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Los poemas de esta selección son algunas de las crónicas rimadas más brillantes del escritor Antonio Palomero. En ellos se encuentra el inconfundible humor de su autor, pero también algo de melancolía. Algunos de estos poemas son «Autorretrato», «La mosca», «La fuerza», «Los magos», «Sus orejas», «Febrero» o «Carnaval».
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Seitenzahl: 88
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Antonio Palomero
Saga
Versos de Gil Parrado
Copyright © 1913, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726686661
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Para justificar la publicación de este libro, podría repetir aquí las mismas palabras que puse al frente de las Coplas de Gil Parrado. Porque estos versos, como aquellas coplas, fueron escritos en diferentes épocas y esparcidos por diversos sitios, en cumplimiento de la misión de comentarista y registrador de los sucesos diarios, asignada á Gil Parrado por el Destino inexorable. Ahora, como entonces, escojo entre su labor total algunas crónicas rimadas que no tienen actualidad rigurosa, y las reuno aquí para que no se pierdan sino todas juntas y al mismo tiempo.
Quizá en estos Versos de Gil Parrado, se note de vez en cuando un poco de melancolía. Hay que tener en cuenta, para disculparla, que los años no pasan en balde, ni aun para los espíritus más risueños, y que una labor tan larga y tan constante como la impuesta á mi alter ego, aminora el mejor humor; porque al fin, es una enfermedad crónica. Justo es confesar, sin embargo, que Gil Parrado jamás se quejó con voces ruidosas ni con lamentaciones desaforadas, pues siempre fué, personal y literariamente, un hombre muy bien educado. Conoce, además, la inutilidad de las protestas, y se resigna. Sabe también que estamos condenados, él á tocar la guitarra en mitad de la calle, y yo á coleccionar periódicamente sus canciones... ¡Hasta que los dos quedemos coleccionados!
Antonio Palomero.
Para cantar mi romanza,
ya que me llega el momento,
vestido á la antigua usanza
con orgullo me presento;
y aguardo el sabido ultraje
que por necio se perdona,
de quien se fije en el traje
sin mirar á la persona.
Ved que no soy tan precario,
para estos días amenos,
pues tengo mi alma en mi almario
como el que más y el que menos.
Ved que el elogio galante
no ha llegado á envanecerme,
porque viví lo bastante
para saber conocerme...
Forzado por el Destino,
salí á la ventura un día,
cantando por el camino
pata darme compañía;
y alegre sigo cantando,
que la sentencia perdura
y he de vivir caminando
como siempre, á la ventura...
Sólo advierto con dolor,
si no profundo, sincero,
que iba para ruiseñor
y me he quedado en jilguero...
Con mi suerte me acomodo,
si bien á medias me agrada
ver que sirvo para todo;
quiere decirse, de nada...
Por eso al perder de vista
mi papel providencial,
me siento un poco humorista
y un mucho sentimental;
mas nunca al prójimo asusto
con mis cosas interiores,
que es prueba de muy mal gusto
mostrarle nuestros dolores.
Siempre los míos en mí
quedaron por cosa mía;
yo por todas partes fuí
derrochando la alegría...
Y ya en las horas presentes
he de volver tras su huella...
¡Que por dársela á las gentes
me voy quedando sin ella!
Se admiran propios y extraños,
y yo, al mirarme al espejo,
viendo que al pasar los años
no logran hacerme viejo...
¡Es que me hallo cada vez
más seguro en mi actitud,
y así será la vejez
mi postrera juventud!
Héroe de pequeños dramas
y víctima de sus juegos,
me abraso en todas las llamas,
pues busco todos los fuegos;
y en la moral á que ajusto
la eterna monotonía,
peco lo mismo que el justo
mis siete veces por día.
Viven en mí—¡yo sé cómo!—
dos enemigos amados,
con que al duplicar el «homo»
se duplican mis cuidados.
Por armonizar su historia,
ya que á sus expensas vivo,
mi nombre igual que su gloria
quedan en diminutivo.
Y así, de un modo inconsciente,
me hacen justicia, por fin,
cuantos cariñosamente
me llaman Palomerín...
Los que por modos diversos
pedís empresas más altas,
de mi vida y de mis versos
perdonad las muchas faltas.
Pensando en el ruín puchero
y en otras varias cosillas,
preparo pluma, tintero
y un puñado de cuartillas;
en el sillón me acomodo,
luego en la mesa me encajo,
y, en fin, ya lo tengo todo
dispuesto para el trabajo...
Duro y terrible precepto
de la ley vieja y sagrada
que, como todos, yo acepto,
por más que me desagrada...
El hombre estará orgulloso
cuando esa virtud ejerza,
mas yo soy un virtuoso,
como quien dice, á la fuerza;
pues contra el rumbo homicida
de esas máximas extrañas,
quisiera pasar mi vida
pensando en las musarañas…
Pero, en fin; mientras reposa
mi esperanza en lo futuro,
voy á escribir cualquier cosa
que me saque del apuro.
¡Feliz el vate inspirado
que, sin ser del hambre presa,
puede escribir sosegado
sobre algo que le interesa!
¡Gloria al escritor que vale
y que está siempre en su centro
diciendo lo que le sale,
lo que le sale de adentro!...
Nosotros, á los que hostiga
la actualidad momentánea,
—Diosa que á cantar se obliga
la prensa contemporánea—
y rápidos laboramos
sin meditar lo que hicimos,
y por vivir trabajamos,
y por trabajar vivimos,
somos—perdón si me escurro,—
sin fe y sin ansias de gloria,
muy parecidos al burro
que saca agua de la noria...
Pero, en fin; cese el lamento
y acaben las reflexiones...
¡Llegó otra vez el momento
de llenar los cangilones!...
Busco un asunto, una idea,
digámoslo así, servible,
y principio mi tarea
con un humor imposible...
Escribo, tacho, corrijo,
vuelvo á poner lo tachado,
me desespero, me aflijo,
me tranquilizo, me enfado;
y como todos los días
voy soltando con tristeza
las variadas tonterías
que saco de mi cabeza...
De pronto hiere mi oído,
perdiéndose en el ambiente,
la molestia del zumbido
de una mosca impertinente...
¿Pensará que me consuela
su épica trompa sonando?...
No sé. Lo cierto es que vuela
de aquí para allá zumbando.
Y en medio de este fastidio
que me inquieta y que me exalta
yo la contemplo y la envidio,
pues tiene lo que me falta.
Sus alas para elevarse,
su trompa porque me enoje,
libertad para posarse
donde mejor se le antoje.
¡Quién como tú se elevara
siquiera un poco hacia el cielo
y quién como tú volara
aunque es pequeño tu vuelo!...
Mas ¿qué es esto, picarilla?
La mosca sin comprimirse,
dejó sobre una cuartilla
lo que no puede decirse.
Nada; un punto, su tarjeta,
clara expresión de su juicio...
¡La señal justa y discreta
de su aprecio por mi oficio!
Vé con Dios, mosca impolítica;
ni me ofendo ni me enfado
por que hayas hecho la crítica
de mi trabajo forzado.
Cada edad tiene su lema,
y á vivirle se conforma,
dándole al hombre la norma
que resuelve su problema...
¿Cuál es la frase sagrada
—siempre de clásico origen —
con que los sabios dirigen
nuestra edad afortunada?
En el idioma expresivo
de Bruto—amigo de Casio—
tal lema está en el gimnasio
y en el centro deportivo.
Ya el homo, por fin, advierte
que la fuerza es una idea,
y antes que sapiens desea
ser un mamífero fuerte...
Por eso, sudando á mares,
á los deportes se aplica
y á cultivar se dedica
sus instintos musculares...
Así en las horas modernas,
con noble entusiasmo, el pollo
va buscando el desarrollo
de los brazos y las piernas.
Y vemos resucitados,
medio en serio, medio en broma,
los juegos de Grecia y Roma
levemente retocados;
con que ya es cosa probada
que, por virtud de esos juegos,
somos romanos y griegos
al menos en la fachada.
Llegue ó no llegue á la meta
el hombre cumple sus fines
calzándose los patines
ó corriendo en bicicleta;
y aunque hay bromas abusivas
y hasta un poquito silvestres,
ya las carreras pedestres
son también facultativas.
Creo que serán fructíferos
tan exquisitos cuidados,
y espero sus resultados
en los próximos mamíferos.
Será, sin duda, un atleta
resistente como un muro
nuestro heredero, el futuro
poblador de este planeta;
pues pensar me desagrada
que el de hoy sagrado humanismo
fracase, y que el deportismo
no nos sirva para nada...
Yo declaro, y me sonrojo,
que casi no me divierte
vivir en la edad del fuerte
siendo cada vez más flojo;
pero, en fin, que rectifique
ya es un poco aventurado...
¡Soy un homo retrasado
de la edad del alfeñique!
Ligeros, gráciles, vagos,
por una senda ignorada,
vinieron los Reyes Magos
á Madrid, de madrugada.
Con su adorable leyenda,
para los niños juiciosos
trajeron la dulce ofrenda
de juguetes caprichosos;
y así, en el momento grato
de la santa Poesía,
la realidad de un zapato
llenaron de fantasía...
No, como el vate insincero
que su infancia rememora,
con un grito lastimero
me he de lanzar á deshora;
pues la fingida nostalgia
de esos goces primitivos,
aumenta la cefalalgia
de los hombres inactivos…
El detener es quimera
de Saturno los estragos...
¡y, á cierta edad, no hay quien quiera
que le visiten los Magos!
Bien que á mí, como á otras gentes
de candidez registrada,
quizá por ser inocentes
no hay nadie que nos dé nada…
Por la razón consabida
que nos manda la experiencia,
yo contemplé su venida
con total indiferencia;
y á decir me precipito
que el cortejo extraordinario
ya va perdiendo un poquito
de su aspecto legendario...
Son sus poderes eternos
y como siempre trabajan,
mas hoy se sienten modernos
y en automóviles viajan...
En ellos, naturalmente,
rápidos hacen el viaje,
y así viene holgadamente
su colosal equipaje...
Pero hay un detalle intenso
donde el cambio se adivina...
¡Pues ya no huelen á incienso,
que huelen á gasolina!
Por fin, en un escenario
vimos ese contoneo
legendário
de la Cléo. ¡De la Cléo!
Por su fama universal
y por su linda figura,
nos resulta colosal
la dichosa criatura,
que de todas las grandezas
gozo del mundo á través...
¡Que tuvo tantas cabezas
á sus pies!
Tiene rendidos amantes
y á todos les quita el sueño,
y tiene hermosos brillantes
que hacen pensar en su empeño...
Cuenta los francos por miles;
es grande entre las artistas;
con sus prosas más sutiles
la saludan los cronístas...
En Madrid se la venera,
y ha tiempo que metió bulla