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Esta es una selección de los más interesantes y brillantes artículos de opinión y relatos del escritor Antonio Palomero, redactor en los principales periódicos del país a finales del siglo XIX. Algunos de estos textos son «Mi bastón», «Tres fábulas en prosa», «El fenómeno», «Fecundidad», «El primer baile», «Alrededor de un odio» o «El veneno de la ostra».
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Seitenzahl: 164
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Antonio Palomero
Saga
Mi bastón y otras cosas por el estilo
Copyright © 1908, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726686685
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Lector; yo también, como “Azorín”, soy un pequeño filósofo, si bien no gasto ciertos útiles que tanto gustan á mi admirado amigo. Yo no tengo una tabaquera de plata, porque fumo terribles pitillos y los llevo en su propia funda. Yo no uso un paraguas enorme de seda roja... Aborrezco esa prenda atentatoria contra la integridad del prójimo, y me defiendo de la lluvia bajo un impermeable, naturalmente pequeño, para demostrar mi sumisión á la industria moderna y al aspecto frailuno, grato á los ojos de Dios y de los hombres.
Mas como no hay filósofo, por pequeñísimo que sea, sin cualquier atributo considerado luego como símbolo de su doctrina, yo también tengo el mío, lector, y te lo presento con orgullo, aunque no te le ofrezca, por si no te sirve. Es un bastón.
Así, pues, yo tengo un pequeño bastón, y con él me envanezco, ya que no es obra mía. Un bastón del que no me separo jamás por ser el eterno oyente de mis eternos soliloquios.
Mi bastón es un palasan, fuerte como todos sus hermanos, más airoso que algunos, gracias á la labor del ignorado artífice. Un compañero de colegio, ahogado en los mares de la Administración pública, me lo ofreció hace algunos años á su vuelta de Filipinas. Y así yo, sin haber disfrutado jamás de ningún empleo peninsular ni trasatlántico, sin haber colaborado en el prólogo de las desdichas nacionales, conservo un grato recuerdo de aquellas islas, donde se alzará en breve la estatua de Polavieja.
Acepté el regalo con esa indiferencia que la poca edad pone en todos los sucesos; pero á los pocos días de su disfrute empecé á tomarle un cariño que se engrandece con el tiempo, y principié también una serie de consideraciones que no he terminado todavía.
Aunque no llegue á ser tan célebre como el de Balzac, mi pequeño bastón me ha servido para grandes cosas que le hacen digno merecedor de una entusiasta historia. Olvidándole de propósito en varias ocasiones, pude justificar mi vuelta á los sitios felices donde el amor sació mis impaciencias. Y una vez también encontré, por tal olvido, la prueba concluyente de otro más lamentable, que me hizo llorar el cuarto ó quinto de mis desengaños. ¿Quién puede dudar de la sabiduría de los bastones?
El mío ha sido lo bastante admirado para que mi vanidad pueda parangonarse con la de muchos de mis compañeros de profesión. Un valiente me aseguró, acariciándole, que mi bastón es un arma terrible capaz de matar á cualquiera si se le esgrime con agilidad. Seguro de poseer un verdugo sin sueldo, me he aventurado muchas veces en arriesgadas discusiones literarias; mas al ir á defender el ritmo alado de un verso delicioso, la idea del crimen paralizó mi esgrima y el bastón quedó inmóvil en su puesto, enseñándome que la prudencia es la segunda de las virtudes. La primera es la agricultura, en nuestro tiempo al menos.
Otro admirador de mi palasan, luego de contar sus nudos, me dijo de un modo terminante que aquello era una fortuna, porque cada nudo tiene un valor de no sé cuantas pesetas. ¡Llevo, pues, en la mano una caja de caudales, y es lástima que no se pueda cambiar un nudo como se cambia una moneda, ya que de la suma total no pienso desposeerme nunca! ¡Lástima también que la estatura humana no alcance los metros de la torre Eiffel!
¡El valor, la riqueza!... Mis ambiciones no van por ese lado. No me entusiasman, pues, los bombos de los admiradores de mi palasan. En él he puesto otros afectos que considero más fuertes; y siempre que lo tomo de su bastonera para que me acompañe y me ayude y aumente el escaso ruido de mi pequeña persona, pienso con melancolía qué mano se posará en su puño cuando yo tenga que abandonarle, bien á mi pesar y definitivamente.
¡Mi fiel amigo! ¡Cuántos he tenido tan secos como él y mucho menos útiles! Algunas veces he pensado si le molestará andar tanto, si le ofenderá que le agite en el aire cuando estoy contento, si gustará de ir á mis espaldas siempre que yo camino gravemente, pausadamente, con la seriedad propia de la comisión de presupuestos... Pero enseguida he recordado que el destino de un bastón es serlo, y que ha de someterse á mi voluntad sin protesta... ¿Quién me ha preguntado á mí si gusto de caminar por la tierra?... Evoco, entonces, los primeros años de su historia... Le veo en el bosque, rodeado de su familia, con sus nudos jóvenes abrazados por las hojas que el viento mece y acaricia...; el ambicioso comerciante llega con el arma civilizadora y le separa de los suyos; cruentas operaciones acaban su personalidad, y lo transforman... ¿Por cuántas manos habrá pasado antes de llegar á la mía?... La autobiografía de un bastón fuera, sin duda, interesante. Sí; yo creo que todas las cosas tienen alma, incluso este chisme que sirve para romperla... Por fortuna, la Suprema Sabiduría no ha extendido el don de la palabra... ¡Si todo hablara, el mundo sería un coro insoportable de reclamaciones y de lamentos!
Gracias á esta previsión, que nunca será bastante alabada, mi bastón cumple su destino y no se queja. Yo, en cambio, me he quejado de él bastantes veces: siempre que me originó algún gasto cuya partida no figuraba en mi presupuesto... Lector, yo he sido joven, y aún me parece serlo todavía, pues amo el arte, y á ratos procuro divertirme como en los buenos tiempos. Fiel á mi juventud, continúo visitando los museos, y no he dejado de frecuentar los bailes alegres, donde la diosa Locura sigue agitando sus cascabeles. En unos y otros templos, la autoridad exige que se deje el bastón á la puerta, para evitar contiendas y atentados. Y como ningún servicio es gratuito, yo he pagado seguramente por mi bastón la cantidad suficiente á redimir á tres hombres del servicio de las armas... ¡Acaso he contribuido á la general protesta que amenaza destruirlo todo!... Pero merced á este desembolso, que ahora me inspira un profundo terror, he podido rectificar algunas ideas, y convencerme de la verdad de la conocida máxima “nada hay tan necesario como lo superfluo”.
En gran apuro me vería para dar la preferencia á uno de estos adjetivos. Mas sí aseguro que mi bastón, al parecer superfluo, me es de una necesidad indispensable. He llegado á considerarle como un órgano supletorio, olvidado por la anatomía, y espero fundadamente que su empleo se generalice, ya que siendo un tercer pie nos hará más llevadera la pérdida del cuarto... ¿Por qué renegar de nuestro origen?... En esos viajes retrospectivos de la imaginación, cuando el pasado muestra todos sus encantos, yo veo al primer mono, que iba á legar su nombre á la orgullosa raza humana, saltar de un árbol á otro, arrancar una rama tosca y fuerte, y apoyado en ella andar por la tierra erguido y gallardo... Y al pensar que aquella rama fué el presentimiento del palasan que disfruto, siento algo que me engrandece á mis propios ojos. ¡Y acaricio mi bastón con ternura, como si fuera un recuerdo de familia!
__________
Era el séptimo día de la creación. El Señor descansaba tranquilo y satisfecho de su obra. Aunque es mucho su poder sentía entonces el santo orgullo de su labor perfecta y admirable. Bosques espesos, campos floridos, ríos caudalosos, mares profundos, montes elevados; animales, fuertes unos como el león y el elefante, bellos otros como las aves de vistoso plumaje; el hombre, conjunto de todas las perfecciones; la mujer, suma de todas las bellezas: y sobre todo, la luz que ilumina, alegra y vivifica...
Esta era su obra y vió que era buena.
Por eso descansaba el Señor tranquilo y satisfecho.
Mas he aquí que cuando más grande era su alegría, sintió un clamoreo confuso, ensordecedor, mezcla de gritos, aullidos y voces humanas.
— ¿Qué será — pensó. — Y se dispuso á bajar á la tierra buscando la contestación de su pregunta.
El león mugía, bramaba el toro, silbaba la serpiente, el hombre daba gritos y hasta la tímida oveja y los alegres pájaros, aquella con sus balidos, con sus trinos éstos, daban á entender que tenían algo que pedir.
El hombre, como más joven, fué el encargado de exponer las quejas de la colectividad.
— Señor — dijo — nos has dado la vida, pero no nos enseñaste el modo de conservarla... Suponemos que para vivir es preciso alimentarse; tenemos hambre y te preguntamos: ¿qué vamos á comer?... O quítanos el estómago ó dinos como se llena... ¡Tal es nuestra queja!
Montó el Señor en cólera, aunque ya estaba montado en una nube.
— Os hice brutos — contestó — pero no creí que lo fuérais tanto. Yo no os he dado la vida, os he puesto en camino de vivir... La vida habréis de buscarla vosotros... ¿Para qué tienen fruta los frutales y granos las espigas?... ¿Para qué hay hierba en el prado y agua en la fuente y en el río?... ¿Para qué dí carne tierna á la oveja y al ternero, y piel al oso y al tigre?... Quien necesite una cosa que vea como puede proporcionársela... Todos tenéis los medios para lograr vuestro fin... Garras el león, pico acerado el águila, pies ligeros la liebre, aletas los peces; el mono puede trepar á los árboles y la serpiente enroscarse al tronco ó arrastrarse por entre la hierba... Y tu, hombre, imagen mía, obra que me llena de orgullo, tienes la inteligencia con la cual puedes hacerlo todo: trepar y arrastrarte, correr como la liebre y esperar como el león... ¡Creo que me habréis entendido! Dijo, y desapareció.
Todos los animales quedáronse llenos de asombro; pero enseguida cada cual tiró por su lado... ¡Habían comprendido!
Fué el lobo al monte, el reptil á su agujero, el pájaro al árbol, el pez al agua, el león á la selva... Allí viven desde entonces y huyen los unos de los otros; pero, sobre todo, temen al hombre que posee el arma superior... ¡Tal vez no sepan que éste les tiene más miedo todavía!
Y acaso ignoren también que, imitando su ejemplo, el hombre anda por el mundo buscándose la vida como buenamente puede... ¡Como Dios le dió á entender!
¡Felices los tiempos anteriores al pecado! ¡Qué hermosos fueron y por lo mismo, cuán breves! El hombre vivía tranquilo, pues aún no existían sus semejantes. Era el compañero de los otros seres y estaba orgulloso de poseer la inteligencia con la cual podía hacerlo todo, según le dijo el Señor.
De este orgullo burlábanse los animales.
— ¿La inteligencia? ¡Valiente cosa! — le dijo el asno. — ¿Acaso se oye tu voz á tanta distancia como la mía?
— ¿Corres tanto como yo? — añadió el gamo.
— ¿Puedes tocar las nubes? — dijo el condor.
— ¿Tienes mi fuerza? — agregó el elefante.
Y así continuaron todos los animales. Y satisfechos, acordaron que el hombre era inferior al sér más ínfimo de la escala zoológica.
Estaba el hombre de buen humor. Y en vez de enfadarse, se sintió acometido de una risa fresca que duró largo rato.
Los animales cesaron en sus protestas... Procuraron reir y, naturalmente, no lo consiguieron.
¡Eran de ver sus muecas, sus gestos, sus contorsiones para imitar al hombre!... Y con verdadera humildad declaráronle entonces el sér más superior de todos los seres.
— ¡Por qué puedes reir! — le dijo el asno, más melancólicamente que nunca.
Y, en efecto, los animales corren, vuelan, gritan, sufren; algunos hablan y otros pronuncian discursos y hasta escriben artículos... Pero ¿reir?... ¡Solo el hombre se ríe!... La risa es su patrimonio.
Paseaba el poeta, triste y solo... Moría la tarde; escondíase el sol tras las montañas y el ambiente era suave y melancólico... Los ecos espirantes de una campana, el ledo murmullo de la fuente, el tintineo del rebaño, mezclábanse á esos ruidos indefinibles y opacos que de la tierra salen cuando el día se despide...
Paseaba el poeta... De pronto se detuvo. A su lado pasó un rapaz corriendo... Llevaba un nido y en él las crias y la madre, que no quiso abandonarlas, cantando, cantando tristemente al verse prisioneras.
En el árbol próximo, un pájaro revoloteaba con ansia, saltaba de rama en rama, en busca de los seres queridos que ya no verá nunca... Y el pobre pájaro cantaba, cantaba tristemente...
Sintió el poeta una emoción profunda... Acaso pensó en sus amores... ¡Las tragedias del mundo son iguales siempre; sólo cambian en ellas los personajes!
— ¡Hermoso ejemplo! — dijo.
Y añadió después:
— Seamos como los pájaros, que hasta cuando lloran... ¡cantan!
En “Materaité” la hermosa obra de Brieux, estrenada en el Theatre Antoine de París, hay una terrible ironía que sugiere dolorosos pensamientos. No está en la idea fundamental desarrollada por el dramaturgo, con la vigorosa audacia que le dió tan justo renombre; está en un incidente aislado, capaz por sí solo de servir de base á una tragicomedia. El matrimonio obrero, protagonista del caso social que Brieux presenta y escudriña, ha tenido un hijo fenómeno que sirve á la ciencia para sus estudios interesantes; los sabios le han recogido, le guardan y le observan, y naturalmente, le rodean de toda clase de cuidados y atenciones... Y he aquí que el monstruoso sér, que Esparta hubiese estrellado contra una piedra, disfruta de una cómoda y regalada existencia mientras sus hermanos perecen de apetito.
No es posible sustraerse á la amargura de esa observacion. Particularmente los espíritus inquietos, que aún no encontraron el sendero de la felicidad, sentirán aumentarse su inquietud y crecer su enojo contra las crueldades del destino. Y algunos soñadores, creyentes de la socialización de la justicia, tal vez intenten defender un nuevo y raro derecho imposible de realizarse, como todos; el derecho á ser fenómeno. Yo he sentido aletear este deseo en mi corazón, cuando ví, siendo un muchacho, á cierta mujer gorda que se exhibía en una barraca de feria. Comprendí entonces, con certero instinto que aquella señora inmensa tenía resuelto cómodamente el grave problema de la vida; y la envidié lo necesario para pensar en una aspiración irrealizable, derramando lágrimas infantiles ante mis modestas pantorrillas, incapaces de ser presentadas á la admiración del público á precios convencionales...
Desde entonces me acompaña el rencor contra nuestra madre Naturaleza, que procuro cultivar con cuidado para que jamás se extinga. Lejos de creer en su sabiduría, ensalzada por tantas plumas infelices, pienso que sus descuidos ó sus bromas contribuyen al desarrollo de la tristeza humana. Y aunque poco á poco y gracias á nuestro ingenio, vamos domeñando el inmenso poderío de su voluntad, todavía le quedan bastantes fuerzas para burlarse de la dulce confianza de sus hijos...
¿Quién no se sintió por ella maltratado, al encontrarse frente á frente á otros seres de la misma raza mejorados en el reparto de sus dones? ¿Quién no contempló con infinita pena la injusta desigualdad de su obra? Para justificar sus abusos sin número, hemos ideado una nueva tontería defendida con entusiasmo inaudito: imaginamos tener el secreto de nuestra propia perfección en todos los órdenes, y como no llega en ninguno, nos declaramos desde luego únicos culpables de la tardanza. Juzgamos la debilidad ó los defectos de la descendencia como un crimen de la progenie; y mientras la injuria corre de padres á hijos agostando el árbol de la familia, se declara á la Naturaleza libre de toda culpa cuando fué la exclusiva causante del mal.
Pero abandonando estas sencillas reflexiones que dan materia suficiente para un tomo de doscientas páginas en cuarto prolongado, mas sesenta de apéndices y notas explicativas, basta meditar un momento en la observación de Brieux para comprender lo enorme de la injusticia natural... La mayoría de los hombres que nacieron con todo lo necesario para aparecer como tipos de su raza, han de luchar afanosamente por el pan de cada día: ímprobas y penosas labores, colosales esfuerzos, les son precisos para alcanzarlo... La sabia Naturaleza, hace un gigante, un enano, un gordo excelso, un hombre con tres piernas ó una mujer con dos cabezas; un fenómeno, en fin, que la ciencia estudia ó que la gente admira... Y ya al crearle le da resuelto el problema de su vida, redimiéndole de la condena del Paraíso terrenal. Convengamos en que no triunfan los que más se adaptan al medio. Convengamos también en que la gordura, pongo por fenómeno, es el más dulce de los instrumentos de trabajo.
Todavía en algunas de las injusticias sociales que van paulatinamente desapareciendo, hay algo que puede convidar á su defensa. Muchos poderes creados al amparo de una ley aprobada en Cortes por cualquier sistema de votación, están al alcance de nuestra mano y es fácil gozar de su disfrute; y la eterna rotación de la Historia nos enseña el turno feliz de las clases de la sociedad en las venturas autoritarias y en la holganza digna de un superior destino... Mas ¿cómo disculpar las injusticias de la Naturaleza si jamás podremos participar de su ventura? ¿Se hereda, se compra, se estudia ó se gana en alguna parte esa cualidad de fenómeno que pone á quien la posee fuera del alcance del trabajo y de la miseria?
¡Quién sabe!... Ante el actual progreso de nuestras costumbres, viendo la lenta pero continua transformación de las sociales fuerzas, siento flaquear mis opiniones sobre tan importante asunto y siento también que mi pregunta se desarma... Tal vez la tiranía del fenómeno venga al suelo como tantas otras, y tengamos todos una prudencial participación en sus ganancias... Tal vez consigamos socializar el fenómeno, y disfrutemos por igual de sus ventajas... Veremos, entonces, métodos para crearse un brazo, una pierna ó una cabeza más para aquellos que lo necesiten; el oficio de gigante, con su aprendizaje correspondiente; la facultad de ciencias enanas; el doctorado de obesidad...
Mas ¡ay!... Extendido el fenómeno en nuestra especie, lo bastante para que se disuelva, tal vez la Naturaleza, siguiendo su aterradora ley, cree el Super-Fenómeno que matará nuestras alegrías...
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Madrid ha ofrecido á la admiración universal un espectáculo interesante que servirá para aumentar sus justos títulos de gloria. Una mujer humilde, perteneciente á la clase trabajadora, ha dado á luz tres niñas en un solo alumbramiento.
Registremos este caso con el natural orgullo de compatriotas y convecinos, satisfechos al ver á uno de los nuestros camino de la inmortalidad por sus propios méritos. Llámase esta heroina Lorenza Collado Vítora, y sus tres gemelos han venido al mundo en perfectas condiciones físicas y en conveniente estado de robustez y desarrollo.