Una escapada a Escocia. La novela más conmovedora y reconfortante del año - Julie Shackman - E-Book

Una escapada a Escocia. La novela más conmovedora y reconfortante del año E-Book

Julie Shackman

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Beschreibung

Cuando la aldea más dormida de Escocia se convierte en el centro de los cotilleos, Layla Devlin se ve envuelta en un misterio. Cuando el prometido de Layla sufre un inesperado ataque al corazón y muere, nada menos que en brazos de otra mujer, Layla está dispuesta a hacer las maletas y abandonar Loch Harris, el pueblo al que siempre ha considerado su hogar. Pero una herencia inesperada y el amor por su tranquilo rincón de Escocia la llevan por otro camino. Hay rumores de que una celebridad se ha mudado a Coorie Cottage y Layla está decidida a que encabece la noche de inauguración de su local de música The Conch Club. Pero la solitaria estrella está igualmente decidida a frustrar los esfuerzos de Layla. Rafe Buchanan se esconde por una razón, y pronto su pasado viene a Loch Harris para atormentarlo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

Una escapada a Escocia

Título original: A Secret Scottish Escape

© 2021 Julie Shackman

© 2023, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Publicado por One More Chapter, una división de HarperCollins Publishers Ltd, UK.

© De la traducción del inglés, HarperCollins Ibérica, S. A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers Limited, UK.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

 

Diseño de cubierta: CalderónSTUDIO®

 

ISBN: 9788410021037

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Capítulo 62

Capítulo 63

Capítulo 64

Capítulo 65

Capítulo 66

Capítulo 67

Capítulo 68

Capítulo 69

Capítulo 70

Epílogo

Agradecimientos

1

 

 

 

 

 

—Mac, ¡lo has vuelto a hacer! —Sonreí al móvil—. Te has olvidado el cuaderno.

Miré alrededor hasta que encontré su diario encuadernado en cuero sobre la mesita de cristal. Junto a él había una fotografía enmarcada de los dos a orillas del lago.

El pelo castaño de Mac estaba salpicado de algunas canas y nos habíamos estado riendo al hacernos un selfi improvisado. Sus ojos caídos, de color azul claro, se arrugaban contra la luz del sol y yo estaba acurrucada contra él, con mis pecas asomándose por mi nariz y mis mejillas.

Mi padre, Harry, solía mirar con recelo a Mac cada vez que nos visitaba.

—¿No te molesta la diferencia de edad, Layla? —siseaba por la comisura de los labios—. Quiero decir, este viejo solo tiene un año menos que yo.

Hice una pausa antes de volver a hablar por el móvil. Mi anillo de compromiso de morganita en oro rosa destellaba al mover las manos.

—De todos modos —continué, volviendo a centrar mi atención… en el buzón de voz de Mac—, espero que la reunión con tu agente vaya bien, aunque te hayas dejado el cuaderno. Llámame cuando termines. Te quiero.

Colgué y me acerqué a mi escritorio, un antiguo mueble de roble situado en la otra punta de la sala de estar de mi casita. A través de las ventanas de guillotina pintadas de color crema se veían las aguas del lago Loch Harris a lo lejos.

En una mañana despejada de abril como esta, entre la maraña de bosques que la rodeaban, alcanzaba a vislumbrarse la singular mancha de la barca de un pescador. De la tierra brotaban matas de narcisos, como trompetas de limón.

Loch Harris era el epítome de la escarpada y misteriosa belleza escocesa, con sus viejas casitas de piedra, iglesias con vidrieras y un ecléctico puñado de tiendas. Era un destino popular para los turistas, gracias a sus innumerables y espectaculares paseos, así como a la extensión del espejo del lago y al mágico espectáculo de la cascada de Galen, situada a solo quince minutos en coche.

Mac y yo vivíamos en la que originalmente había sido mi casa de la infancia, antes de que mi familia se desintegrara. Cuando yo tenía siete años, mi madre, Tina, decidió que la vida le debía mucho más de lo que Loch Harris podía darle, y desapareció de nuestras vidas.

Durante los últimos veintidós años, ella había sido esa entidad extraña y desconocida que me enviaba alguna que otra tarjeta de cumpleaños y de Navidad de su vida en Londres y, para ser sincera, yo estaba más que contenta de que siguiera siendo así.

Papá me había criado solo, aunque con el apoyo de mis difuntos abuelos paternos.

Aún recuerdo, a pesar de la ausencia de mi madre, cómo esta casita encalada reverberaba con el sonido de la música. Desde muy pequeña, recuerdo los discos de mi padre esparcidos por la alfombra del salón y a él limpiando con orgullo las fundas de los discos.

«Olvídate de las joyas —me decía—. Estos son los únicos tesoros que necesitarás».

Eric Clapton era el héroe de mi padre; de ahí que me pusiera el nombre de la canción más famosa de Clapton.

Cuando le dije a mi padre que quería tener mi propia casa, se conformó con dejar atrás los dolorosos recuerdos de mi madre e insistió en que me quedara en la casa de campo. Se instaló en la casa de mis abuelos, que estaba un poco más abajo.

Me recogí un mechón de mi ondulado pelo castaño claro detrás de la oreja y me desplacé con el ratón por los nuevos mensajes que habían aparecido en la bandeja de entrada del correo electrónico.

Tenía un par de fechas límite: una era la reseña de un libro para un periódico vespertino de Glasgow, y la otra era la redacción de una entrevista que había realizado a una escritora holandesa de novelas policiacas para una revista digital.

La procrastinación es el enemigo cuando eres escritor autónomo.

Al ir a coger un bolígrafo del portalapices, vi la letra fina, como patas de araña, y crítica de Mac. Había escrito una nota improvisada en un trozo de papel.

 

Hendry levantó la pistola con los nudillos blancos. Fragmentos del amanecer resaltaban la parpadeante silueta del asesino…

 

Mac estaba trabajando en su próximo thriller político, actualmente titulado Injusticia.

Aunque llevaba varios años cosechando un éxito impresionante, incluso el gran Mac Christie, con su sonrisa afable y su encanto fácil, dudaba a veces de sí mismo.

Cuando se sentaba a escribir en el dormitorio de invitados, a menudo lo oía golpear con el puño el escritorio, y a continuación una cacofonía de palabrotas salía por la puerta.

Jugueteé con mi anillo de compromiso antes de abrir YouTube y hacer clic en algunas de mis canciones favoritas para escucharlas mientras trabajaba.

Mientras que Mac solo podía escribir en silencio, yo, por mi parte, descubrí que trabajaba de forma más productiva cuando me ponía letras que me llegaban al corazón.

—¿Tienes que tener eso a tanto volumen, Layla? —Mac gritaba desde el otro lado del pasillo—. Esto no es el O2 Arena.

A menudo soñaba despierta con tener mi propio local de música. Cuando se lo conté a Mac, me dijo:

—¡Ugh! No con ese rock maniaco, ¿verdad? Podría entender un club de jazz tranquilo, pero no el sonido de cuando están torturando a alguien sin contemplaciones durante cuatro minutos.

—Si está demasiado alto, es que eres demasiado viejo —le había contestado.

En aquel momento, Mac dejó su escritorio y tiró de mí hacia nuestro dormitorio, donde procedió a mostrarme lo joven que era en realidad.

Después de escribir una reseña muy elogiosa sobre el romance histórico que me habían pedido que leyera, pasé de la sala de estar a la cocina para preparar el almuerzo.

Mi padre, aunque paisajista de profesión, era muy manitas y había transformado los armarios empotrados de madera oscura que habíamos sufrido durante años en la pintura de limón pálido que teníamos ahora, con la experta colaboración de algunos de sus amigos comerciantes locales.

En su momento, coloqué varias plantas en macetas sobre las encimeras de color marrón oscuro, desde brotes de brezo hasta hiedra trepadora, puse una lámpara de seda amarilla antigua en un rincón y elegí un horno y un frigorífico de acero inoxidable para sustituir a nuestros electrodomésticos originales, que habían vivido por mejores momentos.

Mis pies descalzos golpeaban el suelo de madera bruñida al desplazarme de los armarios hasta la nevera. Mac no me había devuelto la llamada. ¿Quizá no había recibido mi mensaje?

Abrí la puerta de la nevera y cogí una barra de pan con semillas, salmón ahumado y ensalada de hojas verdes.

Un golpe seco en la puerta principal consiguió abrirse paso por encima del sonido de la voz de Stevie Nicks cantando sobre flores de papel.

A través del cristal esmerilado, distinguí la silueta resplandeciente de un hombre alto.

Se me dibujó una sonrisa en la cara.

—Mac —empecé a decir, y tiré de la manilla—. ¿Te has olvidado la llave también?

Parpadeé varias veces ante los ojos sombríos de Tom, nuestro policía local.

Una mujer policía de rostro amable, a la que no reconocí, se quedó a su espalda.

2

 

 

 

 

 

Mis dedos acariciaron mi anillo de compromiso.

—Debe de haber algún error.

Tom entrelazó los dedos.

—Lo siento mucho, Layla —dijo.

Me levanté de la silla y me paseé de un lado a otro delante de los dos agentes preocupados.

—No. No me lo creo —repliqué. Me miraron fijamente desde el sofá, con la empatía grabada en sus expresiones—. Pero nada de esto tiene sentido —balbuceé, con la mente divagando en todas direcciones—. Mac se iba a reunir con su agente en la ciudad. ¿Por qué iba a estar en un hotel de Stirling?

Sentía el corazón como un bulto frío en el pecho y los colores de la sala de estar empezaban a arremolinarse en una neblina granate y gris.

Tom se levantó y me dio una palmada en el brazo. Su compañera, que se había presentado como la agente Emma Nicholson, me dedicó una breve sonrisa compasiva.

—Creo que deberías sentarte, Layla —sugirió.

Me quedé mirándola un momento antes de asentir con la cabeza lentamente y volver a recostarme en el sillón. Emma miró a Tom con el rabillo del ojo. Se hizo un silencio embarazoso.

—Mac no estaba con su agente cuando sufrió el infarto —añadió entonces.

Mis cejas se fruncieron.

—Lo siento, no lo entiendo —dije.

Tom y Emma intercambiaron otra breve mirada que hizo que me faltara el aliento. ¿Qué pasaba?

—Mac se desmayó en una habitación del hotel Brookman, y había alguien con él en ese momento.

Las palabras de Tom me atravesaron y me quedé sin respiración.

—¿Intentas decirme que estaba con otra mujer?

Los ojos azul claro de Emma parpadearon.

—Sí. Sí, lo estaba.

Tom dejó caer la vista hacia mi alfombra roja como el vino y luego volvió a mirarme.

—Mac estaba con Hannah Darley-Patrick —dijo.

Eso era ridículo. Nada de aquello tenía sentido.

—No —luché—. No puede ser verdad. Ella es su exesposa. —Tom y su compañero no dijeron nada—. ¿Qué estaban haciendo? —pregunté con voz ronca, y me reprendí para mis adentros por la estupidez de mi pregunta.

Otra vez se hizo el silencio. De manera involuntaria se me escapó una carcajada. Sonaba ajena, como si fuera la risa de otro.

—Oh, no. Estaban juntos en la cama, ¿verdad? —añadí.

Emma inclinó la cabeza.

—Lo siento mucho, pero sí, eso parece —confirmó ella.

Pasé las palmas de las manos por mis vaqueros y salí disparada de la silla otra vez.

—Esto no puede estar pasando —murmuré con el anillo de compromiso brillando en mi dedo—. Entonces, ¿me estáis diciendo que mi prometido tuvo un infarto fulminante cuando se tiraba a su exmujer?

Tom y Emma se levantaron de los asientos y se pusieron enfrente de mí.

—Lo sentimos mucho, Layla —volvió a recalcar Tom.

La conmoción y la rabia luchaban en mi interior.

—No tanto como yo —dije.

Emma se situó frente a mí.

—¿Hay alguien a quien podamos llamar por ti? No deberías estar sola en estos momentos —propuso.

Me pasé los dedos por los brazos, incrédula. Tiré en vano del dobladillo de mi jersey.

—Harry —murmuré—. Podrías llamar a Harry.

—Harry Devlin es el padre de Layla —le explicó Tom a Emma.

—Y a Faith —añadí con desesperación—. Quiero a Faith.

Mientras murmuraba esas palabras, no se me escapaba la ironía.

Mac y yo nos conocimos cuando me encargaron entrevistarle para una revista de estilo de vida hacía casi dos años.

Era un hombre mayor, grosero y carismático, con una sonrisa de oreja a oreja y una nariz prominente que realzaba su carácter.

Mac había estado flirteando descaradamente conmigo desde el principio de la entrevista, y cuando me marchaba del restaurante de Edimburgo donde habíamos quedado para comer, me arrebató el móvil de la mano e introdujo su número. Recuerdo que me sentí muy halagada por este escritor de thrillers políticos y que sentí admiración por él; después de dejar pasar un par de días, le llamé.

Tras unas cuantas citas, Mac insistió en venir a Loch Harris a verme, y allí se sintió abrumado por sus aguas plateadas y sus bosques.

Me dijo que su belleza le había llenado de energía y me alegré mucho cuando me anunció que iba a alquilar uno de los lujosos apartamentos de vacaciones que habían inaugurado cerca del centro.

Mi padre se había mostrado escéptico con Mac desde el principio, sobre todo cuando se enteró de que ya había estado casado.

—Pero os separan veinticinco años —protestó—. Podría ser tu padre.

—Pero no lo es, ¿no? Mi padre eres tú.

Me vino a la memoria entonces que papá siseó entre dientes:

—¿Y ahora te vas a vivir con él?

—Mejor dicho, papá, Mac se viene a vivir conmigo.

Mi padre se había metido las bronceadas manos en los bolsillos del pantalón cargo.

—Deja de ser tan pedante —dijo. Luego me dio un abrazo protector y añadió—: Esto debe de estar subiendo el ego del viejo, que lo vean con un bellezón de veintinueve años.

—¿Viejo? —Me reí—. ¿En serio? —La expresión sombría de papá me hizo reír más fuerte—. Mac solo tiene cincuenta y cuatro años, papá, no noventa y cuatro. Y tú solo le sacas un año.

Las mejillas curtidas de mi padre se tiñeron de rojo.

—Ha estado casado antes, cariño.

—Bueno, tú también —señalé, tratando de no evocar imágenes de mi madre.

Tina era a veces como una silueta sin rostro, que se había mantenido en los márgenes de mi vida, antes de que dejase atrás a mi destrozado padre y a su confundida hija pequeña y se fuera a Londres.

Cuanto menos pensaba en mi madre, mejor me sentía.

—Esa es una situación completamente diferente —argumentó mi padre.

—No, no lo es. Tiene más de cincuenta años, papá, igual que tú. A esa edad, cabe esperar que las personas tengan equipaje.

Ahora, ese equipaje —en forma de Hannah, su exmujer durante veinticuatro años— había asomado la cabeza en todo su crudo esplendor.

Una vez que Tom y Emma se hubieron marchado de mi casa, me desplomé contra la puerta principal.

Mi atención se centró en mi anillo de compromiso. El anillo de oro rosa parecía sonreírme. Bien podría haber salido de una galleta de Navidad.

Lo que había significado tanto para mí estaba adquiriendo ahora un matiz barato y sin sentido.

En el momento en que a Mac se le fue la vida, no estaba aquí, en Loch Harris, conmigo. Estaba revolcándose en la cama de un hotel con ella.

3

 

 

 

 

 

—¡Lo mataría! —tronó papá mirando su taza de té.

Faith, mi mejor amiga, se cruzó de brazos. Sus tres pulseras de oro tintineaban al chocar entre sí.

—Bueno, algo me dice que va a ser bastante complicado, Harry —dijo.

—Sabes muy bien lo que quiero decir.

Cuando volví a salir del cuarto de baño, resoplando en un pañuelo y todavía con una cara que parecía de cera derretida, papá y Faith dejaron sus respectivas tazas de té y corrieron hacia mí.

Miré más allá del hombro de Faith, a los reflejos grises y azules del lago que se veían por la ventana de mi cocina.

—¿Por qué estaba con ella? ¿Qué hacía con Hannah cuando se suponía que iba a reunirse con su agente? —pregunté.

Faith se echó hacia atrás un mechón de su pelo rubio y se lo colocó detrás de la oreja.

—Ya habrá tiempo para pensar en todo eso más tarde. Ahora solo tienes que centrarte en ti.

—Pero ¿cómo voy a hacerlo? Acabo de enterarme de que mi prometido murió mientras se follaba a otra mujer. Y no a cualquier mujer…

Los labios de mi padre se transformaron en una línea dura. Me di cuenta de que llevaba puesta su camiseta favorita de Pink Floyd.

—¿Sabes algo de ella? ¿De la ex? —preguntó.

Traté de limpiarme los ojos con una esquina del pañuelo.

—Todavía no, pero seguro que me enteraré en algún momento.

Mi padre y Faith intercambiaron miradas con los ojos muy abiertos.

—No tienes que hablar con Anna si no quieres, cariño —dijo.

—Al menos, todavía no —añadió Faith.

—Se llama «Hannah», papá. ¿Y cómo no voy a hablar con ella? Fue la última persona que vio a Mac. —Un graznido seco salió disparado de mi boca—. Bueno, aunque digo «vio», ¡todos sabemos lo que estaban haciendo y no era un maldito crucigrama! —Papá me estrechó entre sus brazos. Olía a tierra húmeda y tenía restos de tierra bajo las uñas. Solté una serie de sollozos agitados, hasta que logré respirar—. Necesitas un corte de pelo —murmuré contra su hombro.

Papá se irguió.

—Trataba de conseguir el look de paisajista rudo.

Levanté la cabeza y me quedé mirando las ondas entrecanas que le llegaban por el cuello.

—En realidad —admití, frotándome la nariz roja—, te queda bastante bien.

Los brazos de papá volvieron a estrecharse a mi alrededor.

—Sabes que los dos estamos aquí para ti, ¿verdad? Cualquier cosa que necesites, solo tienes que pedírnosla.

La imagen de los azules ojos caídos de Mac entraba y salía de mi mente. Me acerqué y besé a papá en la mejilla.

—Lo sé.

Entonces me estremecí cuando la expresión empolvada y punzante de Hannah volvió a interrumpirme. Se negaba a dejarme en paz. Mirara donde mirara en la casa, la veía a ella y a Mac en la cama, como dos conejitos a pilas. Intenté serenarme. Sabía lo que Faith y papá dirían a mi sugerencia, pero decidí airearla de todos modos. En lo que a mí concernía, era solo posponer lo inevitable.

—En realidad, sí hay algo que necesito.

—¿Qué? —preguntó Faith.

Volví mis húmedos ojos grises hacia ella.

—En realidad, necesito hablar con Hannah. Ahora mismo.

Las expresiones horrorizadas de papá y Faith me siguieron fuera del salón.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Faith suavemente—. ¿Qué estás buscando?

Entré en nuestro dormitorio, que estaba más adelante en el pasillo, aparté deliberadamente la mirada de nuestra cama, con sus fundas de color café y crema y dos cojines dispersos de color vainilla. El despertador emitía un leve tictac.

Encima de la mesita de noche blanca del lado de Mac, estaba su agenda de contactos.

—Sabía que estaba aquí —murmuré.

—¿Qué pasa? —presionó papá, demorándose en la puerta—. Mira, cariño, has tenido un susto terrible. ¿Por qué no te acuestas y te traigo una taza de té?

Negué con la cabeza.

—Eso es lo peor que podría hacer. Cuando cierro los ojos, los veo juntos.

Rebusqué en las páginas por orden alfabético hasta que encontré el número de móvil de Hannah con su nuevo apellido de casada. Una idea me asaltó. No solo yo estaba herida por todo esto, sino que su nuevo marido, Mark, también lo estaría.

Pero a mi parte egoísta y furiosa no le importaba.

Papá lanzó un suspiro de preocupación.

—Layla —me dijo—, piensa en esto. Realmente no es el momento adecuado…

—Entonces, ¿cuándo será el momento adecuado, papá? Dime cuándo será el momento adecuado para preguntarle a la exmujer de mi prometido por qué él estaba en la cama con ella cuando murió. —Se hizo un gran silencio—. Mi móvil está en la repisa de la chimenea —le dije a Faith y salí al pasillo—. Justo al lado de esa foto.

Faith vaciló un momento antes de pasar a mi lado, entrar en el salón y acercarse a la sonriente foto de Mac. Me pasó el teléfono.

La mirada de Mac salió del marco de la foto. Tenía una sonrisa de oreja a oreja. Las luces de Nueva York destellaban a su espalda.

Ignorando las súplicas silenciosas de papá y Faith, dejé el teléfono sobre la mesita y volví a buscar entre las páginas hasta localizar el número de Hannah. Se me hizo un nudo en el estómago al ver la letra fina, como patas de araña, y oscura de Mac.

Mis mejillas estaban calientes y manchadas de lágrimas.

—Faith, ¿por qué no nos prepararas un té? —le pedí.

Inclinó la cabeza, como aceptando la derrota y ella respondió:

—Por supuesto, y te voy a hacer unas tostadas con mantequilla también. Sin discusiones. Tienes que intentar comer algo.

Mientras el tono de la llamada empezaba a sonar en mi oído, Faith animó a papá a que fuera con ella a la cocina.

—Vamos, Harry. Layla se ha decidido.

Papá me miró preocupado.

—Oh, ya lo veo —le respondió.

Los vi regresar a la cocina y empezar a coger las tazas. Sabía que estaban preocupados, pero ignorar lo ocurrido no iba a ayudar a nadie, y menos a mí.

Mis pensamientos se vieron bruscamente interrumpidos por el repentino tono ronco de Hannah cuando baló:

—¿Hola?

4

 

 

 

 

 

—¿Hola? —volvió a repetir—. ¿Quién es?

—Soy yo. Layla —dije, mientras empezaba a caminar.

—Layla —repitió en tono monótono.

Me aferré al silencio por un momento antes de que una ola de resentimiento me invadiera. Me miré en el espejo ovalado que había sobre la chimenea y deseé no haber llamado. Parecía un negativo de mi verdadero yo: pálida y con ojos crueles. Conseguí forzar las primeras palabras que me vinieron a la cabeza.

—Me debes una explicación.

Necesitaba oír lo que había pasado. Necesitaba oírlo de Hannah.

—No creo que sea el mejor momento para hablar de esto —respondió ella sin alterarse.

La ira se encendió en mi pecho.

—Entonces, ¿cuándo sería el mejor momento? ¿Qué tal durante el té de la tarde? ¿O a las tres del mediodía del próximo miércoles te iría mejor?

—No hay necesidad de ponerse sarcástica.

Mis dedos apretaron más fuerte el móvil contra mi oreja.

—¡No te atrevas a quedarte ahí y decirme cómo debería sentirme ahora mismo! —Me pasé una mano por el pelo rebelde—. Me acaban de decir que mi prometido murió mientras se tiraba a su exmujer. Creo que gano en las apuestas emocionales, ¿no crees?

Un sollozo entrecortado se filtró por la línea. Cerré los ojos con fuerza y volví a abrirlos. El sol de primera hora de la tarde me bañaba los pies descalzos.

—Lo siento mucho. —Tragó saliva—. Lo último que Mac quería era hacerte daño. Pero teníamos tanta historia, y no puedes extinguir veinticuatro años así como así.

La realidad me golpeó en el estómago.

—¿Esta es tu manera de decirme que esto no fue algo aislado?

Desde la cocina, Faith dejó caer su taza y los ojos de papá se abrieron de par en par.

—No…, no hablemos de esto ahora, Layla —vaciló Hannah—. Está todo demasiado reciente.

Su audacia era impresionante. ¿No se daba cuenta de lo que había hecho?

—No estás en posición de pararte ahí y ordenarme. —Las lágrimas se agitaron en el fondo de mis ojos—. ¿Cuánto tiempo? —Hubo un resoplido y luego el sonido de un crujido—. Te he hecho una pregunta.

El suspiro de Hannah fue como una ráfaga de viento.

—Dieciocho meses.

Se me pusieron rígidos los hombros bajo el jersey rosa. Faith buscó mi expresión desde la cocina, pero me limité a mirarla fijamente.

—Pero eso significa que todo el tiempo que Mac y yo estuvimos juntos…

—Él te amaba, Layla. De verdad que sí. Pero Mac y yo compartimos tanto mientras estuvimos casados… —Bajé el móvil, sin poder apartar los ojos del anillo de compromiso que brillaba en mi mano izquierda. El ronroneo incorpóreo de Hannah volvió a entrometerse—. ¿Layla? ¿Layla? ¿Sigues ahí?

5

 

 

 

 

 

Faith deslizaba los dedos, lustrados con esmalte rosa, arriba y abajo a lo largo de la manga de mi chaqueta negra.

—¿Estás lista? —me preguntó.

Se me hundieron los hombros.

—La verdad es que no.

—Supongo que no. Ha sido una pregunta tonta.

Papá, con su impecable camisa blanca, que resaltaba el intenso color castaño de su bronceado, se acercó y se quedó frente a mí.

Asentí brevemente con la cabeza y cruzamos el pasillo vestidas de funeral. Al pasar por delante del espejo del pasillo, eché un vistazo rápido. Se me había corrido la pintura de los ojos. Se me veía la mandíbula más marcada. Tal vez fuera porque me había recogido el pelo en un moño. Aun así, no me sorprendió. No había comido bien desde que Mac había muerto hacía poco más de una semana.

Me apliqué un tembloroso toque extra de pintalabios antes de apretar los labios y exhalar.

El coche funerario sorteó los caminos rurales como una brillante serpiente negra. Las ráfagas de setos y la curva del lago Loch Harris, tan familiares, se mezclaban entre sí como una acuarela de Monet.

¿Cómo se suponía que me tenía que sentir? ¿Debía estar enfadada? ¿Con el corazón roto?

Papá me agarró de la mano cuando se sentó a mi lado en el asiento trasero; su piel áspera actuaba como una manta reconfortante. Aprecié su traje azul marino con una sonrisa acuosa.

—Estás muy elegante, papá —le comenté.

Puso los ojos en blanco y los volvió hacia arriba del todo.

—Bueno, no podía aparecer en un funeral con mi camiseta de Motörhead, ¿no? —respondió.

Levantó un dedo y se lo pasó por dentro del cuello de la camiseta.

Junto a mi padre, Faith se inclinó hacia delante para mirarme. Se había recogido el pelo en un moño y se tiraba del dobladillo de la falda oscura.

—Mac se enamoró de Loch Harris desde el primer momento en que lo vio —solté—. Qué ironía que él amara este lugar más que yo. —Papá y Faith se revolvieron en sus asientos—. Le pareció un lugar tan precioso que dijo que no le importaría que lo enterraran aquí. No pensé que fuera a ocurrir en mucho mucho tiempo. Pensé que tendríamos años y años para explorar juntos.

Faith deslizó su brazo y rodeó el mío con sus dedos.

—Lo superarás —dijo—. Estamos aquí para lo que necesites.

Asentí con la cabeza, sin estar muy convencida.

—¿Has conseguido hablar con mamá? —balbuceé tras una pausa—. ¿Se lo has dicho?

La mandíbula recién afeitada de papá se tensó y respondió:

—La he llamado y le he dejado varios mensajes, pero aún no me ha contestado.

—Vale. Gracias.

Me volví hacia la ventanilla y empecé a parpadear.

No sé por qué me había molestado en hacerle a papá una pregunta tan estúpida. Por supuesto que ella no vendría al funeral. Sin duda, tenía asuntos más urgentes de los que ocuparse, como organizar otra de sus comidas solidarias en algún lujoso hotel de Londres.

¿De qué se trataría esta vez? ¿De recaudar fondos para hámsteres traumatizados? ¿De dar visibilidad a la difícil situación de la clase media, que llevaba tres meses sin vacaciones?

Podía sentir la opresión del resentimiento en el pecho a medida que nos acercábamos a la iglesia. Lástima que Tina no considerara una prioridad a su propia hija, o el funeral del hombre que era casi su yerno.

Mamá solo había visto a Mac una vez, cuando le acompañé a Londres para que firmara libros tres meses después de que empezáramos a salir, y ella insistió en que quedáramos para comer algo después.

Recordé lo descaradamente que había coqueteado con él, colgando su tacón de tiras de la punta del pie y comentando, con esa voz ronca suya: «¡Es mucho más de mi edad que de la tuya, cariño!».

Más recuerdos dolorosos de Mac volvieron a apoderarse de mí, tonterías que en su momento no supe valorar: su andar lánguido y confiado, la forma en que acababa ladrando de la risa con los Monty Python…

Qué maldito lío era todo.

Nos detuvimos ante el pórtico rojo festoneado y los escalones de granito de la iglesia de Loch Harris, que llevaban a una puerta gótica de roble tachonada con dos imponentes cruces celtas.

Me estremecí al ver a los dolientes que rodeaban la entrada de la iglesia. Conversaban encorvados o se arremolinaban alrededor del cementerio en silenciosa contemplación, con sus abrigos negros ondeando suavemente y algún que otro sombrero asomando entre el mar de cabezas.

Reconocí los ángulos largos y delgados del agente literario de Mac, Garth Keller, que ofrecía sonrisas amables a los amigos escritores de Mac y a varios miembros de su equipo de publicidad.

Los padres de Mac habían fallecido hacía algunos años, por lo que no había casi ningún miembro de su familia; sin embargo, estaba segura de haber visto a Lois, la hermana pequeña de Mac. Llevaba en la cabeza una pieza negra de encaje al estilo español.

Un destello me hizo moverme hacia delante en el asiento. El miedo se me acumuló en el estómago.

—Fotógrafos —anuncié.

Papá giró la cabeza y miró por el parabrisas trasero.

—Solo hay un par de ellos, cariño —respondió él.

—Un par es suficiente.

Faith agitó la mano con desdén.

—No te preocupes por ellos. Garth dijo que se encargaría.

—¿Garth? Entonces, ¿has hablado con él?

Faith me sonrió.

—Le llamé hace unos días. Espero que no te importe. El equipo de publicidad de Mac dijo que un par de periodistas les debía un favor o dos y que llamarían.

Parpadeé.

—¿Es por eso por lo que los detalles de la muerte de Mac parecen haber sido enterrados, si me perdonas el juego de palabras? —dije.

Faith asintió con la cabeza y lanzó una mirada a mi padre.

—Sé que Garth Keller puede ser un cerdo arrogante, pero tiene su utilidad —contestó.

Me sobresalté cuando el conductor se materializó en mi ventanilla y abrió la puerta del coche. Me sentí como un cervatillo recién nacido, con las piernas temblorosas y los ojos asustados. Aspiré el aroma terroso del brezo de lavanda y de la hierba húmeda.

Papá y Faith salieron y se colocaron cada uno a un lado, y yo me detuve un momento en la grava. Un rayo de sol de última hora de la mañana iluminaba un casco de pelo negro muy recortado junto a la puerta de la iglesia.

Hannah.

Bajé la cabeza y miré el anillo de compromiso de mi mano izquierda.

—¿Por qué sigo llevando esta maldita cosa? No significa nada. Ya no significa nada —me lamenté.

Papá me pasó el brazo por la cintura y me dio un cariñoso apretón.

—Ya habrá tiempo para volver a empezar. Dejemos que pase el día de hoy —dijo. Sus ojos grises me miraron—. ¿Lista?

Me quité el anillo del dedo. Su ausencia dejó tras de sí una huella de piel pálida y vacía de lo más tenue. Papá y Faith intercambiaron miradas llenas de significado cuando abrí de un tirón el bolso de mano acolchado y tiré dentro el anillo.

—Ahora sí estoy lista.

6

 

 

 

 

 

Intenté no centrarme en el ataúd de roble pálido de Mac que se veía a través del cristal pulido del coche fúnebre.

Él nunca fue muy de corazones y flores, y, teniendo en cuenta que estaba en la cama con Hannah cuando le falló el corazón, no me apetecía gastarme mucho dinero en una corona fastuosa para él.

Papá bromeó con la ocurrencia macabra de que podíamos hacernos con un «maldito manojo de perejil gigante» y, aunque esa idea era bastante tentadora, al final me decidí por una sencilla corona decorada con flores moradas y lilas que incluían liatris, freesias y tulipanes.

La florista la había entretejido con eucalipto verde lima y aspidistra.

Colocaron mi ofrenda floral delante del féretro de Mac, y al otro lado había un barullo de lirios blancos y amarillos, atados con cinta de tartán azul marino y verde. Esas flores en forma de trompeta presionaban contra la ventana, y casi no se veía el ataúd desde ese lado.

Me imaginaba de quién sería aquel ostentoso despliegue.

Junto a mi ofrenda floral estaba la de Lois, la hermana de Mac. Ella había optado por un libro abierto, hecho con claveles amarillos y blancos, en conjunto un ornamento más modesto y de buen gusto.

Me vi reflejada en el cristal del coche fúnebre, con los labios apretados y los ojos muy abiertos.

—¡Layla!

Lois corrió hacia mí con el rostro pálido de alivio al ver a alguien que reconocía. Me abrazó. Luego dio un paso atrás con sus tacones negros. Me cogió las manos.

—¿Cómo lo llevas? —me preguntó.

Arrugué la frente.

—Sinceramente, ahora mismo no sé lo que siento.

—No me extraña. —Saludó a Faith y a papá, que estaban detrás de mí—. Creo que casi todas estas personas son colegas literarios de Mac.

—Bueno, no todos —observé, y señalé a Hannah, que estaba dando audiencia a un pequeño grupo.

Lois entornó sus oscuros ojos.

—¡Oh, ella! Siento mucho que esté aquí. Yo no quería que viniera, pero…

—Está bien —la interrumpí—. Bueno, no es verdad. No está bien, pero fue la mujer de Mac durante veinticuatro años. —Tuve que tragarme una bola de resentimiento—. Y estaba con Mac cuando él se fue. Bueno, debajo de él, por lo menos. ¿O quizá estaba encima? Quién sabe…

Se me quebró la voz y papá me abrazó con fuerza.

—No sigas por ahí, cariño —me aconsejó—. No merece la pena.

Faith, a mi lado, asintió con la cabeza.

—Harry tiene razón —dijo—. Oh, mierda. Cruella viene hacia aquí.

Hannah acechaba a través de la grava, separando a los compañeros de duelo como una mantis religiosa, con un traje pantalón de terciopelo negro, tacones de aguja y un sombrero de Missoni. Lo adornaba un pañuelo de ganchillo de seda dorado y turquesa que ondeaba tras ella al andar.

Se me tensó la mandíbula.

—Hola, Layla —murmuró a través del rojo carmín.

Incliné la cabeza.

—Hannah —la saludé.

—Creo que deberíamos ir al aseo ahora —me dijo Faith, a la par que fulminaba con la mirada a la exmujer de Mac.

Papá me cogió del brazo, pero yo le aparté suavemente los dedos de mi manga.

—¿Por qué? —le pregunté a ella—. ¿Por qué se comprometió conmigo si seguía suspirando por ti?

Lois, Faith y papá desviaron su atención, con gelidez, hacia Hannah.

Las uñas rubí de ella se aferraron a su bolso con borlas.

—Él te quería a su manera —dijo en tono teatral—. Te quería de verdad. Pero yo era la espina que Mac aún necesitaba sacarse.

—Oh, por favor —estalló Faith, dando un paso protector delante de mí—. Ahórranos todos los viejos clichés.

—Es la verdad —insistió Hannah—. A Mac le encantaba que le vieran con una mujer mucho más joven que él. Le subía el ego. Pero cuando se trataba de un encuentro de mentes…

—Así que eso es lo que pasó la semana pasada —dijo mi padre, y acto seguido resopló y se cruzó de brazos—. Mac y tú teníais un debate intelectual cuando se desplomó.

Hannah se inquietó.

—Sabes que eso no fue lo que pasó —replicó ella.

—No sé por qué te has empeñado en venir hoy —susurró Lois, consciente de las miradas curiosas de los demás asistentes que pasaban por allí—. ¿No podías haber antepuesto a los demás por una vez en tu vida?

Cogí aire y, por el rabillo del ojo, vi que un hombre de la edad de Mac observaba nuestros intercambios con algo más que un interés pasajero.

Me observaba bajo sus cejas plateadas. ¿Era periodista?

Volví la cabeza hacia otro lado. Era lo que me faltaba.

—Ya he proporcionado bastante entretenimiento previo al funeral —dije. Me volví hacia Lois, Faith y papá—. Entremos a la iglesia —concluí.

Hannah dio un paso adelante, y sus zapatos de tacón rechinaron en la grava rosa.

—No lo pudimos evitar. Lo siento —se disculpó.

Me la quedé mirando; no me lo podía creer. Papá y Faith me guiaban hacia el interior de la iglesia, donde el aire estaba fresco, cuando el hombre de las cejas impresionantes se interpuso en mi campo de visión.

—Siento mucho interrumpirla, señorita Devlin, sobre todo hoy, pero soy David Murray, un amigo de Mac.

Sonrió amablemente y deslizó los dedos por su corbata gris pizarra.

—¿No puede esperar? —le pidió mi padre—. Layla tiene mucho con lo que lidiar ahora mismo.

—Se lo agradezco, señor, pero no solo era amigo de Mac; también soy su representante legal. —David Murray miró a Hannah—. Cuando Mac se convirtió en un autor de éxito, hizo hincapié en que me asegurara de que todos sus asuntos financieros estuvieran en orden. —Me observó con seriedad—. Su difunto prometido insistió mucho en que sus últimos deseos se llevaran a cabo de inmediato, en caso de que hubiera algún… —Su timbre de cristal cortado se interrumpió y sacudió su cabellera de acero en dirección a Hannah—. Para limitar las posibilidades de que hubiera alguna duda, digamos.

Parpadeé, sin entender lo que decía.

—Señor Murray, no entiendo —dije.

—Por favor. Llámeme David. —Sonrió a Faith y a papá—. Realmente apreciaría hablar con ustedes después de la misa.

Agité las manos en señal de derrota.

—Sí. ¿Por qué no? Quiero decir, seguro que hay muchos cabos sueltos que atar —respondí.

—¿Estás segura? —preguntó papá—. No tienes que hacer nada que no quieras, Layla, y menos hoy.

Sujeté con más fuerza mi bolso de mano.

—Lo sé, papá. Pero cuanto antes intente dejar atrás todo este lío, mejor.

7

 

 

 

 

 

Me sentí aliviada al escapar de los confines de la iglesia una vez que el funeral llegó a su fin con una entusiasta interpretación de Amazing Grace.

El olor a cera de abeja y a velas me produjo náuseas.

Cuando salí parpadeando a la luz del sol, destellos dorados iluminaban las vidrieras. Fragmentos de rubí y ranúnculo parecían fundirse entre sí.

Mac fue enterrado con vistas a Loch Harris Fells, y en cuanto el reverendo Callan concluyó los actos junto a la tumba, Faith y papá se esfumaron, junto con los demás asistentes, para dejarme algo de intimidad.

Me quedé mirando la tumba, la placa dorada de la tapa del ataúd que centelleaba.

 

MACKENZIE TERENCE CHRISTIE

NACIDO EL 18 DE ENERO DE 1965

FALLECIDO EL 2 DE ABRIL DE 2020

 

Mis emociones estaban a flor de piel. ¿Qué se suponía que debía sentir en aquel momento? ¿Se suponía que tenía que tirarme en la hierba y llorar desconsoladamente? Me sentía engañada: estaba enfadada…

Me vino a la mente la fiesta sorpresa que había estado planeando para el próximo cumpleaños de Mac: una fiesta de fin de año en Loch Harris en un barco alquilado, con una banda de cèilidh y fuegos artificiales.

Una seca carcajada amenazó con salir de mi garganta.

—Layla, lo sentimos mucho.

—Layla, si hay algo que podamos hacer…

Levanté la cara de la tumba y vi a un grupo de compañeros escritores de Mac rodeándome. La expresión de sus rostros era de duda y preocupación. ¿Sabía alguno de ellos lo de Mac y Hannah? ¿Me miraban con lástima?

—Vamos al coche —interrumpió papá, y me guio entre la multitud. Se dirigió al grupo de rostros solemnes—. Muchas gracias por venir y no duden en acompañarnos al velatorio. —Los murmullos nos siguieron mientras él me llevaba—. Le he pedido a Lois que nos acompañe en el coche para ir todos juntos al velatorio.

Al ver mis hombros caídos, Faith dejó de hablar con el reverendo Callan y corrió hacia mí. Me inmovilizó en el sitio con manos cariñosas.

—Haces acto de presencia y en cuanto quieras nos vamos, ¿vale? —me dijo.

Le respondí con una sonrisa acuosa:

—Gracias. No creo que hubiera podido superar todo esto sin ti y sin mi padre.

Mi padre suspiró y contestó:

—Somos un equipo, Layla, tú y yo. Siempre lo hemos sido.

Nos acercamos al Daimler negro, donde rondaba Lois.

—Muchas gracias por insistir en que vaya con vosotros —dijo.

Papá le quitó importancia:

—No seas tonta. Supongo que somos familia, en cierto modo.

Levanté una ceja.

—O, por lo menos, estábamos destinados a serlo —maticé.

Ignorando el balanceo del sombrero gris de Hannah entre la multitud, subimos al coche y nos concentramos en la avenida arbolada y en los integrantes del cortejo fúnebre que volvían a sus vehículos aparcados.

A través de la ventanilla se deslizaban imágenes y, con ellas, me di cuenta de que Mac se había ido, y lo único que me quedaba era la promesa vacía de un anillo de compromiso que traqueteaba dentro de mi bolso y la imborrable imagen de él desplomado encima de su exmujer desnuda.

Como si me hubiera leído el pensamiento, Lois se giró en el asiento del copiloto para mirarme. No dijo nada. Yo tampoco. Intercambiamos miradas significativas.

Papá y Faith estaban apretujados a mi lado en los asientos traseros. La camisa de seda de Faith estaba un poco arrugada y mi padre se había aflojado la corbata.

Tenía tal grado de conflicto interno y estaba tan saturada que ni siquiera podía reunir la energía suficiente para pensar en el amigo abogado de Mac. Fuera lo que fuera, ya lo haría. Lo único que quería era que pasara esta clara mañana de abril.

Durante los preparativos del funeral, Lois había mencionado el Aldebaran, un viejo hotel a las afueras de Loch Harris, como posible lugar para el velatorio de Mac.

—Mac siempre decía que ese sitio tiene mucho carácter —explicó Lois—. Incluso dijo que le había inspirado para el escenario de su siguiente novela.

Y así fue como a mí, a mi padre, a mi mejor amiga y a la mujer que casi se convierte en mi cuñada nos condujeron al aparcamiento semicircular del Aldebaran.

Me alivió ver que habíamos sido los primeros en llegar.

—Creo que todos nos merecemos una copa —exclamó papá, y acto seguido le dio las gracias al conductor.

Nos cogió del brazo a Faith y a mí, y Lois nos siguió detrás.

El hotel estaba construido en piedra gris tórtola que centelleaba bajo la luz de la costa oeste. Las ventanas de guillotina parpadeaban como ojos curiosos, y bajo el dosel de tartán verde y azul de la entrada había dos gruesos arbustos en macetas color crema.

Cuando entramos, un miembro del personal nos dirigió a la derecha de la zona de recepción cromada.

En un salón de actos con el nombre de «Selkie», había mesas vestidas con manteles blancos almidonados y los camareros colocaban en ellas bandejas con canapés en miniatura de marisco, sándwiches variados de atún, de queso brie y de huevo, minitartaletas y focaccia.

En una mesa auxiliar más pequeña había un surtido de fruta, scones de queso, shortbreads de limón y porciones de tarta de queso.

Acepté agradecida una copa de vino blanco que me ofreció un camarero que pasaba por allí y bebí un sorbo generoso. La bebida me refrescó hasta el fondo de la garganta. Faith se acercó a mí, también con una copa de vino en la mano.

—Me gusta el nombre de este salón —comenté—. ¿Sabías que las selkies eran criaturas mitológicas escocesas que podían transformarse de foca en forma humana y viceversa?

Faith cogió un plato y una servilleta.

—Eso dicen —respondió ella.

—Un poco irónico en realidad. Eso es lo que Mac estaba haciendo. Llevaba una doble vida con Hannah y yo no sabía nada. —La boca rosada de Faith se abrió para tranquilizarme, pero yo agité mi copa de vino—. Solo quiero acabar con esta maldita farsa.

Los murmullos nos hicieron girar a las dos. El resto de los asistentes al funeral entraban deambulando y exclamaban de forma educada al ver la moqueta azul noche, las paredes de marfil y la lámpara de araña que goteaba del techo.

—Tienes que comer algo —ordenó Faith, y me puso la servilleta y el plato en mi mano libre—. Vamos. —Hice una mueca e intenté reunir algo de entusiasmo para dos tartaletas de queso de cabra y pimiento rojo. Faith frunció el ceño ante mi plato—. ¿Eso es todo lo que vas a comer?

—¿Quién eres ahora, mi madre?

Faith se recogió en el moño un mechón que se le había soltado.

—No puedes permitirte perder más peso —replicó ella.

—Es difícil que desaparezca a la vista —respondí señalándome el trasero.

—No, pero tienes la cara mucho más delgada que antes.

Volví los ojos hacia el techo de cornisa y me serví un sándwich de tomate y mozzarella en el plato.

—¿Ya estás contenta?

—En realidad no, pero lo estaré cuando vea que te lo comes de verdad.

Al mordisquear una de las tartaletas, me di cuenta de que tenía más hambre de lo que creía. Pasé a la otra tartaleta y estaba a punto de darle un mordisco al sándwich cuando David Murray apareció a mi lado. Su cara tenía una expresión de disculpa.

—Siento mucho molestarla de nuevo, señorita Devlin… —empezó a decir.

Papá, que había vuelto con Lois —ambos llevaban tazas de café recién hecho—, se detuvo en seco.

—¿Tiene que ser ahora? —le preguntó.

Dejé el plato y me pasé una mano cansada por la cabeza.

—No pasa nada. Sea lo que sea, acabemos de una vez —convine.

David Murray asintió con la cabeza y sonrió.

—Gracias —contestó. Extendió una mano y señaló hacia las puertas del salón de actos—. Hay un lugar tranquilo nada más pasar la recepción. Podemos hablar allí.

Se me adelantó, abrió las puertas y las mantuvo abiertas para dejarme pasar. Papá, Lois y Faith se quedaron mirando cuando salimos.

Me alisé la falda y me senté en el sofá acolchado que había enfrente de la puerta. Se oía el leve tintineo de las flautas de pan por el sistema de megafonía. Nos separaba un trozo de mesa de centro de castaño y, a través de la ventana, que llegaba del suelo al techo, se veían parterres de flores y césped.

—Llevo años ocupándome de los asuntos legales de Mac —empezó a explicar David Murray, apretando los dedos—. Siempre tuvo muy claro lo que quería.

Se me erizó la piel.

—Sí, se nota —repuse.

David me miró un momento.

—Sí que te quería, Layla —dijo—. Pero, evidentemente, no lo suficiente. —David Murray se pasó una mano por la cara. Tenía ojos amables y caídos y una expresión afectuosa—. Él y Hannah tenían una relación tan única…

Solté un gruñido.

—Si está aquí para defenderlo, no quiero saberlo —le interrumpí. Me levanté del sofá—. Con el tiempo, quizá pueda perdonar a Mac, pero, ahora mismo, casi no me atrevo ni a pronunciar su nombre.

David se puso en pie.

—Lo comprendo —contestó.

—¿Lo entiende? ¿De verdad?

Me hizo señas para que me sentara de nuevo.

—Por favor, señorita Devlin.

Expulsé una bocanada de aire y me hundí de nuevo en el sofá.

—Si tiene papeles para que los firme, tendré que hablar de todo con Lois. Ella es su hermana, después de todo, y la única familia que le queda a Mac.

David Murray se abrió la chaqueta del traje y dejó ver un destello del forro de seda color caramelo. Sacó un delgado sobre blanco y me lo ofreció por encima de la mesa.

La respiración se me agitó al ver la horrible letra de Mac. Había escrito mi nombre con tinta negra en el anverso. Todo eran letras inclinadas y bucles exagerados.

—Mac me dijo que, si le pasaba algo, le diera esto justo después del funeral. —Cogí el sobre y lo miré fijamente—. Dijo que esperaba que esto lo explicara todo.

Notaba los latidos del corazón golpeándome los oídos y el débil ruido de las tazas de café de fondo.

Le di la vuelta al sobre varias veces, sintiendo sus bordes lisos y rectos. Sabía que a Mac siempre le habían gustado los toques dramáticos, pero esto…

Miré a David Murray, enfrente de mí, al otro lado de la mesa e intenté descifrar la expresión de su rostro, sin conseguirlo. Hizo un breve gesto de ánimo y volví a centrar mi atención en el misterioso sobre que tenía en las manos. Entonces, para mi sorpresa me puse a abrirlo febrilmente.

8

 

 

 

 

 

La letra de Mac se deslizaba por el papel que tenía delante.

Busqué el rostro de David.

—Conozco su contenido —admitió.

Me aclaré la garganta y empecé a leer.

 

Queridísima Layla:

 

Si estás leyendo esto, significa que el secreto que te he estado ocultando tendrá que ser revelado, y lo siento de veras.

También significa que no pasaremos el resto de nuestra vida juntos.

 

Intenté tragarme una dolorosa bola que se me agolpaba en el fondo de la garganta. ¿Era una especie de broma retorcida por parte de Mac?

Bajé la carta y me quedé mirando fijamente a David, sentado al otro lado de la mesa.

Por detrás de él, aparecieron un par de asistentes al funeral.

—¿Quieres un té o un café, Layla? ¿O quizá algo más fuerte?

—No. —Vacilé. Sentí extraña la carta en mis dedos—. No, gracias.

Bajé los ojos y empecé a leer de nuevo.

 

Tienes que entender que conocerte me hizo sentir que volvía a tener veintiocho años y siempre te estaré agradecido por ello.

 

Algunos clientes más del hotel pasaron por allí cerca, y sus zapatos resonaron en el suelo de baldosas blancas y negras.

 

A pesar de las historias que puedas llegar a oír, has de saber que te quiero.

Es cierto que Hannah y yo siempre sentimos que teníamos asuntos pendientes…

 

Sus palabras se me clavaron por dentro y tuve que parpadear varias veces.

—¿Por qué hace esto? ¿Por qué dice todo esto ahora? —me pregunté en voz alta.

David asintió con la cabeza y respondió:

—Sé que no es fácil, señorita Devlin, pero, por favor, siga leyendo hasta el final.

Dejé escapar un suspiro de cansancio y volví a centrar mi atención en las últimas palabras de Mac.

 

… pero te aseguro que, a pesar de cualquier sentimiento que aún tuviera por Hannah, tú lo eres todo para mí.

 

Fruncí el ceño y se me llenaron las pestañas de lágrimas mientras agitaba el papel con desdén.

—Por favor, Mac. Ahórrame el numerito de Elizabeth Taylor y Richard Burton.

David Murray jugueteó con los botones de la chaqueta de su traje.

—Por favor, no crea que estoy interfiriendo, pero él la quería de verdad —declaró.

Le miré fijamente.

—¿Me está diciendo que sabía lo de él y Hannah? —le pregunté.

—No, al principio no. No hasta que me pidió que revisara su testamento.

Me revolví en el sofá.

—¿Y cuándo fue eso? —dije.

David se pasó una mano por la cara.

—Hace dos meses.

—¿Dos meses? —Me hice eco—. ¿Por qué iba Mac a cambiar su testamento hace dos meses? —Ahora le tocaba a David cambiarse al sofá acolchado opuesto. Agité la carta en el aire con incredulidad—. Nos quería a las dos. ¿Era yo la única idiota que no sabía lo que estaba pasando?

—No es idiota —aseguró David en voz baja—. Mac era un experto en conseguir mantener en privado su vida personal, incluso cuando sus novelas se convirtieron en un gran éxito.

Agité la carta violentamente.

—¡Pero qué me está contando!

David levantó un dedo tratado con manicura y señaló la carta.

—Por favor. Layla —dijo.

Se me hundieron los hombros en señal de derrota y me volví hacia el garabato negro y oblicuo de Mac.

 

Sé que no hay nada que pueda decir para disculparme por mi comportamiento. Por eso te he nombrado única beneficiaria de los derechos de autor de mis libros.

Lois recibirá el anticipo de mi última novela, Justicia impropia.

 

Me llevé la mano a la garganta.

—¿Qué es esto? ¿Mac me ha dejado sus derechos de autor?

—Sí —confirmó David—. Todo el lote. Es un catálogo tremendo, aunque seguro que no hace falta que se lo diga.

Me invadieron olas de conmoción. ¿Qué era aquello? ¿Una especie de soborno de ultratumba?

—Esa cantidad de dinero —prosiguió David—, sin contar las ventas de Justicia impropia, que se incluirán más adelante tras su lanzamiento, rondará los…

—No lo quiero. —Se me atragantó aquello—. Ese dinero está manchado con la culpa y no quiero saber nada de él.

—Layla, sé que Mac se comportó como un completo idiota, pero insistió en que quería que lo tuviera usted. —Se inclinó hacia delante. Su pelo gris, con la cabeza de lado, captaba la luz del sol que entraba por la ventana—. Le asegurará un futuro muy cómodo.

Me entraron ganas de reír.

—¿Qué futuro? —dije—. Creía que tenía un futuro con él. —Volví a dejar la carta encima de la mesa—. Si aceptara ese dinero, estaría aprobando lo que hizo.

—No, no lo haría. Sabe que después de que a Mac le diagnosticaran su enfermedad cardiaca…

Me desplomé en el sofá, sin aliento.

—¿Qué problema cardiaco, David? —le interrumpí—. ¿De qué está hablando?

La mandíbula se le hundió. La alarma se disparó a través de sus ojos.

—Oh, mierda. No me digas que tampoco sabías nada de esto. Mac dijo que te lo iba a contar…

Me crucé de brazos, con la ira y el dolor a punto de estallar.

—Pues no lo hizo.

—Tienes que estar de broma. —David se frotó la cara—. Lo siento. Supuse que lo sabías.

—Bueno, evidentemente no.

—A Mac le diagnosticaron una enfermedad cardiaca hace unos meses.

—Esto se pone cada vez más emocionante —jadeé, cogiendo impulso. Sentí como si me estrujaran las entrañas. Mi atención se centró en la carta de Mac de encima de la mesa—. Primero descubro que se ha estado acostando con su exmujer todo el tiempo que estuvimos juntos y que me ha dejado un montón de dinero por sentimiento de culpa. Y ahora me entero de que estaba enfermo y nunca me lo dijo.

—No estaba enfermo —aclaró David—, pero tenía que tomarse las cosas con más calma y ser consciente de su estado.

Cerré los puños y me puse las manos en el regazo.

—¿Y lo hizo follándose enérgicamente a Hannah y suicidándose en el proceso? —Un incómodo rubor recorrió las mejillas de David—. ¿Lo sabe Hannah? ¿Lo de su corazón?

—No —aseguró David con rotundidad—. Mac se empeñó en que no le trataran de forma diferente, así que se lo calló.

—¿Ni siquiera se lo contó a Lois?

David volvió a asentir con la cabeza y apretó los labios.

—En más de una ocasión le dije que me parecía ridículo —contestó—, y luego me comentó que te lo iba a decir…, pero, por lo que se ve, nunca llegó a hacerlo.

Sentí como si me engullera una enorme sombra oscura. No conocía a Mac en absoluto.

De un salto me levanté del asiento, balanceando las piernas sobre los tacones. Quería irme de allí; no quería estar cerca de aquella carta.