindfulness
Ejercicio 1. El escaneo corporal de dos minutos
Ejercicio 2. La respiración consciente
Ejercicio 3. Cuenta… 5, 4, 3, 2, 1 para todos tus sentidos
Ejercicios para cultivar el amor propio
Ejercicio 1. Autodiálogo positivo
Ejercicio 2. Algunas maneras sencillas de poner en práctica el amor propio en tu vida diaria
Ejercicios de autocompasión
Ejercicio 1. Reflexión en voz alta
Ejercicio 2. Visualización de compasión
Ejercicio 3. Cultivando la autocompasión para una mejor salud física
Ejercicios sobre la gratitud
Ejercicio 1. Reconociendo tu camino a través de la gratitud
Ejercicio 2. Práctica de gratitud diaria para el empoderamiento
Ejercicio de ho’oponopono para liberar a la «niña buena»
Ejercicios para cultivar el perdón y la paz interior
Ejercicio 1. Práctica de perdón y liberación
Ejercicio 2. Meditación de autoconexión
Ejercicio sobre el tiempo que mereces
Ejercicios sobre el autoperdón
Ejercicio 1. Carta de perdón
Ejercicio 2. Visualización de compasión
Ejercicio 3. Ritual de liberación
Este libro te ayudará a discernir si eres una «niña buena» o no y a recuperar tu poder interior. Yo he sido una «niña buena» y me llevó décadas darme cuenta, porque creía que mi actitud tenía que ver con ser muy empática, sensible, atenta y responsable. Sin embargo, mi nivel de atención al mundo exterior distaba de ser saludable, sin mencionar que me dejaba la vida y la alegría en el proceso. Podemos ser compasivas sin llegar a traicionarnos u olvidarnos de nosotras mismas hasta el punto de no saber ni lo que realmente queremos ni lo que realmente sentimos.
Es probable que tú, como mi yo del pasado, estés actuando un rol preestablecido para ti proveniente de la sociedad, la cultura o la familia. Este guion que has adquirido está compuesto por todas las historias que te cuentas a ti misma a raíz de reiteradas interacciones que te impiden serte fiel. En tu actuación tienes que ser agradable, complaciente, abnegada, sumisa, «evitadora» del conflicto y «perfecta» en tu manera de actuar y de verte.
El rol de la «niña buena» es agotador y puede llevarnos desde la ansiedad y la tristeza hasta el resentimiento. Pero si algo he aprendido es que no se puede lograr nada desde la infinita autocrítica tan característica de este perfil. Para sanar, tendremos que emprender un viaje a nuestro interior que esté impregnado de compasión por nosotras y todo lo que hemos atravesado. Esto no tiene nada que ver con lamerse las heridas, sino con abrir los ojos y elegir nuevas formas de vincularnos con los demás, sintiendo la paz mental y la confianza que seguramente nos esté faltando.
Es importante destacar que el «síndrome de la niña buena» es un término informal acuñado para describir un patrón de comportamiento en el que una mujer tiende a priorizar las necesidades de los demás por encima de las propias, a menudo sacrificando su bienestar. No es un trastorno de la salud mental que figure en ningún manual diagnóstico. Sin embargo, muchas características de la «niña buena» pueden requerir ayuda profesional para poder vivir con mayor equilibrio.
A modo ilustrativo, te compartiré el caso de mi madre, una «niña buena» hecha y derecha. Mi abuela era espléndida y divertida, pero como madre era bastante excéntrica, extravagante y poco confiable. Mi abuelo era viajante, con lo cual, no por deseo, sino por necesidad, estaba bastante ausente en el entramado familiar. Mi madre siendo una niña pequeña interpretó que, cuando en casa se sacrificaba cocinando, limpiando y sin dar trabajo a los mayores, no solo mantenía todas las piezas del hogar juntas, sino que era recompensada por su madurez. Este fue su baluarte toda su vida, allí donde iba era querida por ser entregada, aplicada, simpática y confiable.
Por otro lado, mi madre no sabía decir que no, con lo cual cargaba con el peso de las solicitudes de todo el mundo. Era muy perfeccionista, lo que la hacía amargar si no llegaba a sus estándares altísimos. Sobre todo, mi madre se nutría mucho de la palmadita ajena y el reconocimiento de los demás. Ella se tenía en alta estima en los aspectos que otros utilizaban para describirla, como hacendosa, de fácil trato, paciente y trabajadora. Pero mi madre también era una ávida lectora, una pragmática de pensamiento ágil, una gran bailarina y artista, y tenía un sentido del humor espectacular y disparatado. Lamentablemente, nunca se dio crédito por esto. Vivió su vida mirando hacia afuera y siendo una «niña buena».
A grandes rasgos una «niña buena» está centrada en:
Ser muy complaciente, atendiendo lo que los demás quieren y temiendo decir basta cuando ya no puede más o algo no le apetece.
Evitar confrontaciones o expresar opiniones diferentes a las de su interlocutor/a, muchas veces llevándola a resentir a esa otra persona con la que no ha podido imponerse.
Buscar la aprobación de los demás, sobre todo, mostrándose «perfecta» o lo más cercano a este imposible, lo cual deviene en agotamiento y estrés.
Evitar el rechazo de los demás, ya que lo entiende como un peligro emocional incluso a expensas de su propia autenticidad.
En este libro, vamos a aprender a sacar capa sobre capa de este patrón para que puedas ser plenamente consciente de por qué se activan ciertos comportamientos. También vamos a desarrollar herramientas de gestión como:
Establecer límites saludables sin pedir perdón o permiso, y sin echar culpas o victimizarnos. Esto te dará muchísima confianza y evitará que caigas en dinámicas de sobrecomplacencia.
Aprender a comunicarte de forma asertiva expresando tus opiniones de manera clara y precisa aun cuando no concuerdes con los demás. Esto te ayudará a entender que opinar diferente no es sinónimo de conflicto, sino un modo de ser auténticamente tú.
Desarrollar una mentalidad de crecimiento que abrace tu ser completo, el que brilla y el que no, y que te ayude a comprender que todo en la vida es información para crecer. Si te caes, aprenderás a levantarte y a preguntarte qué lección has aprendido.
Identificar y cuestionar creencias limitantes sobre quién eres y lo que puedes hacer. Aprenderás a reemplazarlas por creencias empoderadoras. Es probable que hoy pienses que no vales, que eres fea, o que eres tonta. Ya constatarás que tú eres infinitamente más de lo que te has contado.
Priorizar tu autocuidado, es decir, los momentos para ti para nutrirte. Pensamos que comer de manera saludable o hacer ejercicio solo son necesarios para estar en forma y que tomar el sol es indulgente. Nada más lejos de la verdad. Todo ello tiene una incidencia directa en tu sistema nervioso.
Aprender a corregular tus emociones con la gente que amas y te ama a ti compartiendo tu experiencia de la forma más genuina. Es probable que tu ser verdadero esté tan escondido que los que te rodean no lo conozcan. Hacerlo con la gente que más confías será un paso enorme para liberarte.
Desarrollar prácticas del
mindfulness
, la autocompasión, la gratitud y el perdón. Estas experiencias, que asociamos con el budismo Zen o las culturas de Oriente, hoy son abrazadas por la medicina occidental por sus efectos sanadores. Viviendo en el aquí y ahora y cambiando la manera de vincularte contigo misma, nacerá una nueva tú.
El truco es encontrar un equilibrio saludable que te permita ser tú y satisfacer tus propias necesidades mientras mantienes relaciones significativas con los demás. Por primera vez en mucho tiempo, podrás reclamar tu verdadera esencia y sentirte segura tal cual eres.
¿Lista para empezar?
Este no será un libro de autoayuda aburrido. Aquí habrá humor, anécdotas y mucho aprendizaje. Además, te acompañarán las historias de amigas, clientas y mujeres como tú. Todas ellas nos recordarán que no estamos solas en este viaje hacia nuestra esencia más auténtica.
Por primera vez, serás fiel a ti misma. ¿Estás lista para dejar de ser una «niña buena» y convertirte en una «mujer libre y poderosa»?
Cuando era muy pequeña era una niña tímida que se aferraba a la figura de mi madre como mi roca. Mi madre era todo lo que yo aspiraba a ser: extrovertida, hermosa, querida y admirada por todos. Ella era la personificación de la «niña buena», por supuesto que entonces yo no lo sabía, mi madre era incapaz de decir que no a las demandas de los demás y siempre estaba dispuesta a ayudar incluso cuando no se lo pedían. Era la esposa devota que cuidaba a mi padre con amor, la amiga y vecina divertida y generosa que nunca contradecía a nadie, y la madre organizada y cariñosa que nos cuidaba como una leona. No es de extrañar que fuera tan querida en su trabajo, en el club, entre mis y sus amigos, y mi familia paterna. Y para mí, mi madre era pura luz.
Mi madre sabía bailar danzas españolas grácilmente, haciéndole honor a sus ancestros, cocinaba exquisito, con un par de ingredientes inventaba una receta, tenía unas manos de oro para coserme la ropa, no enmendarla, sino hacerme vestidos y faldas desde cero, las manualidades eran su pasatiempo ideal y siendo maestra de niños entre tres y cinco años le venía genial. Lo que más me gustaba de mi madre era su hilarante sentido del humor. Tenía una forma de contar las cosas que me hacía llorar de la risa y que llenaba mis días de alegría. Mi madre era una mujer buena que había sufrido mucho toda su vida y que, con cada esfuerzo y gesto noble, olvidaba un poco sus dificultades y ganaba un poco de previsibilidad en un mundo que en su día había encontrado caótico.
Creo que cuando alguien experimenta un pasado traumático como mi madre, que de muy pequeña tuvo que adoptar el rol de una mujer adulta, tiende a reaccionar escogiendo uno de dos caminos (a grandes rasgos, ya que la reacción frente al trauma es muy compleja): o se persigue la revancha y la venganza, o se cierran los ojos y se busca la certeza y la seguridad, entre otras maneras, siendo una «niña buena». Hay quienes han sufrido mucho y terminan endureciendo su carácter (intolerantes, fríos y hasta hirientes). Hay otros que tienen una fe ciega en que haciendo el bien y cumpliendo con las expectativas sociales y culturales el mundo se hará más vivible y previsible, y todo se pondrá en su lugar. Mi madre escogió el segundo camino. No levantó la tapa de ninguna olla por miedo a lo que se iba a encontrar, respiró profundo y siguió con sus valores inquebrantables como la autodisciplina, la constancia, la empatía y la cooperación («y aquí no ha pasado nada»), y el servicio al otro.
Es increíble cómo, con tanta resiliencia y tozudez para salir a flote y con tantas cualidades admirables, mi madre tenía un talón de Aquiles tan doloroso para ella: su peso. A pesar de ser hermosa, inteligente, graciosa y popular, estaba obsesionada con ser delgada. Tenía una contextura como una guitarra. Hoy estaría de moda, pero en aquel entonces repetía que Twiggy, la modelo de los años setenta, le había arruinado la vida. Mi madre no quería tener curvas, no quería ser la bomba que era, ella quería ser un espárrago. Y así, entre dietas estrafalarias y sesiones de ejercicio que harían sudar hasta al más valiente, luchaba con el único caballo que no podía domar: sus kilos. Ahí no había ningún rasgo de «niña buena» que le diera resultado. Como muchas mujeres, incluida yo mucho más tarde también, había internalizado la idea de que su valía estaba intrínsecamente ligada a su apariencia exterior.
¡Qué flor de lección aprendí de mi querida madre! De manera tan sutil como desgarradora, me enseñó que ser atenta, sonriente, agradable, trabajadora y «flaca» eran las llaves doradas para abrir las puertas de la apreciación de los demás y la valoración social. El problema es que, en mi caso, carecía del carácter extrovertido que tenía ella, y tenía una alta sensibilidad que hacía que todo lo que me decían me calara los huesos aunque no lo externalizara. Con solo un dígito de edad, porque recuerdo que no podía atarme los zapatos sin ayuda, me bombardearon con advertencias sobre cómo ser una buena hija, sobrina, nieta, amiga, vecina, estudiante, y cómo eso perdía potencia si se me ocurría comer cosas ricas y terminar luchando contra mi peso como mi madre que, aunque era una diosa, se creía gorda, y no terminaba de tildar todos los casilleros de «niña buena» y «seudoperfecta». Cada persona que me daba miedo, niño o niña que me resultaba antipático, cada bocado de algo prohibido, se convertía en una batalla campal entre el deseo de complacer a los demás y las ganas de satisfacer mis deseos. El miedo a convertirme en una versión inaceptable de mí misma era mucho más fuerte que cualquier llamada de mi interior, y en ese entonces, empecé a callarlo. Es curioso como las niñas buenas solemos internalizar que tenemos que encajar en el patrón de belleza del statu quo, como muñequitas que los otros pueden admirar y apreciar. En mi caso, esa lucha interna por querer comer lo que me apetecía y no decepcionar a los mayores se repetía con las pocas veces que les contestaba «mal» y que, con su reproche, me hacían sentir que los perdería y me quedaría sola. Cuando en la adolescencia quería que me dejaran a mi aire, me decían «¡Qué odiosa!». De hecho, siempre repetían: «Tu hermano no fue tan lindo, pero la gente lo seguía más a él porque era más simpático». El otro mensaje que yo adentré es «esfuérzate por ser más simpática». En fin, mi infancia y adolescencia estuvo marcada por la incomodidad constante y la sensación de defecto que me acompañaba como una sombra ineludible.
No sabes cómo me esforcé para aprobar con honores lo que yo malinterpretaba como examen para una vida feliz. Como dice una prima mía, que es casi una filósofa cuando la vida le pone obstáculos y no logra vencerlos: «Primi, lo di todo», comentario que hace con un aire de resignación y dignidad a la vez. ¡Y vaya si yo lo hice! No sé de dónde sacaba la energía para desafiar mi timidez, no tengo idea de cómo lograba aparecer en esos cumpleaños llenos de gente desconocida con un nudo en la garganta y a punto de estallar en lágrimas, pero lo hacía. Una vez allí, me transformaba en la otra versión de mí misma, mi doble o personaje, la niña agradable, dulce y fácil de tratar. ¿Era genuina en mis intentos de sobrevivir a esos momentos? ¡Y tanto! Pero en lo más recóndito de mi ser había una niña temblando de miedo al rechazo. Manifestar una opinión diferente a la de los demás era tan probable como encontrar un unicornio en el jardín, de verdad y sin exagerar, estaba tan reprimida que llorar las lágrimas contenidas me resultaba imposible, y tampoco ofrecía resistencia a jugar o hacer lo que quería la mayoría, me dejaba llevar. ¿Para qué nadar contracorriente? Es triste, pero yo no lo vivía así, lo vivía como lo que me tocaba hacer, y con la frente en alto, seguía para adelante. Todos estos eran procesos inconscientes, yo no quería engañar a nadie, simplemente era mi manera de sobrevivir a una versión de mí misma que estaba segura que me pondría en riesgo, la verdadera yo.
La senda de la «niña buena» es tan empedrada como llena de sorpresas. Siguiendo los pasos de la mujer más importante en mi vida en ese entonces, mi madre, me embarqué en una odisea hacia la aceptación y el cariño en los círculos que me importaban desde que iba a la escuela primaria. Siempre y cuando mantuviera mi papel de niña modelo, podía relajarme desde el colegio hasta mis clases de baile y de inglés, e incluso en mi vida social. Pronto adquirí un estado de hiperatención a los códigos y sutilezas de los ambientes que me rodeaban. La máxima era clara: adaptarse, no desagradar y seguir el rollo de cada escenario en particular. Sin darme cuenta, me convertí en una detective de las emociones y los lenguajes corporales ajenos, navegando cada situación como una intrépida exploradora con tal de mantenerme emocionalmente a salvo.
Si mi maestra estaba de mal humor, yo prestaba atención como si me fuera la vida en ello, temiendo que me regañara y avergonzara frente a los demás. Si una amiga estaba triste, sacaba mi boli y papel para escribirle una carta, porque sentía que era mi deber hacerla sonreír (¿y que así me quisiera más?). Y si había una pelea entre dos amigos, allá iba yo, cual árbitro en un ring de boxeo, para lograr que se reconciliaran y así mantener la armonía de mi microcosmos en equilibrio. Los deportes con pelotas siempre fueron otra historia, nunca fueron mi fuerte. Recuerdo ser muy pequeña, apenas sosteniendo una raqueta de tenis de lo grande que era. Estábamos todos los niños emparejados con un compañero en la misma cancha. La mayoría de las parejas se pasaban la pelota de un lado al otro. Yo lo único que recuerdo es ver las pelotas en el aire yendo y viniendo sin tener idea de qué hacer. Mi cerebro no coordinaba espacio, acción y reacción. La mayoría de las niñas de mi edad jugaban al hockey, un juego imposible para mí. Para disimular mi torpeza en los deportes y que nadie se burlara de mí, me hacía la fuerte riéndome de mí misma, convirtiéndome así en la chistosa del grupo, y también muy querida; al fin y al cabo, ¿quién no se avergüenza de algo de sí misma? Me imagino que más de una encontraba alivio en mi aparente espontaneidad. Verme a mí, supuestamente tranquila, con mis dificultades, aliviaba a las otras niñas que competían por ser la mejor. Siempre he sido ocurrente, no solo por salir del paso, sino en general; de hecho, debo decir que mi sentido del humor me ha salvado.
Lo que sí me hacía sentir bien, liberada y segura, era bailar, eso sí que se me daba bien. Con cada baile me transportaba a los escenarios de mi serie favorita de la infancia: Fama. Adoraba la danza jazz, el afro y el tap. Ensayaba tres horas por semana, semana a semana, y mes a mes, para participar en el festival de fin de año. Tanto el baile como jugar sola eran mis refugios. Mi madre siempre me decía que yo hablaba mucho sola. Debe de ser de todos los mundos que me inventaba en la cabeza. Eran los momentos en los que yo podía vivir sin presión. Y cuando digo «presión» me refiero a la carga de ser una «niña buena» casi todo el tiempo. ¿Consciente de ello? No, ¡para nada! Me convertí en una auténtica maestra de la diplomacia emocional, navegando las aguas turbulentas de la aceptación sociocultural con la gracia de un cisne, y sin darme cuenta. Y cuando presentía que no era lo suficientemente guay o cool para alguien, me adelantaba a los acontecimientos y me largaba por mi propio pie. No soportaba pensar que alguien me hiciera un desplante o me dejara de lado. Y así, detrás de cada sonrisa radiante y cada gesto amable, yacía un océano de inseguridades y un eco de mi verdadera esencia que anhelaba aflorar.
Es increíble pensar que mi madre vivió absolutamente toda su vida así. Pobrecita, cuánto esfuerzo. En cuanto a mí, llegó un punto en el que mis niveles de perfeccionismo y control me llevaron a sacrificar mi propia salud y bienestar en el altar de la aprobación en general. Estaba atrapada en un círculo vicioso de amor y sacrificio, y había perdido completamente mi brújula interior. El problema llegó a su pico más alto durante mi primer paso por la universidad. A pesar de lucir como la reina del baile, graduada con honores, y una vida que cualquiera desde fuera envidiaría, yo me sentía más ansiosa y agotada que nunca en mi vida. Me daba una terrible vergüenza sentirme así. Lloraba mucho a escondidas, escuchaba canciones lacrimógenas de finales de los ochenta y principios de los noventa, y así me daba permiso para aflojarme en un mar de lágrimas, temía a todo, y sentía un estrés sin igual. Y todo lo vivía en absoluto silencio, porque una «niña buena» siempre debe sonreír, escuchar, acompañar, sostener y lucirse.
Te contaré más sobre mí entre las líneas de los capítulos a continuación. Solo te adelanto que el punto de inflexión para mí llegó cuando decidí que era hora de tomar el timón de mi vida y zarpar hacia un nuevo horizonte. «¿Cómo? ¿Pero qué dices? ¡Eres muy joven!». Me repetían una y otra vez que no cometiera una locura así, pero yo no podía más y me fui a vivir a Londres. Un viaje épico, con muchas idas y venidas, que me inició en el camino hacia la libertad y la autenticidad. Un camino lleno de giros inesperados, con momentos de regocijo y no tanto, que me ayudó a dejar de ser una «niña buena» y a transformarme en una mujer real, más segura y empoderada.
Analicemos juntas el patrón de la «niña buena» desde el ejemplo de mi experiencia:
Disparador
: miedo a no gustar y ser rechazada, miedo a no ser amada y quedarme sola.
Reacción
: hacer todo lo posible por gustar y ser querida aun a costa de una terrible autotraición. Ejemplos: nunca decir que no, ser complaciente, ser exagerada en el cuidado del otro para sostener la paz, estar hipervigilante al medioambiente para que ninguna colleja inesperada me sorprenda.
Resultado
: tristeza, ansiedad, agotamiento y pérdida de mi brújula interior.
¿Te sientes identificada con este patrón? No te desanimes. Lo más importante es ver con perspectiva nuestro comportamiento para poder cambiarlo. Es probable que durante un tiempo no puedas hacer nada respecto a tus disparadores, como el miedo al rechazo y a quedarte sola, pero puedes cambiar tu respuesta a este disparador.
Viktor Frankl, el brillante psiquiatra suizo, autor del libro El hombre en busca de sentido (1959), lo dice lúcidamente: «Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad».
Entonces, donde podemos incidir es en el segundo punto, la reacción, que yo cambiaría de nombre y llamaría «respuesta». La reacción tiene que ver con algo en piloto automático y por defecto. Alguien toca el claxon de su coche cuando estoy conduciendo, y yo en caliente «reacciono» tocando el claxon también. La respuesta tiene que ver con dejarme atravesar por lo que sea que me está sucediendo, no juzgarlo, respirar, tomarme el tiempo que necesito, y luego responder. En el ejemplo que te he dado anteriormente, puedo estar conduciendo y alguien se enfada con mi forma de conducir y toca el claxon, con lo cual yo puedo sentir shock o rabia, pero en vez de reaccionar de la misma manera que la persona que se ha enfadado, sigo conduciendo en paz.
Para las niñas buenas es indispensable que veamos este patrón. Puede que estemos en una reunión, por ejemplo, y alguien diga algo sobre nosotras que no nos hace sentir bien. Nuestra reacción por defecto, normalmente, es sonreír y hacer como que nada ha pasado. Nuestra respuesta más efectiva puede ser expresarnos con asertividad y decir que esos comentarios nos incomodan.
Con lo cual, piensa cómo quieres responder frente a tus disparadores cuando se presenten. No hagas lo que siempre has hecho sin pensar. Escoge algo que le aporte salud, equilibrio y autenticidad a tu vida.
Por cierto, si no lo has hecho aún, coge un bolígrafo y un papel para apuntar todo lo que creas que tiene más sentido para ti y te propongas empezar a implementar.
Este es un tema que me toca muy de cerca porque crecí aborreciendo a mi hermano cuerpo. Hasta que un día, siendo extremadamente flaca a fuerza de dietas, me di cuenta de que seguía siendo infeliz. No fue hasta que subí muchos kilos a raíz de un problema de cortisol alto e hipotiroidismo serio, cuando empecé a mirarme al espejo y pedirle perdón a mi cuerpo por todo el maltrato que le había dado. Recuerdo mirarme y empezar a enamorarme de mis curvas, poco a poco empecé a sanar. Y como sé que las niñas buenas queremos encajar donde sea que seremos aceptadas, es probable que a ti te esté pasando lo mismo que me pasó a mí.
En un mundo que a menudo nos dice que nuestra valía está vinculada a la forma y tamaño de nuestro cuerpo, es crucial recordar que nuestro valor trasciende cualquier estándar superficial. En occidente, crecemos con mensajes que nos dictan que ser delgadas es sinónimo de éxito, amor y aceptación, pero es hora de desafiar estas nociones dañinas y abrazar una verdad más profunda: nuestro cuerpo no define nuestra valía.
Durante demasiado tiempo hemos pasado nuestras vidas rechazando y demoliendo nuestros cuerpos, buscando desesperadamente encajar en un molde prediseñado por la sociedad. Pero la realidad es que nada externo, ninguna talla de ropa, ningún número en la balanza, puede llenar el vacío que sentimos dentro de nosotras. La verdadera plenitud viene del amor radical que cultivamos hacia nosotras mismas.
Ser positivas con nuestro cuerpo no se trata solo de aceptación superficial, sino de comprender profundamente que nuestro cuerpo es nuestro templo, nuestro santuario, nuestra casa en este mundo. Es escuchar sus necesidades, honrar sus deseos, nutrirlo con amor y bondad, no porque busquemos encajar en una talla dictada por la sociedad, sino porque reconocemos su valor intrínseco.
Amar radicalmente nuestro cuerpo implica entender que el peso de nuestras palabras y acciones hacia él es mucho más significativo que el número que aparece en una etiqueta de ropa. Se trata de celebrar todas las formas, todos los tamaños, todas las curvas y todas las imperfecciones que nos hacen únicas. Es liberarnos de la tiranía de la comparación y abrazar la belleza diversa que existe en cada una de nosotras.
Y en última instancia, el amor propio es el acto más revolucionario y transformador que podemos emprender. Es comprometernos a tratarnos con gentileza, compasión y respeto en todo momento. Es decirnos a nosotras mismas que somos dignas de amor, de alegría, de éxito, simplemente porque existimos.
Así que hoy, y todos los días, elijamos amar radicalmente cada centímetro de nuestro ser. Recordemos que nuestro valor no reside en nuestro exterior, sino en la luz y el amor que irradiamos desde dentro. Porque cuando nos amamos a nosotras mismas sin reservas, somos capaces de iluminar el mundo con una belleza que trasciende cualquier estándar superficial.
Analicemos las raíces profundas del «síndrome de la niña buena», esos patrones de comportamiento que, sin que nos demos cuenta, pueden influir en cada aspecto de nuestras vidas. Analizaré la importancia que tienen la herencia, como lo que te he contado de la relación con mi madre, los mandatos sociales y culturales, o como lo que te he compartido de la nociva idea de ser flaca para ser elegible, o que las mujeres buenas no llevamos la contraria, y los legados familiares, en mi casa, por ejemplo, me volvían loca con la idea de ser más «simpática». ¡Qué horror mi ausencia de sonrisas cuando ellos querían tener una hija buena! ¡Qué difícil esta chica! Aún recuerdo unos años antes de que mi madre falleciera que me dijo que yo le había dado mucho trabajo. Yo me quedé pasmada. No tuve la oportunidad de preguntarle porque se fue muy pronto. Sospecho que, cuando empecé a ser yo y no la que ella deseaba, me convertí en una hija, por decir poco, rebelde y complicada.
Nada de lo que digo es para castigar o burlarme de mis padres, ellos hacían lo que podían con el nivel de consciencia que tenían en el momento que me criaron, y también estaban influenciados por sus propios traumas e inseguridades. Desde su óptica, mi vida sería más fácil y feliz si yo era una niña dócil. Esto es complejo. Vamos a sacar capa por capa de la cebolla para comprender lo importante que es esto en la formación de una «niña buena». Luego, para ilustrar todas estas características, te compartiré el ejemplo de una cliente que fue una «niña buena».
Desde el momento en que nacemos, nuestras experiencias familiares y las influencias de nuestras figuras de apego moldean profundamente nuestra percepción del mundo y de nosotras mismas. Si creciste viendo a mujeres en tu familia sacrificarse constantemente por el bienestar de los demás, es probable que hayas internalizado ese comportamiento como un modelo a seguir. Si tu madre siempre se ocupaba de las necesidades de todos en la casa antes de atender las suyas, es posible que hayas aprendido que el autosacrificio es una virtud femenina deseable.
Es muy probable que desde que eras pequeña observaras a tu madre dejar de lado sus propias necesidades para asegurarse de que todos los demás estuvieran bien. Tal vez ella se levantaba temprano para preparar el desayuno y la comida para la familia antes de ir al trabajo, o a lo mejor tu madre renunciaba a sus momentos de descanso para cuidar de tus abuelos o hacerle un favor a una tía. Este tipo de comportamiento altruista y sacrificado puede haber sido el modelo que te enseñaron sobre cómo ser una «niña buena». Ten en cuenta que no es necesario que te digan nada. Con tan solo observar estos comportamientos puede que hayas interpretado que eso es lo que se espera de las buenas mujeres en general.
Es así como, muy posiblemente, a medida que has ido creciendo, estos mensajes se hayan internalizado inconscientemente en ti y los hayas aplicado a tu propia vida. A lo mejor sentiste la presión de seguir los mismos pasos que tu madre de poner las necesidades de los demás por encima de las tuyas y de poner en jaque tus propios deseos y sueños para cuidar a los demás. Esta herencia emocional puede haber contribuido a formar tu identidad y tus creencias sobre lo que significa ser una mujer buena y valiosa.
Sin embargo, es importante reconocer que este modelo de renuncia constante puede tener consecuencias negativas para tu bienestar emocional y tu salud mental. Aunque el altruismo y la compasión son cualidades admirables, es fundamental encontrar un equilibrio saludable entre cuidar a los demás y cuidar de ti misma. Sanar implica reconocer y desafiar los patrones heredados que pueden estar limitando tu capacidad para vivir una vida plena y auténtica.
Pero sigamos excavando un poco más, veamos cómo los imperativos sociales y culturales también ejercen una influencia significativa en el desarrollo del carácter individual. Cuando pienso en mi madre, veo esto que te digo en juego. Mi abuela materna no era de las que se ajustaban al molde de la «niña buena»; era una mujer moderna que ponía sus propias necesidades por delante de todo. Habiendo conocido tan de cerca a mi madre, eso le debió de dar un poco de miedo, inestabilidad, o incluso puede que le pareciera mal si la comparaba con otras madres. De hecho, ella siempre desaprobó comportamientos contrarios a los de las niñas buenas. Yo creo que pensaba que el comportamiento de mi abuela atentaba contra la paz de su hogar. Imagínate, mi abuela rompiendo con las normas, haciendo lo que sentía, ¿cómo no iba a causar revuelo? Y mi madre miró afuera para encontrar seguridad, ya sea en otras familias, en la literatura de la época, o en su minimundo. A lo largo de nuestras vidas, somos bombardeadas con mensajes sutiles y no tan sutiles sobre cómo debemos comportarnos, lucir y qué debemos valorar. Con la inseguridad en casa de mi madre, ¿cómo no iba a ser lo contrario a lo que vivenciaba y sentir la necesidad de hacer lo que se consideraba correcto o adecuado?
Como mi madre, es probable que hayas crecido rodeada de imágenes y narrativas que promueven un ideal de feminidad que es difícil de alcanzar y, francamente, agotador de mantener. Desde los cuentos de hadas hasta la películas y programas de televisión, puede que hayas estado expuesta a modelos de niñas buenas que parecen perfectas en todos los sentidos.
Tal vez culturalmente te hayas sentido presionada para ser siempre amable, agradable y servicial, incluso cuando esto significaba una gran deslealtad hacia ti misma. Quizás hayas sentido la mirada crítica de la sociedad cuando no cumplías con ciertos estándares de belleza o cuando te atrevías a desafiar las expectativas de género que se te imponían.
Los mandatos sociales y culturales suelen dejar huellas importantes en la mayoría. Este «deber ser» es tan implacable que hace que cualquiera se cuestione si es lo suficiente. Al igual que yo con mi imagen, es probable que hayas dudado de ti misma si sentías que no cumplías con las expectativas de lo que se espera de ti, una «niña buena». Te han hecho sentir que nunca eres lo suficientemente buena, lo suficientemente bonita, lo suficientemente inteligente, o lo suficientemente perfecta.
Pero aquí está la verdad: tú eres más que esos mandatos. Eres más que las expectativas que la sociedad y la cultura tienen de ti. Eres una persona valiosa y digna de amor y respeto. Punto. Puedes comenzar a desafiar esas expectativas, a redefinir lo que significa ser una mujer fuerte y que vive en sus propios términos.
Finalmente, llegamos al rol tan influyente que tienen nuestras familias en el desarrollo de niñas buenas. Imagina a una chiquilla que crece en un entorno donde los roles de género están rígidamente definidos desde una edad temprana. Desde que es pequeña, le enseñan que su valor reside en su capacidad de ser amena, de ayudar dentro y fuera de casa, y de no contrariar a los demás. Su familia le transmite la idea de que su felicidad y realización personal son directamente proporcionales a la aceptación que recibe de los demás y si se convierte en alguien necesario para los otros, aun mejor.
A mi madre, por ejemplo, desde una edad temprana, le asignaron tareas domésticas. Mis abuelos, en especial, su padre, esperaba que ayudara en los quehaceres del hogar. Siempre me contaba que, de niña, cocinaba cuando su padre volvía de trabajar, limpiaba y organizaba los cumpleaños de su hermano pequeño. Se esforzaba mucho por colaborar en su casa, sacrificando sus aspiraciones en el proceso, pero sin resentimiento. Un día cocinando con muy pocos años y con su hermano sentado en la encimera, abrió el horno, y salió volando por el ímpetu del gas. Se le cayeron las cejas y las pestañas. Ese era el nivel de entrega de mi madre.
Además, en su familia había un ensalzamiento de la belleza de la época. Mis abuelos eran guapos y presumidos; por lo tanto, mi madre internalizó muchos mensajes sobre la importancia de la apariencia física y cómo afectaba a su valía como persona. No nos vayamos tan lejos, hoy en día las madres seguimos comprándoles a nuestras hijas muñecas perfectamente maquilladas y peinadas y comentamos hasta el hartazgo cuestiones de peso o aspecto de influencers y celebrities. Es difícil separar las cosas y no crecer con la idea de que nuestro valor está intrínsecamente ligado a nuestra apariencia externa.
Todo esto que te cuento puede llevar a un conflicto interno desgarrador. Por un lado, anhelamos seguir nuestras pasiones, perseguir nuestros sueños y vivir una vida auténtica y significativa. Pero, por otro lado, nos sentimos presionadas a encajar en un molde preestablecido por la cultura, la sociedad y nuestra propia familia, incluso si eso significa boicotearnos a nosotras mismas en el proceso.
Si seguimos sacando capas de la cebolla también vemos como la desconexión emocional de una madre, ya sea por acción directa, omisión, o por su propia desconexión interna, deja una marca profunda en la psique de la hija. Esta falta de conexión puede sembrar semillas de duda, poco amor propio, vergüenza y culpa, llevando a la hija a creer que su valía depende de su capacidad para cumplir con las expectativas de los demás, ser afable y conciliadora, en lugar de desarrollar una autonomía saludable.
El poema de Sheryl Lisa Finn en su blog Conscious Transitions del 15 de abril, 2024 (https://conscious-transitions.com/) me ha calado hasta los huesos por reflejar justamente lo que te acabo de decir. Una traducción hecha por mí misma sería la siguiente:
La hija silenciada
Una hija criada por una madre que no puede sintonizar con sus necesidades pierde su voz.
Aprende que no puede decir no, porque un no llevará al rechazo.
Aprende que no puede expresar su ira, porque la ira conduce al destierro.
Aprende que no puede seguir sus propios intereses, porque hacerlo podría provocar la rabia helada (de los demás).
Aprende que no puede amar a otra figura materna, ni siquiera tener amigas cercanas, por miedo a desatar los celos de su madre.
Vive con miedo a la furia de su madre, que puede estallar sin previo aviso como un diluvio volcánico de palabras o como un retiro aterrador.
La hija aprende, en resumen, que no es seguro ser ella misma, así que se contorsiona para ser quien cree que su madre quiere que sea.
Este patrón no termina cuando termina la infancia, a menos que la hija adulta aprenda a afirmar su voz y establecer límites, lo que requiere lamentar la pérdida de la madre que necesitaba.
Este modo de actuar es un ciclo que se perpetúa de generación en generación, a menos que decidamos romperlo. Recuerda que tienes el poder de escribir tu propia historia. Puedes desafiar esos mandatos obsoletos, redefinir lo que significa ser una mujer empoderada y vivir de acuerdo con tus propios valores y deseos.