Volver a palabra a los intelectuales - Varios Autores - E-Book

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Obra imprescindible para acercarse al pensamiento cultural cubano y su vínculo con la Revolución. Compilación que contiene la intervención de Fidel Castro en junio de 1960, tras intensas jornadas previas de fructíferos intercambios entre dirigentes del Gobierno y escritores, artistas e intelectuales cubanos, sobre el devenir y las perspectivas de la cultura y el arte nacionales; y también incluye los análisis de diversos intelectuales cubanos, en distintos momentos, acerca de aquel suceso y de la relación entre cultura y Revolución en Cuba.

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Índice de contenido
NOTA EDITORIAL
Introducción
Volver a Palabras a los intelectuales 60 años después
Más allá de PM
“El pueblo es la meta principal”
I
Palabras a los intelectuales
II
Palabras de los intelectuales. Las dos primeras reuniones de la Biblioteca Nacional
Caleidoscopio del campo intelectual cubano (1959-1960)
Escenarios intelectuales predominantes (enero-junio de 1961)
Primera reunión en la Biblioteca Nacional (16 de junio)
Segunda reunión en la Biblioteca Nacional (23 de junio)
Conclusiones
Anexo I
Síntesis biográficas de principales personalidades mencionadas en el texto
Anexo II
Firmantes de las principales declaraciones de unidad y apoyo a la Revolución entre el 1.o de enero de 1959 y el 30 de junio de 1961
III
Palabras a los intelectuales 30 años después128
Palabras a los intelectuales 30 años después
40 años después
Cuando se abrieron las ventanas de la imaginación
Refundar en el espíritu de Palabras a los intelectuales
IV
Un discurso que reta a pensar, a crear, a crecer
Fidel nos enseñó a perder el miedo
Mis palabras sobre las Palabras
Somos hijos de aquellos sueños convertidos en realidades
55 años de Palabras a los intelectuales. Una aproximación histórica
Para un debate en curso
Breve introducción
Acerca de Palabras a los intelectuales, 55 años después
Las palabras de una nación
Los métodos de Fidel
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
Volver a Palabras a los intelectuales
Fidel y la cultura
Datos de los autores

Edición: Adyz Lien Rivero Hernández

Corrección y revisión técnica: Ricardo Luis Hernández Otero

Diseño de cubierta e interior: Seidel González Vázquez(6del)

Emplane: Madeline Martí del Sol

© Elier Ramírez Cañedo (compilador), 2021

© Sobre la presente edición: Editorial de Ciencias Sociales, 2021

ISBN 9789590623561

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar, por escrito, su opinión acerca de este libro y de nuestras publicaciones.

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO Editorial de Ciencias Sociales Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, [email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu

NOTA EDITORIAL

En ocasión del sexagésimo aniversario de la intervención final de Fidel Castro Ruz en la Biblioteca Nacional José Martí (30 de junio de 1961), tras intensas jornadas previas de fructíferos intercambios con escritores, artistas e intelectuales cubanos, sobre el devenir y las perspectivas de la cultura y el arte nacionales —ya encaminada la Revolución en un rumbo declaradamente socialista—, la Editorial Nuevo Milenio con su sello de Ciencias Sociales ha acogido con beneplácito este conjunto de acercamientos a las que desde entonces han sido conocidas —y publicadas infinidad de veces bajo ese título— como Palabras a los intelectuales.

De común acuerdo con el autor de la compilación, se ha decidido tomar para su reproducción en el volumen la que puede considerarse edición príncipe de Palabras a los intelectuales —aparecida ese mismo año bajo el sello de las Ediciones del Consejo Nacional de Cultura en un folleto de 32 páginas—, en copia facilitada por la Biblioteca Nacional José Martí, a la cual se agradece su preciada colaboración. Se ha tenido en cuenta para esta decisión que, como acostumbraba siempre, Fidel debió revisar, corregir, reordenar, pulir las palabras pronunciadas aquel día, en aras de precisar y ampliar sus ideas para su fijación en un texto destinado a la publicación, posiblemente a partir del recogido por el Departamento de Versiones Taquigráficas del Gobierno Revolucionario, que ha sido también reproducido en no pocas ocasiones. Un somero cotejo de ambas versiones arroja interesantes modificaciones y supresiones de diversa índole, que bien podrían servir de base para la futura edición anotada de Palabras a los intelectuales defendida por la profesora e investigadora Ana Cairo Ballester en su texto incluido hacia el final de este volumen.

Por el momento, reiteramos, se reproducen del modo más fiel posible a su edición príncipe las Palabras a los intelectuales, adecuándolas a normas ortográficas y editoriales actuales y salvando alguna que otra evidente errata. Con ello, la Editorial considera cumplido su deber no solo de preservar para la posteridad un texto ya patrimonio de la cultura nacional, sino también el de respetar la voluntad autoral del líder histórico de la Revolución Cubana.

La editorial

Introducción

Volver aPalabras a los intelectuales 60 años después

El paso del tiempo obliga a otras lecturas de Palabras a los intelectuales. No son pocos los representantes de las nuevas hornadas de jóvenes que desconocen este memorable discurso del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, pronunciado el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional; así como las circunstancias en que se produjo, luego de largas jornadas de intercambios los días 16 y 23 entre la dirección del país y representantes de la vanguardia artística e intelectual de la Isla. “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, es la frase a la que se recurre en muchos casos como único referente de las históricas Palabras…

El resto de las intervenciones, lamentablemente no están publicadas, en especial las de los días 16 y 23,1 las cuales permitirían poner aún más en contexto las palabras de Fidel, que no fueron un discurso propiamente, sino una intervención construida a partir de las anotaciones que realizó en la medida en que escuchaba pacientemente al resto de los participantes, haciendo solo breves preguntas e interrupciones. No obstante, muchos testigos presenciales de aquellas reuniones dejaron a la posteridad sus memorias de aquel encuentro2 y se conserva también el audio de las palabras de Fidel, el cual nos permite captar el clima y el tono de las estas.3

1 Alfredo Guevara publicó su intervención en las discusiones ocurridas en la Biblioteca Nacional en Revolución es lucidez, Ediciones ICAIC, La Habana, 1998, p. 181.

2 Véase Elier Ramírez Cañedo (comp.): Un texto absolutamente vigente. A 55 años de Palabras a los intelectuales, Ediciones Unión, La Habana, 2016.

3 Las palabras de Fidel pueden encontrarse en Internet: http://www.youtube.com/watch?v=tvZHLW-UCTA

El detonante de la reunión había sido la prohibición de la exhibición del documental PM (pasado meridiano). Aunque el cortometraje de 14 minutos ya se había estrenado en Lunes en TV en los primeros días de mayo, sería desautorizada su presentación en los cines del país después de que Alfredo Guevara, como presidente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), comunicara a Edith García Buchaca,4 secretaria del Consejo Nacional de Cultura (CNC),5 el desacuerdo de la Comisión de Estudio y Clasificación de Películas del ICAIC con la idea de su proyección masiva.

4 Ver información biográfica en el tabajo de Caridad Masón incluido en este libro.

5 El 4 de enero de 1961 se había firmado la Ley No. 926 que convertía a la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación en Consejo Nacional de Cultura, estructurado de la siguiente manera: directora, Vicentina Antuña; subdirector, Alejo Carpentier; secretaria, Edith García Buchaca; entre sus miembros se encontraban Alfredo Guevara, Carlos Franqui, Guillermo Cabrera Infante, Nicolás Guillén, José Ardévol, Marta Arjona, María Teresa Freyre de Andrade, Mirta Aguirre e Isabel Monal.

En la película realizada por Orlando Jiménez6 y Sabá Cabrera Infante,7 con la colaboración en la cámara de Néstor Almendros,8 bajo las influencias del free cinema,9 se mostraban las actividades nocturnas de divertimento de una parte de la población en bares, clubes y cantinas de La Habana, de manera especial en la Avenida del Puerto, Marianao y Cuatro Caminos, algo intrascendente si lo vemos a la luz de hoy; pero que en aquel contexto de 1961, cuando el país se encontraba movilizado y enfrentado masivamente a las agresiones constantes del imperialismo estadounidense, podía prestarse a otras lecturas, como de hecho ocurrió. El documental, aunque no dejó también de recibir elogios y críticas positivas, fue cuestionado por extemporáneo y nocivo a los intereses del pueblo cubano y su Revolución.

6 Ídem.

7 Ídem.

8 Ídem.

9 Movimiento cinematográfico británico de las décadas de 1950 y 1960. Basado en una estética realista, retrata historias cotidianas.

Ante las inconformidades surgidas con la censura de PM, se convocó a una reunión con un grupo de artistas y escritores el 31 de mayo en la Casa de las Américas, pero luego de acaloradas discusiones no se llegó a conclusiones definitivas. Se propuso que el filme fuera analizado por las organizaciones de masas y que estas dieran la última palabra, pero la consulta no llegó a realizarse. El 2 de junio el periódico Hoy hizo público el acuerdo de la Comisión de Estudio y Clasificación de Películas del ICAIC, lo que enrareció aún más el ambiente. Guillermo Cabrera Infante escribió una carta de protesta a Nicolás Guillén, quien presidía la Asociación de Escritores y Artistas. Fue necesario entonces aplazar el congreso de escritores y artistas en preparación y que el primer ministro Fidel Castro pidiera al Consejo Nacional de Cultura la convocatoria a un amplio encuentro con los artistas e intelectuales donde estuvieran presentes todas las tendencias.

Más allá dePM

Sin embargo, más allá de la censura del documental PM, que sirvió como hecho catalizador, había cuestiones de fondo que gravitaban en el ambiente y eran de más urgente atención por la dirección de la Revolución, como era la de fraguar la unidad dentro del movimiento artístico e intelectual cubano e incorporar ese proceso al que ya se venía siguiendo con otros sectores y las fuerzas principales que habían encabezado la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista: el Movimiento 26 de Julio (M-26-7), el Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR) y el Partido Socialista Popular (PSP). Este sería uno de los frutos más inmediatos que se lograría a partir de las reuniones en la Biblioteca Nacional, cuando después de realizarse con éxito el primer Congreso de escritores y artistas en agosto del propio año, quedara fundada la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), cuyo primer presidente sería el poeta nacional Nicolás Guillén. Pocos meses más tarde, desaparecerían Lunes de Revolución y Hoy Domingo como suplementos culturales, dando paso al nacimiento de la revista Unión y el magacín La Gaceta de Cuba, editados ambos por la UNEAC. En los acuerdos del Congreso se buscó un equilibrio de tendencias en la membrecía del comité nacional, en las vicepresidencias y la secretaría, en las publicaciones, en los concursos.

Fidel tenía plena conciencia de que se estaba produciendo una fuerte lucha interna por el control del aparato cultural entre tendencias con posiciones diversas, e incluso encontradas, en la manera de entender la relación entre política y cultura. Era una cuestión impostergable intervenir para zanjar las desavenencias evitando darles armas a unos contra otros y definir con claridad una posición, no con relación a lo ocurrido con PM, sino sobre los caminos que tomaría la Revolución en materia de política cultural.

El mapeo de las tendencias y grupos con diversas perspectivas y visiones sobre lo que debía ser la relación entre poder y cultura resulta harto complejo, pero, a riesgo de esquematizar, pudieran agruparse en dos grandes bloques. Un grupo se nucleaba alrededor del magacín cultural Lunes de Revolución y Carlos Franqui10 —expulsado del PSP años antes de incorporarse al M-26-7—, quien además de algunos canales de televisión, dirigía el periódico Revolución, órgano oficial del M-26-7. Revolución publicaba desde marzo de 1959 su semanario cultural Lunes de Revolución, a cargo de Guillermo Cabrera Infante. Defendían el compromiso militante del artista con la Revolución, pero también la no intromisión de la política en los asuntos de la cultura y la libertad sin formulaciones clasistas e ideológicas. Mantuvieron una posición crítica hacia figuras que consideraban representantes decadentes del pasado cultural y de la vieja generación, lo que los llevó a cometer, desde la publicación, errores de sectarismo y ataques innecesarios contra artistas e intelectuales imprescindibles de la cultura nacional, entre ellos, José Lezama Lima, Cintio Vitier, Samuel Feijóo, Alejo Carpentier y Alicia Alonso. Esto, lejos de contribuir a la formación de un bloque intergeneracional en el mismo cauce del proceso revolucionario, incidía en la creación de brechas y conflictos generacionales desfavorables para la unidad en el frente cultural. Realizaron también no pocas críticas al PSP desde el magacín, haciendo énfasis en sus errores pasados, lo que atentaba contra la intención del liderazgo de la Revolución de sanear las faltas anteriores y unir hacia delante, a las principales fuerzas políticas que lucharon contra la dictadura de Batista. Insistieron con frecuencia en incorporar más el legado internacional a la cultura cubana, así como en la experimentación y búsqueda incesante de nuevos caminos en el arte. Se manifestaron contra cualquier asomo de estalinismo, pero una parte de ellos se escudaba en esa posición para enmascarar su profundo anticomunismo.11 El incidente de PM les sirvió de pretexto a algunos de este grupo para atizar el temor de que en Cuba se repitieran los excesos cometidos en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) con los creadores. No obstante, Lunes de Revolución, como publicación impresa, dejó un importante legado histórico al lograr tomarle el pulso al acontecer cultural nacional e internacional de aquella época y realizar una intensa labor divulgativa.12

10 Ídem a la nota 4.

11 Lisandro Otero: “Cuando se abrieron las ventanas a la imaginación”, también incluido en este libro.

12 Ídem.

En otro grupo, con una proyección marxista-leninista exaltadora del compromiso político, se destacaban Edith García Buchaca en el CNC, Alfredo Guevara al frente del ICAIC y Carlos Rafael Rodríguez desde el periódico Hoy y su magacín cultural Hoy Domingo. Dentro de este grupo, fundamentalmente entre los redactores de Hoy, se postulaba el rescate y revalorización del pasado cultural cubano como fortaleza para enfrentar al imperialismo estadounidense, pero algunos de sus miembros ciertamente asumieron o se acercaron a los lineamientos del “realismo socialista” para impulsar esos objetivos. Por supuesto, a nivel de individualidades las posiciones ideológicas eran más variadas.13

13 Véase Juan Nicolás Padrón: “Refundar en el espíritu de Palabras a los intelectuales”, también incluido en este libro.

A este escenario se añadía el hecho del arrastre de viejas y nuevas contradicciones personales, como las existentes entre los integrantes del grupo Orígenes14 y quienes se habían nucleado en torno a la revista Ciclón,15 así como las viejas querellas entre los asiduos de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo,16 de los Cine Clubs de la capital y de la Cinemateca fundada durante la tiranía, divididos a partir de criterios sobre la creación y difusión cinematográficas.17

14 El grupo Orígenes surgió en al década de 1940 y estaba conformado por poetas, ensayistas, periodistas, profesores, artistas, a quienes unía el amor a Cuba y a José Martí, casi todos militantes católicos y agrupados en una revista que cristalizó con el mismo nombre del grupo. Entre sus integrantes se encontraban José Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Virgilio Piñera, José Rodríguez Feo (con información tomada del texto de Caridad Massón incluido en este libro).

15 Grupo conformado en torno a la revista Ciclón, fundada en 1955 por José Rodríguez Feo, quien perteneció al grupo Orígenes, pero al entrar en discrepancia con Lezama creó la nueva publicación, que saldría a la luz hasta 1959. Piñera, distanciado también del maestro origenista, colaboró con Rodríguez Feo.

16 La Sociedad Cultural Nuestro Tiempo se inauguró el 10 de marzo de 1951 y presidida por el compositor musical Harold Gramatges. Tuvo una revista del mismo nombre y se organizó por secciones, donde estaban representadas diversas manifestaciones artísticas. Entre sus miembros se destacaban Juan Blanco, Eduardo González Manet, Santiago Álvarez, Sergio y Mirta Aguirre, Alberto y Fernando Alonso, Marta Arjona, Rafaela Chacón Nardi, Manuel Duchesne Cuzán, Fornarina Fornaris, Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Alfredo Guevara, María Antonieta Henríquez, Argeliers León, Edgardo Martín, José Massip, Félix Pita Rodríguez, José M. Valdés Rodríguez, Rine Leal, Ricardo Vigón, Roberto Fernández Retamar, Vicente y Raquel Revuelta (con información tomada del texto de Caridad Massón incluido en este libro).

17 Ver texto de Caridad Massón incluido en este libro.

Las discordancias existentes entre el grupo nucleado en el PSP y el periódico Hoy y los que impulsaban Lunes de Revolución, que iban más allá de cuestiones estéticas, se acentuaron con el tiempo, aunque los golpes y contragolpes no fueron tan intensos como los que se manifestaron entre Alfredo Guevara y Lunes de Revolución.18

18 Véase carta de Alfredo Guevara al presidente de la República, Osvaldo Dorticós, y al primer ministro, Fidel Castro, 1.o de julio de 1960, en Alfredo Guevara: Tiempodefundación, Iberautor Promociones Culturales S. L., Madrid, 2003, pp. 65-68.

En medio de este contexto minado por las desavenencias estéticas, ideológicas y personales en el campo cultural, urgía definir cuál iba a ser el camino que adoptaría el proceso cubano; pues, aunque desde enero de 1959 había señales claras indicando que se abría una etapa de amplitud y libertades para la creación artística y literaria, existía un temor real en determinados círculos intelectuales a que el fantasma del “realismo socialista” se impusiera en el panorama cultural cubano. De hecho, existía el rumor de que el 26 de julio se anunciaría la cultura dirigida en el país.

Como se demostró posteriormente, Fidel Castro estaba enfocado, sobre todas las cosas, en la búsqueda de las vías más idóneas para hacer de la cultura patrimonio vivo del pueblo. En momentos en que ocurría la campaña de alfabetización, el hecho cultural más trascendente de la Revolución, era imprescindible sumar a la vanguardia intelectual del país a la misión fundamental de lograr un cambio cultural no solo en las estructuras de poder, instituciones, organizaciones y relaciones sociales, sino incluso a nivel de individualidades, única manera de alcanzar una real hegemonía cultural desde una perspectiva emancipadora.

“El pueblo es la meta principal”

Fue en medio de un intenso fuego cruzado y frente a un auditorio de profundo acervo cultural, que el primer ministro, Fidel Castro, acompañado por el presidente Osvaldo Dorticós y otros compañeros de la dirección del país, pronunció sus célebres palabras, cuando aún no había cumplido los 35 años. Fidel no cayó en la trampa de convertir aquel encuentro en una discusión sobre PM y la polémica generada en torno a su prohibición. Su mirada estaba puesta en cuestiones mucho más trascendentes.

Asimismo, aunque sus palabras respondieron a un contexto, no quedaron atrapadas en él; de lo contrario no se hubieran convertido en un referente al cual aún tenemos que seguir regresando como brújula para nuestra política cultural presente.

En medio de circunstancias caracterizadas por una fuerte confrontación con poderosos enemigos externos e internos, que comprometían el destino mismo de la existencia de Cuba como nación, Fidel le concedió la más alta prioridad a estas reuniones, y lo hizo con profunda humildad y mentalidad abierta, escuchando los criterios de todos. Recordemos, por solo mencionar algunos ejemplos, que la Isla acababa de derrotar una invasión mercenaria en abril del propio año, que existían bandas armadas en distintas zonas montañosas del país y se intensificaba la guerra psicológica.19 Fue en medio de ese escenario de guerra abierta y encubierta contra Cuba por parte del Gobierno de los Estados Unidos que Fidel dedicó largas horas de su tiempo a dialogar con los artistas e intelectuales, aunque realmente desde mucho antes había deseado propiciar un encuentro como ese, pero las urgencias de otras tareas del gobierno se lo impidieron.

19 La conocida como Operación Peter Pan fue una de las más secretas y siniestras operaciones de guerra psicológica organizada por el Gobierno de los Estados Unidos contra la Revolución Cubana, al manipular el tema de la patria potestad de los padres cubanos sobre sus hijos. Su principal ejecutor en coordinación con el Gobierno de los Estados Unidos fue el sacerdote de origen irlandés Bryan O. Walsh. Por esta vía salieron de Cuba un total de 14 048 niños; muchos de ellos nunca volvieron a encontrarse con sus padres.

Resulta importante destacar que este discurso no fue solo un punto de partida, sino también —como ha expresado Isabel Monal, destacada intelectual y testigo presencial de aquel acontecimiento— un punto de llegada,20 pues desde mucho antes Fidel venía madurando sus ideas sobre lo que debía ser la política cultural de la Revolución; y no solo eso, sino que estaba, en muchos sentidos, institucionalizándola: ya a esas alturas se habían fundado el ICAIC, la Casa de las Américas, la Imprenta Nacional, el Teatro Nacional, el movimiento de instructores de arte y se le había ofrecido gran apoyo a la Orquesta Sinfónica, al Ballet Nacional de Cuba, al Conjunto de Danza Moderna y a la Biblioteca Nacional.

20 Véase Isabel Monal: “Fidel y la Cultura”, en Elier Ramírez Cañedo (comp.): Hacia una cultura del debate. Espacio Dialogar, dialogar de la AHS, Casa Editora Abril, La Habana, 2018, p. 457, también incluido en este libro.

No obstante, Fidel dedicó una buena parte de sus Palabras… a despejar la duda sobre una posible variante tropical en Cuba del “realismo socialista”: “Permítanme decirles, en primer lugar, que la Revolución defiende la libertad; que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades; que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de algunos es que la Revolución va a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser”.21 Ahí estaba diciendo claramente que habría libertad total en las formas de expresión. En aquella época esa posición constituía de por sí una herejía frente a las experiencias socialistas existentes.

21 Fidel Castro: “Palabras a los intelectuales”, en Elier Ramírez Cañedo (comp.): Un texto absolutamente… ed. cit., p. 17, también incluido en este libro.

Más avanzada la intervención señalaría: “La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un patrimonio real del pueblo”.22

22Ibídem, p. 23.

Y luego reafirma: “Mas la Revolución no pide sacrificios de genios creadores. Al contrario, la Revolución dice: pongan ese espíritu creador al servicio de esta obra sin pensar que su obra salga trunca”.23

23Ibídem, p. 44.

Lamentablemente este discurso ha sido en no pocas oportunidades manipulado o leído de forma fragmentada. La frase que más se descontextualiza es cuando Fidel exclama: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”,24 tratando de darle a esta expresión un viso excluyente, cuando se trata de todo lo contrario. Está claro que, sin una lectura completa del discurso, puede surgir la incógnita de cómo definir y hasta dónde el “dentro” y el “contra”. Pero Fidel responde de manera magistral esa interrogante —y me parece la frase más importante y a la vez menos citada de ese discurso—: “La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”.25 Con esta expresión estaba diciendo que podían existir, incluso, contrarrevolucionarios corregibles y que la Revolución debía aspirar a sumarlos al proceso. Además, que todos aquellos escritores y artistas honestos, que sin tener una actitud revolucionaria ante la vida tampoco eran contrarrevolucionarios, debían tener derecho y las oportunidades de hacer su obra dentro de la Revolución: “La Revolución debe tener la aspiración de que no solo marchen junto a ella todos los revolucionarios, todos los artistas e intelectuales revolucionarios […] la revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario […] la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo”.26

24Ibídem, p. 22.

25Ibídem, p. 21.

26Ídem.

Asimismo, Fidel esboza toda una serie de ideas para beneficiar a los artistas y escritores cubanos y estimular que su espíritu creador encontrara las mejores condiciones para desarrollarse, pero también pone énfasis en la necesidad de elevar la capacidad de apreciar el arte, así como el acceso democrático de todo el pueblo —al que llamó “el gran creador”— a la cultura:

“Vamos a llevar la oportunidad a todas esas inteligencias, vamos a crear las condiciones que permitan que todo talento artístico o literario o científico o de cualquier otro orden pueda desarrollarse.

[…]

”Vamos a echar una guerra contra la incultura; vamos a librar una batalla contra la incultura; vamos a despertar una irreconciliable querella contra la incultura, y vamos a batirnos contra ella y vamos a ensayar nuestras armas”. 27

27Ibídem, p. 40.

Sin duda, esta intervención de Fidel marcó de alguna manera los que podemos considerar los principios cardinales de la política cultural de la Revolución, no para ser interpretados de manera estrecha, sino en su más alto vuelo libertario. Que en los años setenta del pasado siglo hubo distorsiones y serios errores eso nadie lo puede negar, pero luego se rectificaron muchas de aquellas prácticas y se recuperó el camino trazado por Palabras a los intelectuales.

Con Palabras… Fidel inauguró a su vez un método, una concepción totalmente revolucionaria en la manera de relacionarse con los artistas e intelectuales cubanos que ya había ejercido con otros sectores. Su presencia sería habitual en los congresos y consejos nacionales de la UNEAC, organización con la que mantuvo además diálogos muy profundos en los momentos más difíciles del Período Especial; también sostendría importantes encuentros con los jóvenes artistas e intelectuales de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en 1988 y el 2001.28 Es decir, habría muchas otras Palabras a los intelectuales de Fidel, textos que enriquecieron y contextualizaron las ideas expresadas por él en junio de 1961. Aunque a Fidel, más que intelectual le gustaba el calificativo de guerrillero, aquel 30 de junio de 1961 se confirmó una vez más en la historia de Cuba que vanguardia política y vanguardia intelectual volvían a ser la misma cosa.

28 Véase Elier Ramírez Cañedo (comp.): Fidel y la AHS, Casa Editora Abril, La Habana, 2018.

Mas no debe verse solo la trascendencia de Palabras… como un discurso dirigido únicamente a los intelectuales, pues Fidel plantea allí ideas que trascienden al sector artístico-literario y tienen que ver con toda la nación y el proceso revolucionario en su conjunto, desde una visión sistémica. Y es que Fidel vio siempre la cultura en su concepción antropológica más amplia.

Total vigencia conservan sus palabras sobre los principios que para él debían caracterizar la actitud de un revolucionario:

“Si a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros decimos: el pueblo. Y siempre diremos: el pueblo. El pueblo en su sentido real, es decir, esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la explotación y en el olvido más cruel. Nuestra preocupación fundamental siempre serán las grandes mayorías del pueblo, es decir, las clases oprimidas y explotadas del pueblo. El prisma a través del cual nosotros lo miramos todo es ese: para nosotros será bueno lo que sea bueno para ellos; para nosotros será noble, será bello y será útil todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellos.

”Si no se piensa así, si no se piensa por el pueblo y para el pueblo, es decir, si no se piensa y no se actúa para esa gran masa explotada del pueblo, para esa gran masa a la que se desea redimir, entonces no se tiene una actitud revolucionaria. Al menos ese es el cristal a través del cual nosotros analizamos lo bueno y lo útil y lo bello de cada acción.

[…]

”El pueblo es la meta principal. En el pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos. Y esa es la única actitud que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria”.29

29 Elier Ramírez Cañedo (comp.): Un texto absolutamente… ed. cit., p. 19.

Palabras a los intelectuales es un texto vivo, pero que continúe siéndolo dependerá de la sabia creadora de nuestros artistas, intelectuales e instituciones, a la hora de traer al presente y proyectar hacia el futuro aquellas ideas de Fidel en medio de los nuevos desafíos culturales. A eso llamaba el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros —hoy presidente de la República—, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en la clausura del IX Congreso de la UNEAC, el 30 de junio de 2019, cuando expresó:

“Aquí se ha hablado varias veces de las Palabras a los intelectuales. No concibo a un artista, a un intelectual, a un creador cubano que no conozca aquel discurso que marcó la política cultural en Revolución. No me imagino a ningún dirigente político, a ningún funcionario o dirigente de la Cultura, que prescinda de sus definiciones de principio para llevar adelante sus responsabilidades.

”Pero siempre me ha preocupado que de aquellas palabras se extraigan un par de frases y se enarbolen como consigna. Nuestro deber es leerlo conscientes de que, siendo un documento para todos los tiempos, por los principios que establece para la política cultural, también exige una interpretación contextualizada.

”Claramente Fidel planteó un punto de partida: la relación entre Revolución, la vanguardia intelectual y artística y el pueblo. Entonces, todos no tenían tan claro como Fidel lo que los artistas e intelectuales irían comprendiendo en el desarrollo de su obra: que la Revolución eran ellos, eran sus obras y era el pueblo.

”Por eso resulta reduccionista limitarse a citar su frase fundamental: ʻDentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada , soslayando que Revolución es más que Estado, más que Partido, más que Gobierno, porque Revolución somos todos los que la hacemos posible en vida y en obra.

”Y también sería contradictorio con la originalidad y fuerza de ese texto, pretender que norme de forma única e inamovible la política cultural de la Revolución. Eso sería cortarle las alas a su vuelo fundador y a su espíritu de convocatoria.

”Hoy tenemos el deber de traer sus conceptos a nuestros días y defender su indiscutible vigencia, evaluando el momento que vivimos, los nuevos escenarios, las plataformas neocolonizadoras y banalizadoras que tratan de imponernos y las necesidades, pero también las posibilidades que con los años y los avances tecnológicos se han abierto.

”Hay que hacer lecturas nuevas y enriquecedoras de aquellas palabras. Hacer crecer y fortalecer la política cultural, que no se ha escrito más allá de Palabras… y darle el contenido que los tiempos actuales nos están exigiendo”.30

30 Miguel Díaz-Canel Bermúdez: “Las instituciones culturales existen por y para los creadores y su obra”, Discurso pronunciado en la clausura del IX Congreso de la UNEAC, en el Palacio de Convenciones, el 30 de junio de 2019, “Año 61 de la Revolución”, enhttp://www.cubadebate.cu.

I

Palabras a los intelectuales31

31Se reproducen según el folleto homónimo publicado en 1961 por Ediciones del Consejo Nacional de Cultura (32 pp.).

Compañeros y compañeras:

Después de tres sesiones en las que se discutieron distintos problemas relacionados con la cultura y el trabajo creador; en las que plantearon muchas cuestiones interesantes y se expresaron los diferentes criterios representados, nos toca a nosotros cubrir nuestro turno. No lo haremos como la persona más autorizada para hablar sobre la materia, pero sí, tratándose de una reunión de ustedes y nosotros, por la necesidad de que expresemos aquí algunos puntos de vista.

Teníamos mucho interés en estas discusiones, y creo que lo hemos demostrado con eso que podría llamarse “una gran paciencia”. Pero en realidad no ha sido necesario realizar un esfuerzo heroico porque, para nosotros, ha sido una discusión instructiva y diría sinceramente que también ha resultado amena. Desde luego que en este tipo de discusión no somos nosotros, los hombres de Gobierno, los más aventajados para opinar sobre cuestiones en las cuales ustedes se han especializado. Por lo menos… este es mi caso.

El hecho de ser hombres de gobierno y agentes de esta Revolución no quiere decir que estamos obligados (aunque acaso lo estemos) a ser peritos en todas las materias. Es posible que si hubiésemos llevado a muchos de los compañeros que han hablado aquí a alguna reunión del Consejo de Ministros a discutir los problemas con los cuales estamos más familiarizados, se habrían visto en una situación similar a la nuestra.

Nosotros hemos sido agentes de esta Revolución, de la Revolución económico-social que está teniendo lugar en Cuba. A su vez esa Revolución económica y social tiene que producir inevitablemente también una Revolución cultural en nuestro país.

Por nuestra parte hemos tratado de hacer algo (quizás en los primeros instantes de la Revolución había otros problemas más urgentes que atender). Podríamos hacernos también una autocrítica al afirmar que habíamos dejado un poco de lado la discusión de una cuestión tan importante como esta. No quiere decir que la habíamos olvidado del todo; esta discusión —que quizás el incidente a que se ha hecho referencia aquí reiteradamente contribuyó a acelerar— ya estaba en la mente del Gobierno. Desde hacía meses teníamos el propósito de convocar a una reunión como esta para analizar el problema cultural. Los acontecimientos se han ido sucediendo y sobre todo los últimos fueron la causa de que no se hubiese efectuado con anterioridad. Sin embargo, el Gobierno Revolucionario había ido tomando algunas medidas que expresaban nuestra preocupación por ese problema. Algo se ha hecho y varios compañeros del Gobierno en más de una ocasión han insistido en la cuestión. Por lo pronto puede decirse que la Revolución en sí misma trajo ya algunos cambios en el ambiente cultural: las condiciones de trabajo de los artistas han variado.

Yo creo que aquí se ha insistido un poco en algunos aspectos pesimistas; creo que aquí ha habido una preocupación que se va más allá de cualquier justificación real sobre este problema. Casi no se ha insistido en la realidad de los cambios que han ocurrido con relación al ambiente y a las condiciones actuales de los artistas y de los escritores. Comparándolo con el pasado es incuestionable que los artistas y escritores cubanos no se pueden sentir como en el pasado y que las condiciones del pasado eran verdaderamente deprimentes en nuestro país para los artistas y escritores. Si la Revolución comenzó trayendo en sí misma un cambio profundo en el ambiente y en las condiciones, ¿por qué recelar de que la Revolución que nos trajo esas nuevas condiciones para trabajar pueda ahogar esas condiciones? ¿Por qué recelar de que la Revolución vaya precisamente a liquidar esas condiciones que ha traído consigo?

Es cierto que aquí se está discutiendo un problema que no es un problema sencillo. Es cierto que todos nosotros tenemos el deber de analizarlo cuidadosamente. Esto es una obligación tanto de ustedes como de nosotros. No es un problema sencillo puesto que es un problema que se ha planteado muchas veces y se ha planteado en todas las revoluciones. Es una madeja, pudiéramos decir, bastante enredada, y nada fácil de desenredar. Es un problema que tampoco nosotros vamos fácilmente a resolver.

Los distintos compañeros que han hablado expresaron aquí un sinnúmero de puntos de vista y los expresaron cada con sus argumentos. El primer día había un poco de temor a entrar en el tema y por eso fue necesario que nosotros les pidiéramos a los compañeros que abordaran el tema; que aquí cada cual dijera lo que le inquietaba.

En el fondo, si no nos hemos equivocado, el problema fundamental que flotaba aquí en el ambiente era el problema de la libertad para la creación artística. También cuando han visitado a nuestro país distintos escritores, sobre todo escritores políticos abordaron esta cuestión más de una vez. Es indudable que ha sido un tema discutido en todos los países donde han tenido lugar evoluciones profundas como la nuestra.

Casualmente, un rato antes de volver a este salón, un compañero nos traía un folleto donde en la portada o al final aparece un pequeño diálogo sostenido por nosotros con Sartre y que el compañero Lisandro Otero recogió, en el libro que lleva por título “Conversaciones en la Laguna” (Revolución, martes 8 de marzo de 1960).

Una cuestión similar nos planteó en otra ocasión Wright Mills, el escritor norteamericano.

Debo confesar que en cierto sentido estas cuestiones nos agarraron un poco desprevenidos. Nosotros no tuvimos nuestra conferencia de Yenán con los artistas y escritores cubanos durante la Revolución. En realidad esta es una revolución que se gestó y llegó al Poder en un tiempo, puede decirse “récord”. Al revés de otras revoluciones, no tenía todos los principales problemas resueltos.

Una de las características de la Revolución ha sido, por eso, la necesidad de enfrentarse a muchos problemas apresuradamente. Y nosotros somos como la Revolución, es decir, que nos hemos improvisado bastante. Por eso no puede decirse que esta Revolución haya tenido ni la etapa de gestación que han tenido otras revoluciones, ni los dirigentes de la Revolución la madurez intelectual que han tenido los dirigentes de otras revoluciones. Nosotros creemos que hemos contribuido en la medida de nuestras fuerzas a los acontecimientos actuales de nuestro país. Nosotros creemos que con el esfuerzo de todos, estamos llevando adelante una verdadera Revolución, y que esa Revolución se desarrolla y parece llamada a convertirse en uno de los acontecimientos importantes de este siglo. Sin embargo, a pesar de esa realidad, nosotros que hemos tenido una participación importante en esos acontecimientos, no nos creemos teóricos de las revoluciones ni intelectuales de las revoluciones. Si los hombres se juzgan por sus obras tal vez nosotros tendríamos derecho a considerarnos con el mérito de la obra que la Revolución en sí misma significa. Y sin embargo no pensamos así y creo que todos debiéramos tener una actitud similar, cualesquiera que hubiesen sido nuestras obras. Por meritorias que puedan parecer debemos empezar por situarnos en esa posición honrada de no presumir que sabemos más que los demás, de no presumir que hemos alcanzado todo lo que se pueda aprender, de no presumir que nuestros puntos de vista son infalibles y que todos los que no piensen exactamente igual están equivocados. Es decir, que nosotros debemos situarnos en esa posición honrada; no de falsa modestia, sino de verdadera valoración de lo que nosotros conocemos porque si nos situamos en ese punto, creo que será más fácil marchar acertadamente hacia delante, y que si todos adoptamos esa actitd tanto ustedes como nosotros, desaparecerán actitudes personales y desaparecerá esa cierta dosis de personalismo que ponemos en el análisis de los problemas. En realidad, ¿qué sabemos nosotros? Nosotros todos estamos aprendiendo. En realidad, todos tenemos mucho que aprender y no hemos venido aquí a enseñar; nosotros hemos venido también a aprender.

Había ciertos miedos en el ambiente y algunos compañeros han expresado esos temores.

Al escucharlos teníamos a veces la impresión de que estábamos soñando un poco. Teníamos la impresión de que nosotros no habíamos acabado de poner bien los pies sobre la tierra. Porque si alguna preocupación, si algún temor nos embargan hoy, es con respecto a la Revolución misma. La gran preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí misma. ¿O es que nosotros creemos que hemos ganado ya todas las batallas revolucionarias? ¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene peligros? ¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a asfixiar el arte, de que la Revolución vaya a asfixiar el genio creador de nuestros ciudadanos, o la preocupación de todos ha de ser la Revolución misma? ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el espíritu creador o los peligros que puedan amenazar a la Revolución misma?... No se trata de que nosotros vayamos a invocar este peligro como un simple argumento; nosotros señalamos que el estado de ánimo de todos los ciudadanos del país y que el estado de ánimo de todos los escritores y artistas revolucionarios, o de todos los escritores y artistas que comprenden y justifican a la Revolución, debe ser: ¿qué peligros pueden amenazar a la Revolución y qué podemos hacer por ayudar a la Revolución? Nosotros creemos que la Revolución tiene todavía muchas batallas que librar, y nosotros creemos que nuestro primer pensamiento y nuestra primera preocupación deben ser: ¿qué hacemos para que la Revolución salga victoriosa? Porque lo primero es eso: lo primero es la Revolución misma y después, entonces, preocuparnos por las demás cuestiones. Esto no quiere decir que las demás cuestiones no deban preocuparnos, pero que en el ánimo nuestro, tal como es al menos el nuestro, nuestra preocupación fundamental ha de ser la Revolución.

El problema que aquí se ha estado discutiendo y vamos a abordar es el problema de la libertad de los escritores y de los artistas para expresarse.

El temor que aquí ha inquietado es si la Revolución va a ahogar esa libertad; es si la Revolución va a sofocar el espíritu creador de los escritores y de los artistas.

Se habló aquí de la libertad formal. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que se respete la libertad formal. Creo que no hay duda acerca de este problema.

La cuestión se hace más sutil y se convierte verdaderamente en el punto esencial de la discusión cuando se trata de la libertad de contenido. Es el punto más sutil porque es el que está expuesto a las más diversas interpretaciones. El punto más polémico de esta cuestión es: si debe haber o no una absoluta libertad de contenido en la expresión artística. Nos parece que algunos compañeros defienden ese punto de vista. Quizás por temor a eso que estimaron prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades, para decidir sobre la cuestión.

Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad; que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades; que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser.

¿Dónde puede estar la razón de ser de esa preocupación? Solo puede preocuparse verdaderamente por este problema quien no esté seguro de sus convicciones revolucionarias. Puede preocuparse por ese problema quien tenga desconfianza acerca de su propio arte; quien tenga desconfianza acerca de su verdadera capacidad para crear. Y cabe preguntarse si un revolucionario verdadero, si un artista o intelectual que sienta la Revolución y que esté seguro de que es capaz de servir a la Revolución, puede plantearse este problema; es decir, el si la duda cabe para los escritores y artistas verdaderamente revolucionarios. Yo considero que no; que el campo de la duda queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sienten tampoco revolucionarios. (Aplausos).

Y es correcto que un escritor y artista que no sienta verdaderamente como revolucionario se plantee ese problema; es decir, que un escritor y artista honesto, que sea capaz de comprender toda la razón de ser y la justicia de la Revolución sin incorporarse a ella se plantee este problema. Porque el revolucionario pone algo por encima de todas las demás cuestiones; el revolucionario pone algo por encima aun de su propio espíritu creador: pone la Revolución por encima de todo lo demás y el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución. (Aplausos).

Nadie ha supuesto nunca que todos los hombres, o todos los escritores, o todos los artistas tengan que ser revolucionarios, como nadie puede suponer que todos los hombres o todos los revolucionarios tengan que ser artistas, ni tampoco que todo hombre honesto, por el hecho de ser honesto, tenga que ser revolucionario. Ser revolucionario es también una actitud ante la vida, ser revolucionario es también una actitud ante la realidad existente, y hay hombres que se resignan a esa realidad, hay hombres que se adaptan a esa realidad y hay hombres que no se pueden resignar ni adaptar a esa realidad y tratan de cambiarla, por eso son revolucionarios. Pero puede haber hombres que se adapten a esa realidad y ser hombres honestos, solo que su espíritu no es un espíritu revolucionario; solo que su actitud ante la realidad no es una actitud revolucionaria. Y puede haber, por supuesto, artistas y buenos artistas, que no tengan ante la vida una actitud revolucionaria y es precisamente para ese grupo de artistas e intelectuales para quienes la Revolución en sí constituye un hecho imprevisto, un hecho nuevo, un hecho que incluso puede afectar su ánimo profundamente. Es precisamente para ese grupo de artistas y de intelectuales que la Revolución puede constituir un problema.

Para un artista o intelectual mercenario, para un artista o intelectual deshonesto, no sería nunca un problema; ese sabe lo que tiene que hacer, ese sabe lo que le interesa, ese sabe hacia dónde tiene que marchar. El problema existe verdaderamente para el artista o el intelectual que no tiene una actitud revolucionaria ante la vida y que, sin embargo, es una persona honesta. Claro está que quien tiene esa actitud ante la vida, sea o no sea revolucionario, sea o no sea artista, tiene sus fines, tiene sus objetivos y todos nosotros podemos preguntarnos sobre esos fines y esos objetivos. Para el revolucionario esos fines y objetivos se dirigen hacia el cambio de la realidad; esos fines y objetivos se dirigen hacia la redención del hombre. Es precisamente el hombre, el semejante, la redención de sus semejantes, lo que constituye el objetivo de los revolucionarios. Si a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros diremos: el pueblo y siempre diremos el pueblo. El pueblo en su sentido real, es decir, esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la explotación y en el olvido más cruel. Nuestra preocupación fundamental siempre serán las grandes mayorías del pueblo, es decir, las clases oprimidas y explotadas del pueblo. El prisma a través del cual nosotros lo miramos todo, es ese: para nosotros será bueno lo que sea bueno para ellas; para nosotros será noble, será bello y será útil, todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellas. Si no se piensa así, si no se piensa por el pueblo y para el pueblo, es decir, si no se piensa y no se actúa para esa gran masa explotada del pueblo, para esa gran masa a la que se desea redimir, entonces, sencillamente, no se tiene una actitud revolucionaria.

Al menos ese es el cristal a través del cual nosotros analizamos lo bueno, lo útil y lo bello de cada acción.

Comprendemos que debe ser una tragedia cuando alguien entienda esto y sin embargo tenga que reconocerse incapaz de luchar por ello.

Nosotros somos o creemos ser hombres revolucionarios. Quien sea más artista que revolucionario, no puede pensar exactamente igual que nosotros. Nosotros luchamos por el pueblo y no padecemos ningún conflicto porque luchamos por el pueblo y sabemos que podemos lograr los propósitos de nuestras luchas. El pueblo es la meta principal. En el pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos y esa es la única actitud que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria. Y para aquellos que no puedan tener o no tengan esa actitud, pero que son personas honradas, es para quienes existe el problema a que hacíamos referencia, y de la misma manera que para ellos la Revolución constituye un problema, ellos constituyen también para la Revolución un problema del cual la Revolución debe preocuparse.

Aquí se señaló, con acierto, el caso de muchos escritores y artistas que no eran revolucionarios, pero que sin embargo eran escritores y artistas honestos, que además querían ayudar a la Revolución, que además a la Revolución le interesaba su ayuda; que querían trabajar para la Revolución y que a su vez a la Revolución le interesaba que ellos aportaran sus conocimientos y su esfuerzo en beneficio de la misma.

Es más fácil apreciar esto cuando se analizan los casos peculiares y entre esos casos peculiares hay muchos que no es fácil analizar. Pero aquí habló un escritor católico. Planteó lo que a él le preocupaba y lo dijo con toda claridad. El preguntó si podía hacer una interpretación desde su punto de vista idealista de un problema determinado o si él podía escribir una obra defendiendo esos puntos de vista. Él preguntó con toda franqueza si dentro de un régimen revolucionario él podía expresarse de acuerdo con esos sentimientos. Planteó el problema en una forma que puede verse como simbólica.

A él lo que le preocupaba era saber si podía escribir de acuerdo con esos sentimientos o de acuerdo con esa ideología que no era precisamente la ideología de la Revolución. Que él estaba de acuerdo con la Revolución en las cuestiones económicas o sociales, pero que tenía una posición filosófica distinta de la filosofía de la Revolución. Y ese es un caso digno de tenerse muy en cuenta, porque es precisamente un caso representativo del género de escritores y de artistas que muestran una disposición favorable hacia la Revolución y desean saber qué grado de libertad tienen dentro de las condiciones revolucionarias, para expresarse de acuerdo con sus sentimientos. Ese es el sector que constituye para la Revolución un problema, de la misma manera que la Revolución constituye para ellos un problema y es deber de la Revolución preocuparse por esos casos; es deber de la Revolución preocuparse por la situación de esos artistas y de esos escritores, porque la Revolución debe tener la aspiración de que no solo marchen junto a ella todos los revolucionarios, todos los artistas e intelectuales revolucionarios. Es posible que los hombres y las mujeres que tengan una actitud realmente revolucionaria ante la realidad no constituyan el sector mayoritario de la población; los revolucionarios son la vanguardia del pueblo, pero los revolucionarios deben aspirar a que marche junto a ellos todo el pueblo; la Revolución no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario. La Revolución debe tratar de ganar para sus ideas la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo; a contar, no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos que aunque no sean revolucionarios, es decir, que aunque no tengan una actitud revolucionaria ante la vida, estén con ella. La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios. Y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo; la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La Revolución tiene que comprender esa realidad y, por lo tanto, debe actuar de manera que todo ese sector de artistas y de intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentre dentro de la Revolución un campo para trabajar y crear y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tenga oportunidad y libertad para expresarse, dentro de la Revolución. Esto significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie. Por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella.

Creo que esto es bien claro. ¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución ningún derecho. (Aplausos).

Y esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores. Este es un principio general para todos los ciudadanos. Es un principio fundamental de la Revolución. Los contrarrevolucionarios, es decir, los enemigos de la Revolución, no tienen ningún derecho contra la Revolución, porque la Revolución tiene un derecho: el derecho de existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer y ¿quién pudiera poner en duda ese derecho de un pueblo que ha dicho “PATRIA O MUERTE”, es decir, la Revolución o la muerte?

La existencia de la Revolución o nada; de una Revolución que ha dicho: “VENCEREMOS”, es decir, que se ha planteado muy seriamente un propósito y por respetables que sean los razonamientos personales de un enemigo de la Revolución, mucho más respetables son los derechos y las razones de una Revolución tanto más cuanto una Revolución es un proceso histórico, cuanto una Revolución no es ni puede ser obra del capricho o de la voluntad de ningún hombre, cuanto una Revolución solo puede ser obra de la necesidad y de la voluntad de un pueblo, y frente a los derechos de todo un pueblo, los derechos de los enemigos de ese pueblo no cuentan.

Cuando hablábamos de los casos extremos, nosotros lo hacíamos sencillamente para expresar con más claridad nuestras ideas. Ya dije que entre esos casos extremos hay una gran variedad de actitudes mentales y hay también una gran variedad de preocupaciones. No significa necesariamente que albergar alguna preocupación signifique no ser revolucionario. Nosotros hemos tratado de definir las actitudes esenciales.

La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un real patrimonio del pueblo. Y al igual que nosotros hemos querido para el pueblo una vida mejor en el orden material, queremos para el pueblo una vida mejor también en todos los órdenes espirituales; queremos para el pueblo una vida mejor en el orden cultural. Y lo mismo que la Revolución se preocupa por el desarrollo de las condiciones y de las fuerzas que permitan al pueblo la satisfacción de todas sus necesidades materiales, nosotros queremos desarrollar también las condiciones que permitan al pueblo la satisfacción de todas sus necesidades culturales.

¿Que el pueblo tiene un nivel bajo de cultura? ¿Que un alto porcentaje del pueblo no sabe leer ni escribir? También un porcentaje alto del pueblo pasa hambre o al menos vive o vivía en condiciones duras. Vivía en condiciones de miseria. Una parte del pueblo carece de un gran número de bienes materiales que le son indispensables y nosotros tratamos de propiciar las condiciones necesarias para que todos esos bienes materiales lleguen al pueblo.

De la misma manera debemos propiciar las condiciones necesarias para que todos esos bienes culturales lleguen al pueblo. No quiere decir eso que el artista tenga que sacrificar el valor de sus creaciones, y que necesariamente tenga que sacrificar su calidad. Quiere decir que tenemos que luchar en todos los sentidos para que el creador produzca para el pueblo y el pueblo a su vez eleve su nivel cultural a fin de acercarse también a los creadores. No se puede señalar una regla de carácter general: todas las manifestaciones artísticas no son de la misma naturaleza, y a veces hemos planteado aquí las cosas como si todas las manifestaciones artísticas fuesen exactamente de la misma naturaleza. Hay expresiones del espíritu creador que por su propia naturaleza pueden ser mucho más asequibles al pueblo que otras manifestaciones del espíritu creador. Por eso no se puede señalar una regla general, porque ¿en qué expresión artística es que el artista tiene que ir al pueblo y en cuál el pueblo tiene que ir al artista?, ¿se puede hacer una afirmación de carácter general en ese sentido? No Sería una regla demasiado simple. Hay que esforzarse en todas las manifestaciones por llegar al pueblo, pero a su vez hay que hacer todo lo que esté al alcance de nuestras manos para que el pueblo pueda comprender cada vez más y mejor. Creo que ese principio no contradice las aspiraciones de ningún artista; y mucho menos si se tiene en cuenta que los hombres deben crear para sus contemporáneos.

No se diga que hay artistas que viven pensando en la posteridad, porque, desde luego, sin el propósito de considerar nuestro juicio infalible ni mucho menos, creo que quien así proceda se está autosugestionando. (Aplausos).

Y eso no quiere decir que quien trabaje para sus contemporáneos tenga que renunciar a la posteridad de su obra porque, precisamente creando para sus contemporáneos, independientemente incluso de que sus contemporáneos lo hayan comprendido o no, es como las obras han adquirido un valor histórico y un valor universal. Nosotros no estamos haciendo una Revolución para las generaciones venideras, nosotros estamos haciendo una Revolución con esta generación y por esta generación, independientemente de que los beneficios de esta obra beneficien a las generaciones venideras y se convierta en un acontecimiento histórico. Nosotros no estamos haciendo una Revolución para la posteridad; esta Revolución pasará a la posteridad porque es una Revolución para ahora y para los hombres y las mujeres de ahora. (Aplausos).