Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Los autores de este apasionante libro se adentran en una historia poco tratada en las investigaciones sobre la definitoria etapa de los albores de la Revolución. Las acciones emprendidas por EE.UU., antes de 1959, para frustrar el triunfo y evitar el acceso al poder político de su vanguardia, dirigida por el Comandante en Jefe Fidel Castro, utilizando elementos considerados como una "tercera fuerza"; tendrían su prolongación, tras el triunfo, en diversos planes y acciones para derrocar al naciente Gobierno Revolucionario. Momento culminante de aquella confrontación fue la aplastante y vergonzosa derrota en Trinidad, el 13 de agosto de 1959, de la llamada "conspiración trujillista", encabezada por el sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo con el auspicio de Washington, plasmada en esta obra y que fuera calificada por Fidel Castro —su protagonista principal— como "una fascinante historia".
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 412
Veröffentlichungsjahr: 2023
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Edición: Sergio Ravelo López
Diseño de cubierta: Eugenio Sagués Díaz
Diseño interior: JCV
Maquetación digital: JCV
® Andrés Zaldívar Diéguez y Pedro Etcheverry Vázquez, 2021
® Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2021
ISBN: 9789592115903
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
Editorial Capitán San Luis.
Calle 38 No. 4717 entre 40 y 47, Reparto Kholy, Playa.
La Habana, Cuba.
www.capitansanluis.cu
https://www.facebook.com/editorialcapitansanluis
Al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, bajo cuya dirección e inspiración se logró el triunfo de la Revolución y el enfrentamiento a quienes han querido destruirla en el último medio siglo.
Al General de Ejército Raúl Castro Ruz, de la misma simiente libertaria, quien desde los primeros instantes acompaña a Fidel en todas las batallas y hoy le da continuidad a esta lucha.
A la memoria del inolvidable comandante Camilo Cienfuegos Gorriarán, que participó activamente en el enfrentamiento a las acciones enemigas que aquí se describen.
Al Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, combatiente del Moncada, del Granma, la Sierra y la Invasión, que desde los momentos iniciales de 1959 dirigió los Órganos de la Seguridad del Estado.
A los fundadores de esos órganos, a 50 años de su creación, y a todos los que desde sus filas han sido centinelas insomnes de la Patria.
A los Cinco Héroes prisioneros del imperio, cuya lucha contra el terrorismo es continuidad de la que está librando nuestro pueblo desde el 1ro. de enero de 1959, aspectos sobre los que se profundiza en esta obra.
Este libro es el resultado del esfuerzo de un grupo de compañeros. Sirvan estas líneas para mostrar nuestro reconocimiento, en primer lugar, al fraternal Santiago Gutiérrez Oceguera, el legendario Sergio de la lucha contra bandidos, por su impulso decisivo desde los momentos iniciales de la investigación sobre los componentes paramilitares de la conjura enemiga que en la obra se describen, participación en la recopilación de testimonios y la minuciosa revisión del manuscrito final.
Al coronel Manuel Cisneros Castro, cuyas vivencias en las comunicaciones con Ciudad Trujillo en el verano de 1959, cuando era un joven soldado rebelde, resultan invalorables; así como a los combatientes del II Frente Nacional del Escambray entrevistados, activos participantes en el desmantelamiento del acto final de la conjura trujillista en Trinidad en agosto de 1959, los que siempre se han mantenido fieles a la Revolución. Particularmente valiosa resultó la revisión de la obra de autores cubanos que nos precedieron en algunos de los temas tratados, muchos de ellos colegas apreciados que mencionamos en la bibliografía, de quienes también recibimos apoyo y estímulo. Nuestro agradecimiento al fraterno Humberto Vázquez García, así como a los juristas Raúl Mora y Milvia Pineda, que con presteza esclarecieron muchas dudas sobre la legislación anterior a 1959. También a los compañeros de nuestro Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado, en particular a Manuel Hevia, Jacinto Valdés-Dapena, Tomás Gutiérrez, Gabriela Báez, Vania Silvera, Iris Calzadilla, Aracelis Blanzaco y Dania Sao, sin cuya participación en la investigación que dio origen a esta obra y su presentación no hubiesen sido posible, como tampoco lograrse sin el alentador respaldo de nuestras compañeras en la vida, Flora Hera y Georgina Michelena, y de tantos otros con respecto a los cuales nos sentimos deudores, aunque razones de espacio nos impidan mencionarlos expresamente.
A. Z. D.
P. E. V.
Fragmentos de la Reflexión del compañero Fidel, aparecida en el periódico Granma, 4 de julio de 2008
Hace siete díashablé de uno de los grandes de la historia, Salvador Allende, a quien el mundo recordó con profunda emoción y respeto al conmemorarse el primer centenario de su nacimiento. Nadie, en cambio, vibró y ni siquiera recordó el día 24 de octubre de 1891, en que —18 años antes que nuestro admirado hermano chileno— nació el déspota dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
Ambos países, uno en el Caribe y otro en el extremo Sur de América, sufrieron las consecuencias del peligro que previó y quiso evitar José Martí, quien en su famosa carta póstuma al amigo mexicano que luchó junto a Juárez, le transmitió un pensamiento que nunca me cansaré de repetir: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida... para impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.
A nuestra revolución victoriosa le correspondió simultanear la amistad de Allende y el odio de Trujillo. Este era un Pinochet rústico, engendrado por Estados Unidos en el Caribe. El déspota había sido fruto de una de las intervenciones militares yanquis en la isla que comparte con Haití y que fuera la primera colonia española.
La infantería de Marina norteamericana había intervenido en esa República hermana para garantizar los intereses económicos y estratégicos de su país —no existía, por supuesto, una Enmienda Platt para encubrir la acción con una tenue túnica legal.
En 1918, recluta entre otros, al aventurero y ambicioso criollo, hijo de un pequeño comerciante, lo entrena e ingresa con 27 años de edad en el Ejército nacional. Pasa un curso de capacitación en el año 1921 en la Academia Militar creada por los ocupantes del país y, transcurrido el mismo, se le designa como jefe de una guarnición y es ascendido al grado de Capitán por los servicios prestados a las fuerzas de intervención, sin ostentar el grado previo de teniente requerido para el ascenso.
Al cesar la ocupación yanqui en 1924, Trujillo estaba preparado como instrumento de Estados Unidos para ocupar altos cargos en la esfera militar, los que utiliza para el clásico golpe de Estado y las típicas “elecciones democráticas” que lo conducen en 1930 a la Presidencia de la República. El inicio de su gobierno coincidió con los años de la Gran Depresión que golpeó duramente a la economía de Estados Unidos.
Cuba, el país más dependiente y maniatado por los acuerdos comerciales, sufrió las mayores consecuencias de esa crisis. Se añadía la Base Naval y la humillante e innecesaria Enmienda, que les daba derecho constitucional a intervenir en nuestra nación, haciendo trizas su gloriosa historia.
En el país vecino, con menos dependencia económica directa, Trujillo, hombre astuto y lleno de ambiciones, manejó a su antojo los bienes de la clase media y la oligarquía dominicanas. Los principales centrales azucareros y otras muchas ramas industriales se convirtieron en propiedades personales suyas. Ese culto a la apropiación privada no ofendía los conceptos capitalistas del imperio. “Dios y Trujillo”, proclamaban en todas partes los letreros lumínicos. Muchas ciudades, avenidas, carreteras y edificaciones llevaban su nombre o el de familiares allegados. El mismo año que ascendió a la Presidencia, un huracán golpeó fuertemente a Santo Domingo, capital del país. Después de restablecida, la bautizó con su nombre y se llamó oficialmente Ciudad Trujillo. Jamás se vio en el mundo un caso igual de culto a la personalidad.
Llevó a cabo en el año 1937, en el área de la frontera, una gran matanza de trabajadores haitianos que constituían su reserva de fuerza de trabajo agrícola y constructiva.
Era un aliado seguro de Estados Unidos. Participó en la creación de Naciones Unidas y en la fundación de la OEA en 1948. El 15 de diciembre de 1952 viaja a Washington nada menos que ostentando el cargo adicional de embajador plenipotenciario ante la Organización de Estados Americanos. Permanece en ese país tres meses y medio. El 2 de julio de 1954 viaja a España a bordo de un trasatlántico, que lo transporta a Vigo. Franco, que era ya aliado del imperio, lo recibe en la estación Norte de Madrid con todo el cuerpo diplomático.
Mi relación con la República Dominicana data de mi época de estudiante universitario. Había sido honrado con la designación como Presidente del Comité Pro Democracia Dominicana. No parecía un cargo muy importante, pero, dado mi carácter rebelde, lo tomé en serio. Sin que se esperara, llegó la hora propicia. Los exiliados dominicanos impulsan en Cuba una fuerza expedicionaria. Me enrolo en ella cuando aún no había concluido el segundo año de mi carrera. Tenía entonces 21 años.
He contado en otras ocasiones lo que ocurrió entonces. Después de la malograda expedición de Cayo Confites, no estuve entre los más de mil prisioneros llevados al campamento militar de Columbia, encarcelamiento que dio lugar a la huelga de hambre de Juan Bosch. Habían sido confinados por el Jefe del Ejército de Cuba, General Pérez Dámera, que recibió dinero de Trujillo para interceptar la expedición, lo que se llevó a cabo cuando ya se aproximaba al Paso de los Vientos.
Una fragata de la Marina cubana, apuntando con sus cañones de proa a nuestra embarcación que iba delante, dio la orden de volver atrás y atracar en el puerto de Antilla. Me lancé al mar a la entrada de la Bahía de Nipe con tres expedicionarios más. Éramos cuatro hombres armados.
Conocí a Juan Bosch, prominente líder dominicano, en Cayo Confites, donde nos entrenamos, y pude conversar mucho con él. No era el jefe de la expedición, pero sí la más prestigiosa personalidad entre los dominicanos, ignorado por algunos de los principales jefes del movimiento y por los cabecillas cubanos, que contaban con importantes y bien remuneradas influencias oficiales. ¡Qué lejos estaba de imaginar entonces lo que hoy escribo!
Cuando once años después nuestra lucha en la Sierra Maestra estaba a punto de concluir victoriosamente, Trujillo otorgó un crédito a Batista en armas y municiones, que llegaron por avión a mediados de 1958. Le ofreció, además, transportar por aire tres mil soldados dominicanos, y posteriormente otra fuerza igual que desembarcaría por Oriente.
El primero de enero de 1959, la tiranía de Batista es derrotada por los golpes contundentes del Ejército Rebelde y la huelga general revolucionaria. El Estado represivo se desmorona totalmente a lo largo y ancho de la Isla. Batista huye a la República Dominicana. Con él viajan, entre otros siniestros personajes del régimen, el conocido esbirro Lutgardo Martín Pérez, su hijo de 25 años Roberto Martín Pérez Rodríguez, y un grupo de los principales jefes militares de su derrotado ejército.
Trujillo recibe a Batista calurosamente y lo instala en la residencia oficial de invitados ilustres, enviándolo más tarde a un lujoso hotel. Le preocupa el ejemplo de la Revolución Cubana y, contando con los altos jefes del antiguo ejército batistiano y el probable apoyo de las decenas de miles de los componentes de las tres armas que lo integraban y la policía, concibe la idea de organizar la contrarrevolución y apoyarla con la Legión del Caribe, que contaría con 25 mil soldados del ejército dominicano.
El gobierno de Estados Unidos, conocedor de estos planes, envía a un oficial de la CIA a Santo Domingo para entrevistarse con Trujillo y valorar los planes contra Cuba. A mediados de febrero de 1959 se reúne con John Abbes García, Jefe de la Inteligencia militar dominicana. Le recomienda enviar agentes para reclutar elementos inconformes en las propias filas de la Revolución triunfante. No le informó que el gobierno de Estados Unidos contaba con William Alexander Morgan Ruderth, ciudadano norteamericano y agente de la CIA infiltrado en el Segundo Frente del Escambray, que lo ascendió a Comandante, y era uno de sus principales jefes.
El desarrollo de estos acontecimientos, que constituyen una fascinante historia, está recogido en libros de altos funcionarios de la Inteligencia y la Seguridad cubanas, testimonios de jefes de unidades del Ejército Rebelde que participaron en los hechos, autobiografías, declaraciones oficiales de la época, así como de periodistas nacionales y extranjeros, que resulta imposible mencionar en esta Reflexión.
Hay además un libro en edición, escrito por un compañero que a los 17 años ingresó en las Milicias, la que por su buena conducta y su mente ágil, lo pasó a la escolta del Primer Ministro y Comandante en Jefe, donde estudió taquigrafía, tomó después notas de las conversaciones y recogió el testimonio de cientos de participantes en los hechos que narra. Se trata de un capítulo de la historia de la Revolución que está lejos de cerrarse.
Como es de suponer, a los principales jefes revolucionarios se nos informaba constantemente de las noticias que llegaban de los planes enemigos. Concebimos la idea de asestar un fuerte golpe a la contrarrevolución yanqui, batistiana y trujillista.
Cuando ya las armas enviadas por mar desde la Florida para los golpes iniciales y los jefes y complotados estaban bajo riguroso control, se simuló una contrarrevolución exitosa en el área montañosa del Escambray y en Trinidad, que disponía de una pista aérea. Se aisló el municipio de esta pequeña y amistosa ciudad y se intensificó el trabajo político revolucionario.
Trujillo se entusiasmaba. Una compañía rebelde disfrazada de campesinos gritaba en la pista aérea: “¡Viva Trujillo! ¡Abajo Fidel!”, de todo lo cual se informaba a la jefatura en la República Dominicana. Esta había lanzado por paracaídas abundante parque. Todo marchaba bien.
El 13 de agosto llegó un avión con el emisario especial de Trujillo: Luis del Pozo Jiménez, hijo de quien fue Alcalde batistiano de la capital y figura prominente del régimen. Indicó en un mapa las posiciones que debían ser bombardeadas por la Fuerza Aérea dominicana e indagó la cantidad de legionarios que se necesitaban en la primera etapa.
Con él vino otro enviado importante, Roberto Martín Pérez Rodríguez que, como ya se mencionó, viajó junto a su padre con Batista en su fuga hacia la República Dominicana aquel primero de enero. Lo acompañaban varios jefes mercenarios que venían ya para quedarse. El aparato debía regresar. Era tripulado por el mismo personal cubano que transportó a Batista en su huida.
Yo estaba en las proximidades de la pista de aterrizaje con Camilo Cienfuegos y otros comandantes rebeldes. El jefe del personal militar cubano que descargaba las armas y equipos de comunicaciones enviados, interpretó que debía arrestar a los tripulantes de la nave. Al realizarlo, un copiloto se percata, dispara contra ellos y se generalizó el tiroteo. Los enviados de Trujillo y demás jefes mercenarios fueron arrestados. Hubo bajas.
Esa misma noche visité a los heridos de ambos bandos. No se podía seguir adelante con el plan. Hasta entonces todas las comunicaciones entre Trujillo y la contrarrevolución del Escambray se realizaban por onda corta. La emisora oficial de Trujillo emitía partes victoriosos similares a los que se escuchaban desde Radio Swan y Miami en los días de Girón. Nunca usamos las emisoras públicas de Cuba para propagar informes oficiales falsos.
Habría podido proseguirse el juego aun después de tomado el avión y de haber sido arrestados Luis del Pozo Jiménez y Roberto Martín Pérez Rodríguez, simulando desperfecto mecánico en la nave aérea que debía regresar, pero solo al precio de engañar y confundir al pueblo, inquieto ya por las noticias procedentes del Escambray sobre supuestas victorias contrarrevolucionarias, difundidas públicamente desde Ciudad Trujillo.
Ese 13 de agosto de 1959 cumplía yo 33 años de edad, estaba en la plenitud de la vida y de las facultades físicas y mentales.
Se trataba de una importante victoria revolucionaria, pero a la vez una señal de los tiempos que vendrían y un triste obsequio que me hizo Rafael Leónidas Trujillo el día de mi onomástico. Veinte meses después enfrentaríamos Girón, la violencia y la sangre en el Escambray, en la orilla del mar, en ciudades y campos de todo el país. Era la contrarrevolución dirigida por Estados Unidos.
[…]
Fidel Castro Ruz
Julio 3 de 2008
4 y 26 p.m.
Cuando en fechatan temprana como marzo de 1959 se me encomendó trabajar en la constitución y dirección de los Órganos de la Seguridad del Estado, junto a un pequeño grupo de leales y eficientes compañeros, no pensé tener el privilegio de colaborar a desenmascarar y sumir, en el más rotundo fracaso, el primer complot a que se enfrentaba la Revolución en el poder.
Los hombres y mujeres que integraron esas filas —la inmensa mayoría de los cuales a lo largo de 50 años permanecen aún como héroes anónimos de esta contienda— son testigos excepcionales de que el enemigo no dio tregua a nuestro pueblo en su bregar por un futuro mejor. Las nuevas tareas serían, sin duda, más complejas y trascendentes que los enfrentamientos librados contra tiranía batistiana.
El Comandante en Jefe y los restantes compañeros de la dirección de la Revolución no podían percibir el triunfo de enero como la consecución final del acariciado sueño de independencia política, económica y de justicia social que había guiado a la Juventud del Centenario desde los primeros lances contra la dictadura, sino solo como el inicio de una nueva etapa que posibilitase que aquellos sueños de profunda transformación social pudiesen hacerse realidad.
Colosales eran las fuerzas a enfrentar, encabezadas por el gobierno norteamericano, representante de los mismos intereses que habían impedido que a fines del siglo XIX se cumpliesen los ideales de Martí, y que en los años 30 del pasado siglo frustraron los avanzados aires revolucionarios de aquel momento.
Revelando sus más íntimas convicciones, la carta de Fidel a Celia Sánchez del 5 de junio de 1958, reflejo de justa indignación por los pertrechos de guerra suministrados por Washington a Batista, y que causaron una secuela de muerte entre los humildes campesinos serranos, ya anunciaba que una guerra mucho más larga y grande contra la política injerencista de Estados Unidos sería su destino verdadero. La certeza acerca de lo poderoso y agresivo que era ese enemigo histórico de la nación cubana, llevó al Jefe de la Revolución a afirmar, a pocos días de alcanzada la victoria, que las tareas que se avecinaban serían más difíciles que las que ya habían concluido con la victoria popular.
A las constantes amenazas contra las conquistas alcanzadas y hasta la propia vida de dirigentes revolucionarios, en Estados Unidos y otros países se urdía una feroz campaña propagandística por las justas medidas que adoptaba la Revolución; desde los cómodos refugios de batistianos en territorio estadounidense o dominicano se barajaban invasiones al país; los círculos de poder norteamericanos hablaban abiertamente de represalias económicas y las oligarquías latinoamericanas se aprestaban a colaborar con el amo yanqui en las presiones que impidiesen a las autoridades revolucionarias llevar adelante su programa.
El fantasma del comunismo —en cuya agitación se regodeaba la prensa burguesa— hacía temblar a políticos conservadores y tecnócratas de vieja escuela y antiguos militares del derrocado régimen, traicionaron la confianza que les había ofrecido la Revolución al aceptarlos en el nuevo ejército y, bajo dirección foránea, comenzaron a conspirar contra ella desde los albores del triunfo.
Si alguien, desde los primeros momentos, pudo ver con claridad meridiana la gran conjura internacional que se tramaba contra Cuba, ese fue el Comandante en Jefe, que no solo creó los Órganos de la Seguridad y fortaleció al ejército revolucionario —valga solo recordar la creación de las Fuerzas Tácticas de Combate de Occidente, Centro y Oriente, en abril de 1959—, sino que fue dando la respuesta política adecuada a cada zancadilla urdida al calor de esta conjura, desde la Operación Verdad, de enero de 1959, hasta la renuncia a su cargo de Primer Ministro el 17 de julio —reasumido días más tarde, en la concentración campesina en la capital que por vez primera conmemoraba los sucesos del 26 de julio de 1953— para con toda libertad denunciar y frustrar la crisis institucional que, con la colaboración del entonces presidente provisional de la república, secundaría la andanada anticomunista y contrarrevolucionaria iniciada en el Senado yanqui poco antes.
Los componentes paramilitares de aquella conjura fueron valorados en su justa medida por Fidel y, como siempre sucedió ante los hechos de mayor trascendencia y peligrosidad de la actividad subversiva que el enemigo nos impuso, dirigió personalmente todas y cada una de las medidas de respuesta que se aplicaron, en lo que los autores del libro justamente denominan como el primer juego operativo con el enemigo externo. Si hubo un Oficial de Caso en el enfrentamiento a aquel complot, fue Fidel, y como resultado de sus previsoras medidas, la Quinta Reunión de Consulta de Cancilleres de países miembros de la OEA, organizada por Estados Unidos para acusar a Cuba en Santiago de Chile en agosto de 1959, sirvió en realidad para enjuiciar al tirano Trujillo —peón del gobierno norteamericano— y revelar la derrota propinada al acto final de esta conjura, el 13 de agosto, en la ciudad de Trinidad.
A través de las páginas de este libro, donde se relata una historia poco divulgada hasta hoy, sus autores ponen al alcance de las nuevas generaciones, en especial de los jóvenes, todo lo relacionado con la conspiración trujillista, como continuidad prácticamente ininterrumpida de las medidas que Estados Unidos y sus secuaces venían llevando a cabo desde antes del 1ro. de enero de 1959, con el fin de evitar el inminente triunfo de la Revolución Cubana.
Con un contenido en muchas ocasiones inédito, documentos originales e ilustraciones, el lector tendrá acceso a hechos prácticamente desconocidos hasta hoy, que fueron los que posibilitaron malograr esa conjura, cuya historia calificó nuestro Comandante en Jefe, en su reflexión del 4 de julio de 2008, titulada “La historia real y desafío de los periodistas cubanos”, como una fascinante historia.
Comandante de la Revolución
Ramiro Valdés Menéndez
“El imperialismo dominaba de manera absoluta nuestra política nacional”.
Informe Central
Primer Congreso del Partido
Comunista de Cuba
“En 1952 irrumpe en escena el fatídico golpe militar del 10 de marzo”, se dice en uno de los más autorizados textos, para agregar: “Ese era el ejército de la República fundado por los yanquis en la primera ocupación militar, autor de numerosas represiones contra el pueblo, al que los sargentos sublevados en 1933 habían convertido en dócil instrumento de un caudillo militar que lo mantuvo al servicio incondicional de los intereses imperialistas de Estados Unidos”.1 No resulta sorprendente, para el lector avisado, que en medio de su política de contención a escala mundial, el gobierno norteamericano actuase solapadamente para impedir que, a escasas 90 millas de sus costas, triunfase en las elecciones previstas para junio de 1952 en Cuba el movimiento político fundado por Eduardo Chibás, que “En sus filas contaba […] con elementos valiosos del pueblo”, lo que “[…] no traería por sí mismo cambios sociales en el país, pero abría posibilidades futuras de acción a los revolucionarios”.2
No deben existir dudas de que un triunfo semejante en Cuba, del que derivarían posibilidades de actuación de intereses progresistas y populares, se valoraba en Estados Unidos como un peligro para su “seguridad nacional”, lo que parece explicar los pasos dados para evitarlo. Habían intentado también estudiar a fondo las causas existentes para actuar sobre ellas y conjurar tal peligro,3 función encomendada a una comisión del Banco Mundial (léase Estados Unidos) que, luego de un acucioso estudio de las condiciones económicas y sociales existentes en el país, repitió en su informe —el Informe Truslow— “la enumeración de los males socio-económicos del país”4 ofrecidos quince años antes por la Foreign Policy Association, lo que según Oscar Zanetti “brinda como solución desmontar las conquistas sociales y laborales alcanzadas después del 30, soslayando los problemas estructurales que obstaculizaban el desarrollo”.5 ¿Cuál es su importancia de acuerdo con los fines perseguidos en esta obra? El eminente jurista Miguel A. D´Estéfano lo responde: “El Plan Truslow (1951) sólo podía aplicarse con un régimen antipopular, y la ocasión propicia fue el golpe del 10 de marzo, que concedió todas las «garantías» reclamadas”,6 a lo que es necesario acotar: y de paso se eliminaban las posibilidades de triunfo popular en Cuba y el gobierno norteamericano actuaba según los dictados de su política de contención. Según el Informe Central al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba de Cuba: “[…] le resultó fácil a Batista, cuyo oído estaba siempre atento a los deseos de Washington y ambicionaba desesperadamente el poder […] convertirse de nuevo en amo del país con el pleno apoyo del imperialismo y la oligarquía nacional […]”.7
Con la firma entre Estados Unidos y Cuba, en marzo de 1952 del “Acuerdo de Asistencia Mutua para la Defensa”, se inició un proceso de fortalecimiento y modernización del ejército de la tiranía batistiana —principal beneficiario de aquellos acuerdos— y la presencia en el país de una nutrida representación de todas las armas (ejército, marina, fuerza aérea, además de un grupo de asistencia y asesoría militar norteamericanas) que se convirtió desde poco tiempo después en un importante vehículo para intentar frenar la situación revolucionaria en que se encontraba el país y los objetivos anunciados desde La historia me absolverá por Fidel Castro, “programa mínimo para reencauzar el proceso cubano de liberación, sobre bases realistas, posibles, que le permitan su culminación después de casi un siglo de esfuerzos inconclusos”.8
Si el fermento revolucionario existente en el país no hubiera sido de una extrema preocupación para los estrategas norteamericanos, no tendría explicación que el ejército cubano recibiese de Estados Unidos en 1956, el segundo más grande programa de asistencia militar de toda la América Latina,9 por encima de países que le multiplicaban en varias veces la población, extensión geográfica y cuantía de sus fuerzas, y que incluso más de 500 de sus oficiales, hasta 1958, recibiesen entrenamiento en bases militares en la Zona del Canal de Panamá y en territorio norteamericano.10
Según los autores Marilú Uralde y Luis Rosado, citados antes, de donde emergieron los integrantes de la primera fuerza paracaidista de Cuba fue de la escuela de la Fuerza Aérea de Estados Unidos para América Latina, sita en la Zona del Canal, y “[…] También asistieron cubanos a los cursos de avanzada de artillería (The Artillery School Fort Sill Oklahoma); al Colegio de Comando y Estado Mayor del Ejército en la Escuela de Infantería de Fort Benning […] y a la Escuela de Infantería radicada en «El Valle», Caracas, entre otras”.11
La elevada medida en que la preparación de las fuerzas militares de la dictadura estaba en manos norteamericanas se aprecia en otra dirección: los cursos organizados por medio “de los asesores de la Misión Militar de Estados Unidos en Cuba”, que eran recibidos por “oficiales seleccionados” y “asociados de Estados Mayores”, impartidos estos últimos antes de marzo de 1952 a jefes y oficiales de estados mayores de medianas y grandes unidades, pero que después de aquella fecha “fueron implantados con el objetivo de capacitar a los oficiales de nueva promoción, que ahora se desempeñaban en los principales mandos”.12
La preparación ideológica de acuerdo con los esquemas de la guerra fría ocupaban un papel importante en la instrucción de aquellas fuerzas por el ejército norteamericano, toda vez que “se trataba de captar y preparar de entre los oficiales a aquellos hombres que, en un momento determinado, podían desempeñar un importante papel en los destinos de su país de origen, de acuerdo con los intereses de Estados Unidos”.13
Aquel apoyo a la dictadura no fue solamente de carácter militar, sino que tuvo su equivalente en la creación, asesoramiento, abastecimiento de medios y entrenamiento de personal de otros órganos represivos que tuvieron una importancia vital en los intentos de apuntalar a la dictadura y en el respaldo a las acciones en Cuba de la CIA. A la cabeza de aquellos órganos de represión podemos citar al Comité Investigativo de Actividades Comunistas (CIAC), creado en agosto de 1952; al Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC), de 4 de mayo de 1955, así como el Servicio de Inteligencia Militar, el Departamento de Investigación de la División Central de la Policía Nacional, el Servicio de Inteligencia Naval, la Policía Secreta y la Policía Judicial.
Existen numerosas facetas del trabajo de estos órganos represivos y su interrelación con otros grupos paramilitares encargados de la persecución de los comunistas, el más conocido posiblemente haya sido el de los denominados “tigres” del matón batistiano Rolando Masferrer Rojas.
En los momentos en que redactamos estas líneas, tenemos en las manos la planilla de ingreso del asesino a sueldo de los gobiernos de Prío y Batista, e incluso del tirano Trujillo, Rafael, El Muerto, Soler Puig, en el denominado Movimiento de Integración Democrática Americana (MIDA), en el que desempeñaba el cargo de Comisionado General de Organización del Consejo Supremo Nacional, subordinado directamente al ministro batistiano Ernesto de la Fe. No es de desdeñar, para lo que sucederá después, que este individuo poco antes “presidía un grupo pandillero denominado ATOM, amparado financieramente por el ex general Manuel Benítez, y mantenía estrechas relaciones con Policarpo Soler”.14
En documento elaborado por Soler Puig, de julio de 1954, se expresa que el MIDA, “no era un movimiento clasista con intenciones de apoderarse de la dirección sindical, ni con otras intenciones en este sentido, sino que acogía en su seno a todos los elementos que se sintieran cubanos o anti-comunistas para la erradicación del comunismo de todos los sectores de la vida nacional [...]”, y que su labor “se ceñía a denunciar a todos los que permitieran la penetración comunista o que colaboraran con los comunistas”.15
Rafael Soler Puig fue el asesino del dirigente comunista portuario Aracelio Iglesias y del exiliado dominicano Manuel, Pipi, Hernández Santana. En sus documentos, el MIDA suscribía “la Declaración de Principios dada a conocer con el Título de «Mensaje de Guerra al Comunismo»”, y daba fe de que “al solicitar su ingreso en el MIDA solo alienta el deseo de luchar contra el comunismo y en defensa de la más amplia y justa democracia”. Se trataba de la misma democracia que defendían asesinos como Rafael Soler Puig, El Muerto, el que expresaba en carta al periódico Prensa Libre de julio de 1954: “[…] desde que el amigo y compañero Eusebio Mujal me demostró —bajo los gobiernos de Grau y de Prío— que para sacar a los comunistas de los sindicatos, de las federaciones y de la CTC era necesario ser «prácticos» y «realistas», abandoné todo escrúpulo […] Comprendí […] que con los procedimientos normales era imposible vencer a los comunistas […] para vencer a los comunistas se hacen necesarios los procedimientos excepcionales”.16 En informe de Soler Puig del 24 de junio de 1954 al Comisionado General de Investigación del MIDA, señalaba: “a los fines de una correcta investigación para su confirmación […] los elementos comunistas y filocomunistas en distintos sectores o secciones sindicales del Sindicato General de Trabajadores de Almacenes, sus Anexos y Similares que radican en la calle Muralla 107”. El grado de detalle en lo que se informaba se precisa en aspectos tales como “[…] en cada una de las secciones relacionadas en el Informe […] hay una gran cantidad de comunistas que no aparecen […] porque esta se contrae a los delegados de dichas secciones y no a la totalidad de sus componentes”.
Vale la pena intercalar aquí una información ofrecida en un muy secreto estudio realizado por el aparato de investigación histórica de la CIA y que fuera desclasificado hace muy poco tiempo, amén de que luego volvamos sobre ella: el financiamiento por la Agencia en Cuba, a mediados de los años 50, de una “organización anticomunista dedicada a actividades de propaganda”,17 que con muchas posibilidades fuese el MIDA. Si por otra parte existe la información de que los grupos gangsteriles del propio Ernesto de la Fe aparecían financiados por el general Manuel Benítez, como vimos antes, podríamos preguntarnos: ¿es que la CIA utilizaba como vía, para su financiamiento secreto de organizaciones paramilitares de extrema posición anticomunista a este antiguo general batistiano?
Estos elementos parecen mostrar la estrecha imbricación de los servicios norteamericanos —la CIA en particular—, con los servicios represivos de la tiranía, los organismos que abastecían informativamente a estos y los matones que formaban parte de aquellos aparatos de terror. Para entenderlo a plenitud baste otro ejemplo: El Muerto Soler Puig fue uno de los integrantes de la brigada invasora por Playa Girón en abril de 1961, organizada por la CIA. No por coincidencia, el expediente con la investigación del asesinato por Soler Puig del emigrado dominicano Manuel J. Hernández fue enviado al coronel Orlando Piedra Negueruela por Francisco Muñoz Olivé, entonces secretario de la jefatura de ese Departamento de Investigación batistiano, contacto de la estación de la CIA en La Habana y después del triunfo de la Revolución, jefe de una importante red de espías.
La visita a Cuba de Allen Dulles, cabeza visible no solo de la CIA sino de toda la comunidad de organismos de espionaje de Estados Unidos, se relaciona con la creación del BRAC y su Reglamento de mayo de 1955. Al tutelaje del cuerpo de oficiales, de los servicios armados, se unía también el equivalente de la CIA en los cuerpos policíacos, en particular aquellos de carácter político con misiones específicas en la represión no solo de los comunistas, sino de todos aquellos que propugnasen soluciones revolucionarias.
La comunidad de inteligencia norteamericana no se equivocaba si oteaba en el horizonte político nacional una polarización hacia posiciones revolucionarias, propugnada en lo fundamental por la vanguardia dirigida por Fidel Castro, defendida asimismo por José Antonio Echeverría al frente de la FEU, en la misma medida en que se desvanecían las pretensiones de los políticos reformistas y quedaba demostrado, una vez más, que la dictadura haría caso omiso a tibias demandas constitucionalistas de los auténticos. La creación del BRAC había sido catalizada por el ataque al cuartel Moncada, y los pasos prácticos para echarla a andar antecedió en solo meses la excarcelación de los moncadistas, obligados por la enorme presión popular que obligó a la dictadura a incluirlos en la ley de amnistía de inicios de mayo de 1955,18 y en el mismo año que los estudiantes universitarios defendían públicamente la solución revolucionaria, y el ejemplo que juraban seguir era el del dirigente comunista Rubén Martínez Villena.19
Los viajes a Cuba del inspector general de la CIA Lyman Kirkpatrick tuvieron una gran importancia práctica. Para la más completa comprensión de la intervención directa de la comunidad de inteligencia norteamericana en el apuntalamiento de la tiranía batistiana y el enfrentamiento a las acciones revolucionarias, poseen gran importancia sus tres visitas al país. Cada una de ellas trajo consigo un incremento de las acciones directas de la CIA contra el movimiento revolucionario y, coincidentemente, la información existente muestra que, paralelamente a aquellas inspecciones, aparecían o reaparecían oficiales o agentes de la CIA en tareas de penetración o control en determinados sectores, lo que evidencia una prioridad operativa y una actividad secreta coordinada con el arribo de estos altos oficiales a la Isla.
La primera de esas visitas del Inspector General se realizó en junio de 1956, en momentos en que los intentos de diálogo con la dictadura por parte de los políticos reformistas habían mostrado ya su fracaso, y en igual sentido se apreciaban intentos oposicionistas de más alcance, entre ellos la conspiración militar encabezada por el coronel Ramón Barquín así como el frustrado ataque al cuartel Goicuría en Matanzas por jóvenes procedentes de las filas del autenticismo, que con aquella gesta se inmolaron a contrapelo de la claudicante posición de los principales caudillos de las diferentes facciones del autenticismo. Eran momentos también en que la vanguardia revolucionaria dirigida por Fidel Castro se preparaba en México y se organizaban los clubes patrióticos del Movimiento 26 de Julio en Estados Unidos.
Este viaje a Cuba por parte del Inspector General de la CIA era, a todas luces, una nueva etapa de perfeccionamiento de los órganos represivos que debían enfrentar aquel fermento revolucionario. Según sus memorias, Kirkpatrick valoró el trabajo investigativo e informativo que se realizaba por los órganos represivos, la coordinación existente entre ellos y sostuvo reuniones con el tirano Batista y con su ministro de Gobernación Santiago Rey Pernas, máximo funcionario a quien se encontraba adscrito el BRAC. El alto funcionario norteamericano expresaría luego: “La política de Estados Unidos en aquel momento era la de brindar apoyo total al gobierno de Batista, incluyendo asistencia militar”.20 No hay que ser muy suspicaz para entender en cuáles aspectos la tiranía requería “apoyo total”. Kirkpatrick comprometió “[…] todo el apoyo de la Agencia para eliminar «el peligro comunista en Cuba (…)»”, lo que seguramente implicaba también un reforzamiento de las medidas de limitación y control que a la sazón se realizaban contra todos los revolucionarios, aunque no se poseyesen evidencias acerca de su filiación comunista. Más adelante nos referiremos a las que se aplicaban contra los revolucionarios que se preparaban en México.
Resulta congruente con esta política de represión por parte de los servicios especiales norteamericanos y de visitas de sus más altos funcionarios al país, el que a finales de año se encontrase en Cuba el coronel J. C. King, jefe de la División del Hemisferio Occidental de la Dirección de Planes de la CIA, en ocasión de una reunión de jefes de estación de la CIA en América Central y la zona del Caribe. La anécdota que reflejamos a continuación es de E. Howard Hunt, y muestra el grado de monitoreo por parte de los representantes oficiales norteamericanos de la situación revolucionaria de entonces: encontrándose todos aquellos funcionarios reunidos el 2 de diciembre de 1956 con el entonces embajador norteamericano en la capital cubana, Arthur Gardner, este recibió una llamada de Batista para informarle sobre el desembarco de Fidel Castro por la provincia de Oriente y su supuesta muerte aquel mismo día. Una muestra adicional del dominio informativo que sobre el joven líder rebelde poseían aquellos funcionarios —incluido el embajador—, cosa absolutamente inverosímil de no haber mediado una sistemática actividad de espionaje sobre el mismo, se desprende del tema de la conversación suscitada tras haberse recibido aquella noticia: la participación de Fidel Castro, cuando todavía era dirigente estudiantil en la Universidad de La Habana, en los disturbios populares en Colombia tras el asesinato del líder progresista Jorge Eliécer Gaitán.21
El inspector general Lyman Kirkpatrick volvió a visitar Cuba en abril de 1957, apenas transcurridos cuatro meses del desembarco del yate Granma, del levantamiento armado del 30 de Noviembre en Santiago de Cuba y a solo un mes del ataque al Palacio Presidencial por el Directorio Revolucionario. Estos acontecimientos constituyeron un importante hito en el papel de la CIA en el país y el fortalecimiento de la actividad represiva contra el movimiento opositor a la dictadura, en particular contra las fuerzas revolucionarias. Según las memorias de Kirkpatrick —que el autor Carlos Alzugaray reseña— “la CIA estaba muy interesada en la obtención del máximo de la información sobre la explosiva situación interna”. En sus memorias expone que a la sazón pensaban “[…] que se podía hacer mucho más en el reclutamiento de investigadores y personal de vigilancia, y que había una necesidad desesperada de consolidar los archivos de todas las agencias investigativas, de las cuales había bastante”,22 dentro de las que seguramente incluía, además del BRAC, las restantes organizaciones paramilitares de corte criminal como los “tigres” de Masferrer y el MIDA.
La gravedad de la situación para la dictadura batistiana a finales del tercer trimestre de 1958, en momentos en que ganaban en organización y fortaleza las acciones del Ejército Rebelde, como parte de la contraofensiva después de derrotada la ofensiva de verano de la dictadura, y no se vislumbraban éxitos en los intentos de encontrar una “tercera fuerza” que las contrarrestara, debe haber determinado la tercera visita al país del Inspector General de la CIA que, según sus memorias, perseguía fortalecer el Buró de Represión de Actividades Comunistas y hacer que su trabajo contra los comunistas fuera más efectivo.
En su libro Cuba: la guerra secreta de la CIA, Fabián Escalante amplía al respecto. Según este autor su misión era “examinar con el dictador Fulgencio Batista la situación político-militar del país. También se proponía […] conocer directamente la estabilidad del régimen […] Finalmente, quería revisar el trabajo de los diferentes órganos policíacos de la tiranía, en particular […] el Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC), que tenía como misión extirpar las ideas revolucionarias con el asesoramiento y asistencia de la CIA y el FBI”.23
El asesoramiento, control y dirección que solapadamente realizaban los servicios especiales norteamericanos sobre los órganos represivos de la dictadura no se limitaban a las visitas de Allen Dulles o J. C. King, e incluso a las que anualmente realizó el inspector general Lyman Kirkpatrick. Aquella “cooperación” fue diaria y sistemática, a través de los oficiales de la estación local de la CIA radicada en la embajada norteamericana en la capital cubana, los representantes del FBI y, con toda seguridad, de otros servicios con incidencia notable en el país, como el Servicio de Inteligencia Naval, que dada su competencia en los asuntos relacionados con la Base Naval en Guantánamo, incidía con fuerza en la región oriental del país y, por qué dudarlo, con intereses en todos los puertos y el perímetro costero del archipiélago cubano, avanzada en la protección del Canal de Panamá.
Es harto conocido que el poder real durante el período pseudorrepublicano se encontraba en elevada medida en manos de los embajadores norteamericanos, verdaderos procónsules del imperio. Congruentemente con ello, el estado mayor de la lucha contra el movimiento comunista y obrero y, en general, contra los movimientos revolucionarios radicó en la estación local de la CIA dentro de la sede diplomática norteamericana. “No era un asesoramiento desinteresado”, expresó a los autores el general de división Manuel Fernández Crespo, importante actor histórico del enfrentamiento a la actividad subversiva contra Cuba y estudioso de estos temas. “Se trataba de incrementar la eficiencia de los aparatos policíacos de la dictadura como una vía para elevar la disponibilidad y calidad de la información por ellos requerida. Aunque pueda resultar increíble, hasta las informaciones sobre quienes solicitasen licencias de conducción se remitían, a través de los mecanismos de coordinación existentes, para los bancos de datos de la comunidad de inteligencia norteamericana. ¿Qué decir entonces de la información acerca de los que se procesaban por comunistas? Esos tenían la máxima prioridad”.24
En el museo del Ministerio del Interior se exponen documentos de identificación, (carnets de oficiales de la estación de la CIA destacada en La Habana) como miembros honorarios del Departamento de Investigación de la División Central de la Policía Nacional. En los interrogatorios realizados al agente de la CIA Francisco Muñoz Olivé, detenido por los órganos de la seguridad en el año 1976 por acciones de espionaje a favor de la CIA, confesó que había mantenido relaciones de colaboración con oficiales norteamericanos encubiertos desde que había trabajado como Secretario del Departamento de Investigación de la Policía Nacional en la década de los años 50, y que tenía instrucciones del coronel Orlando Piedra Negueruela, jefe de aquel órgano, de ofrecerles todos los datos que solicitasen, y facilitarles los resultados de los interrogatorios de detenidos que interesaran. En el año 1959 el oficial CIA David Morales, que aparecía como “Agregado” en la embajada norteamericana (“Carlos Domínguez” o “Moraima”, falsas identificaciones utilizadas en su atención a los agentes reclutados) lo contactó nuevamente y le encargó la creación de una red de espionaje con la que estuvo obteniendo información de interés para aquella Agencia hasta su detención en la década de los años 70.
Los estrechos vínculos de la CIA con las fuerzas represivas de la tiranía implican una importante faceta: su complicidad con los deleznables procedimientos de bárbaras torturas que contra los revolucionarios detenidos aplicaban aquellos órganos. Carlos Alzugaray alude a ello cuando expresa, refiriéndose a las memorias del Inspector General de la CIA sobre su segundo viaje a Cuba, en 1957, para inspeccionar las actividades del BRAC. De su recuento sobre esta visita quedaba claro que a los oficiales de la CIA no les era ajeno el uso que hacía de la tortura al igual que otros aparatos represivos de la dictadura: “[…] existían evidencias de que el BRAC se entusiasmaba mucho en sus interrogatorios”,25 según palabras de Kirkpatrick. Pero es aún más revelador lo que este autor resalta con respecto a la tercera visita a La Habana de este funcionario, a finales de 1958. Después de reseñar que este había tenido que dejar atrás su supuesto escepticismo “sobre la brutalidad de la represión desatada por el régimen” y haber comprobado las torturas a que había sido sometida una joven maestra sin delito alguno, además de constatar de que ese órgano “estaba participando en la escalada represiva”, Kirkpatrick señaló que había abordado ese asunto con el coronel Mariano Faget, jefe del BRAC, quien admitió que eso estaba sucediendo, pero que no podía impedirlo. La respuesta entonces fue débil y comprometida. Según el Inspector General de la CIA: “[…] se entregó un memorandum en el que se trataba ese tema al ministro de Gobernación, Santiago Rey”.26
Vale la pena citar en extenso la reflexión que sobre este aspecto hace Alzugaray:
Suponiendo que se aceptasen como sinceras las opiniones de Lyman Kirkpatrick sobre la actitud de la CIA ante las torturas del BRAC, cosa que resulta difícil de creer por las informaciones posteriores que se tuvieron acerca de los programas de entrenamiento que la Agencia conducía para policías y militares latinoamericanos en la zona del Canal de Panamá y en la Escuela de las Américas, y las propias operaciones de la CIA contra Cuba y contra otros países, resulta cínico que después de conocer y describir de manera tan vívida un caso comprobado de la brutalidad agresiva de la Dictadura […] el Inspector General de la CIA se haya limitado a entregarle a Santiago Rey un simple memorandum y ni siquiera se le haya ocurrido que la Agencia debía terminar su colaboración con el BRAC, cesar el entrenamiento de su personal y retirar el oficial de enlace que tenía con esa oficina, cuya esencia cruel y opresiva era ostensible.27
Otras facetas del trabajo de la estación local en la capital cubana en aquel período anterior a 1959, con relación a su participación directa en acciones subversivas, se refieren a la presencia de oficiales y colaboradores en centros educacionales de la élite nacional —Roston Institute; Universidad Católica de Santo Tomás de Villanueva—, presuntamente como una vía para garantizar la selección y reclutamiento de sus agentes en el seno de las familias que detentaban el poder económico, aunque también utilizaban sus oficinas y modernos medios de reproducción —lo que se comprobó después de 1959—, para la preparación de documentos falsos de identificación, pasaportes y otros materiales a ser utilizados por su red interna de inteligencia y terrorismo. Otras disponibilidades de la estación de la CIA desde antes del triunfo de la Revolución se referían a posiciones en la administración encubierta de hoteles —a título de ejemplo, el hotel Victoria—, con la existencia de habitaciones con medios de escucha y otros recursos técnicos; oficiales encubiertos en cargos de dirección de compañías aéreas, como la Pan American, empresas comerciales y grandes almacenes en diferentes áreas de la capital, en los que existían dislocados equipos de comunicación que garantizaban un rápido enlace con la estación en la embajada e incluso con el exterior.28 Desde septiembre de 1958 había comenzado a dirigir la misma James A. Noel, quien ocupó ese puesto hasta el rompimiento de relaciones el 3 de enero de 1961, y de inmediato se incorporó desde la base de la CIA en Miami a dirigir la actividad de inteligencia y subversión interna en el país, como parte del frente paramilitar de la CIA.
Diversas evidencias recogidas afirman que en 1955 arribó a Cuba como oficial de la CIA con fachada profunda el norteamericano David Atlee Phillips, que aparecería públicamente en lo adelante como dueño de una oficina de relaciones públicas, denominada David A. Phillips y Asociados, con oficinas en la calle Humboldt, dedicada al ámbito de las relaciones públicas y la promoción de servicios de mercadotecnia.
Luego de haber servido en los órganos de inteligencia y análisis de la fuerza aérea durante la segunda guerra mundial y haber trabajado como publicista en Chile en la posguerra, Phillips había sido reclutado por la CIA y sus dotes propagandísticas habían sido explotadas al encomendársele un rol protagónico en la elaboración y dirección de las acciones de propaganda subversiva contra el gobierno de Jacobo Arbenz como parte de la operación PB-SUCCESS, para lo cual había instalado una emisora radial clandestina en la Isla Swan, en el Golfo de Honduras, cuya labor, según los especialistas, fue determinante para provocar la caída de aquel gobierno.
El hecho de que la CIA destinase para su trabajo encubierto en Cuba a un oficial con esta aureola de triunfo, lo que se hizo coincidentemente en fecha con la creación del BRAC y la visita a Cuba del director de la CIA Allen Dulles, son elementos suficientes para aquilatar la gran importancia que aquel organismo le confería al control del ambiente político interno y a la ejecución de acciones signadas por la utilización de los más refinados medios y métodos del trabajo clandestino de los organismos de inteligencia, en aras no solo de la búsqueda y obtención de información acerca de la influencia en Cuba del movimiento comunista internacional y las acciones de las agrupaciones comunistas del patio —prioridad que se encontraba en la base misma de la política de guerra fría—, sino también de la caracterización minuciosa, desde la envidiable posición de un particular sin vínculo oficial alguno con la embajada norteamericana, de las diversas agrupaciones y personalidades en los medios políticos y profesionales, periodísticos, culturales, educacionales y otros afines de la sociedad cubana en que se desenvolvía. El traslado de esa caracterización a la estación local de la CIA para que esta la utilizase en el proceso de selección de las personas para la colaboración, además de otros elementos que posibilitaran el conocimiento de la explosiva situación revolucionaria existente, debe haber sido uno de los contenidos informativos que trasladaba en sus contactos clandestinos con el jefe de la estación local.