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"Vuelo nocturno" de Antoine de Saint-Exupéry relata la arriesgada y poética travesía de los pilotos de la Aeroposta Argentina en los albores de la aviación comercial. Ambientada en la década de 1930, la novela fusiona el suspense de las peligrosas rutas aéreas nocturnas con profundos cuestionamientos existenciales. Saint-Exupéry destaca la tensión entre el deber y el miedo, utilizando un estilo sobrio, introspectivo y lírico que evoca la soledad del aviador frente a la inmensidad de la noche. Esta obra, además de ser un homenaje a la aeronáutica, es también un testamento de la lucha humana contra el destino y la naturaleza. Saint-Exupéry, aviador y escritor francés, vivió en carne propia la peligrosa vida de los pilotos pioneros. Su experiencia profesional en Sudamérica y África influyó decisivamente en su literatura, otorgando autenticidad y detalle a las escenas de "Vuelo nocturno". Motivado por su vocación y la observación de la fraternidad y sacrificio entre los pilotos, Saint-Exupéry convierte el relato en una meditación sobre el heroísmo cotidiano y la fugacidad de la existencia. Recomiendo "Vuelo nocturno" tanto a quienes buscan una narración intensa y reflexiva como a los interesados en los orígenes de la aviación moderna. Esta novela ofrece una visión única del coraje humano, escrita con una prosa magistral que trasciende el mero relato de aventuras para explorar profundas cuestiones filosóficas y éticas. Esta traducción ha sido asistida por inteligencia artificial.
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Veröffentlichungsjahr: 2025
PREFACIO
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Para las compañías aéreas, se trataba de competir en velocidad con los demás medios de transporte. Así lo explica en este libro Rivière, admirable figura de líder: «Para nosotros es una cuestión de vida o muerte, ya que cada noche perdemos la ventaja ganada durante el día frente a los ferrocarriles y los barcos». Este servicio nocturno, muy criticado al principio, ahora aceptado y convertido en habitual tras los riesgos de las primeras experiencias, seguía siendo, en el momento de escribir este relato, muy arriesgado; al peligro intangible de las rutas aéreas plagadas de sorpresas se sumaba aquí el traicionero misterio de la noche. Por grandes que sigan siendo los riesgos, me apresuro a decir que disminuyen día a día, ya que cada nuevo viaje facilita y asegura un poco más el siguiente. Pero la aviación, al igual que la exploración de tierras desconocidas, tiene una primera época heroica, y Vol de Nuit, que nos narra la trágica aventura de uno de estos pioneros del aire, adquiere naturalmente un tono épico.
Me gusta el primer libro de Saint-Exupéry, pero este me gusta mucho más.En Correo del Sur, los recuerdos del aviador, anotados con una precisión sobrecogedora, se mezclaban con una trama sentimental que nos acercaba al héroe. ¡Tan susceptible al cariño, ah! que lo sentíamos humano, vulnerable. El héroe de Vol de Nuit, sin deshumanizarse, se eleva a una virtud sobrehumana. Creo que lo que más me gusta de este relato estremecedor es su nobleza. Las debilidades, los abandonos, las decadencia del hombre, los conocemos de sobra y la literatura actual es demasiado hábil para denunciarlos; pero ese superarse a sí mismo que se consigue con la voluntad tensa es lo que más necesitamos que nos muestren.
Aún más sorprendente que la figura del aviador me parece la de Rivière, su jefe. Este no actúa por sí mismo: hace actuar, infunde a sus pilotos su virtud, les exige el máximo y les obliga a la proeza. Su implacable decisión no tolera la debilidad y, por su mediación, se castiga la más mínima falta. Su severidad puede parecer, a primera vista, inhumana, excesiva. Pero se aplica a las imperfecciones, no al hombre mismo, al que Rivière pretende forjar. A través de este retrato se percibe toda la admiración del autor. Le agradezco especialmente que haya puesto de relieve esta verdad paradójica, para mí de considerable importancia psicológica: que la felicidad del hombre no está en la libertad, sino en la aceptación de un deber. Cada uno de los personajes de este libro está ardientemente, totalmente dedicado a lo que debehacer, a esa tarea peligrosa en cuyo cumplimiento encontrará el descanso de la felicidad. Y se intuye claramente que Rivière no es en absoluto insensible (nada más conmovedor que el relato de la visita que recibe de la mujer del desaparecido) y que necesita tanto valor para dar sus órdenes como sus pilotos para ejecutarlas.
«Para hacerse amar, dirá, basta con compadecerse. Yo no me compadezco mucho, o lo disimulo... A veces me sorprende mi poder». Y aún más: «Ama a aquellos a quienes mandas, pero sin decírselo».
Es también el sentido del deber lo que domina a Rivière; «el oscuro sentimiento de un deber, más grande que el de amar». Que el hombre no encuentra su fin en sí mismo, sino que se subordina y se sacrifica a no sé qué, que lo domina y vive de él. Y me gusta encontrar aquí ese «oscuro sentimiento» que hacía decir paradójicamente a mi Prometeo: «No amo al hombre, amo lo que lo devora». Es la fuente de todo heroísmo: «Actuamos, pensaba Rivière, como si algo superara,en valor, la vida humana... Pero ¿qué?». Y aún más: «Quizá exista algo más que salvar, y más duradero; quizá sea esa parte del hombre la que Rivière se esfuerza por salvar». No lo dudemos.
En una época en la que la noción de heroísmo tiende a desaparecer del ejército, ya que las virtudes viriles corren el riesgo de quedar sin empleo en las guerras del mañana, cuyo horror nos invitan a presagiar los químicos, ¿no es en la aviación donde vemos desplegarse de la manera más admirable y útil el valor? Lo que sería temeridad deja de serlo en el servicio ordenado. El piloto, que arriesga constantemente su vida, tiene cierto derecho a sonreír ante la idea que solemos tener del «valor». Saint-Exupéry me permitirá citar una carta suya, ya antigua, que se remonta a la época en que sobrevolaba Mauritania para asegurar el servicio Casablanca-Dakar:
«No sé cuándo volveré, tengo mucho trabajo desde hace unos meses: búsqueda decompañeros perdidos, reparación de aviones caídos en territorios disidentes y algunos envíos a Dakar.
Acabo de lograr una pequeña hazaña: he pasado dos días y dos noches con once moros y un mecánico para salvar un avión. Alertas diversas y graves. Por primera vez, he oído silbar las balas sobre mi cabeza. Por fin sé cómo soy en ese ambiente: mucho más tranquilo que los moros. Pero también he comprendido lo que siempre me había sorprendido: por qué Platón (¿o Aristóteles?) sitúa el valor en el último lugar de las virtudes. No se trata de buenos sentimientos: un poco de rabia, un poco de vanidad, mucho de terquedad y un placer deportivo vulgar. Sobre todo la exaltación de la fuerza física, que sin embargo no tiene nada que ver. Cruzamos los brazos sobre la camisa abierta y respiramos hondo. Es bastante agradable. Cuando ocurre por la noche, se mezcla la sensación de haber cometido una gran estupidez. Nunca más admiraré a un hombre que solo sea valiente».
Podría poner como epígrafe a esta cita un apotegma extraído del libro de Quinton (con el que no siempre estoy de acuerdo) :
«Nos escondemos de ser valientes como de amar»; o mejor aún: «Los valientes ocultan sus actos como los honestos sus limosnas. Los disfrazan o se excusan por ellos».
Todo lo que cuenta Saint-Exupéry, lo hace «con conocimiento de causa». El enfrentamiento personal con un peligro frecuente da a su libro un sabor auténtico e inimitable. Hemos tenido muchos relatos de guerra o de aventuras imaginarias en los que el autor a veces demostraba un talento flexible, pero que hacen sonreír a los verdaderos aventureros o combatientes que los leen. Este relato, cuya calidad literaria también admiro, tiene además el valor de un documento, y estas dos cualidades, tan inesperadamente unidas, confieren a Vol de Nuit su excepcional importancia.
André Gide.
A DIDIER DAURAT
