Terapia Experiencial Profunda - Esteban Laso - E-Book

Terapia Experiencial Profunda E-Book

Esteban Laso

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Beschreibung

En esta publicación se juntan dos personas que tejen una "filosofía terapéutica" provocativa y seductora. Alfredo Canevaro, gran maestro y referente de la Terapia Familiar Sistémica, y por otra parte Esteban Laso, un joven talentoso. Ambos tienen publicaciones que definen el estilo y la propuesta de cada uno; el primero sobre terapia sistémica individual y el segundo la terapia en clave emocional. Aquí convergen en lo que denominan "Terapia Experiencial Profunda". Esta publicación retoma de manera brillante y crítica la sabiduría sistémica, sobre todo los de los clásicos, en especial Whitaker, Bowen, Satir y Boszormenyi-Nagy; además integra magistralmente a George Kelly, aunque hay que reconocer la fuerte influencia de Laing, Greenberg, Mahoney y Erikson. Con esta sabiduría, Laso y Canevaro han construido una psicoterapia sistémica que gira en torno a una ecología de las emociones vinculantes a las necesidades básicas. El texto se compone de tres capítulos: primero la teoría, segundo los principios y destrezas del terapeuta, y tercero la práctica clínica con individuos y parejas. Como indican los autores: "Es nuestra esperanza que esta propuesta permita no sólo incorporar como miembros de pleno derecho las emociones y las necesidades al repertorio del terapeuta sino además contrapesar el individualismo, el presentismo y la obsesión por la productividad que agostan nuestras vidas sociales y cortan nuestras raíces históricas y familiares".

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Tema: Técnicas terapéuticas

Esteban LASO

Alfredo CANEVARO

Terapia experiencial profunda

El trabajo en clave emocional con parejas e individuos

Fundada en 1920

Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3º C

28231 Las Rozas - Madrid - ESPAÑA

[email protected] - www.edmorata.es

Terapia experiencial profunda

El trabajo en clave emocional con parejas e individuos

Por

Esteban LASO

Alfredo CANEVARO

© Esteban Laso, Alfredo Canevaro

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Equipo editorial:

Paulo Cosín Fernández

Carmen Sánchez Mascaraque

Ana Peláez Sanz

© EDICIONES MORATA, S. L. (2022)

Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3º C

28231 Las Rozas - Madrid - ESPAÑA

www.edmorata.es - [email protected]

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-19287-17-5

ISBNebook: 978-84-19287-18-2

Depósito Legal: M-24.168-2022

Compuesto por: Sagrario Gallego Simón

Printed in Spain - Impreso en España

Imprime: ELECÉ Industrias Gráficas, S. L. Madrid

Diseño de la cubierta: Ana Peláez Sanz

Nota editorial

En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital.

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Para Martha:

Tick-tock, this clockwork will stop,

You’re the key for winding up my heart.

Brick-brack, if you don’t wind me up,

The sky will lie upon me like a passed-out drunk.

Esteban.

Agradecimientos

A Jorge Flachier, artista de la terapia y de la vida, por encender la chispa en tantas generaciones de terapeutas.

A Alfredo Canevaro, por su amistad y generosidad.

A Juan Luis Linares, por su guía y apoyo.

A Guillem Feixas, que me enseñó más de lo que cree.

A Raúl Medina, por ofrecerme un magnífico espacio para crecer.

A Perla Montes de Oca y Lidia Macías-Esparza, por la amistad, la comida, las risas y las charlas.

A las y los colegas, estudiantes y consultantes que inspiraron y acompañaron este libro.

Esteban.

A Esteban, gran compañero de viaje.

A Pasquale Chianura por la amistad de toda la vida.

A la escuela “Mara Selvini Palazzoli” y sus directores, por el largo trecho recorrido juntos en un recíproco intercambio.

A Francesco Bruni y Alberto Vito, por la comunidad de ideas y la leal amistad.

A Gigi Onnis, Juan Luis Linares y Roberto Pereira, por haberme ayudado a encontrar mi lugar natural en RELATES.

Alfredo.

Contenido

Prólogo, por Raúl MEDINA

¿Qué es la terapia experiencial profunda?—¿En qué cree la psicoterapia experiencial profunda?—¿Cuál es la “filosofía clínica”? La ecología de las emociones.—La intervención clínica en el marco de la ecología de las emociones.—¿Cuál es el objetivo terapéutico que busca la terapia experiencial profunda?—¿Con qué y quién se trabaja la experiencia emocional profunda?—¿Cómo es el “cambio profundo” que busca la terapia experiencial profunda?—¿Maduración implica diferenciación?—¿Cuáles son los principios que guiarán el proceso clínico?—Invitación al lector.

Prólogo, por Stefano CIRILLO

Prefacio, por Esteban LASO

CAPÍTULO 1. La teoría de la terapia experiencial profunda

¿Por qué trabajar con la experiencia? Revolución personal, maduración y reparación.—Obstáculos a la maduración: Tríadas, doble vínculo y autoconsciencia.—La desconfirmación como ausencia de reciprocidad: dos ejemplos terapéuticos.—Una concepción integradora de la diferenciación.—La paradoja definitiva y la diferenciación en clave emocional.—La sensación de sí: asiento de la identidad y ápice del cambio.—Emociones secundarias: más allá de los “deberías”.

CAPÍTULO 2. Principios de la terapia experiencial profunda

Más allá del racionalismo terapéutico.—Principios de la terapia familiar experiencial profunda. Primer principio: trabajar con la experiencia más allá del diálogo.Segundo principio: “la emoción sabe a dónde”.Tercer principio: “si ha funcionado, cállate”.Cuarto principio: gentil, pero firme.—Destrezas de la terapia experiencial profunda.La empatía como hilo conductor: ver al otro a través de uno mismo. Pelando las capas de la ecología de las emociones. Acompasar y guiar: la técnica fundamental de la terapia profunda.

CAPÍTULO 3. La práctica de la terapia experiencial profunda

Honrando la necesidad en el contexto de la relación padres-hijos: terapia individual experiencial profunda.Primeras sesiones: capacidad, compromiso y esperanza.Sesiones familiares: restañar heridas y aclarar malentendidos.Libres para volar: la técnica de la mochila.Por qué los rituales (de verdad) son terapéuticos: símbolos y metáforas.La realización del ritual: volviendo a hilar la trama de la experiencia.Sugerencias, riesgos y posibilidades del ritual de la mochila.Cuándo hacer qué: recorrido terapéutico en la terapia individual experiencial profunda.—Honrando la necesidad en el contexto de la pareja: terapia de pareja experiencial profunda.La terapia de pareja, hoy: entre el ethos capitalista y la sistémica en retirada.Socioconstruccionismo: el callejón sin salida del antirrealismo.En pos de una alternativa: tomarse el amor en serio.El amor en toda su extensión: trascendiendo los sesgos de la terapia de pareja. Del enamoramiento al amor: la pareja en terapia.Simbiosis y colusión: los desafíos de la terapia de pareja experiencial profunda.Filiación, afinidad y tipos de pareja según su familia de origen.Cuándo hacer qué: recorrido de la terapia de pareja.La terapia de pareja experiencial profunda, en la práctica: ejemplo de caso.

Postfacio,por Luigi CANCRINI

Bibliografía

Prólogo

Raúl MEDINA

Hace tiempo hice una investigación en un psiquiátrico donde conversaba con los pacientes internados y el equipo de psiquiatras que se reunían todos los días a valorar cada caso. Me llamó la atención María, una chica de 19 años internada en estado catatónico. María me permitía sentarme a su lado por varios minutos; no hablábamos, solo nos acompañábamos con la aproximación física. Al mes fue dada de baja y regresó a su casa. Seis meses después contacté con la familia y María para hablar con ella nuevamente, con el fin de que me relatara su experiencia en el psiquiátrico. Me encontré con ella en su casa; no manifestaba ningún síntoma psicótico y ya había regresado a estudiar a la Universidad. Tres preguntas fueron relevantes; la primera ¿cuando estabas en estado catatónico percibías mi presencia cuando me sentaba a tu lado? Contestó que todo se oye y todo se siente, sí te recuerdo. La segunda pregunta: ¿qué crees que te ayudó a salir del estado catatónico en que estabas? Sin vacilación y con rapidez contestó: la enfermera que me acompañaba antes de dormir. Enseguida le pregunté ¿por qué crees esto? Ella respondió: sin palabras sentía su aproximación con cuidado, acompañamiento, atención plena y respeto a mi persona. Y eso me hizo sentir mi existencia.

Esta publicación de LASO y CANEVARO me hizo recordar esta escena. Creo que su propuesta tiene que ver con la aproximación humana y solidaria que define las reglas de cualquier relación.

En esta publicación se juntan dos personas que tejen una “filosofía terapéutica” provocativa y seductora. Alfredo CANEVARO, gran maestro y referente de la Terapia Familiar Sistémica, y por otra parte Esteban LASO, un joven talentoso. Ambos tienen publicaciones que definen el estilo y la propuesta de cada uno; el primero sobre terapia sistémica individual y el segundo la terapia en clave emocional. Aquí convergen en lo que denominan “Terapia Experiencial Profunda”.

Esta publicación envuelve y atrapa en cada página, provocándome diversas sensaciones: sorpresa, interés genuino y reflexión crítica. En suma, retoma de manera brillante y crítica la sabiduría sistémica, sobre todo los de los clásicos, en especial WHITAKER, BOWEN, SATIR y BOSZORMENYI-NAGY; además integran magistralmente a George KELLY, aunque hay que reconocer la fuerte influencia de LAING, GREENBERG, MAHONEY y ERIKSON. Con esta sabiduría, LASO y CANEVARO han construido una psicoterapia sistémica que gira en torno a una ecología de las emociones vinculantes a las necesidades básicas.

Este texto se compone de tres capítulos: primero la teoría, segundo los principios y destrezas del terapeuta, y tercero la práctica clínica con individuos y parejas. En este prólogo me enfocaré en descifrar la propuesta teórica, con el fin de visibilizar la perspectiva que defienden los autores y animar a los lectores a sumergirse en esta estupenda obra dejando al final algunas breves notas sobre los principios y la práctica de la terapia experiencial profunda.

Trataré en pocas cuartillas de hacer una descripción puntual de los campos nodales que defiende esta publicación; para ello integraré varias acotaciones textuales de los autores. La guía narrativa de este prólogo es mediante preguntas, siguiendo la lógica kuhniana del paradigma.

¿Qué es la terapia experiencial profunda?

Laso y CANEVARO en todo el texto arremeten contra las psicoterapias que denominan “racionalistas”, que lo que hacen es desviar la atención y no atender las necesidades de la persona; en particular critican la sistémica comunicacionalista, estratégica y las narrativas porque, si bien señalan que han contribuido en el desarrollo de la terapia familiar, han olvidado el factor emocional desde donde cualquier pauta comportamental o narrativa puede ser desmontada con fines terapéuticos; y mencionan que es necesario volver a los clásicos, en especial WHITAKER, BOSZORMENYI-NAGY, SATIR y MINUCHIN quienes sabían que el manejo del cuerpo y el lenguaje analógico es el movimiento que desbloquea el malestar mediante el reconocimiento de las necesidades básicas.

Desde este fundamento los autores mencionan que una terapia experiencial profunda es aquella donde los consultantes “comparten una experiencia emocional intensa sin hablar”, en otras palabras “encuentros emocionales intensos y potentes”. Esto me recuerda la acotación de WHITAKER:

Mi perspectiva de las familias es que sus miembros están interconectados masivamente. Tengo poca confianza en el concepto de que las ideas o la información pueden promover el crecimiento. Para que se produzca un cambio verdadero, los miembros de la familia tienen que comprometerse emocionalmente entre sí. Necesitan experiencias reales, no iluminaciones cerebrales. Mi estilo consiste en insistir en las experiencias emocionales, no en las enseñanzas educativas.

Por otra parte, con cambio profundo se refieren a los procesos de indiferenciación y necesidades desairadas que lo desencadenan —los cuales se reacomodan en cuanto se desenredan sus lealtades contrapuestas honrando sus necesidades.

En palabras de los autores: “la terapia experiencial profunda busca liberar a las personas de los fantasmas que les impiden abrazar su esencia y manifestarla en sus relaciones”. Definen su tarea terapéutica en que recuperen su identidad tal y como la entiende ERIKSON, que no es sino una manifestación de las dos necesidades ontológicas fundamentales del ser humano: la agencia que corresponde al respeto y la comunión al afecto.

¿En qué cree la psicoterapia experiencial profunda?

KUHN menciona que toda teoría gira en torno a una “fe” ontológica sobre la realidad. En este caso la psicoterapia experiencial profunda que proponen LASO y CANEVARO parte de la “creencia” irrefutable de que todos los seres humanos sustentan su salud psicosocial en torno a honrar dos necesidades básicas: sentirse amado y respetado, desde donde se genera una “ecología de las emociones”.

LASO y CANEVARO mencionan que detrás de todo síntoma se encuentra la incapacidad de sentirse amado y respetado por haber experimentado violencia o negligencia —sufridas casi siempre en la infancia. Aunque aclaran que cuando la psicopatología no cede es porque existe una relación descalificadora paradójica perenne en el presente por otros actores.Un mecanismo común es que las personas sacrifiquen alguna de sus necesidades en un contexto relacional determinado en aras de preservar al menos las migajas de la otra, desdibujando a fortiori ambas, como seguir en una relación de pareja maltratante por no dañar la lealtad a la familia de origen.

LASO y CANEVARO señalan que el fenómeno relacional que deshonra las necesidades personales es la desconfirmación, que significa “desairar la experiencia del otro, no tanto negarse a refrendarla como dejarla pendiente de un hilo, como la mano lanzada a un apretón no correspondido”. Y la experiencia emocional no recíproca sobre todo en la infancia se transforma en un núcleo desconfirmado en el que germinarán más adelante innumerables síntomas.

En otras palabras, “la desconfirmación de la propia necesidad nacida de episodios primarios de la historia vincular que se proyecta en el otro”. Pero cabe acotar que “además de la desconfirmación pasiva, consistente en la desarmonización, existe una forma activa, y por tanto más insidiosa y patógena, cuya manifestación más conocida es el gaslighting, el manipular a la persona para que dude de sus ideas, percepciones, sentimientos y experiencia —pero que puede darse sin consciencia ni voluntad...”. Esto conduce a una “escisión relacional: entre su experiencia, lo que el paciente es, y la interpretación de la misma a manos de sus familiares”.

Apuntan que la desconfirmación compromete siempre la necesidad que late bajo toda emoción. Concomitantemente, “lo que se reconfirma es la necesidad en el contexto relacional específico que evoca un estado experiencial y emocional más o menos estable, identificable y recalcitrante; lo que la persona recupera no es una porción escindida de su mente o self, ni una emoción no asumida sino la posibilidad de honrar una necesidad en una relación concreta”.

¿Cuál es la “filosofía clínica”? La ecología de las emociones

Laso y CANEVARO mencionan que en la teoría sistémica clínica falta desarrollar una ecología de las emociones y de las necesidades. Estos autores se inspiran en la idea de ecología de las ideas de BATESON para transferirla al campo de las emociones y las necesidades. Así, proponen un “giro emocional” a la teoría sistémica, en palabras de los propios autores “apelando a otra metáfora, que la emoción es la música que guía la danza de la familia”.

Desde esta visión LASO y CANEVARO proponen un modelo explicativo y de intervención clínica que sustente su creencia.

La terapia experiencial profunda se basa en lo que denominan una ecología de las emociones vinculadas a necesidades básicas. Tal como se señaló, parten del supuesto de que las personas tienen dos necesidades relacionales básicas: 1. sentirse queridos; y 2. ser respetados. Es decir, “sentirnos amados —aceptados, queridos, protegidos...— y por otra sentirnos competentes —respetados, reconocidos, capaces, fuertes...—” son necesidades que se dan sinérgicamente y proporcionan bienestar, salvaguardan la supervivencia y crecimiento de la persona. Si se siente amada y respetada, deviene capaz de amar y respetar al otro, generando un sistema saludable.

Para ellos las emociones tienen un vínculo directo con las necesidades básicas: “la emoción no es una energía ni una sustancia sino una disposición relacional dinámica, es decir, una atribución automática de significado a un escenario que predispone a la persona hacia el ámbito de conducta más favorable para sus necesidades”.

Además, distinguen junto con GREENBERG dos tipos de emociones, las primarias y secundarias. Las emociones primarias son aquellas heredadas de la evolución filogenética, dos son puras: tristeza y alegría, y dos mixtas: ira-asco y sorpresa-miedo. Dependiendo del escenario relacional estas se pueden mover de una a otra.

Cada una se caracteriza por un tipo de escenario específico; así por ejemplo, en palabras de los autores:

Las emociones puras son la alegría, que marca la satisfacción de las necesidades relacionales, el recibir o ganar algo personalmente significativo: cuando nos sentimos poderosos, capaces, orgullosos, amados, etc., experimentamos alguna de sus variantes, que nos hacen expandirnos para englobar aquello que nos nutre y vivifica. La tristeza, en el otro extremo, nos dispone a manejar la pérdida: nos encoge, sumergiéndonos en nosotros mismos para protegernos, hacer balance, recuperarnos y emerger con nuevos bríos.

Luego están las emociones mixtas, empezando con la sorpresa-miedo, que

aparece al enfrentar un cambio inesperado en la situación —o una situación no anticipada—: la sorpresa-miedo, que inicia siempre con la sorpresa preparándonos para interpretar lo antes posible dicho cambio, ampliando nuestras pupilas para canalizar nuestra atención hacia él y acelerando nuestro pulso por si hemos de reaccionar, para devenir miedo si la valoración tácita y casi inmediata concluye que amenaza nuestro bienestar —lo que añade la tendencia a luchar, huir o paralizarnos dependiendo de cuán inmanejable nos resulte el peligro.

Y finalmente la emoción de ira-asco (o desprecio) que

responde a las invasiones a nuestro espacio psicológico en sentido amplio, a las que reaccionamos endureciéndonos para impedirlas y, acto seguido, pugnar hasta desalojarlas si las evaluamos como meras faltas de respeto (o frustraciones de nuestros propósitos); o hasta repudiarlas, degradarlas y distanciarnos de ellas si las vivimos como abyectas (moralmente inferiores, asquerosas, indignas...), atentatorias contra el orden moral al que nos queremos adscribir.

Lo fundamental es que “cada una de estas emociones da cuenta del estado de una o las dos necesidades relacionales; esto es, de cuán amados y/o respetados nos estamos sintiendo en ese instante, tanto por los otros como por nosotros mismos”.

Por otra parte, si no se honran estas necesidades, mediante el desaire, rechazo y maltrato aparecen las emociones secundarias: como la vergüenza, culpa, ira, asco y miedo. Este escenario de desconfirmación genera un “trauma” o “herida” que estará posiblemente latente en el transcurso de la vida.

La intervención clínica en el marco de la ecología de las emociones

LASO y CANEVARO mencionan que la psicoterapia no consiste en cambiar la emoción sino en ayudar a la persona a reconocerla y hacerse cargo de su necesidad subyacente. La idea es afrontar estas emociones que se presentan como parte del síntoma para que la persona, si ha sido la que ha lastimado, causado asco, tristeza, ira, desprecio, o miedo, no se paralice por la culpa sino que se sienta sí responsable con el fin de enfrentarlas.

Para ello proponen trabajar las emociones primarias para desenredar las secundarias, porque

las emociones primarias están directamente conectadas con las dos necesidades relacionales, mientras que las secundarias solo débilmente a través del subterfugio de evitar la deshonra, el oprobio y el ostracismo. Ciertamente, intensificar emociones secundarias solo empeora los enredos; pero intensificar y tramitar las primarias es la vía regia al cambio profundo.

Y puntualizan que es necesario honrar la necesidad para un cambio de la emoción.

LASO y CANEVARO, desde el modelo sistémico, aclaran que siempre es necesario contextualizar las emociones, es decir:

guiar la interacción para activar la emoción en el contexto de la relación involucrada de modo que, manifestando la tendencia de acción que le caracteriza, la persona pueda consumarla y honrar la necesidad subyacente. Ha de hacerlo con sensibilidad y mesura... calibrando la intensidad idónea; pero también con firmeza para evitar que las personas las evadan, ignoren o sepulten bajo el peso de las emociones secundarias y sus deberías.

¿Cuál es el objetivo terapéutico que busca la terapia experiencial profunda?

LASO y CANEVARO, van más allá de GREENBERG al apuntar que las emociones no son el último eslabón de la cadena: lo son las necesidades que, activadas en función del escenario, salvaguardan la supervivencia y crecimiento de la persona. Ante esto, el objetivo terapéutico que persiguen estos autores es identificar las emociones que lastiman para honrar las necesidades que les subyacen.

Finalmente, concluyen que solo honrando las necesidades básicas la persona puede redefinir sus relaciones consigo mismo y con los demás sobre una base de afecto y respeto. Mencionan que “la cabal comprensión de la ecología de las emociones exige añadir el interjuego entre emociones primarias y secundarias, fuente de la mayor parte de círculos viciosos interpersonales y reciprocidad truncada, y la forma en que éstas mueven a las personas a deshonrar sus necesidades impidiendo su satisfacción”. Y puntualizan que “la ecología de las emociones es producto de una ecología de las necesidades relacionales que ninguna teoría ha llegado a describir”.

Por mi parte, entiendo con esto que quererse y respetarse son dos principios que conducen a un tipo de honestidad auto crítica, evitando el auto engaño o la falsedad y, por lo tanto, condición sustantiva para entablar un diálogo solidario, consigo mismo y con los otros.

¿Con qué y quién se trabaja la experiencia emocional profunda?

LASO y CANEVARO trabajan con los vínculos históricos de la persona, en especial la familia de origen, dando paso a la vieja creencia psicoanalítica “infancia es destino”. Aunque cabe aclarar que lo hacen desde una mirada sistémica, para abrir la posibilidad de un reencuentro de reparación, en palabras de los propios autores:

En efecto, el pasado no se puede cambiar. Tampoco basta con reinterpretarlo porque reaparece automática e involuntariamente por debajo de la cognición; ni con cambiar la relación con él porque eso solo lo acalla, no lo transforma. El secreto está en volver al pasado para, a través de él, cambiar tu relación contigo mismo y en consecuencia con quienes te rodean. Y la manera más directa y potente de hacerlo es con la participación de quienes propiciaron esa relación contigo mismo en primer lugar; esto es, tu familia de origen.

Cabe mencionar que este recuentro se puede dar desde el trabajo sistémico individual, no solo desde la presencia cara a cara de los miembros de la familia, sino también desde la experiencia del propio consultante quien convoca a aquellos que ya no están o no quieren ir a terapia desde su repertorio experiencial relacional.

En otras palabras, lo que proponen LASO y CANEVARO es volver a aquellos que trabajan con el pasado incómodo activo en el presente, invocando una experiencia profunda siendo los invitados de honor la familia de origen desde una ecología de las emociones. Aunque cabe aclarar que el trabajo con un individuo, con lo que aquí se denomina,terapia individual sistémica, es“aprovechar la riqueza y complejidad de la familia dentro de los procesos individuales”.

¿Cómo es el “cambio profundo” que busca la terapia experiencial profunda?

Estos autores retoman a Mahoney quien proponía generar una “revolución personal” para devolverle a la persona la salud. LASO y CANEVARO lo redefinen como un cambio profundo del sentir, que denominan “sensación de sí”, que

consiste en una transformación donde sucesos vitales importantes, pero hasta entonces inconexos son catalizados, liberando una reacción en cadena que se expande, paso a paso, “horizontalmente” a todos los ámbitos y relaciones de la persona y “verticalmente” hasta su mismo núcleo.

Ante ello mencionan que el trabajo clínico se enfoca en el individuo con el objetivo de generar un tipo de “liberación” personal que provocará la “reacomodación subsecuente, que implica redefinir sus relaciones y encontrar un espacio donde recibir el reconocimiento y afecto que merece” aunque advierten que este puede tomar años. Lo que se busca principalmente es la transformación de la sensación de sí de la persona, que lo conducirá a la maduración y reparación.

Por lo tanto, la meta final que busca la psicoterapia experiencial profunda es que la persona madure; con este término se refieren que la persona aprenda a

conducir sus relaciones de manera más transparente, satisfactoria y justa; este aprendizaje acaece cuando las personas nos comprometemos con la vida intensa, íntegramente, entregándonos a nuestros vínculos sin cortapisas... La maduración genera la capacidad de resolver los problemas del vivir según se van presentando; dejamos de necesitar los síntomas que, al protegernos del daño que anticipamos por parte de los otros, nos alejan invariablemente de ellos y de la existencia como tal.

En otras palabras, los autores insisten que el cambio terapéutico que se busca en la terapia experiencial profunda, “más allá de reducir síntomas, alcanzar acuerdos y resolver problemas, es propiciar la maduración de los miembros del sistema; es decir, que, habiendo retirado los obstáculos al flujo del “amor complejo”, sus relaciones puedan seguir su curso natural”. Aunque apuntan que principalmente el trabajo clínico es con el individuo, quien desde la activación personal, empujará de manera natural al entorno que lo rodea, desde otra manera de vivirse y sentirse. Y desde ahí transformar al sistema.

En resumen, el cambio que se espera es cambiar la experiencia misma, transformar la sensación de sí, que trastoca la propia biografía y su vincularidad en pro de una maduración personal, que se puede traducir en la diferenciación.

¿Maduración implica diferenciación?

Los autores definen la diferenciación como acto de integración con la identidad:

el proceso constante, incoado y perenne de transparentar nuestra esencia honrando nuestras necesidades tal y como se van desplegando en el contexto de nuestras relaciones, desatándola de los fantasmas que la tienen sometida, reparando en el crisol de los vínculos las desconfirmaciones que la encadenan y alineando en consecuencia nuestra identidad con la matriz relacional en la que estamos inmersos y que hemos elegido.

Por lo tanto, la maduración no consiste en pasar de la dependencia a la independencia sino a la interdependencia; en términos de KELLY, crecer no es dejar de necesitar a los otros sino aprender a distribuir mejor dichas necesidades, que empiezan concentradas en uno o dos cuidadores primarios, en una red cada vez más densa y diferenciada. Los autores advierten que “paralelamente, la diferenciación no conlleva aumentar la distancia emocional con los progenitores —aunque eso pueda ser un paso previo— sino transformar la relación para alinearla con la experiencia interna y la identidad.” Es decir, el aumento de la diferenciación “interna” es el reverso de la capacidad “externa” de redefinir sus vínculos para alinearlos con sus necesidades.

¿Cuáles son los principios que guiarán el proceso clínico?

El segundo capítulo de esta publicación se divide en dos partes, la primera presenta los principios técnicos básicos que guían al terapeuta y la segunda las destrezas que debe de tener el terapeuta para entablar la alianza terapéutica con los consultantes.

LASO y CANEVARO proponen cuatro principios técnicos:

Trabajar con la experiencia más allá del diálogo, para evitar la racionalización que evade la vivencia experiencial.“La emoción sabe a dónde”: este principio es fundamental para reconocer si la emoción es primaria o secundaria, la primera arraigada a las necesidades básicas y la segunda a las socioculturales.“Si ha funcionado cállate”: con esta expresión quieren decir que se debe de enfocar al afecto compartido, desde el cuerpo sintiente desde donde se explora el escenario desconfirmador, es decir desde la experiencia profunda se reconocen los tipos de escenarios que deshonran las necesidades básicas, y por último“Gentil, pero firme”: el terapeuta debe conducir al consultante a salir del círculo vicioso que no le permite visibilizar la desconfirmación y la deshonra vivida, con actividades claras y posiblemente dolorosas, pero desde una posición gentil, cuidando la forma y escucha autorizada para realizarlo.

Por otra parte, los autores abordan las capacidades personales que debe de tener el terapeuta para no fracasar en la psicoterapia. Para ello sugieren trabajar en la persona del terapeuta para desarrollar una empatía relacional genuina de acompañamiento sin interferencias con los consultantes que posibilite la pragmática terapéutica.

El tercer y último capítulo expone los protocolos de atención a individuos y parejas, ejemplificados con casos clínicos. Advirtiendo antes que ningún protocolo puede reemplazar a la persona del terapeuta, su calidez, empatía bien entendida e interés genuino en el bienestar de los consultantes: “La técnica y los protocolos no son sino senderos que, a fuerza de práctica y reflexión, han sido asfaltados, iluminados y cartografiados por quienes los proponen; pero todo terapeuta sabe que, tarde o temprano, tiene que abandonar la carretera para, codo a codo con los consultantes, desbrozar el terreno pantanoso y oscuro de su experiencia”.

Invitación al lector

La terapia experiencial profunda puede “integrarse” sin conflicto a otras perspectivas con el fin de explorar el mundo de las necesidades y emociones que envuelve el malestar personal en los diversos contextos relacionales. Estoy seguro que esta obra se convertirá en una lectura obligada para los psicoterapeutas. Felicito a los autores por esta gran aportación que enriquecerá el mundo de la psicoterapia. Termino con una acotación que creo representa el espíritu de este estupendo libro:

No cedas; no bajes el tono, no trates de hacerlo más lógico, no edites tu alma de acuerdo a la moda. Mejor, sigue sin piedad tus observaciones más intensas.

(Franz KAFKA).

Dr. Raúl MEDINA CENTENO.

Universidad de Guadalajara,

Fundador del Instituto Tzapopan, México.

Verano de 2022.

Prólogo

Stefano CIRILLO

La lectura de este texto ha sido para mí muy estimulante. Debo confesar que a mi edad no tengo muchas ganas de aprender algo nuevo. La pereza me gana y termino por decir: “bien o mal, algo sé hacer y ya tengo el derecho de vivir de la renta, de seguir haciendo lo que se me da bien”. Me doy cuenta de que esta fórmula nos condena a la vejez y a la repetitividad, pero así es: a menudo me siento cansado. En cambio, este libro me ha obligado a repensar mi manera de hacer terapia y ha puesto en movimiento una serie de reflexiones y pensamientos.

El primer golpe a mis certezas es la afirmación que recita perentoriamente: “en las últimas décadas la terapia familiar se ha alejado de los encuentros intensos y potentes que caracterizaban a sus pioneros... para acercarse a métodos más reflexivos... pero también distantes, cerebrales y reservados”. Y más adelante: “...se ha adaptado racionalizando sus procedimientos, viscerales y con frecuencia intuitivos pero audaces, restándoles lo que podía ser polémico o no inmediatamente comprensible”.

Por lo tanto un modelo de intervención que comenzó como una verdadera revolución frente al abordaje psicoanalítico individual, dominante en las décadas 50 y 60 del siglo pasado, “...se ha estandarizado, convergiendo hacia... un diálogo, siempre civilizado y cordial” pero ha abandonado “formas de intervención... más sorpresivas, intensas... potentes, profundas y eficaces”.

Lamentablemente, tengo que aceptar que es así.

Pero no me gusta en absoluto reconocerme en el retrato de un terapeuta “como el secretario general (de un congreso) encargado de dar o quitar la palabra, sentar el orden del día, recoger y reformular las opiniones de cada uno para hacerlas converger, hacer la síntesis de la sesión y enviar y evaluar tareas”.

Sabemos, y es la sociología la que nos lo enseña, que este es el destino de todo movimiento revolucionario: ir perdiendo su carga subversiva poco a poco a medida que se organiza y se consolida; irse burocratizando. En Italia hay una frase que describe con resignación a la generación de izquierdas de la posguerra: “nacimos comunistas y moriremos demócrata-cristianos”; o sea, transformados en electores del partido moderado contra el cual habíamos combatido en el 68.

Creo, sin embargo, que además de la explicación sociopolítica del fenómeno, que los autores exponen de modo convincente, hay otra razón para esta deriva de la terapia familiar de una intervención corajuda, original y creativa hacia una más cerebral y exangüe: la necesidad de la enseñanza.

En 1979, el equipo milanés de Mara SELVINI-PALAZZOLI, quien tuve la fortuna de que fuera mi maestra, se dividió: Luigi BOSCOLO y Gianfranco CECCHIN, ambos padres de familia, no podían continuar un trabajo de investigación y terapia tan poco remunerativo teniendo que repartir los honorarios de las sesiones entre cuatro, ya que cuatro eran los integrantes del equipo que trabajaba con cada familia en la época de “Paradoja y Contraparadoja” (SELVINI-PALAZZOLI, M., BOSCOLO, L., CECCHIN, G y PRATA, G., 1991). Decidieron, entonces, abrir una escuela de psicoterapia familiar, económicamente más rentable.

Mara SELVINI, a pesar de comprender sus razones y consciente de gozar de una situación económica privilegiada, ya que contaba con el apoyo de su marido que la había sostenido siempre, se disoció de los colegas para fundar un “Nuevo Centro” (así lo llamó) junto a Giuliana PRATA, la cual la siguió fielmente pues tampoco tenía familia ni preocupaciones financieras.

Recuerdo muy bien las argumentaciones con que “la Selvini” (así llamábamos a la profesora, en una época en la cual la sensibilidad feminista no era tan atenta a que las mujeres no usaran el apellido de su consorte) nos explicó su decisión. Pero hago notar que esto no le impidió aconsejarnos a su hijo Matteo, a Ana Maria SORRENTINO y a mí, para que nos inscribiéramos en la escuela de BOSCOLO y CECCHIN, único lugar donde se podía obtener una formación en terapia familiar sistémica.

Como dijo ella: “para enseñar un modelo, cualquiera que sea, es necesario que esté claro, estructurado, verificado y sometido a prueba para ser llamado científico. La terapia familiar está muy lejos de ese nivel. Si nos dedicamos a enseñarla ya, ahora, la codificaremos de modo prematuro e inapropiado, pues estamos todavía en una fase de experimentación e investigación”.

Han pasado 50 años desde que escuché esas palabras y todavía siento sus ecos cuando muestro a los alumnos una sesión conducida por “la Selvini”. (Desgraciadamente ¡disponemos de poquísimas! Dos terapias, cada una de las cuales finaliza con una prescripción paradójica; una sola terapia completa con un paciente psicótico crónico; y algún breve fragmento perteneciente a la fase de la llamada “prescripción invariante”. Efectivamente, Mara, carente de vanidad y sin saber que sus sesiones serían algún día preciosos documentos históricos, tenía la costumbre de reciclar sus cassettes de vídeo).

Los alumnos a quienes enseño los vídeos quedan obviamente admirados e incrédulos frente a su genialidad, intensidad, fuerza, humorismo y coraje; por su falta de preocupación por conseguir la aprobación o gratitud de sus clientes, enfocada como estaba solo en recuperar su bienestar, conquistado incluso “en contra” de ella, como en el caso de las prescripciones paradójicas.

Al mismo tiempo, los alumnos quedan desconcertados y a veces escandalizados: ¿verdaderamente se le puede decir varias veces a un paciente cincuentón, deprimido crónico, que “tenga los cojones de enfrentar su vida”? ¿No se corre el riesgo de ser denunciada?

O bien, ¿será ético decir a la familia de una niña anoréxica de diez años que es mejor que muera ya que ha comprometido sus cartílagos y que si viviese quedaría enana? Es verdad que el seguimiento de este segundo caso (véase “Muchachas anoréxicas y bulímicas”; SELVINI-PALAZZOLI, M., CIRILLO, S., SELVINI, M. y SORRENTINO, A. M., 1999) nos presenta un padre todavía furibundo, después de años de aquella única sesión, que pide a Giuliana PRATA (que lo había llamado por teléfono) que le diga “a aquella señora” que “la enana será ella”, y que su hija está perfectamente sana pues ¡mide un metro setenta! (Recordemos que Mara SELVINI tenía desde adolescente un complejo por su baja estatura).

Pero después les enseño a mis divertidos pero perplejos alumnos la continuación del vídeo del hombre deprimido; y también es verdad que éste cincuentón gimoteante responde a la provocación enderezando su espalda, secándose las lágrimas y diciendo con orgullo a la terapeuta que cuando era joven recibió varias felicitaciones en el servicio militar (dando a entender que sí posee las preciosas glándulas a las que Mara ha hecho referencia).

Suelo concluir mi clase preguntando a los estudiantes qué han aprendido sobre la provocación en terapia. Sus respuestas son circunspectas: “¡yo no podría hacer nunca esta intervención!” O “para permitirse una intervención así hay que ser como la Selvini!” O incluso preocupadas: “¿y si después de una intervención semejante el paciente se suicida?”.

Con los años he ido elaborando un repertorio de argumentaciones para tranquilizarlos. Antes de nada explico que la provocación es éticamente aceptable cuando no insulta al interlocutor, despreciándolo, sino que le manda un inequívoco mensaje de estima: “no es digno de usted apocarse así (tan ‘sin cojones’); espero que recupere pronto esos recursos (‘cojones’) que sé a ciencia cierta que posee”.

Mi segunda respuesta es insistir sobre la dimensión del equipo (cf. “Entrar en Terapia”; CIRILLO, S., SELVINI, M. y SORRENTINO, A. M., 2018) que permite al profesional contar con la colaboración y sustento de su coterapeuta; sea desde detrás del espejo, como el compañero que sostiene la cuerda de la que pende el alpinista en un momento delicado, o en el mismo consultorio, conduciendo junto con él la sesión y apoyando en la oportuna modulación del mensaje.

Y, finalmente, hago referencia a la brújula infalible de la resonancia del terapeuta, que “siente” dentro de sí lo que pueda pasar con la alianza ya constituida con el paciente, como nos lo explicara ELKAÏM (a cuyo libro remito al lector) varios años después de estas sesiones pioneras.

En aquel entonces las emociones del terapeuta estaban bien lejos de gozar del derecho de ciudadanía, todavía encerradas en aquella “caja negra” que en los tiempos de WATZLAWICK era la metáfora de la mente humana, demasiado compleja (como una computadora o black box) para poder ser indagada. Esto no significa que la segunda cibernética nos fuera desconocida: entendíamos el principio según el cual el observador influye en el objeto observado, pero esto valía a nivel de la racionalidad del observador, y por lo tanto de sus estereotipos y prejuicios; no de sus emociones.

Hoy, al concluir mi seminario sobre la conducción provocadora de “la Selvini”, podré dirigirme a mis alumnos apoyándome en la tesis central de este libro: o sea, que lo que funcionaba en aquellas intervenciones era la primacía de los afectos y las emociones sobre los razonamientos y las teorías.

En ese entonces (las sesiones de las que hablo son de los años 80 y 90 del siglo pasado) esta visión no era tan clara. Es verdad que Mara SELVINI-PALAZZOLI afirmaba que la terapia consistía en “hacer que pasen cosas y luego razonar sobre ellas”; pero no era para nada explícito que lo importante fuera hacer que pasara algo emotivamente relevante, como en cambio insisten CANEVARO y LASO.

Tomemos el ejemplo de los rituales, que los autores analizan en el tercer capítulo. Comparando el ritual de los días pares e impares con el ritual de un sacramento, como por ejemplo el bautismo, los autores concluyen que pedir a una pareja de padres de un niño rebelde el alternarse, día sí y día no, en la educación del mismo, es una simple prescripción de tareas, no un ritual, porque carece de los caracteres solemnes, simbólicos y metafóricos de un rito de pasaje o de iniciación. ¡Es verdad! No había pensado nunca en ello y esta consideración me ha iluminado mucho.

Pero no quisiera olvidar el sentido de los días pares e impares. El celebrante que oficia el bautismo y la comunidad de fieles, que incluye a los padres y al niño que recibirá el bautismo, comparten el significado y el valor de aquella secuencia de gestos solemnes, que producen una experiencia emotivamente intensa en los participantes. Del mismo modo, el equipo terapéutico quiere transmitir subrepticiamente a esa pareja de padres conflictivos que su hijo seguirá maleducado si ellos continúan descalificándose recíprocamente; solo que en lugar de decirlo abiertamente, lo que sería un sermón inútil, les hacen experimentar el absurdo de obedecer a la prescripción. El objetivo del equipo terapéutico es, de hecho, que los padres experimenten a nivel emotivo, justo como lo entienden nuestros autores, la necesidad de ponerse de acuerdo por el bien del hijo, y que por lo tanto interrumpan la división artificial de días.

Para mí, la riqueza de este libro está justo en superar el temor de SELVINI de que no se pueda “enseñar” la terapia, que sería un arte cuya magia desaparece en el momento en el que el prestidigitador explica sus trucos. (Casualmente, mi abuelo materno, Carlo ROSSETTI, hombre muy serio, almirante de la Marina Real y embajador de Italia, fue también y por puro gusto el maestro indiscutible de los prestidigitadores italianos, autor de numerosos manuales, uno de los cuales llevaba por título “La trampa existe pero no se ve”).

La terapia experiencial profunda se propone no solo transmitir una filosofía de la psicoterapia orientada al primado de las emociones sobre el razonamiento (a diferencia de lo que hace el famoso secretario general de un congreso) sino también enseñar de un modo preciso y convincente técnicas que animen experiencias emocionales reestructurantes.

Yo no trabajo como terapeuta de parejas y por lo tanto no me voy a explayar sobre las experiencias propuestas en el último capítulo; pero sí quiero hablar sobre aquella, potentísima, del agradecimiento recíproco entre los padres de un paciente, bloqueados en un conflicto irresoluble, que puede ser usada en la terapia de su hijo. Es más: pretendo ponerla en práctica, al regreso de mis vacaciones, con los padres de un paciente obsesivo-compulsivo grave que se asemeja mucho al chico cuyo tratamiento se expone al inicio del libro.

Así pues, voy a comentar las técnicas que generan experiencias emotivas profundas en las terapias individuales, tarea cotidiana en la cual me encuentro con los pacientes y renuevo el placer de mi trabajo.

El hecho de que uno de los autores del libro, Alfredo CANEVARO, sea desde hace muchos años miembro del staff docente de nuestra escuela “Mara SELVINI-PALAZZOLI”, hace que tanto los profesores como los alumnos conozcamos muy bien y usemos con regularidad la praxis de incluir en algunas sesiones a los familiares significativos del paciente individual. (Por cierto, me divierte leer en algunas de nuestras tesis la referencia a estas “ampliaciones” como si fueran aplicadas desde siempre, sin tener la mínima consciencia de que se trata de una invención revolucionaria de nuestro colega Alfredo, y en tiempos relativamente recientes).

Leyendo los casos, apasionantes y convincentes, con que se ilustran estas técnicas en el libro me he percatado de lo que decía al iniciar este prefacio: la edad que he alcanzado me pone en riesgo de cristalizar mi praxis sobre viejos carriles sin permitirme nuevos estímulos de transformación. Me explico: obviamente conozco muy bien la técnica de la mochila; la enseño regularmente a los alumnos y a menudo, cuando hago supervisiones directas, los guío para aplicarla, apreciando junto a ellos y al grupo la intensidad que produce en el paciente y en el familiar, intensidad que tiene su apogeo en el abrazo final.

Y sin embargo ¡no es lo que yo hago en mis terapias!

No es que yo no recurra a las ampliaciones: todo lo contrario, no faltan nunca en mis terapias; y de esto soy indudablemente deudor, y con mucho, a Alfredo. Mas lo que busco en las ampliaciones es el testimonio: el familiar invitado me revela aspectos a veces sorprendentes del paciente de los cuales este suele ser inconsciente, cosa que enriquece y acelera muchos procesos terapéuticos. No es raro, por ejemplo, que un rasgo narcisista, que permanece oculto en la terapia ya que el paciente se muestra respetuoso con el terapeuta a quien tiene en alta estima, aflore prepotentemente en la arrogancia que manifiesta hacia su cónyuge, invitado a la sesión.

Además de este tipo de aclaración diagnóstica, presento un breve ejemplo de cómo el miembro de la familia invitado contribuye decisivamente al éxito de mi propia terapia. Un paciente alcohólico me refiere en la sesión de después de las vacaciones que lleva un buen tiempo de abstinencia y que querría terminar el tratamiento. Le propongo convocar a su mujer para saber qué piensa; él accede sin dificultad. La señora me cuenta que su marido tuvo dos recaídas fuertes durante el verano, que ella atribuye a la interrupción del tratamiento; me sugiere que le hice falta durante las vacaciones debido a la intensa transferencia que ha entablado conmigo. En la siguiente sesión el paciente reconoce haberse “olvidado” de mencionarme las recaídas. Pero lo que más me impresiona es la mención de la mujer de lo importante que es para él la relación terapéutica ya que el paciente nunca me había dado señales en las sesiones. Le indico, por ejemplo, que nunca me mira a la cara, que evita constantemente mi mirada; y esta observación le hace consciente de una temprana y general desconfianza hacia el otro, lo que conduce la terapia a un resultado más satisfactorio. Está claro que la ampliación ha sido la fuente de este cambio emocional; pero este no se ha derivado de una experiencia emotiva intensa entre él y la esposa en sesión.

Me pregunto si esta forma tan distinta de usar las ampliaciones nace de que yo invito al cónyuge y no a los familiares de origen ya que suelo tener como pacientes a personas de 50 años o más. ¿O será que me estoy esforzando en no admitir ante mí mismo (y ante el lector) que una técnica tan, tan atractiva como la mochila, activa en mí una resistencia porque, me guste o no, me he entrenado en una actitud más cerebral o racional? ¿Resistencia derivada, a su vez, de una forma reservada de funcionar o un rasgo de personalidad evitativo?

Un buen libro debe suscitar preguntas en quien lo lee. Estoy seguro de que, así como lo hizo conmigo, lo hará con el lector de estas líneas.

Stefano CIRILLO.

Co-fundador y co-director de la “Escuela de

Psicoterapia Mara SELVINI PALAZZOLI”.

Fundador del “Centro para el Niño Maltratado”.

Milán, verano de 2022.

Prefacio

Esteban LASO

Aunque Franco, de 22 años, ha terminado la educación básica con excelentes calificaciones, no se siente capaz de entrar en la universidad; ha buscado un trabajo de operario, contrariando a sus padres, divorciados hace nueve años y en perenne conflicto en torno a cómo educarlo y encaminarlo. Sigue viviendo con su madre; siente intensa ansiedad y constante duda y rumiación; en un momento se decide a entrar en el ejército, al siguiente a organizar fiestas con sus amigos, etc. No consigue entablar relación con chicas y ha empezado a consumir marihuana en un intento de calmar su ansiedad. Su neurólogo, que lo trata por un trastorno obsesivo-compulsivo grave y recalcitrante, lo envía a terapia con la esperanza de que esto lo ayude.

Tras unas cuantas sesiones individuales, el terapeuta convoca a sus padres, en encuentros separados en los que, además de reconstruir la historia vital de Franco e intentar responder a la pregunta de cómo ha llegado a donde está (objetivos muy comunes en la terapia familiar tal como es practicada habitualmente), pone en marcha una técnica especialmente diseñada para propiciar la diferenciación de los hijos en la que, más que reflexionar acerca de la situación (por ejemplo, mediante preguntas circulares, Tomm, 1985; o externalización narrativa, White y Epston, 1990) comparten una experiencia emocional intensa sin hablar sobre ella para que sus efectos se vayan sedimentando con el paso del tiempo, indicación poco habitual en la tradición sistémica.

Luego de estos encuentros Franco mejora inusitadamente: empieza a hacer dieta y ejercicio y a salir con chicas (aunque a veces fume marihuana con sus amigos). Al poco tiempo la madre consigue trabajo como ama de llaves y regresa a dormir solamente los sábados; lejos de desanimarse, Franco se dedica a limpiar la casa, cocinar su comida y salir con una chica muy enamorada de él. Sus pensamientos obsesivos casi han desaparecido, así como su duda perenne: se decide a estudiar nutrición y abandona su trabajo para prepararse para la universidad. Esta recuperación se trunca cuando la madre decide volver a dormir a casa todos los días “porque está preocupada por Franco”, lo que “coincide” con un repunte de los síntomas de este. La madre, muy alterada, llama al terapeuta acusando al exmarido de sabotear la terapia, por lo que aquel decide cortar el nudo gordiano y convocar a los tres a una sesión conjunta en la que insiste en la necesidad de trabajar de común acuerdo por el bien de Franco. Los padres no cesan de acusarse mutuamente: ella de que él sabotea la terapia y él de que ella exagera y se victimiza porque teme la emancipación de Franco. La sesión, pues, se atasca en un cul de sac.

En vez de enzarzarse en el debate, el terapeuta pide a Franco que se siente a su lado, frente a los padres, y a éstos que coloquen sus sillas frente a frente y se tomen de las manos: “ustedes pueden separarse como pareja, pero como padres siempre estarán unidos, porque de eso depende el bienestar de Franco”, les recuerda. Sorprendidos, los padres acceden a regañadientes; acto seguido, el terapeuta les propone una tarea especialmente diseñada para facilitar las separaciones imposibles y conflictivas (lo que tiene por resultado disolver los triángulos relacionales que éstas siempre acarrean): el agradecimiento recíproco. Así, les pide a los padres que se agradezcan mutuamente los bienes recibidos y otorgados a lo largo de su vida de pareja. Pillados de improviso, los padres ofrecen resistencia, que el terapeuta vence insistiendo firme y gentilmente; el resultado es una experiencia de gran intensidad emocional que Franco observa conmovido y que, paradójicamente, comienza a liberar a los padres del rencor que han atesorado durante años. A partir de este momento dejan de acusarse mutuamente para colaborar por el bien de su hijo, el cual se libra de sus síntomas y continúa con sus planes universitarios. En una conversación telefónica posterior con la madre, el terapeuta comenta que Franco necesita estrechar el vínculo con el padre (que se vio afectado a resultas del divorcio); aquella, en vez de negarse en redondo como había hecho hasta entonces, acepta reflexiva. Esta transición se consuma cuando Franco y el padre deciden compartir un departamento en el centro. En el seguimiento realizado meses después Franco, muy contento de su renovada cercanía con su padre, está a punto de realizar los exámenes de ingreso en la universidad, tiene una relación estable con una chica y está muy aliviado de sus síntomas; los padres se tratan con cordialidad y colaboran para apoyar a su hijo; y la situación, hasta hace unos meses desesperada, avanza viento en popa.

Esta descripción de un caso real puede resultar sorprendente para los terapeutas experimentados con el trastorno obsesivo-compulsivo, tradicionalmente recalcitrante y complicado; después de todo, en relativamente pocas sesiones, no solo han mejorado los síntomas sino que el consultante ha retomado su proceso de emancipación y se encuentra en franco crecimiento —por no mencionar a sus padres, libres al fin de un conflicto que han arrastrado durante años. Conscientes del entramado relacional de toda patología, los terapeutas familiares sistémicos no se dejarán sorprender por la rapidez de la mejoría; pero sí, posiblemente, por la forma en que se ha intervenido: moviendo a los padres del paciente a compartir con éste y entre ellos una secuencia de intensas y profundas experiencias emocionales calculadas para destrabar el impasse.

En las últimas décadas la terapia familiar se ha alejado de los encuentros intensos y potentes que caracterizaban a sus pioneros (SATIR, MINUCHIN, WHITAKER...), las intervenciones dramáticas y desconcertantes de Mara SELVINI-PALAZZOLI o las reuniones multifamiliares para acercarse a métodos más reflexivos, dialógicos o narrativos —pero también distantes, cerebrales y reservados. Influida por el comunicacionalismo, el giro lingüístico y el post-estructuralismo, inmersa en sociedades cada vez más “racionales”, instrumentales, orientadas a la producción y la “satisfacción del consumidor”, la terapia familiar se ha adaptado racionalizando sus procedimientos, viscerales y con frecuencia intuitivos pero audaces, restándoles lo que podría ser polémico o no inmediatamente comprensible.

No ha sido la única: las otras tres grandes tradiciones (cognitiva, humanista y psicodinámica) también han ido puliendo sus bordes afilados —o, para usar un símil más apropiado, domando sus ideas y prácticas más extremas o controversiales. Como apuntan SINGER y LALICH (1996), “en los años 60 y 70 el mundo presenció una especie de ‘todo vale’ psicoterapéutico” (SINGER y LALICH, op. cit., pág. 114), una explosión de creatividad irrestricta que alumbró enfoques tan influyentes como la terapia Gestalt (PERLS, HEFFERLINE y GOODMAN, 1977), la “terapia de realidad” (GLASSER, 1965), las primeras terapias cognitivas (ELLIS y DRYDEN, 1997; BECK, 1975) y psicodinámicas breves (MALAN, 1979; ORNSTEIN y BALINT, 1985); pero también modelos como el “análisis directo” (ROSEN, 1953), el grito primal (JANOV, 1977) o la realización simbólica (SECHEHAYE, 1958) y técnicas como la implosión (WOLPE, 1977), la “pelea simbólica” (WHITAKER y BLUMBERRY, 1991) o el análisis con LSD (GROF, 1980) que han pasado a la historia, no siempre honrosa, de la psicoterapia. En la medida en que ha podado teorías extravagantes y prácticas inútiles, iaotrogénicas, objetables e incluso antiéticas (de las que, por desgracia, la psicoterapia no ha estado exenta; MASSON