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Un país para narrar nos invita a adentrarnos en la exploración de un complejo y muy diverso universo narrativo —poco familiar para el lector cubano— desde la convicción de que conocer estas obras nos enriquece. Hace décadas viene desarrollándose fuera de la Isla un corpus literario escrito por cubanos o sus descendientes que aborda temas como la experiencia del exilio, la difícil adaptación a un medio cultural y lingüístico ajeno, el desarraigo, el problema de la identidad, y otros. Se trata de varias generaciones de escritores y escritoras cuya obra no puede ser pasada por alto al escribir la historia literaria de la nación. Respaldado por una sólida investigación y un vasto caudal de lecturas, este libro nos ofrece diversas interpretaciones e hipótesis, y hallaremos en él, sobre todo, una incitación a indagar más y abrirnos a nuevos modos de comprensión de nuestra literatura.
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Seitenzahl: 131
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Un país para narrar
Vitalina Alfonso
© Vitalina Alfonso, 2017
© Sobre la presente edición:
Editorial Letras Cubanas, 2017
ISBN: 978-959-10-2217-2
E-Book
Edición-corrección y diagramación: Sandra Rossi Brito
Dirección artística y diseño interior: Javier Toledo Prendes
Tomado del libro impreso en 2015
Edición y corrección: Rinaldo Acosta Pérez-Castañeda
Dirección artística y diseño: Alfredo Montoto Sánchez
Ilustración de cubierta: Esteban Machado Díaz (de la serie «Arcas de cubanía»)
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Autor
Vitalina Alfonso (La Habana, Cuba, 4 de septiembre de 1960). Ensayista y editora con una trayectoria importante en prestigiosas editoriales cubanas como Arte y Literatura, Letras Cubanas, o en labores de redactora en revistas especializadas como Casa de las Américas y Opción. Actualmente, es miembro del Consejo Asesor Editorial del Instituto Cubano del Libro y especialista principal en Ediciones Boloña, de la Oficina del Historiador de La Habana. Tiene en su haber más de cien libros editados de distintos géneros literarios e históricos.
Ha impartido conferencias y participado en numerosos ciclos, paneles, charlas y ferias del libro en Cuba, México, Estados Unidos, República Dominicana y Puerto Rico. Ha sido jurado en concursos literarios nacionales e internacionales y colaboraciones suyas han aparecido en publicaciones como Anales del Caribe, Casa de lasAméricas, Letras Cubanas, La Gaceta de Cuba, Archipiélago, Lectora, Revista deDones i Textualita, Letra del Escriba,Unión, La Siempreviva,Caribe. Revista de Cultura y Literatura,Caracol, entre otras.
En 1990 obtuvo mención en el concurso Caimán Barbudo, en el género de ensayo y premio de ensayo en el concurso Pinos Nuevos de 1993. En 2001 recibió el auspicio del Cuban Research Institute de Florida International University, para un proyecto de investigación sobre narradoras de la diáspora del Caribe hispánico y en ese mismo año obtuvo una de las Becas de Creación de la Asociación de Crítica de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. En 2009 obtuvo, nuevamente, una de las Becas de Creación de la Asociación de Crítica de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, por un proyecto de libro de ensayos sobre la diáspora literaria cubana. Es coautora de la antología Cuentos paraahuyentar el turismo. 16 autores puertorriqueños (1991) y compiladora y prologuista de El mundo y mi Cuba en el Diario (2015 y 2016, artículos escritos por Uva de Aragón para Diario Las Américas). Su labor escritural cuenta con los ensayos Narrativa puertorriqueña actual. Realidad y parodia (1994), Páginas recobradas (2014) y Un país para narrar (2015), así como el volumen de entrevistas Ellas hablan de la Isla (2002).
Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Sección de Crítica Literaria; de la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales y de la sección Cuba de LASA.
Un país para narrar nos invita a adentrarnos en la exploración de un complejo y muy diverso universo narrativo —poco familiar para el lector cubano— desde la convicción de que conocer estas obras nos enriquece.
Hace décadas viene desarrollándose fuera de la Isla un corpus literario escrito por cubanos o sus descendientes que aborda temas como la experiencia del exilio, la difícil adaptación a un medio cultural y lingüístico ajeno, el desarraigo, el problema de la identidad, y otros. Se trata de varias generaciones de escritores y escritoras cuya obra no puede ser pasada por alto al escribir la historia literaria de la nación. Respaldado por una sólida investigación y un vasto caudal de lecturas, este libro nos ofrece diversas interpretaciones e hipótesis, y hallaremos en él, sobre todo, una incitación a indagar más y abrirnos a nuevos modos de comprensión de nuestra literatura.
Agradecimientos
Cuando publiqué en el año 2002 Ellas hablan de la Isla,1 dediqué más de una página a reconocer las ayudas brindadas, en distintos órdenes, por todas aquellas personas e instituciones que propiciaron el feliz término de las entrevistas que ese libro recoge. El último párrafo de los agradecimientos se centró en los afectos y la solidaridad recibidos por familiares, amigos y colegas, tanto para el contacto directo con las entrevistadas como para la adquisición de sus bibliografías. Creo que fue el párrafo que escribí con más emoción, al evocar numerosos momentos de apoyo incondicional y confianza en mi proyecto.
Los distintos capítulos que componen el presente volumen no habrían podido ser escritos de no haber sido gratificada, nuevamente, con similares comportamientos. Algunos de aquellos colegas mencionados, con el paso de los años se volvieron, además, mis amigos y, por consecuencia, han seguido ocupando un sitio cimero en la ayuda para el envío de títulos y materiales necesarios para mis estudios. Otros colegas y amigos que no fueron mencionados, ya sea por no estar vinculados directamente a aquella etapa de mis investigaciones, o por aún no haber integrado la creciente lista de los del otro lado del mar, con sus ausencias-presencias, se han sumado hoy.
Valga, pues, una escueta pero imprescindible mención a: Iraida López, por brindarme una solidaridad a ultranza y compartir conmigo temas y obsesiones de partidas y regresos; Uva de Aragón y Carmen Duarte, otra vez, por mantenerme viva la obsesión de rescatar del olvido a los escritores ausentes; Cecilia Infante y toda su tribu, con sus puertas miamenses siempre abiertas para mí y siendo todos la gran familia; a Daisy Valls y Rita Martín, reencontradas con el mismo cariño y la complicidad de cubanía, después de más de veinte años de silencios; y a Esther Duarte, quien desde la infancia y juventud compartidas siempre estuvo, desde acá, pendiente de mis sueños y acciones literarias y hoy, desde Coral Gables, continúa estándolo.
1 La autora utiliza para referirse a Cuba, tanto en este título como en el texto del presente libro, el sustantivo Isla como antonomasia. (N. de la E.)
Palabras preliminares
¿Puede negárseles a los ya numerosos escritores que desde hace décadas residen fuera de la Isla y se identifican con orgullo como cubanos la integración de sus discursos a una totalidad literaria dispersa? ¿Cómo determinar cuánto de pertenencia o no tienen sus obras al corpus literario del país en que residen, en el que nacieron y ya no habitan, o en el que ni nacieron ni habitan, pero del cual se sienten herederos de sus tradiciones, adquiridas por vías familiares? Escribir en la lengua del país en que se formaron pero volcar en sus obras temas y universos imaginarios afines con los abordados por sus coetáneos en Cuba ¿acaso no incita a los investigadores y críticos a estudios comparatísticos? ¿Los tiempos en que vivimos no interconectan individuos y realidades muy distantes?
Estas y muchas otras preguntas, surgidas al calor de las lecturas de cuentos y novelas (géneros que prefiero por encima de todos, si de estudiarlos se trata, pero también por el puro placer de sumergirme en las anécdotas), y también en conversaciones enriquecedoras —y lacerantes, con cierta frecuencia— con amigos escritores que primordialmente residen en los Estados Unidos, siempre me han conducido a pocas y no convincentes respuestas.
Aun con la disminución creciente del aislamiento que pueda traer, sin duda, el reinicio de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, en nuestro país hay una mínima información sobre las diferentes generaciones de narradores que coexisten en territorio norteamericano, tanto de origen cubano como llegados allí con una formación académica recibida en la Isla. El conocimiento de sus obras nos enriquece, como a ellos lo que se escribe acá.
Compartir lecturas e incitar a la búsqueda de variadas teorías es el propósito de este libro. La secuencia de escritura responde al orden en que aparecen aquí los ensayos que lo integran. En su totalidad despliegan un abanico fragmentado y polémico de conceptos como patria, nación, literatura nacional, bordes… reelaborados mediante la ficción. De ahí el título escogido, quizás ambicioso y ambiguo, pero fue el que hallé más idóneo para resumir la unidad entre cada una de sus partes.
V. A
Contar como nuevo lo que sabemos de memoria.
Inventar lo que no hemos hecho,
Sonreír creyendo que hablamos un idioma raro.
Lo que importa es que nos atiendan como dioses.
Laura Ruiz,«Otros caminos a Santiago»
Los cubanos hemos vivido en sociedades con permanente vocación autoritaria. El discurso cultural dominante favoreció una cultura unitaria, unívoca y homogénea, donde el factor blanco-hispánico opacó la emergencia de otros factores diferenciadores. Se impone la recuperación del goce de la diferencia, de la diversidad y de lo heterogéneo. […] Uno de los peligros subyacentes del discurso totalitario se encuentra en la tipificación de la Nación como ente definido, necrosado en una concepción de destino trascendente realizado en lo extraordinario histórico y en una opacidad cotidiana. Superada esa aberración, la Nación deberá redefinirse como territorio en continuo proceso de definición, facilitando la acción de los múltiples vectores que confluyen en un suceder. Estos vectores, disímiles en sus razas, en sus hablas, en sus placeres, en los límites de sus cuerpos, como átomos sueltos, deberán ser los responsables únicos de una sociedad poliédrica.
Pío E. Serrano,«Álbum familiar»
Otro amanecer, lejos de saber
Si en mi Habana llueve aún […]
Mis amigos hoy
Son los emigrantes de cualquier lugar
Me pregunto aún si me quedarán
Cuerpos que abrazar allí.
Cada vez que pienso en alguien es
Un hermano que se fue
Cada vez que miro en mi interior
Siento el ansia de volver.
Iván Latour,«Otro amanecer» (canción)
Redescubrimiento de la infancia desde una mirada testimonial1
La escritura acerca de la propia vida del escritor, denominada en lo relativo a géneros literarios indistintamente como «autobiografía» o «memoria», tiene ya una perdurable y afianzada presencia entre los autores latinos, en su mayoría puertorriqueños, chicanos y cubanos, que residen en los Estados Unidos. La profesora y ensayista Iraida H. López ha observado2 cómo mediante la autobiografía se viabiliza literariamente para estos escritores algo que casi constituye un proyecto de vida, una «tarea» crucial y obsesiva: definir la identidad propia según el contexto específico e histórico vivido. En similar sintonía, pero circunscrita a los estudios de la diáspora literaria cubana, la ensayista Isabel Álvarez Borland3 sitúa las memorias publicadas entre finales de los años 90 y principios de los años 2000 como una de las expresiones literarias de lo que ella define como sensibilidad híbrida, dentro de la heterogeneidad de perspectivas, variedad temática y grupos generacionales que coexisten en los Estados Unidos, consecuencia de las distintas oleadas migratorias cubanas a lo largo de ya más de cincuenta años. Esta sensibilidad híbrida es atribuida por Álvarez Borland, en específico, a los escritores que llegaron allí adolescentes o preadolescentes y que, por consiguiente, se han desarrollado en dos culturas y en dos idiomas: en español y en inglés. Bilingües y biculturales, estos escritores necesitan de un balance entre la memoria del pasado y el presente anglosajón en que se desenvuelven. Solo este balance les permitirá la definición de sí mismos que comprende una dualidad cultural y hasta incluso una pluralidad, en consonancia con los nuevos tiempos.
Rememorar la infancia por estos escritores implica reinventarla verbalmente. Sumado al poco frecuente dominio de las dos lenguas por igual, la elección final de la empleada en la escritura está en consonancia con la concepción personal de identidad artística y, en no mucho menor grado, con la necesidad de insertarse en el mainstream literario. La elección trae aparejado el sacrificio de las posibilidades expresivas de una lengua en relación con la otra cuando el pasado del cual se quiere dar testimonio se ha vivido en una y su recreación artística se hace en otra, y esa una es precisamente la materna. En ella se vivió la infancia de la cual se quiere contar, y esta infancia es la fracturada por la salida intempestiva, la cargada de miedos y angustias que se convirtieron en elementos moduladores del carácter, etc. Pero también fue la de los sueños suplantados de un tirón por las expectativas que imponía la necesidad de supervivencia inmediata. Recordar la infancia implica tratar de comprender cómo dicha fractura ha afectado y/o enriquecido a un tiempo el desarrollo personal, esclarecer los conflictos llevados a la adultez; en esencia: redefinir sus identidades híbridas.
La década de los 90 del siglo pasado fue un período significativo en la publicación de memorias —y en su repercusión en la crítica—, debidas a autores cubanos que llegaron a los Estados Unidos en la niñez y en la adolescencia. Exiled Memories (1990), de Pablo Medina; Next Year in Cuba (1995, nominada ese mismo año para el Premio Pulitzer), de Gustavo Pérez Firmat, y Spared Angola: Memories from a Cuban Childhood (1997), de Virgil Suárez dan constancia de esta afirmación. Similares motivos temáticos y una recurrente y particular visión diaspórica que particulariza a la comunidad de cubanos del resto de los emigrantes caribeños asentados en los Estados Unidos, unifican estos tres textos mencionados. A grandes rasgos podemos señalar, entre otros, la despedida del país natal vista como suceso traumático perdurable, como instante preciso en que se inicia la fragmentación y el deterioro familiar; la certeza, desde una perspectiva dolorosa, de que la niñez vivida en la Isla no se asemejará a la de los descendientes; el afán de recuperación de sensaciones experimentadas durante la niñez (olores, colores, sabores), perdidas inexorablemente y evocadas desde una visión idílica; el recuento de la enajenación experimentada en el país adoptivo durante los primeros años, y el anhelo del regreso, postergado por tiempo indefinido. Para el resto de las comunidades diaspóricas el desplazamiento colectivo no significa exilio, este no necesariamente implica una desviación del curso normal de los acontecimientos, y a la patria de la infancia puede volverse sin obstáculos, lo que facilita la consolidación de una comunidad transnacional.
Nieve en La Habana. Confesiones de un cubanito y Miami y mis mil muertes. Confesiones de un cubanito desterrado
Según la actualización del año 2010 del Censo de Población de los Estados Unidos, ya residían allí 1 785 547 personas de origen cubano. Esta cifra, considerablemente alta dentro de los grupos inmigrantes de origen latino de ese país (el tercer grupo hispano), es el resultado de cuatro grandes oleadas migratorias definidas en fechas y políticas migratorias del país emisor y el receptor.4 Sin duda, dentro de estas cuatro etapas de desplazamientos distinguibles sobresale, por su carácter dramático, una subdivisión ocurrida durante la oleada iniciada en 1960, entre el 26 de diciembre de ese año y el 23 de octubre de 1962, y conocida internacionalmente como la Operación Peter Pan. Mediante un puente aéreo viajaron desde Cuba hacia Miami más de 14 000 niños como avanzada de sus familias, pero de ellos más de 800 se quedaron a la espera de sus padres en Miami por varios años como consecuencia de la cancelación por parte de los Estados Unidos de los vuelos entre los dos países. Múltiples secuelas psíquicas quedaron en estos niños y de ello se ha hecho eco la literatura de los cubano-americanos en casi todos los géneros, pero hasta la fecha los libros de memorias Nieve en La Habana. Confesiones de un cubanito,5 y Miami y mis mil muertes. Confesiones de un cubanito desterrado,6 ambos de Carlos Eire (1950), son uno de los más conmovedores testimonios de ese hecho histórico.