Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera - Sarah Morgan - E-Book
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Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera E-Book

Sarah Morgan

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Beschreibung

Un amor arriesgado Desde que se conocieron, la doctora Ally McGuire y el doctor Sean Nicholson formaron un equipo explosivo. Sean estaba deseando que aquello continuara fuera de la clínica, pero no quería compromiso de ningún tipo y Ally no aceptaba una breve aventura. Y tampoco quería correr el riesgo de enamorarse hasta que, tras una inesperada noche de pasión, se quedó embarazada… El príncipe y la camarera Cuando Holly, una inocente camarera, cae en los brazos de Casper, el príncipe responde a su fama de mujeriego acostándose con ella… y echándola luego de su lado. Ella está embarazada, y, aunque él está furioso, el protocolo real exige que la convierta en su esposa. Holly ha conseguido la boda de sus sueños; solo Casper sabe que la primera obligación de su esposa tendrá lugar durante la noche de bodas…

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Seitenzahl: 331

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 227 - noviembre 2020

 

© 2000 Sarah Morgan

Un amor arriesgado

Título original: Worth the Risk

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2008 Harlequin Books S.A.

El príncipe y la camarera

Título original: The Prince’s Waitress Wife

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2001 y 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-924-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Un amor arriesgado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

El príncipe y la camarera

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ALLY estaba helada.

La noche anterior, sentada frente a la chimenea, un paseo por la montaña le había parecido una gran idea. Solitario. Vigorizante. Bueno para su alma. Algo para lo que ya apenas tenía tiempo. El parte meteorológico había anunciado una temperatura agradable…

¿Cómo podía equivocarse tanto? Si alguna vez ella hacía un diagnóstico tan desacertado, la demandarían inmediatamente, pensó, cubriéndose las orejas con el gorro de lana.

Resignada, se metió dos dedos en la boca para lanzar un silbido y esperó hasta que una bola de pelo apareció entre la niebla y paró frente a ella, moviendo alegremente la cola.

–No sé por qué estás tan contento, yo estoy a punto de congelarme. Venga, vámonos a casa –dijo, acariciando al animal. Pero al darse la vuelta, algo la dejó paralizada. Su perro lanzó un gruñido–. ¿Tú también has oído eso?

Ally aguzó el oído, pero no escuchó nada. Solo el viento, que ululaba con fuerza.

¿Había sido el viento o un grito de ayuda? Aunque era arriesgado, decidió subir para comprobarlo. Cuando llegó al punto más alto del camino, se dejó caer de rodillas sobre el borde del barranco y miró hacia abajo.

–¿Está loca?

–Pero oiga…

Alguien la tomó por los hombros para echarla hacia atrás, dejándola tumbada en el suelo.

Cuando abrió los ojos, Ally se encontró con un par de largas y fuertes piernas masculinas. Parpadeando, vio un anorak oscuro, un mentón cuadrado y un par de ojos negros que relampagueaban, furiosos.

¿Furiosos con quién? ¿Con ella?

Con el corazón acelerado, se levantó sin aceptar la mano que el extraño le ofrecía.

–¿Qué demonios estaba haciendo?

–¿Usted qué cree? –replicó Ally, indignada.

–¿Pensaba suicidarse?

–¡No diga tonterías! Me había parecido oír un grito.

–¿Y pensaba tirarse de cabeza para investigar?

–No iba a caerme…

El hombre la tomó por la muñeca y la acercó al barranco.

–¿Ve eso? Si hubiera dado un paso más, estaría con ellos en el fondo.

Ally soltó su mano de un tirón.

–Mire, yo sé bien lo que hago… Un momento, ha dicho «ellos». Entonces, ¿usted también lo ha oído?

–Sí. Hay dos chicos ahí abajo. Estaban escalando.

–¿Escalando en esta época del año? Cuando llueve, esta montaña es muy peligrosa –dijo Ally, incrédula.

El hombre se quitó una mochila que llevaba a la espalda.

–Son unos críos. Probablemente, no sabían lo que estaban haciendo.

–Pues tendremos que ir a buscar ayuda.

–Desde luego –murmuró el hombre, mirándola de arriba abajo.

Ally apartó la mirada, incómoda. En los ojos de aquel hombre había algo que la hacía sentir como una adolescente. Y ella no era una adolescente; era una mujer de veintiocho años, médico de profesión.

El extraño tenía unos ojos preciosos. Ojos oscuros de hombre. Unos ojos en los que cualquiera podría perderse.

–Tenemos que llamar al equipo de rescate, pero no he traído mi móvil.

–Yo sí, pero no hay cobertura. Lo mejor será que baje usted a buscar un teléfono.

–¿Y qué va a hacer usted mientras tanto?

–Bajar y hacer lo que pueda por ellos.

–¿Va a bajar solo?

–¿Quiere que me baje alguna oveja conmigo?

Ally apretó los dientes.

–Lo que sugiero es que quizá sea mejor esperar al equipo de rescate.

–Tardarían demasiado –dijo él, sacando una cuerda de la mochila–. Esos chicos morirán de frío si esperamos más.

Ally se pasó una mano enguantada por las mejillas. La temperatura estaba bajando por segundos.

–No puede bajar solo. Es muy peligroso.

–¿Tiene una idea mejor?

El corazón de Ally se paró un momento cuando el extraño se quitó el gorro de lana. Era guapísimo. Tenía el pelo oscuro y una boca de labios firmes y masculinos. Le parecía tan guapo que no podía apartar la mirada… pero ella nunca se quedaba mirando a los hombres. Especialmente a los hombres guapos.

–Lo que va a hacer es muy arriesgado. ¿Cómo puede estar tan tranquilo?

–¿Preferiría verme muerto de miedo? –sonrió él, poniéndose un casco que sacó de la mochila–. Mientras el viento no sople con más fuerza… Pero no creo que puedan rescatarlos con un helicóptero.

–Esperaré hasta que llegue abajo y así podrá decirme en qué estado se encuentran.

–Muy bien. ¿Dónde está el resto de su grupo?

–No he venido con ningún grupo. Estoy sola con mi perro.

–¿Sola? –repitió él–. ¿Con este tiempo?

–Sí.

–¿Dando un paseo por la montaña con esta niebla? Está usted loca.

–Usted también está solo, si no me equivoco –replicó Ally, irritada–. Y a punto de bajar por el barranco sin ayuda de nadie.

–Eso es diferente.

–¿Por qué usted es un hombre y yo una mujer?

–Algo así –contestó él, sonriendo. Una sonrisa que, curiosamente, calentó a Ally por dentro.

Si enfadado le había parecido guapo, cuando sonreía era un pecado.

–Es usted un poco machista, ¿no le parece?

–Supongo que sí. Pero no es muy sensato dar un paseo por aquí con esta temperatura. Además, está sola y el mundo está lleno de pervertidos.

–Voy equipada para el frío y mi perro se encarga de los pervertidos –replicó Ally–. Y cuando deje de decirme lo que tengo que hacer, quizá podamos seguir adelante con el plan de rescate.

–¿El plan de rescate? Pensé que había venido con un grupo. Estando sola no me servirá de nada.

–¿Ah, no? Muchas gracias.

–Lo siento, pero estando sola es más un problema que una ayuda.

–¿Cómo dice? –exclamó ella, indignada.

–No necesito que una rubia me distraiga cuando me juego la vida. La misma razón por la que no creo que las mujeres deban entrar en el ejército. Los hombres siempre intentan protegerlas y así no pueden hacer su trabajo.

Ally se quedó muda. ¿De dónde había salido aquel bárbaro?

–Mire, no hace falta que me proteja de nada. Yo me protejo solita.

–Pues lo siento, pero no pienso dejar que baje usted sola.

–¿Que no va a dejarme? Llevo toda mi vida paseando por esta montaña y nunca me ha pasado nada –dijo Ally, pensando que aquella discusión era surrealista.

–Ha tenido suerte.

–¿Cómo se atreve a hacer esa clase de juicio? ¡Ni siquiera sabe si soy rubia!

El hombre miró el gorro de lana, que ocultaba por completo su pelo.

–Es verdad –asintió, sonriendo–. Pero yo sé mucho de rubias. Solo las rubias tienen los ojos de color violeta.

Que sabía mucho de rubias… Lo que una tenía que oír.

–¿Y por ser rubia soy tonta? Es usted el tipo más machista y más ridículo que he conocido en mi vida.

–A mí también me gusta usted –sonrió él, mirando hacia el barranco.

–Mire, conozco bien esta montaña y puedo ayudarlo. Se lo aseguro –dijo Ally, intentando tener paciencia.

–Mide usted un metro cincuenta y debe pesar cuarenta kilos. ¿De dónde va a sacar fuerza para subir a esos chicos?

–No hacen falta músculos para rescatar a alguien.

–¿No? ¿Y si alguno de ellos se ha roto una pierna y hay que subirlo a peso?

Ally tuvo que contar hasta diez. Y luego hasta veinte.

–Podría ayudarlo, pero si no quiere, es su problema. En cualquier caso, alguien tiene que ir a buscar al equipo de rescate y lo haré yo.

El extraño volvió a sonreír.

–Por encima de mi cadáver.

Ally apretó los dientes. La idea era muy atractiva.

–Este no es el mejor sitio para bajar con una cuerda.

–¿Va a decirme cómo hacerlo? –preguntó él, irónico.

–Sí –contestó Ally.

–Pues dígame.

Algo le decía que aquel cavernícola conseguiría bajar por muy difícil que fuera. Pero él no conocía el terreno tan bien como ella y sería estúpido intentarlo en aquella zona.

–No puede bajar por ahí. Hay una cascada de seis metros y no podrá agarrarse a nada.

Él la estudió en silencio durante unos segundos.

–¿Ha bajado usted alguna vez?

–Pues sí. ¿Lo sorprende? Y mi pelo rubio no me dio ningún problema.

–¿Es montañera? –insistió el extraño.

Ally parpadeó varias veces, haciéndose la tonta.

–Sí. Y si me concentro mucho, incluso puedo leer y escribir.

–Vale, vale. Puede que me haya equivocado…

–¿En serio? Mire, ya me he hartado de sus comentarios –lo interrumpió ella entonces–. Para su información, mido un metro sesenta y cinco, soy una mujer muy fuerte y puedo bajar a pedir ayuda sin torcerme un tobillo –añadió. Sin esperar una respuesta, Ally se dio la vuelta y señaló unas piedras planas–. Enganche ahí la cuerda.

El hombre la miró de arriba abajo.

–¿Es usted hija única?

–¿Perdón? –preguntó ella, sorprendida.

–Seguro que es hija única.

–¿Por qué dice eso?

–Porque, después de tener una hija como usted, ninguna madre querría arriesgarse –bromeó el extraño–. O es hija única o es la pequeña.

Ally soltó una carcajada. A su pesar.

–Soy la pequeña. ¿Quiere que baje con usted?

–¿Lleva casco?

–No.

–Entonces, se queda aquí. Si está segura de que no va a perderse, supongo que puede bajar a buscar ayuda.

–¿Perderme? Su opinión sobre las mujeres es ridícula. ¿Por qué piensa de esa forma tan anticuada?

–¿Por qué? Podría darle una lista de razones –sonrió él.

Ally decidió no replicar al tonto comentario. Discutir con aquel hombre era una pérdida de tiempo.

–Sabe que no hay que mover a un herido a menos que sea absolutamente necesario, ¿verdad? –preguntó, cambiando de tema.

–¿También quiere darme una lección de primeros auxilios?

–Soy médico –suspiró Ally, impaciente.

–¿Médico?

–¿Qué pasa? ¿No cree que las mujeres puedan ser médicos?

–Yo no he dicho eso.

No, era cierto. Y, a juzgar por el brillo de sus ojos, empezaba a pensar que la estaba tomando el pelo.

–¿Lo ayudo con la cuerda?

–No, gracias –sonrió él–. Por cierto, yo también soy médico, así que puede estar tranquila.

¿Tranquila? ¿Cómo iba a estar tranquila con un hombre que, más que un médico, parecía un actor de cine?

Ally lo observó atarse la cuerda alrededor de la cintura y sujetarla a unas ramas.

–¿Seguro que puede hacerlo solo?

–Sí. Lo he hecho muchas veces.

–Tenga cuidado. Es una bajada difícil.

–Lo tendré –murmuró el extraño, mirándola a los ojos–. ¿Seguro que puede bajar sola? La verdad es que no me hace mucha gracia…

–Hágame un favor. Baje de una vez –lo interrumpió ella. ¿Por qué lo encontraba tan atractivo? Si se pusiera un taparrabos, sería el perfecto retrato de un cavernícola–. ¿Tiene prejuicios con todas las mujeres o solo con las rubias?

Él sonrió de tal forma que su indignación se derritió tan rápido como un helado en un microondas.

–No me malinterprete. Siempre me han gustado las rubias. En su sitio, claro.

–No me lo diga. Y su sitio es atadas al fregadero, ¿verdad?

–Oh, no. Si usted fuera mía, no perdería el tiempo en la cocina –sonrió él, perverso.

Si fuera suya…

Ally miró los ojos oscuros, sorprendida. Pero ella no era suya. Y no tenía intención de serlo. Ella tenía a Charlie. La vida no era muy emocionante, pero sí tranquila y apacible.

–Un comentario muy original –replicó, intentando disimular su turbación.

–No se enfade. Enviar a una mujer sola por esta montaña ofende mi sentido de la caballerosidad. Aunque sea una mujer muy valiente.

–Pues la caballerosidad no va a salvar a esos chicos –dijo ella, acariciando la cabeza de su perro–. Esperaré hasta que baje.

Él asintió con la cabeza y Ally intentó no parecer impresionada cuando lo vio bajar como un profesional. Sin duda sabía lo que hacía. Y, sin duda, habría sufrido un infarto si la hubiera visto bajar a ella cuando era pequeña. Unos minutos después, oyó voces en el fondo del barranco.

–¡Ya los tengo! Uno de ellos tiene la clavícula fracturada y el otro, un par de costillas rotas. Vaya a buscar al equipo de rescate, pero tenga cuidado.

–De acuerdo –gritó Ally.

Después empezó a bajar por el camino, intentando ver entre la niebla.

¿Llegarían a tiempo para salvar a esos chicos?

 

 

Una hora después, estaba de vuelta con el equipo de rescate. Cuando consiguieron subir al primero de los chicos en una camilla sujeta por cuerdas, Ally se quedó boquiabierta.

–¡Andy! ¿Qué ha pasado?

–Lo siento mucho, doctora McGuire…

–Siéntelo por ti, no por mí –suspiró ella.

–¿Quién es el otro chico? –preguntó Jack Morgan, el jefe del equipo.

–Pete Williams –contestó Andy.

–¡Pete! –exclamó Ally, acercándose al borde del barranco. Podía oír por radio que había problemas para subirlo porque tenía varios huesos rotos.

Conocía a Pete desde que era niño. Tenía diabetes y parecía querer probarle a todo el mundo que eso no era obstáculo para hacer las mismas cosas que sus compañeros de instituto. Era un habitual de las escayolas, pero en aquel momento estaba gravemente herido.

–Va a ser difícil subirlo sin la ayuda de un helicóptero, pero con esta niebla es imposible –dijo Jack.

Quince minutos después, lograban subir la segunda camilla.

–Gracias a Dios –murmuró Ally.

–¿Nicholson?

–Hola, Jack –lo saludó el extraño, quitándose el casco.

–¡Sean Nicholson! ¡Qué alegría verte!

–¿Os conocéis? –preguntó Ally, calándose el gorro sobre las orejas para protegerse del frío.

–Desde luego. Pero cuando me dijiste que había un machista insoportable intentando bajar al fondo del barranco, no imaginé que sería Sean Nicholson.

–Muchas gracias, Jack –murmuró ella, haciendo una mueca.

–¿Cómo estás, Sean? –preguntó Jack, abrazando a su amigo–. ¿Y qué haces aquí?

–Estoy en el sitio equivocado, como siempre –contestó él, quitándose un guante para examinar al chico–. Este chaval no está bien. Tiene una contusión, varias costillas rotas y la tibia fracturada.

–¿Algo más?

–Está al borde de la hipotermia. Lo hemos cubierto con una manta, pero hay que llevarlo al hospital inmediatamente. Estaba intentado escalar con zapatillas de deporte.

–¿Zapatillas de deporte? ¿Por qué no se quedan en casa viendo la televisión? –exclamó Jack, irritado.

–Es miércoles. No hay nada en la tele –intervino Ted Wilson, el más bromista del grupo.

Ally se puso de rodillas, al lado del muchacho.

–Pete… Pete, ¿me oyes?

El chico no contestó. Su palidez era impresionante.

–¿Lo conoce? –preguntó Sean.

–Sí. Es uno de mis pacientes.

–¿Chicos del pueblo? –murmuró Jack, sacudiendo la cabeza–. Increíble. Ahora, además de los turistas, tenemos que rescatar a los de casa.

Ally hubiera querido decirles que Pete solo intentaba probar que era un chico como los demás, pero era más importante reanimarlo.

–¿Pete? –lo llamó, dándole golpecitos en la cara. El muchacho abrió los ojos poco a poco–. Vamos a llevarte al hospital. No te preocupes.

–Deberías regañarlo, Ally –dijo, Jack, tomando la radio para dar órdenes.

–Lo siento –murmuró el chico, haciendo un gesto de dolor. Tenía los labios amoratados y respiraba con dificultad.

–¿Algún problema? –preguntó Sean, arrodillándose a su lado.

–No puedo… –empezó a decir Pete, abriendo la boca para buscar aire. Parecía muy asustado.

–No pasa nada –dijo Ally–. Tranquilízate.

–Tiene varias costillas rotas –murmuró Sean.

Y una de esas costillas podría haber perforado un pulmón. No lo dijeron, pero los dos pensaban lo mismo.

–¿Qué ocurre? –preguntó Jack.

Sean se levantó para explicarle la situación mientras Ally examinaba al chico. Cuando desabrochó la cazadora y le vio el cuello, su corazón se encogió al comprobar signos de neumotórax.

–Tiene desviada la tráquea. Hay que llevarlo al hospital inmediatamente –explicó en voz baja, apartándose un poco.

–No hay tiempo –dijo Sean–. Se ahogaría antes de llegar. Hay que abrir una vía de aire.

–¿Y qué sugieres? –preguntó Jack.

–Tendremos que perforar la cavidad torácica.

–Llevamos equipo para ello, pero no lo he visto hacer nunca –dijo Jack.

–Pues quédate por aquí. Hoy es tu día de suerte –sonrió Sean, intentando disimular su preocupación.

–¿Qué más necesitas?

–Anestesia y un bisturí.

–No puede hacer eso. Es demasiado arriesgado hacerlo aquí… –protestó Ally.

–¿Alguna sugerencia? –preguntó Sean, quitándose los guantes.

–No –murmuró ella, mirando al chico–. Pero estamos muy lejos del pueblo. Podría morir…

–Si no hacemos nada, morirá seguro. Mírelo, no puede respirar.

–Pero esa es una técnica de emergencia…

–Esta es una emergencia –la interrumpió Sean.

Quizá tenía razón. Quizá no había alternativa.

¿Cuál sería su especialidad?, se preguntó Ally. No parecía nervioso a pesar de las condiciones en las que tendría que operar.

–Muy bien. Adelante.

–Necesito oxígeno, Jack.

–Ahora mismo –murmuró el hombre, que volvió un segundo después con una mascarilla–. ¿Queréis Entonox?

–En este caso, no –contestó Ally–. ¿Hay otro anestésico?

–Iré a ver –contestó el jefe del equipo. Unos segundos después, volvía con una jeringuilla y un frasco–. ¿Este vale?

Ally miró la etiqueta.

–Sí. Menos mal –suspiró. Tenía los dedos helados, pero debía inyectar la anestesia–. Jack, aprieta aquí –dijo, señalando el brazo de Pete.

El hombre obedeció y Ally buscó una vena.

–No podemos quitarle toda la ropa. Está congelado –murmuró Sean.

–Jack, ¿tienes unas tijeras?

Un segundo después, Ally cortaba el jersey y la camiseta para dejar al descubierto la zona en la que tendría que practicar la incisión.

–Vamos a hacer un pequeño corte. No es nada, Pete… ahora podrás respirar bien.

Ally observó cómo hacía la incisión y después, insertaba un dedo en ella.

–¿Para qué haces eso? –preguntó Jack.

–Para comprobar que el pulmón no está pegado al músculo –contestó Ally, sin soltar la mano del chico.

–Ya está –murmuró Sean, insertando una cánula de aire en la incisión.

–Tose, Pete –dijo Ally, observando las burbujas de aire que salían por la cánula. Después de toser, el chico parecía respirar con menos dificultad.

–Muy bien. Tenemos que mantener la cánula en su sitio. Si no, no servirá de nada –ordenó Sean.

Jack asintió con la cabeza.

–Sin problema. Uno de nosotros la sujetará durante todo el camino para que no se mueva. Buen trabajo, Sean.

Ally sujetó la cánula con esparadrapo, sonriendo. Jack tenía razón. Sean había hecho un buen trabajo. Y, a juzgar por la tranquilidad con la que se lo tomaba, debía haberlo hecho muchas veces.

–No sé cuál es su especialidad, pero seguro que no es la obstetricia –dijo, sonriendo.

–¿No cree que pueda traer un niño al mundo?

–Era una broma. Ha sido impresionante, doctor Nicholson.

–¿Impresionante para un machista insoportable? –sonrió él.

–Admito que quizá me he equivocado. Pero le recuerdo que usted me engañó con sus comentarios sobre las mujeres.

–Es verdad. Estamos en paz.

Ally apartó la mirada, incómoda. Nunca había conocido a un hombre que la hiciera sentir tan mujer como Sean Nicholson. Para disimular su agitación se concentró en Pete, mientras el equipo de rescate preparaba todo lo necesario para el descenso.

–Parece que ahora respira bien.

–Me alegro de que no se perdiera en la niebla –dijo Sean entonces.

Jack miró de uno a otro, divertido.

–¿Perderse Ally? ¡Lo dirás de broma! Era miembro del equipo de rescate hasta que…

–Estamos preparados, Jack –lo interrumpió Ally, para evitar que le diera detalles de su vida privada.

–¿Estaba en el equipo de rescate?

–Sí. Aceptan rubias, ¿sabe?

Los ojos de Sean brillaron de admiración.

–Ally estuvo en el equipo mucho tiempo –volvió a intervenir Jack–. Conoce esta montaña como la palma de su mano. No se perdería aunque le taparan los ojos.

–¿Taparle los ojos? Eso no suena nada mal –sonrió Sean, mientras se ponía los guantes–. Bueno, chicos, vámonos.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TARDARON más de una hora en llegar hasta la ambulancia que los esperaba abajo, donde Sean supervisó la colocación de las camillas.

Ally observó el perfil del hombre, la nariz recta, el mentón cuadrado…

–Guapo, ¿eh? –bromeó Jack. Ella sonrió, esperando no haberse delatado.

–Si te gustan los anuncios de colonia masculina…

–¿Cómo?

–Ya sabes, esos modelos que se tiran al agua, saltan de un avión y escalan montañas para llegar hasta su amada.

–Ah, claro. Sí, ese es Sean. Las mujeres se vuelven locas por él.

Ally podía creerlo. No habría una sola mujer que no encontrase atractivo a Sean Nicholson.

Como si los hubiera oído él se volvió y después de darle las últimas instrucciones a los enfermeros, se acercó a ella.

–Adiós, Jack.

–Ah, vale. Entiendo la indirecta –rio el hombre.

Ally se envolvió en la chaqueta, no sabía si para protegerse del frío o de Sean.

–¿De qué conoces a Jack?

La sonrisa se borró del rostro masculino.

–No quiero hablar de eso.

–¿No?

–No.

–¿Y de qué prefiere hablar, doctor Nicholson?

–De nosotros –contestó él, quitándole el gorro de lana. Como había supuesto, una cascada de rizos dorados cayó sobre sus hombros–. Tenía razón… a medias. Rubia, pero no tonta.

Ally respiró profundamente.

–Mire…

–Quiero volver a verte, Ally –dijo él, tuteándola por primera vez.

Los ojos del hombre atraparon los suyos y el corazón de Ally dio un vuelco. Sean Nicholson no perdía el tiempo.

–¿Por qué? –preguntó, aparentando indiferencia–. ¿Necesita lecciones de escalada o de primeros auxilios?

Sean soltó una carcajada.

–No. La necesito a usted, doctora McGuire.

–¿Y qué pasa con lo que yo quiero, doctor Nicholson?

Sean la miró de arriba abajo, en un gesto de masculina apreciación que la dejó muda.

–Tú quieres exactamente lo mismo que yo. Pero no tienes el valor de admitirlo.

No era verdad. Ella no lo necesitaba. Solo necesitaba a Charlie. Algo seguro y estable, sin la sensación de peligro que transmitía aquel hombre.

–Estás asumiendo que no tengo ninguna relación.

–¿La tienes?

–Sí.

–¿Y te deja pasear sola por la montaña? Lo que debería hacer es protegerte.

–Muchas gracias, pero no necesito que me protejan –replicó ella.

–Yo no opino lo mismo.

–¡Sean, nos vamos! –gritó Jack.

–Terminaremos esta conversación en otro momento –dijo entonces Sean, antes de volverse hacia la ambulancia.

¿Qué había querido decir con eso?, se preguntó Ally. No habría otro momento. No quería volver a verlo más. Sean Nicholson la hacía sentirse frágil y vulnerable, hacía que sus emociones aflorasen a la superficie, emociones que llevaban mucho tiempo escondidas. Y con las que no quería enfrentarse. Ella tenía a Charlie, una vida tranquila… Y eso era lo que quería. ¿O no?

 

 

–Mamá, ¿es verdad que le has salvado la vida a dos chicos?

–¿Quién te ha dicho eso? –preguntó Ally.

–El tío Jack –contestó la niña, metiendo la manita en el paquete de cereales.

–¡Charlotte McGuire, eso es asqueroso! –exclamó su madre, quitándole los cereales–. Si tienes hambre, come una tostada.

–Las tostadas me dan asco –protestó la cría, abriendo mucho sus ojitos azules.

Ally respiró profundamente, recordándose a sí misma que la mesa no debería nunca ser un campo de batalla.

–Ayer sí te gustaban.

–Pues hoy no –replicó Charlie–. Bueno, me comeré una. Pero si me la haces en forma de casa. ¿Por qué no se murieron?

Con paciencia, Ally recortó la tostada en forma de casita con tejado.

–¿Quién?

–Los chicos –contestó Charlie–. El tío Jack le dijo a la abuela que habían tenido suerte de que tú pasaras por allí o se habrían muerto.

–No deberían haber estado paseando por la montaña sin un buen equipo –contestó su madre, llevando los platos al fregadero.

–¿Y por qué se iban a morir?

Ally apretó los dientes. Iba a tener que hablar seriamente con Jack.

–Porque hacía mucho frío, cariño. Pero ya están bien, así que olvídate del asunto y prepárate para ir al colegio.

–Karen no se pone la chaqueta para salir al recreo. ¿Se va a morir de frío?

–No, tonta –rio Ally–. No es lo mismo. Esos chicos se habían caído a un barranco y en la montaña hace mucho más frío que aquí. Venga, ve a lavarte los dientes o llegaremos tarde.

Charlie salió corriendo de la cocina y Ally suspiró, aliviada. Tener una hija de cinco años a veces era una bendición, pero otras…

Unos minutos después, detenía el coche frente a la casa de los Walcott.

–Buenos días –la saludó Tina.

–Hola, Tina. Muchas gracias por llevar a Charlie al colegio.

–No me cuesta nada. Venga, vete a trabajar. Y no olvides la fiesta de Halloween el sábado. ¿Vas a venir?

–Yo no puedo, pero mi madre llevará a la niña –contestó Ally.

Se sentía afortunada por tener una amiga que llevaba a Charlie al colegio para que ella pudiera ir a trabajar. Sus padres iban a buscarla por las tardes y se quedaban con ella hasta que salía de la clínica. Afortunadamente el director, Will Carter, era un hombre comprensivo y, en general, todo funcionaba perfectamente, aunque le hubiera gustado pasar más tiempo con su hija.

Una sensación de tristeza la envolvió entonces, pero Ally sacudió la cabeza. No tenía elección. Hacía lo que podía en sus circunstancias, sencillamente.

Cuando entró en la clínica, se encontró con Will.

–Buenos días. ¿Cómo está tu niña?

–Muy preguntona –sonrió Ally.

–Y cada día será peor.

–¡No me digas eso! –rio ella. A punto de retirarse de la profesión, Will Carter había establecido una clínica en Cumbria que todo el mundo admiraba. Sin él, nunca habría podido superar el trauma que había rodeado el nacimiento de Charlie. –Hay una fiesta de Halloween el sábado y todos los niños están locos de alegría.

–¿No trabajas el sábado?

–Sí, pero no importa. Charlie irá con mi madre.

–¿Seguro?

–Seguro, pero gracias por preguntar.

Sabía que Will le daría el día libre si se lo pedía, pero no pensaba hacerlo. El director de la clínica ya había hecho más que suficiente por ella.

–Hablando del sábado. Tony Masters piensa dar una cena y he pensado…

–La respuesta es no –lo interrumpió ella. Siempre pasaba lo mismo. Ante la menor oportunidad, Will se ponía a hacer de Cupido–. Ya sé lo que vas a decir y te lo agradezco. Pero no necesito pareja.

El hombre la miró con expresión preocupada.

–Ally, eres joven y no deberías enterrarte en vida por Charlie.

–Mi hija y yo estamos estupendamente –replicó ella, colgando su abrigo en la percha.

–No es verdad. No haces vida social, no sales con nadie. Sé que tienes problemas económicos por culpa de ese canalla…

–Soy una mujer independiente y eso es lo único que importa –volvió a interrumpirlo Ally–. Un niño no necesita lujos, necesita cariño y atención. Charlie y yo somos felices, así que no te preocupes.

–Pues estoy preocupado –insistió Will–. Deberías salir con alguien que cuidase de ti.

–¿Cuidar de mí? No he conocido a ningún hombre que quiera cuidar de mí y de mi hija. Y nos cuidamos muy bien solas.

–Te mereces mucho más… –empezó a decir el hombre, con tristeza.

Ally lo besó en la mejilla.

–Tú eres encantador, Will, pero no hay muchos hombres como tú.

–Pero si yo conociera a alguien…

–Por favor, déjalo ya. Yo soy feliz y Charlie también. No necesito nada más –dijo Ally, abriendo la puerta de su consulta.

–Vale, vale. Lo siento –se disculpó Will–. Pero no te vayas todavía. Tengo que consultarte sobre un paciente.

–¿Paciente tuyo o mío?

–Tuyo. Anoche tuve que ir a visitar a Kelly Watson. Sufrió un ataque de asma.

–¿Otra vez? Es el segundo esta semana. ¿Está ingresada?

Will asintió, pasándose la mano por el cabello gris.

–He hablado con el responsable de cardiorespiratorio y me han dicho que van a aumentar la dosis de corticoides.

–Ya estaba tomando una dosis razonable…

–Eso si la estaba tomando –la interrumpió Will–. Yo creo que no.

–¿Por qué una niña de nueve años no iba a tomar la medicación que le han prescrito?

–No lo sé –contestó el director de la clínica, con expresión preocupada–. Pero si la estuviera tomando no creo que hubiera sufrido el segundo ataque. ¿Por qué no hablas con Lucy?

Lucy Griffiths, la enfermera de la clínica, conocía mejor a los pacientes que los propios médicos.

–Lo haré. Y también habrá que comprobar si Kelly sabe inhalar bien.

–Muy bien. ¿Alguna noticia sobre Pete Williams?

–¿Cómo sabes lo de Pete?

–Nunca intentes ocultarle algo al viejo Will –sonrió el hombre–. Me encontré con Jack anoche y me contó la historia.

Ally recordó de nuevo a Sean Nicholson. Pero sería mejor pensar en otra cosa.

–Pensaba contártelo hoy.

–Pete es un buen chico, pero hace cosas que… –empezó a decir Will.

–Lo sé. Hablaré seriamente con él cuando esté recuperado.

–Vale. Ah, por cierto… ¿comemos juntos? Tenemos que hablar sobre ciertos asuntos que conciernen al trabajo en la clínica.

¿Qué asuntos serían esos?, se preguntó Ally, sorprendida.

Antes de entrar en su consulta, pasó por la sala de enfermeras para hablar con Lucy.

–Me han dicho que Kelly Watson está teniendo problemas.

–Me temo que sí. Dicen que van a aumentar la dosis de corticoides, pero yo no creo que esa sea la solución. ¿No te parece?

Ally frunció el ceño, pensativa.

–¿Hemos comprobado si sabe inhalar bien?

–Sí. Lo comprobé durante el último ataque.

–Entonces… ¿tú qué crees? –preguntó Ally.

–Yo diría que es algo que tiene que ver con su madre.

–¿Con su madre? ¿Qué quieres decir?

La enfermera empezó a golpear el escritorio con el bolígrafo.

–No estoy segura, pero la madre de Kelly no quiere que le aumenten la dosis de corticoides.

–Bueno, eso es relativamente normal. A nadie le gusta que sus hijos tomen tantas medicinas.

–No es eso… –empezó a decir Lucy. Pero no terminó la frase–. En fin, no sé. Habrá que esperar.

–Muy bien. Nos veremos más tarde.

Ally fue a su consulta y pasó la mañana viendo pacientes con catarro, infecciones de oído, dolores de cabeza… Pero, entre paciente y paciente, encontró tiempo para llamar al hospital y preguntar por Pete. El chico se encontraba mejor, afortunadamente.

La paciente que entró entonces era una mujer de treinta años que había tenido mellizos un par de meses atrás.

–Hola, Jenny, ¿cómo están los niños?

–Dando mucha guerra –sonrió la joven–. No puedo dejarlos solos ni un minuto.

–Te creo –dijo Ally, recordando sus primeros meses con Charlie. Había sido maravilloso, pero también una pesadilla. Tantos traumas, tanto miedo…

–Ahora están con mi madre –dijo Jenny–. He venido porque me ha salido un lunar en la pierna y como dicen que hay tanto cáncer de piel…

Jenny se bajó los pantalones y Ally examinó el lunar con expresión seria. Era más grande de lo normal y tenía los bordes irregulares, signos que sugerían un posible melanoma.

–¿Tomas mucho el sol, Jenny?

–No demasiado, doctora McGuire –contestó la joven–. Pero me gusta estar morena.

–¿Cuándo fue la última vez que tomaste el sol?

–Hace un año, cuando Mike y yo fuimos de vacaciones a la playa. Volvimos morenísmos… ¿Para qué lo mide?

–Has hecho bien acudiendo a la consulta. Es mejor examinar estos lunares que aparecen de repente.

–¿Es malo?

–No lo sé, pero hay que extirparlo.

Jenny tragó saliva.

–¿Cree que es un cáncer?

–Es imposible saberlo antes de hacer una biopsia.

–¿Pero cree que podría serlo?

–Es posible –admitió Ally.

–¿Y si lo es?

–Jenny, no pasa nada. ¿Por qué no esperas a ver los resultados del laboratorio antes de preocuparte?

La joven respiró profundamente.

–Muy bien. ¿Cuándo podrán quitármelo? No voy a pegar ojo hasta entonces…

–Llamaré al doctor Gordon y te darán hora para esta misma semana.

–¿Tendré que quedarme ingresada?

–No. Este tipo de lunar se extirpa con anestesia local.

Jenny se levantó de la camilla.

–Muchas gracias, doctora McGuire.

Ally la observó salir de la consulta, sintiéndose repentinamente deprimida. Jenny era una chica joven con dos niños recién nacidos…

Sin esperar un segundo, llamó a la secretaria del doctor Gordon y pidió hora para su paciente. Se le había pasado la mañana volando y cuando miró su reloj, se dio cuenta de que llegaba tarde a la comida con Will.

–Hola. Siento llegar tarde… –Ally no terminó la frase al descubrir que, sentado al lado del director de la clínica, estaba Sean Nicholson, que observaba su reacción con una sonrisa.

–Te estábamos esperando. Quiero presentarte al nuevo interino –dijo Will.

–Ya nos conocemos –sonrió Sean.

Ally sintió un ataque de pánico. No quería trabajar con aquel hombre. Sean Nicholson la hacía sentir… la hacía sentir…

–No sabía que os conocierais.

Ella no confiaba en la inocente expresión de Will. Además, se había encontrado con Jack y él tenía que haberle hablado de Sean. Seguro. Aquella era otra de sus trampas para buscarle novio.

–Nos conocimos en la montaña –explicó Sean–. Ally me dio consejos sobre cómo bajar por una cuerda.

Will Carter sonrió.

–Excelente. No se me había ocurrido pensar cuántas cosas tenéis en común. Así será más fácil que tengáis una buena relación profesional.

¿Buena relación profesional? Ally no se veía teniendo una buena relación con aquel hombre ni aunque viviera cien años.

Él era todo lo que odiaba en un hombre: arrogante, machista… y terriblemente atractivo. ¿Trabajar con él? ¡Nunca! Sean Nicholson la hacía sentir como una mujer y esos eran sentimientos que Ally había desterrado tiempo atrás.

–¿No vas a comer, Ally? –preguntó Sean entonces con una sonrisa.

–Creí que no te gustaban las mujeres médicos –dijo ella, intentando disimular su turbación–. Especialmente las mujeres rubias.

–Al contrario. Me gustan mucha las mujeres médicos, especialmente si son rubias.

Ally se mordió los labios cuando vio el brillo burlón en los ojos del hombre. Pero aquella vez no caería en su trampa.

–Sean va a ayudarnos hasta que encontremos a alguien que ocupe el puesto de Tim. Y un médico como él es justo lo que necesitamos –dijo Will.

–Puede que Ally no esté de acuerdo –sonrió Sean–. Ella cree que soy un machista insoportable.

–Yo diría que lo eres un poco. Tantos años en el ejército…

–¿En el ejército? ¿Estudiaste medicina en el ejército? –preguntó Ally.

–No. Primero estuve en el ejército y luego estudié la carrera.

Podía imaginarlo en el ejército. Con el pelo muy corto, los rasgos cuadrados y la nariz recta parecía un oficial de película.

–¿Cuál es tu especialidad?

–Traumatología.

Una pregunta tonta, pensó entonces, recordando lo que había hecho con Pete. Eso explicaba su habilidad y su confianza.

–¿Vas a llevar la consulta de urgencias?

–Eso parece.

Ally se encogió de hombros filosóficamente. Necesitaban a alguien en urgencias y no era una consulta con la que ella tuviera mucha relación.

–Tu experiencia nos vendrá muy bien.

Will asintió, entusiasmado.

–Tendremos la consulta de urgencias abierta todos los días y así los pacientes no tendrán que desplazarse hasta el hospital. Sean es la persona perfecta.

–Es solo de forma temporal, Will…

–Claro, claro.

Sean soltó una carcajada.

–Eres un manipulador.

–Desde luego que sí. Haría lo que fuera para conseguir lo que quiero. Y te quiero a ti en mi clínica –rio el hombre.

–Yo diría que una consulta de urgencias en un pueblo pequeño es poca cosa para alguien que ha llevado un departamento de traumatología –intervino Ally.

Sean se encogió de hombros.

–Yo también lo pensaba antes del rescate del otro día. Pero ahora creo que hay muchas posibilidades. Temporalmente, claro.

Afortunadamente, Sean Nicholson no pensaba quedarse allí mucho tiempo.

–He llamado al hospital y me han dicho que Pete está muy bien.

–Mejor de lo que merece. Es un insensato –dijo él.

Ally pensó en Pete y en todos los problemas con los que el pobre chico había tenido que enfrentarse.

–No lo juzgues hasta que lo conozcas mejor. Puede que se arriesgase por una buena razón.

Como probarle a todo el mundo que podía hacerlo, que era un chico como los demás.

Sean negó con la cabeza.

–Podrían haberse matado.

Y, de hecho, si no hubiera sido por la habilidad de Sean, Pete habría muerto, pero Ally no podía soportar que hiciera juicios sobre alguien a quien no conocía.

–Tuvo mala suerte.

–Fue un inconsciente –corrigió él–. No debería haber subido a la montaña en esas condiciones. Y tú tampoco.

–¿Va a decirme lo que debo hacer, doctor Nicholson? –preguntó ella, irónica.

–Alguien debería hacerlo. Una mujer tan frágil como tú, paseando sola en medio de la niebla…

–¿Frágil? –lo interrumpió ella, sonriendo. Will parecía encantado con la discusión, algo que no le pasó desapercibido–. El tamaño no tiene nada que ver, lo que importa en la montaña es la experiencia. Además, llevaba a mi perro y un equipo adecuado.

Sean la miró con una intensidad que la dejó sorprendida.

–Si fueras mi mujer, no te habría dejado ir.

El corazón de Ally dio un salto dentro de su pecho.

–Pero es que no soy su mujer, doctor Nicholson –replicó, escondiendo las manos para que no viera que estaba temblando. ¿Qué demonios le pasaba con aquel hombre? Ella no quería ser su mujer, no quería ser la mujer de nadie. Todos los hombres que había conocido en su vida eran iguales, egoístas y mezquinos.

Y Sean Nicholson no era diferente.

–¿Tú sabías que pasea sola por la montaña? –le preguntó a Will.

–Ally conoce la montaña como la palma de su mano –contestó el hombre.

–¿Y por eso puede salir a dar un paseo sola en una montaña cubierta de niebla?

–Ally es muy sensata, Sean –sonrió Will–. Y, además, tiene a Héroe.

–¿Héroe?

–Su pastor alemán.

–¿Tu perro se llama Héroe? –rio Sean.

–Pues sí –contestó Ally, irritada.

Era increíble que aquel hombre estuviera hablando sobre lo que ella debería o no debería hacer.

–Da igual. Con perro o sin perro, no debería ir sola a la montaña.

–Intenta detenerla –rio Will.

–¿Te importaría dejar de hablar de mí como si yo no estuviera aquí? –se quejó Ally, indignada–. ¿De qué os conocéis, por cierto? ¿Y por qué conoces al equipo de rescate?

–Porque crecí aquí –contestó Sean, muy serio.

–¿Y?

–¿Y qué doctora McGuire?

–¿No vas a contarme nada más? –preguntó ella, sorprendida–. ¿Fuiste al colegio con Jack? ¿Will te trajo al mundo?

Will Carter dejó de sonreír.

–No sabía que estuvieras tan interesada en mí –dijo Sean, con expresión tensa.

–Solo intentaba mantener una conversación.

Estaba claro que Sean Nicholson no quería hablar sobre su pasado.

–Sean es un pionero en ciertos tratamientos traumatológicos –intervino Will entonces, intentando disipar la tensión.

–Qué bien –murmuró Ally.

–¿Dónde vas a alojarte? –le preguntó Will.

–Aún no lo sé. Tendré que buscar casa este fin de semana.

El director de la clínica se concentró en su filete.

–Ally alquila una habitación.

–¡Will!

El hombre levantó la cabeza, fingiendo sorpresa.

–Tú me dijiste que buscabas un inquilino ahora que Fiona ha vuelto a Londres.

–Sí, pero… Fiona era comadrona y…

–Yo también puedo traer un niño al mundo si es necesario –la interrumpió Sean.

–No quería decir eso.

No pensaba tener a aquel hombre en su casa aunque le hiciera falta el dinero. Ni loca.

–No quieres que viva en tu casa –dijo Sean, mirándola con los ojos entrecerrados.