El derecho a cagarse en dios - Richard Malka - E-Book

El derecho a cagarse en dios E-Book

Richard Malka

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"Lo nuestro es reír, dibujar, gozar de nuestras libertades, vivir con la cabeza muy alta frente a los fanáticos que querrían imponernos su mundo de neurosis y frustraciones, en conjunto con universitarios cebados de comunitarismo anglosajón e intelectuales, herederos de aquellos que apoyaron a algunos de los peores dictadores del siglo XX, de Stalin a Pol Pot. "Lo nuestro es pelear […] para seguir siendo libres. Nosotros y los que nos sucederán. Esto es lo que se juzga hoy. "Y seguir siendo libres implica poder seguir hablando libremente sin ser amenazados de muerte, asesinados por un Kalashnikov o decapitados". Este libro es el alegato de Richard Malka, abogado de Charlie Hebdo, en el juicio por los atentados del 7 de enero del 2015 en los que fueron asesinados muchos de los integrantes de la revista. En su intervención en este juicio histórico, el autor describe el camino del mal y las ideologías que lo alimentan. Cada palabra pesa, golpea o aporta dulzura cuando evoca el nombre de los desaparecidos, sus plumas y sus pinceles. Más que un alegato, este libro es un elogio de la vida libre, alegre y esclarecida.

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Richard Malka

El derecho a cagarse en Dios

Traducción: Alberto Torrego Salcedo

Título original: Le droit d’emmerder Dieu

© 2021. Editions Grasset & Fasquelle

Diseño de tapa: Enric Jardí Soler

Foto de autor en solapa: © JF PAGA

© 2022. Libros del Zorzal, SL

España

<www.delzorzal.com>

978-84-19496-71-3

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Impreso en España / Printed in Spain

Índice

La historia de las caricaturas | 14

La historia de la blasfemia | 25

La historia de Charlie | 36

Los acusados | 42

Los que avivaron las brasas | 46

Cronología de los acontecimientos 2004-2020 | 63

Siempre escribo mis alegatos. Y este más que ningún otro. Llegado el momento, hay que ajustar, improvisar según las circunstancias de la audiencia, la hora, la escucha; hay que olvidar determinados párrafos, desarrollar otros según la inspiración del momento. Las condiciones en las que pronuncié estas palabras ante el Tribunal Penal de París permanecerán en mi memoria mientras viva. Existía, claro, una carga emocional en este juicio, que me afectaba muy de cerca, aplastante, terrorífica, y justo en el momento del alegato uno de los acusados se contagió de covid. Los aplazamientos de audiencia se sucedieron como un suplicio, semana tras semana, durante un mes. Y, por si esto fuera poco, las mascarillas en los rostros quitaban expresividad a las intervenciones y, peor aún, suprimían toda percepción de las expresiones de los magistrados, lo que daba la sensación de estar hablando en el limbo. Por último, todos estábamos agotados tras tres meses de una audiencia infestada de atentados y muertos. Así que lo acorté. La versión que presento aquí es más larga que la que pronuncié aquel viernes 24 de diciembre del 2020 por la tarde.

El tiempo que pasa, los contratiempos, los aplazamientos de audiencia, la indecencia de algunos, nada de esto puede cambiar la profundidad de nuestro dolor. El de vernos privados de la inteligencia, del talento, de la bondad y del humor de los que ya no están. Así que le buscamos un sentido como única manera de soportar la ausencia. Un sentido a lo que pasó y a este juicio. Y los dos están ligados de manera evidente.

Durante meses, me hice la misma pregunta sobre ese sentido y una y otra vez tropezaba con el mismo problema que resolví hace poco. Este juicio ha sido épico, trágico, atormentado y, en cierto sentido, novelesco. Ha desencadenado la furia del mundo entero, ha estado puntuado por atentados, nos ha dejado la palabra incandescente de las víctimas y nos ha extraviado en los laberintos de explicación de los acusados.

El principal sentido de este juicio es evidentemente juzgar a esos acusados. Mis colegas de la defensa nos lo recordarán con razón. Pero sería un error pensar que ese sentido es el único. No estamos en Estados Unidos, donde la parte civil está excluida del juicio penal y sólo tiene derecho a un juicio civil. En Francia, los legisladores eligieron otro sistema, y la parte civil está incluida en el juicio penal. A partir de entonces, lleva consigo su propia razón de ser. Y este tribunal ha dado a la parte civil el tiempo y el espacio necesarios para expresarse y reclamar una compensación. No creo que esto haga más liviano el dolor de las víctimas, pero resultaba indispensable hacerlo.1

El sentido de este juicio es también demostrar que el derecho prima sobre la fuerza. Todo esto sería ya suficiente para cualquier juicio, pero no para este, no con relación a los crímenes cometidos. Los atentados de Charlie Hebdo y del Hyper Cacher no son solamente crímenes. Tienen un significado, un alcance político, filosófico, metafísico. Los atentados cometidos por los hermanos Kouachi y por Amedy Coulibaly convergen en la misma idea. Son indisociables, han sido preparados juntos, comparten el mismo fin. Cuando Coulibaly mata judíos, no sólo mata judíos, mata al Otro. El judío es el Otro. En todas las latitudes, en todas las épocas de la humanidad, desde el antiguo Egipto a la Alemania nazi, de los guetos de Polonia a los barrios reservados del Magreb, pasando por los shtetls2 de Besarabia.

El judío es aquel que es diferente, que mantiene su identidad a través de los milenios. Es la idea de la irreductible singularidad, o sea, de la diversidad. Charlie Hebdo también es el Otro. Ese que es libre, libertario, que se expresa sin trabas y, aún peor, se ríe de todos aquellos cuyo pensamiento totalitario niega la diferencia. El sentido de estos crímenes es el aniquilamiento del otro, de la diferencia. Si no respondemos a esto, es que nos habremos detenido a mitad de camino, habremos sancionado el acto sin abarcar su real dimensión.

Pero ¿cómo abarcar esa dimensión cuando un tribunal de justicia no está hecho para proteger la libertad, la diversidad, sino sólo para apreciar elementos constitutivos de un crimen, una culpa, unas bases factuales?

Esta es la problemática del presente juicio, y la solución es bien simple. Ustedes han organizado esta audiencia en dos tiempos muy diferentes: el tiempo de las víctimas y el tiempo de los acusados. Del mismo modo, creo que hay que aceptar que no hay uno, sino dos juicios: el de los acusados y el de las ideas que se han querido asesinar y enterrar. Son los famosos “valores republicanos socavados” que evoca el presidente Hayat3 en la ordenanza que autoriza la grabación de este juicio.

Tales valores tienen su lugar en esta audiencia, le confieren una parte de su sentido. Estos crímenes no son crímenes como cualquier otro, y este juicio no puede ser un juicio como otro cualquiera.

No podemos limitarnos, como algunos querrían, a analizar las diferentes versiones, olvidos u omisiones de los acusados: no hay nada en el Código de Procedimiento Penal que impida tomar en consideración esta dimensión simbólica suplementaria; nada en el caso de la fiscalía, cuya palabra es libre; nada en el caso del tribunal, que dispone de un espacio de libertad en su motivación, y, claro está, nada para los abogados de la querella, que somos nosotros. Y mi papel como abogado de la persona moral de Charlie Hebdo, que es, para los fanáticos, el gran Otro maléfico, no será el de acusar a las personas a las que se juzga, sino el de ocuparse, casi exclusivamente, del segundo componente de este juicio.

Este papel no me llevará a alegar para las cámaras ni para la historia. La historia aquí no es cosa mía. Quiero alegar para hoy, no para mañana; para los hombres de aquí y de ahora, no para los historiadores del futuro. El futuro es como el cielo: virtual.

A nosotros y solo a nosotros corresponde comprometernos, reflexionar, analizar y, a veces, correr riesgos para seguir siendo libres, para ser lo que queremos ser. A nosotros y solo a nosotros corresponde encontrar las palabras, pronunciarlas, escribirlas, para tapar el sonido de los cuchillos en nuestras gargantas.

Lo nuestro es reír, dibujar, disfrutar de nuestras libertades, vivir con la cabeza muy alta frente a los fanáticos que querrían imponernos su mundo de neurosis y frustraciones, en coproducción con universitarios cebados de comunitarismo anglosajón e intelectuales, herederos de aquellos que apoyaron a algunos de los peores dictadores del siglo xx, desde Stalin a Pol Pot.

Lo nuestro es pelear, como dijo Riss, director de Charlie Hebdo, para seguir siendo libres. Nosotros y los que nos sucederán. Esto es lo que se juzga hoy.

Y seguir siendo libres implica poder continuar hablando libremente sin ser amenazados de muerte, asesinados por un Kalashnikov o decapitados.

Mientras se desarrollaba este juicio, un docente fue cortado en dos (lamento estas palabras, pero este es el horror al que hemos llegado). Mientras se desarrollaba este juicio, mataron en una basílica y mutilaron de manera atroz en la calle Nicolas-Appert.4 Amenazaron, adjuntando fotos, a dirigentes de Charlie Hebdo en varios comunicados, uno de ellos de Al Qaeda.

El mensaje de los terroristas es claro. Nos dicen: “Vuestras palabras, vuestras indignaciones, vuestra resistencia no sirven para nada. Seguiremos matándoos”. Nos dicen: “Vuestros jueces, vuestros juicios, nos tienen sin cuidado, no los reconocemos y seguiremos matándoos. Vuestras leyes dan risa. Sólo respondemos a las del Cielo y no tenemos miedo a morir. Preferimos la muerte a la vida”. Nos piden que renunciemos a la libertad, porque con un cuchillo y un fusil ellos serían más fuertes que 66 millones de franceses, un ejército y una Policía. Es el arma del miedo, para hacernos abandonar un modo de vida construido a lo largo de los siglos.

Por eso, la pregunta evidentemente es: “¿Cómo responderles?”.

Y todos los días leo editoriales, peticiones, artículos de grandes filósofos, de sociólogos, de bellas almas, e incluso de una antigua candidata a las elecciones presidenciales, que nos dicen que habría que abandonar el derecho a las caricaturas y el derecho a criticar libremente las religiones.

Pero ¿cómo pretender tal cosa con un mínimo de honestidad intelectual?

Hace unas cuantas semanas, hubo un atentado islamista en Austria. Sin embargo, no hay Charlie Hebdo en Austria, no hay caricaturas en Austria. Es uno de los últimos países europeos cuya legislación penaliza la blasfemia. No hay en Austria ni laicismo ni pasado colonial. Sin embargo, han sufrido un atentado. ¿A qué habrían tenido que renunciar los austriacos?

En Mozambique, a principios de noviembre, cincuenta jóvenes musulmanes fueron decapitados por una filial de Al Qaeda. Esos pobres desdichados no estaban caricaturizando al profeta ni leyendo Charlie Hebdo