4,99 €
Este libro es el alegato de Richard Malka en el juicio de apelación por el atentado del 7 de enero de 2015 que diezmó a la redacción de Charlie Hebdo. El autor se pregunta qué fue del islam entre los siglos VII y XI, desgarrado entre la razón y la sumisión. Ganaron los radicales, que ordenaron el Corán y las palabras del Profeta y oprimieron a sus enemigos, sobre todo a los musulmanes moderados, los músicos, los artistas, los filósofos, los librepensadores, las mujeres y las minorías sexuales.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 61
Veröffentlichungsjahr: 2025
Richard Malka
Tratado sobre la intolerancia
Traducción: Leopoldo Kulesz
Diseño de tapa: Osvaldo Gallese
Fotos del autor en solapa: © JF PAGA
Título original: Traite sur l’intolerance
© 2019. Editions Grasset & Fasquelle
© 2025. Libros del Zorzal, SL
España
<www.delzorzal.com>
ISBN 978-84-129825-0-3
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.
Índice
Para ir más lejos | 45
Cronología de los acontecimientos 2004-2022 | 47
Bibliografía | 51
Alegato pronunciado el 17 de octubre de 2022 en nombre de Charlie Hebdo ante el Tribunal Especial en lo Penal de París, en apelación del juicio por los atentados de enero de 2015.
Qué sentido tiene alegar una vez más…
Qué sentido tiene repetirme al infinito cuando durante quince años he dicho todo lo que tenía para decir, desde todos los ángulos posibles, sobre la libertad de expresión, la necesidad de la blasfemia, la historia de Charlie Hebdo y de las caricaturas.
Lo dije en el juicio de las caricaturas de Mahoma en 2007, luego en la apelación en 2008, luego durante innumerables juicios, luego hace dos años, extensamente en primera instancia; defendí a Mila y a Baby Loup,1 escribí artículos, publiqué libros, participé en conferencias, debates, entrevistas… ¿Qué sentido tendría volver sobre lo mismo?
Ustedes conocen mis argumentos, y mis amigos de Charlie Hebdo me han oído desarrollarlos en demasiadas ocasiones. Además, como he dicho desde el principio, no estoy aquí para abrumar a los acusados. Entonces, ¿qué sentido tiene alegar nuevamente?
Ya he dicho todo sobre Charlie Hebdo. Pero lo esencial aún no lo he dicho.
Fue el nombre de esta sala de audiencias lo que me mostró el camino.
La sala Voltaire para el juicio final del atentado contra Charlie Hebdo.
Voltaire… El crítico de las religiones, el espíritu libre, el revolucionario, aquel cuyo diccionario filosófico fue quemado en la hoguera del Chevalier de La Barre, el autor del Tratado sobre la tolerancia y de la obra de teatro El fanatismo o Mahoma el profeta, que ya nadie se atreve a representar en casi ningún lugar del mundo. Aquel que no dudaba en afirmar, en una época en la que esto implicaba la muerte, la cárcel o el exilio mucho más que ahora, que el cristianismo era la “religión más ridícula, más absurda y más sanguinaria que jamás haya infectado el mundo”, o incluso “la superstición más infame que jamás haya embrutecido a los hombres y desolado la tierra”.
Así es como se atrevían a hablar de las religiones en el siglo xviii. Es uno de aquellos a quienes les debemos poder vivir libres. Pero ya no lo sabemos, lo hemos olvidado.
Y es en esta sala Voltaire donde tres siglos más tarde se juzga la tragedia de Charlie Hebdo. Señor presidente, señoras y señores del Tribunal, señoras y señores del Colegio de Abogados… Es como creer en la existencia del Gran Relojero.2
La realidad es que hasta la fecha, a pesar de todas mis intervenciones, sólo me he dedicado a alegar acerca de las consecuencias del terror y apenas a rozar la causa, porque la causa da miedo y es muy delicado evocarla.
Alegar sirve para eso. Para nombrar la causa, claramente, sin circunloquios, como seguramente habría hecho el hombre cuyo nombre lleva esta sala. No tengo su genio, pero al menos debemos intentar ser dignos de él.
¿Y por qué nombrar la causa? Porque el pensamiento viene del lenguaje. Si no se la nombra, no se puede razonar. Si no se establece el diagnóstico de una enfermedad, no se tiene ninguna posibilidad de encontrarle cura. Y las matanzas continuarán, inexorablemente.
Entonces, ¿cuál es esta causa que ha matado a todos aquellos de los que hemos estado hablando durante las últimas seis semanas, así como a 130 personas el 13 de noviembre, 86 en Niza y decenas de millones más durante siglos? Tiene nombre: es el acusado que jamás comparecerá ante el tribunal, a pesar de que es el que transforma a seres humanos ordinarios en autores de crímenes, cada uno más monstruoso que el anterior, hasta el punto de disparar a quemarropa a un niño de 3 años con un chupete en la boca y a una niña de 8 años —me refiero evidentemente a Mohammed Merah3— o hasta el punto de cortarle la cabeza a un profesor. Este acusado mata indiscriminadamente a cristianos, judíos, musulmanes, ateos y, sin embargo, se supone que su nombre no debería pronunciarse nunca. Él es quien condicionó a los Kouachi4 para que cometieran sus crímenes el 7 de enero de 2015.
En esta sala, tenemos que nombrarlo y mirarlo a la cara: se llama Religión. Es mi acusado.
No soy yo quien está inventando un combate; no tuve nada que ver con eso, no está fuera del expediente, está delante de nuestros ojos, alcanza con no mirar para otro lado, atrevernos a mirar la realidad de frente. Son los propios autores de estos crímenes los que lo gritan y lo corean.
Por miedo, por culpa o por cálculo electoral, algunos no quieren oírlos o buscan excusas sistemáticamente, apresurándose a proclamar que esos asesinos no saben lo que dicen, que han perdido la razón, que son lobos solitarios o bárbaros. No, saben lo que hacen, lo reivindican, están orgullosos de ello. Basta con no negarlo:
•“Hemos venido a vengar al Profeta”, anunciaron los hermanos Kouachi.
•“Allahu akbar, el Profeta fue vengado”, gritaban.
•“Hay que leer el Corán”, le ordenaron a Sigolène Vinson.5
•“Hemos vengado al profeta Mahoma”, repitieron tres veces tras la masacre.
¿Cómo podría ser más claro? ¿Qué más necesitamos entender? ¿Cómo podemos no cuestionar la religión, cómo podemos fingir que no tiene nada que ver, salvo para fingir que no nos hemos enterado?
Llevo casi ocho años obsesionado con estas reivindicaciones. Todos los días. Es el móvil del crimen y es explícito: el respeto al Corán y la venganza del Profeta. La acción de estos terroristas está motivada por el islam —lo dicen— y, más precisamente, por una visión del islam.
Hablo de una creencia, no de los creyentes. Hablo de una visión del islam, no de los musulmanes. Una visión dogmática, cuyas principales víctimas son en primer lugar musulmanes, así como los soviéticos fueron las primeras víctimas del estalinismo.
La única intolerancia que Charlie Hebdo siente es hacia una ideología totalitaria que oprime a los pueblos. Ese es el sentido de las caricaturas.
Y si dejáramos de denunciar al islamismo, como nos piden algunas bellas almas del Collège de France, eso significaría que, con el pretexto de la tolerancia, tendríamos que abandonar a los seres humanos al terror religioso, en particular a las mujeres iraníes que son asesinadas cada día simplemente por luchar para obtener el derecho a quitarse el velo, a las mujeres afganas, a los homosexuales, a las minorías, a los poetas, a los abogados, a los periodistas, pero también a los simples adeptos de la razón y del matiz.
Sé muy bien lo que uno está casi condicionado a objetar cuando no lo niega: se trata de una visión pervertida, marginal, fanática del islam, que no representa nada. No hace falta insistir en ello. Todos queremos creerlo, porque nos tranquiliza.
El problema es que es falso. Es un diagnóstico falso. Estas palabras suenan huecas. Esta visión no tiene nada de anecdótica ni de marginal.
Por supuesto, hay otras que comparten cientos de millones de musulmanes de todo el mundo, que desearían vivir su religión en paz sin la referencia constante a la visión de los Kouachi y, sobre todo, sin las privaciones a la libertad que supone.