Una noche de invierno - Brenda Jackson - E-Book
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Una noche de invierno E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

Una promesa por cumplir… Riley Westmoreland nunca mezclaba el trabajo con el placer hasta que conoció a la impresionante organizadora de eventos que había contratado su empresa, Alpha Blake. Cuando Riley se llevó a Alpha a su cama supo que una noche no sería suficiente. Y cuando el pasado de Alpha supuso una amenaza para su relación, Riley hizo lo que haría cualquier Westmoreland: se prometió a sí mismo conquistar el corazón de Alpha… para siempre.

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Seitenzahl: 169

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Brenda Streater Jackson. Todos los derechos reservados.

UNA NOCHE DE INVIERNO, N.º 1906 - marzo 2013

Título original: One Winter’s Night

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2688-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

Un día helado de principios de noviembre

Había nevado durante toda la noche y un grueso manto blanco parecía cubrir la tierra hasta donde alcanzaba la vista. La previsión meteorológica en Denver auguraba que la temperatura caería a diez bajo cero a mediodía y que seguiría así durante casi toda la noche. Era la clase de frío que atravesaba los huesos y que congelaba la respiración al exhalar el aire.

A él le encantaba.

Riley Westmoreland abrió la puerta de la camioneta y se detuvo un instante a contemplar sus tierras antes de entrar. Había bautizado La estación de Riley aquellos cien acres siete años antes, cuando cumplió los veinticinco. Él mismo había diseñado la casa del rancho y había ayudado a su construcción clavando con orgullo el primer clavo. Le encantaba la enorme estructura de dos plantas que se alzaba en el centro cubierta de nieve.

Para él la nieve era lo que convertía a Denver en el lugar perfecto para pasar el invierno y la razón de que su casa tuviera chimeneas en las cinco habitaciones además de en el salón. No había nada como acurrucarse frente al fuego o mirar por la ventana para ver cómo caían los copos de nieve del cielo, algo que le fascinaba desde niño. Le gustaba recorrer las montañas con su moto de nieve o ir a esquiar a Aspen.

Riley entró en la camioneta y tras acomodarse en el asiento se puso el cinturón de seguridad. No tenía necesidad de ir a la oficina porque podía trabajar desde casa, pero quería salir, respirar el aire frío y sentirlo en los huesos. Además, tenía una cita importante a mediodía.

Desde que su hermano mayor, Dillon, había rebajado el ritmo ahora que su mujer, Pam, estaba a punto de dar a luz, muchos de sus proyectos en el negocio familiar habían recaído sobre los hombros de Riley. Para algo era el segundo de a bordo de Blue Ridge Land Management, una empresa que formaba parte de las quinientas más punteras del mundo. Lo siguiente que tenía que hacer era organizar la fiesta para los empleados el próximo mes.

La organizadora de eventos que se había ocupado de las fiestas durante los diez últimos años se había jubilado, y antes de que Riley se hiciera cargo del proyecto, Dillon contrató a Imagine, una empresa local organizadora de eventos que llevaba menos de un año en funcionamiento. La dueña de Imagine, una mujer llamada Alpha Blake, había sido la responsable de una gala benéfica a la que Pam asistió en verano. La mujer de Dillon quedó tan impresionada con todos los detalles que le pasó el nombre de la mujer a Dillon.

Riley estaba a punto de arrancar el motor cuando le sonó el móvil.

–¿Sí? –preguntó sacándolo del bolsillo.

–¿Señor Westmoreland?

Riley alzó una ceja. No reconocía aquella voz tan femenina, pero le gustaba cómo sonaba.

–Sí, soy Riley Westmoreland. ¿En qué puedo ayudarle?

–Soy Alpha Blake. Tenemos una cita a las doce en su oficina, pero se me ha pinchado una rueda. Me temo que voy a llegar tarde.

Él asintió.

–¿Ha llamado al servicio técnico de carreteras?

–Sí, y han dicho que estarán aquí en menos de treinta minutos.

«No cuentes con ello», pensó Riley, consciente de lo lento que funcionaba el servicio de carreteras en aquella época del año.

–¿Dónde se encuentra usted, señorita Blake?

–En la carretera de Winterberry, cerca de la intersección con Edgewater. Hay un supermercado no muy lejos, pero no parecía abierto cuando pasé antes por delante.

–Y lo más probable es que no abra hoy. El dueño, Fred Martin, nunca abre el día después de una fuerte nevada –aseguró él, que ya la había situado perfectamente–. Mire, no está muy lejos de donde yo me encuentro. Llamaré a mi seguro para que vayan a cambiarle la rueda. Mientras tanto yo la recogeré y podemos almorzar en McKay’s en lugar de vernos en mi oficina, porque McKay’s está más cerca. Y después puedo volver a llevarla a su coche. Para entonces la rueda ya estará cambiada.

–Yo… no quiero causarle ningún problema.

–No me lo causa. Sé que usted y Dillon han hablado de algunas ideas para la fiesta, pero como a partir de ahora me voy a encargar yo necesito que me ponga al día. Normalmente mi secretaria se encarga de estos asuntos, pero está de baja por maternidad y esta fiesta es demasiado importante para dejarla en manos de cualquier otra persona.

No se molestó en decir, porque estaba seguro de que Dillon ya lo había hecho, que iban a celebrar el cuadragésimo aniversario de la empresa que habían fundado su padre y su tío. Aquel no iba a ser un evento importante solo para los empleados, sino para toda la familia Westmoreland.

–De acuerdo, si de verdad no es molestia… –dijo ella interrumpiendo sus pensamientos.

–En absoluto. Salgo para allá.

Alpha Blake se arrebujó en el abrigo sintiéndose completamente frustrada. ¿Qué sabía una persona que había nacido en la soleada Florida del terrible frío de Denver?

Pero estaba tan decidida a no cancelar su cita con Riley Westmoreland que había liado las cosas. Aquello era absolutamente vergonzoso, porque ella quería causar buena impresión. Sí, Dillon Westmoreland ya la había contratado, pero cuando su secretaria la llamó la semana anterior para decirle que iba a trabajar con el segundo de a bordo de Blue Ridge, el hermano de Dillon, sintió la necesidad de causarle una buena impresión a él también.

Encendió la calefacción del coche. A pesar del flujo de aire caliente seguía teniendo frío, demasiado frío, y se preguntó si se acostumbraría alguna vez al invierno de Denver. Era su primer invierno allí y no tenía más opción que aguantarse. Cuando se mudó, pensaba que alejarse lo más posible de Daytona Beach era esencial para su paz interior, aunque sus amigos pensaban que se había vuelto loca. ¿Quién en su sano juicio preferiría el frío Denver a la soleada Daytona Beach? Solo una persona que quisiera empezar una nueva vida y dejar atrás su doloroso pasado.

Sus pensamientos quedaron interrumpidos cuando una camioneta salió de la calzada para detenerse frente a ella. La puerta se abrió y aparecieron unas piernas largas embutidas en vaqueros con botas. Luego salió de la camioneta un hombre que se la quedó mirando. Ella le sostuvo la mirada a través del parabrisas y no pudo evitar quedarse sin respiración. Hacia su coche se dirigía un hombre tan peligrosamente masculino, tan increíblemente viril, que el cerebro se le quedó momentáneamente entumecido.

Era alto, y el sombrero Stetson le hacía parecer más alto todavía. Pero la altura era secundaria al lado de la viril belleza de las facciones que había bajo el ala del sombrero. Tenía la piel de un color café con leche, los ojos oscuros y penetrantes, la nariz perfecta, los labios carnosos y la barbilla esculpida. Por no mencionar los anchos hombros.

Resultaba difícil creer que, dada la temperatura que hacía, pareciera estar cómodo con una chaqueta de piel en lugar de con un abrigo grueso.

Alpha deslizó la mirada por él mientras avanzaba hacia su coche con paso ágil y al mismo tiempo seguro. Envidió la confianza en sí mismo que exudaba. Sintió los pezones tensos de pronto y cómo la sangre le corría por las venas. Sabía lo que le estaba pasando, pero aun así se sorprendió. Era la primera vez que reaccionaba ante un hombre tras su ruptura con Eddie.

El hombre se acercó al coche y le dio un golpecito a la ventanilla. Alpha contuvo el aliento mientras pulsaba el botón para bajarla.

–¿Riley Westmoreland? –en realidad no hacía falta que se lo preguntara. Se parecía mucho a su hermano Dillon.

–Sí. ¿Alpha Blake? –respondió ofreciéndole la mano a través de la ventanilla mientras la miraba con lo que a ella le pareció un frío interés.

–Sí –Alpha le estrechó la mano y sintió su calor incluso a través de los guantes de piel–. Encantada de conocerle, señor Westmoreland.

–Riley –la corrigió él sonriendo–. El placer es mío –añadió con los ojos brillantes–. He oído hablar maravillas de tu trabajo. Espero que no te importe que te llame Alpha.

–Gracias. Y no, no me importa.

–He llamado al seguro del coche. Deja las luces de emergencia encendidas y las llaves del coche debajo del asiento –dijo dando un paso atrás para que ella pudiera salir del coche.

Alpha se mordió el labio inferior.

–¿Será seguro hacer eso?

Riley se rio.

–Sí, en días así los ladrones no salen –le abrió la puerta del coche–. ¿Lista para subirte a mi camioneta?

–Sí –Alpha dejó las llaves debajo del asiento y agarró el bolso y la bolsa de trabajo. Se arrebujó en el abrigo y se dirigió a toda prisa a la camioneta.

Él le abrió la puerta y Alpha agradeció el calorcito que hacía dentro. Olía como él, un aroma masculino y sexy. Se sonrojó preguntándose por qué estaba pensando en aquellas cosas, sobre todo de un hombre para el que iba a trabajar.

Riley cerró la puerta justo antes de que le sonara el móvil. Ella miró por el espejo retrovisor exterior mientras Riley hablaba y rodeaba la camioneta para subirse en el asiento del conductor.

Abrió la puerta y se subió. Había terminado de hablar. Se puso el cinturón y la miró de reojo sonriendo. Alpha pensó que se iba a derretir allí mismo.

–¿Tienes calor? –le preguntó con voz ronca.

Si él supiera… pero se contuvo y no le dijo nada. Se limitó a responder:

–Sí, gracias por preguntar.

–No hay de qué –miró por el espejo retrovisor antes de sacar la camioneta a la carretera.

El silencio que se hizo a continuación llevó a Riley a pensar que era una mujer tímida. Y envuelta en aquel enorme abrigo y con poco más de uno sesenta de altura, seguramente sería bajita y gruesa. Él las prefería altas, esbeltas y con curvas, pero tenía una cara bonita que llamaba la atención. Sin duda estaba de buen ver. Eso era lo primero en lo que se había fijado. Decidió entonces que no le gustaba el silencio, así que para hablar de algo le preguntó:

–Tengo entendido que eres de Florida. ¿Qué te ha traído a Denver?

Ella ladeó la cabeza para mirarle y lo primero en lo que Riley se fijó fue en sus ojos. Eran de un tono chocolate y tenían forma almendrada. Luego le miró el pelo, de un bonito tono castaño. Los gruesos mechones le caían por los hombros y se rizaban en las puntas. Y luego estaba aquel coqueto hoyuelo de la barbilla, que estaba allí incluso aunque estuviera seria.

–Nunca he sido muy aventurera, pero cuando mi madrina falleció y me dejó suficiente dinero como para cambiar de trabajo sin arruinarme, me aproveché de la oportunidad.

Él asintió.

–¿Y qué hacías antes de convertirte en organizadora de eventos?

–Era veterinaria.

–Vaya. Eso es todo un cambio.

Alpha sonrió.

–Sí, lo fue.

–¿Cómo se pasa de veterinaria a organizar fiestas?

Ella se apartó un mechón de pelo de la cara y dijo:

–Convertirme en veterinaria fue idea de mis padres y yo cumplí sus deseos.

Riley detuvo la camioneta en un semáforo en rojo, lo que le dio la oportunidad de mirar de reojo a Alpha, justo a tiempo para verla morderse el labio inferior y juguetear nerviosamente con la pulsera de plata que llevaba en la muñeca.

–Me hice veterinaria para satisfacer a mis padres. Tienen una clínica veterinaria y pensé en unirme a ellos y convertirla en un negocio familiar. Lo hice durante un año, pero me di cuenta de que no estaba entregada a ello. Ellos lo sabían, pero no les gustó que decidiera cambiar de profesión. Sin embargo, aceptaron que organizar eventos era mi vocación cuando organicé la celebración de su trigésimo aniversario de boda.

Ella le miró y sonrió de un modo que le dejó sin aliento.

–Hice trabajo increíble.

Riley se rio.

–Me alegro por ti –hizo una pequeña pausa antes de preguntar–. ¿Eres hija única?

Le pareció que tardaba más tiempo del necesario en responder.

–No. Tengo una hermana.

Riley no dijo nada durante un largo instante y luego decidió cambiar de tema.

–Y dime, ¿qué tienes en mente para la fiesta de nuestros empleados del mes que viene?

Escuchó mientras ella entraba en detalles. Algunos podía seguirlos y otros no.

Alpha debió vérselo en la expresión de la cara.

–Había preparado una presentación de Powerpoint para hoy. Pero como vamos a reunirnos en un restaurante en lugar de en tu oficina, yo…

–Puedes mostrarme la presentación. He llamado para pedir un reservado.

–Eso es estupendo. Aquí traigo todo lo que necesito –dijo dándole un golpecito a la bolsa que llevaba en el regazo.

Eso hizo que Riley mirara hacia abajo. Llevaba unas botas de piel marrón oscura hasta la rodilla. Alzó la vista y vio que Alpha estaba mirando el paisaje por la ventanilla.

–Nunca había venido a McKay’s por aquí.

Él volvió a mirar hacia la carretera.

–Es un atajo.

–Ah.

Alpha volvió a guardar silencio. Esta vez decidió dejarlo así. Pensó que si ella tenía algo que decirle lo diría.

Alpha no pudo evitar sentir un nudo en el estómago mientras miraba por la ventanilla de la camioneta tratando de ignorar al hombre que estaba al volante. Tendría que haber imaginado que sería impresionante, dado que Dillon no estaba nada mal. Y parecía estar lleno de preguntas. Al menos ya le había preguntado dos que le hubiera gustado no tener que contestar. La razón por la que había dejado Daytona le seguía resultando demasiado dolorosa. Y tras la acalorada discusión que había tenido con sus padres la noche anterior prefería no pensar tampoco en ellos en aquellos momentos.

Apartó Daytona del pensamiento y vio que estaban aparcando en McKay’s.

Alpha se arrebujó en el abrigo mientras se preparaba para bajar del vehículo y enfrentarse otra vez al frío.

Miró a Riley. Él no llevaba guantes y parecía que solo se iba a abrigar con la chaqueta.

–¿No tienes frío? –le preguntó sin poder contenerse.

Él sonrió.

–La verdad es que no. Me gusta el frío. Para mí, cuanto más frío mejor.

Ella se quedó allí sentada mirándole fijamente. Tenía que estar de broma.

–¿Por qué?

Riley encogió sus enormes hombros.

–No estoy muy seguro. Supongo que tengo la sangre demasiado caliente y por eso no me molesta.

–Está claro –murmuró ella entre dientes.

Si la oyó, Riley no lo demostró. Abrió la puerta para salir y Alpha se quitó el cinturón e hizo lo mismo. Entonces resbaló y hubiera caído de bruces si Riley no llega a sostenerla rápidamente.

–Tendría que haberte advertido que tuvieras cuidado. Hay hielo.

Sí, tendría que habérselo advertido. Pero si lo hubiera hecho no habría habido razón para que la rodeara con sus brazos ni para que Alpha se apoyara en él y sintiera el calor de aquel hombre de sangre caliente tan cerca de ella.

–Creo que ya puedo sola –dijo soltándole.

Riley mantuvo una mano firme sobre su brazo.

–Me aseguraré de ello –entonces la levantó del suelo y la tomó en brazos.

Riley entró en el restaurante con Alpha en brazos.

El local estaba abarrotado de clientes porque era la hora de comer, y Alpha creyó que iba a morir de vergüenza cuando mucha gente se les quedó mirando.

–Aquí ya no deberías tener problemas –dijo Riley dejándola en el suelo.

–Gracias –Alpha se negó a mirarle, pero vio por el rabillo del ojo cómo daba un paso atrás.

–Bienvenido, Riley. El reservado que has pedido ya está preparado –dijo la encargada sonriendo con demasiada confianza en opinión de Alpha.

–Gracias, te lo agradezco. Asegúrate de que no nos molesten, Paula.

–No hay problema –dijo Paula haciéndoles un gesto para que le siguieran–. Te hemos preparado el mejor reservado del local –miró hacia atrás y le dirigió a Alpha una mirada de desprecio antes de volverse otra vez hacia Riley–. Porque tú te mereces lo mejor.

Alpha trató de no fruncir el ceño. Parpadeó cuando la puerta se cerró tras ellos y entonces miró a su alrededor. Era una habitación acogedora y espaciosa con una mesa para dos en la esquina. También había una pantalla, un proyector, altavoces y todo lo que necesitaba para la presentación que había hecho sobre la fiesta. Y luego estaba el ventanal, que ofrecía una magnífica vista de las montañas.

–¿Quieres hacerlo primero o prefieres comer antes?

Alpha tragó saliva y aspiró con fuerza el aire.

–Lo que tú prefieras.

–En ese caso le diré a Paula que vamos a comer primero. Estoy muerto de hambre.

Ella asintió distraída mientras le veía quitarse la chaqueta. Aquellos enormes hombros eran todavía más anchos y poderosos de lo que pensaba. En aquel momento comprobó de primera mano lo bien que le quedaban los vaqueros, sobre todo en la parte de los fuertes muslos. Era un cañón en toda regla, un ejemplo de pura masculinidad.

Siguiendo su ejemplo, Alpha se desabrochó el cinturón del pesado abrigo y se lo quitó. Le siguió el grueso jersey de lana, la bufanda que le rodeaba el cuello y otro jersey más.

Se acercó al perchero para colgarlo todo y se masajeó la curva del cuello. El peso de tanta ropa le había hecho mella en los músculos. Se estaba apartando la melena de los hombros cuando se dio la vuelta y se encontró con Riley mirándola con una expresión extraña.

Alpha tragó saliva y se sintió un poco incómoda ante el modo en que la estaba mirando, como si quisiera comérsela con sus penetrantes ojos oscuros.

–¿Ocurre algo? –preguntó humedeciéndose los labios nerviosamente.

–No, no ocurre nada –dijo con tono brusco–. Discúlpame un momento, voy a decirle a Paula que vamos a comer primero.

Alpha le vio marcharse preguntándose de qué iba todo aquello.

Turbado, Riley cerró la puerta al salir y se apoyó contra ella soltando el aire. Todos los músculos del cuerpo le vibraban con un deseo que hacía mucho tiempo que no sentía. ¿De dónde diablos había salido aquella figura llena de curvas?

No podía creer lo que Alpha Blake escondía bajo toda aquella ropa. Se quedó boquiabierto cuando empezó a quitarse toda aquella ropa y finalmente se quedó con un vestido de punto rosa ajustado con un cinturón y con las botas por encima de la rodilla. Resultaba tan femenina que había experimentado una oleada de deseo como nunca antes.

No solo estaba de buen ver: aquella mujer tenía un cuerpo de curvas lujuriosas capaz de volver loco a un hombre. Un deseo afilado como un cuchillo se apoderó de sus sentidos y se le cruzaron por la mente pensamientos completamente inapropiados.

Tenía la cintura estrecha y los senos respingones. Y luego estaban las caderas, suaves y bien formadas. Él era un hombre que bajo ninguna circunstancia mezclaba el trabajo con el placer. Pero en cuanto la vio quitarse toda aquella ropa deseó lanzar aquella norma por la ventana.

–¿Necesitas ayuda, Riley?

La pregunta de Paula le devolvió de inmediato al presente. Deslizó la mirada por el uniforme negro de encargada que llevaba puesto. Paula Wilmot tenía un cuerpo bonito, pero ni siquiera el suyo podía compararse con el de Alpha Blake. Paula y él habían salido juntos un par de años antes. Cuando llegó el momento de terminar, ella se sintió injustamente tratada. Riley le había explicado, como hacía con todas las mujeres con las que salía, que él no tenía relaciones largas. Sexo sin compromiso. Un mes, seis semanas a lo sumo era el tiempo máximo que mantenía una relación. Así no había tiempo para volverse sentimental. Así funcionaba él. Lo llamaba la regla de Riley. Las mujeres sabían desde el principio a qué atenerse y él lo prefería así.

Y lo que no podía consentir era que una mujer que hubiera accedido a sus condiciones decidiera de pronto que quería un anillo de compromiso en el dedo. Solo le había hecho falta pasar un mes con Paula para ver cuáles eran sus intenciones. Por alguna razón dio por hecho que ella sería la mujer capaz de cambiarle. Y eso no iba a suceder. Riley terminó al instante la relación.

–Sí, por favor, dile a la camarera que mi invitada y yo hemos decidido comer antes de empezar a trabajar.

Paula ladeó la cabeza y frunció el ceño.