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¿Le contaría la verdad sobre su pasado para alcanzar un futuro juntos? Tras la misteriosa muerte de su esposa, Ethan Harrison no había logrado recuperar la tranquilidad. Finalmente decidió mudarse a la pequeña ciudad de Devil's Cove para proteger a sus dos hijos de los cotilleos y las mentiras, ya que allí nadie conocía su pasado. Lo que no tenía previsto era darle otra oportunidad al amor... hasta que conoció a la indomable Hannah Brennan. Hannah debía transformar el terreno del nuevo hogar de Ethan en un magnífico jardín, pero lo que hizo fue enamorarse del guapo y misterioso viudo...
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Seitenzahl: 207
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2004 Ruth Ryan Langan © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Toda la verdad, n.º 214 - agosto 2018 Título original: Wanted Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-887-1
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Si te ha gustado este libro…
La Ensenada del Diablo, Michigan, 1997
El viejo Ford de Hannah Brennan iba cargado con libros de texto, diversos anaqueles, contenedores de plástico y un petate con ropa sucia. Al llegar a las afueras de La Ensenada del Diablo, detuvo el coche y sintió que el corazón le daba un vuelco.
La ciudad tenía un pasado pintoresco. Había sido hogar de piratas en el siglo XVII, de ladrones de caballo en el XVIII y de simples ladrones en el XIX. Corrían rumores de que los contrabandistas habían utilizado las calas escondidas a lo largo de la costa irregular para trasladar whisky ilegal durante la Ley Seca. Aunque la tranquila y pequeña ciudad se había convertido en un centro turístico de moda frecuentado por gente rica, todavía tenía una corriente subterránea de misterio, que brillaba tenuemente como la niebla que flotaba sobre el lago Michigan al anochecer.
Pensó que era el único lugar en el que alguna vez querría vivir. Pero por primera vez en la vida, ese conocimiento no le brindaba placer. Al menos ese día, el lugar justificaba el nombre que había recibido. Al poner primera y enfilar hacia su hogar, se sintió como el diablo por lo que estaba a punto de hacer.
Para sus padres, sus tres hermanas y para ella, el hogar era Los Sauces, una preciosa mansión costera que pertenecía a sus abuelos, a los que las nietas llamaban con afecto Poppie y Bert.
Poppie era el juez federal jubilado, Frank Brennan, y Bert era su esposa, Alberta, una profesora de inglés muy querida en el instituto.
A pesar de la presencia de cuatro adultos y cuatro niños bajo un mismo techo, la amplia casa jamás parecía atestada. Siempre había sitio para otro compañero, para un invitado a cenar, para un vecino, al igual que para docenas de animales perdidos que su hermana, Emily, había logrado llevar a casa a lo largo de los años.
Metió el vehículo en el sendero curvo y ascendente de la entrada de coches. En vez de entrar, rodeó la casa y fue al patio de atrás en dirección al jardín, donde podía ver a su abuelo trabajando ya en la afición que lo consumía.
—Vaya —Frank Brennan alzó la vista de la hilera de tomates en los que había estado trabajando con vigor con una azada—. Aquí está mi chica. Esperaba que llegaras a casa a tiempo de echarme una mano.
Hannah besó la mejilla de su abuelo antes de recoger una pala.
—Estás perdiendo el toque, Poppie. Este borde se ve muy irregular.
—Maleza. La maldición de mi existencia —sonrió y cortó un diente de león antes de arrojarlo a la cesta—. Me temo que mi jardín está penosamente necesitado de tu toque, querida Hannah.
Trabajaron en amigable silencio durante varios minutos antes de que Frank se volviera hacia ella.
—¿Cómo te ha ido en los exámenes?
—De maravilla, creo —clavó la pala en la tierra y arrancó el terrón antes de continuar.
—Seguro, he estado alardeando con todos mis amigos de que tengo una nieta que se decanta por mi carrera —rió entre dientes—. Mi hijo Christopher no es el único que ejerce cierta influencia por aquí. Es estupendo que Emily siga los pasos de su padre en la medicina, pero ahora es mi turno. Con tus excelentes notas, dudo que tengas algún problema para entrar en la facultad de derecho de la Universidad de Michigan, y menos si yo figuro en su lista de alumnos distinguidos.
La pala se atascó en la tierra y Hannah le dio un giro más fuerte del necesario para soltarla.
Su abuelo se detuvo para secarse la frente con el antebrazo.
—Hace calor hoy. Anuncian un verano más caluroso que de costumbre. Estos pequeños van a necesitar un cuidado adicional si queremos que sobrevivan.
—Yo me encargaré de que lo consigan, Poppie —pronunció el nombre con profundo afecto—. Dedicaré el verano a cuidar de tu jardín y huerto.
Frank alzó la vista.
—Eso podría ser difícil con el trabajo que te tengo organizado en Lansing.
Ella olvidó la pala.
—En cuanto al trabajo en el Capitolio…
Él sonrió.
—He creído que no te vendría mal trabajar el verano para uno de mis colegas jueces.
—Pero yo…
—Lamento haberte estropeado la sorpresa al contártelo antes de que terminaras la facultad. Tenía la intención de esperar hasta que vinieras a casa, pero no fui capaz de contenerme —vio que fruncía el ceño y apoyó una mano en su hombro—. Espero que no te moleste mi intrusión, Hannah. Sé que debería haber esperado hasta que hubieras terminado los exámenes para hacer estos preparativos. Quizá prefieras no empezar a trabajar de inmediato, y menos si vas a estar tan lejos de casa todo el verano.
—No se trata de la distancia. Es que…
Los dos alzaron la vista cuando el ama de llaves, Trudy Carpenter, se acercó con una jarra de limonada y dos vasos.
—La señorita Bert ha dicho que tiene que tomarse un descanso y apartarse del sol, juez.
Tan ancha como alta, con un cabello de textura de bolas de algodón y una voz como una bisagra oxidada por una vida entera fumando, Trudy formaba parte del paisaje de Los Sauces, ya que llevaba más de cuarenta años cocinando y limpiando para Frank Brennan y su esposa.
—Gracias, Trudy —mientras ella servía la limonada, le guiñó un ojo a su nieta—. Mira quién ha vuelto de la universidad.
—Lo he notado —le entregó a Hannah un vaso—. Ni siquiera se tomó la molestia de saludar antes de salir corriendo a echarle una mano en el huerto. Parece que este viejo jardín es más importante que la gente que vive aquí.
Hannah besó la mejilla de la mujer mayor.
—Pensaba entrar en un rato.
—Mmm —Trudy emitió una risa más parecida a un bufido—. A mí no me engañas, Hannah Brennan. Creo que preferirías trabajar en el jardín antes que comer o dormir —puso los ojos en blanco al marcharse.
Hannah estaba extrañamente silenciosa mientras Frank la conducía a un banco de madera situado bajo las ramas nudosas de un roble gigante. El silencio se extendió mientras se sentaban y bebían limonada.
Cuando los vasos quedaron vacíos, Frank dejó el suyo a un costado y se volvió hacia su nieta.
—En cuanto a ese trabajo, si prefieres no ir de inmediato a Lansing, lo entenderé.
—Oh, Poppie.
Al oír el sonido angustiado, le tomó las manos.
—¿Qué sucede, cariño? ¿Qué ha pasado? —al no obtener respuesta, la acercó y le pasó un brazo por los hombros—. Sabes que me lo puedes contar todo, Hannah. Si alguien te ha hecho daño, yo…
Ella negó rápidamente con la cabeza.
—No es lo que piensas, Poppie. Es que… —respiró hondo—. No sé cómo contártelo.
—Sólo dilo. Sea lo que sea, lo encararemos juntos, como hemos hecho siempre.
—Sabes lo mucho que me gusta ocuparme del jardín y del huerto contigo.
Desconcertado, él simplemente asintió.
—Sé lo orgulloso que estás de mis notas, Poppie. Y lo mucho que te gusta decirle a todo el mundo que seguiré tus pasos en el mundo de la abogacía. Pero últimamente he estado pensando en lo que de verdad quiero.
—¿Y qué es? —sonrió y alzó una mano—. Espera. No me lo digas. Deja que lo adivine. Eres alta y lo bastante grácil como para ser modelo. Lo bastante atlética como para ser nadadora o golfista profesional. Y lo bastante brillante como para ser lo que te propongas.
Hannah rió.
—Dicho como un verdadero abuelo, sin ningún tipo de imparcialidad.
—Claro que soy imparcial. Tú sabes que puedes hacer cualquier cosa que te apetezca. ¿Qué será, cariño? ¿Actriz? ¿Bailarina?
—He estado pensando en convertir mi amor por la jardinería en una carrera.
—¿La jardinería? ¿Una carrera? —se apartó para mirarla—. ¿Qué clase de trabajo es ése para una mujer?
—Ya no hay trabajos de hombres y trabajos de mujeres, Poppie. Simplemente, hay trabajos. Y la jardinería me hace feliz.
—Bueno… —trató de mostrarse objetivo, pero no resultaba fácil cambiar de velocidad una vez en marcha—. Me parece bien que seas feliz. Pero ¿pagará eso las facturas? ¿Podrás ganarte la vida con la jardinería?
Ella se encogió de hombros.
—Me gustaría averiguarlo. Estoy pensando en pasar del derecho en la Universidad de Michigan a horticultura en Michigan State. Es una de las mejores universidades del país en ese campo —antes de que su abuelo pudiera abrir la boca, añadió—: Sé que eres un alumno orgulloso de la Universidad de Michigan. Sé que State es vuestro rival. Pero he pensado mucho en esto, Poppie. Mientras estudio, podría obtener algo de experiencia trabajando para otros paisajistas de la zona.
—¿Haciendo qué? ¿Echando tierra? ¿Conduciendo un tractor?
Ella asintió.
—¿Por qué no? Es lo que hago ahora, y todo el mundo piensa que está bien, mientras sea mi afición. Pero ¿por qué no debería convertir dicha afición en mi carrera? Ha sido mis sueño desde que tengo uso de razón —la voz le tembló por el entusiasmo—. Incluso he visto una propiedad que sería perfecta para lo que quiero. Es la granja de los Goddard, justo a las afueras de la ciudad, con esas preciosas colinas y el enorme granero. Incluso me la imagino con todos los invernaderos. Sé que el anciano señor Goddard no podrá seguir labrando la tierra durante muchos más años, y sus dos hijos se han marchado del estado. Supongo que si ahorro mientras termino la universidad, tal vez pueda convencerlo de que me venda parte o toda la propiedad cuando esté preparada para comenzar.
—Esto no me suena a improvisación. Da la impresión de que lo has meditado mucho.
Ella volvió a asentir.
—Sé que siempre has admirado mi mente lógica, Poppie. Ahora la aplicaré a los negocios y no a la abogacía —bajó la voz—. Sé que te he decepcionado. Durante todo el trayecto a casa he estado dándole vueltas a cómo decírtelo sin hacerte daño.
—Hannah —parecía indignado—. Tú jamás podrías decepcionarme.
—Pero…
La silenció con un dedo antes de introducir la mano en el bolsillo para sacar la cartera, de cuyo interior extrajo una foto.
—¿La recuerdas?
Estudió la foto vieja; se hallaba de pie junto a una calabaza que la empequeñecía. Lo miró sorprendida.
—Hacía años que no veía esta fotografía.
—Te la sacaron cuando estabas en el parvulario. Trajiste a casa un brote de una planta sin identificar metida en la mitad de un envase de leche.
Hannah reía.
—Tú y yo lo plantamos en tu jardín y mi misterioso brote creció hasta convertirse en la calabaza más grande que jamás se haya visto.
Él se unió a la carcajada.
—La bautizamos como «la calabaza que se comió Los Sauces».
Hannah se puso seria.
—Tú quisiste presentarla en la feria estatal, pero yo no soporté la idea de arrancarla antes de que terminara de crecer.
Frank asintió.
—Fue entonces cuando me di cuenta de que comprendías la verdad de la jardinería. No se trata de ganar premios, sino de ver crecer las cosas por el simple placer de su crecimiento. Y disfrutar de la belleza y el placer que aportan a nuestras vidas.
Ella sintió que empezaba a relajarse.
—¿Es tu manera de decirme que no te importa que no estudie abogacía?
Observó la foto antes de mirar a su nieta.
—Me habría encantado tener a otra abogada en la familia. Pero se trataba de un deseo egoísta por mi parte. Quería tener a alguien con quien poder discutir los últimos casos que aparecieran en los titulares. Pero la jardinería… —movió la cabeza—. Me encanta la idea de compartir mi amor por la jardinería contigo, Hannah.
—¿Aunque con eso no pague las facturas?
—Yo no me preocuparía por eso —guardó la foto en la cartera antes de meterla otra vez en el bolsillo—. Eres inteligente y trabajadora. Y cuando estés lista para dar el salto, me sentiré orgulloso de prestarte el dinero para esa granja.
Hannah sintió que se le humedecían los ojos y parpadeó para contener las lágrimas.
—No lo lamentarás, Poppie. Haré que te sientas orgulloso de mí.
—Siempre lo has hecho, cariño —le tomó las manos y se las apretó—. Siempre lo harás.
La observó un momento cuando ella volvió a atacar la maleza del jardín. Siempre había imaginado a la dulce Hannah con la toga judicial. Iba a tener que adaptar su visión para verla de esa manera… con unos vaqueros gastados, una camiseta sudorosa y callos en esas manos bonitas.
Parpadeó y se dio cuenta de que había una cosa que permanecía de su sueño original. Era esa sonrisa de absoluto deleite en la cara de Hannah mientras trabajaba la tierra.
Si la jardinería la hacía feliz, ¿qué derecho tenía él a negarle ese sueño.
Ethan Harrison despertó por el sonido de la sirena para la niebla y durante un momento pensó que se hallaba otra vez en Maine. De hecho, alargó la mano hacia Elizabeth antes de recordar. No estaba en Maine. Se encontraba en su nueva casa de Michigan. Y Elizabeth no volvería a compartir nunca su cama.
Se puso unos viejos pantalones cortos y una camiseta antes de avanzar por el pasillo hacia la habitación que compartían sus dos hijos jóvenes. Al ver que ambos dormían, bajó las escaleras hasta la cocina y enchufó la cafetera antes de buscar los cereales en el armario.
Fue con el cuenco y la cuchara hasta la gran terraza de madera que daba al lago Michigan y se sentó en el escalón superior, con la espalda apoyada contra la barandilla. La niebla lo envolvió en oleadas húmedas, dejándole la piel de gallina.
La mañana era tan desapacible como su estado de ánimo. Había ido a Michigan para alejarse lo más posible del pasado. Pero en ese momento se daba cuenta de que el verdadero atractivo de ese lugar había sido su proximidad con el agua. Si tenía que dejar todo lo que era cómodo y familiar, al menos quería disponer de algo de eso en su nuevo entorno. Desde luego, el hecho de que La Ensenada del Diablo fuera pequeña y se hallara aislada también representaba un factor importante. Quería, necesitaba desesperadamente, encontrar un refugio seguro para sus hijos.
Nada más ver ese lugar había sabido que era justo lo que esperaba. Aunque su patio bajaba directamente hasta el borde del agua, un banco de arena más allá de la costa formaba una barrera natural, haciendo imposible que una embarcación se acercara lo suficiente como para que alguien desembarcara. El hecho de que se hallara en una comunidad privada y protegida, que restringía la entrada a todos los que no figuraran en la lista de un guardia, hacía que fuera aún mejor. Había permitido que su agente inmobiliario presentara los nombres de los trabajadores que requerían acceso. Todos los demás necesitarían su aprobación explícita antes de que se les permitiera entrar en la urbanización.
El amplio terreno, con más de un acre de árboles maduros que ocultaban una valla alta de hierro, hacía que pareciera el refugio de otro millonario, aunque Ethan lo consideraba más una fortaleza.
Una fortaleza. El pensamiento incrementó su pesar. Odiaba tener que aislar a sus hijos del mundo, pero por el momento parecía la única solución.
Al oír el sonido de ruedas sobre la grava del sendero alzó la cabeza y vio que una camioneta se detenía. Segundos más tarde, una figura con unos vaqueros rotos bajó y fue a la parte de atrás del vehículo, donde comenzó a tirar de una pesada lona alquitranada.
Curioso, Ethan dejó a un lado el cuenco vacío y se acercó.
—¿Necesitas que te eche una mano?
—Gracias.
Al oír la voz decididamente femenina, dio un paso atrás y clavó la vista en ella.
—¿Trabajas para el contratista? —ella le dio la espalda mientras empezaba a bajar palas y rastrillos que le iba tirando.
—Me temo que no. Oh —miró por encima del hombro unos instantes antes de volver a centrarse en su trabajo—. ¿Te ha contratado Martin?
—¿Martin? —no pudo evitar admirar las piernas largas, muy largas, y el trasero firme, mientras iba depositando las herramientas sobre la hierba. Recibió la impresión de un cabello rubio debajo de la gorra de béisbol y de ojos del color de la miel.
—El jefe de mi equipo —retiró las últimas piezas y se limpió las manos sobre los vaqueros antes de volverse hacia él con una sonrisa cautivadora—. ¿Eres el nuevo peón?
—Lo siento. No.
Lo miró de arriba abajo con aire reflexivo.
—Entonces, ¿qué haces aquí a esta hora de la mañana?
—Vivo aquí.
—¿Vives…? —calló y su sonrisa se tornó traviesa—. Cielos. Debes de ser el nuevo propietario. Creía que no te trasladarías hasta la semana próxima.
—Decidí empezar pronto. ¿Y tú eres…?
—Hannah Brennan —extendió la mano—. Hannah’s Gardening & Landscape. Me contrataron para ocuparme de tu patio y jardín.
—Ah. Ethan Harrison —se agarró a lo único que su cerebro podía llegar en presencia de esa sonrisa deslumbrante y el firme apretón de manos—. Brennan. ¿Estás relacionada con Charlotte, mi agente inmobiliario?
—Es mi madre. Pero nadie la llama Charlotte. Por aquí es Charley.
—Charley. Lo recordaré —su sonrisa se amplió—. Me la recomendó encarecidamente un antiguo amigo de la universidad. No sé qué habría hecho sin ella.
Hannah asintió.
—Es la mejor.
—Lo corroboro. Después de unas simples preguntas por teléfono, pareció saber exactamente lo que tenía en mente. Sólo necesitó unos días para volver a llamarme con una lista de varios lugares que quería que viera. Cuando volé hasta aquí, imaginé que pasaría semanas para tomar una decisión. Pero nada más ver este sitio, supe que era lo que quería.
Hannah miró más allá de él para estudiar la casa, una de las mansiones de varios millones de dólares que recientemente habían construido en los terrenos lindantes con el agua y que habían formado parte de un antiguo vergel.
—Es un lugar estupendo. Y este paisaje… —no se molestó en terminar la frase, dejando que la vista de la luz del sol al atravesar la niebla hablara por sí sola.
Ethan asintió.
—Fue el paisaje lo que me convenció —no se molestó en mencionar la seguridad. Miró en dirección a la camioneta—. ¿De modo que vas a convertir este espacio de malezas en un patio con césped y jardines?
—Es lo que mejor sé hacer —sonrió—. Pero no es necesario que empiece hoy. No sabía que ya te habías trasladado. Probablemente, tengas un millón de cosas que ver. Si quieres que programe otro momento…
—No. No me molestarás. Creo que será divertido ver cómo cobra forma el césped…
Al oír las risas, Hannah se volvió hacia la terraza a tiempo de ver a dos niños pequeños vestidos con pijamas bajar los escalones a la carrera y lanzarse a los brazos de su padre.
Ethan los atrapó a ambos en un abrazo de oso y les hizo dar vueltas antes de depositarlos descalzos sobre la hierba.
—T.J., Danny, os presento a Hannah Brennan.
Hannah se arrodilló y les ofreció la mano. El mayor de los dos la imitó.
—¿Tú eres T.J. o Danny?
—Danny.
—Hola, Danny. ¿Cuántos años tienes?
—Cuatro —alzó cuatro dedos.
—¿Tantos? ¿Y tu hermano menor?
Sonrió y señaló al crío que se aferraba con fuerza al tobillo de su padre.
—T.J. tiene dos.
—Dos —repitió el pequeño.
—¿Qué significan las letras T.J.?
—Thaddeus Joseph —explicó Danny con orgullo, haciendo que su hermano menor sonriera con ganas.
—Es todo un nombre para alguien tan pequeño. No me extraña que lo llames T.J.
—Mmm. Papá dice que soy un chico grande.
—Es agradable ser hermano mayor.
—¿Tú tienes uno?
Hannah movió la cabeza.
—Sólo hermanas. Tengo una hermana mayor y dos hermanas menores.
—¿Tienes que cuidar de ellas cuando están jugando?
—Lo hice cuando éramos pequeñas. Ya son lo bastante grandes como para cuidar de sí mismas.
Miró la camioneta.
—¿Es tuya?
—Sí —se puso de pie—. ¿Te gusta?
Él asintió.
—Es más grande que el coche de papá.
—¿Lo es? —miró a Ethan y le guiñó un ojo—. Bueno, él sólo tiene que llevar a dos niños, pero yo he de transportar a un equipo de trabajadores, al igual que un montón de herramientas.
—Vaya —los pequeños la miraron con respeto—. ¿Trabajas con herramientas?
—Palas. Rastrillos. Excavadoras. Tractores.
—¿Tractores? —Danny se volvió hacia su padre con un grito de placer—. ¿Puedo ver los tractores?
Ethan se apoyó sobre una rodilla.
—Puedes. Siempre y cuando T.J. y tú permanezcáis en la terraza. Puede ser divertido mirar los tractores, pero pueden ser mortales si el que los conduce no llega a verte —miró por encima de la cabeza de su hijo—. Danny adora los camiones y los tractores desde que era un bebé. De hecho, tiene todo un equipo de construcción preparado para ser montado en su dormitorio. Si alguna vez encontramos en qué caja está.
Hannah pareció impresionada.
—Me gustaría verlo alguna vez, Danny.
—¿Puedo mostrárselo, papá?
Ethan asintió.
—No veo por qué no. Pero en otro momento. Ahora mismo creo que será mejor que entremos para que os prepare el desayuno.
Su hijo pequeño se volvió para mirar a Hannah.
—¿Vas a conducir un tractor hoy aquí?
—No en un par de días —se quitó la gorra de béisbol y se mesó el pelo—. Hoy sólo voy a recorrer el lugar para decidir dónde irá cada cosa. Luego, después de que tu padre apruebe mis bocetos, haré que mi equipo empiece.
—¿Un día pasarás a ver mis camiones?
—Me gustaría —le sonrió al niño más pequeño, que se aferraba a la pierna de su padre.
Mientras los dos niños regresaban a la casa, Ethan se dio la vuelta.
—Creo que será mejor que te advierta. Ahora que Danny ha encontrado a alguien que conduce una camioneta y un tractor, puede convertirse en algo así como una lapa. Cuando se interponga en tus tareas, házmelo saber.
Hannah movió la cabeza, agitando unos bucles rubios.
—Yo no me preocuparía. Es halagador encontrar a un chico que no se sienta disgustado por el hecho de que conduzco una camioneta.
Se volvió y se ocupó doblando la lona. Minutos más tarde, oyó que la puerta se cerraba y las carcajadas de la cocina le indicaron que tanto el padre como los hijos disfrutaban de su desayuno.
Mientras Hannah y el jefe de su equipo completaban la inspección del patio, ella realizó unos bocetos toscos en un portapapeles.
—Un refugio por esa zona sombreada —señaló con el lápiz—. Y estoy pensando en un jardín de flores perennes aquí.
Martin Cross asintió.
—¿Qué me dices de esas viejas forsitias y lilas?
Hannah se encogió de hombros.
—No quiero arrancar nada que no sea necesario. Parte del encanto de esta propiedad radica en sus antiguas plantas. Pero si resultan ser ramas muertas más que flores incipientes, las arrancaremos.
—Tomaré unos esquejes y a ver qué encuentro.
—Gracias, Martin —hizo una pausa bajo un roble antiguo. Las ramas nudosas y retorcidas aportaban una belleza digna al patio, a pesar del hecho de que el terreno de abajo estaba demasiado sumido en sombras como para permitir que creciera algo de hierba.
Rodeó el punto mientras meditaba en las diferentes opciones para mejorar la hierba sin sacrificar el árbol.
Martin guardó silencio mientras ella añadía toques a sus bocetos. Cuando se acomodó el lápiz detrás de la oreja, él sacó las llaves del bolsillo.
—Si ya hemos acabado aquí, me reuniré con el equipo en el proyecto Anderson.
Hannah asintió con gesto distraído.
—Le presentaré mis ideas al cliente e iré allí en cuanto pueda.
—No hay prisa —Martin se dirigió hacia su furgoneta—. Le comuniqué al suministrador de césped que no estaríamos preparados para la entrega hasta el mediodía. Dejé al equipo allanando la tierra antes de marcharme.
Hannah miró el sol, que ya había evaporado la niebla.