Una historia de las sexualidades - Christine Bard - E-Book

Una historia de las sexualidades E-Book

Christine Bard

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Beschreibung

La sexualidad no solo se ha convertido en un campo esencial de la historia, también se ha apoderado del léxico político: igualdad, dominación, discriminación, libertad, liberación, revolución, etc. En línea con la obra de Michel Foucault, se presenta como un hecho eminentemente cultural, sensible a las transformaciones económicas, religiosas y científicas, y que estructura los marcos mentales y alimenta la imaginación de las diferentes sociedades. Esta accesible, amplia y original reflexión sobre la historia de las sexualidades, apoyada en una vasta y actualizada investigación documental, ofrece un recorrido –desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días– por las principales etapas y desarrollos de las normas y las mentalidades, abordando aspectos concretos como la edad, el género, la orientación sexual, así como la legitimidad de las parejas y el contexto general, entre otros factores.

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Seitenzahl: 597

Veröffentlichungsjahr: 2024

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HISTÒRIA / 211

DIRECCIÓN

Mónica Bolufer Peruga (Universitat de València)

Francisco Gimeno Blay (Universitat de València)

M.ª Cruz Romeo Mateo (Universitat de València)

CONSEJO ASESOR INTERNACIONAL

Pedro Barceló (Universität Potsdam)

Peter Burke (University of Cambridge)

Guglielmo Cavallo (Università della Sapienza, Roma)

Roger Chartier (EHESS)

Rosa Congost (Universitat de Girona)

Vincent Debiais (EHESS)

Sabina Loriga (EHESS)

Antonella Romano (CNRS)

Adeline Rucquoi (EHESS)

Jean-Claude Schmitt (EHESS)

María Sierra (Universidad de Sevilla)

Françoise Thébaud (Université d’Avignon)

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información,en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico,electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

Título original:

Une histoire des sexualités

© Presses Universitaires de France / Humensis, 2018

© Las autoras y el autor, 2018

© De esta edición: Universitat de València, 2024

© De la traducción: Bibiana Erustes, 2024

Publicacions de la Universitat de València

https://puv.uv.es

[email protected]

Ilustración de la cubierta:

Sola de Henri de Toulouse-Lautrec (1896). Óleo sobre cartón

© RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay) / Thierry Le Mage

Coordinación editorial: Amparo Jesús-Maria Romero

Diseño de la cubierta y maquetación: Inmaculada Mesa

Corrección: David Lluch

ISBN: 978-84-1118-377-2 (papel)

ISBN: 978-84-1118-378-9 (papel)

ISBN: 978-84-1118-379-6 (papel)

Edición digital

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN GENERAL, por Sylvie Steinberg

PRIMERA PARTE

SOCIEDADES ANTIGUAS: GRECIA Y ROMA

por Sandra Boehringer

1. TRABAJAR EN LA SEXUALIDAD ANTIGUA

¿Qué documentos existen sobre la sexualidad en la Antigüedad?

Breve historiografía de la historia de la sexualidad antigua

Identidades, género y estatus

Una historia temática

2. EN GRECIA

Eros, el deseo como fuerza

Safo y la dimensión «transgénero» del deseo

El marco conyugal

Fuera del marco conyugal

Las violencias sexuales

Trabajo sexual y concubinato

Homoerotismo masculino entre los ciudadanos

«Pederastia», relaciones eróticas entre mujeres y cuestiones de identidad

Normas sociales y restricciones sexuales

3. EN ROMA

Contexto social y cultural

Los sentimientos amorosos: poesía y teatro

El matrimonio romano

Relaciones eróticas fuera del matrimonio

Violencias y stuprum

La omnipresencia del comercio sexual

La «pederastia» en cuestión

Condena moral de los excesos

El efecto erótico de una Grecia imaginaria

SEGUNDA PARTE

EL OCCIDENTE MEDIEVAL

por Didier Lett

1. EL ACTO SEXUAL Y SU RELACIÓN CON EL PLACER

Rol activo y rol pasivo

Placer condenado por el discurso eclesiástico

Los inicios de un arte erótico en el discurso médico

2. LA SEXUALIDAD MATRIMONIAL

Las reglas estrictas de las prácticas sexuales lícitas

La posición del misionero: el hombre sobre la mujer

Respetar las prohibiciones del calendario cristiano

Valorar la abstinencia

La anticoncepción

El aborto

3. LAS PRÁCTICAS EXTRAMATRIMONIALES

Adulterio masculino y adulterio femenino

Concubinato, un fenómeno muy extendido

¿Adulterio o concubinato?

4. LAS SEXUALIDADES ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO

El «nacimiento de la sodomía»

El «vicio sodomita», un término muy polisémico

Sodomía: un acto sexual y no una orientación sexual

La persecución de sodomitas en los siglos XIV y XV

La «sodomía femenina»

5. LA PROSTITUCIÓN

Una práctica tolerada y circunscrita a los burdeles públicos

Madamas, proxenetas y prostitutas

6. LAS VIOLENCIAS SEXUALES

Las injurias de carácter sexual

La violación

Los abusos sexuales a menores

TERCERA PARTE

DEL RENACIMIENTO A LA ILUSTRACIÓN

por Sylvie Steinberg

1. EL PLACER SEXUAL

Placer y procreación según la medicina antigua

Semejanzas y diferencias en la anatomía femenina y masculina

¿Por qué se concedió el placer sexual a los humanos?

Naturalización de los comportamientos sexuales prescritos por la Iglesia

Prohibición de anticonceptivos y abortivos

Lo que dicen los médicos sobre la deuda conyugal y la impotencia en el matrimonio

Reciprocidad, violación y consentimiento

2. REPRESENTACIONES ARTÍSTICAS EN LA FRONTERA DE LAS PROHIBICIONES

Nuevas representaciones artísticas: el desnudo y la fertilidad en el matrimonio

Representaciones mitológicas: la figura de la castidad y la figura de la amazona

Representaciones y realidades de las relaciones sexuales entre mujeres

Representaciones y realidades de las relaciones sexuales entre hombres

3. REFORMA Y CONTRARREFORMA: EL DISCURSO ECLESIÁSTICO

¿Una época de represión religiosa? La moralización del clero

Una renovada pastoral del matrimonio

Preocupación por regular la sexualidad juvenil

Prostitución, entre la Reforma y la Contrarreforma

¿Podemos evaluar los efectos de las reformas religiosas en la vida sexual?

4. EL CONTROL DE LA NATALIDAD

La posibilidad de no tener hijos

¿Un «plan familiar», ya?

El siglo de los «vapores»

El miedo a la despoblación

Obsesión por el onanismo

Banalidad de la masturbación

5. SEXO POLITIZADO

Crítica a la sociedad artificial y anhelo de naturalidad

Acusación contra el clero

Gran señor, hombre mezquino

Sexualidad y desacralización de la realeza

6. EL LIBERTINAJE, EN TELA DE JUICIO

Una época de búsqueda del «compañerismo conyugal»

Las figuras complementarias de la esposa estéril y la hija de la alegría

Algunos comportamientos masculinos

El mercado del placer masculino

Subcultura homosexual y heterosexualidad triunfante

¿El comienzo de la emancipación sexual?

CUARTA PARTE

EL SIGLO XIX

por Gabrielle Houbre

1. CÓDIGOS AMOROSOS Y APRENDIZAJES SEXUALES

Modelos culturales y prácticas de las élites

Por parte de los chicos

El modelo católico de la «oca blanca»

La influencia protestante y la difusión del flirteo

En la Francia rural

Tendencias prematrimoniales marcadamente regionales

Omnipresencia de la comunidad rural

2. LA NORMA: PROCREAR EN EL SENO DEL MATRIMONIO

Discursos convergentes de la Iglesia y de la profesión médica

La pesadilla del desperdicio onanista

Los cánones de una buena sexualidad

El adulterio o los efectos secundarios del matrimonio

3. LAS PROSTITUCIONES: SEXUALIDADES PERIFÉRICAS

Nacimiento del reglamentarismo

Pluralidad de la sociedad prostitucional

Prostitución y homosexualidad

La fotografía pornográfica: un nuevo medio, un nuevo mercado

4. LA AFIRMACIÓN DE LA HOMOSEXUALIDAD

La homosexualidad masculina: entre la despenalización y la estigmatización

Hacia una medicalización de la «inversión»

Sociabilidad y figuras homosexuales en el cambio de siglo

5. VIOLENCIAS Y DELITOS SEXUALES: ENTRE LA NEGACIÓN Y LA CONDENA

La noción de «ataque moral»

Necrofilia e incesto: debate sobre la impunidad

Mayor castigo a la violación

Delitos conyugales

QUINTA PARTE

SIGLO XX-PRINCIPIOS DEL SIGLO XXI

por Christine Bard

1. LA REVOLUCIÓN SEXUAL COMO PRISMA

El legado de la revolución sexual de 1880-1930

Reflexiones sobre la revolución sexual del 68

¿Una revolución para la investigación?

Una revolución cognitiva

2. EL CONTROL DE LA FECUNDIDAD

Del neomaltusianismo a la planificación familiar

La liberalización de la anticoncepción

El derecho al aborto

La interrupción voluntaria del embarazo (IVE): una «conquista» del feminismo siempre amenazada

3. CAMBIOS EN LA HETEROSEXUALIDAD

Regresión de tabúes y nuevas normas

Los derechos sexuales de los jóvenes

Los hombres «a la sombra» de las mujeres

4. HOMOSEXUALES, LESBIANAS Y TRANS EN REVOLUCIÓN

1971: el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria

El legado represivo y la puesta de relieve de la homofobia

Movimientos y culturas LGBT

La revolución lésbica

La revolución trans

5. ¿UNA LIBERACIÓN SEXUAL?

Los orígenes culturales de la revolución sexual de la década de 1970

Una «avalancha» de pornografía

Las prostitutas alzan la voz

Cuando empieza a hablarse de la violación

Pedofilia y delitos contra menores

Las críticas feministas

6. UNA REVOLUCIÓN CONTROVERTIDA

¿Una revolución universal?

¿Una revolución global?

¿Revolución política o revolución antropológica?

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

AUTORÍAS

ÍNDICE ONOMÁSTICO

INTRODUCCIÓN GENERAL

¿Cómo escribir hoy una historia de la sexualidad? La historia de la sexualidad ha cambiado de modo considerable en los últimos años a causa de diversos factores. El contexto contemporáneo está marcado por una serie de convulsiones, como la disociación mental y técnica entre la sexualidad y la procreación, las reivindicaciones y lecturas feministas de la sexualidad y la consideración de las «minorías» sexuales, que nos llevan a actualizar nuestra comprensión de las sexualidades en las sociedades pasadas, que se han vuelto más claramente «extrañas» para nosotros.

El relato que sigue abarca desde la antigua Grecia hasta el mundo contemporáneo. Como es una breve síntesis de los conocimientos históricos acumulados en las últimas décadas, se centra sobre todo en Europa occidental, con una serie de aproximaciones sobre Francia, considerada tanto por su especificidad histórica como por su carácter ejemplar. No pretende ser exhaustivo, pero sí mostrar la riqueza del trabajo histórico en lo que concierne a la perspicacia de la investigación documental y a la reflexión que la sustenta.

Como área de investigación, la historia de la sexualidad nació en la década de 1970, impulsada por el contexto social y político de la «revolución sexual» (noción que se analizará en las páginas siguientes) y también por una corriente de estudios que aspiraba a reconstruir los cambios demográficos, la vida cotidiana de los «humildes», el estado biológico de las «masas» y la «vida privada» de los individuos. Bajo la mirada combinada de la demografía histórica, la antropología cultural y la historia social, ha surgido una historia de la sexualidad basada en la hipótesis de que los comportamientos humanos vinculados a la sexualidad (fantasías y representaciones, prácticas eróticas y procreadoras, normas y prohibiciones) también tenían una historia que era necesario rastrear y que no debía separarse de otros ámbitos de la historia humana.

Esta historia fue surgiendo como área específica gracias a la observación de las cifras: mientras que los historiadores de la demografía reconstruían de forma paciente y eficaz la evolución de la población europea desde el siglo XVII mediante el uso metódico de los registros parroquiales, los historiadores de la «vida privada», como Philippe Ariès y Jean-Louis Flandrin, investigaron la vida familiar, los sentimientos hacia la infancia, las condiciones del parto y la lactancia, los ritos matrimoniales, las prohibiciones eclesiásticas, las asociaciones prematrimoniales, la visión social del adulterio y la prostitución, etc. Desde el examen minucioso de curvas y estadísticas, ayudaron a explicar los datos recopilados: la edad al casarse, las temporadas de bodas, el ritmo de la concepción, la duración de los intervalos entre nacimientos, la frecuencia de hijos ilegítimos, todo ello gracias a una renovación completa de las fuentes históricas donde ahora se entrelazaban proverbios, pastorales episcopales, manuales de confesores, legislación real, tratados de pedagogía y registros contables. Gracias a la «invención» de estas fuentes inesperadas surgieron nuevos temas, en particular el de las «desviaciones sexuales», que los tratados médicos y los archivos jurídicos han documentado progresivamente.

La Edad Moderna (y el gran desafío planteado a los historiadores por la necesidad de comprender y esclarecer el proceso de «transición demográfica» del siglo XVIII) fue el primer laboratorio de la historia de la sexualidad, y el estudio del siglo XIX tomó caminos paralelos, los de la historia social, la historia de las sensibilidades, la historia de las representaciones y la historia de las mujeres. Época del romanticismo y de la profundización en los sentimientos, de la novela realista y del movimiento decadentista, de la Revolución Industrial y del triunfo de la medicina, el siglo XIX ha legado a la posteridad un cúmulo de imágenes de sexo conyugal, extramatrimonial y prostitucional que historiadores como Alain Corbin y Anne-Marie Sohn se han esforzado por descifrar, explicar y periodizar. Porque el siglo XIX no solo constituyó una fuente de representaciones de la vida sexual, sino que también inventó nuevas disciplinas académicas dedicadas a explorar esta vida sexual: las ciencias médicas, del higienismo a la sexología, y las ciencias de la psique, de la psiquiatría al psicoanálisis freudiano. Fue en el siglo XIX cuando apareció por primera vez la palabra sexualidad y la «cosa» durante mucho tiempo innombrable se designó como una actividad específica y delimitada, tras lo cual se desarrollaron nuevas taxonomías que designaban a su vez las prácticas, las «perversiones» y a los individuos que se entregaban a ellas.

En su Historia de la sexualidad, publicada por primera vez en 1976, Michel Foucault llamó la atención sobre esta profusión de discursos sobre el sexo en el siglo XIX, y sobre la paradoja de una época en la que la proliferación de discursos convivía con una censura moral reiterada, viva y omnipresente del sexo. Al examinar las secuelas contemporáneas de esta paradoja (¿acaso el siglo XIX sexual no terminó en la década de 1950?), al sacar a la luz los mecanismos de control (religioso, científico, político) sobre el cuerpo y la sexualidad, al desvelar la empresa científica de categorización de la sexualidad y al reivindicar una historia de la subjetividad, Foucault encauzó a los historiadores de la época contemporánea por caminos de reflexión que aún hoy son ampliamente transitados, en Francia y en el resto del mundo.

En Estados Unidos, los dos volúmenes dedicados a la Antigüedad clásica, en los que colaboró el historiador Paul Veyne, también han sido objeto de numerosos comentarios y han dado lugar a nuevas investigaciones en este ámbito. La atención prestada por Foucault a la «estilización» de la sexualidad propuesta por los pensadores de la Antigüedad ha sido retomada por las investigaciones sobre el significado de las palabras que los antiguos utilizaban para designar las actividades sexuales, desde la perspectiva del análisis lingüístico y discursivo, así como sobre las «categorías» de comprensión de la sexualidad propias de las sociedades antiguas, aquellas sociedades que se sitúan antes de la sexualidad (Before sexuality), por utilizar el título de una reciente recopilación de enfoques de este tipo. Numerosos estudios que abarcan desde la Alta Edad Media hasta épocas posteriores abordan el lugar que ocupaban las relaciones entre personas del mismo sexo en esas sociedades antiguas, además de la ausencia de una terminología específica para describir esas prácticas o identidades «homosexuales». En cierta medida, las sociedades medievales y modernas, al menos hasta el siglo XVIII, se pueden describir con el término Before homosexuality. Siguiendo los análisis de Foucault sobre la transposición de la moral antigua por parte de los padres de la Iglesia, publicados hoy con el título Las confesiones de la carne, los historiadores medievales también han hecho hincapié en las complejas adaptaciones de las normas e imaginaciones antiguas sobre el matrimonio y la sexualidad, y en la reconversión de conceptos jurídicos romanos en el derecho canónico, sin por ello desdeñar la importancia existencial del pecado y la culpa para el hombre medieval.

Así pues, escribir una historia de la sexualidad en nuestros días significa recurrir a estos múltiples legados para escribir una historia de las sexualidades que contemple la diversidad de las prácticas sexuales según la edad, el sexo, la orientación sexual y la legitimidad de las parejas, así como las formas históricas de «estilización» de la sexualidad a lo largo del tiempo. Como «hecho social total», la sexualidad se encuentra en la intersección de varios enfoques históricos: social, antropológico, cultural y lingüístico. Pero es imposible interesarse hoy en día por la historia de la sexualidad sin repetir la recomendación, formulada hace tiempo por las historiadoras y los historiadores de la mujer, de recordar que las fuentes disponibles fueron producidas esencialmente por hombres. Es sobre todo bajo su mirada seductora, fascinada, condescendiente o divertida (la risa es un elemento esencial para hablar o no de sexo) como evolucionan las mujeres del pasado y como se registran las relaciones amorosas y las prácticas sexuales.

La historia de las sexualidades de principios del siglo XXI tampoco puede prescindir de las herramientas forjadas en el ámbito de la historia del género. Ambos campos tienen en común que «deconstruyen» las categorías contemporáneas de sentido común para desenterrar las utilizadas por los actores del pasado, que cuestionan las categorías de análisis, útiles para acercarse a los objetos históricos y que ponen de relieve el carácter cultural de acontecimientos aparentemente naturales que, de hecho, están en gran medida naturalizados. Así mismo, la cuestión de las relaciones y los mecanismos de poder es común a ambos campos de investigación. Los estudios sobre la violencia sexual, la esclavitud y la explotación sexual, así como sobre la represión de las prácticas sexuales minoritarias o consideradas «perversas» entroncan con esta problemática. Pero cualquier tipo de sexualidad o relación que implique sexualidad también puede verse como una relación de poder, dependiente a su vez de otros tipos de relaciones de poder, ya sean económicas o políticas, materiales o simbólicas. El hecho de que la sexualidad se encuentre en la raíz de estas relaciones de poder o simplemente refleje otros modos de dominación social es una cuestión que a todas luces se responderá de modo distinto en los diferentes contextos históricos, o al menos suscitará interrogantes historiográficos. En cualquier caso, la historia de las sexualidades, en la actualidad, también se escribe en términos políticos. Jerarquía, dominación, discriminación, desigualdad e igualdad, libertad, liberación, revolución, utopía, democracia: estos son solo algunos de los conceptos que, en referencia a la sexualidad de los hombres y las mujeres del pasado, se dilucidarán en las páginas que siguen, sin quitar por ello ni un ápice de deseo y placer (a la lectura).

SYLVIE STEINBERG

En su prefacio a la traducción española de 2004 de La aparición de la sexualidad. La epistemología histórica y la formación de conceptos, el filósofo estadounidense Arnold Davidson hace la siguiente observación (p. 9):

«Somos nuestra sexualidad», o eso nos han dicho una y otra vez […]. En este sentido, no hace falta insistir en ello; no podemos pensar en nosotros mismos, en nuestra identidad psicológica más fundamental, sin pensar en nuestra sexualidad, en esa capa a menudo profunda y secreta de nuestros deseos que revela el tipo de individuo que somos. Y el «triunfo» de las ciencias humanas es precisamente haber sacado a la luz, con toda la fuerza de los conceptos científicos, el papel de la sexualidad en la formación de nuestra personalidad, su lugar privilegiado en el corazón de nuestra vida psíquica.

Antes de comenzar a esbozar las etapas y los grandes temas de una historia de las sexualidades en los mundos europeos antiguos (Grecia y Roma), cabe reflexionar sobre lo que entendemos por sexualidad y los métodos utilizados para crear una historia de esta.

Tal y como señala Arnold Davidson, siguiendo la obra seminal de Michel Foucault, en las sociedades occidentales herederas de una cultura judeocristiana, la sexualidad es un elemento importante para definir quiénes somos. ¿Cuál es mi sexo? ¿Se ajusta mi género a las normas sociales que definen el sexo? ¿Cómo percibo mi orientación sexual? ¿A quién amo? ¿A un hombre, a una mujer? ¿Cuáles son mis deseos confesados? ¿Mis deseos ocultos? ¿Son «normales» mis prácticas? ¿Autorizadas?… Todas estas preguntas que nos hacemos hoy en día, y sobre todo que tantas veces se nos incita a hacernos, son características de un sistema en nuestras sociedades que hace de la sexualidad parte de nosotros mismos, hasta el punto de que en ocasiones nos cuesta historizar esta noción porque nos parece muy natural. El mismo efecto produce la noción de sexo, cuya diferenciación entre hombres y mujeres nos parece muy natural, a pesar de que los trabajos de historia del género han dejado patente cómo esta diferenciación es un hecho cultural y social que evoluciona en el tiempo y el espacio.

No hay nada natural ni eterno en las cuestiones de sexualidad, que estarían fuera de la historia. Se trata más bien de un sistema con variaciones, categorizaciones y jerarquías. En este sentido, una historia de la sexualidad es mucho más que una simple historia de la aparición de determinadas prácticas sexuales y de las normas sociales (prohibiciones, valoraciones) que las enmarcan. Tampoco es una historia de la heterosexualidad o la homosexualidad como si fueran categorías fijas, descriptivas o neutras.

En su Historia de la sexualidad, iniciada en 1976 con La voluntad de saber, Michel Foucault muestra hasta qué punto se han vinculado recientemente la práctica sexual y la identidad personal. El vínculo se estableció entre finales del siglo XVII y el siglo XIXmediante lo que él denomina scientia sexualis, una práctica discursiva que permitía pensar, y hacer pensar, que una forma de verdad sobre el sujeto residiría en su relación con el sexo, y que creaba así las líneas divisorias entre lo normal y lo anormal, lo sano y lo patológico:

La sexualidad, mucho más que un elemento del individuo que sería rechazado fuera de él, es constitutiva de este vínculo que las personas se ven obligadas a establecer con su identidad en forma de subjetividad («Sexualidad y poder (1978)», Dits et Écrits, t. III, París, Gallimard, 1994, n.º 233, p. 570).

En el segundo volumen, El uso de los placeres (1984), que al igual que el siguiente está dedicado a la Antigüedad, explica:

Parece […] que hay todo un campo de compleja y rica historicidad en el modo en que el individuo es llamado a reconocerse como sujeto moral de la conducta sexual (ibíd., p. 39).

La obra de Foucault ha sido fundamental, sobre todo para los especialistas en la Antigüedad griega y romana. Si yo misma utilizo aquí el término sexualidad, es como una categoría «heurística»: es un medio (y no un fin) que nos permite no buscar en los antiguos una categoría fija e inmutable como «el matrimonio por amor en la antigua Grecia» o «la comunidad gay en Roma», sino desplegar un espectro más amplio de interrogantes.

Este enfoque heurístico (del griego heuriskô, ‘buscar’, ‘intentar encontrar’) abre el camino a nuevas interpretaciones de comportamientos que nosotros clasificaríamos fácilmente como sexuales, pero que los antiguos no percibían como tales. Por contra, nos remite a ámbitos que hoy nos parecen alejados de este tema, como la política y la educación.

Otro factor es que las categorizaciones actuales de la sexualidad, como la homosexualidad y la heterosexualidad, que crean identidades, identificaciones y culturas, aparecieron a finales del siglo XIX. Por ello, resultaría especialmente arriesgado y totalmente anacrónico intentar redescubrir esas subdivisiones creadoras de las mismas identidades con más de veinte siglos de distancia. Para entender las representaciones y los valores asociados a determinadas prácticas sexuales, y para comprender la manera en que los antiguos los caracterizaban y nombraban, debemos considerar el «campo de la historicidad» al que alude Michel Foucault.

Dado que la documentación de la que disponemos es muy fragmentaria y compleja de interpretar, seguimos esta pauta cuando la realidad sobre el terreno y nuestros reflejos culturales nos llevan a recurrir a conceptos o términos contemporáneos.

1. TRABAJAR EN LA SEXUALIDAD ANTIGUA

¿QUÉ DOCUMENTOS EXISTEN SOBRE LA SEXUALIDAD EN LA ANTIGÜEDAD?

Las antiguas Grecia y Roma eran sociedades no homogéneas que existieron durante un periodo de tiempo muy prolongado.

Las poblaciones helenófonas ocuparon no solo lo que hoy conocemos como Grecia, sino también parte de la costa occidental de la actual Turquía, las orillas del Mar Negro conocidas entonces como el Ponto Euxino, y ciudades ubicadas por todo el Mediterráneo; por ejemplo, en el sur de Francia (Marsella), España, Italia y Libia, así como en Egipto y en los territorios conquistados por Alejandro en Asia. Analizaremos esta cultura a partir del siglo VIII a. C., época de la que nos han llegado los primeros vestigios de escritura griega. A partir del siglo II a. C., el mundo griego cayó gradualmente bajo la dominación romana, pero las ciudades griegas continuaron con su vida política y cultural. Era, pues, un mundo muy extenso y diverso.

Cuando hablamos de Roma, nos referimos por supuesto a la Urbs, la ciudad de la península itálica, pero también a todo el territorio bajo dominio romano durante la República y el Imperio, un espacio asimismo inmenso y muy heterogéneo donde se hablaban varias lenguas y que incluía parte de los tres continentes ribereños del Mediterráneo, tan al norte como la actual Gran Bretaña y tan al sur como el actual Marruecos.

Los documentos latinos que vamos a estudiar datan desde el siglo III a. C. hasta el siglo III d. C.; se limitan a lo que se conoce como Antigüedad pagana. Cabe añadir que los romanos también hablaban y escribían griego, y este bilingüismo es solo un aspecto de la importancia de la cultura griega en la cultura romana. Cuando analicemos los documentos, deberemos tener en cuenta esta diversidad lingüística, temporal y espacial a lo largo de más de diez siglos; tendremos cuidado de no establecer vínculos sistemáticos de progresión o continuidad, ya que se trata de culturas especialmente variadas.

En cuanto a las fuentes disponibles, hay que señalar que los historiadores y antropólogos de la Antigüedad trabajan sobre sociedades que han dejado pocas huellas en comparación con periodos más recientes de la historia; es cierto que los documentos a nuestro alcance son numerosos y de índole diversa, pero han llegado hasta nosotros en soportes diferentes, más o menos perecederos según las regiones del mundo y, por tanto, con una frecuencia desigual según las épocas. Muchos de ellos nos han llegado a través de la tradición manuscrita, es decir, la copia de textos siglo tras siglo, en la que los copistas favorecían ciertos textos considerados grandes obras en detrimento de otros.

La naturaleza de las prácticas discursivas que nos ocupan (canciones, sátiras, declaraciones pronunciadas durante juicios cuyo resultado desconocemos, etc.) nos obliga a dominar diversos métodos de análisis. En cualquier caso, este trabajo analítico debe incorporar la noción de que los documentos son huellas de representaciones vivas. Me refiero a los grandes trabajos de Claude Calame y Florence Dupont, antropólogos de la Grecia y la Roma antiguas, que nos servirán de base.

Por desgracia, existen muy pocos documentos de lo que hoy denominamos «archivos privados», como por ejemplo diarios y correspondencia, que serían de gran utilidad para la historia de la sexualidad. Podemos consolarnos señalando que, si esos documentos estuvieran en nuestro poder, los riesgos de proyectar lo que entendemos por intimidad serían grandes.

Por último, los documentos a nuestra disposición suelen ser obra de ciudadanos, un sector muy reducido de la población, pero dominante en términos de poder social y económico. Por consiguiente, es más difícil para el investigador recabar información sobre las capas sociales menos favorecidas y sobre las mujeres. Aunque difícil no significa imposible, y veremos lo valiosos que son algunos testimonios, como el poema escrito por un autor espartano llamado Alcmán, que nos permite escuchar canciones interpretadas por chicas jóvenes en las que se expresa un fuerte sentimiento homoerótico.

Las fuentes no tienen género, en el sentido de un género que englobe todos los dominantes. No obstante, podemos percibir los matices, giros y juegos que cada hablante o autor aporta a las normas y convenciones dominantes de la sociedad en la que vive: esto también forma parte del ámbito de la historicidad que nos ocupa.

BREVE HISTORIOGRAFÍA DE LA HISTORIA DE LA SEXUALIDAD ANTIGUA

Los primeros estudios sobre la Antigüedad relativos a cuestiones de sexualidad son bastante recientes. Proceden de corrientes científicas muy diferentes al principio, pero que luego convergieron en puntos que nos interesan. Durante mucho tiempo, y todavía hoy, en el marco de los estudios clásicos o de los manuales didácticos sobre la Antigüedad, se hablaba de «vida privada» para referirse a las relaciones heterosexuales extramatrimoniales de los antiguos; cuando se mencionaba a las mujeres, se trataba del matrimonio, del embarazo o, a veces, de la prostitución –de las esclavas, por ejemplo–. Las cuestiones políticas consideradas importantes (vida pública) solo concernían a los hombres. Rara vez se abordaba la cuestión de las relaciones homosexuales y su relevancia en estas sociedades. Se hablaba con pudor del «amor griego» o de un modo despectivo del «vicio griego». Muy a menudo, estos aspectos se silenciaban, y los pasajes demasiado explícitos de Platón u Ovidio se eliminaron de los textos clásicos estudiados en el instituto o la universidad. Las ediciones científicas del poeta latino Marcial no tan antiguas todavía contenían algunos pasajes muy osados traducidos al griego antiguo. ¿Para qué despertar el interés de las jóvenes mentes curiosas?

En este contexto de censura moral, las obras interesantes sobre sexualidad en el campo de los estudios clásicos en el siglo XIX y principios del XX, sobre todo en el espacio cultural germanoparlante, donde la historia antigua y la filología clásica gozaban de gran reputación, se crearon a menudo al margen y fuera del ámbito universitario. La antropología desempeñó una función destacada en el desarrollo de los estudios sobre la sexualidad en la Antigüedad, sobre todo en lo relativo a los ritos de paso. En el mundo anglosajón, a principios del siglo XX, investigadores como Margaret Mead estudiaron sociedades lejanas –Papúa Nueva Guinea, por ejemplo–, analizando los sistemas de afinidad y parentesco, y la cuestión de la identidad masculina/femenina, considerándola «el resultado del condicionamiento social». Simone de Beauvoir analizaría más tarde este proceso. En El segundo sexo (1949), escribió: «No se nace mujer, se llega a serlo», lo que significa que ser mujer es el resultado de una construcción colectiva que combina estereotipos, mitos, ideologías y prejuicios. Se asociaban así lo que aún no se llamaba género –del inglés gender– y la sexualidad.

En Francia, al final de la Segunda Guerra Mundial ciertos temas aún no habían encontrado su lugar en la corriente de la Nueva Historia (la historia económica y social de la Escuela de los Annales) y estas cuestiones, cuando se les prestó atención, se integraron en el subestimado plano de la vida privada. Con la aparición de la historia de las mentalidades y las aportaciones de la tercera generación de historiadores de los Annales, la historia de las mujeres y con ella las cuestiones de género y ciertos aspectos de la sexualidad se integraron más en las cuestiones históricas. En las décadas de 1970 y 1980 se publicaron obras sobre la Antigüedad en el campo de la historia de las mujeres en Francia y en el de la gender history en Estados Unidos, donde las cuestiones sexuales se trataron de forma más explícita, aplicando un enfoque transdisciplinar que combinaba la sociología, la historia y la literatura, entre otras disciplinas.

Un poco antes, en la década de 1960, en un contexto de segregación racial, se desarrollaban en Estados Unidos las luchas por los derechos civiles, y en la década siguiente confluyeron las reivindicaciones de los derechos de las minorías en general: negros, mujeres negras, homosexuales, transexuales, como se les llamaba entonces. De esta efervescencia política e intelectual nacieron campos disciplinarios muy fecundos: los gay and lesbian studies, seguidos más tarde por los postcolonial studies, los queer studies y los subaltern studies, todas ellas disciplinas en las que las cuestiones sexuales ocupaban el lugar que les correspondía.

A partir de entonces se trató de promover y estudiar las culturas, no una cultura dominante, con sus propias historias y periodizaciones, sus propias especificidades, en un intento de evitar el punto ciego de la heterosexualidad, demasiado poco cuestionado. Muy pronto, este trabajo sobre las personas consideradas fuera de la norma, marginadas, excluidas o discriminadas, reveló que, al igual que la historia de las mujeres era también la historia de los hombres, la historia de la homosexualidad es también la historia de la heterosexualidad.

El descentramiento se convierte entonces en un enfoque necesario: hay que estudiar lo «normal» no como orden natural que está fuera de la historia, sino como un orden «normalizado», como nos recuerda Éric Fassin en L’Inversion de la question homosexuelle (2005), un orden normalizado que es el resultado de un proceso social y cultural. Michel Foucault, por aquel entonces profesor en el Collège de France, desempeñó una función esencial en este campo de investigación al otro lado del océano; su Historia de la sexualidad, obra que se tradujo muy rápido en Estados Unidos y que incluye dos volúmenes sobre la Antigüedad, tuvo una gran repercusión en este país sobre las ciencias humanas en general y la historia antigua en particular.

En Francia, el historiador Paul Veyne inició en 1978 una reflexión sobre la sexualidad en Roma, en particular centrada en la familia y el matrimonio. Sus trabajos fueron fuente de inspiración para Michel Foucault, con quien mantuvo una larga amistad y relación intelectual. Sin embargo, el campo francés de la ciencia antigua ha evolucionado poco durante mucho tiempo, en una universidad en la que las disciplinas siguen estando muy compartimentadas. En Francia, las obras actuales sobre sexualidad antigua se benefician de la importancia del pensamiento de Michel Foucault en gran parte gracias a los investigadores estadounidenses.

A finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, David Halperin y John Winkler, dos grandes especialistas en la antigua Grecia, se reivindicaron como parte del movimiento historiográfico conocido como lesbian and gay studies. En 1990, un grupo de investigadores franceses y estadounidenses publicaron Before Sexuality, obra fundamental sobre la experiencia erótica en la Antigüedad. El resultado fue una verdadera profusión de investigaciones, debates apasionados y libros sobre la sexualidad antigua que ha perdurado hasta nuestros días, con la publicación póstuma del cuarto volumen de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault, Las confesiones de la carne.

IDENTIDADES, GÉNERO Y ESTATUS

Abordemos ahora la Antigüedad con herramientas metodológicas más refinadas. Exploraremos la sexualidad en la antigua Grecia y Roma como mundos exóticos, muy diferentes del nuestro por muchas razones.

En la Antigüedad, las personas no se definían íntimamente por su sexo. Las mujeres griegas no formaban un todo homogéneo, un grupo social consciente de la desigualdad de trato y la dominación por parte de los hombres, y menos aún un grupo que se identificara con una identidad o naturaleza femenina. Del mismo modo, hombres en general no alude a la mitad de la humanidad, ya que los esclavos, por ejemplo, no eran considerados por los antiguos como andres, el término griego, o viri, el término latino, que significa ‘ciudadanos’ u ‘hombres libres’, y que se suele traducir muy alegremente como «hombres».

El sexo de la pareja tampoco era un criterio suficiente para definir o caracterizar una relación erótica. Los hombres y las mujeres de la Antigüedad no se identificaban a sí mismos como heterosexuales u homosexuales. Habría parecido absurdo, incluso ridículo, que un ciudadano fuera incluido en la misma categoría que un esclavo, un extranjero o una mujer simplemente atendiendo a la atracción erótica por una persona del sexo opuesto o por una persona del mismo sexo. Por último, le habría parecido aún más extraño que se esperara de él que se definiera de una manera íntima, incluso psicológica, en función de sus parejas o del tipo de práctica sexual que prefería. Así pues, la homosexualidad no era algo exclusivo de los individuos que la practicaban.

En la Antigüedad, por tanto, las normas y costumbres en torno a lo que consideramos sexualidad no eran una cuestión de identidad o intimidad, y si se infringían ciertas normas en el ámbito del erotismo, no se evaluaban desde una perspectiva médica o psicopatológica. Por todas estas razones, los investigadores pudieron englobar sus obras en 1990 bajo la expresión Before Sexuality, refiriéndose a mundos anteriores a la sexualidad. Pero si la sexualidad no existía en el sentido que acabamos de definir, las normas y las prácticas de los antiguos revelan una cartografía erótica que no era la del erotismo libre y sin restricciones.

Los criterios que regían la percepción o la evaluación de los comportamientos sexuales eran ante todo de carácter social, pero se modulaban sutilmente conforme a otros parámetros propios de cada contexto. Sin que esto se mencione de forma explícita en las fuentes, se distinguía principalmente entre la situación de las parejas libres y no libres, el estado civil en el caso de las mujeres libres, la edad en el caso de los individuos libres, luego el lugar y las modalidades de las relaciones (visibilidad o no, frecuencia, etc.) y también el tipo de acto sexual realizado. El sexo de la pareja era tan solo un criterio más.

Conviene añadir que no existía ningún acto sexual que en sí mismo estuviera sujeto a un juicio moral definido o una sanción precisa, como pudo ocurrir en ciertos periodos de la historia con la sodomía, porque en la Antigüedad este acto sexual estaba vinculado a la persona, a su estatus y a ciertos criterios sociales.

En definitiva, en Grecia y Roma, el erotismo lícito, ajustado a las normas sociales, no residía donde las sociedades occidentales lo incluyen hoy (esto es, mutatis mutandis, en la pareja heterosexual estable, tal vez unida por los lazos del matrimonio, con cónyuges que se han elegido de manera mutua y consentida, y que no tienen una diferencia de edad excesiva). Cabe añadir que el erotismo desempeñó una función social destacada en ámbitos que hoy en día le son ajenos, como por ejemplo la educación y la política.

Se trata, pues, de una cartografía erótica social y política muy distinta a la de nuestra sociedad, y el reto consiste en identificar las diferencias. Continuemos nuestro viaje a tierras exóticas.

UNA HISTORIA TEMÁTICA

El enfoque temático que he elegido evita la «ilusión genealógica» (por utilizar una expresión acuñada por el historiador de Roma Paul Veyne) a la que a veces dan lugar ciertas formas de narración histórica.

La parte sobre Grecia puede parecer más larga que la dedicada a Roma, pero las observaciones o los aspectos metodológicos planteados se aplicarán por igual a la sociedad romana. Comenzaremos revisando cómo en los documentos comprendidos entre el siglo VIII a. C. y finales del siglo III d. C. se formulan y se piensan, por utilizar términos contemporáneos, el impulso erótico, el deseo sexual y/o el sentimiento amoroso en la cultura griega. A continuación, estudiaremos los contextos institucionales y sociales en los que se manifestaban algunos de estos fenómenos, como el matrimonio, la cuestión de la violencia sexual y el comercio sexual, así como las prácticas eróticas entre un ciudadano adulto y un adolescente. Por último, nos ocuparemos de los relatos que ilustraban los amores multiformes de las divinidades.

2. EN GRECIA

EROS, EL DESEO COMO FUERZA

Como el término contemporáneo sexualidad no remite a nada en la cultura griega, descubramos ahora qué nombre daban los antiguos a lo que nosotros consideramos sexo y amor. Para los antiguos griegos, lo que lleva a una persona a unirse sexualmente con otra se debe a la fuerza de erôs, un impulso a veces personificado por esta divinidad. En la época arcaica, desde el siglo VIII a. C. hasta finales del siglo VI a. C., la poesía cantada describe a erôs, que no es solo la divinidad sino también un concepto, el de impulso, como un poder que invade a la persona enamorada haciéndole perder el autocontrol. El o la amante se convierte en víctima pasiva de una fuerza que le supera, «como el viento en las montañas cae sobre los robles» (fragmento 47), según cantaba Safo en el 600 a. C. Este ímpetu puede afectar a hombres y mujeres, y el objeto de su amor puede ser un hombre o una mujer (a partir de ahora citaré fechas que, de no especificarse, son anteriores a nuestra era). El poeta Anacreonte, en el siglo VI, canta el siguiente verso: «Cleóbulo, estoy loco por él» (fragmento 359). El himno homérico a Afrodita describe el violento deseo que se apodera del joven Anquises cuando ve a la diosa Afrodita. Como vemos, tanto los hombres como las mujeres pueden cantar sus impulsos eróticos.

Se trata de poemas cantados bien por bardos (como en el caso de las epopeyas de Homero), bien por los propios poetas o por coros formados por jóvenes, en cuyo caso los denominamos poemas «mélicos» (del griego melos, ‘canto’). Constituyen una fuente valiosa porque nos indican lo que se podía cantar en público en los contextos más o menos institucionalizados de las fiestas del pueblo, las celebraciones cívicas o religiosas, o los banquetes. Para este apartado sobre el erôs arcaico, nos remitimos a la obra del académico estadounidense John Winkler y del helenista Claude Calame.

En la epopeya homérica del siglo VIII, el término erôs designa igualmente un impulso, pero no se define necesariamente el objeto de ese impulso: el deseo de una buena comida, por ejemplo, o una necesidad imperiosa de beber. A menudo encontramos la fórmula «cuando hubieron saciado su deseo [erôs] de comida y vino», o incluso «cuando hube ahuyentado mi deseo de sollozar». Esto demuestra que el significado primario del término erôs no es la caracterización de una relación o la consumación de un acto físico, sino la sensación que embarga a una persona, y que resulta paradójica, plasmada por la poetisa griega del siglo VI Safo mediante el oxímoron glukupikros, «erôs dulce y amargo» (fragmento 130).

En el siglo VII, a petición de la ciudad de Esparta, Alcmán compuso partenios, cantos para coros de niñas, de los que se conservan fragmentos, aunque bastante incompletos. La participación en este tipo de formación era un paso importante para las niñas y los niños en la época arcaica, y formaba parte de su paideia (‘educación’). Yo añadiría que el canto era una práctica muy importante en la antigua Grecia, no solo en la educación, sino también en la política. En estos cantos, destinados a ser interpretados en ceremonias oficiales ante la ciudad reunida, las jóvenes coristas elogiaban los orígenes heroicos de la ciudad al tiempo que celebraban su propia formación coral. En algunos pasajes, estas jóvenes expresan en primera persona la agitación erótica en la que las sume la bella Astuméloisa (fragmento 26, ed. Calame). Las marcas del femenino son claramente visibles en griego: el «yo» se refiere a todas las chicas del coro:

Estoy rebosante de deseo,

ella me lanza miradas más hechizantes

que el sueño o la muerte;

y su dulzura es soberana.

Pero Astuméloisa no me da ninguna respuesta

[…] cuando lleva la corona,

como una estrella que viaja desde el cielo resplandeciente,

o la rama dorada, o la delicada garceta […]

ella pasa, los pies ligeros […];

el aceite de Chipre perfuma voluptuosamente

sus cabellos de doncella […]

¡Ah! si ella se acercara y agarrara

mi mano abandonada, me convertiría en su…

Por desgracia, el papiro es fragmentario.

SAFO Y LA DIMENSIÓN «TRANSGÉNERO» DEL DESEO

La carencia creada por erôs engendra en Safo una sensación paradójica parecida a la náusea. Estos son unos versos inéditos de la poetisa Safo, que vivió en la isla de Lesbos en el año 600 a. C., encontrados en 2014 en un papiro de una colección privada de Estados Unidos (los papirólogos siguen trabajando en este fragmento), traducidos por Claude Calame y por mí misma. Este poema (P. Sapph. Obbink), dirigido a la diosa Afrodita, «Cipris», es breve y desigual, pero muy explícito:

¿Cómo no sentir ahora un vértigo palpitante,

oh Cipris, señora, por quienquiera que ames aquí?

¿Cómo no querer sentir que tu sufrimiento remita?

¿Cuál es tu intención?

¿agitarme y desgarrarme locamente

por el deseo que rompe mis rodillas?

…] no […

[…]

…] quiero […

…] sufrir este […

…] en cuanto a mí, soy

consciente de ello.

En la poesía de Safo, los marcadores de género que indican el sexo de la persona que ama o es amada son discretos, pero un estudio detenido de los poemas nos dice que cuando el «yo» alude al personaje de la poetisa Safo, la persona amada, como en este poema, también es femenina. Sin embargo, nada en los textos de la poetisa parece expresar ningún sentimiento de anormalidad, vergüenza o culpabilidad asociado a este amor entre mujeres; al contrario, la naturaleza sin género de las sensaciones descritas por esta poetisa, célebre durante toda la Antigüedad, demuestra lo irrelevante que resulta distinguir entre el amor a una mujer y el amor a un hombre.

Sigamos con un poema muy famoso, el fragmento 31 de Safo. Tengamos en cuenta que es un canto acompañado por el sonido de la cítara; las marcas griegas, una vez más, nos hacen saber que quien habla es una mujer:

Me parece igual a los dioses

el hombre ese que frente a ti ahora

se sienta, y a tu lado te escucha mientras

dulcemente le hablas,

y sonríes amablemente. Esto ha hecho

trastornarse a mi alma dentro de mi pecho,

pues apenas te miro un instante y ya no puedo

articular no una sola palabra.

En silencio se me queda rota la lengua

y al punto un sutil fuego me corre bajo la piel,

por mis ojos ya nada veo, y me zumban

los oídos,

me invade un sudor frío, entera

soy presa de un escalofrío, y más pálida que la hierba

me quedo, al borde de la muerte

me parece que estoy.

Pero todo se hay que afrontar…1

El poema termina aquí, también es fragmentario.

Los síntomas físicos provocados por erôs y descritos por Safo parecieron lo bastante universales a Louise Labbé («Yo vivo y muero…»), y más tarde a Racine («Le vi, me sonrojé, palidecí…») como para que ambos autores retomaran el motivo, cambiando simplemente las marcas de género.

Esta dimensión «transgénero» del sentimiento amoroso se manifiesta también en la poesía de banquete cantada por los ciudadanos. El symposion griego era un momento para beber y cantar, y los versos atribuidos a un poeta llamado Teognis, que vivió en el siglo VI, pertenecen a este contexto aristocrático. Estos versos expresan sentencias morales y consejos sobre la moderación, pero también son una celebración del amor, como se aprecia en este dístico: «Joven, mientras tu mejilla esté tersa, nunca dejaré de acariciarte, aunque me mate» (vv. 1327-1328). En otro pasaje, la persona que habla en primera persona, un hombre, se topa con el desprecio de un joven que se resiste a sus insinuaciones; ¿cómo se atreve? Para convencerle, le cuenta un mito en el que establece un paralelismo entre este joven y la heroína Atalanta, que se negaba a casarse, pero que finalmente tuvo que hacerlo. Es interesante observar que se puede comparar a un chico con una mujer para ser persuasivo en el discurso de la seducción.

Como vemos, en la relación amado/amante, la superioridad de uno sobre el otro se invierte con frecuencia en las imágenes sugeridas por los versos de los poetas arcaicos, ya sean poetisas como Safo, o poetas como Alcmán, Teognis o Anacreonte. La persona captada por erôs aspira a la reciprocidad (philotês), incluso cuando los amantes no tienen la misma edad o se encuentran en situaciones socialmente asimétricas. Esto también queda patente en los himnos que celebran el matrimonio, una unión basada en la asimetría de los contrayentes.

EL MARCO CONYUGAL

Si bien la relación entre marido y mujer puede ser el lugar de prácticas eróticas, y puede ser el contexto de un verdadero apego, como ilustra el vínculo entre Ulises y Penélope cantado en La Odisea o atestiguan diversas inscripciones funerarias de los periodos clásico y helenístico, no es este el ámbito en el que los griegos esperaban que se desataran las pasiones o una sexualidad feliz, visible y desbordante en los periodos arcaico y clásico.

Con todo, la opinión de los antiguos griegos sobre la relación conyugal cambió algo en torno a los siglos I-II d. C. Las fuentes son variadas, aunque no siempre directas: poemas e himnos para bodas en el periodo arcaico; desde el periodo clásico hasta el siglo V se ha podido inferir de los contenciosos matrimoniales que desembocaron en pleitos; los contratos matrimoniales que conocemos son posteriores al periodo clásico y han llegado hasta nosotros gracias a papiros conservados en las arenas de un Egipto habitado en parte por griegos tras las conquistas de Alejandro.

También nos han llegado imágenes en recipientes diversos que transmiten una visión idealizada del matrimonio o de la vida de los cónyuges y proporcionan información valiosa sobre normas y modelos. El matrimonio concernía a individuos libres, que eran tan solo una parte de la población. Representa sobre todo una alianza entre dos familias; no se tienen en cuenta los sentimientos de la pareja y la vida de la futura esposa carece de importancia. Se trata de un contrato privado sellado por una serie de actos en los que intervienen el padre de la novia y el futuro yerno (enguê), a saber, la fijación de la dote y el futuro traslado de la joven de una casa a otra, que pasa así de la autoridad del padre a la del marido durante la ceremonia del gamos.

La función del matrimonio era transmitir el patrimonio y procrear hijos legítimos, que podían reclamar la condición de ciudadanos al llegar a la edad adulta si uno o ambos progenitores eran ciudadanos –esta segunda condición dependía de la ciudad y de la época–. Este es el extracto de un contrato matrimonial del año 311 a. C., en papiro, procedente de la ciudad egipcia de Elefantina, que formaliza la unión de dos griegos. La redacción corresponde a lo que sabemos de estas uniones por los juicios áticos de la época clásica:

Heráclides toma a Demetria de Cos como legítima esposa de su padre Leptines de Cos y su madre Filotis, siendo ambos libres. La novia aporta ropas y ornamentos valorados en 1.000 dracmas. Que Heráclides proporcione a Demetria todo lo que necesita una mujer libre, y que vivan juntos donde mejor les parezca a Leptines y Heráclides, de común acuerdo (Pap. Elef. 1, tr. J. Mélèze).

Al igual que en otros periodos de la historia más recientes, el matrimonio no es una institución romántica, y si se plantea la cuestión de la fidelidad, tan solo se plantea para la esposa y no por cuestiones de amor o confianza mutua.

Los relatos que describen las ceremonias y los poemas que celebran las bodas evocan la influencia de las divinidades, Eros o Afrodita, y destacan las cualidades y la belleza de los cónyuges, pero la finalidad de esta unión es explícita: la procreación. Jenofonte, en su obra titulada El económico, publicada en el siglo IV, nos muestra el ideal de una pareja aristocrática: el acaudalado ciudadano llamado Iscómaco eligió a su esposa muy joven, la formó, la educó, le enseñó a administrar el hogar (oikos), como la abeja reina, y a hacer un uso más bien moderado del maquillaje y las joyas. En ningún pasaje de este fragmento se habla de un fuerte vínculo, romántico o incluso erótico, entre los cónyuges.

Para Aristóteles, el matrimonio ofrece las condiciones para una vida feliz en un vínculo de afecto compartido cuyo objetivo es el bien común, al tiempo que posee la cualidad de ser una unión procreadora. La amistad (philia) es un vínculo esencial en la familia entre las generaciones y también entre los cónyuges. Para este filósofo, el erôs no tiene cabida en el vínculo conyugal; pero con el reconocimiento y la valorización de un vínculo amistoso entre los cónyuges, las relaciones conyugales adquieren para él una importancia mayor de la que les otorgan los valores griegos tradicionales –los filósofos no siempre reflejan con exactitud la doxa–.

Aparte de la ceremonia del gamos, en la que se canta y celebra la belleza y el encanto de los novios, las prácticas sexuales entre casados se evocan casi siempre con un tono satírico. En la comedia Lisístrata, representada en Atenas en el año 411, Aristófanes representa a ciudadanas atenienses y espartanas en huelga de sexo para conseguir la paz. Esto da lugar a unos cómicos diálogos en los que las esposas hablan de las diversas posturas sexuales que ya no podrán practicar con sus maridos –la postura de la leona sobre el rallador de queso ha sido objeto de muchos debates entre filólogos, y el misterio aún no se ha resuelto–. También se puede ver a los cómicos maridos hambrientos de sexo persiguiendo a sus mujeres. Evidentemente, no se trata de una obra feminista, sino de una denuncia de Aristófanes, englobada en un mensaje político más amplio, sobre la falta de interés de sus conciudadanos por el bien de la ciudad. La parodia de la vida conyugal pretende hacer reír al público, que era el objetivo de la comedia.

En general, la desigualdad entre los cónyuges se hace patente tanto en la relación de dominación social, en la que el marido se convierte en kurios (‘tutor’) de su mujer, como en la diferencia de edad.

Los griegos subdividían la vida de un hombre en cinco etapas: la infancia; el periodo de transición que llamamos adolescencia; la edad adulta joven, en torno a los 21 años; la edad de la madurez, en torno a los 30 años, que es el momento del matrimonio, y por último la vejez. En el caso de las mujeres, las cinco etapas tienen una duración muy diferente: distinguimos la infancia; seguida de lo que llamaríamos adolescencia, que dura más o menos cuatro años, momento en que la joven recibe el nombre de parthenos; luego la condición muy efímera de la joven esposa todavía sin hijos, llamada numphê; después la mujer adulta que se ha convertido en madre, gunê, y finalmente el momento de la vejez.

Aunque no existe una edad mínima legal para contraer matrimonio, los documentos dan algunas pistas sobre las tendencias. En el siglo VIII, Hesíodo menciona la edad aproximada de 18 años; el Código de Gortina, en Creta, del siglo V, fija la edad en 12 años como mínimo; en el siglo IV, Aristóteles habla de 14 años como edad mínima en un contexto específico, e incluso las jóvenes podían casarse antes de tener su primera menstruación.

Los cálculos se hacen rápidamente. Los hombres jóvenes libres vivían mucho más tiempo fuera del matrimonio que las mujeres jóvenes libres. La diferencia de edad habitual era de diez a quince años, y a veces las mujeres tenían maridos incluso mayores. Así pues, al margen de la época o la región, era habitual instituir una verdadera asimetría de edad en la relación conyugal entre individuos libres. Los versos trágicos, en particular un fragmento de una obra de Sófocles, evocan la dolorosa transición para las jóvenes de una infancia feliz en el oikos paterno al hogar del esposo, pero no disponemos de documentos, diarios o correspondencia privada que nos den información sobre las experiencias personales de los jóvenes en este momento de sus vidas.

Aparte de la cuestión de la edad y el estatus, pesan sobre la esposa numerosas convenciones sociales que ahondan más si cabe la desigualdad con su marido.

FUERA DEL MARCO CONYUGAL

Insistimos en que estas diferencias entre hombres y mujeres se daban exclusivamente en la pequeña parte de la población considerada libre y/o ciudadana. Dependiendo de su estatus y ciudad de residencia, a veces podían fundar una familia y permanecer vinculados a un pedazo de tierra para vivir, como ocurría en Gortina, Creta o incluso en Esparta, pero quienes entraban en la categoría conocida como «esclavos mercancía», como en Atenas, dependían por completo de sus dueños, que eran libres de vender a sus hijos nacidos en servidumbre y/o de separar a las parejas de esclavos.

Nuestros contemporáneos hablan a menudo de la pederastia en la antigua Grecia para referirse a las relaciones eróticas entre un ciudadano y un futuro ciudadano adolescente, subrayando la diferencia de edad para enfatizar su anormalidad. El matrimonio griego, la forma reconocida de heterosexualidad en el mundo contemporáneo, es tan pederasta como estas relaciones entre hombres. En estos ámbitos, debemos desprendernos lo más posible de las ideas preconcebidas contemporáneas sobre la buena sexualidad, sobre lo que es normal y anormal.

En la conyugalidad griega, a las ciudadanas casadas y a las jóvenes hijas de ciudadanos no se les permitía tener relaciones sexuales con un hombre fuera del matrimonio. Cuando ocurría, es decir, si una mujer o hija de ciudadano mantenía una relación con un hombre que no era su marido, los griegos hablaban de moicheia, una categoría totalmente asimétrica, cuyo término contemporáneo, adulterio, tan solo es una traducción imperfecta. El marido, siempre que no tocara a una mujer perteneciente al oikos de uno de sus conciudadanos, podía tener una vida sexual completamente lícita e incluso valorada fuera de la relación conyugal. Le estaba permitido mantener relaciones con una concubina, con hombres o mujeres prostituidas o con chicos jóvenes. Por el contrario, el acto de moicheia se castigaba severamente: la esposa era rechazada por el marido, que se quedaba con su dote, y el amante incurría en diversas penas más o menos severas y humillantes, según la época y la ciudad.

Las fuentes de este adulterio a la griega, que afectaba de forma diferente a los ciudadanos y a las ciudadanas, proceden sobre todo de juicios cuyos alegatos nos han llegado gracias a la fama de los «logógrafos», encargados de escribir los discursos que pronunciaban los acusados o los acusadores.

En el siglo IV, el orador ático Lisias escribió un discurso en defensa de Eufileto, acusado de matar ilegalmente al amante de su esposa. Eufileto se defendió de esta acusación interpuesta por la familia del amante aduciendo que había cometido el acto legalmente al sorprender al amante en el acto. Y para convencer al jurado, hizo hincapié en el peligro que suponía la moicheia para la comunidad cívica, un peligro, según demostró, peor que la violación.

LAS VIOLENCIAS SEXUALES

No es fácil hablar con precisión de la violencia sexual en la Grecia antigua porque, como en el caso de la sexualidad, no existía tal categoría per se. Los términos griegos utilizados para designar lo que nosotros llamamos violación tienen un alcance semántico muy amplio. El término griego hubris y el verbo derivado de él, hubrizein, pueden aplicarse a la violación, pero también pueden aludir a un acto de exceso de cualquier índole: un exceso en la esfera política o el acto de insultar a alguien. En determinadas circunstancias, también puede describir una relación sexual ilícita o considerada moralmente reprobable: una afición excesiva a las relaciones con prostitutas, una propensión desmedida a las relaciones sexuales con chicos o mujeres o un ciudadano que se prostituye. La violación también puede denominarse eufemísticamente acto de coacción, impuesto por la fuerza (bia), por lo que solo el contexto determinará si se trata de una paliza, una piedra lanzada o un acto sexual forzado.

Los griegos conocían bien los múltiples significados del término hubris; a finales del siglo IV, Platón da en el Banquete un giro humorístico a las diferentes implicaciones de la palabra (Banquete, 219c). Alcibíades afirma que Sócrates cometió un acto de hubris al no responder favorablemente a las insinuaciones del apuesto joven que era en ese momento. No ultrajándole le había ultrajado: esto dista mucho de un acto de coacción contra una persona que no consiente. El siguiente estudio léxico explica brevemente una categoría significativa; hoy en día, nuestra concepción de la violencia sexual implica una definición de la persona capaz de consentir. Esta capacidad reside en el hecho de no estar bajo la autoridad de otra persona –profesor o empleador, por ejemplo– y de encontrarse en disposición de decidir, desde una perspectiva física y psicológica. Esta definición y la importancia del consentimiento implican que cabe considerar la vulnerabilidad de las personas.

En la actualidad, en varias legislaciones europeas, los actos de violación contra personas vulnerables constituyen un factor agravante. En la Antigüedad no existía tal concepto de vulnerabilidad. Bien al contrario, la relación de autoridad o propiedad era un factor que justificaba la legalidad del acto sexual, forzado o no. Así, en el caso de violación de esclavos o esclavas, la primera cuestión era determinar quién era el propietario del esclavo. El propietario tenía derecho a mantener relaciones sexuales con sus propios esclavos, y la cuestión de su consentimiento ni siquiera se planteaba. Cuando los esclavos pertenecían a otra persona, era posible negociar por los daños causados a la propiedad ajena, tanto si el esclavo había dado su consentimiento como si no.

Del mismo modo, el cuerpo del niño no está protegido per se de las relaciones sexuales, forzadas o no, ni en general por motivos de edad. Las relaciones de adolescentes con adultos, en el contexto griego del erôs entre ciudadanos, no se condenaban; al contrario, se reconocían y valoraban. Volveremos sobre esto más adelante.

Los matrimonios no presuponen el consentimiento de los jóvenes cónyuges, ya que la prometida suele ser mucho más joven que su futuro esposo. Y el vínculo matrimonial autoriza diversos comportamientos que, desde hace un tiempo en nuestro contexto, se consideran violación (en Francia, la condena de la violación conyugal se tipificó en el Código Penal en 2006, siguiendo la jurisprudencia de 1990).

Para los antiguos griegos, el concepto de violencia sexual es ante todo un atentado físico o simbólico contra el honor en general, y la dimensión sexual no caracteriza por sí sola el aspecto reprensible del acto. La importancia del criterio de la relación sexual puede verse en la noción de moicheia, que a menudo se considera tan grave o incluso peor que la violación. En el discurso escrito por Lisias, no importa si la esposa ha sido violada o si ha mantenido una relación extramatrimonial, lo que se tiene en cuenta es el daño causado al marido y al honor de la familia, incluso en el caso de la violación brutal de una ciudadana o una esclava. La principal víctima no es la persona cuyo cuerpo ha sido dañado, que casi puede considerarse un mero daño colateral. Plantear la anacrónica cuestión de la violencia sexual revela la lógica imperante en la sociedad griega: solo el cuerpo del ciudadano varón se considera susceptible de un ataque directo; en consecuencia, únicamente él es vulnerable.

TRABAJO SEXUAL Y CONCUBINATO

Otro ámbito muy alejado de las prácticas de nuestras sociedades occidentales contemporáneas es el del trabajo sexual. Por eso a veces resulta complicado utilizar el término prostitución, pues implica que es la persona prostituida quien cobra por su trabajo. Sin embargo, aunque en Grecia se pagaba por el sexo, casi siempre era un pornoboskos