Tirano Banderas - Ramón del Valle-Inclán - E-Book

Tirano Banderas E-Book

Ramón Del Valle Inclán

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Beschreibung

Si el primer viaje de Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) a México en su juventud definió su vocación literaria, el segundo que hizo allí ya en 1921, siendo escritor consagrado, por invitación del Presidente Obregón con motivo del centenario de la independencia del país, resultó decisivo al representar la semilla de "Tirano Banderas" (1926), novela en la que culmina el proceso de renovación iniciado por "La Media Noche" y que lo sitúa entre los grandes novelistas del siglo XX. La obra, que relata el fin de la dictadura de Santos Banderas (localizada en el imaginario país de Santa Fe de Tierra Firme) con un lenguaje que recrea el español de América en una síntesis personal y deslumbrante, es asimismo la madre del subgénero conocido como "novela de dictador", cultivado luego con fortuna por autores tan significativos como Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa entre otros. Edición de Margarita Santos Zas

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Seitenzahl: 307

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Ramón del Valle-Inclán

Tirano Banderas

Novela de Tierra Caliente

Introducción y edición de Margarita Santos Zas

Índice

Introducción. Tiranía y revolución, pilares de Tirano Banderas, por Margarita Santos Zas

Nota a la edición

Selección bibliográfica

Tirano Banderas. Novela de Tierra Caliente

Prólogo

Primera parte. Sinfonía del Trópico

Libro primero. Icono del Tirano

Libro segundo. El Ministro de España

Libro tercero. El juego de la ranita

Segunda parte. Boluca y Mitote

Libro primero. Cuarzos Ibéricos

Libro segundo. El Circo Harris

Libro tercero. La oreja del zorro

Tercera parte. Noche de farra

Libro primero. La Recámara Verde

Libro segundo. Luces de Ánimas

Libro tercero. Guiñol dramático

Cuarta parte. Amuleto nigromante

Libro primero. La fuga

Libro segundo. La tumbaga

Libro tercero. El Coronelito

Libro cuarto. El honrado gachupín

Libro quinto. El ranchero

Libro sexto. La mangana

Libro séptimo. Nigromancia

Quinta parte. Santa Mónica

Libro primero. Boleto de sombra

Libro segundo. El número tres

Libro tercero. Carceleras

Sexta parte. Alfajores y venenos

Libro primero. Lección de Loyola

Libro segundo. Flaquezas humanas

Libro tercero. La nota

Séptima parte. La mueca verde

Libro primero. Recreos del Tirano

Libro segundo. La terraza del club

Libro tercero. Paso de bufones

Epílogo

Créditos

Introducción

Tiranía y revolución, pilares de Tirano Banderas

Lo que he escrito antes de Tirano Banderas es musiquilla de violín... Esta novela es la primera que escribo. Mi labor empieza ahora.

(Ramón del Valle-Inclán)

El 15 de diciembre de 1926, la imprenta Rivadeneyra publicaba Tirano Banderas. Novela de Tierra Caliente, que aparecía como volumen XVI de la Opera Omnia de Valle-Inclán, iniciada en 19131. El origen y características temáticas, técnicas y lingüísticas conferían a esta extensa novela del escritor gallego un lugar de excepción en el panorama literario de su tiempo, si bien Valle-Inclán pagó su originalidad con la incomprensión de muchos, cuando no la descalificación sin paliativos, pero también con la rendida admiración de otros. A nadie dejó indiferente. Valle-Inclán iniciaba con Tirano Banderas un nuevo modelo de la llamada «novela de dictador», cuya senda transitarían después, siguiendo expresamente su huella, nombres tan significativos como Miguel Ángel Asturias, Francisco Ayala, Alejo Carpentier, Roa Bastos, García Márquez o Vargas Llosa, todos ellos declarados deudores de la obra valleinclaniana.

Tirano Banderas, escrita después de un largo paréntesis narrativo de su autor, representa la culminación de un proceso de renovación novelística que sitúa a Valle-Inclán entre los «maestros» de la novela del siglo XX, con un precedente propio, que nos retrotrae casi a una década antes, me refiero a La Media Noche. Visión estelar de un momento de guerra (1917).

También Tirano Banderas, como La Media Noche, es una novela asociada a una intensa experiencia biográfica del escritor. En esta ocasión, su viaje a México en 1921, cuyo precedente es su estancia en el país azteca en 1892-1893. Ambos viajes dejarían en Valle-Inclán una profunda huella, que tuvo su proyección literaria en sendos textos: Sonata de Estío (1903) y Tirano Banderas, respectivamente.

Con estos mimbres trataremos de dibujar en las páginas que siguen el complejo mundo de Tirano Banderas y su contexto.

Valle-Inclán y México: su segundo viaje (1921). De la realidad a la ficción

Don Ramón viaja a México en 1921. Lo había hecho muchos años antes, en condiciones y circunstancias muy diferentes, pero con resultados en los dos casos que trascienden la inmediatez de aquellas experiencias biográficas2.

Recordemos brevemente que el 12 de marzo de 1892 un joven Ramón Valle Peña embarcaba rumbo a México, país en el que permanecería hasta el 25 de marzo del año siguiente, en que regresa a España.

Un año colaborando en la prensa mexicana y veracruzana, pero también un año en el que recorrió el país en busca de antiquísimas tradiciones, se empapó de los olores y colores del Trópico y le acompaño también el escándalo e, incluso, estuvo detenido dos veces (agosto de 1892 y marzo de 1893). Además de estas y, otras aventuras de su propia cosecha, que a don Ramón le gustaba relatar, se puede afirmar que México le dio mucho más: «Debo, pues, a aquel país, indirectamente, mi carrera literaria [...]»3, declaró al periodista Roberto Barrios en su segunda visita a aquel país. De hecho, su labor en los rotativos méxicanos le facilitaron el contacto con destacadas figuras de la intelectualidad y la literatura americana en lengua española, pues era la prensa el principal vehículo de difusión de las nuevas corrientes modernistas en México4.

Fue también en aquellas tierras donde adoptó el eufónico apellido de su familia paterna, tímidamente usado ya en Pontevedra, con el que en adelante rubricaría todos sus trabajos.

Este primer encuentro con «Tierra Caliente», expresión con la que va a designar aquellas latitudes en los textos nacidos de esa experiencia, va a dejar una huella indeleble en el escritor. No hay más que recordar un título tan representativo de su trayectoria como Sonata de Estío (1903), que tiene su origen, entre otros relatos, en La niña Chole, firmado precisamente en Veracruz en 1893. Otro tanto cabe decir de Tirano Banderas. Novela de Tierra Caliente (1926), en la que a primera vista se advierte ya su deuda con un país y unas gentes que le subyugaron desde el primer instante:

Acabamos de anclar. El horizonte ríe bajo el hermoso sol. Siéntese en el aire estremecimientos voluptuosos. Ráfagas venidas de las selvas vírgenes [...] contemplo con emoción profunda la abrasada playa donde desembarcaron antes que pueblo alguno de la vieja Europa, los aventureros españoles5.

Su reencuentro con México se produce casi veinte años más tarde y en este nuevo viaje hizo dos escalas en Cuba, que supusieron sendas estancias en La Habana de diferente duración6; y, como colofón de este viaje, Valle estuvo en Nueva York. Tanto la prensa neoyorkina como la cubana y la mexicana se ocuparon del escritor consagrado, a tal punto que el seguimiento de los periódicos permite reconstruir casi día a día y paso a paso este periplo americano, que comienza con un telegrama que el crítico mexicano, Alfonso Reyes7, le envía para invitarle a las fiestas del Centenario de la Independencia de México como huésped de honor del presidente Obregón. Valle aceptó de inmediato, porque, como confesó en una entrevista: «Una de las mayores ilusiones de mi vida era volver a la dorada y encantadora tierra en que pasé tal vez los años mejores y más radiantes de mi juventud»8. Y la experiencia adquirió singular trascendencia tanto desde el punto de vista vital como artístico.

Así fue. Valle-Inclán embarcó rumbo a México en el puerto de La Coruña el 29 de agosto de 1921. El «Oriana» levó anclas con rumbo a Vigo, La Habana y Veracruz después de haber tomado 150 pasajeros más». La prensa gallega dio cuenta en detalle de su marcha y seguiría haciéndolo posteriormente9. Valle llegó a la ciudad de México, como consta en los diarios de la capital, el día 18 de septiembre, tras una breve escala en Cuba, de cuyo puerto de La Habana salió el 13 de septiembre en el vapor Monterrey con destino al de Veracruz y de allí a la capital azteca. Este segundo viaje de Valle-Inclán a México se inscribe en unas coordenadas históricas, cuyos pilares sustentan Tirano Banderas: la tiranía y la revolución.

Desde el primer momento, Valle-Inclán fue considerado en México representante de la intelectualidad española y al margen de la Delegación oficial, hecho que no es fortuito porque «Valle-Inclán llevaba al Centenario de parte de ciertos intelectuales españoles, un mensaje de solidaridad con el espíritu revolucionario de México, adhesión que traía consigo una protesta ante la falta de ese espíritu en “la España oficial”»10.

Y fue precisamente esta especie de misión política extraoficial el origen de un conflicto, cuyas secuelas se prolongaron hasta más allá de su regreso a España. Este conflicto, que resumiré en breve, hay que entenderlo en el contexto del deterioro del sistema de la Restauración, que afrontaba un grave problema de terrorismo anarquista y arrastraba la sangría económica y humana de la guerra con Marruecos, que precisamente en julio de aquel año sufrió su peor derrota en Annual. En contraste con esta situación, el gobierno mexicano ofrecía desde 1910 un panorama de cambios profundos de sus estructuras económico-sociales, que desde 1920, bajo la presidencia de Obregón11, habían cobrado un gran impulso, sobre todo en el desarrollo y modernización del mundo agrícola. Fueron esas políticas reformistas, que beneficiaron a más de 150.000 campesinos, pero perjudicaban los intereses de la colonia española afincada en México, las que veía con buenos ojos un sector significativo de la intelectualidad española, y también merecieron el aplauso de Valle-Inclán, quien consideraba al mandatario mexicano el «Gobernador más sagaz que ha tenido México»12. Don Ramón abogó por el apoyo de España a la revolución mexicana, de la que destacaba «la voluntad de redimir al indio antes de que el propio indio sintiese necesidad de redimirse»13; y denunció la explotación de los indígenas («que la tierra sea de aquellos que la labran»)14. Por otra parte, ponderaba el grado de progreso alcanzado en el país, que él mismo atestiguaba, un progreso que el escritor asociaba al despertar de su conciencia colectiva: «El pueblo mexicano puede decirse que ha despertado completamente y posee una de las conciencias colectivas más desarrolladas entre los países del mundo entero»15.

Si estas declaraciones públicas generaron el rechazo de cuantos se sintieron aludidos, las duras críticas vertidas contra los latifundistas y su abierta hostilidad hacia la colonia española, provocó su malestar, extendiéndose como reguero de pólvora a la de otros países, de donde se derivaron los ataques de que fue objeto don Ramón tanto en México como en Cuba, e incluso en Nueva York, cuya estela le siguió hasta España. Sin embargo, las causas reales del litigio quedaron escondidas tras unas declaraciones del escritor a El Universal de México16 contra sus compatriotas y contra el propio Alfonso XIII17, que le valieron una denuncia por «supuestas injurias» al rey18. El caso llegó a los tribunales y Valle zanjó el asunto «asegurando al juez que la entrevista publicada en El Universal era apócrifa»19.

Esta posición del escritor gallego lo encuadraba en el sector que acudía a México «no solo para conmemorar la Independencia, sino también para celebrar el espíritu reivindicatorio de la famosa Constitución de 1917»20.

Por otra parte, México agasajó a su huésped con un excepcional recibimiento, que el escritor evocaba semanas después en la prensa de La Habana con íntimo orgullo, incluso el presidente, que lo recibió en persona, le regaló dedicado su libro, Ocho mil kilómetros de campaña, y puso a su disposición un vagón especial, en el que viajó a Guadalajara acompañado de Pedro Henríquez Ureña, Diego Rivera, Roberto Montengro, Carmen García Cornejo, entre otros, además de varios estudiantes. Tuvo, asimismo, el reconocimiento de otros organismos mexicanos, que, como el caso de la Federación de Intelectuales Hispanoamericanos, dedicada a fomentar la unidad de las repúblicas latinoamericanas, lo nombró «presidente honorario»; fue igualmente invitado de honor en el Congreso Estudiantil Internacional, organizado por la Federación de Estudiantes de México, y en ese acto intervino arengando a los asistentes:

Yo, que siempre he sido el eterno joven, os admiro. Para conservar siempre los ideales y la fragancia juveniles, hay que dar un salto mortal, con peligro de romperse el espinazo. Y yo lo he dado [...] Seamos rebeldes. La juventud vive ahora una sincera rebeldía21.

Y la universidad mexicana le rindió tributo el 11 de octubre con un almuerzo-homenaje en el que estuvieron presentes, además del rector, el propio presidente y el pintor Diego Rivera. Por su parte, el Partido Agrarista felicitó a don Ramón por sus juicios sobre los terratenientes22.

Todas estas intervenciones corroboran que la presencia de Valle en México no fue solo la de un intelectual famoso, representante de una cultura, sino que adquirió una dimensión política al enfrentarse a los intereses de sus compatriotas inmigrantes, que se irá agravando a lo largo de su permanencia en el país y aún después de abandonarlo.

De hecho, en los días inmediatos a su marcha los rotativos mexicanos recogen nuevos datos, que ilustran su controvertida figura en términos impertinentes y muchas veces agresivos, se hacen declaraciones y se publican artículos airados de españoles enfurecidos ante lo que consideran «intemperancias» de Valle-Inclán. El 6 de noviembre ElExcélsior anuncia su partida, incluyendo una extensa entrevista en la que el periodista proporciona un dato que conviene no pasar por alto. En 1921, la noticia decía que Valle-Inclán «Escribirá una obra sobre las observaciones que ha hecho en nuestro país»23. Y como despedida deja su famoso poema:

Indio mexicano,

mano en la mano

mi fe te digo.

Los primero

es colgar al Encomendero

y después, segar el trigo.

Por fin, el escritor emprende el retorno a España, rumbo a Vigo, la tarde del 20 de diciembre de 1921. A Galicia también habían llegado sus declaraciones y la prensa local manifestó su repudio o, en el mejor de los casos, su condescendencia, atribuyendo a la extravagancia del escritor –«son cosas de don Ramón», sus «graciosos exabruptos», decía La Voz de Galicia del 18 de diciembre. Pero el rechazo se advierte de forma patente en el silencio que rodeó su regreso a su tierra. En contraste, un significativo grupo de intelectuales, que se sintieron representados por el escritor, le dedicaron un homenaje en el Fornos el 1 de abril de 1922 y celebraron sus declaraciones y su actitud con comentarios en las revistas de la oposición política a la monarquía alfonsina (España,La Pluma o Cosmópolis) y Valle expuso con claridad meridiana su visión sobre la situación política del país azteca, analizando el origen de sus problemas, que achacaba a tres fuerzas: «los latifundistas mexicanos, la colonia española y los intereses americanos»24.

Las declaraciones del escritor, queremos subrayarlo, no fueron fruto de su arbitrariedad o excentricidad; por el contrario, su actitud ha sido resultado de ese principio con el que se autodefinió en un periódico de La Habana en septiembre de 1921: «Yo amo la verdad». Lo sucedido en México parece obedecer a este principio, aunque tal comportamiento le convirtiese, como de hecho ocurrió, en persona non grata para muchos. Tirano Banderas es, en cierta forma, su verdad literaria, a pesar de que la novela no se desarrolla en México ni en ningún país concreto de Latinoamérica.

La recepción contemporánea de Tirano Banderas

La primera edición de esta novela vio la luz el 15 de diciembre de 1926, y justamente un año después aparecía la segunda edición también en la imprenta Rivadeneyra, el 10 de diciembre de 1927. Pero su historia textual (ver nota editorial y bibliogafía primaria), aunque de breve recorrido, tiene una primera versión editada por entregas en la prensa –sistema de publicación muy frecuente en la época–; y por otra parte, la dramática historia del indio Zacarías encuentra su propio lugar como relato suelto en una colección popular, Zacarías el Cruzado o Agüero nigromante, el 3 de septiembre de 1926, es decir unos meses antes de la aparición de la novela. En 1929 se produce su primera traducción al inglés y en 1931 es trasladada al ruso.

En el panorama de su tiempo –y aún hoy–, Tirano Banderas, a pesar de haber sido considerada rara avis, y objeto de controversia desde su aparición, se convirtió en un referente para la modalidad genérica de la novela de dictador. Las veinte reseñas críticas que se dieron a la estampa durante el primer año de su publicación, signo del interés que suscitó, coinciden en expresar su estupor y desconcierto ante una novela que se escapa a cualquier tipificación. Pero tienden a destacar ciertos rasgos que en unos casos se leyeron como defectos de la novela y en otros exactamente al contrario: su composición, que se interpreta como fragmentaria y falta de trabazón, la dificultad de su lengua literaria, sobrecargada, a ojos de la crítica, de dialectalismos y jergalismos, que la hacen prácticamente ininteligible; mientras que otras voces críticas ponderan precisamente su construcción: «Cada una de sus escenas está trabajada y acabada como un medallón perfecto», dice Gómez de Baquero en su reseña25, en la que también destaca la vitalidad de las figuras novelescas, que se dan cita en esta enorme «pintura al fresco», como otros la calificaron; o los discursos de signo distinto que se entrecruzan a lo largo de su complejo desarrollo... Se señalaron sus temas, se descubrieron sus desajustes cronológicos o ciertos anacronismos, se buscaron sus fuentes y precedentes... que solo en Hispanoamérica superan el centenar, pero ninguna otra obra se aproxima al qué ni al cómo del mundo que Valle recrea en la suya.

Tirano Banderas se resiste a agotarse, y todos los acercamientos a la novela, que han sido muchos y desde perspectivas, objetivos y metodologías diversas, siguen dejando abiertas sus posibilidades analíticas e interpretativas, que este prólogo solo aspira a abocetar en las páginas que siguen, reconociendo llanamente su deuda.

Tirano Banderas, obra maestra

La tiranía como tema, la compleja arquitectura de la novela, la premeditada fragmentación del discurso narrativo, los cambios de perspectiva, la simultaneidad de acontecimientos, condensados en el breve lapso temporal de dos días y caracterizados por la discontinuidad; el espacio múltiple, el número y diversidad de personajes –del general rebelde al burócrata, del burgués al indio, del político de oficio al caudillo, el emigrado, el diplomático, el gachupín, el estudiante, el prestamista, la prostituta...– y su deslumbrante lenguaje hacen de esta novela una obra maestra26.

La historia novelesca se desarrolla en un imaginario país, que Valle bautiza con el sugerente nombre de Santa Fe de Tierra Firme, sometido al régimen del general Santos Banderas, que actúa con el despotismo y la crueldad gratuita propios de un dictador, contra el que se produce una insurrección que acaba por derrocarlo.

Santos Banderas es, en efecto, un personaje-síntesis, que Valle-Inclán dibuja a base de una suma de rasgos inspirados en tiranos históricos, y en este sentido se han señalado diversas fuentes para la figura que encarna el Generalito27, aunque hay amplio consenso en citar como modelo principal al conquistador Lope de Aguirre, con quien presenta claras concomitancias. Ahora bien, el propio Valle-Inclán declaró que se había inspirado en distintos modelos hispanoamericanos contemporáneos, concretamente en una carta que escribe a Alfonso Reyes, en la que le confiesa tener en el telar «La novela de un tirano con rasgos del Doctor Francia, de Rosas, de Melgarejo, de López y de don Porfirio», y Zamora Vicente en su introducción añade a esa lista el nombre del general Miguel Primo de Rivera, jefe del Gobierno español entre 1923 y 1929, que acaso pudo haberle servido de acicate, a la vez que de invitación a universalizar el tema. Por otra parte, se han dado otros nombres y se han señalado sus afinidades, pero también se han apuntado fuentes históricas para otros personajes, y valga como único ejemplo el caso de Roque Cepeda, cabeza de la oposición contra el dictador, cuyo trasunto real podría haber sido Francisco Indalecio Madero, iniciador de la revolución contra Porfirio Díaz, insurrección que Varela Jácome compara con la liderada por Filomeno Cuevas contra Santos Banderas.

En otro orden de cosas, la figura del General Banderas –su despotismo, la dominación por el terror, su comportamiento y juicios arbitrarios– generan a su alrededor un repertorio de tipos que, como bien ha señalado Zamora Vicente, tienen como denominador común y pauta de conducta la cobardía, el servilismo y la adulación, a través de los cuales Valle denuncia la capacidad de degradar al ser humano que alcanza el ejercicio del poder despótico.

Si el déspota se ve rodeado de su propia y pequeña corte de aduladores, recordemos que Valle-Inclán había declarado a su regreso de México que el origen de sus problemas radicaba en el cruce de tres fuerzas: «los latifundistas mexicanos, la colonia española y los intereses americanos», pero si estos están representados en su novela, esta ofrece un mosaico de la sociedad hispanoamericana, que articula sobre tres figuras emblemáticas, como se ha señalado: el indio, el criollo y el inmigrante. Es clarificadora la famosa entrevista, tantas veces citada, que le hizo para ABC Martínez Sierra, el 7 de diciembre de 1928, en la que, además de declarar sus tres maneras de ver el mundo y a sus personajes («de pie, de rodillas y levantado en el aire»), expone con meridiana claridad su visión de la sociedad en Tirano Banderas:

En cuanto a la trama, pensé que América está constituida por el indio aborigen, por el criollo y por el extranjero. Al indio, que tanto es allí, alguna vez presidente, como de ordinario paria, lo desenvolví en tres figuras: Generalito Banderas, el paria que sufre el duro castigo del chicote, y el indio del plagio y la bola revolucionaria, Zacarías el Cruzado. El criollo es tipo que, a su vez, desenvolví en tres: el elocuente doctor Sánchez Ocaña; el guerrillero Filomeno Cuevas y el criollo cargado de sentido religioso, de resonancia del de Asís, que es Don Roque Cepeda. El extranjero también lo desenvolví en tres tipos: el ministro de España; el ricacho Don Celes y el empeñista Señor Peredita. Sobre estas normas, ya lo más sencillo era escribir la novela.

Esta concepción de carácter tripartito –quede aquí apuntado para retomarlo al hablar de la construcción de la novela–, se concreta en la obra, de manera que Santos Banderas encarnaría al indio que puede llegar a ser presidente, al que retrata con todos aquellos recursos del esperpento tendentes a crear un efecto deshumanizador: Santos Banderas, de acuerdo con Zamora Vicente, se caracteriza por la hipocresía, la doblez, la crueldad, la vesania, la frialdad calculadora..., son sus «cualidades» señaladas por la voz narrativa que apostilla sus gestos y palabras: «Tan angulosa se hace su estampa, que acaba por tener aire de pajarraco de mal agüero, colocado en el campanario del viejo monasterio-residencia, casi como a punto de lanzarse sobre sus propias víctimas.»28Pero concilia los rasgos citados con «los resabios de la casta virreinal», perceptible en su religiosidad dogmática y autoritaria, en los prejuicios seudointelectuales y, sobre todo, en el desdén por el indio, al que no se le concede la menor importancia. Ese es el otro «tipo» de la novela: el indígena. Es decir, el individuo sin derechos, sumido en la miseria y doblegado por el poderoso. En la novela representa esta figura Zacarías el Cruzado y su dramática peripecia familiar. Uno de los excepcionales personajes que Valle-Inclán trata con respeto y no somete a la lente grotesca desde la que enfoca el mundo novelesco. Es el hombre sufrido, honrado y leal, parco de palabras e inexpresivo de gesto, víctima de una cadena de abusos que culmina en la muerte de su hijito, devorado por los cerdos en su propia choza en una de las descripciones más escalofriantes de la novela:

Pasa ante el chozo abierto y mudo: Penetra en la ciénaga: El perro le insta, sacudidas las orejas, el hocico al viento, con desolado tumulto, estremecida la pelambre, lastimero el resuello: Zacarías le va en seguimiento. Gruñen los marranos en el cenagal. Se asustan las gallinas al amparo «del maguey culebrón. El negro vuelo de zopilotes que abate las alas sobre la pecina se remonta, asaltado del perro. Zacarías llega: Horrorizado y torvo, levanta un despojo sangriento.–¡Era cuanto encontraba de su chamaco!–. Los cerdos habían devorado la cara y las manos del niño: Los zopilotes le habían sacado el corazón del pecho. El indio se volvió al chozo: Encerró en su saco aquellos restos, y con ellos a los pies, sentado a la puerta, se puso a cavilar. De tan quieto, las moscas le cubrían y los lagartos tomaban el sol a su vera.

Con sus restos sangrientos en un saco al hombro, Zacarías participa en el levantamiento contra el Tirano.

Si ese indio sin derechos ocupa la parte más baja de la pirámide social, el escalón primero corresponde al criollo, que en la novela está ampliamente representado por Roque Cepeda, adalid de la oposición e individuo relacionado con el mundo de la teosofía y las ciencias ocultas, presentado a veces como un iluminado, pero también se ha asociado, como ya se ha señalado, con la figura de Francisco Madero (que llegó a ser presidente de México en 1911), por quien Valle no ocultaba su admiración. Por su parte, Filomeno Cuevas, es el líder de la sublevación, cuya personalidad queda reflejada en esta declaración: «He creído hasta hoy que podía ser un buen ciudadano, trabajando por acrecentarles la hacienda, sin sacrificar cosa ninguna al servicio de la Patria. Pero hoy me acusa mi conciencia, y no quiero avergonzarme mañana, ni que ustedes se avergüencen de su padre». En el trazado de Filomeno Cuevas se diría que Valle-Inclán ha sintetizado un modelo para la «casta criolla».

Pertenece al mismo grupo social Domiciano de la Gándara, el Coronelito de la Gándara, fugado de Santa Fe y copartícipe en el levantamiento..., aunque ambiguo en su proceder. Es un personaje que, como más de una vez se ha apuntado, parece responder a una visión crítica del autor que perfila un tipo de militar cuya obsesiva voluntad de mando es más potente que la firmeza de sus convicciones. De ahí su oscilante proceder. A ellos se suman, finalmente, el Licenciado Sánchez Ocaña, cuyos discursos políticos obedecen al retoricismo ampuloso y vacuo que en el fondo solo rinde culto a su propio ego, e igualmente, Veguillas, Doña Rosa Pintado...

Resta ahora mencionar el último tipo de personajes en torno al que, a juicio de Valle-Inclán, se articula la sociedad latinoamericana. Es el extranjero («¡Muera la tiranía! ¡Muera el extranjero!», grita la multitud en el Circo Harris), que Valle presenta en plural como seres egoístas y avariciosos, desentendidos de los problemas del país que los acoge y muestra una visión grotesca de quienes integran este sector en las reuniones que celebra el «Honorable Cuerpo Diplomático».

Si don Ramón ridiculiza a este colectivo, su acidez crítica se exacerba al ocuparse de la «colonia española», en la que destaca a un diplomático de conducta escandalosamente frívola e irresponsable (el barón de Benicarlés), un empeñista usurero, «el honrado gachupín» se le designa irónicamente, don Quintín Peredita; y el «ricacho» don Celes o la madama de un prostíbulo... Son los gachupines, o en su forma colectiva, la «gachupía», aduladores con el dictador para proteger sus propios intereses: «[...] una endomingada diputación de la Colonia Española: el abarrotero, el empeñista, el chulo del braguetazo, el patriota jactancioso, el doctor sin reválida, el periodista hampón, el rico mal afamado, se inclinaban en hilera ante la momia taciturna con la verde salivilla en el canto de los labios». No se olvide que fueron ellos precisamente, los gachupines, los que arremetieron en México contra Valle-Inclán porque sus declaraciones atentaban contra sus intereses; y ahora el escritor no es condescendiente con ellos.

Cerraba Valle-Inclán la enumeración de los tres tríos de personajes con estas palabras: «Sobre estas normas, ya lo más sencillo era escribir la novela». Veamos cómo lo hace.

Diseño y arquitectura de Tirano Banderas

Esta historia, que es también la de la revolución puesta en marcha para derrocar al tirano, que culmina con su muerte, tiene una compleja arquitectura, tal como arriba enunciaba, que se apoya en el uso de técnicas, que Valle había ensayado previamente y que ahora adquieren su formulación más lograda, apelando asimismo a los recursos propios del esperpento, que tienen en el grotesco su principal aliado y el contrapunto una de sus principales tácticas. Asimismo Valle Inclán acude a un narrador, que combina una doble perspectiva como ya había hecho diez años antes en La Media Noche. Visión estelar de un momento de guerra, en que bautizó con el nombre de «visión estelar» o «astral» aquella que le permitía ver el mundo y sus creaturas, «levantado en el aire», como declara a Martínez Sierra y que reitera en términos similares a Alfonso Reyes: «Por una parte, contemplo las cosas panorámicamente, a ojo de águila, y por otra parte, acometo siempre las obras por rapto de audacia, a lo militar. Lo primero explica los asuntos; lo segundo, los procedimientos».

Esta visión de altura, panorámica, comporta un narrador que «ve» al mismo tiempo distintos espacios y lo que en ellos sucede. Técnicamente se traduce esta visión «a ojo de águila» (ya vislumbrada en 1910), el uso de la simultaneidad temporal, que, a su vez implica, la reducción temporal, y requiere la multiplicidad espacial y, finalmente, el personaje colectivo, que no es incompatible con personajes cuya individualidad no les hace perder su valor representativo de grupo29.

Estos principios rigen el diseño y construcción de Tirano Banderas, que sebasa en tres bloques narrativos: la rebelión armada contra la dictadura; la aventura del dictador Santos Banderas, y el comportamiento de la colonia española. Estos núcleos temáticos se fragmentan en siete partes tituladas de la manera siguiente:

I. Sinfonía del Trópico

II. Boluca y Mitote

III. Noche de farra

IV. Amuleto nigromante

V. Santa Mónica

VI. Alfajores y venenos

VII. La mueca verde

Cada una de esas partes contiene tres libros, excepto la cuarta («Amuleto nigromante», la negrita es mía), que contiene siete libros, todos y en todos los casos titulados, libros que, a su vez, están organizados en un sistema de capítulos de extensión variable. Por último, las siete partes están flanqueadas por un prólogo y un epílogo, respectivamente. Entre todas ellas se entabla un diálogo que va creando paralelismos y simetrías.

Esta descripción, deudora del análisis de la estructura narrativa de la novela que hizo Oldrˇich Beˇlicˇ hace más de 40 años30, revela a las claras que esa disposición no es fortuita, porque se base en un juego de simetrías, que, combina el tres y el siete –números mágicos–, y, por tanto, suman un total de veintisiete capítulos;es decir, tres por tres por tres (desarrollados entre prólogo y epílogo), un reparto tan ajustado en su distribución que no puede ser fruto del azar, sino, como señala Zamora Vicente, «es logro de una tenaz voluntad de estilo, en la que entra, como no podía ser menos, la preocupación por la arquitectura, por la distribución visible de la esencia argumental»31e indica a continuación otras «coincidencias» igualmente llamativas, que apoyan esa consciente voluntad del escritor. Se ha señalado muchas veces que la acción de la novela se desenvuelve en tres días, que la acción está repartida en tres momentos, con una simetría especialmente atrayente: el primero de ellos aparece en el Prólogo, el segundo en el séptimo libro de la parte central (Amuleto nigromante) y el tercero en el tercer libro de la Séptima parte (La mueca verde). «Lo que podríamos llamar una “abierta subordinación” a los números mágicos se respira en esta obra»32.

Y en este punto, se hace necesario recordar el valor de los números y el interés que en Valle-Inclán había suscitado el mundo del ocultismo, ya desde su etapa universitaria en Santiago de Compostela, tanto en su vertiente culta, como en la popular, en la que Galicia, su tierra natal, constituía una auténtica cantera para el escritor.

En Tirano Banderas, ya lo habían advertido Speratti Piñero y Virginia Garlitz al analizar la deuda de la novela con el ocultismo, Valle acude a esa presencia de los poderes extraños asociados a algunas personas y usados como mecanismos de poder. Sin ir más lejos, a Santos Banderas se le teme y se le vincula en la novela con poderes demoníacos. La aureola de «iluminado» acompaña a don Roque Cepeda, y las prácticas parasicológicas las ejemplifica Lupita la Romántica (y con ella el Doctor Polaco). En otro nivel, pero contribuyendo a este juego de fuerzas irracionales, que dejan al individuo a su suerte, hay que anotar las supersticiones del indio, que se revisten de un sino trágico.

Así, pues, a mayores del significado esotérico que adquiere esa combinatoria numérica33, desde el punto de vista de la arquitectura novelesca, su cohesión queda reforzada, porque cada grupo de capítulos que integran los libros de su correspondiente parte, constituyen una unidad en tanto comparten las mismas coordenadas espacio-temporales. Lo cual nos lleva a examinar los núcleos que conforman la trama, que se entrecruzan y suceden en un tiempo reducido, concretamente, en las fiestas de Todos los Santos y Difuntos, que corresponden al 1 y 2 de noviembre, más unas horas de la mañana del día siguiente, de un año que no se precisa (véase esquematizado más adelante).

Pero por si esto fuera poco, entre los libros y capítulos de cada parte, se crea nuevamente un juego de paralelismos y contrastes, basados en personajes y situaciones, espacios y segmentos temporales. Cada parte se mira en su espejo, como advierte Beˇlicˇ, que señala cómo el orden de los libros se invierte, a partir del libro cuarto («El honrado gachupín») de la Cuarta parte (Amuleto nigromante), que es el eje de la novela. Así por ejemplo: los libros 1.º, 2.º y 3.º de la Primera parte (Sinfonía del Trópico) se miran en el 3.º, 2.º y 1.º de la Séptima parte (La mueca verde) y sucede lo mismo con los restantes. Veamos solo el primer paralelismo: en el libro 1.º Santos Banderas es el héroe de Zamalpoa, pues acaba de aplastar a los rebeldes; si ahora vemos qué sucede en el 3.º de la ultima parte, el Generalito asiste a un espectáculo en el que «ve» la sublevación que lo derrocará.

Las líneas argumentales, que se entrecruzan desarrollándose en espacios distintos y esa multiplicidad espacial, unida a las fracturas que se producen en el segmento temporal, que abarca la historia novelesca, favorecen el contrapunto y dotan al relato de una singular dinámica.

Los espacios y su funcionalidad en Tirano Banderas

Atendamos al espacio, aliado del tiempo, para explicar la función de estas coordenadas espacio-temporales. Valle-Inclán, en una entrevista publicada en 1927, declaraba: «Por mi parte puedo decir que cuando escribo me dejo dominar principalmente por el lugar. Este determina la acción»34. Aquí está expresada la importancia inequívoca que alcanza el espacio para el escritor. En el caso que nos ocupa, nos referimos a «Tierra Caliente», subtítulo de la novela que, de inmediato, dota al espacio de un papel protagonista. Un espacio que en 1926 sintetiza lo esencial del mundo hispanoamericano, mediante el sincretismo de lenguajes, pero también de paisajes, de espacios urbanos y rurales, que convergen en esta «Santa Fe de Tierra Firme»: un espacio imaginario de una imaginaria república americana, que quiere ser síntesis de un continente.

Como en otros casos «el espacio del mundo de ficción se podría dividir en tres zonas sintéticas: 1) San Martín de los Mostenses (el cuartel del Tirano) y el Fuerte de Santa Mónica (la prisión), dos espacios coloniales controlados por el Tirano; 2) la ciudad de Santa Fe, con su casino, delegaciones, burdel, calles, redacción de periódico, casa de empeños y bares: un espacio urbano todavía premoderno que convive y pacta con la tiranía, y 3) el campo, lugar de insurrección contra la dictadura, encarnada en el indio y en el caudillo criollo.35

Misael Vergara señala que «los espacios de Tirano Banderas, especialmente los exteriores de las casas, pueden considerarse como expresiones metonímicas o metafóricas de la realidad», empezando por San Martín de los Mostenses, que es el cuartel general de Tirano Banderas, un espacio que tiene esa doble función respecto del personaje de Santos Banderas:

es metáfora porque, situado en una posición privilegiada –sobre una colina «mirando al vasto mar y al sol poniente» [...]–, simboliza el anhelo de control absoluto del Tirano que, agaritado en su remota ventana, pretende vigilar cualquier movimiento de sus súbditos para mantener su poder; es metonimia porque, como si fuera un panóptico que lo ve todo sin ser nunca visto36, la visión del antiguo convento que es San Martín de los Mostenses desde cualquier punto de la ciudad sirve a Valle para recordar a sus habitantes que «todos sus pasos los conoce Santos Banderas» [...]37.

Así se presenta por vez primera el cuartel de Santos Banderas, tras haber acabado con los insurrectos en Zamalpoa: «Sobre una loma, entre granados y palmas, mirando al vasto mar y al sol poniente, encendía los azulejos de sus redondas cúpulas coloniales, San Martín de los Mostenses» (pág. 71). Casi al final de la novela, después de la reunión diplomática en la Legación inglesa, encontramos otra descripción complementarias: «A lo lejos, sobre la bruma de estrellas, calcaba el negro perfil de su arquitectura, San Martín de los Mostenses». El cuartel del tirano es imponente y es así como lo ven aquellos que los contemplan. Es decir abriendo y cerrando la novela, Valle-Inclán ofrece dos visiones de monasterio-cuartel, que refuerzan la idea del poder absoluto del Generalito: «Tirano Banderas, sumido en el hueco de la ventana, tenía siempre el prestigio de un pájaro nocharniego: Desde aquella altura fisgaba la campa donde seguían maniobrando algunos pelotones de indios, armados con fusiles antiguos. La ciudad se encendía de reflejos sobre la marina esmeralda». Desde su altura ve todo lo que sucede a su alrededor; al tiempo que, desde cualquier lugar, se ve y se siente la presencia vigilante del Monasterio, que resulta ser «espacio de la opresión». Santos Banderas controla cualquier paso en falso del pueblo, y el castigo al «traidor» es la horrible prisión de Santa Mónica, un nuevo espacio que simboliza el poder absoluto de la tiranía, que se presenta en estos términos:

El Fuerte de Santa Mónica, que en las luchas revolucionarias sirvió tantas veces como prisión de reos políticos, tenía una pavorosa leyenda de aguas emponzoñadas, mazmorras con reptiles, cadenas, garfios y cepos de tormento. Estas fábulas, que datan de la dominación española, habían ganado mucho valimiento en la tiranía del General Santos Banderas. Todas las tardes en el foso del baluarte, cuando las cornetas tocaban fajina, era pasada por las armas alguna cuerda de revolucionarios. Se fusilaba sin otro proceso que una orden secreta del Tirano.

Ambos espacios se potencian mutuamente al enfatizar la represión del Generalito, y en ambos casos, son presentados por un narrador-cronista, según la tipificación de los narradores de Dougherty38. En descripciones posteriores, Valle-Inclán califica Santa Mónica de «castillote teatral con defensas del tiempo de los virreyes» y se refiere, asimismo a «el dramón de su arquitectura». Con ambas expresiones Valle confiere a la temida prisión de Santa Mónica un toque de «ilusión escénica», de pura ficción y devalúa la imagen legendaria de la fortaleza que había proporciona en su primera descripción.

El antagonismo entre lo que representan Filomeno Cuevas y Santos Banderas tiene su proyección en el espacio que ambos ocupan, representado en la dicotomía: campo y ciudad dentro del marco general de Santa Fe de Tierra Firme.