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La práctica narrativa se ha convertido en un nuevo paradigma de la intervención social, por ello es importante acercarse al conocimiento de la construcción epistemológica de este modelo de trabajo social. El objetivo del libro es demostrar la capacidad de impacto de este modelo en las profesionales que trabajan en este ámbito, cuya posición de poder es cuestionada por los paradigmas posmodernos y posestructuralistas. Así mismo, nos acerca a la práctica de estas trabajadoras y demás profesionales de los servicios sociales en su ejercicio cotidiano: cómo, a través del nuevo modelo de la práctica narrativa, se cambia la percepción de la realidad de los problemas sociales y cómo las personas consultantes pueden encontrar un relato diferente que les permita tomar conciencia de su empoderamiento ante la adversidad.
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Seitenzahl: 726
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Colección: Desarrollo Territorial, 23
Director de la colección: Joan Romero
Cátedra de Geografía Humana. Universitat de València
Consejo editorial:
Nacima Baron
École d’Urbanisme de Paris
Dolores Brandis
Universidad Complutense de Madrid
Gemma Cànoves
Universidad Autónoma de Barcelona
Inmaculada Caravaca
Universidad de Sevilla
Josefina Cruz Villalón
Universidad de Sevilla
Carmen Delgado
Universidad de Cantabria
Josefina Gómez Mendoza
Universidad Autónoma de Madrid
Francesco Indovina
Istituto Universitario di Architettura di Venezia
Oriol Nel·lo
Universidad Autónoma de Barcelona
Andrés Pedreño
Universidad de Alicante
Rafael Mata
Universidad Autónoma de Madrid
Carme Miralles
Universidad Autónoma de Barcelona
Ricardo Méndez
CSIC
Joaquim Oliveira
Director de Política Regional y Urbana de la OCDE
José Alberto Rio Fernandes
Universidade do Porto
Andrés Rodríguez-Posse
London School of Economics
Julia Salom
Universitat de València Estudi General
Joao Seixas
Universidade Nova de Lisboa
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso de la editorial. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
© Del texto: los autores, 2020
© De la presente edición: Publicacions de la Universitat de València, 2020
Publicacions de la Universitat de València
puv.uv.es
Coordinación editorial: Amparo Jesús-María Romero
Corrección: Communico
Maquetación: Inmaculada Mesa
Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera
ISBN: 978-84-9134-741-5
Edición digital
Contenidos
Siglas y acrónimos
Lista de ilustraciones
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN. Cómo ubicarse en tiempos convulsos
CAPÍTULO 1. Buscando una nueva senda en momentos volátiles
1. Otras esferas para la práctica social
2. La práctica clínica, territorio para la construcción de conocimiento
3. El trabajo social comunitario y la seducción de las prácticas narrativas con colectivos
4. Puntos de encuentro entre la práctica narrativa y el trabajo social feminista
CAPÍTULO 2. Los cimientos de un nuevo andamiaje en trabajo social.
1. La contribución de la posmodernidad y el posestructuralismo a la práctica narrativa
CAPÍTULO 3. Los principios de la práctica narrativa
1. Contexto histórico, relato de inconformistas
2. Pensamiento filosófico
3. Conceptos básicos
4. Líneas que orientan la práctica narrativa
5. Postura profesional
6. Aspectos políticos
7. La convalidación de los principios
CAPÍTULO 4. Dibujando los escenarios de verificación
1. Perimetrando los espacios
2. Las entidades objeto de verificación
CAPÍTULO 5. El andamiaje del proceso de estudio
1. Diseño de investigación
2. Gestión del diseño, el armazón necesario
CAPÍTULO 6. Datos, resultados obtenidos y discusión
1. Resultados, análisis de los datos y discurso de los grupos de discusión
2. Resultados, análisis de los datos y opiniones de los/as encuestados/as
3. Resultados, análisis de los datos y discusión del discurso de los/as entrevistados/as
CAPÍTULO 7. Asomándonos al futuro
1. Evaluación de la experiencia
2. Cómo co-construir el nuevo modelo
CAPÍTULO 8. Reflexiones finales
Referencias bibliográficas
Siglas y acrónimos
AETEN
Asociación Española de Terapia Narrativa
FITS
Federación Internacional de Trabajo Social
IIDL
Instituto Interuniversitario de Desarrollo Local
NASW
Asociación nacional de trabajadores sociales estadounidenses
ONG
Organización No Gubernamental
PN
Práctica narrativa
Lista de ilustraciones
Figura 1. Características de los profesionales posmodernos
Figura 2. Bases del trabajo con familias
Figura 3. Objetivos del trabajo social comunitario según autores
Figura 4. Ideas y principios que dan sentido a las prácticas narrativas con comunidades
Figura 5. Relatos de doble historia
Figura 6. Aspectos relevantes de la práctica narrativa con comunidades
Figura 7. Características de los contradocumentos
Figura 8. Tendencias del trabajo social feminista
Figura 9. Fuentes de la práctica narrativa
Figura 10. Visión de la práctica según el paradigma: moderno/ posmoderno
Figura 11. Elementos de la posmodernidad que asume la práctica narrativa
Figura 12. Supuestos básicos del construccionismo social
Figura 13. Ciclo de debilitamiento progresivo
Figura 14. La ruptura del ciclo de debilitamiento
Figura 15. Ejes básicos del construccionismo social
Figura 16. Clasificación de los conocimientos subyugados
Figura 17. Orientación sobre el ejercicio de la práctica posestructuralista
Figura 18. La influencia del poder para fines de la práctica
Figura 19. Propiedades del pensamiento dialéctico
Figura 20. Proceso de la metáfora antropológica
Figura 21. Experiencias vividas relatada/no relatada
Figura 22. Tipología de los acontecimientos extraordinarios
Figura 23. Tipos de deconstrucción
Figura 24. Tipos de representación de la realidad desde la «teoría del andamiaje»
Figura 25. Conceptos básicos en la gestión de la práctica narrativa
Figura 26. Líneas que orientan la práctica narrativa
Figura 27. Funciones que activa la narrativa en la práctica
Figura 28. Dimensiones políticas entre las personas y sus problemas
Figura 29. Ventajas y desventajas de los contextos asistenciales
Figura 30. Dimensiones de la intervención comunitaria
Figura 31. Fases en la obtención de información
Figura 32. Fundamentos de la elección de la población encuestada
Figura 33. Criterios de selección de los informantes
Figura 34. Secuencia de entrevista/conversación de externalización
Gráfico 1. Crisis diversas
Gráfico 2. Sentimientos de culpa, de miedo, de celos
Gráfico 3. Historias dominantes saturadas por problemas en la casa
Gráfico 4. Definición del problema que les afecta: específica y conductual
Gráfico 5. Media de acontecimientos extraordinarios en el último año de vida de los clientes
Gráfico 6. Frecuencia de las excepciones de la historia dominante del cliente o sus habilidades en la resolución de conflicto
Gráfico 7. Red de relaciones interconectadas
Gráfico 8. Promedio de personas que componen las redes interconectadas
Gráfico 9. Identificación de sí mismos, primera opción
Gráfico 10. Identificación de sí mismos, segunda opción
Gráfico 11. Identificación de sí mismos, tercera opción
Gráfico 12. Las instituciones de servicios sociales están constituidas por «verdades normalizadoras»
Gráfico 13. Las verdades se valoran como absolutas entre los clientes
Gráfico 14. Técnicas empleadas en la organización, primera opción
Gráfico 15. Juicios normalizadores o de valor sobre los clientes en el centro de trabajo
Gráfico 16. Orientaciones en la intervención profesional
Gráfico 17. Tipos de práctica, primera opción
Gráfico 18. Tipos de práctica, segunda opción
Gráfico 19. Tipos de práctica, tercera opción
Gráfico 20. Definición de una situación-problema del cliente
Gráfico 21. Defectos de los profesionales de la acción social, primera opción
Gráfico 22. Defectos de los profesionales de la acción social, segunda opción
Gráfico 23. Defectos de los profesionales de la acción social, tercera opción
Tabla 1. Diferencias en las prácticas tradicionales y posestructuralistas
Tabla 2. Representantes de las distintas corrientes en terapia familiar
Tabla 3. Áreas de competencia del trabajador social clínico
Tabla 4. Consejos técnicos de Mary E. Richmond para los trabajadores sociales
Tabla 5. La práctica posestructuralista y factores de cambio
Tabla 6. Distinción entre el poder tradicional y el poder moderno
Tabla 7. Tabla de analogías, establecida por White
Tabla 8. La postura del profesional como relación
Tabla 9. Entidades de procedencia de los/as encuestados/as, en porcentaje
Tabla 10. Ámbito de procedencia de los/as encuestados/as, en porcentaje
Tabla 11. Profesión de los/as encuestados/as, en porcentaje
Tabla 12. Vínculos del contexto sociopolítico con los problemas sociales
Tabla 13. Fortalezas y debilidades de la supervisión y de la co-vi-sión
Tabla 14. Efectos de las conversaciones de internalización/externalización
Prólogo
Mis queridos colegas, la profesora Amparo Martí Trotonda y el profesor José Vicente Pérez Cosín me comentaron hace ya algún tiempo que estaban trabajando en un libro que trataba sobre las prácticas narrativas en Trabajo Social. Al hablar con ellos en la antesala de los actos académicos que hemos compartido en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universitat de València, me trasladaron su intención de solicitarme prologar el texto. Les agradezco sobremanera la oportunidad que me ofrecen del praefatio, es decir, de darme la palabra primero, por delante de su obra, con el objetivo de introducir el texto y a sus autores. Pensaba yo, equivocadamente, que como hacía tiempo de aquella primera solicitud habrían ya desistido del intento o habría caído en el olvido; pero no, nada más lejos de la realidad. La profesora Amparo Martí me llamó hace un par de días para recordarme vivamente la conversación que mantuvimos y relatarme los hechos de mi compromiso. Y la verdad es que hago este relato con sumo placer, a modo de la figura que en el teatro griego exponía ex ante el contexto y las bases de la historia que iba a dar comienzo.
Conozco bien la trayectoria de ambos autores, pues he compartido con ellos prácticamente la totalidad de mi vida académica y, por consiguiente, el ingente esfuerzo que han tenido que hacer en el desarrollo de su carrera académica y científica. De las muchas conversaciones amables y distendidas con la profesora Amparo Martí, cuando todavía estábamos en los primeros despachos de la Facultad de Derecho (la recuerdo siempre de pie hablando, apoyada sobre el marco de la puerta de su despacho), he podido entender lo que para ella ha supuesto erigirse en académica procediendo de la profesión de trabajadora social. Y no me cabe duda de que lo ha hecho muy bien y que este libro es un hecho que atestigua su éxito en este recorrido. El logro de este proceso ha sido que los contenidos académicos que las profesionales de trabajo social han ido adquiriendo para desarrollar su carrera académica se cimentaban sobre una base potentísima de compromiso (responsabilidad) social, de engagement por lo público y por los derechos sociales; sin lugar a dudas una promesa, una obligación como principio de conducta personal para resolver, solucionar y viabilizar problemas de «los otros». Es curioso porque esta actitud profesional, con una base ideológica progresista, se ha transformado hoy día en un requerimiento pragmático de las empresas para seleccionar a su personal más apto, pero el término se denomina ahora (perdón por el anglicismo) trouble shooter. La profesora Martí Trotonda es ahora doctora, ha escalado en la carrera académica con paso lento pero seguro (como ella dice), si bien es cierto que me resulta placentero y reconfortante saber que todavía mantiene en su esencia la frescura de aquellos valores personales que han guiado siempre su vida.
Pero todo llega en esta vida, y entonces aterrizó entre nosotros de lleno la posmodernidad (también para el trabajo social), un concepto a mi entender excesivamente abusivo y al que muchos se refieren pero que nadie sabe muy bien cómo definir; es decir, aparecen la relatividad de las perspectivas, el triunfo de la estética, de la autorreferencia, de la subjetividad interpretativa, la customización y contingencia de las necesidades et alteri. Y en trabajo social, pero también en otras disciplinas y ámbitos socioculturales y económicos, se abren nuevos espacios epistemológicos y metodológicos que, aunque ya estaban vivos a finales del siglo XX, son ahora instrumentalmente adaptativos al Zeitgeist, y al mismo tiempo van a ser capaces de otorgar sentido epistemológico al trabajo social, así como dignidad y respeto a los ciudadanos sujetos de los procesos de intervención social. Las prácticas narrativas se ajustan perfectamente a este nuevo marco; por un lado posibilitan tractorar conocimiento en trabajo social a través de la investigación cualitativa, y por otro orientan epistemológicamente la profesión y la disciplina en un contexto donde el oficio de la trabajadora social está perdiendo su sustancial identidad social, para proyectarla hacia corrientes humanistas cuya finalidad sigue siendo el compromiso con el progreso y el cambio social. Al reflexionar humana, racional y emocionalmente se puede dotar de nuevo de dignidad al proceso de cambio social, siquiera caso a caso, e incrementar así la legitimidad de la profesión y por ende de la propia disciplina en la academia.
Creo sinceramente que el profesor Pérez Cosín ha sido una persona que ha virado valiente y convenientemente hacia esta línea interpretativa que acabo de exponer, y ha orientado así a muchos de sus pupilos. También él bebió de los principios inspiradores de la práctica del trabajo social y, afortunadamente, poco a poco, ha ido construyendo su propio relato académico, ganando espacios de libertad, independencia e identidad personal, para su propio bien pero también para los demás. Desde mi punto de vista, ambos profesores narran con este trabajo científico su propio tránsito vital desde el compromiso autodidacta del trabajo social hacia la academia, y se reencuentran de nuevo consigo mismos, con su propia madurez profesional, por el propio hecho de hallar significados a lo que se ha dicho y hecho en un determinado espacio-tiempo de sus vidas. Es entonces cuando los actores vuelven a comulgar con su pasado, lo abrazan, queriendo seguir siendo testigos del compromiso de otras y dotando de nuevo de autoestima a la propia disciplina y al propio proceso vital de sus vidas.
Estoy altamente satisfecho al contemplar vuestro éxito y el gran trabajo que encierra este libro; sé lo que cuesta y no me cabe ninguna duda de que aporta su granito de arena a esas amplias playas desiertas de la investigación, donde las ásperas rocas no siempre han dejado que las suaves olas horadaran angostos vericuetos ciertos (rigurosos) de investigación, en un área de conocimiento tan necesitada de orgullo y autoestima científica como la de trabajo social y los servicios sociales.
Os agradezco vuestra aportación, porque sabéis que para mí la vida consiste en hacer con diligencia, arriesgar y equivocarse, pero seguir haciendo, con generosidad y con ambición, hacer proyectos necesariamente colectivos, para ser mejores y dar lo mejor de tu propia naturaleza cada día, desterrando la mediocridad y perfidia en un mundo donde ya nadie dice la verdad.
JORGE GARCÉS-FERRERCatedrático de Trabajo Social y Servicios Sociales
Bruselas, 9 de octubre de 2020
Introducción
Cómo ubicarse en tiempos convulsos
Este libro expresa un proceso vivido, a modo de transición por parte de algunas trabajadoras sociales, en la última década en nuestro país. Hemos emprendido un camino de tránsito desde posiciones modernas y postulados positivistas a posturas posmodernas, posestructuralistas con propuestas de prácticas constructivistas y construccionistas. Este giro metodológico no es producto de la casualidad, sino la consecuencia de varios procesos que incitaron necesariamente un cambio.
Si reparamos en la transición epistemológica basta con analizar los últimos veinte años de la práctica de las trabajadoras sociales para, tal vez, hallar respuestas a esta metamorfosis que se está produciendo en el trabajo social. La función principal de nuestra profesión hay que encontrarla en los servicios sociales de Acción Social, con un alto nivel de responsabilidad en la gestión de las organizaciones sociales. Sin ser exhaustivos reparemos en ese periodo de la vida de los servicios sociales, de los profesionales que en ellos habitan y de sus consultantes. Veamos qué ha ocurrido para que se suscite dicha transformación.
De qué acontecimientos hablamos: económicos, sociales, jurídicos, laborales, etc. Comenzamos nuestro relato por lo que ocurría a finales de 2008 en nuestro país. Nos acostamos una noche creyendo que éramos ricos y nos despertamos sabiendo que éramos pobres. De repente nos vimos inmersos en una crisis larvada durante año y nos pilló a todos a contrapié. Ante la magnitud de esta crisis la Unión Europea tomó el rumbo de afrontarla desde una propuesta económica neoliberal, teniendo como base los recortes de los estados del bienestar, reduciendo drásticamente los déficits financieros y en consecuencia el dinero que permitía a los gobiernos mantener parte de los gastos sociales en sus países.
Mientras esto perjudicaba gravemente a los ciudadanos, se promovió por otro lado el rescate a las entidades financieras que habían sido bastante responsables de dicha crisis con sus planes de expansión de la economía, desde la irresponsabilidad de la barra libre. Esta situación llevó a los ciudadanos de los distintos países a la pérdida de trabajo, el déficit de la sanidad, de la educación, de los servicios sociales, el abandono de la vivienda, la precariedad laboral, la vuelta de los mayores a casa, el retraso de escolarización de los niños, etc. Cada día nos levantamos con algo nuevo, con alguna pérdida más de derechos, lo que derivó en una crisis social de magnitudes todavía hoy no suficientemente evaluadas.
Esta crisis social sorprendió a muchas trabajadoras sociales, se sintieron totalmente desubicadas, no solo por la novedad de la situación y su gravedad sino también porque esto se unía a la situación que hacía ya algunos años se venía denunciando acerca del malestar existente en los servicios sociales.
Por una parte, los clientes mostraban una desafección creciente hacia las instituciones que les prestaban ayuda, unida a una notable asimilación ligada también a la ausencia de mejoría en sus vidas. Todo los conducía a una animadversión creciente de los consultantes respecto de las organizaciones y de quien las representaban.
Por otra parte, existía el malestar de los profesionales de los servicios sociales, que se preguntaban qué ocurría en el periodo anterior a la crisis. Pues también les invadía hacía tiempo la ansiedad, el síndrome de Burnout y otros muchos daños emocionales, ya que de verse reconocidos como agentes de cambio en otros tiempos ahora se encontraban desprestigiados, no valorados por los usuarios y totalmente maniatados, envueltos en una trama de formularios, solicitudes, protocolos, estadísticas, atenciones marcadas y dirigidas por las instituciones, tanto en tiempos de dedicación como en los contenidos del trabajo que debían realizar.
¿Cuál era el escenario profesional que se advertía ante la maraña de la burocracia? Lo que Foucault (2000) llama espacios de control, un cierto grado de acomodación por parte de las trabajadoras sociales y un pasotismo de los usuarios. La resultante era ver como progresivamente se iban instalando, a ambos lados de la acción social, el desasosiego, la ansiedad, la agitación, etc. Por supuesto, no todos los profesionales, ni tampoco todos los usuarios, pero en general sí se percibía un aire enrarecido que estaba impregnando las instituciones del estado de bienestar y que tenía una deriva muy importante para la práctica profesional de los trabajadores sociales que les llevaba hacia un progresivo debilitamiento como técnicos de la acción social.
Los efectos de todo esto es que nos encontramos con un panorama desolador, pero lo importante es responder las siguientes cuestiones: ¿cómo afrontar estos nuevos escenarios de pobreza?, ¿cómo se planteó su gestión la población, y los profesionales de la acción social?, ¿qué hacer en estos nuevos tiempos VICA?,1 ¿cómo volver a tiempos RUPT,2 si es que hay que volver?
Descubrimos con admiración la adquisición de la mayoría de edad de nuestros clientes/usuarios,3 que ya no requieren de alguien que los tutele sino que saben conquistar su espacio. Los consultantes de los servicios sociales comenzaron a movilizarse en todo el Estado, por todos los rincones del país hay asambleas con propuestas de cómo, si no atajar la crisis –ya que excede sus posibilidades–, mejorar sus vidas. Son tiempos volátiles pero se asumen con fuerza: aparecen las mareas blancas, los jubilados pidiendo una mejor vida, las mujeres reclamando su sitio, etc. Dejan de ser pasivos y comienzan a desarrollar lo que los profesionales narrativos indican como de la agencia personal, el fortalecimiento de su nuevo relato, dejan de ser perdedores para ser actores de un relato de resistencia de afrontamiento de su realidad desde la esperanza, más orientado a la acción que a la descripción que hacen otros de sus vidas.
En este proceso, ¿dónde se sitúan las profesionales del trabajo social? Al acercarnos a las trabajadoras sociales observamos que, por un lado, hay un colectivo de profesionales que se han adaptado a esta situación, de alejamiento de los usuarios, pero hay otras muchas que son muy críticas y rechazan el inmovilismo buscando alternativas que las sitúen nuevamente cerca de las personas, próximas a su sufrimiento, deseando colaborar con ellos, y saben que para este tiempo nuevo necesitan otros marcos de referencia. Es ahí donde nuestro relato comienza, donde veremos cómo comienza a surgir el debate, cómo aparecen vías nuevas de intervención para recuperar no solo la autoestima profesional, que también, sino sobre todo nuestro papel como dinamizadores de cambios sociales. A partir de estos nuevos posicionamientos veremos cómo evoluciona un camino hacia la ruptura epistemológica, cómo se adopta un cambio de paradigma que implica volver a estar al lado de las personas, donde ellas sean el centro de nuestra práctica, donde esta se muestre en términos de oportunidades y donde nuestro rol sea el de un habilitador de sus capacidades.
Con estos presupuestos, los trabajadores sociales debemos actuar, intervenir, no quedarnos en la descripción de los acontecimientos o como meros gestores de recursos. Siguiendo a De Robertis (1988) en nuestra práctica, hablar de intervención equivale a querer actuar, intervenir en un asunto quiere decir tomar parte voluntariamente, hacer de mediador, interponer su autoridad. Lo que nos hace poner de relieve la voluntad consciente de modificar, por su acción, la situación del ciudadano.
Ahora es el momento de entender por práctica en trabajo social la visión que hizo la Federación Internacional de Trabajadores Sociales y la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social (AIETS) en el año 2014 que presentó una nueva definición del trabajo social a nivel internacional, revisando los nuevos marcos de referencia del trabajo de los profesionales, analizando los nuevos retos a los que se enfrentan y teniendo como prioritario el trabajo con las personas que llegan a consulta. Así, teniendo en cuenta estas premisas, se habla de que:4
El Trabajo Social es una profesión basada en la práctica y una disciplina académica que promueve el cambio y el desarrollo local, la cohesión social, y el fortalecimiento y la liberación de las personas. Los principios de la justicia social, los derechos humanos, la responsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad son fundamentales para el trabajo social. Respaldada por las teorías del trabajo social, las ciencias sociales, las humanidades y los conocimientos indígenas, el trabajo social involucra a las personas y las estructuras para hacer frente a desafíos de la vida y aumentar el bienestar (FITS y AIETS, 2014: 1).
En España las trabajadoras sociales comienzan a hacer suya esta definición, que va más allá de una mera conceptualización, para pasar a ser unos principios inspiradores de nuestra práctica. Teniendo en cuenta estas conjeturas, queda claro que los trabajadores sociales apuestan por no quedarse al margen de la situación de sus clientes, que, para intervenir y promover el cambio y el desarrollo local, la cohesión social, etc. debemos utilizar procedimientos estructurados –métodos– que permitan conseguir nuestros objetivos. Cuando los tiempos cambian se hace necesario ajustarse a la realidad social que es variada, compleja y difícil de comprender.
En ese proceso de cuestionamiento comenzaron a abrirse paso algunas preguntas, como dónde buscar alternativas: ¿hay alternativas? Y si las hay ¿son viables en nuestro contexto político-social? Aquí situamos el inicio del debate profesional, por nuestra parte hemos recogido a través de un estudio distintos momentos del proceso de reflexión de los diferentes agentes sociales implicados en la acción social, haciendo especial hincapié en los trabajadores sociales, como principales actores del desarrollo del estado del bienestar en nuestro país y objeto principal de nuestra deliberación en el texto.
Analizamos algunos aspectos de la acción profesional y cómo las prácticas alternativas se hacen viables desde los nuevos postulados. Examinamos de qué manera los trabajadores sociales están orientando su trabajo.
Ofrecemos el análisis construccionista y posestructuralista de la viabilidad de esas prácticas en contextos públicos, base fundamental del desarrollo de nuestro estado del bienestar. En concreto, el estudio se centra en las prácticas narrativas, por ser un enfoque de prácticas posmodernas, en el paradigma de la complejidad, que ofrece al trabajo social una base sólida para construir un nuevo modelo de intervención social, siendo esta una alternativa metodológica muy valorada por los profesionales. Desde este paradigma se plantean distintas opciones, prestando especial atención a la analogía del texto y al pensamiento de Foucault sobre el ejercicio del poder (1988), cuestión esta que representa la base principal del inicio de la reflexión por parte de los profesionales de la acción social. Por lo tanto, esta vía parece dar muchas claves a los interrogantes que se vienen produciendo en el contexto profesional.
De este cambio de pensamiento se destaca una postura que parte de la atribución del profesional como un observador objetivo de sus clientes, que posee un conocimiento técnico sobre la naturaleza humana o sobre las dificultades del usuario. De este modo se marca una jerarquía, pues el profesional «sabe más» que el cliente, lo que genera todo un contexto del déficit, en el que las intervenciones modernas parten generalmente de un diagnóstico que determina la intervención que se ha de seguir y sus objetivos. El profesional, desde este punto de vista, es el único que sabe qué pasos seguir y diseña las intervenciones o estrategias para lograr las metas, por lo general propuestas por él. Por supuesto, es el profesional quien decide cuándo terminar la intervención, salvo cuando las personas dejan de acudir a las citas. Aquí, en el paradigma de la racionalidad moderna, la intervención que en general se tiene es una visión basada en una cadena de ciertos supuestos o conceptos fundamentales, es decir, en la existencia de una realidad separada del observador, susceptible de ser conocida de manera objetiva.
Ahora, tal y como veremos, estos profesionales se dirigen hacia una visión posmoderna que implica una corriente crítica en la academia, que cuestione la naturaleza del conocimiento, y hacia un movimiento filosófico que postule que el conocimiento está construido socialmente a través del lenguaje. No podemos tener representación directa del mundo, solo podemos conocerlo a través de nuestra experiencia de él, y será en ella en la que fijemos nosotros y nuestros consultantes la atención. H. Anderson (2006; 1999) habla del significado que damos a los eventos y vivencias, no al conocimiento científico. El profesional se aleja de las distinciones jerárquicas y desarrolla una práctica más igualitaria, en la que el lenguaje ocupará un lugar central, pues en la crítica posmoderna este más que representar la realidad la constituye.
Es decir, las palabras que utilizamos no solo «reflejan» o expresan lo que pensamos o sentimos, sino que le dan forma en gran medida a nuestras ideas y al significado de nuestras experiencias (Anderson, 1999). La autora cree en la capacidad de la conversación profesional para liberar historias no tomadas en cuenta, en las que se trabaje para suprimir la exigencia del diagnóstico del déficit, y desarrollar y sostener construcciones alternativas en la «práctica»; en las que la transparencia sea la base de la intervención, y en las que se admitan las propias limitaciones y se den prácticas de reciprocidad, entendiendo que la intervención es un proceso bidireccional porque ayuda a mejorar el trabajo y la vida personal.
El debate, la discusión, al igual que otros muchos procesos de estudio, de deliberación de alternativas, se inició disperso y amplio, pero fue dirigiéndose hacia unas prácticas más horizontales entre profesionales y consultantes, tal y como vinimos observando. De entre las distintas vías, el análisis se orientó hacia unas prácticas de mérito literario, como les gusta llamar a sus creadores, White y Epston. Es decir, el camino de transición conduce hacia postulados de intervención posmodernos y posestructuralistas, lo que implica el enfoque de prácticas narrativas, unas «prácticas» donde
el método de trabajo social parte de la herencia secular (los relatos), para que los individuos encuentren alternativas mejores para sus vidas. Por medio de «reescribir» la vida de manera más funcional, a partir de entender la analogía de la práctica como un proceso de «contar» y/o «volver a contar» las vidas y las experiencias de las personas que se presentan con problemas, al evidenciar eventos significados seleccionados contribuyen de forma muy concreta a la co-creación de narraciones nuevas y liberadoras (White y Epston, 1993: 12).
Ni la visión posmoderna ni la posestructuralista se han prodigado mucho en el estudio de la práctica social en nuestro país, y tal vez es ahora más que nunca necesario aportar una visión despatologizante de los demandantes de los servicios sociales que facilite una práctica social en la que se reconozcan sus capacidades, sus habilidades, y en la que se les devuelva a las personas la confianza perdida en ellos mismos. Es el momento en el que los profesionales deben gestionar un perfil en el que se desarrollen «prácticas de descentramiento»,5 donde se lleven a cabo conversaciones que destaquen y afiancen la relación profesional que la «persona» tiene y ha tenido en su vida.
La configuración de una nueva metodología es compleja por todo lo que implica, tanto en la construcción y sistematización del método como en la adaptación de los consultantes, los profesionales y las organizaciones. Afortunadamente, el trabajo social tiene una tradición en sus modelos de intervención basados en disciplinas con abordajes de carácter clínico y el traslado de sus modelos del ámbito privado (como suelen ser los terapéuticos) al ámbito público y a la acción social. Si a esto unimos que la práctica narrativa tiene fundamentos y técnicas muy cercanas al trabajo social, como la visión de la intervención como una conversación entre consultante y consultado (más otros elementos que más adelante veremos que nos ayudan a identificarnos más con este enfoque), consideramos, al igual que un gran número de profesionales, que la narrativa puede ser un buen instrumento de acercar la posmodernidad al trabajo social.
Hasta ahora este camino en nuestro contexto lo habían iniciado algunos académicos y algunas profesionales, pero en el último lustro se han sumado muchos más, tanto en el ámbito universitario como en la práctica social; la transición ya no es una quimera de unas pocas, comienza a ser ya una amplia realidad que implica a consultantes que ven otras prácticas, a profesionales que generan otras intervenciones y a docentes que exponen otros postulados a sus discentes. Es tiempo del salto más general a otra epistemología que cambie la manera de entender el problema, que cree en las personas una identidad distinta que las convierta en su «agencia personal», que los profesionales y las instituciones dejen a un lado las «verdades normalizadoras», como decía M. Foucault (2000), para buscar la insurrección de los conocimientos subyugados.
Es decir, nos dirigimos a alejarnos de la racionalidad y abrazar la incertidumbre, se cree que la teoría no debe generar una práctica autoritaria ni concluyente, que las respuestas, si se hallan, será en perspectivas múltiples, como los descritos con las experiencias y las demandas que surgen en la práctica cotidiana, y para conseguirlo es preciso que se realice un trabajo constante de reflexión, lo que se ha dado en denominar una práctica reflexiva (Glazer, 1974).
Los interrogantes acerca de cómo vienen desarrollando su labor los profesionales que trabajan en la acción social y sobre todo a nivel clínico comenzó a nivel mundial hace ya algunas décadas. Son múltiples las voces que iniciaron un proceso de cuestionamiento de este tipo de prácticas y comienzan a alzarse orientaciones o formas nuevas de relacionarse con los consultantes. La mayoría de ellas surgen del mundo de la relación terapéutica, como la del noruego Tom Andersen, que en su obra de 1991 The Reflecting Team. Dialogues and Dialogues about Dialogues nos muestra una forma original de trabajar con las familias, donde cuestiona la relación entre consultante y profesional, cambiando la posición de los equipos terapéuticos. También surgen controversias sobre las cuestiones de género en la intervención social, tal y como proponen las trabajadoras sociales australianas y recogen K. Healy o C. Weedon, desde Gran Bretaña, y que constataremos que hoy es unos de los ejes principales de análisis de cualquier práctica social. Con otros argumentos, pero igualmente generando discusión, encontramos a H. Anderson y H. Goolishisan, quienes enfatizan la naturaleza relacional del conocimiento y la naturaleza generadora del lenguaje. O como M. White y D. Epston, quienes analizan las relaciones de poder y cómo la identidad no es algo fijo, sino que está en constante creación y revisión dentro de una red de relaciones y conversaciones con otras personas.
En nuestro contexto, las trabajadoras sociales inician este proceso años después que en otros espacios geográficos y lingüísticos. Seguramente porque en nuestro país el desarrollo del estado del bienestar es más tardío y, como consecuencia, la saturación del funcionamiento del sistema se generará después. Sin duda, las preguntas que se hacen los profesionales del trabajo social en España son parecidas a las que estos otros profesionales tuvieron en su día.
Recoger el desasosiego podía ser sencillo, pero desde el principio nos planteamos que no solo se trataba de describir la situación, sino que dado el grado de descontento existente teníamos que ir más allá y orientar posibles alternativas, desde las que iniciar la coconstrucción de un espacio generador de alternativas y donde se puedan recoger las distintas inquietudes y sensibilidades y darles forma.
A partir de estas ideas, dos cuestiones: la posible alternativa tenía que venir de postulados posmodernos y posestructuralistas que orientaran una práctica más igualitaria y de respeto, y para nosotros esta se situaba en las prácticas narrativas; y debía darse un compromiso formativo con las profesionales que implicaba un proceso de discusión sobre el análisis de la formación que permita una valoración que nos ayude a encontrar vías de solución.
Tenemos así una primera aproximación a ese tipo de prácticas que se proponen como modelo vehicular sobre el cual construir un nuevo enfoque de un trabajo social posmoderno. Para ese recorrido seguiremos otro proceso de reflexión, rastreando los pasos iniciados en su día por los padres de las prácticas narrativas, Michael White y David Epston, que llevaban ya algunos años trabajando como terapeutas e investigando sobre las familias cuando, después de varios artículos y otra serie de trabajos conjuntos, se decidieron a publicar Medios narrativos para fines terapéuticos (1993). Esta obra es la concreción de varios años ejerciendo e indagando en nuevas vías de abordaje de los conflictos en los individuos y las familias. White y Epston consideran que este tipo de terapias son «contraprácticas», en contraposición a las prácticas culturales que convierten en objetos a las personas y sus cuerpos. Estas «contraprácticas abren espacios en los que las personas pueden reescribirse o reconstituirse a sí mismas, a los demás y a sus relaciones, según guiones y conocimientos alternativos» (White y Epston, 1993: 78-86).
Destacamos con especial atención la analogía del texto y el pensamiento de Foucault. La descripción saturada por el problema que las personas realicen sobre sus vidas será el inicio para buscar relatos alternativos, para huir del relato dominante de la vida familiar. Por medio de una técnica novedosa como la «externalización», que según sus autores es «un abordaje terapéutico que insta a las personas a cosificar y, a veces, a personificar, los problemas que oprimen. En este proceso, el problema se convierte en una entidad separada, externa por tanto a las personas o a la relación a la que se atribuía» (White y Epston, 1993: 53).
Estas son parte de las bases con las que White y Epston configuraron su modelo terapéutico. Nosotros hablamos de práctica narrativa, tal y como sus creadores rebautizaron su enfoque, pero antes de adentrarnos de lleno en este modelo nos gustaría hacer algunas precisiones terminológicas, como qué se entiende por narrativa y qué entienden White y Epston por práctica. Comenzaremos por la conceptualización de narrativa:
La narrativa es un esquema a través del cual los seres humanos brindan sentido a su experiencia de temporalidad y a su actividad personal. El significado narrativo añade a la vida una noción de finalidad y convierte las acciones cotidianas en episodios discretos. Es el marco sobre el que se comprenden los eventos pasados y se proyectan los futuros. Es el principal esquema por medio del cual la vida del ser humano cobra sentido (Polkinghorne, 1988: 11).
El concepto de «práctica» es más complejo, pues no queda claro el momento en el que se decidió comenzar a hablar de prácticas. Y si bien hay autores que continúan hablando de terapia narrativa, White y Epston optaron en su texto por este término, se interrogan sobre su utilización y se pronuncian al respecto con las siguientes expresiones:
Creemos que «terapia» es un término inadecuado para describir el trabajo que aquí se examina. El Penguin Macquarie Dictionary describe la terapia como «tratamiento de enfermedad, desorden, defecto, etc., por medio de medicinas o procesos curativos». En nuestro trabajo, no entendemos los problemas en términos de enfermedad, y no creemos hacer nada que pueda relacionarse con una curación (White y Epston, 1993: 30-31).
El vocablo prácticas lo emplean los profesionales narrativos siempre que hablan de trabajo con colectivos, con comunidades, pero también encontramos otros profesionales que hablan de conversaciones terapéuticas. Es decir, no hay un acuerdo sobre el término que se debe emplear cuando hablamos de trabajo narrativo. Por nuestra parte, nos identificamos con el concepto de práctica narrativa, siguiendo la propuesta de la FITS, pues consideramos que de este modo no imponemos un elemento de poder, cuestión esta capital para los creadores de las prácticas narrativas, al margen de que también lo consideramos más adecuado y cercano al trabajo social.
Si le ponemos fecha a la narrativa, diremos que el desarrollo de las teorías y técnicas basadas en ella se producen a partir de la década de 1980 con los trabajos de White y Epston. Estos autores plantearon un sistema de trabajo que, partiendo de esta herencia secular (los relatos), hiciera que los individuos encontraran alternativas mejores para sus vidas. Según K. Tomm, proponen
«reescribir» la vida de manera más funcional, plantean la analogía de la terapia como un proceso de «contar» y/o «volver a contar» las vidas y las experiencias de las personas que se presentan con problemas, al documentar eventos y significados seleccionados contribuyen de forma muy concreta a la co-creación de narraciones nuevas y liberadoras (White y Epston, 1993: 12).
Es a partir de estos presupuestos del mundo narrativo, de la posmodernidad, del posestructuralismo y de otros que iremos viendo cuando damos por iniciado el proceso sobre el que profesionales y docentes plantearon construir la alternativa de práctica en trabajo social.
Con las profesionales de la acción social empezamos un proceso de acompañamiento desde un trabajo social moderno hacia otra orientación de corte posmoderno y posestructuralista. Convenimos que un buen proceso de reflexión pasaba sin lugar a dudas por un mirar hacia el interior, es decir, buscar en nuestras raíces como profesión aquellos elementos sobre los que asentar un nuevo sistema de trabajo. Para proseguir con una buena formación sobre el enfoque narrativo, asentada en una buena revisión y análisis documental acerca de los distintos saberes sobre los que se ha nutrido la práctica narrativa, era necesaria, además, una investigación detallada que nos diera las claves tanto de la situación problema como de las posibles alternativas.
Presentamos a continuación el recorrido por el que anduvimos en ese acompañamiento a profesionales y docentes, comenzando por exponer todos los aportes epistemológicos y metodológicos que contribuyeron a enriquecer la discusión entre los profesionales.
1. Tiempos identificados como de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad.
2. Ese paradigma se denomina RUPT (por las palabras en inglés rapid, unpredictable, paradoxical y tangled). En español podemos traducirlo como «rápido», «impredecible», «paradójico» y «entrelazado». Más orientado a la acción que a la descripción (Magellan Horth, 2019).
3. Utilizamos indistintamente los términos cliente, usuario, asistido, consultante, demandante o persona en función del marco de referencia en el que nos encontremos, del país en que estemos situados y del período del que hablemos. No obstante, el término utilizado preferentemente por la narrativa es el de persona, para evitar su patologización y así no reproducir el dualismo de sujeto/objeto que domina la conformación de las relaciones de nuestra cultura.
4. La Federación Internacional de Trabajo Social y la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social (AIETS) ha presentado la nueva definición de trabajo social a nivel internacional en la Conferencia Mundial sobre Trabajo Social, Educación y Desarrollo Social 2014, celebrada en Melbourne (Australia) del 9 al 12 de julio. En adelante utilizaremos su acrónimo (FITS).
5. Prácticas de descentramiento plantea la relación entre el profesional y la persona que busca ayuda. White se basa en tres tipos de práctica: remembrar, transparencia y prácticas de reciprocidad. Profundizaremos más en posteriores capítulos.
1Buscando una nueva senda en momentos volátiles
La base sobre la que construir una nueva mirada resulta siempre compleja, por supuesto nunca lineal y continuamente sujeta a las necesidades sentidas por los implicados que se encuentran afectados por las dudas sobre cómo reciben una práctica o cómo la llevan a cabo. A esto hay que añadir, en el caso de los profesionales, la necesidad de una elemental identificación con los nuevos postulados.
En la búsqueda de todos estos elementos para la discusión se hacía necesario que todos los involucrados se reconocieran en esta nueva perspectiva. Creamos una iniciativa, a modo de espacio común, por la que observar los rasgos de proximidad y las diferencias entre el trabajo social y la práctica narrativa. De este modo los participantes generaron una confluencia para someter a su consideración las premisas que permitan gestionar un nuevo enfoque de trabajo social. Nuestro objetivo es intentar describir los diferentes factores que apoyaron nuestra elección y que ayudan en la construcción identitaria de un nuevo perfil profesional sustentado en un nuevo enfoque de práctica, que genere un nivel de satisfacción de la práctica profesional y que lleve en consecuencia un mejor bienestar a los consultantes. Ponemos la mirada en aquello que más nos identifica, que no es otra cuestión que nuestra orientación hacia la intervención.
Iniciamos esta tarea haciendo una inmersión por completo en los territorios de la práctica narrativa,1 partimos del significado del término. En el anterior punto hemos aportado la definición que nos ofrecía el profesor Tomm en White y Epston (1993), o mejor dicho, cómo ve él lo que sus creadores hacen. Pero en una práctica donde el lenguaje cobra un sentido tan trascendental es necesario perfilar más, así que vamos a ver otras contribuciones a la definición de PN que nos aporten una fotografía con más matices y claves sobre las que operar una alternativa para la práctica del trabajo social.
La visión que dan los propios fundadores de la PN es muy parecida, si bien ellos enfatizan la gestión que se hace del poder, cuestión capital en todo su enfoque y que tendremos tiempo de desarrollar. De este modo describen ellos su modelo de trabajo:
Partimos del supuesto de que las personas experimentan problemas, por los que frecuentemente acuden a consulta, cuando las narrativas con las que [historizan] su experiencia y/o las que otros utilizan para [historiar]2 no representan suficientemente su experiencia real; y que, en esas circunstancias, su experiencia tendrá aspectos muy significativos contrapuestos a estas narrativas dominantes [...] (White y Epston, 1993: 14-15).
O como la define White (2002: 261), que la orienta hacia la emancipación psicológica y la formula como «un enfoque liberador que ayuda a las personas a cuestionar y superar las fuerzas de la represión del modo que puedan llegar a ser quienes realmente son, de modo que puedan identificar su autenticidad y dar a esto una expresión verdadera».
Otra aproximación la encontramos en M. White (1994: 39). En ella el autor argumenta que
las personas que vienen a consulta tienen una historia que contar, un mapa que mostrar. Suelen estar perturbadas, confundidas, preocupadas y sentirse derrotadas. Sus historias están saturadas del problema, pero son, para ellas, reales y representan adecuadamente lo que recuerdan y lo que están experimentando. Esta historia saturada del problema merece ser respetada y creída. Pero hay otras historias.
En esta descripción se centra el autor en el estado emocional de las personas con las que abordamos la intervención. Partiendo de estas primeras aproximaciones al enfoque de PN intentaremos exponer los indicios que se observan, en nuestra opinión, de vecindad entre la PN y el trabajo social e identificaremos esas relaciones, esas conexiones que se identifican tanto con este enfoque y que inclinan a interrogarnos sobre la posibilidad de desarrollar un modelo de trabajo social desde las prácticas narrativas en ámbitos públicos o en ONG de carácter social, y que favorezcan el debate entre las profesionales.
Consideramos que son varios los rasgos comunes del trabajo social y de la PN, pues observamos que comparten varios elementos de su identidad. La antropóloga M. Carman (2006) plantea, con referencia a la temática de las identidades, que estas no se inventan en el vacío, sino que se encuentran ancladas en experiencias previas significativas. Por ello buscaremos dichas similitudes partiendo de la visión del trabajo social más sociogénica y familiogénica de los trastornos mentales, el uso consciente del proceso de relación de ayuda, la visión acerca del cambio del cliente, el trabajo comunitario y el trabajo social feminista, los escenarios de supervisión, el trabajo con las familias, etc.
1. Otras esferas para la práctica social
Una vez aclarada cuál es la apuesta de la profesión y hacia dónde se genera el debate en el trabajo social, este se realiza en el paradigma de la posmodernidad3 y desde el posestructuralismo, pues se considera que es la respuesta más adecuada a las demandas que están recibiendo por parte de las personas que les consultan acerca de sus vidas, pero también es donde se ofrece al profesional un espacio de trabajo en horizontalidad, algo de lo que carecen ahora y lo que vienen propugnando algunos de ellos. Friedman considera que este paradigma genera profesionales (figura 1).
Además, la posmodernidad ve las experiencias de la realidad o el significado que le damos a nuestras vivencias, que se construyen a través de interacciones con otras personas y que no dependen solo de cuestiones individuales. Todo ello nos lleva a pensar que desde este paradigma se da una adecuada respuesta a los dilemas de los usuarios y los trabajadores sociales (TS) tal y como hemos presentado anteriormente. Ahora bien, ¿por qué la práctica narrativa y no otro modelo dentro del paradigma de la posmodernidad? La respuesta la situamos en dos planos fundamentales: el primero y según sus fundadores es que la PN es «posestructuralista», y respecto al segundo, adoptando una postura posestructuralista, White (2002: 32-37) propone que en la intervención no es muy útil pensar en términos de profundo y superficial, y prefiere hablar de descripciones ricas, densas o gruesas y descripciones frágiles, simples o delgadas (Ryle4 en Geertz, 1973: 20-24).
Figura 1. Características de los profesionales posmodernos.
Fuente: elaboración propia adaptado de Friedman (1996: 450-451).
Una historia «densa»5 (en el relato de nuestros clientes) está llena de detalles, se conecta con otras y, sobre todo, proviene de las personas para quienes esa historia es relevante. Una historia «delgada» (la elaborada por un profesional) generalmente proviene de observadores de fuera, no de las personas que la están viviendo, y difícilmente tiene lugar para la complejidad y las contradicciones de su experiencia. Cuanto más «densa» sea una historia más posibilidades abrirá para la persona que la vive.
Esta postura se acerca más a lo que estamos buscando para un cambio de práctica en trabajo social, ya que las descripciones estructuralistas de la experiencia humana parten de la idea de que existen estructuras subyacentes que no podemos observar, solo podemos ver sus manifestaciones externas o superficiales (White, 2002).
Ducan, Hubble y Miller (2003) plantean que la práctica positivista imposibilita el cambio, pues las etiquetas diagnósticas definen un marco de expectativas que limita dicho cambio. Para Hardy Schaefer (2014), la idea clave en el trabajo clínico, que a nuestro parecer puede hacerse extensiva a cualquier tipo de práctica social, es la acomodación.6 Es decir, en primer plano, adecuar la intervención al usuario, considerando sus recursos, motivaciones y la alianza esperada.
Schaefer establece las diferencias entre prácticas de corte tradicional en psicoterapia y prácticas posestructuralistas.
TABLA 1Diferencias en las prácticas tradicionales y posestructuralistas
Criterios
Práctica estructuralista
Práctica posestructuralista
Importancia de la teoría
Imprescindible la teórica
Prescindible la teórica
Proceso clínico
Proceso guiado por la teoría
Guía ejercida por el profesional
Conversación guía el proceso
Guía ejercida por el cliente
Profesional/cliente
Experto/inexperto (intervención)
Colaborador/experto (alianza)
Lenguaje
Representativo de la realidad
Uso como descripción
Constitutivo de la realidad
Uso como construcción
Esencia/construcción
Pauta (individuo o familia)
(necesidad de diagnóstico)
Construcción y deconstrucción
permanente (sin diagnóstico)
Queja o problema
Anomalía estructural y déficit
Relato restrictivo y monológico
Cambio
Reestructuración
Posibilidades previstas
Apertura del relato
Posibilidades no previstas
Práctica
Intervención técnica
Recorrido anticipado
Conversación clínica
Recorrido emergente
Fuente: Hardy Schaefer (2014).
Y el segundo plano, viene determinado por la semejanza en modelos de intervención entre las prácticas narrativas y el trabajo social, así como en procesos de construcción de las disciplinas. Podemos encontrar varios de estos elementos, pero aquí solo señalaremos algunos de ellos, es decir, aquellos que han sido objeto del acercamiento a esta práctica.
Comenzaremos por mencionar que, por ejemplo, la narrativa y el trabajo social, además de trabajar con las personas y con las familias, también trabajan con la comunidad, hecho que no encontramos en las otras prácticas posmodernas, o al menos con la riqueza de experiencias que aparecen en la narrativa ni con el despliegue de técnicas de registro, como: el árbol de la vida, el equipo de tu vida, las cartas, etc. Otra similitud que nos aproxima a las prácticas narrativas es la visión de género, ya que para ellos es fundamental; de hecho, la práctica narrativa lo plantea como elemento filosófico de su intervención: se cuestiona los efectos del poder sobre las vidas y las relaciones. En el caso del trabajo social ha generado incluso un modelo de práctica; esto tampoco ocurre en las otras prácticas posmodernas.
Y por último la práctica clínica como generadora del conocimiento. En trabajo social la intervención también es fuente de conocimiento, ambos son saberes aplicados, al contrario que otras disciplinas, que se plantean un análisis o que elaboran propuestas pero sin un compromiso claro con los clientes por el cambio. En el caso que nos ocupa, la práctica, la acción es fundamental, siendo lo que les da sentido a nuestros saberes.
El trabajo social es una profesión de ayuda cuyo objetivo es atender a las personas que atraviesan situaciones difíciles, que van desde la desorientación o desinformación a la marginación o a la exclusión social (Lázaro, Rubio, Juárez, Martín, Paniagua, 2007), y en ambas disciplinas el elemento determinante es la intervención. La PN rechaza la idea de encuadrarse en la posmodernidad, ya que hay al menos una contradicción fundamental, que no es otra cuestión que este paradigma fija sus bases en el relativismo, lo que implica un cuestionamiento de todos los presupuestos y que puede llegar al relativismo extremo (si bien adopta el criterio de la posmodernidad en cuanto al cuestionamiento del estructuralismo de la modernidad).
Por su parte, la práctica posestructuralista cuestiona estas verdades del conocimiento experto y analiza cómo se han producido estos significantes como referentes de nuestra cultura. Ello invita a abandonar la búsqueda de fundamentos, los diagnósticos y la postura del experto. Esta propuesta es más asumible por el trabajo social, pues como profesionales de la acción social la toma de postura debe ser consustancial a nuestra práctica.
Por último, por si estos argumentos no fueran suficientes, queremos señalar que la posición narrativa es política y ética, algo que se plantea también desde el trabajo social. Ideas como el perfeccionismo, la influencia de la pobreza, la marginación social, el machismo, etc., históricamente se han abordado desde el trabajo social y las vemos también reflejadas en las prácticas narrativas. Estos cuatro paralelismos son los que nos han llevado a plantearnos una propuesta de modelo de prácticas narrativas en trabajo social, con elementos suficientes para enriquecer la discusión sobre su viabilidad como alternativa de práctica. Pasemos a ver algunas de las referencias que acabamos de mencionar con más detalle.
2. La práctica clínica, territorio para la construcción de conocimiento
La pregunta que nos formulamos en este punto es cómo llegamos aquí, o mejor dicho, cómo se construyó este modelo. Seguramente a través de un proceso reflexivo, que en este caso pasaría por la práctica clínica llevada a cabo por sus fundadores durante varias décadas, más los interrogantes que se suscitaron de dicha intervención y la inquietud de buscar respuestas, y como colofón una postura profesional que rechaza las pretensiones de verdad de los discursos dominantes.
La evolución de la PN se ha generado al igual que otros postulados, que son el producto final de un proceso en donde se crea una corriente entre la teoría y la práctica. Pero aquí ha de entenderse teoría como sinónimo de práctica reflexionada, de experiencia previa teorizada. La experiencia sin teoría es ciega, pero la teoría sin experiencia es un juego intelectual, diría Immanuel Kant (1724-1804). La PN ha seguido el mismo camino que su predecesora, la modalidad de terapia familiar sistémica, considerada un paradigma científico desde la segunda mitad del siglo XX. Es decir, trabajar (práctica), cuestionarse dicho trabajo y elaborar alternativas que mejoren la vida de sus consultantes (teoría).
Este proceso reflexivo White lo consideraba esencial para generar un debate que favoreciera una mejor práctica. En una entrevista concedida a un medio local de información preguntado sobre su trayectoria profesional, él ya describía dicho proceso de ida y vuelta que era el resultado de su propio interrogatorio acerca de lo mejor para sus clientes. La inmediatez sobre el resultado de la intervención profesional es la que multiplica el debate interno, la reflexión y el posible cambio de visión del profesional, sobre la conveniencia o no de una actuación u otra, así como la búsqueda de otras alternativas, la generación de nuevo conocimiento, etc.; el bucle debía ser constante. En sus propias palabras, lo definía de la siguiente manera «[...] hacer mi propia interpretación de esas ideas, en lugar de simplemente aceptar las interpretaciones de los fundadores de estas escuelas» (White, 2002: 15-16).
El autor Pérez Soto refiriéndose a la construcción de la psicología como disciplina comenta que
En la ciencia lo que impera realmente es más bien una diversidad de programas de investigación que establecen no solo qué se entiende por objeto y problemática propia de la disciplina, sino, también, qué tipo de preguntas y qué tipo de procedimientos son aceptables, qué tipos de respuestas se consideran legítimas, qué debe considerarse como «realidades básicas», a partir de las cuales construir las respuestas a problemas concretos (Pérez Soto, 2009: 51-64).
Esta misma idea se puede adaptar según nuestro criterio a cualquier conocimiento, y en el caso que nos ocupa lo observaremos en la práctica narrativa o el trabajo social.
Centrándonos ahora en el enfoque narrativo, analicemos cómo se ha ido gestando su reflexión, en qué espacio profesional se ha producido. A nuestro entender, este no es otro que la práctica clínica, lugar de encuentro de muchas disciplinas, en donde se ha propiciado el debate, la multidisciplinariedad, la crítica, etc. Un espacio donde generar e interrogarse acerca de cómo es mejor un tipo de intervención u otra, una zona de trabajo donde han confluido conocimientos como la psiquiatría, la antropología, la biología, la psicología, la pedagogía, etc.
Y también encontramos el trabajo social, el casework,7 que ha dado nombres muy ilustres a la práctica clínica y ha aportado elementos a la reflexión y al análisis de lo que se ha dado en conocer como terapia familiar sistémica, base de grandes modelos de intervención terapéutica, fuente de la que han bebido en las últimas décadas muchas disciplinas. De hecho no podemos comprender lo que significa la PN si no hacemos un pequeño viaje por la evolución de este conocimiento.
Este ejercicio práctico ha generado un flujo constante de intercambios de propuestas de intervención que han enriquecido de forma sustancial todos los saberes sobre los que se fundó; la retroalimentación constante entre teoría y práctica ha propiciado una viveza única a este saber. Este lugar de encuentro que es el trabajo terapéutico, el trabajo social clínico lo entiende desde los intersticios, es decir, desde los espacios vacíos que genera el sufrimiento en la vida cotidiana. «El trabajo social clínico actúa desde la cotidianidad, desde conversaciones aparentemente inocuas y hasta banales, pero que van acercándose a las personas con respeto y firmeza» (Roscoe, Carson y Madoc-Jones, 2011). De hecho,
pueden trabajar en su despacho, con citas previas fijadas, o pueden trabajar desde el encuentro casual en un barrio, en un territorio compartido. Cuando el trabajador social clínico, conversa, tiene un modelo teórico, con incidencias micro y macro, que enfoca una luz particular sobre las necesidades, dificultades, problemas o conflictos (Cardona y Campos, 2009),
y sobre el sufrimiento psicosocial (Ituarte, 1992).
Pero bajemos ahora a intentar conocer todo el entramado que la práctica clínica con familias desarrolló en los últimos cincuenta años y cómo ha forjado muchos marcos interpretativos y operativos. Describamos, pues, esta reflexión que desencadenó la construcción de la PN. Su inicio lo situaremos con el cuestionamiento de un relato alternativo al imperante originado en los años cincuenta sobre la práctica psiquiátrica psicoanalítica y conductista de aquellos años en los hospitales psiquiátricos, con escasos resultados, especialmente en enfermos esquizofrénicos. En aquel entonces varios países occidentales habían comenzado a mejorar la vida de la población psiquiátrica hospitalizada. Esta situación dio paso a que varios gobiernos impulsaran estudios dirigidos a encontrar nuevos tratamientos. En ellos se comienza a vislumbrar la relevancia de la familia del esquizofrénico para su tratamiento. Es en ese contexto donde comienza a generarse la terapia familiar.
Para explicar esto, en el marco de unas jornadas sobre formación en terapia familiar en la ciudad de Valencia en la década de los ochenta, el psiquiatra y psicoterapeuta Ricardo Sanz (2006) afirmaba que la terapia sistémica responde al intento de los profesionales de dar una respuesta más ajustada a los problemas de sus clientes y sobre todo para aquellos casos en los que no se ofrecían respuestas adecuadas a los problemas de los clientes o no les reducían su malestar.
La ruptura con otros modelos anteriores –especialmente el psicoanálisis, que contaba con una larga tradición en la aproximación intrapsíquica– llevará a tener que replantearse todo lo establecido hasta el momento, desde quién es ahora el cliente (individuo o familia), el tipo de relación, etc. Sin duda, en la década de los sesenta estos planteamientos suponen una auténtica renovación del ejercicio de la terapia, y dan a luz a diferentes corrientes, técnicas e instrumentos generados por aquellos insatisfechos con los modelos predominantes de la época. Esta visión queda fielmente reflejada en la siguiente ilustración.
La figura 2 describe la visión de Sanz, que argumenta que el inicio del trabajo sistémico con familias es un conglomerado de técnicas y formas de trabajo desde diferentes postulados, siendo el casework social uno de ellos. Esta suerte de instrumentos técnicos impone una forma de mirar diferente, ya que la fuerza de la reflexión es la que crea conocimiento, la técnica solo los aplica. La acción de una técnica dura solo su ejecución, mientras que la acción de una profesión trasciende los hechos, si esta produce modificaciones en la realidad que aborda (Kisnerman, 1985).
Figura 2. Bases del trabajo con familias
Fuente: R. Sanz Pons. Universidad de Valencia, 2006.
Esta advertencia se une a otras, como la reflexión que encontramos en los años cincuenta de Milton Erickson,8 que avisaba sobre aquellos procesos terapéuticos donde el cliente era lo suficientemente prescindible para el tratamiento de su patología, resultando central su queja y sintomatología para el desarrollo de una terapia (O’Hanlon, 1993). Parecía necesario, pues, pasar de una amalgama de instrumentos técnicos a gestionar la terapia desde un proceso donde el cliente no fuera prescindible. Como iremos viendo con el tiempo y debido al inconformismo de los profesionales pasó a estructurarse en torno a dos grandes modelos, el comunicacionalismo y el modelo estructural (Linares, 1997).
En estos inicios la situación del cliente y su problema eran enmarcados por el terapeuta dentro de su propio modelo epistemológico. De tal modo que todo lo que el cliente pudiera expresar de sí mismo era traducido por el profesional como un elemento más que confirmaba el diagnóstico y a la vez su propia teoría del problema. Este trabajo terapéutico llevaba al camino de la imposibilidad del cambio en el cliente, situación que Erickson se explica desde los problemas que el terapeuta debe sortear a la hora de hacer terapia y no como un fenómeno que se entiende desde el cliente. Algunos psicoterapeutas explicaban esta situación atribuyendo al cliente una resistencia al cambio (Gómez y Gómez, 1994).
Desde esta situación, Erickson promovía la flexibilidad, la singularidad y la individualidad. La genialidad de su trabajo se encuentra en la utilización de los recursos interiores, considerándolos únicos de cada persona, para encarar creativamente los problemas de la vida de todos los días. Su intervención variaba con cada paciente. Subrayaba la originalidad de cada individuo, que, motivado por necesidades personales y defensas idiosincráticas, requería maneras originales de abordaje en vez de estilos ortodoxos, poco imaginativos y doctrinarios. Esto supone un proceso de terapia a la «medida del cliente». Subraya así la singularidad de los procesos terapéuticos desde la particularidad de cada cliente. Así pues, cada terapia debe ser diferente debido a que cada cliente ha tenido experiencias, contextos, recursos y desafíos desiguales.