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¿Aquellos secretos del pasado servirían para acercarlos... o para separarlos para siempre? La detective privado Arianna Alvarado había decidido encontrar las respuestas a todas las preguntas que poblaban su pasado. Pero para ello necesitaba algunos archivos de la policía... a los que tenía acceso Joe Vicente. El problema era que la atracción que sentía por el agente la hacía perder el control... y eso era algo que jamás le sucedía a Arianna. Joe sabía que no podía decir que no a la petición de Arianna. En sus ojos se adivinaba un espíritu noble... y una pasión irrefrenable.
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Seitenzahl: 188
Veröffentlichungsjahr: 2016
Susan Crosby
Unión apasionada
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Susan Bova Crosby
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Unión apasionada, n.º 5462 - diciembre 2016
Título original: Hot Contact
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-687-9064-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Si te ha gustado este libro…
Cuando Joe Vicente entró en su despacho, lo primero que vio fue a un hombre gigantesco tendido en el suelo, con media docena de puñales clavados por todo el cuerpo. Tras estudiar cuidadosamente el cuerpo y el color artificial de la sangre que manaba de las «heridas», Joe hizo lo que cualquier detective de homicidios hubiera hecho en aquel momento: echarse a reír.
–¡Buen disfraz, Reggie! –dijo Joe, andando de espaldas hacia su mesa–. ¿Vas a pedir caramelos de camino a casa?
–Bah. He quedado con mi mujer en el Blue Zoo para la fiesta de Halloween. ¿Quieres venir?
–No, gracias. Si no estoy en casa para dar caramelos a los niños, me lo llenarán todo de huevo.
Reggie se incorporó y se arregló el disfraz.
–Pensaba que los niños ya no hacían esas cosas.
–En mi barrio, sí –dijo Joe, que al volverse se encontró cara a cara con el nuevo Al Capone, vestido con traje de raya diplomática, camisa negra, corbata blanca y sombrero.
Se trataba de Tony Mendes, un detective recién llegado a la División de Robos y Homicidios de la Jefatura de Policía de Los Ángeles; el compañero de Joe.
Joe sonrió. En los siete años que llevaba en aquel departamento, no recordaba haber visto a nadie disfrazado en Halloween, pero hacía poco que el Blue Zoo, el bar más popular entre los policías de la zona, acababa de cambiar de dueño y estaba tratando de atraer a nuevos clientes.
Joe dejó caer el cuaderno que llevaba en las manos sobre la mesa y observó al teniente Morgan, que se dirigía hacia él.
–Sala de interrogatorios dos, Vicente –dijo a Joe–. Ahora.
Por el tono de voz del teniente, Joe supo que no lo estaban invitando a una fiesta.
Al salir tras Morgan, intentó no mirar a los otros detectives a los ojos. Una vez en la sala, se sentó en una mesa frente al teniente y empezó a sentir aquel horrible ardor de estómago. Decidió no sacar del bolsillo uno de los antiácidos que tomaba como si fueran caramelos; no delante del jefe.
Morgan se reclinó sobre la silla, con expresión impasible. Con sus casi dos metros de altura, era tan alto como Joe, aunque diez años más viejo y quince kilos más gordo. Morgan era un buen jefe; era justo.
–Ponme al día sobre el caso Leventhal.
–Callejones sin salida. Uno detrás de otro.
El teniente estaba en silencio, lo que hacía a Joe revolverse en su asiento. Estaba usando una táctica que Joe conocía y usaba: consistía en callarse y hacer que la otra persona hablara primero.
–Quiero que te tomes cuatro semanas de vacaciones –dijo Morgan, sin dejar de mirarlo.
Joe se quedó tan sorprendido que casi le costó mantener el equilibrio. Vacaciones, no, por favor. Había perdido la paciencia en muchas ocasiones recientemente, pero lo último que necesitaba entonces eran vacaciones, verse con tiempo libre. Ni hablar.
–Ya sé que no estás contento con mi trabajo.
Morgan se encogió de hombros.
–Esto no tiene nada que ver con tu trabajo. Eres un buen policía, pero estás a punto de hacer que te expulsen del cuerpo, a punto.
–No puedo tomarme vacaciones.
–Necesitas marcharte de aquí, ya. Antes de que te hagas daño a ti mismo o a otra persona. Me da igual que lleves mucho tiempo trabajando en el caso Leventhal, ya tenía que estar archivado.
–No consigo hacer que los testigos cooperen, y lo sabes.
–Sí, y estás pagándolo con todos los que te rodean. Te comportas como un insociable y el capitán también lo ha notado. Te guardo el puesto, pero empiezas tus vacaciones mañana.
Él se sintió invadido por la desesperación. Si no tenía trabajo, no podría sobrevivir. El ardor constante de sus entrañas se acrecentaría y no quería ni pensar en las consecuencias sobre su insomnio.
–Dos semanas –ofreció Joe. Tal vez pudiera soportar dos semanas.
–Cuatro. Y si alguien te ve en el escenario del tiroteo Leventhal o se entera de que has intentado contactar con algún testigo, no tendrás escritorio al que volver.
Joe sabía que Morgan tenía razón, que tenía que cambiar algo, pero apartarse del trabajo no sería la solución. Legalmente, tampoco podían obligarlo a tomarse vacaciones.
–Sabes que no puedo salir de la ciudad –dijo Joe, casi suplicando.
–Tal vez sea eso exactamente lo que necesitas –respondió el teniente–. ¿Cuánto tiempo hace que no sales? ¿Que no tienes una cita? Sé que has pasado por un infierno, por eso lo mejor será que te tomes un descanso, que te aclares las ideas y que retomes tu vida.
–¿O que no vuelva?
Morgan se cruzó de brazos.
–Quiero el expediente del caso y las anotaciones sobre mi escritorio antes de que te marches esta noche.
Joe tenía treinta y nueve años y llevaba diecinueve en el departamento de policía de Los Ángeles. Sabía reconocer una amenaza de despido y sabía que lo último que tenía que hacer era discutir con el jefe, especialmente cuando éste pensaba que le estaba haciendo un favor.
–¿Quién se encargará del caso Leventhal?
–Mendes.
–Está aún muy verde –dijo Joe, disimulando una mueca.
–Tan verde como podías estarlo tú hace siete años.
Joe se quedó una hora más ordenando sus notas; sabía que no lo llamarían a casa con preguntas de trabajo, pero aun así, decidió ponérselo fácil. En cualquier caso, Mendes estaba al corriente de casi todo.
Para cuando Joe dejó el montón de papeles sobre la mesa del teniente, todo el mundo se había marchado menos ellos dos.
–Gracias –dijo Morgan–. Te veré después del Día de Acción de Gracias.
Joe asintió con la cabeza y se volvió para marcharse. Apretando los dientes, pensó que por lo menos, Morgan confiaba en que seguía siendo un buen policía aunque no estuviera llevando bien la frustración que le producía aquel caso. Y su vida.
–Llámame de vez en cuando para contarme cómo va todo –dijo Morgan.
–De acuerdo –contestó, reuniendo todas sus fuerzas para marcharse.
Y luego, ¿qué? ¿Ir a casa para enfrentarse con niños disfrazados pidiendo caramelos? Sería más fácil limpiar las manchas de huevo de las paredes de la casa. ¿Ir al Blue Zoo y olvidarse de todo con el alcohol y la charla? No estaba de humor y seguro que acababa en alguna pelea.
Cuando llegó al coche vio en el asiento del acompañante una invitación que había recibido hacía un par de semanas. Se trataba de una fiesta de disfraces en casa de Scott Simons, el oficial que le formó después de salir de la academia de policía. Cuando Scott se retiró, hacía de eso doce años, se hizo abogado y se había ganado una sólida reputación por ganar casos penales difíciles. La fiesta iba a ser en su casa de Santa Mónica, y empezaría en una hora.
Joe tamborileó con los dedos sobre el volante. Disfraz y antifaz obligatorios, decía la invitación. A él no le gustaban los disfraces, pero en la fiesta de Scott, entre abogados de prestigio y buenos clientes, podría mantener el anonimato sin estar solo. Era la mejor alternativa, mucho mejor que quedarse en casa y beber hasta perder la consciencia, lo último que su estómago necesitaba.
«Retoma tu vida»; las palabras del teniente seguían resonando en su cabeza.
Arrancó el coche y salió del aparcamiento, asombrándose a sí mismo al plantearse dónde podría alquilar un disfraz decente a las seis de la tarde en Halloween.
Aquello era surrealista, pensó Joe mientras sacudía la cabeza. Se hubiera echado a reír, pero tampoco le parecía gracioso.
La fiesta estaba en su máximo apogeo; la música alta y los invitados, disfrutando. Era el tipo de fiesta que le encantaba a Arianna Alvarado. Mucha gente y mucho ruido, para compensar la tranquilidad de su trabajo diario. Dio un sorbito a su martini y se comió una de las aceitunas verdes que lo acompañaban.
–¿Estás seguro de que no va a venir? –preguntó al hombre que tenía al lado.
–Te dije que era lo más probable –estaban de pie en la entrada de la casa y Scott no paraba de saludar a los invitados recién llegados–. Si no puede llevar vaqueros y botas, seguro que no vendrá.
–Si le añades una camisa vaquera y un sombrero tienes un traje muy típico.
–Pero sigue siendo un disfraz.
Arianna se encogió de hombros.
–Pero no ha dicho que no, ¿verdad?
–Si pensara venir, hubiera llamado.
Arianna se sintió decepcionada.
–¿Por qué no le llamas a la comisaría de policía?
–Eso no me viene bien.
Scott la miró, divertido.
–Así que, no me dijiste toda la verdad cuando me pediste que le invitara. Es algo personal, no profesional.
–Es profesional, desde el punto de vista personal –concedió ella, con una sonrisa. Aquello era sólo asunto suyo.
–Le gustan las mujeres bonitas. Le gustarás mucho, Arianna.
–Adulador –respondió ella. No pretendía que el detective Joe Vicente se enamorara de ella. Cuando se vieron por primera vez, ella se sintió atraída hacia él y pareció ser recíproco, pero ninguno de los dos hizo nada para continuar con aquello. Fue atracción mutua, junto con desinterés mutuo. A ella no le importó, porque hubiera sido difícil rechazarlo. Y lo hubiera rechazado.
–¿Te he dicho lo impresionante que estás con ese traje de flamenca? –dijo Scott mirando la enorme rosa roja que llevaba detrás de la oreja. Le guiñó un ojo–. No me importaría que bailaras para mí en privado.
Ella lo miró con cara de odio, pero, como llevaba antifaz supuso que él no se habría dado cuenta. Arianna sabía que no tenía ningún interés en funciones privadas, puesto que tenía una preciosa mujer a la que adoraba, pero, divertida, levantó un brazo e hizo sonar las castañuelas por encima de su cabeza. La falda de volantes le llegaba a las rodillas por delante y a los tobillos por detrás. Había querido llamar la atención del detective Vicente, pero había sido un esfuerzo en vano. Con una carcajada, le dio un cariñoso tirón a la peluca blanca de rulos de Scott y se alejó en dirección al jardín. Al pasar delante de la barra, le pidió al camarero que le pusiera un palillo más cargado de aceitunas en la copa de martini que le duraría toda la noche, y después se alejó en dirección a la piscina, buscando un sitio tranquilo para pensar sobre lo que haría entonces. ¿Cómo podría conseguir que el detective Vicente la ayudara extraoficialmente?
Ella se encaminó por el sendero que se alejaba de la piscina hacia una zona de vegetación exuberante, siguiendo el sonido del agua hasta la fuente de la que procedía: una cascada de rocas escondida en una zona húmeda y verde.
Entonces se detuvo. Acababa de ver a un hombre vestido de negro al lado de la cascada, perdido en sus pensamientos. Era alto, delgado, con el pelo negro. Llevaba botas altas, pantalones ajustados, una camisa blanca amplia y un sombrero de ala ancha. Un antifaz cubría su cara. Era El Zorro. Tenía la postura perfecta, con un toque de la arrogancia del Zorro y ella se vio esperando que sacara su espada y dibujara una «Z» en el aire en cualquier momento.
Intrigada, Arianna se ajustó el antifaz y dio un paso hacia él. Tal vez haber acudido a la fiesta hubiera servido de algo.
Una fragancia picante asaltó el olfato de Joe, creándole una sensación inmediata de calor por todo el cuerpo. Buscó con la vista la procedencia de tan olorosa flor y entonces vio a una mujer que se acercaba a él, alta, de pelo oscuro recogido en un moño y un cuerpo de ensueño. Su disfraz era exótico: con un escote bajo y tirantes muy finos, increíblemente ajustado a sus curvas y acabado en un montón de volantes que susurraban a cada uno de sus pasos. Piernas largas, tacones altos. Rojo y negro, encaje y satén. Labios rojos y una rosa roja detrás de la oreja, un diminuto lunar junto a la boca. Antifaz negro con el contorno de encaje y unos ojos negros ocultos tras él.
Era como si el sexo hubiera tomado forma humana.
–Buenas noches –dijo ella, con perfecto acento español, mostrando sus dientes blancos contra los rojos labios.
–Buenas noches –respondió él, intentando adivinar su edad. Unos treinta años. No llevaba anillo.
–¿Puedo acompañarte? –preguntó ella.
Él, en respuesta, alargó una mano para ayudarla a salvar el tramo final de rocas hasta el punto donde estaba él. Sus pechos estaban tan sólo cubiertos por un fino encaje y sus pezones se marcaban contra el fino tejido. Él intentó mirarla a la cara mientras ella le soltaba la mano.
–Gracias –dijo ella, después miró a su alrededor–. Esto es muy bonito, ¿verdad? Espero no interrumpir.
–Pues sí, pero te lo agradezco.
Ella sonrió.
A Joe le resultaba familiar. Su voz, su cuerpo, aquella seguridad en sí misma… debía de ser una actriz, decidió. Tal vez la hubiera visto en alguna película. Si se quitara el antifaz…
–No te has puesto la capa, Zorro –dijo la mujer.
–No era una fiesta de etiqueta.
Su risa sonaba ligera y musical, como si tuviera un poder mágico. El ardor que sentía en el estómago se fue calmando.
–¿Bailas? –preguntó él.
–Claro. Como todo el mundo.
–Quiero decir tal y como estás vestida; flamenco –quería verla moverse, volver a oler su perfume potenciado por el calor de su cuerpo. Hacía tanto que no sentía nada parecido a la lujuria que apenas pudo reconocer sus síntomas: la respiración profunda, el pulso acelerado, el cuerpo tenso, como si estuviese frente a una señal de peligro. Al cuerno con la precaución.
–Sí –dijo ella, con confianza, pero sin ofrecerse a hacerle una demostración. La tensión crecía entre ellos–. ¿Conoces a Scott? –siguió ella.
–Sólo por motivos profesionales –respondió él, volviendo de repente a la vida real–. ¿Y tú?
–Lo mismo.
Volvió a pensar que ella le resultaba familiar. ¿Se habría ocupado Scott de su defensa en algún caso notorio?
Ella hizo un gesto señalando el camino que llevaba a la zona de la piscina.
–Creo que será mejor que me vaya y te deje tranquilo –dijo ella, con expresión de disculpa tras el antifaz.
–No –él la agarró de la mano. No se había dado cuenta de lo poco que había hablado. Estaba claro que aquello le había hecho sentirse incómoda–. He tenido un día duro –y una semana, un mes, un año–. Pensé que eras un sueño.
–Pues soy de carne y hueso.
–Ya lo veo –no sabía qué más decir. Ella era como un faro en el mar embravecido y él quería ir hacia la luz que emitía para iluminar su existencia. Era puro egoísmo, puesto que no tenía nada que ofrecerle a una mujer. Sus sentimientos estaban muertos, su mente trastornada, probablemente tuviera una úlcera y estaba agotado por un insomnio persistente. Además, la estabilidad de su puesto de trabajo se tambaleaba…
«Retoma tu vida». De nuevo las palabras del teniente lo asaltaron, y entonces decidió que deseaba recuperar su vida, pero no como estaba antes, sino mejor.
La mujer volvió a estudiarlo y él no apartó la mirada de sus ojos. No pudo. Había algo en ella que le pedía que la mirase a los ojos, para que ella pudiese corresponderlo. Por fin, ella dejó su copa de martini a un lado y dio un paso hacia él.
–¿Bailas? –preguntó ella, en voz baja y suave.
Él la tomó entre sus brazos, consciente de la melodía que llegaba desde la casa. El cuerpo de la mujer era ligero y ágil. Él le quitó la flor del pelo y le acarició la mejilla con ella; sus ojos despedían chispas y él, al ver aquello, sintió que todo su cuerpo se endurecía de deseo.
Un tirante de su vestido se deslizó de su hombro y él volvió a colocarlo en su sitio. Ella no protestó ni lo animó a que fuera más allá. Él recorrió el tirante con el dedo hacia abajo hasta que llegó a la tela del escote. Podía sentir su pecho bajo la mano y notó cómo la respiración de ella se detenía, para acercarse después más a él. Sin dejar de mirarla, él inclinó la cabeza buscando su boca y…
–Veo que os habéis encontrado –dijo Scott Simons en mitad de aquel momento mágico.
Joe masculló un juramento.
Arianna se sintió halagada por el enfado de aquel extraño, pero antes de que pudiera preguntarse el motivo, él ya se había retirado hacia atrás. Sintió alivio y decepción al mismo tiempo; ¡se había excitado mucho y sólo llevaba diez minutos con él! Tenía que dar gracias por que Scott hubiera llegado en ese momento, pero…
–Todos se han quitado los antifaces –dijo Scott, sonriendo como si estuviera a la expectativa de algo.
Arianna miró al hombre vestido de El Zorro. Parecía reacio a quitarse el antifaz, aunque tal vez estuviera abstraído por lo que había pasado hacía un instante. Ella había bailado con él porque había reconocido algo en él que ni su antifaz pudo ocultar: una afinidad entre los dos, el hastío de la lucha que ella también sentía. Se habían ahuyentado los pensamientos sombríos el uno al otro.
Arianna se quitó el antifaz y él pareció dejar de respirar en ese momento. Ella pudo ver cómo cerraba los ojos durante un momento, para después quitarse el sombrero y desatarse el antifaz.
–Sí, nos hemos encontrado –dijo él–. Señorita Alvarado, encantado de verla de nuevo.
Arianna hubiera abofeteado a Scott hasta hacer desaparecer aquella estúpida sonrisa.
–Detective –ella recordó que había acudido a la fiesta para encontrarse con él–. ¿Cómo está?
–Os dejo para que habléis «de trabajo» –dijo Scott, antes de alejarse.
–¿Qué se supone que ha querido decir con eso? –preguntó Joe.
–¿Acaso alguien sabe por qué dice Scott lo que dice? –replicó ella, apretando los puños.
Él esbozó una sonrisa.
–Lo de antes ha sido interesante.
–Así que «interesante»… –dijo ella, cruzándose de brazos. Aún tenía que pedirle un favor–. Normalmente no voy tan rápido.
Él levantó las cejas, como si no la creyera. Volvió a colocarle la flor en el pelo y le acarició primero la oreja y después el cuello con las puntas de los dedos, con una expresión seria.
–Gracias por el baile.
Ella tembló y se sintió sorprendida. ¿Qué le ocurría? Aunque sabía muy bien cómo controlar sus reacciones, ni siquiera lo intentó. Sentía la misma atracción que la primera vez que se encontraron el diciembre pasado.
–De nada.
Ella deseaba preguntarle por qué había ido, a pesar de lo que había dicho Scott.
–Me gusta el disfraz que has elegido –dijo ella.
–Estoy deseando quitármelo. ¿Y tú?
Ella decidió ignorar la posible segunda intención de la frase.
–Yo estoy cómoda con el mío –no podía estar con él a solas ni un minuto más. Nunca había sentido tanta atracción por nadie, pero si deseaba su ayuda, tenía que ser profesional y no comportarse como una adolescente de treinta y tres años–. ¿Volvemos a la fiesta?
–De acuerdo –dijo él, casi sorprendido–. Supongo que tu empresa trabaja para Scott.
–Sí –dijo ella–. Trabajamos juntos desde hace varios años –ella era investigadora privada desde hacía siete años y su empresa, ARC Seguridad e Investigaciones, trabajaba para muchos abogados de la zona, especialmente casos importantes.
–Yo le conocí hace dieciocho años –dijo Joe–. Fue el oficial al cargo de mi formación cuando salí de la academia y después hemos seguido en contacto. Ahora llevaba dos años sin verlo, está muy ocupado.
–Yo también lo veo sobre todo en televisión –repuso ella, mirando a los otros invitados. No le hablaría de lo que iba a pedirle aquella noche, pero tampoco quería dejarlo solo por si Scott le decía algo.
Como no podía marcharse hasta que lo hiciera él y tampoco podía alejarse de él, sólo le quedaba hablar.
–¿Conoces a alguno de los invitados? –preguntó ella.
–No. ¿Has venido sola?
«Quería verte».
–Sí.
–Me sorprende –dijo, señalando un par de tumbonas–. Deberíamos ocuparlas mientras podamos. ¿Te traigo algo de beber?
Se había dejado la copa en la cascada.
–Un martini con dos aceitunas.
–Volveré en un segundo.
No había acabado de sentarse cuando vio que Scott se acomodaba a su lado.
–¿Sabías que estaba aquí? –preguntó ella, mirando a Joe mientras él hablaba con el camarero.
Scott la miró por encima de su copa de vino antes de tomar un sorbo.
–Sí.
–¿Así es como te diviertes?
–Arianna, eres una chica fría y comedida. Nunca te había visto tan nerviosa como cuando te enteraste de que conocía a Joe.
–Invitarle a la fiesta fue un simple favor que te pedí.
–O tal vez fuera más importante que un simple favor…
Ella dudó. Joe se estaba acercando.
–No le digas nada.
Scott sonrió a modo de respuesta y le dio unas palmaditas en la rodilla. Después, le dijo al oído:
–Sabes que ya no está prometido, ¿verdad?
Arianna no dijo nada. No sabía que hubiera estado prometido, pero tal vez ésa fuera la razón de su mirada de hastío. ¿Quién de los dos habría roto el compromiso?
Tomó la copa que le ofrecía Joe y le indicó con la mirada a Scott que podía marcharse.
Scott sonrió.