Una noche en oriente - Robyn Donald - E-Book
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Una noche en oriente E-Book

ROBYN DONALD

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Beschreibung

Siena deseó con todas sus fuerzas que Nick no hubiera aparecido… Habían pasado cinco años desde la última vez que lo había visto. Ella había crecido y ya no era una adolescente de diecinueve años, perdida en la fantasía del príncipe azul. No tenía sentido que su llegada le afectara tanto. Aunque ella no fue la única mujer en la sala que se había fijado en él. Sus atractivos rasgos, su arrogante planta y su cuerpo alto y musculoso le dotaban de un magnetismo irresistible para todas las mujeres que había en el restaurante. Su carisma era muy peligroso. Por eso, era mejor que lo dejara estar…

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Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Robyn Donald. Todos los derechos reservados.

UNA NOCHE EN ORIENTE, N.º 2154 - mayo 2012

Título original: One Night in the Orient

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0088-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

MAMÁ, papá… ¡por vuestros treinta años juntos!

Porque los venideros sean todavía más felices –brindó Siena Blake, levantando su copa de champán francés.

En el lujoso hotel del centro de Londres, Diana Blake sonrió con la belleza serena y elegante que la caracterizaba.

–Cariño, con que sean sólo la mitad de felices que los años que he pasado con tu padre, me conformo.

El padre de Siena miró a su esposa con amor.

–Serán mejores –aseguró él–. En parte, porque hemos tenido mucha suerte con nuestro hijos. Por eso, quiero brindar por nuestras gemelas, Siena y Gemma, por haber llenado nuestras vidas de alegría –dijo y levantó su copa–. Aunque, a nuestra edad, espero que no nos hagan esperar mucho más para darnos nietos.

El diamante del anillo de compromiso de Siena brilló bajo la luz de las velas.

–Bueno, no creo que Gemma tenga prisa por ser mamá. Todavía no ha encontrado a un hombre con quien quiera casarse y es mejor que le deis a Adrian un poco de tiempo más –señaló Siena, ignorando una molesta sensación en el estómago–. De todas maneras, lo importante ahora es vuestro aniversario.

–Lo único que faltaría para que fuera perfecto sería que Gemma estuviera aquí también –dijo su madre con tono nostálgico y sonrió–. Bueno, ella no ha podido, pero ha sido una sorpresa maravillosa que vinieras tú. Solo siento que Adrian no pudiera acompañarte.

–Adrian os manda recuerdos y sus mejores deseos –repuso Siena, tragándose la incómoda ambivalencia que anidaba en su pecho–. No ha podido tomarse tiempo libre del trabajo.

Sus padres lo comprendían. Juntos, habían levantado un negocio de la nada y sabían lo que era el sacrificio y el trabajo duro.

–De todas maneras, dentro de unas semanas volveréis a casa, a Nueva Zelanda, y podremos celebrarlo otra vez con Gemma, Adrian y todos vuestros amigos –propuso Siena y levantó su copa de nuevo–. Porque tengáis un buen viaje y disfrutéis mucho en el crucero.

Siena sabía que sus padres siempre habían soñado con irse de crucero por el mar Caribe y América Central. Después de ahorrar durante años, al fin habían reservado un viaje que salía del Reino Unido.

Entonces, algo llamó la atención de Siena al otro lado del restaurante. El maître del hotel aceleró el paso de forma visible para recibir a unos recién llegados. Sin duda, eran gente importante, pues el camarero apenas se había molestado en saludarlos a ella y a sus padres.

Al ver al hombre que acababa de entrar, a Siena le dio un brinco el corazón.

–¿Va a venir Nick a celebrarlo con nosotros? –preguntó Siena de forma abrupta, dejando su copa.

–¿Nuestro Nick? –inquirió Diane con perplejidad.

–Nicholas Grenville –respondió Siena y el sonido de su nombre en la lengua le supo a pena y a amargura.

Encogiéndose ante el gesto de sorpresa de su madre, Siena trató de mantener a raya sus nervios.

–Acaba de entrar acompañado de una rubia impresionante.

–¿Una rubia? –preguntó Diane, sin girarse–. ¿Alta, muy guapa y muy bien vestida?

–Creo que sí –contestó Siena. Aunque todas las amantes de Nick habían sido altas, guapas y bien vestidas.

Todas, excepto una…

–¿Sabéis? No me parece justo que yo apenas mida un metro sesenta y, en el resto de la familia, seáis todos altos y elegantes.

De forma inconsciente, Siena volvió a posar los ojos en Nick y su pareja, mientras el camarero los guiaba a una mesa alejada de las demás.

¡Vaya casualidad tan desagradable!, se dijo ella. Al menos, él no los había visto.

–¿Estáis seguros de que las enfermeras del hospital no me confundieron con otro bebé? –bromeó Siena con una sonrisa.

–Seguros –afirmó Diane, riendo–. Creo que te pareces mucho a la abuela de tu padre, que murió joven. Según cuentan, era pequeña, práctica y muy sensible. Tenía el pelo negro y rizado como tú y los mismos ojos azules.

–Me alegro de que sigas considerando a Nick parte de la familia –comentó Hugh pensativo.

Siena se encogió de hombros.

–Bueno, mientras vosotros erais sus tutores, Gemma y yo lo estuvimos viendo durante años y todos los veranos, mientras su madre trabajaba. Nos encantaba. Siempre nos trataba muy bien –explicó ella y, esforzándose en no volver a posar los ojos en él, añadió–: ¿Y quién es esa mujer con la que está?

Diana intercambió una enigmática mirada con su marido.

–Portia Makepeace-Singleton. Cenamos en casa de Nick la noche que llegamos a Londres y ella apareció en mitad de la comida de forma inesperada.

–Supongo que será su última conquista –comentó Siena, intentando sonar indiferente.

–Es posible –replicó su madre–. No le preguntamos.

–No os cayó bien, ¿verdad? –adivinó Siena, mirando a su padre y a su madre.

–¿Nos ha visto? –inquirió Diane, evadiendo la pregunta.

–No. Los han sentado lejos de la vista de comensales menos distinguidos, como nosotros.

Pero la velada no había hecho más que comenzar y había tiempo de sobra para que Nick los viera, pensó Siena.

De todos modos, no iba a dejar que eso le estropeara la noche, se dijo, mirándose el anillo de diamante que Adrian le había regalado.

Adrian era un encanto. Y ella tenía muchas ganas de casarse con él. Sabía que su prometido nunca la lastimaría.

Sin embargo, Nick…

Nick casi la había hecho pedazos, reconoció Siena para sus adentros.

Con solo dieciséis años, había estado profundamente enamorada del protegido de su padre. Pero lo había superado y había comprendido que Nick no había sido para ella. Cuando había salido del instituto, él ya había cosechado su primer millón y se había establecido fuera del país durante un tiempo.

Nick había seguido en contacto con Hugh, su mentor, enviándoles tarjetas de felicitación en las fechas señaladas y había ido a visitarles siempre que había viajado a Nueva Zelanda.

Luego, cuando Siena había tenido diecinueve años, él había regresado a Nueva Zelanda durante unos meses.

Y Siena había tenido que aceptar que su enamoramiento de adolescencia no solo no había desaparecido, sino que había crecido hasta convertirse en el más puro deseo. Oh, había intentado resistirse, hasta que él…

–¿Siena?

Sobresaltada al oír la voz de su madre, Siena levantó su vaso y le dio un trago demasiado largo a su champán.

–Lo siento. Estaba soñando despierta. Todo este lujo me abruma un poco –comentó Siena, mirando a su alrededor en el exclusivo restaurante del hotel–. Me pregunto cómo sería vivir así.

–Te aburrirías enseguida –adivinó su padre con una sonrisa–. ¿Por qué no se lo preguntas a Nick? Desde que se ha convertido en un gran empresario, convive con el lujo a diario.

–Ya. La prensa lo ha definido como genio de las finanzas y como arrogante millonario, demasiado guapo como para ser cierto –observó Siena, sin poder disimular un tono de amargura.

–Así es –repuso su padre, sin demasiada aprobación.

Y eso por no mencionar los cotilleos de las revistas del corazón sobre sus múltiples conquistas…

Siena deseó que Nick no hubiera entrado.

Habían pasado cinco años desde la última vez que lo había visto. Ella había dejado atrás sus tontas fantasías del príncipe azul y se había propuesto construirse un futuro estable y feliz con un hombre agradable.

Era una estupidez sentirse tan afectada por su llegada.

Lo cierto era que su presencia le añadía peso a una extraña sensación de incomodidad que se había apoderado de ella desde hacía unas semanas, la sensación de que su vida era cada vez más gris.

Bueno, era lógico que se sintiera así, pues hacía una semana había dejado un trabajo bastante bueno.

Pero no era momento para pensar en eso, se dijo a sí misma, tratando de concentrarse en disfrutar de la velada con sus padres.

Por suerte, la banda comenzó a tocar una música que a sus padres les encantaba. Ambos compartían una gran pasión por el baile.

–¿A qué estáis esperando? Id a bailar –sugirió Siena, mirando a sus padres.

–Nada de eso –repuso Diane–. No vamos a dejarte sola.

–Mamá, claro que sí. ¡Tengo veinticuatro años! No me importa sentarme sola en un restaurante un rato. Y me gustaría mucho veros bailar en vuestro treinta aniversario.

Tras insistir un poco más, Siena consiguió que sus padres salieran a la pista y se quedó contemplándolos con una media sonrisa. Hacían buena pareja y se movían al mismo ritmo. Igual que ellos, su hermana Gemma tenía una piel dorada y una silueta alta y espigada, perfecta para ser modelo.

La clase de mujer que le gustaba a Nick…

¡Debía parar!, se reprendió a sí misma. De acuerdo, sus rizos eran negros y su piel más blanca que la leche. Pero había heredado la pasión por el baile de sus padres, pensó, sonriendo al darse cuenta de que estaba siguiendo el compás con los pies. Usar todos sus ahorros para comprarse un billete y atravesar el océano para darles una sorpresa había sido una buena decisión, aunque se hubiera quedado en números rojos. Cuando se había presentado en el hotel el día anterior, a sus padres se les habían saltado las lágrimas de emoción.

Siena miró de reojo a una mujer vestida con suma elegancia, acompañada de un atractivo y famoso actor.

De pronto, se le tensaron los hombros. Negándose a girarse, mantuvo la vista en la pista de baile, atravesada por una poderosa sensación de aprensión.

–Hace cinco años, te habrías girado para ver quién te estaba mirando por la espalda –dijo una voz masculina detrás de ella.

Nick.

Dentro de Siena, algo fiero y salvaje cobró vida.

Haciendo un esfuerzo, ella fijó los ojos en el diamante que llevaba en el dedo, sin volverse.

–Cinco años es mucho tiempo, Nick.

Entonces, poco a poco, ella se giró para encontrarse con su hermoso rostro. Él tenía las cejas un poco arqueadas, los ojos verdes y profundos…

De adolescente, Siena siempre había admirado esos ojos, sobre todo, enmarcados en aquellas pestañas densas y negras. Al sumergirse en ellos, se esforzó para no estremecerse como le había pasado siempre de niña.

–¿Todavía te das cuenta cuando alguien te mira?

–A veces –replicó ella, mientras la inundaban imágenes desbocadas de su erótico encuentro de hacía cinco años.

–Siéntate, Nick… me haces sentir como una enana hablando con un elfo –dijo ella, sin pensar.

Nicholas Grenville era impresionante en todos los sentidos. Su traje hecho medida resaltaba sus poderosos hombros y sus largas piernas, la camisa blanca inmaculada contrastaba con su piel bronceada y su cabello moreno. Pero lo que le hacía sobresalir entre tantos hombres guapos y bien vestidos era su aura de autoridad y poder.

–¿Qué estás haciendo en Londres? –preguntó Nick, sentándose en la silla que Hugh había dejado vacía–. Tus padres no me dijeron que fueras a venir.

–Ellos no lo sabían. Llegué ayer para darles una sorpresa.

–¿Estás de vacaciones?

–No –negó ella–. He dejado mi trabajo.

Nick arqueó las cejas otra vez y Siena se alegró de, por una vez, ser ella quien lo sorprendiera.

–¿Por qué? Creí que estabas contenta con tu trabajo de encargada de una tienda de plantas.

Sus padres debían de habérselo contado, pensó Siena.

–No era solo una tienda de plantas, también estaba a cargo de un vivero.

–¿Y te gustaba?

–Mucho.

Nick se inclinó hacia delante, observándola. En cinco años, Siena había cambiado bastante. El vestido azul que llevaba se le ajustaba a la perfección al cuerpo, marcando sus tentadoras curvas y enfatizando el increíble azul de sus ojos. Aunque no había conseguido domar aquellos salvajes rizos suyos, caviló y trató de reprimir la respuesta involuntaria de su cuerpo.

–¿Y cuándo lo dejaste?

Ella titubeó y levantó la barbilla con gesto desafiante.

–Vendieron la empresa y, por desgracia, el nuevo dueño se encaprichó conmigo. Me acosaba.

–¿Y qué hiciste? –preguntó Nick, sin disimular su rabia.

–Le dije que no estaba interesada –contestó ella y, apretando los labios, levantó la mano para mostrarle su anillo de compromiso–. Pero la situación comenzó a ser incómoda, por eso, me fui.

Al ver su anillo, Nick sintió algo a lo que prefirió no ponerle nombre. Debería alegrarse de que ella se hubiera enamorado, sobre todo si era de un hombre que la valoraba y en quien podía confiar.

En cierta manera, ese anillo debería hacerle sentir menos culpable por haberse llevado su virginidad hacía años. Pero no fue así.

–Supongo que te irías con una jugosa indemnización –comentó él.

–Claro –repuso ella con una amplia sonrisa–. Se la di a una ONG para mujeres víctimas de abusos. En su nombre. Se mostraron muy agradecidas y, sin duda, le llamarán de vez en cuando para pedirle futuras donaciones.

–Bonita venganza –señaló él, sonriendo–. Y muy típica de ti. ¿Tenías contrato?

–Un contrato que yo misma rescindí.

–Por razones que podrían haber enviado a tu jefe ante los tribunales –apuntó él–. ¿Y qué piensa tu prometido?

La situación había irritado a Adrian, pero había dejado que ella se ocupara sin más.

–Le parece bien –contestó ella, tratando de no ponerse a la defensiva.

–¿No hizo nada? –preguntó Nick, afilando la mirada.

Siena recordó lo protector que Nick había sido siempre con su hermana y con ella cuando habían sido niñas. Pero Adrian no se parecía en nada a Nick. Adrian nunca la habría hecho el amor como si hubiera sido la única mujer del mundo, para abandonarla a la mañana siguiente sin más explicación que unas cuantas disculpas por haberse dejado llevar.

Adrian no le habría roto el corazón.

–No todo el mundo tiene tus instintos asesinos –indicó ella con una tensa sonrisa–. Adrian sabe que puedo encargarme de mis propios problemas.

Nick se recostó en la silla, con los ojos puestos en el anillo. Siena tuvo que contener el impulso animal de esconder la mano debajo de la mesa.

–¿Entonces te fuiste escapando de una situación inadmisible, sin más dinero que tu última paga, y decidiste meterte en un avión para ver a tus padres en Londres?

–Eres un buen adivino –dijo ella con tono alegre.

–No, lo que pasa es que recuerdo a una niña llena de fuerza de voluntad, decidida y con un gran corazón. ¿Qué piensas hacer cuando regreses a casa?

–Encontrar otro trabajo, claro.

–¿Sin más?

–Tengo muy buenas referencias, de mi jefe anterior y del cerdo que me acosó. Además, en mi último trabajo, he aprendido mucho sobre paisajismo.

Nick asintió.

–Tu madre me dijo que tú habías diseñado su jardín. Un buen trabajo… está estupendo.

–La jardinería siempre ha estado de moda en Nueva Zelanda –comentó ella, ocultando el placer que le había producido su alabanza–. Auckland es un buen sitio para ello. Es una tierra muy fértil. Y la recesión ha hecho crecer el interés en ser autosuficientes, cada vez hay más gente que quiere tener su propio huerto en casa. Encontraré un empleo, mejor que el anterior.

–Sigues teniendo la misma confianza de siempre –señaló él–. Y sigues siendo dominante y persistente.

–Recuérdame que me hagas una carta de recomendación, tu opinión de mí me ayudará –dijo ella con ironía.

–Cuando quieras –contestó él–. Bueno, entonces, después de haber dejado el empleo y haberle dado a una ONG el dinero en vez de meterlo en tu cuenta bancaria… ¿te parece una decisión lógica haber venido a Inglaterra?

–Es el treinta aniversario de mamá y papá –explicó ella.

–No lo mencionaron cuando cené con ellos el otro día –replicó él sorprendido.

–Ya sabes cómo son.

–Sí. No les gusta hacerse notar.

–Pensábamos hacerles una fiesta en casa y, luego, ellos iban a volar hasta Londres para salir de crucero. Pero la agencia de viajes les hizo una oferta estupenda para hacer un tour por el Reino Unido primero. Gemma no podía estar con ellos en la fiesta, pues está trabajando en la semana de la moda en Australia. Por eso, les convencí para que aceptaran la oferta y decidí hacerles una visita aquí.

Él asintió.

–¿Y qué le ha parecido a tu novio?

–¿Adrian? –repuso ella y se le encogió el estómago al encontrarse con los ojos de Nick–. Le pareció una buena idea.

–Está claro que es un hombre muy complaciente –dijo Nick con ironía.

–Adrian proviene de una gran familia y comprende las dinámicas familiares.

De pronto, Siena recordó que Nick provenía de un matrimonio roto y una familia con problemas. Se sonrojó, furiosa consigo misma por su comentario.

–¿Y yo no?

–No me estaba refiriendo a ti –se disculpó ella–. Lo siento… ha sido un comentario desafortunado.

–Pero acertado –apuntó él y volvió a posar los ojos en el anillo–. ¿Y cuándo es la boda?

–No hemos fijado la fecha todavía, pero será la primavera del año que viene.

–Falta mucho para eso –observó él, arqueando las cejas–. ¿Vivís juntos?

–No –negó ella y se sonrojó de nuevo.

En ese instante, Nick miró por encima del hombro y se levantó con expresión controlada.

Al principio, a Siena le sorprendió ver a aquella mujer delante de su mesa, pero sólo un segundo.

Enseguida, se dio cuenta de que tenía que ser la última conquista de Nick.

Capítulo 2

ASALTADA por una mezcla de celos y envidia, Siena miró a la alta rubia que tenía delante con resignación.

–Nicholas –dijo la rubia–. Ya ves que no he tardado mucho.

–Portia, esta es Siena Blake –las presentó él.

Con mirada experta y escrutadora, Portia recorrió el vestido de seda azul de Siena y apartó la mirada con ademán despreciativo. Siena levantó la barbilla en un gesto de rebelión.

–Conociste a los padres de Siena hace un par de noches –añadió Nick.

–Lo recuerdo. Tus amigos de Nueva Zelanda –replicó Portia, asintiendo–. Entonces, tu hermana y tú sois… –comenzó a decir, dirigiendo su aristocrática nariz hacia Siena–¿cómo lo expresó Nick? Ah, sí. Lo más parecido a unas hermanas para él. ¿Es eso cierto, querido? –añadió, mirando a Nick.

–Cuando era joven, sí –señaló Nick con cierto tono de irritación–. Sin embargo, hace mucho que no considero a Siena y a Gemma como hermanas.

–Y estoy segura de que ninguna de ellas te confunde con un hermano –comentó Portia en voz baja, sonriendo.

Aquella sonrisa, llena de seguridad femenina y de posesión, se le clavó a Siena en el alma.

¿Qué le estaba pasando?, se reprendió a sí misma.

No podía culpar a Portia. Nick irradiaba un aura irresistible, el magnetismo de los ganadores.

–Tanto Siena como su hermana me consideraban un intruso –observó él, posando los ojos en Siena.

Con esfuerzo, Siena consiguió soltar una suave carcajada.

–Sobre todo, cuando intentabas enseñarnos ajedrez.

–Pensaba que lo habías olvidado –replicó él con una sonrisa.

–Estoy segura de que eras un maestro excelente –se apresuró a decir Portia.

–Siena me ganaba.

–Porque me dejabas ganar –protestó Siena.

–Durante la primera mitad del juego, sí –admitió él–. Pero, después, me costaba la misma vida remontar.

–¿Y tu hermana era también una niña prodigio? –preguntó Portia con tono burlón.

–A Gemma no le gustaban los juegos de mesa –intervino Nick.

En ese momento, llegaron los padres de Siena. Nick los felicitó y le hizo una seña al camarero para que llevara más champán.

Tras unos minutos, Portia y él regresaron a su mesa. Tensa como un alambre, Siena se obligó a recostarse en el asiento y miró a su alrededor.

–Es agradable ver a Nick otra vez –comentó Diane–. Era un muchacho tan rebelde… pero la vida le ha ido bien –añadió y le dio una palmadita en el brazo a su marido–. En gran parte, gracias a ti, Hugh.

–Nick lo hubiera logrado también solo –aseguró Hugh con confianza–. Lo que nosotros hicimos por él fue mostrarle cómo es vivir en una familia feliz.

–¿Eso crees? –preguntó Siena, sorprendida–. No creo que conviviera con nosotros tanto como para fijarse en eso. Por lo que yo recuerdo, se pasaba casi todo el tiempo haciendo cosas de chicos contigo.

–Claro que se fijaba –repuso Hugh, meneando la cabeza–. Nick siempre ha sido muy astuto. Cuando el matrimonio de sus padres se rompió, le dieron la custodia a su padre primero y, luego, a su madre. Poco después, su padre murió. Me parece curioso que Nick nunca hablara de él.

–A mí me habló una vez –comentó Diane en voz baja–. De una manera fría y muy de adulto. Me dijo que nunca se permitiría ser como su padre. Yo me pregunté si su padre lo había golpeado, pero no creo que Nick se comportara como un niño que temiera el daño físico.

Siena se sintió horrorizada. El comentario que le había hecho a Nick sobre dinámicas familiares no podía haber sido menos afortunado.

–¿Crees que su padre pegaba a su madre?

–Es posible –respondió Diane.

Conmocionada, Siena intentó digerir la información. De alguna manera, había asumido que no había tenido una familia feliz, pero nunca había oído hablar de su infancia.

Tal vez, su niñez traumática había tenido algo que ver con la forma en que había terminado su… ¿Su qué? ¿Romance?

No estaba segura de que una sola noche juntos pudiera considerarse un romance.

Pero, para ella, había sido mucho más que una aventura de una noche. A los diecinueve años, había estado segura de haber estado enamorada de él.

Su madre interrumpió sus pensamientos.

–Es hora de que Nick se case. ¿Cuántos años cumplió en octubre? Treinta, ¿no?

–En noviembre –le corrigió su esposo.