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Suelta de bestias es la crónica de un desencanto generacional y el grito angustiado de quien ha visto malgastada su vida, una novela única y rabiosa. Paca, que siempre ha vivido a la sombra de su marido, decide regresar a su Laín natal en busca de sus orígenes perdidos y del punto en el que su vida viró hacia el desastre. Sin embargo, pronto descubrirá que los mismos hombres desalmados y manipuladores que creyó dejar atrás campan ahora a sus anchas por el lugar de su niñez.
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Seitenzahl: 213
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Jorge Portocarrero
Saga
Suelta de bestias
Copyright © 2007, 2022 Jorge Portocarrero and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728374641
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Era el día de Todos los Santos, festividad en la cual los cementerios rebosan de visitantes que en el fondo se creen culpables de haber fallado alguna vez a sus deudos, incluso de seguir viviendo, los que aún no tienen remordimientos aprovechan el día para visitar los pueblos cercanos.
Paca sentía tristeza por la enfermedad incurable de su madre, bajó la ventanilla del coche y, junto con el olor del campo, entraron los recuerdos de su niñez y juventud. A su lado, al volante, estaba su marido Raúl y detrás, durmiendo, su madre, Margarita. Esta sería la última ocasión en que la pareja iría unida a Laín, pueblo de Paca, al que acudían atraídos por el anuncio de una suelta de bestias.
En Laín se celebraba una fiesta en La Casona, un antiguo edificio reformado que iba a ser inaugurado como centro de servicios múltiples. Raúl le comentó a Paca la suerte de Bienvenido Palacios, a quien habían nombrado coordinador oficial de Laín, Los Prados, Azcuénaga y Cuatrocerros, pueblos constituidos en mancomunidad; manejaría mucho dinero porque según la nueva normativa, entre otras funciones, llevaría los asuntos legales y de seguridad, el gobierno estaba convencido de que los lugareños lo harían mejor que regidos por personas ajenas a su problemática.
Raúl se explayó sobre Bienvenido, casado con Mercedes, directiva de un importante periódico de tirada nacional en el que la editorial donde Raúl y Paca trabajaban publicaba de manera exclusiva sus anuncios. El proyecto, para el que Bienvenido fue puesto al frente, requería un experto en economía con conocimientos de medio ambiente que asegurase la autofinanciación. Añadió con entusiasmo: “como dice Bienvenido hay que conservar e incentivar la naturaleza, así dejaremos un legado aceptable a la humanidad. Es un compromiso ineludible con el futuro”.
—¿Y los osos? —cortó Paca aburrida.
Le explicó que los osos provenientes de Eslovenia eran genéticamente idénticos a los que años atrás comían moras en estas tierras.
—No sólo traen dos osos machos y cinco hembras, como debe ser —rió—, sino que la organización también pondrá en libertad a tres parejas de lobos, como ya se ha hecho en otros lugares de la península.
El acontecimiento había despertado el interés de Raúl que, de paso, daba a su suegra la alegría de volver a visitar el pueblo y reencontrarse con viejas amistades.
—Bienvenido acertó al elegir el día —opinó Raúl—, se honra a los muertos y renace la vida en Laín a través de la suelta.
Paca pensó en la reciente conversación mantenida con su amiga Gladis, enfermera en el hospital donde atendían a Margarita, volteó para comprobar que seguía dormida y cuchicheó:
—Dice Gladis que no resistirá mucho.
—Hay que tener confianza en el tratamiento —cambió de tema, no quería amargarse la mañana—. Paca, no vendría mal abrir una línea de publicaciones sobre la conservación de la naturaleza.
—Con la colección de las religiones tengo trabajo de sobra.
—Es cierto, pero se te podría pagar un plus por esa actividad.
—¡No fastidies! Si lo que quiero es salir, pasear, no trabajar tanto.
—Ahora no podemos distraernos. En pocos años bajaremos el ritmo.
—¿Ya jubilados?
—¡Mujer, espero que sea antes!
Desde el desvío de Los Prados se puede apreciar la monumental obra que se lleva a cabo, al ser un día festivo no estaban los obreros, pero serían cientos a juzgar por el número de tractores y camiones estacionados en los arcenes. La nueva carretera tendrá dos carriles en cada sentido. El Gran Laín es un proyecto muy ambicioso, el pueblo crecerá hasta los doscientos mil habitantes y con esta autovía se pondrá a una hora y media de Madrid, impensable hace unos años.
—España va cambiando de verdad —aseguró en tono satisfecho Raúl.
—Eso parece.
—Podríamos poner calefacción a la casa de Laín.
—¿Para qué?, si tú nunca quieres venir a El Último Risco.
—Habrá que verlo, además, con poca inversión se revalorizará y algún día podríamos venderla. No se trataría de una vivienda sólo para el verano, aquí se va a establecer mucha gente.
Paca pensó “imposible, para vender tendría que morir mi madre, adora su casa, y ni aun así me desprendería de ella”.
A la entrada de Laín el lío de carreteras a medio hacer es tremendo, Raúl comentó que también se estaba construyendo una vía que lo circunda. Sin embargo, el pueblo no ha cambiado, conserva las callejas estrechas y oscuras, sus inmuebles están prácticamente deshabitados a no ser por la presencia de algunos ancianos, la gente que quiso prosperar se fue hace más de cuarenta años a Los Prados atraídos por su proximidad a la autopista y, sobre todo, por las posibilidades de trabajo y servicios que en Laín son inexistentes. Paca recordó, al ver la plaza del ayuntamiento, cuando ella y su padre, en los veranos, montados en bicicleta bajaban desde El Último Risco para que él jugase una partida y ella se reuniera con sus amigas, eran días de alegría y despreocupación.
Camino de Cuatrocerros asoma el transformado edificio de La Casona, antes una gran mansión en ruinas donde únicamente los niños más atrevidos se aproximaban a curiosear. Paca jamás entró, se lo tenían prohibido sus padres que creían en la existencia de bombas ocultas de la guerra civil que podían estallar en cualquier momento. El palacio en la actualidad mantiene su fachada original y está dedicado a la gestión administrativa de la recientemente creada mancomunidad, en la parte de atrás se ha añadido un bloque de cinco plantas que consta de un hotel, habitaciones para empleados, salones de juego, gimnasio y otras estancias. El desnivel del terreno, cuya cota desciende hacia el pantano, ha permitido al moderno complejo integrarse armoniosamente en el entorno.
Delante de La Casona la gente esperaba el comienzo de la inauguración. Paca, Raúl y Margarita se unieron a ellos. La barrera que franquea el acceso fue levantada y todos se desplazaron al interior siendo guiados hasta un pequeño ruedo contiguo al edificio principal.
Las autoridades recibían a los asistentes, que pasaban a ser atendidos por numerosos mozos con aperitivos, el acontecimiento era filmado por una cadena de televisión. Raúl saludó a Mercedes, la mujer de Bienvenido, que no disimulaba su alegría. Los presentes tomaron asiento en los graderíos del coso para ver la novillada. Estaba claro que Paca no iba por Laín desde hacía muchos años porque no reconocía prácticamente a nadie, aunque sin duda algunos habían sido compañeros de juego en los veranos de su niñez. Margarita estaba feliz, no paraba de hablar con sus amistades y se ponía al día de lo sucedido en el tiempo que llevaba sin aparecer.
Una campanada marcó el fin de la novillada, era el momento de encaminarse al comedor. A la mesa de Paca, Raúl y Margarita se incorporó Mercedes acompañada de un antiguo trabajador de su periódico, Gonzalo Fernández-Navarro, que vive a la orilla del embalse. Bienvenido tomó asiento en la mesa de los directivos.
—Es un bonito sitio para jubilarse —dijo Raúl.
—Bueno, la verdad es que sólo estoy prejubilado —aclaró Gonzalo con desagrado.
—No sé si sabéis —intervino Mercedes— que mi empresa hace unos meses realizó una apuesta importante por la tecnología y ha incentivado la salida de los empleados de mayor edad.
—¡Vamos, que Mercedes me ha echado! —apuntó Gonzalo y, al notar el desconcierto producido, añadió—, es broma, yo mismo decidí retirarme.
Raúl, como si no lo hubiera escuchado, alabó la transformación urbanística de Laín, Mercedes le dirigió una mirada agradecida. Margarita pidió disculpas y se marchó con unas amigas.
—Perdona la indiscreción, Gonzalo, ¿qué haces aquí a diario? —preguntó con simpatía Paca.
—Trato de volverme escritor y para eso me viene muy bien el aislamiento.
Mercedes hizo una mueca:
—Termina alguna obra. Raúl y Paca que trabajan en Editores Españoles te ayudarán.
—Editorial no me falta, lo que necesito es escribir.
—¿Tienes algo ya publicado? —inquirió Raúl.
—Un recopilatorio de artículos de prensa, su tirada fue pequeña, lo titulé: “En la Trinchera de los Teletipos”.
—Me suena —afirmó Raúl, a pesar de no haberlo oído nombrar nunca.
—Ahora trabajo en una obra mitad autobiográfica y mitad histórica. Mi obsesión es la historia. La orientación política de una persona influyente puede originar cambios que repercutan en el mundo entero, si yo hubiese realizado unas entrevistas con enjundia y las hubiera difundido de forma apropiada el presente sería distinto.
—Eres muy optimista y algo presumido, ¿no? —rió Paca.
Bienvenido se acercó a la mesa y empezó a hablar de negocios apoyado por Mercedes, Raúl se entusiasmó con los proyectos que describía, mientras tanto Gonzalo adoptaba una actitud distante, lo habían cortado en plena euforia.
—¡Menuda cerda es la Merceditas! —murmuró Gonzalo a Paca.
—¿Qué? —preguntó Paca sin dar crédito a lo que escuchaba.
—Es una hija de puta. Si yo te contara... Ahí donde la ves, se encargó de hacerme la vida imposible. ¡Ella, qué es una negada! No sabe lo que es una noticia, te lo juro. ¡Publicaría en primera página la diarrea de su hijo!
Paca, asombrada del exabrupto de Gonzalo, se agarró de una frase que escuchó de refilón para escabullirse participando en la otra conversación. Un hombre se acercó a Bienvenido, era la hora de dirigirse al público.
Desde el estrado Bienvenido declaró su certeza de que todos los que conociesen el proyecto del Gran Laín invertirían en él. Recordó los prolegómenos de su elección como gestor principal de la nueva mancomunidad y agradeció al Señor la suerte de tener un abuelo nacido en Laín, por él disfrutaba de la ocasión de colaborar en tan extraordinaria idea. Enfervorizado, explicó los planes en relación con La Casona y sus actividades, para lo cual contaba con personal muy cualificado. Anunció que en la región habría caza controlada en los períodos establecidos, las visitas turísticas y los viajes de empresa rentabilizarían los bienes del Gran Laín en favor de los vecinos e inversores, “por el momento —sonrió—, empezamos con un beneficio para todos, ¡la leña se distribuirá gratis!”, unos pocos ancianos aplaudieron. Bienvenido continuó su exposición:
—Las nuevas ciudades deben ocuparse también de sus muertos y precisamente hoy, día de Todos los Santos, me permito informarles sobre el nuevo cementerio, para ello cedo la palabra al arquitecto responsable.
Subió al estrado el aludido envuelto en un halo de tristeza, que daba la casualidad concordaba con su cometido, y puso en marcha un vídeo que presentaba las reformas programadas, la gente quedó más impresionada por la cantidad de nuevos bloques de nichos que por el diseño. El proyectista, adivinando la sorpresa del público, ahondó sus reflexiones sobre el número de muertos esperable en Laín cuando funcionase a tope:
—Ciertamente, vendrá a vivir mucha gente joven, pero no se pueden dejar de lado los accidentes y las enfermedades que no distinguen edad —comentario que produjo un escalofrío en los oyentes—. En cuanto al arbolado, se plantará de todo menos cipreses, nuestro camposanto tendrá un aire moderno.
Finalizado el vídeo, el párroco de la localidad no pudo aguantar más y arrebató el micrófono al arquitecto. Aseguró al auditorio que los restos mortales de sus seres queridos estaban a resguardo y, aunque por el momento no los podían visitar, en cuanto estuviera terminada esa obra maravillosa, el cura resopló, podrían hacerlo.
Bienvenido agradeció al sacerdote y anunció el momento culminante del día, la suelta de los animales traídos a Laín. Se encendió una pantalla que mostró un plano de la mancomunidad, seguido de las fotos de un oso y de un lobo; profundizó en detalles técnicos: “las vallas especiales distribuidas estratégicamente por la comarca permiten el movimiento de los animales en el perímetro establecido, en el peor de los casos, si logran escapar, serán rápidamente interceptados por los guardas porque todos portan dispositivos electrónicos para su localización”. Hizo hincapié en los importantes estudios biológicos que se podrían llevar adelante sobre la hibernación y los métodos de supervivencia, o sobre el apareamiento y la cría de estas especies. Se refirió con detalle a la sexualidad de los osos y los lobos y, después de un par de observaciones capciosas sobre el particular, señaló: “La suelta contribuirá de forma efectiva a la biodiversidad de la región. La gente debe abandonar prejuicios ancestrales contra estos animales, piezas fundamentales de la cadena trófica”, asimismo recordó que los humanos también somos grandes mamíferos y, por cierto, carnívoros.
Mercedes se sintió orgullosa de su marido al escuchar los aplausos, “¡cómo ha podido expresar con semejante sobriedad algo que tantas veces le ha motivado hilaridad!, desde luego Bienvenido tiene muchas cualidades”.
Los invitados fueron conducidos a la parte de La Casona que da al bosque y al pantano. Paca comprobó que el otoño se había hecho patente en Laín, ya que caminaban sobre un manto de hojas caídas. Escuchó el bramar y el aullido de los animales cautivos, Gonzalo, tomándose una confianza excesiva, le dijo al oído: “presienten la libertad”.
Convertidos en guardas forestales, los camareros repartieron prismáticos entre los asistentes, situados en una plataforma, para que no perdieran detalle de la suelta. Los animales saldrían de sus jaulas hacia el bosque por un túnel desde el sótano de La Casona, un corredor que contaba con una alambrada electrificada les encaminaría. Un disparo señaló la apertura de las jaulas, los lobos corrieron en busca de la penumbra del bosque y los osos avanzaron con desconfianza gruñendo y mirando en todas las direcciones, uno de ellos, a pesar de las descargas eléctricas, se empecinó en ir contra la empalizada que protegía a los espectadores, percibía el olor de sus enemigos; un guarda pegó dos tiros al aire y el oso desistió de su ataque, pero unos metros más allá se enzarzó en una brutal pelea con el oso que iba delante, atardecía y las salpicaduras de sangre enrojecieron el paisaje, el vencedor llegó al bosque. Bienvenido, pensando en el dinero que acababa de perder, invitó a los asistentes, que aterrorizados por la escena no se movían del lugar, a volver a La Casona donde se serviría un chocolate caliente.
Al final de la jornada Bienvenido despidió en la puerta a los invitados. A Raúl le dijo en voz baja:
—Acaban de llegar y ya se pelean por las hembras, ¡caray con los osos!
En el camino de regreso a Madrid, entre los destellos de los faros de los coches que se cruzaban, Margarita, como cada vez que iba al pueblo, retomó sus nostalgias y se desentendió de la conversación entre Paca y Raúl.
—Para Bienvenido esto es el comienzo —aseguró Raúl.
—Así parece. Por cierto, qué raro es Gonzalo. Tú no lo oíste, habló pestes de Mercedes y, lo peor, en sus propias narices mientras vosotros conversabais.
—Le echaron y lógicamente está cabreado, será un incompetente.
Paca conoció a Raúl en la editorial Carvajal, donde empezó a trabajar desde muy joven, le encantaba ganar dinero y emplearlo como quería, lo había preferido a estudiar. En ese tiempo era novia de un muchacho que acababa de terminar la carrera de filosofía, le gustaba y se sentía enamorada.
Se convirtió en la secretaria del dueño de la editorial, don Aurelio, un hombre mayor muy trabajador que heredó la empresa de su padre. Una mañana realizaron unas entrevistas, necesitaban nuevos empleados. Paca tomaba nota conforme entraban los postulantes: nombre, edad, domicilio, y la calificación otorgada por el jefe cuando salían. Concluidas las pruebas don Aurelio le preguntó cuál era su preferido, nombró el de mayor puntuación.
—Yo creo que es mejor Raúl, hazlo pasar.
Le notificó que el puesto era suyo, debía presentarse al día siguiente a las nueve de la mañana, Paca, a la que destinó una mirada cómplice, le enseñaría las dependencias de la casa y su futuro despacho. Raúl dio las gracias y se marchó. Don Aurelio, ignorando el alcance que tendrían sus palabras, remarcó:
—Al menos estarás de acuerdo conmigo en que es el más listo. Te terminará gustando, le queremos para vender no para casarnos con él.
Paca acompañó a Raúl por la editorial presentándole a sus nuevos compañeros, al abrir él la boca sentía vergüenza ajena ante tanta verborrea. Dejó para el final la visita a Sergio Yagüe, su amigo y vecino, responsable de que ella trabajara en la empresa.
—Harás carrera, Raúl —le soltó Sergio.
—¿Por qué lo dices?
—Llevas unas horas entre nosotros y ya eres famoso por simpático, la noticia se ha extendido —su expresión era irónica.
Paca enseñó a Raúl algunos trucos del oficio, ella había desarrollado funciones de lectora en la editorial. Los ratos que compartieron les llevaron a conocerse mejor y a apreciarse mutuamente, a pesar de sus diferencias de carácter. La habilidad y dinamismo que mostraba Raúl le produjeron una subida vertiginosa en la editorial. Según Sergio poseía el gusto de la masa, se refería a los lectores que se incorporaban al consumo de libros a un ritmo frenético, por el simple hecho de tenerlos. Las selecciones de Raúl se transformaban automáticamente en grandes éxitos, en cambio, las obras apoyadas por Sergio y otros directivos obtenían buenas críticas, pero en las ventas no despuntaban.
Coincidiendo con la incorporación de Raúl en la compañía, el novio de Paca decidió marcharse a trabajar a París sin ella, “tanto tiempo dedicado para verle desaparecer de un día para otro”. Los galanteos de Raúl, que había descubierto en Paca no sólo una esbelta figura y unos bonitos ojos castaños, sino también, que disfrutaba de una buena situación económica, la ayudaron a recuperar la ilusión y a enamorarse de nuevo. Él acudía de continuo a ferias internacionales, Paca comenzó a acompañarlo, y sin que pasara mucho tiempo contrajeron matrimonio. Se fueron a vivir al piso que ella había adquirido años atrás, Margarita tenía su propia casa a unas pocas calles y conservaba su finca en Laín. La pareja ahorraba cuanto podía, y aún no tenían claro cuál sería su porvenir cuando se les presentó una gran oportunidad para mejorar su posición económica. Don Aurelio quería vender el negocio ya que ninguno de sus hijos mostraba interés por mantenerlo, y Raúl, puesto de acuerdo con varios directivos conocedores de la prosperidad de la empresa, se endeudó; entre todos compraron la editorial, él adquirió un veinte por ciento de las acciones de la compañía que cambió de nombre y pasó a llamarse Editores Españoles.
La cuantía de la deuda era una barbaridad, Paca y Raúl, además de utilizar sus ahorros, tuvieron que hipotecar el piso de ella, el de su madre y solicitar un préstamo al banco, creyeron que valía la pena la inversión.
Los que se hicieron con la editorial, cinco en total, transformaron la antigua empresa, según sus empleados, en una casa de putas por los conflictos interminables que surgieron entre ellos. Ni con la división en diferentes líneas de trabajo de las que se encargaba cada uno: viajes, gastronomía, colecciones, narrativa y clásica, se logró la paz; sin embargo, aun con los pleitos las ventas subieron, la gente se interesaba hasta por la discutida colección Arañas de España. Cada uno creía ser el artífice de los buenos resultados y se consideraba estafado porque sus socios no realizaban tanto esfuerzo como él. En cuanto a los trabajadores, les exigían una mayor entrega sin ningún aumento de sueldo, todo ingreso era insuficiente para las altas pagas que se asignaban los cinco asociados.
Los dueños de Editores Españoles viajaron a Estambul para asistir a una importante reunión con representantes de un consorcio interesado en comprar la editorial. Paca acompañó a Raúl con la esperanza de que hubiera suficientes horas libres para compartirlas juntos. En su reciente viaje a Laín, en el día de Todos los Santos, le percibió frío. Sentía que cada vez más Raúl se alejaba de ella y que su único interés era el dinero.
Sergio Yagüe, sentado en el avión delante de ellos, se puso al lado de Paca aprovechando que Raúl se levantó y empezaron a hablar del motivo por el cual la reunión se celebraba en Estambul, una estrategia del poderoso grupo alemán que evitaba así la intervención de cualquier otro comprador. Las cifras eran de vértigo:
—¡Tanto dinero por nuestra editorial, imposible! — exclamó Sergio, y continuó con exageradas bromas sobre el tema.
La actitud de Sergio y sus comentarios aumentaban la intranquilidad de Paca. Consideraba aventurado, por muy buena que fuera la suma ofrecida, abandonar una empresa floreciente para intentar, como pretendía Raúl, crear una propia, pero sólo de él. Parecía olvidar que tenían deudas con el banco.
Estambul resultó ser una ciudad muy atrayente, su mezcla de riqueza y pobreza, los contrastes de gente y vestimentas, la diferencia de sus barrios y el abigarramiento que no permite a los ojos encontrar un lugar solitario, les ofreció la posibilidad de sensaciones a las que no estaban acostumbrados.
Por la mañana los ejecutivos se juntaban en una sala del hotel Sheraton mientras sus acompañantes iban de turismo y se obsesionaban comprando. Una tarde que Raúl tenía una sesión de trabajo, Sergio, que había decidido no asistir a las reuniones, propuso a Paca pasear juntos por la ciudad. Subieron a la Torre Gálata, desde su cúspide circular contemplaron el Bósforo, la ciudad, su luz; un embrujo creciente los envolvía, los minaretes de las mezquitas desafiaban con sus resplandores al sol, sus ojos unían oriente con occidente y el canto del almuecín llamando a la oración les hacía agradecer tanta belleza.
En la cafetería Paca preguntó:
—Sergio, ¿por qué no te reúnes con los mandamases?, pueden estar tomando decisiones a tus espaldas.
—Les he dado un ultimátum —rió Sergio—, deben garantizar que la prioridad de los nuevos propietarios sea mantener la calidad de las publicaciones, en caso contrario no vendo.
—Y qué más te da, si la empresa dejará de ser tuya.
—Es cuestión de principios, ¿qué te ha contado Raúl de las negociaciones?
—Que eres el único que no quiere vender y que lo haces por molestar.
Sergio esbozó un gesto de burla. Continuaron tomando el té con unos deliciosos pastelitos de miel, Paca percibió que su amigo quería contarle algo, pero no se animaba.
—Sergio, dilo sin más.
—Temo herirte.
—¡Vamos, Sergio!
—¿Sabes que Raúl está en amores con Cecilia Juárez-Smith?
Fue como si ya lo supiese. Raúl estaba cambiando, ya no era cariñoso ni amable como antes, incluso era propio de él haber elegido a la Juárez-Smith, una escritora de éxito con mucho dinero y bien relacionada en Europa y América. Ella conocía a Cecilia, “una mujer interesante, aunque algo mayor y muy culona”.
La Juárez-Smith, mejicana de nacimiento, obtuvo el Smith al casarse muy joven con un comerciante de Texas. En sus escritos cuenta experiencias propias, la continua humillación a la que se vio sometida en el inculto entorno de su marido, que enseñó a sus hijos a menospreciarla por el tono oscuro de su piel; desprecio atenuado, más adelante, gracias a sus éxitos literarios y a sus altos ingresos. Los analistas americanos la consideran una escritora realista poderosa. En su último best-seller titulado My house, deja de lado la novela y desarrolla aspectos relacionados con la administración de un hogar: las compras, los electrodomésticos, las facturas, cuándo y por qué cambiar de vivienda, los hijos, los padres, y hasta la sexualidad, tanto la permitida como la oculta.
Sergio, preocupado por el silencio de Paca, sacó la guía de Turquía y le propuso hacer un viaje por la Capadocia, quería que visitaran la ciudad subterránea que albergó la resistencia milenaria de los ortodoxos a la presión de los musulmanes. Caminaron hasta el hotel de ella y Sergio retornó al suyo, un tanto alejado, en taxi.
La cena con Raúl se desarrolló de forma muy tirante porque Paca lo miraba sin decir palabra. Él intentó conversar:
—¿Qué le pasa a Sergio?, la situación es crítica y se esconde, necesitamos su firma. ¿No entiende que estamos hablando de muchísimo dinero?
Paca adquirió una actitud de indiferencia.
—No te hagas la inocente. Seguro que sabes lo que está tramando ese maricón.
—¿No te parece un poco grande el culo de la Smith?
Raúl se desconcertó, le devolvía el golpe, Paca no aceptaba que se tratara a Sergio de maricón.
—Ya veo, te ha contado chismes, son invenciones suyas.
Terminada la cena subieron a la habitación. Raúl puso como pretexto para ausentarse una reunión preparatoria de la del día siguiente.
Al mediodía Paca y Sergio volvieron a encontrarse y continuaron haciendo turismo. Cuando se dirigían con prisas al trasbordador, por temor a que cayera la noche, él se detuvo en seco.
—¿Qué pasa?
—¿No lo ves? Es un árbol de los deseos, ahora vuelvo —Sergio salió corriendo hacia un olivo cercano enteramente blanco por los papeles prendidos en sus ramas, al llegar a su lado extrajo de un bolsillo su bloc de notas y escribió algo.
Se sentaron en la proa del barco y permanecieron allí pese al aire frío. Sergio le explicó la tradición de colgar mensajes en algunos olivos, deseos destinados a un Dios complaciente. Paca no le preguntó cuál era el suyo. Sergio, maravillado con la luminosidad de la ciudad y las gaviotas que revoloteaban sobre ellos, realizó muchas fotografías.