Xi-na en el siglo del dragón - Jorge Heine - E-Book

Xi-na en el siglo del dragón E-Book

Jorge Heine

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Este libro examina el extraordinario auge de China durante los últimos cuarenta años y cómo ha llegado a posicionarse como la economía más grande del planeta.

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© LOM ediciones Primera edición, julio de 2022 Impreso en 1000 ejemplares ISBN impreso: 9789560015952 ISBN digital: 9789560016157 Motivo de portada: «Primera dama», pintura de Zhao Gang, 2019. Todas las publicaciones del área de Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones han sido sometidas a referato externo. Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 6800 [email protected] | www.lom.cl Diseño de Colección Estudio Navaja Tipografía: Karmina Registro N°: 207.022 Impreso en los talleres de gráfica LOM Miguel de Atero 2888, Quinta NormalImpreso en Santiago de Chile

Para mis hijos Amory y Günther, que conocieron esta China que resurge y cuyas vidas no podrán sino estar marcadas por ella.

Índice

Introducción1 El milagro chino2 La fábrica del mundo3 El intríngulis urbano4 Una revolución digital5 Trenes veloces como el viento6 La era de Xi7 China y el mundo8 Hacia la Segunda Guerra Fría9 Recreando el Galeón de Manila10 Resucitando a Marco Polo11 Hacia el siglo de AsiaBibliografía

Introducción

Al terminar mi destinación en Beijing y aceptar una invitación a pasar una temporada en el Wilson Center –un centro de estudios en Washington D.C.–, un colega me señaló: «En el Washington de hoy, todas las conversaciones terminan igual. Lo hacen con la pregunta, ‘¿Qué va a hacer China ahora?’». Conociendo bien la capital de Estados Unidos, en donde he vivido en varias oportunidades, tomé esto con escepticismo. Washington es una ciudad muy centrada en sí misma. ¿Por qué prestaría tanta atención a un país extranjero, y más a uno tan distante y distinto como China? En ese momento pensé que mi colega estaba exagerando. Después de haber pasado un año y medio en Washington, sin embargo, debo admitir que tenía razón.

China está hoy en el centro de la atención, no solo de Washington, sino que de todo el mundo. Como ha señalado Michael Schuman, «la mayor pregunta del siglo XXI es ¿qué quiere China?»1. Desafiando todas las predicciones, en el curso de los últimos cuarenta años, China ha irrumpido con singular fuerza en el escenario internacional. Lo hizo logrando lo que ningún economista creyó posible en economía alguna, menos en una del tamaño de China: crecer a un promedio de un 10 por ciento anual por tres décadas consecutivas. Desde 2014 es la mayor economía medida en términos de paridad de poder adquisitivo. Se proyecta que será la mayor en términos nominales para fines de esta década, si no antes. China es hoy el mayor socio comercial de ciento treinta países en el mundo. Es, además, la mayor potencia exportadora. Entre los diez mayores puertos de carga en el mundo, siete son chinos. Los cuatro mayores bancos del mundo en términos de capitalización son chinos. Y la proyección de China no se limita solo al ámbito económico. En noviembre de 2018, durante la Cumbre de G-20 en Buenos Aires –una de las cumbres diplomáticas más significativas del año–, la atención de los medios internacionales no se centró en el encuentro mismo, sino en una cena realizada a sus márgenes entre el presidente Donald J. Trump y el presidente Xi Jinping, donde evaluaron los próximos pasos en la guerra comercial que estalló entre ambos países ese año.

Para muchos, esta súbita aparición de China en el foco mundial y el alto perfil internacional que ha asumido en la presente década (bajo la presidencia de Xi Jinping desde el año 2013) es sorprendente. En un mundo donde la potencia dominante durante gran parte del siglo XX fue Estados Unidos y en el siglo XIX Gran Bretaña, el auge de una potencia asiática no es fácil de entender. Por otro lado, para los chinos esto no es sino volver al orden natural de las cosas. Hasta fines del siglo XVIII, China representaba un 30 por ciento del producto mundial, preeminencia que había ejercido por varios siglos. Era un país tan grande y poderoso, que la expresión para éste era «todo bajo el cielo» (tian xia). El así llamado Imperio Celestial estaba también en el centro del universo; de ahí la denominación el Imperio del Centro.

Y con todo lo centrado en sí mismo que era ese imperio, tuvo momentos de extender su mensaje al resto del mundo, que, de haber persistido en ellos, podrían haber dado un curso muy diferente al mundo tal y como lo conocemos hoy. A comienzos del siglo XV, en el período inmediatamente anterior a lo que se conoce como la era de los grandes navegantes ibéricos que explorarían los mares de la Tierra, en la época de la dinastía Ming, China enviaría al menos siete grandes expediciones marítimas bajo el mando del almirante Zheng He (el «Cristóbal Colón chino»). Ellas cruzarían el Océano Índico, llegando hasta África y lo que hoy es Arabia Saudita, recalando en numerosos puertos del Sudeste Asiático, India y la entonces Ceilán. Los barcos de esta flota eran enormes; algunos de ellos de setenta metros de eslora, mucho más grandes que cualquier velero europeo de la época, con una tecnología única, capaces de transportar a miles de soldados armados, en un impresionante despliegue de poderío naval. Ello ocurrió entre 1405 y 1433 bajo el emperador Yungle, y cabe imaginarse lo que podría haber ocurrido de haber persistido el imperio en estas expediciones. Sin embargo, con la muerte de Zheng en 1433, los nuevos emperadores perdieron interés en las expediciones marítimas y volvieron al patrón tradicional de una China volcada hacia sí misma. Aún así, el imperio siguió prosperando y creciendo, con la dinastía Qing sucediendo a los Ming, y expandiendo el imperio a un tamaño sin precedentes.

Mas allá de este notable (aunque de corta vida) emprendimiento transoceánico, China se caracterizó también por la invención, diseño y producción de materiales y productos que encontraron gran acogida y demanda en el resto del mundo. Ello ocurrió con la seda, que hasta hoy es considerada característica de China, y sinónimo de elegancia y sofisticación, y la porcelana. Ambos tuvieron gran acogida en lo que es hoy Europa; la seda desde la época de la Antigua Roma, la porcelana desde la Edad Media. El té también se originó en China, y ya en un plano mas utilitario, fue allí también que se inventó el papel, el papel moneda, así como la imprenta, por allá por el siglo XI, mucho antes que lo hiciese Johannes Gutenberg (a quien le es generalmente atribuida), bastante más tarde, esto es, en pleno siglo XV. En otras palabras, y más allá de su tamaño, el imperio chino constituía un Estado-civilización de gran dinamismo y progreso.

Fue solo en el siglo XIX, con el inicio de la Revolución Industrial, que este escenario comenzó a cambiar, acelerado por la Guerra del Opio en 1839 y la ocupación de vastos sectores de China por potencias europeas. Así empezó lo que en China se denomina «el siglo de la humillación». Para Pablo Neruda, este fue un período de guerras, invasiones, ocupaciones y hambrunas, donde el país se vio reducido, según la visión occidental, a «una viejecilla arrugada, infinitamente pobre, con un cuenco vacío de arroz en la puerta de un templo»2.El contraste de esa imagen con la pujante y vibrante China de hoy, un país con el mayor número de multimillonarios en el mundo y con urbes como Shanghái –considerada por algunos como la primera ciudad del siglo XXII–, no puede ser más grande. Sin embargo, este vuelco que ha dado China no siempre es bien entendido. Incluso hasta el día de hoy, la imagen de China que predomina en muchos países es la descrita por Neruda.

El propósito de este libro es transmitir lo que es la China del siglo XXI. No es un libro académico, sino uno que aspira a entregar mi visión de un país que está cambiando el curso de la historia. Tuve el privilegio de representar a Chile en China durante tres años y medio, entre 2014 y 2017. Fue un período lleno de acontecimientos. Me correspondió recibir a la presidenta Michelle Bachelet dos veces. Una de ellas con ocasión de la XXIII Cumbre de APEC, en noviembre de 2014, en que realizó una visita de trabajo a China. Y otra con ocasión del I Foro de Cooperación Internacional de la Franja y la Ruta en mayo de 2017, durante una visita de Estado. También acompañé al presidente Xi Jinping en una visita de Estado a Chile, en noviembre de 2016, así como al primer ministro Li Keqiang en visita oficial en mayo de 2015. Visité veintiséis de las treinta y un provincias chinas. Desde mi partida de China, he vuelto a visitarla regularmente. Fui profesor invitado honorario en la Universidad de Sichuan en Chengdú y soy investigador no residente en el Centro de China y la Globalización (CCG) en Beijing. Escribo regularmente para la prensa china, como lo hice durante mis años en Beijing, y soy comentarista invitado en CGTN, la señal internacional en inglés de CCTV, la televisión china.

Durante mi primera visita a China, un lejano abril de 2008, a participar en una conferencia en la Universidad de Pekín y a dictar charlas en las universidades de Fudan y Shanghái Jiao-Tong, el país se preparaba para los Juegos Olímpicos. China parecía un gran sitio de construcción. En Shanghái almorcé en un restaurante suizo en el último piso de un edificio en el Bund, frente al río Huangpu, con una amplia vista hacia Pudong, el área que hace apenas cuarenta años era un yermo y hoy alberga los edificios más altos de China (y algunos del mundo). Era un día soleado; las obras de remodelación del malecón ribereño estaban en curso y lanchas, lanchones, barcos de carga y de pasajeros pasaban al frente. Al otro lado del río, rascacielos multicolores completaban la vista. El contraste entre los bien conservados edificios neoclásicos del Bund de comienzos del siglo XX y sus imponentes columnatas, y las torres futuristas y multicolores de Pudong es muy propio de Shanghái. Sentado allí, contemplando este extraordinario panorama, concluí que si el mundo fuese una aldea, esta sería su calle principal.

Había escuchado del legendario Hotel de la Paz, ubicado en el mismo Bund, que en los años treinta tuvo de huéspedes a celebridades como Charles Chaplin, George Bernard Shaw y el general George Marshall. El dramaturgo Noel Coward escribió allí su obra de teatro Vidas privadas. Fui a conocerlo, pero lo estaban remodelando. Un edificio de diez pisos en el estilo gótico de la Escuela de Chicago, con un techo de cobre muy distintivo, es emblemático de Shanghái, una ciudad en la que abunda la buena arquitectura. Construido por el empresario inglés Victor Sassoon, fue inaugurado en 19293. Su jazz bar era toda una institución, con músicos chinos que tocaban jazz de primer nivel.

No sabía en ese entonces que seis años después llegaría a vivir a China. Al hacerlo, tuve el privilegio de un asiento de primera fila en el vasto teatro de la historia. En cuarenta años, China ha comprimido procesos de industrialización, urbanización y migración que en Europa han tomado siglos. Tanto así, que en esos escasos seis años, me encontré con un Beijing y un Shanghái muy cambiados, con numerosos edificios nuevos y todo tipo de proyectos en curso. La remodelación del Hotel de la Paz ya había sido completada y cada vez que visitaba Shanghái, hacía lo posible por quedarme allí. Se dice que la vista al río Huangpu desde el restaurante del noveno piso es la mejor de todo el Bund. Y aunque no soy aficionado al jazz, la música y la atmósfera en el bar sigue siendo de primera, en un edificio en que se respira historia y cuyo lobby huele siempre a incienso.

A poco andar conocí a un arquitecto español residente en Beijing. Al preguntarle qué es lo que hacía tan lejos de la Madre Patria, me contestó: «¿En qué otra parte voy a estar? La mitad de los proyectos de construcción en el mundo están en China hoy».

¿El país de lo ultrairreal?

Lo que no había cambiado en esos años, sin embargo, era esa electricidad que se sentía en las calles, ese dinamismo que uno percibe en las grandes urbes del mundo y que permea a las ciudades chinas como pocas otras. Se percibe al hacer un crucero nocturno por el río de las Perlas en Guangzhou4 (también conocida como Cantón), observando el desfile de rascacielos iluminados en sus riberas; al disfrutar en Chengdú de un almuerzo picante, típico de la comida de Sichuan, en uno de sus renombrados restaurantes que han dado fama mundial a la gastronomía de esa provincia; al recorrer el Lago del Este en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, donde Mao Zedong pasaba largas temporadas componiendo poesía, uno de los grandes centros universitarios chinos, con más de cien instituciones de educación superior, y hoy conocido sobre todo por ser el lugar de origen del virus Covid-19 y la devastadora pandemia consiguiente; al recorrer el campus de Alibaba, la empresa de comercio electrónico, en Hangzhou, antigua capital imperial y hoy convertido en hervidero de la innovación en China; al caminar por las vías peatonales elevadas en el área de Pudong, en Shanghái, zona que incluye una de las torres más altas y mejor diseñadas del mundo, el Shanghai Financial Center; y el barrio de Sanlitun, el arbolado barrio diplomático de Beijing, donde se encuentra la embajada de Chile desde que se abrió en 1971 y cuyas librerías, cafés, restaurantes, discotecas, azoteas y tiendas de todo tipo invitan a una exploración permanente. Todo ello trasmite la sensación de un país en movimiento constante.

«Es como si el tiempo se hubiera comprimido. Ya dejó de ser noticia que el tamaño de nuestra economía un día pasó a la de Francia, a la de Inglaterra, Japón, Alemania […] y que pronto sobrepasará a la de Estados Unidos»5, dice el escritor chino de novelas de ciencia ficción Ning Ken. Se ha dicho que la aceleración del tiempo y la compresión del espacio es una de las características de la globalización. Y ello es especialmente válido para China, donde megaobras de infraestructura y urbanizaciones se multiplican «como salidas de una impresora 3D». En un país en que los edificios se hacen en días, las estaciones de tren en semanas y en el cual hay máquinas que ponen 700 m de rieles de ferrocarril por día, Ning sostiene que la realidad «va más allá de lo imaginario», tanto en términos de los avances como de los problemas, de los cuales la contaminación atmosférica es uno de los más visibles.

Tomando una página del realismo mágico latinoamericano, Ning señala que la velocidad de cambio en China es tal que parece «escapar de la fuerza de gravedad» y que «la China moderna es tan loca que merece su propio género literario», que él ha calificado como el «ultrairrealismo». Añade que China es el único país con cinco mil años de civilización ininterrumpida en que siempre alguien ejerció el poder absoluto, algo ultrairreal en sí mismo.

¿Neruda con China en el corazón?

Es esta improbable superposición de cambio acelerado con civilización milenaria la que le da su impronta única a la China de hoy. ¿Y cómo se vincula un «lejano y pequeño país, esquina con vista al mar», como es Chile, con este gigante asiático, una de las grandes potencias de nuestra época?

China es un país de poetas, como lo es Chile. Y nuestro gran vate, Pablo Neruda, tuvo una relación especial con China, país que conoció de joven y al que visitaría en repetidas ocasiones. Por increíble que parezca, tal como me ocurrió en India diez años antes, Neruda me dio llaves para abrir puertas en China, que no se habrían abierto de otra forma.

A los pocos meses de mi llegada a Beijing, se publicó una nueva edición en mandarín de la poesía lírica de Neruda, en un elegante tomo de la editorial Thinkingdom, con una tirada de cincuenta mil ejemplares y cuyo lanzamiento hicimos en la embajada de Chile. Al año siguiente, en 2015, la misma editorial publicó la primera edición autorizada en mandarín de las memorias del vate, Confieso que he vivido, también lanzada en la casa de Chile en China, esta vez con una tirada de treinta mil ejemplares. Estas ediciones, y el interés que generaron en China, reflejan la larga asociación del poeta con Asia y con China. De muy joven, Neruda vivió por cinco años en Asia (en Rangún, Colombo, Batavia y Singapur) como cónsul ad honorarium de Chile. Fue allí que escribió el grueso de Residencia en la Tierra, una de sus obras mayores.

Y en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1971, Neruda se refirió a sus años en Asia como una experiencia educativa casi necesaria, donde aprendió «a través de otros» que «no hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio, para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común»6.

En 1928, rumbo a Rangún, su primera destinación diplomática, Neruda hizo escala por varios días en Shanghái y Hong Kong, y se refirió a «una China colonizada, un paraíso de tahúres, de fumadores de opio, de prostíbulos, de asaltantes nocturnos, de falsas duquesas rusas, de piratas del mar y de la tierra»7.

En su poema «China», Neruda se referiría a un país que los países occidentales subestimaban y no conocían realmente:

Querían que creyéramos

que dormías,

que dormirías con un sueño eterno,

que eras la «misteriosa»,

intraducible, extraña,

una madre mendiga con harapos de seda,

mientras de cada uno de tus puertos

se alejaban los barcos cargados de tesoros

y los aventureros entre sí disputaban

tu herencia: minerales

y marfiles, planeando,

después de desangrarte, cómo se llevarían

un buen barco cargado con tus huesos.

El contraste con la China que Neruda enfrentó al visitarla en 1951 y 1956 era muy grande. Al hacer un crucero por el río Yangtsé con el novelista brasileño Jorge Amado en 1956, escribió: «Pocos paisajes de la Tierra de una belleza tan abrumadora […] Una poesía profunda surge de esta Naturaleza grandiosa; una poesía corta y desnuda como el vuelo de un pájaro». A su juicio, «esta combinación de vasto territorio, extraordinario trabajo humano y gradual eliminación de la injusticia hará que la bella, extendida y profunda humanidad china florezca».

No sabemos cuál sería el juicio de Neruda sobre la China de hoy. Su relación con ella fue compleja. En el conflicto sino-soviético se alineó firmemente con Moscú. El hecho de que varios de sus amigos poetas chinos, como Ai Qing (1910-1994), quien incluso lo visitó en Chile en 1954 cuando Neruda cumplió cincuenta años, cayesen en desgracia durante la Revolución Cultural (1966-1976) no ayudó. Neruda no volvería nunca más a China. Pero poca duda cabe que sus cinco años en Asia lo marcaron. Captó la fuerza subyacente de civilizaciones milenarias como China e India y la energía y creatividad que se liberarían una vez soltadas las cadenas del colonialismo. A su vez, ello le permitió entender a las Américas no como un pedazo de Europa enclavado en el Nuevo Mundo (como lo consideraban muchos de sus contemporáneos), sino como un continente con identidad propia y raíces precolombinas, inspirando otra de sus obras mayores, el Canto General de América, entre otras.

Neruda no sería el único gran poeta chileno en desarrollar una fuerte relación con China. El poeta Armando Uribe, en esa época funcionario del servicio exterior y Premio Nacional de Literatura 2004, sería el primer embajador de Chile en China (1971-1973). A su vez, Gonzalo Rojas, Premio Nacional de Literatura 1992 e integrante de la así llamada Generación de 1938, sería agregado cultural de Chile en Beijing entre 1971 y 1972 (se dice que la relación entre ambos poetas en Beijing no fue de las mejores). Rojas también había visitado China en repetidas ocasiones, siendo recibido por el primer ministro Zhou Enlai y por el propio presidente Mao Zedong en 1959. En esa conversación, Mao le dijo a Rojas: «Pensar que su hermosa lengua nació en una meseta tan pequeña de Castilla y sin embargo cobró unidad y genio hasta llegar a ser lo que es hoy. Nosotros tenemos un idioma mayor y muchos, muchísimos dialectos, lo que constituye un problema desde el punto de vista de la comunicación y la unidad literaria»8. Mao también le preguntó a Rojas sobre sus preferencias en materia de métrica, señalando que él, Mao, prefería el verso medido al libre.

En otra demostración de su eterna vigencia, Neruda también me enseñó sobre algo que vería una y otra vez: el concepto de China speed, esto es, la extraordinaria rapidez con que se hacen las cosas en China hoy, tema recurrente en este libro.

Al mes de llegar a China, uno de mis colaboradores en la embajada me señaló que entre los proyectos pendientes existía el de instalar un busto de Pablo Neruda en la plaza de una ciudad al norte de Beijing. El proyecto lo terminamos trasladando a Beijing, al Parque de Chaoyang, el equivalente al Parque Forestal en Santiago de Chile o el Central Park en Nueva York. Chaoyang es el gran parque de la capital china, situado en un céntrico barrio residencial, con una superficie de 288 hectáreas, el mayor al interior del Cuarto Anillo de la ciudad. Para esos efectos, a comienzos de septiembre de 2014 nos apersonamos en el Museo Jin Tai, ubicado en el interior del Parque Chaoyang, conocido por su colección de pinturas y caligrafías chinas de artistas clásicos y contemporáneos y por sus artefactos culturales de distintas dinastías. Su director, Yuan Xikun, un pintor y escultor de primer nivel, nos recibió en forma muy cálida. De inmediato, expresó su buena disposición hacia el proyecto. Tras realizar un recorrido del lugar para ver dónde se podría instalar el busto del vate, me llamó la atención un lugar frente a la Laguna Shiyu.

Ello despertó cierta resistencia en el director, quien indicó que la Municipalidad de Beijing, la que tendría la última palabra en la materia, prefería no usar ese espacio para estatuas o bustos. Mi insistencia, sin embargo, logró hacerle ver los méritos de la propuesta y lo noté algo más receptivo. El director expresó su interés en que el busto pudiese ser develado durante la visita a China que haría la presidenta Michelle Bachelet en noviembre de ese año, para lo que faltaba algo más de dos meses. El corto plazo me preocupaba. El busto estaba aún por fraguarse y los permisos de la Municipalidad debían solicitarse. Si había algo que no podía ocurrir era que yo propusiese incluir una actividad de este tipo en el programa de la visita presidencial y que esta se tuviese que cancelar a última hora. Mi anfitrión, sin embargo, me tranquilizó y aseguró que todo estaría en orden. Mi colaborador me dijo lo mismo. Por mi parte, crucé los dedos y esperé que todo resultase.

En un soleado aunque helado 10 de noviembre de 2014, la presidenta Michelle Bachelet, después de un emotivo discurso, develó el busto de Pablo Neruda en ese rincón frente a la Laguna Shiyu del Parque Chaoyang. Mi estimación es que, de haberse tratado de un busto a instalar en el Parque Forestal en Santiago, los trámites habrían tomado dos años. El que en Beijing se haya logrado en dos meses es testimonio del tan mentado China speed, esa velocidad para hacer las cosas que le ha permitido a China llegar a ser lo que es hoy.

¿De Oxford a Tsinghua?

La imagen más común de Beijing en el extranjero es de una enorme ciudad tapada de una nube de smog permanente. La contaminación es un problema muy real, aunque ha disminuido algo en los últimos años. Cuando llegan los vientos del norte, despejan esos negros nubarrones y se puede disfrutar de sus cielos azules, especialmente radiantes en la primavera y en el otoño. Lo que es menos sabido es que Beijing es también un gran centro académico, con 92 universidades y 600.000 estudiantes matriculados en ellas. China se ha caracterizado desde siempre por su gran respeto hacia la ciencia y la cultura, y sus universidades se han beneficiado de presupuestos generosos, que les han permitido situarse entre algunas de las mejores instituciones de educación superior del mundo. Entre las actividades que más disfruté en mis años en Beijing estuvieron las invitaciones a dictar charlas sobre variados temas en ellas, incluyendo la Universidad de Pekín y la Universidad de Tsinghua, consideradas las más destacadas de China y clasificadas entre las mejores veinte del mundo en varios rankings.

Entre ellas estuvo una invitación a presentar el libro de uno los grandes teóricos de las relaciones internacionales de nuestro tiempo, el profesor Amitav Acharya, de American University en Washington D.C. El lanzamiento del libro tuvo lugar en Schwarzman College, una nueva entidad en el extenso campus de la Universidad de Tsinghua (en la parte norte de Beijing y alma mater del presidente Xi Jinping). Esta experiencia me expuso a esta notable iniciativa, emblemática del lugar cada vez más central que ocupa China en el mundo académico de hoy, y que conocí más de cerca al dictar un curso allí en forma virtual en el primer semestre de 2020.

Uno de los desafíos que enfrenta China en el escenario internacional es el de sus diferencias culturales con las potencias occidentales. El conocimiento mutuo de las élites de Estados Unidos y el Reino Unido y del mundo angloparlante en general, ha cimentado una cierta perspectiva común acerca de cómo enfrentar y manejar el orden internacional. El auge de China y de otras economías emergentes, sin embargo, ha cuestionado la noción de que el eje del poder mundial radica en el Atlántico Norte. Ello ha subrayado la urgencia de una mejor comprensión de lo que es China y su gente. Schwarzman College, que inició operaciones en septiembre de 2016 en un amplio edificio diseñado por el prestigioso arquitecto Robert A. M. Stern, es prueba al canto de este reacomodo sino-céntrico de las relaciones internacionales y de la educación universitaria de postgrado al más alto nivel.

La idea tras este ambicioso proyecto es reunir en un programa de magister de un año de duración a jóvenes líderes provenientes en un 40 por ciento de Estados Unidos, un 20 por ciento de China y un 40 por ciento del resto del mundo. Su propósito es «juntar a las mejores mentes de alrededor del mundo para explorar y estudiar los factores económicos, políticos y culturales que han contribuido a la creciente importancia de China como actor global»9. Cada uno de ellos recibe una beca completa, incluyendo el pasaje a Beijing desde su país de origen. Su meta es generar entre los integrantes de cada cohorte (cien en el primer curso, para llegar eventualmente a doscientos) el tipo de lazos interpersonales e intelectuales, así como el conocimiento de China, indispensables para una interacción más fructífera con este país.

Estas becas están inspiradas en las becas Rhodes, establecidas en 1902 según el testamento de Sir Cecil John Rhodes, el magnate minero que hizo su fortuna en África austral y que la legó para que jóvenes del mundo de habla inglesa estudiasen en la Universidad de Oxford, su alma mater. Son, hoy por hoy, las becas más prestigiosas del mundo. El proyecto Schwarzman, auspiciado con 600 millones de dólares por el financista estadounidense Stephen Schwarzman, aspira a algo similar, pero con la Universidad de Tsinghua, clasificada como la número 1 de China, y número 16 en el mundo en 2021. Lo interesante es que, a diferencia de las becas Rhodes hasta hace algunos años, las becas Schwarzman no están limitadas al mundo angloparlante, abriendo interesantes oportunidades para jóvenes del mundo hispano.

******

Agradezco, en primer lugar, a la presidenta Michelle Bachelet por la confianza que depositó en mí al haberme nombrado por segunda vez como su embajador (la primera fue en India). En China es muy querida, y representar a Chile con ella en La Moneda constituyó un privilegio muy especial. En China tuve la suerte de contar con un grupo de colegas de lujo en el cuerpo diplomático en Beijing. Con Diego Guelar, de Argentina, y Marcos Caramuru de Paiva, de Brasil, recreamos el legendario «ABC»(Argentina, Brasil y Chile, una agrupación surgida a comienzos del siglo XX) en Beijing y tuvimos un gran seminario conjunto de promoción de inversiones en infraestructura y energía; con Julián Ventura, de México (quien sería luego subsecretario de Relaciones Exteriores de su país), compartimos muchos momentos gratos, realzados por una larga amistad familiar; con Imad Moustapha, de Siria, y Ali Murat Ersoy, de Turquía, finos intelectuales, tuvimos extensos intercambios sobre política internacional y el nuevo papel de China en ella; con Manuel Valencia, de España, caso único de diplomático de carrera, empresario de afición y pintor de vocación, desarrollamos una gran amistad y compartimos veladas degustando vinos chilenos y españoles; con Max Baucus, durante muchos años presidente de la Comisión de Hacienda del Senado de Estados Unidos, sostuvimos extensas conversaciones sobre China milenaria, como las tuve con Michael Clauss, de Alemania, y Maurice Gourdault-Montagne, de Francia, representantes de lo mejor de la diplomacia europea.

Me siento especialmente en deuda con Yang Rui, el conductor del programa de TV «Diálogo con Yang Rui» en la Red China de Televisión Global (CGTN, en la sigla en inglés), con quien desarrollamos una genuina amistad y de quien aprendí mucho sobre las complejas realidades de la política china. Einar Tangen, abogado, empresario y opinólogo sin par, es un amigo entrañable, y el mejor desmentido a la noción de que después de una cierta edad es imposible hacer nuevas amistades. El abogado Victor Gao, alguna vez intérprete de Deng Xiaoping, compartió conmigo muchas de sus observaciones sobre el legendario líder que encabezó la apertura y reforma en China. Con el prominente pintor Zhao Gang, quien visitase Chile para una exposición de su obra en el Museo de Arte Contemporáneo, compartimos numerosas veladas muy estimulantes, conversando sobre el enorme auge del arte chino contemporáneo. Fu Jun y Zhang Qingmin, destacados politólogos de la Universidad de Pekín, me abrieron las puertas de esa prestigiosa casa de estudios. Con el profesor Wu Guoping, del Instituto de Estudios Latinoamericanos (ILAS) de la Academia de Ciencias Sociales de China, y un gran amigo de Chile, colaboramos en varios proyectos.

Estas líneas no serían posibles sin la gentil invitación que me hizo el Woodrow Wilson International Center for Scholars, un centro de estudios en Washington D.C., a pasar una temporada allí, de febrero a julio de 2018 primero, y luego de septiembre de 2018 a mayo de 2019. Aquellos que lo conocen saben que hay pocos lugares mejores que el Wilson Center para llevar a cabo un proyecto como este. Cynthia Arnson, directora del Programa Latinoamericano, siempre creyó en él y ha sido un bastión en su apoyo a mis iniciativas. Con mis colegas en el programa, Benjamin Creutzfeldt y Stephen Kaplan, que también aran en el campo de las relaciones sino-latinoamericanas, hemos tenido una relación muy fructífera. Un agradecimiento especial a Richard Wike, director del Programa sobre Actitudes Globales del Pew Research Center, tal vez el centro de encuestas más respetado, quien me orientó acerca de los numerosos estudios de opinión pública realizados por Pew en China y sobre China. Anders Beal, del Programa Latinoamericano, con quien hemos escrito varios artículos a cuatro manos, ha estado siempre disponible para prestar su apoyo. Jonathan Schuler, Boyang Sun, Beverly Li y Duowei Chen, mis ayudantes de investigación, con su trabajo y dedicación infatigables, facilitaron mi acceso a la información necesaria para un proyecto de esta índole.

El manuscrito fue completado y revisado ya en mi nueva casa, la Escuela Frederick S. Pardee, de Estudios Globales de la Universidad de Boston, donde me han dado una cálida acogida. Quisiera agradecer especialmente al decano de la Escuela, Adil Najam, y al director del Global Development Policy Center, Kevin P. Gallagher, por su invariable apoyo. Mis ayudantes de investigación, Aaron Mckisey, aquí en Boston, y Joseph Turcotte, en Toronto, realizaron una gran labor. Ya habiendo terminado la versión inicial del manuscrito, Federico Smith y Manfred Wilhelmy se dieron el trabajo de leerlo y hacerme comentarios sobre el mismo, lo que es muy apreciado.

Finalmente, mis agradecimientos a Paulo Slachevsky de LOM, por creer en este proyecto y llevarlo a buen puerto en una cuidada edición.

Jorge HeineBoston, febrero de 2022

1 Michael Schuman, Superpower Interrupted: The Chinese History of the World. Nueva York: Public Affairs, 2020, p.4.

2 Neruda, Pablo. «China», en Las uvas y el viento. Santiago: Editorial Nascimento, 1954.

3 Sobre los Sassoon, ver Joseph Sassoon, The Sassoons: The Great Global Merchants and the Making of an Empire. Nueva York: Pantheon, 2022.

4 Guangzhou es popularmente conocida como Cantón en países de habla hispana. En 1918, el gobierno de la República China decidió cambiar el nombre oficial de la ciudad de Cantón a Guangzhou.

5 Campanario, Sebastián. «Más allá de lo imaginario: lo que no puede explicar la economía». La Nación, 20 de enero de 2019.

6 Neruda, Pablo. «Discurso de Estocolmo», 21 de octubre, 1971. <https://www.neruda.uchile.cl/discursoestocolmo.htm>,

7 Neruda, Pablo. Confieso que he vivido. Barcelona: Seix Barral, 1974.

8 Bradu, Fabienne. El volcán y el sosiego: Una biografía de Gonzalo Rojas. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2016.

9 «Schwarzman Scholars». Tsinghua University. <www.schwarzmanscholars.org.>.

1 El milagro chino

Durante el llamado «Día de los solteros» (también conocido como el «11/11») se realiza en China una gran venta por Internet: el festival de venta electrónica más grande del mundo. Su octava edición, titulada «Carnaval Nocturno Doble Once de TMall», tuvo lugar el 10 de noviembre de 2017 en Shanghái10. Se realizó en el Mercedes Arena, ubicado en la ribera del río Huangpu, al norte del histórico Bund. Ante un público de tres mil personas congregadas esa noche y una audiencia de quinientos millones de televidentes (sobre todo en China, en que fue trasmitido por canales de TV en Beijing, Shanghái y Zhejiang, así como por sitios de streaming como Youku y Taobaolive, pero también en muchos otros países), el espectáculo de cuatro horas de duración reflejó de cuerpo entero a Alibaba, la mayor empresa de comercio electrónico de China, entidad protagónica del evento y de la cual la plataforma de ventas TMall es parte.

Aunque las primeras ediciones de este festival se realizaron en Hangzhou –la antigua capital imperial en Zhejiang donde Alibaba tiene su casa matriz–, en 2015 tuvo lugar en Beijing y en 2016 en Shenzhen. Jack Ma, el presidente fundador de Alibaba, no descarta efectuarlo en el futuro fuera de China, «en Nueva York, o en Bélgica, o en Chile»11. El llamado «11/11» tiene un volumen de ventas dieciocho veces mayor al de Amazon Prime y dos veces y media el de los conocidos Viernes Negros y Ciber Lunes juntos. El número de transacciones realizadas ese día ha aumentado de 188 millones en 2013 a 1480 millones en 2017; el de órdenes de entrega, de 156 millones a 812 millones; y el número de marcas participantes de veinte mil a ciento cuarenta mil, de las cuales sesenta mil son internacionales12. En ese mismo período, el valor de las ventas se ha quintuplicado, pasando de US$5,7 mil millones a 28,1 mil millones de dólares, cifra superior al producto de Honduras. De hecho, entre los años 2015 y 2017 el valor de las ventas se duplicó, reflejando el dinamismo del mercado de comercio electrónico en China, que ya bordea el 18 por ciento del total de las ventas al detal en ese país. Y aunque el «11/11» es su evento anual más visible, es solo la punta del iceberg de un rubro que ya es parte integral de la vida cotidiana china.

Amazon y Alibaba son, al momento de escribir estas líneas, los dos gigantes indiscutidos del comercio electrónico en el mundo13. Jeff Bezos, el presidente fundador de Amazon, fue el hombre más rico del mundo, con una fortuna estimada en 131 mil millones de dólares, y Jack Ma, el presidente fundador de Alibaba, llego a ser el segundo más rico de China, con un valor estimado de 37,3 mil millones de dólares.

¿A qué se debe el éxito de Alibaba?

El espectáculo de esa noche de noviembre en Shanghái da algunas pistas.

«Esto no es sobre la plata», rezaba el texto de una de las canciones iniciales, «solo queremos que todo el mundo baile» –dando el tenor de la velada, una curiosa amalgama entre comercio y espectáculo, entre «show business» y «e-commerce»–. El resto de la noche, en un notable despliegue de canto, música, danza, magia, mentalismo, acrobacia y deportes por algunas de las grandes estrellas chinas y del mundo, refleja cómo Alibaba ha revolucionado algo tan básico (y tan consustancial a la condición humana) como comprar y vender.

De los primeros en aparecer en escena fue Luis Figo, el conocido futbolista portugués (con un «hoodie» anunciando el champú Head and Shoulders), quien no tenía muy claro su papel en la función (al preguntarle qué le encargaban sus familiares cuando salía de viaje, dijo, «nada»). Su desempeño deportivo tampoco fue de los más lucidos: pateó tres penales, todos los cuales fueron atajados por un arquero-robot, motivando numerosas excusas del maestro de ceremonias, aunque el mensaje no podía ser más claro: aún las grandes estrellas del fútbol europeo son impotentes ante la tecnología china.

Siguiendo con el tema deportivo, un par de esculturales modelos (una india, la otra china), con camisetas con la leyenda «entrena como un ángel», promovieron la ropa interior de Victoria’s Secret, así como sus tenidas deportivas (Victoria’s Sport), en forma elegante, si bien no demasiado osada, dando lugar a la toma de numerosas «selfies» de animadores, modelos y bailarines –el i-Phone X, así como el Vivo X20, eran otras de las estrellas de la noche (la mayoría de las compras electrónicas en China se efectúan desde teléfonos celulares).

Un saludo grabado de Mauricio Macri, el presidente argentino, promoviendo las carnes y los vinos argentinos, seguido por mensajes de los jefes de misión de Argentina, Brasil, Chile y México, grandes exportadores de alimentos a China, le dieron el toque latinoamericano a la velada (el embajador argentino Diego Guelar, al día siguiente, entregaría personalmente a un vecino de Shanghái un paquete de camarones argentinos que éste había adquirido vía TMall la noche anterior, para deleite de la familia en cuestión). Cantantes y conjuntos chinos de música popular china se alternaban con avisos de relojes Tissot y autos Subaru (el modelo XV, en rojo). A la tenista rusa María Sharapova la hicieron correr en competencia con la caída de un conjunto de dominós (que casi le ganan), carrera en la que fue eclipsada poco después por un velocista chino, que, como era de esperar, corría bastante más rápido que la Sharapova. El pianista chino Lang Lang se lució con varias melodías de música popular, mientras el mensaje «¡eres lo que compras!» se repetía en pantallas gigantes con imágenes de jóvenes parejas tecleando en sus celulares, provocando, como por arte de magia, la caída desde el cielo de cajas y bolsas llenas de todo tipo de manjares, ropa y productos electrónicos.

¿El comprar como entretención?

La pieza de resistencia, sin embargo, fue al final de la larga jornada de cuatro horas, en que la estrella de cine de Hollywood Nicole Kidman, con un vestido de lentejuelas doradas, ante un trasfondo del hemiciclo de una sala de ópera, hizo su aparición en escena, para regocijo de los espectadores. Y fue la Kidman quien presentó a Jack Ma, el presidente fundador de Alibaba, artífice del evento, y, para todos los efectos, padre del comercio electrónico chino. En circunstancias normales, unas breves palabras de saludo al público y de agradecimiento a sus colaboradores y los millones de clientes de Alibaba en China y en el mundo habrían bastado. Pero eso no sería conocer a Ma.

De acuerdo al tono hollywoodense de la velada, Ma, un hombre de baja estatura, hiper-delgado, y cuya tenida habitual es un traje negro con una camisa blanca sin cuello (pero que en esta ocasión vestía un abrigo de tela verde con solapas en puntas negras, y una camisa negra sin cuello, debajo de la cual se le asomaba una camiseta blanca) presentó un anticipo de su propia película, producida y actuada por él mismo. Titulado El Arte del Ataque y la Defensa (Gong Shu Dao), y con un elenco estelar de cantantes, actores y coreógrafos de China, Hong Kong, Mongolia y Tailandia, el corto de veinte minutospertenece al género cinematográfico de las artes marciales chinas, algo que ha fascinado a Ma desde siempre. Practicante del tai chi desde que tenía 20 años, Ma es un devoto seguidor de las novelas sobre ello (wui xia) del escritor Louis Cha, a tal punto que alienta a los empleados de Alibaba a adoptar sobrenombres basados en los personajes de los libros de Cha. Fiel creyente en la necesidad de difundir el tai chi y sus bondades, Ma dedicó 12 horas diarias durante 12 días consecutivos al rodaje de la película, que ha sido difundida vía Youku, el servicio de streaming de videos afiliado a Alibaba, y trasmitida en forma gratuita en cines.

Críticos de cine comentaron que era tal vez demasiado corta como para hacer una evaluación formal de su calidad artística y que parecía más bien un truco publicitario para promocionar el «Día de los solteros» y así aumentar la audiencia y las ventas.

Esto delata una profunda incomprensión de quién es Jack Ma, lo que hace Alibaba y en qué radica el secreto de su éxito, quien ha transformado el mercado de las ventas al detal en China y, crecientemente, en el mundo. Lo que la gala del «Día de los solteros» logra cada noviembre es fundir en una sola dos actividades tradicionalmente separadas: las compras y la entretención. Mientras la primera, con todo lo motivante que resulta para muchos en nuestras sociedades de consumo, lleva consigo una fuerte carga de malos ratos asociados a congestión automovilística, aglomeraciones de clientes, escasez de vendedores y largas filas para pagar en las cajas de las tiendas; la segunda es comúnmente asociada a momentos gratos para disfrutar conciertos o espectáculos. Lo que el festival del «Día de los solteros» promete (y entrega) es comprar y pasarlo bien al mismo tiempo: shopping y streaming, sin solución de continuidad.

La diferencia con la rutinaria visita a un mall es importante. Asimismo, Alibaba logra crear un híbrido intangible entre lo chino y lo occidental, entre lo local y lo global. Si bien el programa del evento está sobre todo dirigido al público chino, cuenta también con suficientes artistas occidentales y una dosis de diálogo y presentaciones en inglés como para hacerlo atractivo al público del extranjero, donde otro brazo de Alibaba –Aliexpress–, tiene cada vez más éxito. En este marco, tratar de hacer la distinción entre Gong Shou Dao como expresión artística, por una parte, y como aviso comercial, por otra, es fútil. Es ambas y ninguna de ellas a la vez. Es producto de la comprensión por parte de uno de los grandes empresarios y visionarios de nuestro tiempo que, en la era digital, la naturaleza del consumo se replantea y solo aquellas empresas que lo entiendan sobrevivirán. Apunta a la profunda verdad de que, en tiempos en que la competencia por la atención del consumidor es feroz, los que incorporen la parte de show de sus negocios con la de business, tendrán una gran ventaja.

Dicho esto, cabe notar que, así como las empresas de Big Tech están encontrando creciente resistencia en los Estados Unidos y en Europa debido a su desmesurado crecimiento, que las ha transformado en verdaderos gigantes casi todopoderosos, algo similar terminó ocurriendo en China. En 2020, poco antes del lanzamiento en bolsa en Estados Unidos de Ant, el brazo financiero de Alibaba, en lo que se esperaba habría sido el mayor lanzamiento en bolsa de la historia, el gobierno chino lo paró, en lo que constituyó un duro golpe a la empresa y a Jack Ma, llevando a una fuerte caída en el precio de las acciones de Alibaba. Ello ocurrió poco después que Ma había criticado fuertemente en un discurso a las agencias regulatorias chinas. El resultado fue que Ma no volvió a aparecer en público por varios meses, algo muy poco usual. El gobierno chino también tomó medidas para establecer controles mas estrictos sobre las actividades de otros gigantes del sector como Ten Cent. Nada de esto significa un intento por poner fin a estas empresas, como no lo son los intentos de la Unión Europea o de los Estados Unidos de fijar límites a las actividades de Facebook o Google. Pero sí indica que el paso del comercio electrónico, las redes sociales y/o los videojuegos a la condición de ente financiero capaz de apalancar esa enorme cantidad de datos para transformarse en un superbanco, era un paso más allá de lo que el gobierno chino estaba dispuesto a aceptar.

¿En qué consiste el milagro chino?

Si veinte años atrás alguien hubiese dicho que una empresa china sería una de las gigantes del comercio electrónico mundial, habría sido desestimado como un loco. Hoy, sin embargo, es un dato de la causa. Y el comercio electrónico es solo una de las numerosas áreas en que China ha crecido y se ha desarrollado en forma exponencial en el curso de las últimas décadas. Esto desmiente las aseveraciones que aseguran que los chinos serían muy buenos para copiar, pero no para innovar. El caso del comercio electrónico es un buen ejemplo de innovación en materia de procesos comerciales. Pero el mismo se da en el marco más amplio de los profundos cambios que se han dado en China en el curso de los últimos cuarenta años, desde el proceso de reforma y apertura (gaige kaifang) iniciado en 1978.

Los enormes avances económicos de China en las últimas décadas no deberían sorprender.Entre 1500 y 1800, China era la economía más grande del mundo, representando un tercio del producto global. Para algunos observadores, el inicio de la primera globalización se dio con la así llamada Ruta de la Plata, por medio del Galeón de Manila, que haciendo el crucero entre Manila y Acapulco entre 1565 y 1815, inauguró el comercio entre China y las Américas, conectándolo también a Europa y África14.

Con el inicio de la Revolución Industrial, la subsiguiente Guerra del Opio y la invasión y ocupación de China por parte de potencias europeas, China entró en lo que los historiadores denominan «el siglo de la humillación». Este es un período marcado por derrotas no solo ante los europeos, sino que también ante los japoneses; marcado por el fin del Imperio y de la dinastía Qing; la colonización japonesa entre 1931 y 1945; y la la guerra civil entre el Kuomintang y el PCCH.

Este «siglo de la humillación» llegó a su fin con la Revolución de 1949, pero eventos como el Gran Salto Hacia Adelante (1958-1961) y la Revolución Cultural (1966-1976) siguieron agitando a la sociedad china hasta el inicio del período de apertura y reforma en 1978.

Desde entonces y durante estas últimas cuatro décadas, China ha dado pasos gigantescos hacia recuperar ese antiguo sitial que alguna vez tuvo. En estos años, China ha aumentado su ingreso per cápita desde US$200 a algo más de US$10.000 en 2021, un crecimiento de cincuenta veces. Ha logrado que setecientos millones de personas dejen atrás la pobreza. Se ha urbanizado, pasando de un 20 por ciento de población urbana a un 58 por ciento en 2021, con proyecciones que indican que esta llegará a un 70 por ciento en 2030. Asimismo, la expectativa de vida en China ha pasado de 67,8 años en 1981 a 77,1 años en 2021. China se ha convertido en la segunda economía más grande del mundo, con un producto de US$17,7 billones de dólares en 2021, solo superada por la de Estados Unidos, y representando un 18 por ciento del producto mundial. Es, también, la mayor potencia manufacturera en el mundo y la mayor potencia exportadora. China es el mayor productor de autos (con 25 millones de unidades en 2021), y está a la cabeza en la producción de energías renovables, como la solar y la eólica, tanto en tecnología como en volumen producido.

Entre 1978 y 2008, China creció a un promedio anual de un 9,9 por ciento, algo que ningún economista consideraba posible en país alguno, menos en uno del tamaño de China, con sus 1.360 millones de habitantes. En 2008-2009, con ocasión de la crisis financiera internacional (la así llamada «Gran Recesión»), iniciada en Wall Street, pero que luego afectaría a gran parte del mundo, China salió adelante gracias a un paquete de estímulos de US$600.000 millones que mantuvo a su economía creciendo a buen ritmo y que contribuyó a evitar que la crisis llegara a mayores. Desde entonces, aunque a una tasa inferior a los dos dígitos, China ha seguido creciendo entre 6,5 y 7 por ciento anual, el triple de las economías desarrolladas. China ya es la mayor economía del mundo medida en términos de paridad de poder adquisitivo. Todas las proyecciones indican que, de seguir creciendo al ritmo actual, será la mayor economía, superando a la de Estados Unidos a fines de la década de 2020.

En esas circunstancias, no es de sorprender que, aunque China ya no crezca al 10 por ciento anual, las perspectivas del público chino sobre el futuro de su país durante el gobierno de Xi Jinping siguen siendo optimistas. Según una encuesta en 2016, «casi nueve de cada diez [chinos] describen la situación económica como muy (33 por ciento) o bastante (54 por ciento) buena»15. Esta opinión pública es también optimista respecto del largo plazo. «Ocho de cada diez (82 por ciento) piensan que cuando los niños de hoy crezcan, van a estar en mejor situación financiera que sus padres […] Esta perspectiva positiva está en agudo contraste con el pesimismo que se da en los Estados Unidos y gran parte de Europa»16.

Durante los últimos años China se ha dotado de activos, como una red ferroviaria de 141.000 km de extensión, 40.000 de los cuales son para trenes bala (un 66 por ciento de todas las líneas ferroviarias de alta velocidad que hay en el mundo); dos de los metros más largos del mundo, el de Shanghái y el de Beijing; una red de carreteras de 136.500 km; mil seiscientos millones de teléfonos celulares, de los cuales mil millones son teléfonos inteligentes; mil millones de internautas (uno de cada cuatro en el mundo); algunos de los mayores puertos de carga del mundo, como Shanghái y Guangzhou, y algunos de los puentes más largos, incluyendo el de Zhuhai a Hong Kong, de una extensión de 55 km de largo, construido a un costo de 20 mil millones de dólares.

¿Cuál es el secreto del éxito chino?

Una respuesta ramplona, aunque no por ello menos difundida, es que China ha llegado lejos porque es un país muy grande, con una enorme población, y por pagar bajos salarios, lo que le permitiría producir (y exportar) a precios muy competitivos. Esta noción, desde luego, choca con dos realidades: la primera es que hay otros países con una vasta población que están muy lejos de alcanzar el desempeño económico chino. La segunda es que los salarios en China hace tiempo que dejaron de ser tan bajos, superando hoy a los de muchos países vecinos.

Como suele ocurrir, no hay una respuesta unívoca a esta pregunta. Hace algunos años, sin embargo, el Banco Mundial, en uno de los estudios más exhaustivos sobre la economía china, dio algunas pistas sobre lo que hay tras este éxito17. Lo iniciado en 1978 se ha traducido en el mayor aumento de bienestar para la mayor cantidad de seres humanos, en el período más breve que se haya visto en la historia. En apenas cuarenta años (entre 1978 y 2017), setecientos cuarenta millones de personas en China han salido de la pobreza. Y el gobierno chino anunció haberla erradicado del todo en 2020. Esto puede ser disputado por algunos, pero, de hecho, parte importante de la razón por la cual se alcanzaron las Metas de Desarrollo del Milenio en el mundo en 2015 fue por avances en materia de reducción de la pobreza en China18. Hay distintas maneras de medir la pobreza, pero los indicadores chinos son los utilizados por la ONU.

Lo ocurrido en China no fue una bendición caída del cielo (como podría ser el súbito descubrimiento de vastos yacimientos de petróleo), sino que se debió al producto de ciertas políticas públicas que se reflejan en la forma de aproximarse al manejo de la economía política en el país.

La poca ortodoxa combinación de una economía de mercado con un sistema político de partido único, dirigido por el Partido Comunista, ha generado numerosas interrogantes acerca de la naturaleza del sistema chino. ¿Es socialista? ¿Es capitalista? La respuesta oficial es que se trata de un «socialismo con características chinas». Esta respuesta genera más preguntas que las que responde, pero da al menos un punto de partida para un intríngulis a la que se han abocado sinólogos y científicos sociales durante décadas. Un examen más pormenorizado del enfoque seguido por los tomadores de decisiones y hacedores de políticas en China nos da luces sobre cómo opera el sistema chino.

Deng Xiaoping no escribió tratados de política económica ni es conocido como un gran pensador sobre teoría económica19. Sin embargo, tenía una comprensión intuitiva sobre la conducta de los seres humanos; qué los mueve y motiva, y cómo alinear los estímulos de manera tal que den los mejores resultados. Su orientación empírica se refleja en su frase ya clásica: «buscar la verdad en los hechos». Así sentó las bases para el crecimiento y el desarrollo chino que se han visto en décadas recientes, bases y principios que han sido aplicados por sus sucesores con las variaciones del caso20.

Es clave entender a cabalidad los principios operativos con que se maneja China, porque, en general, la perspectiva de los analistas y periodistas occidentales que escriben sobre el país ha oscilado entre dos extremos. Por una parte, está la escuela «colapsista», que vive anunciando la inminente caída del régimen chino, el estallido de la así llamada «burbuja roja» y el consiguiente colapso de la red del comunismo chino, para dar paso a un régimen liberal-democrático21. Este sería el que habría impuesto Chiang Kai Shek en 1949 si no hubiese sido por la interposición de Mao Zedong y su Partido Comunista Chino, ayudado por la Unión Soviética, que torcieron el rumbo de la historia y encaminaron a China hacia el totalitarismo que conocemos hoy y que ha regido en China por ya casi siete décadas. La forma en que opera la escuela colapsista queda reflejada en el siguiente ejemplo.

En agosto de 2015, durante la visita de una delegación de ministros y otras autoridades desde Chile, la cual coincidió con una fuerte caída en la Bolsa de Shanghái y una devaluación del yuan (que gatilló editoriales en la prensa chilena sobre «el comienzo del fin del comunismo chino»), un periodista me preguntó si consideraba que las fechas programadas para la así llamada Chile Week en China, en la que participaban ministros, habían sido las mejores, dada la crisis por la que estaba pasando China. Mi respuesta fue triple. Señalé que, por una parte, estas actividades se programaban con meses de anticipación y que no había forma de saber cuándo iba a bajar la bolsa o sería devaluado el yuan. Por otra parte, respondí que era precisamente en los momentos difíciles que se veía quiénes eran los verdaderos amigos, y que para Chile era importante dar la señal de que, con dificultades y todo, Chile decía presente en China con una delegación público-privada de alto nivel. Y en tercer lugar, que me parecía que, más allá de las fluctuaciones de la bolsa y del yuan, los fundamentos de la economía china eran sólidos y que esta seguiría creciendo como lo había hecho hasta entonces (el crecimiento del PIB chino en 2016 fue 6,5 por ciento y en 2017, 6,9 por ciento). Lo curioso es que tanto en el mundo académico como en el periodístico hay prominentes exponentes de esta escuela de pensamiento que han tenido envidiables carreras pronosticando durante veinte o treinta años algo que nunca ha ocurrido, esto es, el colapso del gobierno chino y la desaparición del Partido Comunista Chino, sin que ello haya afectado en lo más mínimo su credibilidad profesional.

La otra escuela occidental que predomina sobre China plantea que no hay mucho que desbrozar ni desagregar para entender el sistema político chino, ya que, como corresponde a un sistema autoritario, todas las decisiones se toman desde el centro de poder (en este caso, el presidente Xi) y los demás integrantes solo siguen órdenes y las aplican. Es por ello que no tendría sentido utilizar en China modelos analíticos sobre toma de decisiones y política burocrática válidos en otros países. Este autoritarismo sería monocorde y monolítico y la única manera de analizarlo sería en términos de la antigua «kremlinología». Es decir, estudiando a quienes aparecen más o menos cerca del líder máximo en las ceremonias públicas del Partido Comunista.

Esta caricatura tampoco corresponde a la realidad. China es un país con un aparato estatal gigantesco, en el cual, con el correr del tiempo, se han desarrollado intereses diferentes (y a veces divergentes) entre el gobierno central y los de las provincias; entre los gobiernos provinciales y los municipales; entre los diferentes ministerios, así como entre las grandes empresas estatales, no digamos ya entre los bancos y las empresas manufactureras. El sistema es más opaco que en los países occidentales y no es fácil acceder a información sobre cómo es que estas diferencias son procesadas y manejadas, pero ello no significa que no existan ni que no hayan aumentado con el tiempo, en la medida en que el aparato estatal chino se hace más complejo y sofisticado. En contra de lo que podría pensarse, China es uno de los países más descentralizados en términos de cantidad de recursos disponibles de los gobiernos provinciales y municipales, lo que les da un alto margen de maniobra en materia de gestión.

En buena medida, ambas escuelas se complementan mutuamente. La razón por la cual el colapso de un régimen que ya lleva setenta años en el poder sería inminente (y lo ha sido durante todos estos años) sería precisamente porque es hipercentralizado, lo cual, de acuerdo a este razonamiento, es contra natura e insostenible en el tiempo. El que ninguna de las dos escuelas tenga mayor asidero en la realidad nos dice más sobre sus exponentes que sobre China misma.

¿Las políticas públicas como probetas de laboratorio?

Un factor clave en el éxito del proceso de reforma y apertura impulsado por Deng Xiaoping a partir de 1978 fue su carácter experimental e iterativo. Lejos de iniciar cambios masivos a nivel nacional, lo que Deng hizo, siguiendo el viejo principio chino de «cruzar el río sintiendo las piedras» (mozhe shitou guohe), fue iniciar esos cambios en lugares muy puntuales, con considerable autonomía para las autoridades locales. Ello ocurrió inicialmente en los frentes industrial y agrícola y luego se extendió a casi todas las áreas de las políticas públicas. Aplicar políticas públicas a nivel nacional en un país del tamaño de China sin haberlas «testeado» previamente a nivel local sería una receta para el desastre. Por otra parte, dado el tamaño del país, el nivel local puede ser de tal envergadura y los números de tal significado, que permiten extrapolar conclusiones bastante sólidas.

Como ha señalado Sebastian Heilmann –politólogo y sinólogo alemán–, este enfoque, lejos de ser ad hoc, ha sido sistematizado22. El mismo nos da sugerentes pistas acerca del funcionamiento del aparato público en China, así como de su capacidad para implementar reformas. Esta metodología especial para llevar a cabo experimentos en políticas públicas (zhengce shiyan), abre enormes posibilidades para nuevas iniciativas y para «abrir brecha» en la creación de bienes públicos.

Esta forma de llevar a cabo políticas «paso a paso» se basa en tres etapas consecutivas. Estas son interdependientes entre sí y cada una de ellas es gestionada en forma alternada por el nivel local y el central para asegurar su éxito.

La primera consiste de «puntos locales de experimentación» (shidian) o «zonas locales de experimentación» (shiyanqu) que son iniciados, ya sea en un cierto tipo de educación para niños con necesidades especiales o en un cierto modelo de clínica de salud en una zona rural.