Todos somos caníbales - Claude Lévi Strauss - E-Book

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Claude Lévi-Strauss

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Beschreibung

Claude Lévi-Strauss escribió las páginas que ahora conforman este volumen, para responder a un pedido del gran periódico italiano La Repubblica. De ello resulta un conjunto inédito, compuesto de dieciséis textos escritos en francés entre 1989 y 2000. Partiendo en cada uno de los casos de un hecho de la actualidad, Lévi-Strauss aborda aquí algunos de los grandes debates contemporáneos. Sea a propósito de la epidemia de la denominada "vaca loca", de las formas de canibalismo (alimentario o terapéutico), de los prejuicios racistas ligados a determinadas prácticas rituales (la ablación o incluso la circuncisión), este volumen subraya los lazos indisociables entre "pensamiento mítico y científico" –sin por ello reducir el segundo al primero–. El autor recuerda que entre las sociedades calificadas de complejas y aquellas designadas equivocadamente como "primitivas o arcaicas" no existe la gran distancia imaginada durante tantos años. En estas crónicas, que llevan la impronta de los últimos años del siglo XX, se halla la lucidez y el pesimismo tónico del gran antropólogo. Traducida a unos treinta idiomas, su obra marca, de aquí en adelante, el comienzo de nuestro siglo XXI. Del prólogo de Maurice Olender.

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Claude Lévi-Strauss

Todos somos caníbales

Traducido por Agustina Blanco

Prólogo de Maurice Olender

Lévi-Strauss, Claude

Somos todos caníbales / Claude Lévi-Strauss ; prólogo de Maurice Olender. - 1a ed. . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2015.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

Traducción de: Agustina Blanco.

ISBN 978-987-599-450-8

1. Sociología. I. Olender, Maurice, prolog. II. Blanco, Agustina, trad. III. Título.

CDD 301

Imagen de tapa: Caníbales preparando a sus víctimas, Francisco Goya

Foto de solapa: gentileza de Edmundo Magaña

Traducción: Agustina Blanco

© Editions du Seuil, 2013 Nous sommes tous des cannibales

Collection La Librairie du XXIe siècle, sous la direction de Maurice Olender.

Prohibida su venta en otros países excepto Argentina.

© Libros del Zorzal, 2014 Buenos Aires, Argentina

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de este libro, escríbanos a: <[email protected]> También puede visitar nuestra página web: <www.delzorzal.com>

Índice

Prólogo | 6

El suplicio de Papá Noel

1952 | 12

Todo al revés

7 de agosto de 1989 | 36

¿Acaso no existe un único tipo de desarrollo?

13 y 14 de noviembre de 1990 | 43

Problemas de sociedad: ablación y procreación asistida

14 de noviembre de 1989 | 59

Presentación de un libro por su autor

10 de septiembre de 1991 | 75

Las joyas del etnólogo

21 de mayo de 1991 | 86

Retrato de artistas

23 de febrero de 1992 | 96

Montaigne y América

11 de septiembre de 1992 | 107

Pensamiento mítico y pensamiento científico

7 de febrero de 1993 | 112

Somos todos caníbales

10 de octubre de 1993 | 121

Augusto Comte e Italia

21 de junio de 1994 | 130

Variaciones sobre el tema de un cuadro de Poussin

29 de diciembre de 1994 | 142

La sexualidad femenina y el origen de la sociedad

3 de noviembre de 1995 | 150

La sabia lección de las vacas locas

24 de noviembre de 1996 | 160

El retorno del tío materno

24 de diciembre de 1997 | 171

La prueba por vía del mito nuevo

16 de abril de 1999 | 181

Corsi e ricorsi Siguiendo los pasos de Vico

9 de marzo de 2000 | 189

Bibliografía | 198

Prólogo

Claude Lévi-Strauss escribió las páginas que ahora conforman este volumen, para responder a un pedido del gran periódico italiano La Repubblica. De ello resulta un conjunto inédito, compuesto de dieciséis textos escritos en francés entre 1989 y 2000.

Partiendo en cada uno de los casos de un hecho de la actualidad, Lévi-Strauss aborda aquí algunos de los grandes debates contemporáneos. Sea a propósito de la epidemia de la denominada “vaca loca”, de las formas de canibalismo (alimentario o terapéutico), de los prejuicios racistas ligados a determinadas prác-ticas rituales (la ablación o incluso la circuncisión), el etnólogo nos incita a entender los hechos sociales que suceden ante nuestros ojos a la luz de la obra de Montaigne, uno de los momentos fundadores de la modernidad occidental: “cada uno llama barbarie a aquello que no forma parte de sus usos” (I, 31).

Así pues, Lévi-Strauss hace valer que todo uso, toda creencia o toda costumbre, “por más extraña, chocante o incluso indignante que parezca”, no puede explicar-se sino dentro de su propio contexto. Precisamente es con motivo del cuarto centenario de la muerte de Montaigne, en 1992, que el antropólogo reanima un debate filosófico siempre vigente: “Por un lado, la fi-losofía de las Luces, que somete a todas las sociedades históricas a su crítica y acaricia la utopía de una socie-dad racional. Por otro, el relativismo, que rechaza todo criterio absoluto que una cultura podría autorizarse a emplear para juzgar a las culturas diferentes. Desde Montaigne, y siguiendo su ejemplo, no hemos dejado de buscar una salida a esa contradicción”.

Al igual que toda la obra de Claude Lévi-Strauss, este volumen, que debe su título a uno de sus capítu-los, subraya los lazos indisociables entre “pensamiento mítico y científico” –sin por ello reducir el segundo al primero–. El autor recuerda que entre las sociedades calificadas de complejas y aquellas designadas equi-vocadamente como “primitivas o arcaicas” no existe la gran distancia imaginada durante tantos años. Esa comprobación nace de una propuesta o, dicho en otros términos, de un método, que también pretende ser un enfoque inteligible de lo cotidiano: “Lo lejano echa luz sobre lo próximo, pero lo próximo también puede echar luz sobre lo lejano”.

Justamente de ese tipo de observación, de esa “práctica” de la mirada donde lo próximo y lo leja-no se echan luz uno a otro, se trata, ya en 1952, “El suplicio de Papá Noel”, publicado como apertura del presente volumen –un artículo escrito para Les Temps modernes–. En ese texto, Claude Lévi-Strauss escribe acerca de un ritual reciente en Occidente: “No todos los días el etnólogo encuentra de esta forma la ocasión de observar, en su propia socie-dad, el súbito crecimiento de un mito, y hasta de un culto”. Prudente, enseguida añade que es a la vez más fácil y sin embargo más difícil entender nuestras propias sociedades: “Más fácil, puesto que la continuidad de la experiencia se ve salva-guardada en todos sus momentos y en cada uno de sus matices; más difícil también, ya que es en tales y demasiado raras ocasiones que uno se da cuenta de la extrema complejidad de las transformaciones sociales, aun las más tenues”.

En estas crónicas, que llevan la impronta de los últimos años del siglo xx, se halla la lucidez y el pesimismo tónico del gran antropólogo. Traducida a unos treinta idiomas, su obra marca, de aquí en adelante, el comienzo de nuestro siglo xxi.

Maurice Olender

El suplicio de Papá Noel

1952

En Francia, las fiestas navideñas de 1951 habrán quedado marcadas por una polémica a la que tanto la prensa como la opinión pública parecen haberse mostrado por demás sensibles, y la cual introdujo en la alegre atmósfera habitual de ese período del año una inusitada nota de amargura. Hacía ya varios meses que las autoridades eclesiásticas, en boca de algunos prelados, habían expresado su desaprobación con respecto a la creciente importancia dada por las familias y los comerciantes al personaje de Papá Noel. Denunciaban una inquietante “paganización” de la Fiesta de la Natividad, la cual distrae al espíritu público del sentido propiamente cristiano de esa conmemoración, en beneficio de un mito sin valor religioso alguno. Esos ataques se desarrollaron en vís-peras de la Navidad. Con mayor discreción sin duda, aunque con igual firmeza, la Iglesia Protestante unió su voz a la de la Iglesia Católica. En los periódicos ya habían aparecido cartas de lectores y artículos que daban testimonio, en diversos sentidos pero por lo general hostiles a la posición eclesiástica, del interés que este asunto había despertado. Por fin, el punto culminante se alcanzó el 24 de diciembre, con motivo de una manifestación que el corresponsal del diario France Soir relata en los siguientes términos:

Papá Noel fue quemado en el atrio de la catedral de Dijon, en presencia de los niños de los patronatos.

Ayer por la tarde, Papá Noel fue colgado de las rejas de la catedral de Dijon y públicamente quemado en el atrio. Esa ejecución espectacular se llevó a cabo en presencia de varios centenares de niños de distintos patronatos y había sido decidida con el acuerdo del clero, que condenó a Papá Noel por usurpador y hereje. Se lo había acusado de paganizar la fiesta de la Navidad y de haberse instalado en ella como un pájaro cucú cada vez más preponderante. Se le reprochaba, sobre todo, el haberse introducido en todas las escuelas públicas, donde el pesebre está escrupulosa-mente prohibido.

El domingo a las 3 de la tarde, el desgraciado muñeco de barba blanca pagó, como muchos inocentes, por una falta de la cual eran culpables quienes irían a aplaudir su ejecu-ción. El fuego abrasó su barba y el muñeco se desvaneció en el humo.

Al término de la ejecución, se publicó un comunicado del cual se reproduce lo esencial:

“Representando a todos los hogares cristianos de la pa-rroquia deseosos de luchar contra la mentira, doscientos cincuenta niños, agrupados frente a la puerta principal de la catedral de Dijon, quemaron a Papá Noel.

No se trataba de una atracción, sino de un gesto simbólico. Papá Noel ha sido sacrificado como holocausto. A decir verdad, la mentira no puede despertar el sentimiento religioso en el niño y no es, de ningún modo, un método de educación. Que otros digan y escriban lo que quieran, que hagan de Papá Noel el contrapeso del Père Fouettard1. Para nosotros, cristianos, la fiesta de la Navidad debe seguir siendo la fiesta del aniversario del nacimiento del Salvador”. La ejecución de Papá Noel en el atrio de la catedral fue apreciada en distinto grado por la población y provocó vivas reacciones, incluso entre los católicos.

Por lo demás, esa intempestiva manifestación podría te-ner secuelas no previstas por sus organizadores. El asunto divide a la ciudad en dos bandos.

Dijon espera la resurrección del Papá Noel asesinado ayer en el atrio de la catedral. Resucitará esta tarde, a las 18 horas, en el edificio de la municipalidad. En efecto, un co-municado oficial anunció que, como cada año, Papá Noel convocaba a los niños de Dijon a la Plaza de la Liberación y que les hablaría desde lo alto del tejado de la munici-palidad, donde circulará bajo las luces de los reflectores. El canónico Kir, diputado y alcalde de Dijon, se habría abstenido de tomar partido en esta delicada cuestión.2

El día mismo, el suplicio de Papá Noel pasaba a las primeras filas de la actualidad; no había un solo diario que no comentara el incidente, algunos –como el citado France Soir, periódico de mayor tirada de la prensa francesa– incluso llegaron a dedicarle el edito-rial. De un modo general, se desaprueba la actitud del clero de Dijon; a tal punto, parece, que las autoridades religiosas juzgaron adecuado batirse en retirada o, por lo menos, observar una discreta reserva; se dice, empero, que nuestros ministros están divididos sobre la cuestión. El tono de la mayor parte de los artículos registra una sensiblería llena de tacto: es tan lindo creer en Papá Noel, no le hace daño a nadie, es motivo de grandes satisfacciones para los niños y los provee de deliciosos recuerdos para la edad madura, etc. En realidad, se escapa a la pregunta en lugar de respon-derla, pues no se trata de justificar las razones por las cuales Papá Noel place a los niños, sino aquellas que llevaron a los adultos a inventarlo. Sea como sea, es-tas reacciones son tan unánimes que no cabría dudar de que existe un divorcio entre la opinión pública y la Iglesia en este punto. A pesar del carácter mínimo del incidente, el hecho reviste importancia, ya que la evolución francesa a partir de la Ocupación nos había hecho presenciar una reconciliación progresiva entre una opinión ampliamente no creyente y la religión: el acceso a los consejos gubernamentales de un par-tido político tan netamente confesional como el MRP (Movimiento Republicano Popular) constituye una prueba de ello. Por otra parte, los anticlericales de siempre se percataron de la ocasión inesperada que se les estaba brindando: son ellos, en Dijon y en otras partes, quienes se desempeñaron como protectores del Papá Noel amenazado. Papá Noel, símbolo de la irreligión, ¡qué paradoja! Porque en este asunto, todo sucede como si fuera la Iglesia quien adopta un es-píritu crítico, ávido de franqueza y verdad, mientras que los racionalistas actúan como los guardianes de la superstición. Esta aparente inversión de roles basta para sugerir que el ingenuo asunto abarca realidades más profundas. Estamos en presencia de una mani-festación sintomática de una muy rápida evolución de las costumbres y las creencias, en primer lugar en Francia, pero sin lugar a duda también en otros lugares. No todos los días el etnólogo encuentra de esta forma la ocasión de observar, en su propia socie-dad, el súbito crecimiento de un rito, y hasta de un culto; de investigar sus causas y estudiar su impacto en las demás formas de la vida religiosa; de tratar de comprender, finalmente, con qué transformaciones de conjunto, mentales y sociales a la vez, están liga-das algunas manifestaciones visibles sobre las cuales la Iglesia –dueña de una experiencia tradicional en estas materias– no se ha equivocado, por lo menos en la medida en que se limitaba a atribuirles un valor significativo.

~

Desde hace unos tres años, es decir, desde que la actividad económica ha vuelto más o menos a la nor-malidad, la celebración de la Navidad ha cobrado una amplitud desconocida en Francia antes de la guerra. Es cierto que ese desarrollo, tanto por su importancia material como por las formas en que se produce, es un resultado directo de la influencia y del prestigio de los Estados Unidos de América. Así pues, hemos visto aparecer simultáneamente grandes pinos ilu-minados por la noche en los cruces de avenidas o en las principales arterias, papeles historiados para envolver los regalos, tarjetas navideñas con viñetas, además del hábito de exponerlas durante la semana fatídica sobre la chimenea del destinatario, colectas del Ejército de Salvación que cuelgan sus calderos a modo de platito en plazas y calles y, por último, per-sonajes disfrazados de Papá Noel para recibir las sú-plicas de los niños en las grandes tiendas. Todas esas costumbres, que todavía hasta hace algunos años el francés que visitaba los Estados Unidos consideraba como pueriles y barrocas, y como uno de los signos más evidentes de la incompatibilidad de cuajo que existe entre ambas mentalidades, se implantaron y aclimataron en Francia con una holgura y una gene-ralidad que representan una lección de estudio para el historiador de las civilizaciones.

En ese campo, como también en otros, estamos asistiendo a una vasta experiencia de difusión, sin duda no muy distinta de esos fenómenos arcaicos que estábamos acostumbrados a estudiar a partir de los lejanos ejemplos del encendedor de pistón o de la piragua con balancín. Pero es muy fácil, y a su vez más difícil, razonar sobre hechos que se están llevando a cabo ante nuestros ojos y cuyo teatro es nuestra propia sociedad. Más fácil, puesto que la continuidad de la experiencia se ve salvaguardada en todos sus momentos y en cada uno de sus matices; más difícil también, ya que es en tales y demasiado raras ocasiones que uno se da cuenta de la extrema complejidad de las transformaciones sociales, aun las más tenues; y porque las razones aparentes que otorgamos a los acontecimientos de los que somos actores son sumamente distintas de las causas reales que nos asignan un papel en ellos.

De este modo, sería demasiado simple explicar el desarrollo de la celebración de la Navidad en Francia por la mera influencia de los Estados Unidos. La imi-tación es un hecho, pero no encierra sino de manera muy incompleta sus motivos. Enumeremos rápida-mente aquellos que son obvios: hay más americanos en Francia, los cuales celebran la Navidad a su manera; el cine, los digests y las novelas americanas, así como algunos reportajes de los grandes diarios, dieron a conocer las costumbres americanas, que se benefician del prestigio del que gozan el poderío militar y eco-nómico de los Estados Unidos; y no queda excluido que el Plan Marshall haya directa o indirectamente favorecido la importación de algunas mercaderías relacionadas con los ritos de Navidad. Pero todo ello sería insuficiente para explicar el fenómeno. Ciertos usos importados de los Estados Unidos se imponen incluso a los estratos de la población que no son conscientes de su origen; los sectores obreros, donde la influencia comunista tendería a desacreditar todo lo que lleve la marca made in USA, los adoptan con la misma facilidad que los demás. Por consiguiente, además de la difusión simple, cabe mencionar ese proceso tan importante que Kroeber, el primero en identificarlo, nombró difusión por estimulación (sti-mulus diffusion): el uso importado no está asimilado, sino que más bien juega el rol de catalizador; es decir que suscita, por su sola presencia, la aparición de un uso análogo que ya estaba presente en un estado po-tencial en el medio secundario. Ilustremos este punto mediante un ejemplo que concierne directamente nuestro tema. El fabricante de papel que va a los Estados Unidos, invitado por sus colegas americanos o como miembro de una misión económica, constata que allí se fabrican papeles especiales para envolto-rios de Navidad; imita esta idea, es un fenómeno de difusión. El ama de casa parisina que va a la pape-lería de su barrio a comprar el papel necesario para envolver sus regalos percibe en la vidriera un tipo de papel más bonito y de factura más prolija que aquel con el que se contentaba antes. Ignora todo acerca de la costumbre americana, pero ese papel satisface una exigencia estética y expresa una disposición afectiva ya presentes, aunque privadas de medios de expre-sión. Al adoptarla, no está imitando directamente (como el fabricante) una costumbre extranjera, sino que esa costumbre, no bien la reconoce, estimula en ella el surgimiento de una costumbre idéntica.

En segundo lugar, no hemos de olvidar que, ya desde antes de la guerra, el festejo de la Navidad registraba en Francia y en toda Europa una marcha ascendente. Ese hecho está relacionado, ante todo, con el mejoramiento progresivo del nivel de vida, pero engloba también algunas causas más sutiles. Con los rasgos que le conocemos, la Navidad es esencialmente una fiesta moderna a pesar de la multiplicidad de caracteres arcaizantes. El uso del muérdago no es una pervivencia druídica, por lo menos no de modo inmediato, ya que parece haber vuelto a ponerse de moda en la Edad Media. El ár-bol de Navidad no se menciona en ninguna parte con anterioridad a ciertos textos alemanes del siglo xvii, pasa a Inglaterra en el siglo xviii y a Francia recién en el siglo xix. Littré parece conocerlo mal, o de una forma bastante distinta de la nuestra, puesto que así lo define en su diccionario (en la entrada Navidad): “Dícese en algunos países de una rama de pino o de acebo diversamente ornamentada, guarnecida sobre todo con dulces y juguetitos para ser entregados a los niños, que se hacen con ello una fiesta”. La diversidad de los nombres dados al personaje que tiene la tarea de repartir los juguetes a los niños –Papá Noel, San Nicolás, Santa Claus– también refleja que es producto de un fenómeno de convergencia y no un prototipo antiguo conservado en todas partes.

Pero el desarrollo moderno no inventa nada: se limita a recomponer piezas y trozos de una vieja ce-lebración cuya importancia jamás ha sido del todo olvidada. Si para Littré el árbol de Navidad es casi una institución exótica, Cheruel, en su Diccionario histórico de las instituciones, los usos y las costumbres de Francia (por confesión del propio autor, una revi-sión del diccionario de antigüedades nacionales de Sainte-Palaye) señala de manera significativa: “La Navidad fue, durante varios siglos y hasta una época reciente [el destacado nos pertenece], la ocasión de festejos de familia”; sigue una descripción de los festejos navideños en el siglo xiii, que parecen no tener nada que envidiar a los nuestros. Estamos en presencia, pues, de un ritual cuya importancia ya ha ido fluctuando mucho en la historia; conoció apogeos y declives. La forma norteamericana no es más que el más moderno de esos avatares.

Dicho sea de paso, estas rápidas indicaciones bastan para mostrar que, frente a problemas de esta índole, hay que desconfiar de toda explicación demasiado fácil que remita de modo automático a los “vestigios” y a las “pervivencias”. Si no hubiera habido, en tiempos prehistóricos, un culto a los ár-boles que se mantuvo en diversos usos folclóricos, la Europa moderna sin duda no habría “inventado” el árbol de Navidad. Pero, como lo hemos demostrado más arriba, se trata definitivamente de un invento reciente. Y sin embargo, este invento no nació a par-tir de la nada. Porque otros usos medievales están documentados a la perfección: el leño de Navidad (convertido en pastel en París) hecho de un tronco lo suficientemente grueso como para arder toda la no-che; los cirios navideños de un tamaño determinado para asegurar el mismo resultado; la decoración de los edificios (desde las Saturnales romanas a las que nos referiremos luego) con ramos que reverdecen: hiedra, acebo, pino; por último, y sin relación alguna con la Navidad, las novelas de la Mesa Redonda que hablan de un árbol sobrenatural enteramente cu-bierto de luces. En ese contexto, el árbol de Navidad aparece como una solución sincrética, es decir, que concentra en un sólo objeto exigencias hasta enton-ces dadas en estado dispar: árbol mágico, fuego, luz duradera, verdor persistente. De manera inversa, Papá Noel es, en su forma actual, una creación mo-derna; y más reciente aún es la creencia (que obliga a Dinamarca a tener una oficina postal especial para responder a las cartas de todos los niños del mundo) que le atribuye domicilio en Groenlandia, posesión danesa, y que lo muestra viajando en un trineo ti-rado por renos. Incluso se dice que ese aspecto de la leyenda se desarrolló sobre todo en el transcurso de la última guerra, en razón de la permanencia de algunas fuerzas estadounidenses en Islandia y Groenlandia. Y sin embargo los renos no están ahí por casualidad, puesto que algunos documentos ingleses del Renacimiento mencionan trofeos de renos que se exhibían con motivo de las danzas de Navidad, todo ello con anterioridad a toda creencia en Papá Noel y, más aún, a la formación de su leyenda.

Por lo tanto, se barajan y se vuelven a barajar elementos muy viejos, se introducen otros, se ha-llan fórmulas inéditas para perpetuar, transformar o revivificar antiguos usos. No hay nada específi-camente nuevo en eso que uno quisiera llamar, sin juegos de palabras, el renacimiento de la Navidad. Entonces, ¿por qué suscita semejante emoción y por qué es en torno al personaje de Papá Noel que se concentra la animosidad de algunos?

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