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En este volumen, el crítico e investigador de la danza Ismael S. Albelo reúne un conjunto de sus trabajos publicados entre 2000 y 2010 en Cuba, así como algunas consideraciones históricas y teóricas en cuanto a la danza en general y entrevistas con personalidades de este arte. Para así dejar memoria escrita de he¬chos y figuras de la danza cubana e internacional, de aquellos a quienes el autor ha tenido el privilegio de conocer y de la entrega artística y estética que le han reportado. Del mismo modo, con la inclusión de temas históricos y teóricos, se aspira a motivar la reflexión y la polémica, tanto entre los estudiosos, como entre los artistas y el público lector. Estructurado en cuatro partes -Historia, Teoría, Entrevistas y Críticas-, …Y hablando de danza constituye un texto de gran valor para la danza cubana e internacional.
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Seitenzahl: 324
Veröffentlichungsjahr: 2016
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Título original: ...Y hablando de Danza.
Edición: Ana Molina González
Diseño de cubierta: Claudia Méndez Romero
Corrección: Marianela González
Diagramación:Enrique García Martín
© Ismael S. Albelo, 2015
© Sobre la presente edición:
Ruth Casa Editorial, 2015
ISBN 978-9962-645-703-6-2
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
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RUTH CASA EDITORIAL
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Toda obra humana, por muy individual que parezca, requiere la contribución de muchas personas, y este libro no será la excepción.
Ante todo, mi mayor gratitud a Ruth Casa Editorial por darme la posibilidad de trascender mi tiempo con este libro, en especial a Carlos Tablada –quien recibió el texto sin dudas–, Marianela González y Ana Molina –la editora–; a las diferentes instituciones y publicaciones digitales que acogieron los originales que hoy se publican, en especial a CMBF Radio Musical Nacional, Portal de la Cultura Cubana, revista Tablas, RTV Comercial, diario Granma, ICAIC; a amigos y parientes que desde todas partes del mundo contribuyeron con los costes de la edición: Leonard Finger, Amado Albelo, Joe Rosemberg, Winston Alemán y Max Ferrá, Dirk Badenhorst, Daniel Handal, Madeleine Plonsker, Cheryl Tama Oblander, Margaret Willis, Claudia Monja, Juan Carlos Hernández, Dayana Hardy y Javier Monier; y a los lectores, radioescuchas o televidentes que, con su atención, han hecho más útil mi vida al llevarles mis opiniones e investigaciones y contribuir con modestia a la ampliación de sus conocimientos sobre la danza, su historia y su gente.
Muchas gracias a todos.
El autor
En 1991 realicé mi primera incursión profesional en la crítica de danza y, al mismo tiempo, me inicié como maestro en el Instituto Superior de Arte y en la Escuela Nacional de Ballet. Pasados veinte años, el cúmulo de artículos, conferencias, ensayos, investigaciones que he escrito para diferentes medios de comunicación, sobre todo audiovisuales, desborda la medida de cualquier publicación promedio en cuanto a número.
En cuanto a la calidad y el valor que estos trabajos han podido aportar a sus receptores, las palabras de elogio no han sido pocas. A la vuelta de más de sesenta años de vida, creí que debía dejar memoria al menos de parte de este placer de investigar, valorar y enseñar dentro del mundo de la danza, el cual carece, lamentable, de la bibliografía mínima que este arte merece, sobre todo en un país como Cuba, donde tanto se ha hecho por su desarrollo y tanto se ha alcanzado.
Por eso, ante la posibilidad que me brinda Ruth Casa Editorial, he realizado una selección de algunos trabajos concebidos para estos medios en los últimos diez años, con excepción de la entrevista realizada a Alicia Alonso en 1993, toda vez que creo haber madurado mi estilo tras estos años de oficio.
En este volumen se incluye parte de mis trabajos sobre lo publicado entre 2000 y 2010 en Cuba, así como algunas consideraciones históricas y teóricas en cuanto a la danza en general y entrevistas con personalidades de este arte.
Con ello he tratado de dejar memoria escrita de hechos y figuras de la danza cubana e internacional, de aquellos a quienes he tenido el privilegio de conocer y de la entrega artística y estética que me han reportado. Del mismo modo, con la inclusión de temas históricos y teóricos, aspiro a motivar la reflexión y la polémica, tanto entre los estudiosos, como entre los artistas y el público lector.
Desarrollado en cuatro partes, a saber: Historia, Teoría, Entrevistas y Críticas, …Y hablando de danza quiere mostrar la amplia gama de posibilidades que puede ofrecer esta manifestación humana en casi todas sus familias y especies, a partir de mis experiencias con la danza cubana, y aprovechando además las oportunidades internacionales que la vida ha puesto en mi camino.
No era más que un diletante cuando en 1962 vi por primera vez a Alicia Alonso bailar Giselle; luego al Ballet del Siglo XX dirigido por Maurice Béjart, a Maya Plisetskaya en La muerte del cisne, el Improntu galante de Ramiro Guerra o el Ciclo yoruba de Rodolfo Reyes; cuando bailé como aficionado bajo la dirección de Santiago Alfonso y Clara Luz Rodríguez en los lejanos y románticos años sesenta; cuando integré las filas del Ballet Universitario y tuve la oportunidad de recibir lecciones de Joaquín Banegas, Laura Alonso, Lázaro Carreño o Manelyn Rodríguez; o cuando bailé en la Comparsa de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU,) me convertí en un fanático de la danza. Esa memoria no fue escrita… aunque está vívida en mi mente y en mi naturaleza. Por eso no quisiera que mis humildes apreciaciones y estudios sobre la danza cubana y universal queden también en el recuerdo.
Sirva este texto para recoger este sencillo saber y para saldar mi deuda con el pasado.
El autor
La Habana, agosto de 2014
1∗Publicado originalmente enwww.cmbfradio.cu, junio de 2010.
Cuando lagran ballerina romántica María Taglioni debutó en Viena en 1822, dentro del cuerpo de baile una jovencita austriaca de solo doce años la miraba con asombro y avidez.
Lejos estaba de sospechar que unos años más tarde sería su rival y polarizaría, junto a ella, las cuadrillas de fanáticos que llenaban el teatro de la Ópera de París, donde el romanticismo se comenzaba enseñorear. Mientras Taglioni encabezaba los espíritus etéreos, ella, más joven, más bella, con más gracia y picardía, llevaba a los hombres hasta los límites del proscenio para ver sus hermosas piernas bajo los volantes de sus sayas españolas, italianas o de cualquier territorio exótico de los tantos paisajes que daban marco a los ballets de esas décadas.
Esta hermosa austriaca, que había nacido en Viena el 23 de junio de 1810 —hace ahora doscientos años—, era Fanny Elssler, la intérprete de boleros, tarantelas, cracovianas y smolenskas; la ballerina que bailaba en los mejores teatros del mundo con castañuelas y panderetas, pero que también encarnó espíritus silfídeos y casi todas las posibilidades que la danza de la época puso a su disposición.
Fanny Elssler, luego de una brillantísima carrera en Londres, París, Viena, San Petersburgo, fue la única que se atrevió a cruzar el Atlántico y bailar en América. Pero lo que debe mover a los cubanos a la celebración del bicentenario de su natalicio es que Elssler solo visitó dos países de aquel nuevo continente: los Estados Unidos... ¡y Cuba!
El hecho de que hubiera pisado nuestros escenarios en La Habana y Matanzas es, por sí mismo único e insólito. Colonia española, Cuba se le presentaría quizás como otro de los muchos sitios exóticos de utilería, donde había representado su Florinda, su Esmeralda, su Gipsy. Pero tal vez no esperaba que, donde aún no se conocía lo suficiente el arte del ballet, ella iba a arrebatar al punto del delirio, que los mejores poetas de la Isla le dedicarían sonetos y odas, que los teatros se abarrotarían y que sus ojos se llenarían de lágrimas al ver esa respuesta hacia su arte.
Elssler debutó en el Gran Teatro de Tacón —hoy Gran Teatro de La Habana— el 23 de enero de 1841 con el ballet La sílfide, que había hecho famosa a su rival Taglioni, permaneció actuando hasta el 11 de febrero y, aunque como homenaje bailó un jaleo de Jerez, en su segunda visita de 1842 —que incluyó también la ciudad de Matanzas, con presentaciones en el Teatro Principal— se despidió con un zapateo cubano.
Fanny dejó memoria en el pueblo cubano y sus costumbres, en la moda, la culinaria, las marquillas de tabacos, pero puede reconocérsele el haber formado sus cuerpos de baile en la Mayor de las Antillas con negras a las que vistió como sílfides y les prohibió fumar en el escenario. Nos puso al tanto de los más famosos ballets de aquellos años en Europa, como La sonámbula, La tarántula, Natalie, La Gipsy, selecciones de El diablo cojuelo y sus amados números de concierto.
Pero, además, la Elssler dejó testimonios de sus visitas a Cuba. Sobre su estancia entre nosotros escribió en sus memorias:
HAVANNE
Je dois à toi une autre et très brillante page à ma carrière artistique. Je dois à toi les épreuves dorées d’une générosité Habanera. Mais je dois à toi sur tout une jouissance de cœur pour un don d’une valeur infinie, le don des vrais amis. Compte, belle Havanne, sur ma reconnaisance.
Havanne, ce 22 février 1841
[Habana: te debo otra brillante página de mi carrera artística. Te debo las hermosas muestras de una generosidad habanera. Pero te debo sobre todo una alegría inmensa por un regalo de un valor infinito, el regalo de los verdaderos amigos. Cuenta, hermosa Habana, con mi reconocimiento.La Habana, 22 de febrero de 1841 (La traducción es del autor).
Fanny Elssler en la cachucha de El diablo cojuelo, litografía de Lafosse sobre dibujo de Alle Deveria y August Barre, 1836. Biblioteca de la Ópera de París.
2 Ponencia al 8vo. Congreso de Investigaciones sobre Danza, Consejo Internacional de Danza, Argos, Grecia, 2004.
Introducción
Apesar de ser la República de Cuba un pequeño y subdesarrollado país inserto en el mar Caribe y en el hemisferio Occidental, con una antigüedad de cinco siglos y una conformación como Estado de apenas dos centurias, se ha hecho conocida en el mundo por varios motivos: por ser uno de los mayores productores de azúcar y tabaco; por haber realizado una revolución socialista a pocos kilómetros de los Estados Unidos; por permanecer defendiendo sus ideas sociales y políticas a pesar de la desaparición del campo socialista; por poseer índices de educación y salud a los más altos niveles; por ser la Patria de Fidel Castro.
La cultura también ha sido una esfera destacada para Cuba, al poseer buena cantidad de escritores, poetas, pintores, músicos e intelectuales de renombre internacional. Mucha música cubana de diferentes géneros bailables también nos ha dado fama: la rumba, el son, el danzón o el cha cha chá se adueñaron de los salones de baile en Europa y América del Norte en diferentes momentos de la historia.
La danza profesional ha tenido también nombres imprescindibles para la danza mundial: baste mencionar el de Alicia Alonso, prima ballerina assoluta, directora del Ballet Nacional de Cuba y estrella indiscutible por más de cincuenta años del ballet internacional.
En los últimos tiempos, nombres de bailarines cubanos —no solo de ballet, sino de otras especialidades— figuran en los elencos de las más importantes compañías de todo el mundo. Del mismo modo, profesores y maestros cubanos aparecen con frecuencia en los staffs de conocidas agrupaciones y escuelas del planeta.
No es difícil comprender por qué Cuba, bloqueada y pobre, mantiene en su danza el desarrollo, la alegría y las raíces de su pueblo. El cubano nace bailando, y sus tradiciones permiten que se mantenga como una nación danzante, a pesar de cualquier contingencia.
Pero esto hubiera sido solo una característica “étnica” de nuestro pueblo —parte español, parte africano, finalmente caribeño y mediterráneo—, de no haberse estructurado en los últimos cuarenta años un sistema de enseñanza especializada, que también abarca otros terrenos como el deporte, la música, las bellas artes, etcétera.
El recorrido de la educación danzaria en Cuba y su actual consolidación dentro de la Revolución Cubana han probado que no es un simple “accidente étnico”, sino un verdadero trabajo científico realizado para producir bailarines y maestros de rango internacional, además de construir una cultura de la danza en nuestro pueblo y convertirla en verdadero patrimonio de la nación.
A quienes se acerquen por primera vez a nuestra educación de la danza, el siguiente trabajo puede ayudarles a iniciarse en la ardua y fructífera misión de enseñar no solo el ballet, la danza contemporánea o el folklore, sino también a iniciarse en el estudio de las tradiciones danzarias, sostener los bailes populares y crear el amor por una de las acciones más cercanas al hombre: el baile. Asimismo, puede servir de introducción a quienes, contando con tradición y personas interesadas, muchas con verdaderas aptitudes, no han podido construir un sistema educacional suficiente para obtener los logros que Cuba ha tenido en este ámbito.
Sirva este trabajo, pues, para conocer la danza cubana desde otro aspecto además de la mera interpretación, el cual garantiza el presente y avisora el futuro para cualquier pueblo danzante —que son muchos en el mundo—, de modo que se desarrolle y se obtengan resultados como los que hoy exponemos los cubanos. Esto es, desde la visión de la enseñanza de la danza.
Antecedentes
Al ser conquistada y colonizada Cuba por España en el siglo xvi, y exterminada su población autóctona, todas las manifestaciones danzarias de taínos y siboneyes —los grupos indígenas más numerosos— desaparecieron apenas llegada la “civilización” europea.
Durante los siglos xvi, xvii y xviii, la introducción de mano de obra africana esclava propició que se fomentara la mezcla entre el blanco hispano y el negro africano, lo que provocó una hibridación cultural denominada transculturación por el sabio etnógrafo cubano Dr. Fernando Ortiz.
Ambos grupos sociales y raciales eran muy dispuestos para el movimiento, por lo que era de esperar que el nativo de la colonia española de Cuba, conocido también como criollo, tuviera en la danza un medio natural para expresarse. En un principio esto ocurrió por separado —los negros con sus danzas religiosas y los blancos con sus danzas recreacionales—, pero para fines del siglo xviii muchas de ellas se habían fusionado con otras influencias europeas, en especial de la contredanse francesa y la country dance inglesa.
El siglo xix marcó el verdadero nacimiento de la sociedad cubana y, junto a sus primeras manifestaciones de independencia económica y política, aparecieron las primeras señales del surgimiento de una cultura mestiza, pero con valores propios, para ser identificada como cubana.
La danza social cubana se desarrolla y toma auge a lo largo de todo este siglo, y aparecen formas como la contradanza criolla, la danza, la habanera y el danzón, nuestro baile nacional.
Los primeros signos de la enseñanza de bailes de salón en Cuba se remontan también a los últimos años del siglo xix, cuando las señoras francesas que emigraban de Haití, huyendo de la Revolución, se establecieron con sus familias en el Oriente del país y se dedicaron a impartir clases de música, artes manuales, buenas costumbres y, por supuesto, de danza, a la nueva burguesía criolla que unos años más tarde comenzaría, también por el Oriente del país, a buscar su independencia de la metrópoli europea.
Sin embargo, la primera noticia de un maestro de danza social y escénica en Cuba se tuvo en 1800 a través de un anuncio publicado en un periódico habanero, donde el señor Jean Guillet —de incierto origen francés o catalán— ofrecía sus servicios en su “estudio” de la calle Empedrado en La Habana. Así parece haber comenzado la enseñanza del baile en Cuba.
A lo largo del siglo xix, otros maestros europeos y norteamericanos establecen sus academias en diferentes ciudades cubanas, y en los primeros cincuenta años es frecuente encontrar en los diarios las bondades de estos maestros de baile, coincidiendo con el auge también de la actividad danzaria en los teatros, que trajo a nuestras costas a figuras como a Eugenie Martín de Lecomte, Hipollite Monplaisir y a la gran Fanny Elssler, quien nos visitó en dos ocasiones.
Pero hacia la segunda mitad del siglo, bajo la influencia de las guerras de independencia y la decadencia de la danza europea, la actividad danzaria se vio reducida, tanto en lo espectacular como en lo docente, aunque subsistieron los maestros de baile, sobre todo para danzas de salón.
Inicios
Con la llegada del siglo xx resurge el interés por la danza en Cuba. Alcanzada la independencia y con el disfrute de una aceptable estabilidad económica —sobre todo después de la primera posguerra—, con la visita de diferentes compañías europeas y norteamericanas se restablece el gusto por los espectáculos danzarios, que tuvieron como principal momento las tres visitas de Anna Pávlova con su compañía (1915, 1917 y 1918-1919).
Después de su paso por Cuba, algunas de sus bailarinas se establecieron en nuestro país y abrieron academias para la enseñanza del ballet. La señora Fernan Flor (su nombre real era Ina Claire), autotitulada “miembro de la compañía de Anna Pávlova” —dato no confirmado— fue una de las más conocidas maestras de los primeros años del pasado siglo.
La mayor parte de estas academias se establecían en la ciudad de La Habana. Alumnas de la señora Flor como Silvia Medina de Goudie, Mercedes Camejo y Marianela González abrieron también sus escuelas privadas. Pero una de las más conocidas de los primeros treinta años del siglo xx fue la que creara Dania Desco, cuya hija, Lina, aprendió a bailar sur les points con zapatillas no preparadas al efecto, por lo cual bailaba “ballet” sobre sus propios —y adoloridos— dedos de los pies. También en el céntrico barrio habanero del Vedado, Margot Párraga construyó una lujosa academia, muy visitada por las niñas de la alta sociedad.
Otras instituciones en las que se enseñaron ballet y danza en Cuba durante los primeros años del pasado siglo fueron el Conservatorio Municipal de Música de La Habana, con la profesora Ana Mariani, quien formó una pequeña pero fundadora generación de bailarinas; y ya en los años cuarenta, las ballerinas del Original Ballet Ruso del Coronel de Basil: Nina Verchinina y Ana Leontieva, quienes se establecieron en la capital cubana y crearon academias privadas.
Verchinina enseñaba con métodos no ortodoxos para el ballet: excluía ejercicios en la barra, utilizaba el trabajo en el piso, de la pelvis y del torso, y poseía cierta influencia de la danza expresionista alemana. La Leontieva se hizo acompañar de su madre, Eugenia Klementskaya, exsolista del Ballet Imperial de Rusia e integrante de los míticos Ballets Rusos de Diaghilev, y creó en 1944 una compañía semiprofesional que llevaba su nombre, registrada como el primer intento de profesionalizar el ballet en nuestro país. La Leontieva fue también una reconocida coreógrafa y dirigió la Escuela Provincial de Ballet de La Habana en 1962.
Pero, sin duda, la más seria y trascendente academia de danza de este período fue la que se fundó en 1931 dentro de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, la cual, durante cuarenta años, hizo una importante contribución al conocimiento y al desarrollo del ballet en Cuba. Era una institución privada y no tenía dentro de sus objetivos la formación de bailarines profesionales; no obstante, muchos de sus alumnos bailarían en compañías internacionales como el Ballet Ruso de Montecarlo, el Original Ballet Ruso, el Ballet Theatre o el Ballet de Sttutgart, entre otros.
Su primer director y maestro fue el ruso Nicolás Yavorsky, un cosaco que visitara Cuba con la Opera Privée de París, pero que inició en el arte del ballet a quienes crearían las bases de la escuela cubana de este arte: Alicia, Fernando y Alberto Alonso. Yavorsky y la Academia de Baile de Pro-Arte Musical promovieron, tanto el gusto por las representaciones de ballet, como sus primeros rudimentos en la formación de bailarines.
En 1950 se funda la Academia de Ballet Alicia Alonso como necesidad de formar bailarines para la compañía profesional creada dos años antes. Aquí se inició, con un concepto científico y profesional, la verdadera formación de artistas para la danza —especialmente de ballet—, y comenzó a gestarse lo que años más tarde se conocería como la escuela cubana de ballet.
Esta Academia incluía, por primera vez en Cuba, un currículo compuesto por asignaturas como Historia de la Danza y del Teatro, Danza moderna, Maquillaje, Estética, y en las especialidades Dúo clásico, Repertorio, Puntas, etc. Se iniciaba la verdadera formación de profesionales de la danza en nuestro país.
Asimismo, se generó un ambicioso plan de becas para alumnos sin recursos económicos y con talento para la danza, del cual surgieron algunas primeras figuras del ballet cubano como Mirta Plá, Aurora Bosch, Margarita y Ramona de Sáa.
También hacia fines de los años cincuenta, un cubano que había estudiado en los Estados Unidos con Martha Graham, Ramiro Guerra, o bailarines norteamericanos establecidos en La Habana, como Lorna Burdsall, introducirían, con muchos sacrificios económicos y artísticos, la enseñanza de la danza moderna en Cuba. Pero al no haber apoyo del gobierno de esa época para la cultura, estos intentos tuvieron que esperar al triunfo en 1959 de la Revolución dirigida por Fidel Castro.
Consolidación
Con el triunfo de la Revolución en 1959, la cultura cubana se institucionaliza, y el Estado —a través del Teatro Nacional de Cuba, del Consejo Nacional de Cultura y, posteriormente, del Ministerio de Cultura— subvenciona toda la actividad cultural que se desarrolla en el país. Se reestructura el Ballet Nacional de Cuba (había sido fundado en 1948 bajo el nombre de Ballet Alicia Alonso, y sus directores decidieron disolverlo en 1956 en protesta por la dictadura de Batista), se funda el Conjunto Nacional de Danza Moderna (hoy Danza Contemporánea de Cuba), el Ballet Folklórico de Oriente en Santiago de Cuba y el Conjunto Folklórico Nacional de Cuba. Estas tres últimas compañías profesionales fueron las primeras creadas en nuestro país de las manifestaciones de danza moderna y folklore.
Un eficaz sistema de enseñanza artística se comienza a estructurar a partir de 1962, año en que toda la educación cubana comienza a ser completamente gratuita y subvencionada por el Estado en todos los niveles y especialidades, desde la primaria hasta la universitaria y de posgrado.
En esa fecha se inaugura en La Habana la Escuela Nacional de Arte, donde se comenzó por la Escuela Nacional de Ballet, dirigida por el maestro Fernando Alonso. Para 1965 se establecería la de Danza Moderna y Folklórica, dirigida por la maestra norteamericana Waldeen de Valencia, radicada en Cuba, y al año siguiente, por Lorna Burdsall. Además del personal cubano, enseñarían allí profesores mexicanos y norteamericanos, como Elena Noriega y Elfrida Mahler. Años más tarde se crea también la Escuela Nacional de Espectáculos Musicales.
Desarrollo
Tomando como base las experiencias anteriores, la enseñanza de la danza en Cuba después de 1962 comenzaría por el ballet. Se realizó una convocatoria nacional para aspirantes y se recorrería todo el país en busca de talentos escondidos en los lugares más apartados. En la búsqueda de varones, se visitaron instituciones que albergaban niños huérfanos o de muy bajos recursos económicos, cuyas familias no conocían los tabúes que sobre los hombres bailarines persisten en muchas partes del mundo. Este primer grupo estudiaría sobre un programa de seis años en los que simultaneaban el aprendizaje de las especialidades danzarias con la escolaridad secundaria, de modo que egresaron como bailarines-profesores y con títulos de Bachiller.
Los primeros graduados de esta escuela integraron en 1968 el Ballet Nacional de Cuba y el Ballet de Camagüey, la segunda compañía profesional de ballet, fundada en 1967. Otro grupo se graduaría como maestros y comenzaría a trabajar en la red de escuelas que se inauguraría en todo el país.
El perfeccionamiento que ha sufrido desde su misma creación la enseñanza de la danza en Cuba ha permitido que cada día se logren alumnos más dotados y, como resultado, bailarines mejores. Desde un inicio, la selección para estudiar danza en Cuba parte de tests físico-psíquicos a los aspirantes, que cada año se cuentan por cientos en toda la Isla. Estas pruebas contemplan elasticidad, ritmo, coordinación, percepción musical, improvisación, tests psicométricos, etcétera.
Los aspirantes a estudiar ballet deben tener entre nueve y diez años y haber aprobado el cuarto grado de la enseñanza primaria. Luego de una rigurosa selección, que no rebasa las treinta plazas cada año, salvo excepciones, los escogidos comienzan las clases en las escuelas elementales de ballet con diferentes disciplinas: Ballet, Técnica de la danza moderna, Folklore, Danzas históricas y de carácter, Repertorio, Composición coreográfica, Eficiencia física, además de la educación primaria y secundaria, hasta el 9no. grado. Cada año, después de los resultados finales de cada curso, se decide si un alumno debe continuar o causar baja por deficiencias técnicas o docentes. Estos últimos se integran entonces al sistema general de enseñanza.
Finalizada la educación secundaria básica (9no. grado), alumnos de todo el país se presentan a una prueba especial llamada “pase de nivel”, donde son aprobados entre veinte y cuarenta, que pasarán a realizar estudios de secundaria superior en la Escuela Nacional de Ballet en La Habana o en la Escuela Profesional de Camagüey. En estas escuelas recibirán, durante tres años, asignaturas de la especialidad y de la educación media superior general, lo que los gradúa como bailarines-profesores y bachilleres en Arte.
En este nivel de enseñanza, también se imparten asignaturas pedagógicas, pues los alumnos egresan como profesores de ballet, lo que les permite optar por trabajos en compañías de ballet, danza, espectáculos o como profesores de ballet en estas instituciones.
Los estudios de danza moderna y folklore comienzan con once o doce años y 6to. grado aprobado. La convocatoria y los tests psicofísicos son similares a los que se les aplican a los aspirantes a alumnos de ballet, con mayor fuerza en los conocimientos de los bailes populares y folklóricos cubanos. Del mismo modo, terminado este nivel de enseñanza, se someten a pruebas de “pase de nivel” que promueven a los mejores alumnos a la enseñanza media superior por otros tres años, del cual egresarán como bailarines y profesores.
En todas las provincias del país hay escuelas de nivel elemental de todas las especialidades danzarias, mientras que solo en La Habana y Camagüey existen escuelas de nivel medio superior de ballet; de danza contemporánea en La Habana, Santiago de Cuba y Holguín; de folklore en La Habana y Villa Clara, y solo en la capital cubana hay una escuela de espectáculos musicales.
Como sucede con todos los estudiantes que se gradúan en Cuba, el Estado les garantiza empleo y salario durante dos años. Luego de este período, pueden continuar en las compañías de danza o en las instituciones donde comenzaron sus trabajos profesionales, y aumentar su salario en dependencia de sus resultados artísticos. Para ello, se realizan evaluaciones periódicas a través de toda su vida, lo que conlleva a promociones desde el cuerpo de baile (corps de ballet) hasta primeros bailarines (principal danseurs o étoiles).
El nivel superior se estudia en el Instituto Superior de Arte —inaugurado en 1987 en La Habana—, que tiene una filial de Ballet en la ciudad de Camagüey. Originalmente, dentro de la Facultad de Arte Danzario, este nivel de enseñanza vino a suplir la necesidad de ampliación de la enseñanza de la danza en Cuba y contó con un claustro compuesto por prominentes especialistas de todas nuestras manifestaciones danzarias: primeros bailarines, renombrados coreógrafos, eminentes críticos, destacados profesores. En la actualidad, dentro existen los departamentos de Ballet, Danza y Folklore, que gradúan estas especialidades luego de cinco (Ballet) y cuatro (Danza y Folklore) años de estudio. De este nivel de enseñanza egresan con el título de Licenciados en Arte Danzario, luego de vencer las materias de cada especialidad y otras generales como Filosofía, Estudios Cubanos, Estética, Historia del Arte, Metodología, Etnología, etcétera.
A este tipo de educación ingresan los alumnos que han terminado el nivel medio (bachillerato), en su mayoría aquellos que no alcanzan a clasificar en compañías de danza o desean dedicarse con mayor profundidad a la pedagogía, la coreografía, la historia o la crítica. También pueden ingresar a los estudios superiores los bachilleres de la enseñanza general que hayan culminado el nivel elemental de las escuelas de danza o aquellos que, provenientes de casas de cultura o grupos de aficionados, venzan las pruebas de ingreso. Para aquellos bailarines cuyo trabajo en las compañías e instituciones no les permitan tiempo para dedicarse a este tipo de enseñanza, existen los Cursos para Trabajadores donde, en horarios nocturnos, pueden prepararse los bailarines y coreógrafos como Licenciados en Arte Danzario.
Vocación
El cubano lleva el baile en la sangre. Producir un bailarín en Cuba no es difícil, no solo por nuestra habilidad para el movimiento, sino por el apoyo del Estado para ello. Pero no todos los cubanos que bailan —¿habrá alguno que no lo haga?— llegan a dedicar su vida a ello profesionalmente; sin embargo, aquellos que no pueden acceder a la enseñanza oficial o el que simplemente desee perfeccionar su danza o emplear tiempo libre en el estudio de la danza, puede hacerlo con solo proponérselo.
En todo el país, las Casas de Cultura cuentan con instructores de danza que se dedican a entrenar niños y adolescentes en el baile. Con frecuencia se realizan presentaciones públicas donde se interpretan, tanto los bailes nacionales cubanos, como otros latinoamericanos y de diferentes partes del mundo. También se imparten clases de danza contemporánea y folklore.
El Estado cubano ha dedicado muchos recursos materiales y humanos a planes de enseñanza vocacional de la danza en todas las manifestaciones: solo en La Habana, más de cuatro mil niños de la enseñanza primaria reciben dos veces por semana clases de ballet en la Escuela Nacional, mientras que más de seis mil son instruidos en danza contemporánea, folklore y bailes populares en todos los espacios posibles para desarrollar este ambicioso proyecto que permite una educación práctica en la danza, aun cuando no vaya a ser el destino profesional de los alumnos.
Como toda la enseñanza en Cuba, estos talleres vocacionales son completamente gratuitos y se renuevan cada año con captaciones de miles de niños, niñas y jóvenes. Las Casas de Cultura son las promotoras de dichos talleres, los cuales se desarrollan no solo en estas instalaciones, sino también en escuelas, universidades, unidades militares, centros de trabajo, etcétera.
Varios son los tipos de talleres que se efectúan para satisfacer las necesidades de los aficionados cubanos a la danza, desde los que abarcan programas completos de educación y montajes escénicos en agrupaciones danzarias que se presentan en teatros y actividades públicas, festivales nacionales e internacionales y que tienen tanto prestigio como las compañías profesionales, hasta los de creación y apreciación, que abarcan períodos breves de enseñanza.
Conclusión
Hace más de doscientos años que apareció la primera noticia de un maestro de danza en Cuba. Pero mucho tiempo antes, los conquistadores y colonos españoles enseñaban sus danzas regionales en los bailes y reuniones festivas, y los esclavos provenientes del Congo o de Nigeria mostraban las suyas en las pocas oportunidades de festejos en sus cabildos.
Las señoras francesas emigrantes de la isla de Saint Domingue reunían a las damas criollas en sus salones, mientras el campesino cubano creaba sus bailes y los mostraba en los guateques. Todas estas vías no formales de enseñanza, que anteceden a las lecciones de Jean Guillet, prepararon el camino de lo que sería más tarde un verdadero sistema educacional.
Pero, sin duda, el año 1959 marcó el cambio definitivo para la danza... y para el pueblo cubano. Antes de esta fecha, este arte se enseñaba mayormente con fines recreativos y por iniciativa privada. Con el triunfo de la Revolución y la reforma educacional de 1962, al pasar a ser gratuita la enseñanza en Cuba, podía estructurarse el sistema que fue desarrollándose hasta llegar a ser lo que hoy se muestra al mundo.
Las 23 escuelas de nivel elemental, las 7 de nivel medio y los departamentos de Ballet, Danza y Folklore del Instituto Superior de Arte agrupan 31 instituciones con más de 2 500 estudiantes que podrán trabajar como profesionales en las más de 40 compañías cubanas de danza, como profesores en esas mismas escuelas, o como instructores en las 326 Casas de Cultura de todo el país, enseñando a más de 115 000 aficionados y en las más de 2 500 agrupaciones no profesionales de danza.
Hoy día, en elencos de muchas de las compañías de danza en el mundo aparecen los nombres de intérpretes cubanos, muchas veces como primeros bailarines. También no pocas academias e instituciones de educación danzaria cuentan en sus staffs con profesores cubanos, desde las que enseñan los académicos códigos del ballet hasta las que preparan bailadores de salsa.
Este hecho no es casual, es también resultado del sistema de educación surgido en Cuba y de la preocupación del Estado cubano por desarrollar el talento en todas sus manifestaciones. La enseñanza de la danza en nuestro país garantiza la libertad intelectual del individuo y la posibilidad de desarrollar sus habilidades con la seguridad de que, alcanzada la realización profesional, se escala al más alto nivel de independencia.
La enseñanza de la danza en Cuba reafirma lo dicho por nuestro Héroe Nacional, José Martí: “Ser culto es el único modo de ser libre”.
3Aparecido originalmente en el Programa Ámbitos, CMBF, Radio Musical Nacional, La Habana, 2008.
En este 2008 el Ballet Nacional de Cuba cumple sesenta años. La trascendencia del hecho sitúa a la cultura cubana en el compromiso de reflexionar y conocer sobre cómo se produjo este fenómeno que hoy, por cotidiano, parece fácil empeño.
Hoy día resulta frecuente que cualquier ciudadano aspire a que su hijo o su hija ingrese en una de las escuelas de ballet diseminadas por el país; que una empleada farmacéutica o un obrero de la construcción conozca a las primeras figuras del ballet cubano o, mejor aún, que conozca la existencia de un ballet cubano. Pero, ¿fue siempre así? ¿Ha sido un camino de rosas llegar a estos sesenta años? ¿Hubo siempre en Cuba una tradición, un gusto y una aceptación del arte de las puntas?
De cómo se formó este “milagro cubano” —al decir del crítico inglés Arnold Haskell—, conocido como escuela cubana de ballet, cuyo mayor reflejo está en nuestra compañía, tratará esta serie sobre la historia de estos sesenta años de ballet en Cuba.
Luego de los rudimentarios conocimientos sobre el ballet obtenidos del maestro ruso Nicolás Yavorsky en la Sociedad Pro-Arte Musical, Alberto Alonso se había convertido en 1935 en el primer cubano que se dedicó profesionalmente a la danza como bailarín de los Ballets Rusos de Montecarlo y, desde 1941, había asumido la dirección de la escuela de ballet de la institución habanera donde se había iniciado.
El trabajo de Alberto en el camino de perfeccionar la misión de Pro-Arte en el ballet con fines artísticos lo llevó a crear los Festivales de Ballet, estrenar en las fiestas de fin de curso títulos del repertorio universal y realizar temporadas con la presencia de artistas de fama.
Por su parte, Alicia y Fernando Alonso, establecidos desde 1937 en los Estados Unidos e incorporados a varios proyectos danzarios en ese país, regresaban frecuentemente a Cuba y apoyaban con sus actuaciones los empeños de Alberto. Ya Alicia era una reconocida figura en el ballet norteamericano y había estrenado varias coreografías de Alberto Alonso, y para 1947 se proponía, junto a Fernando, realizar un estreno que conmocionaría las estructuras de Pro-Arte: el ballet Antes del alba.
El cisma que provocó esa pieza de Alberto Alonso estaba en su tema: en un solar habanero durante las fiestas del carnaval, Chela, una mujer sola y aquejada por la tisis, se debatía entre su pobre existencia y su precaria salud; atormentada por fantasmas y figuras de las religiones afrocubanas, hacia el final de la obra se suicidaba devorada por las llamas que ella misma había provocado. Hilario González ponía la música, Carlos Enríquez diseñaba la escenografía y el vestuario, y acompañaban a la Alonso en la escena Fernando Alonso, Elena del Cueto, Dulce Whoner y otros alumnos de Pro-Arte.
Las señoronas que auspiciaban aquella escuela no podían dar crédito a que la misma ballerina que brillaba en Giselle o Grand pas de quatre, en los escenarios internacionales, se prestara para bailar una columbia sobre las puntas y representara una tuberculosa solariega. A pesar de que la obra se estrenó el 27 de mayo en el teatro Auditórium, no rebasó unas pocas representaciones. Era demasiado avanzado pretender la creación de un ballet absolutamente cubano, con temas de aquella actualidad que pudieran herir la insensibilidad burguesa como aquel alumbramiento del alba nacional.
Los Alonso, vinculados de muy cerca con el nacimiento del ballet norteamericano, sabían que existían potencialidades entre los cubanos para realizar el empeño de un ballet nacional: ellos mismos habían probado que no solo danzones y rumbas podían caracterizar el movimiento danzario en nuestro país. Pero el estrecho panorama que ofrecía Pro-Arte no permitía ni soñar con proyectos similares.
Alicia, Fernando y Alberto, soñadores inveterados, sabían que algo siempre se podía hacer… solo bastaba hacerlo, y hacia ello se encaminaron.
En Nueva York, la temporada 1948-1949 del Ballet Theatre había colapsado por problemas económicos. Sus bailarines quedarían abandonados a su suerte, perderían todo un año y la propia Lucia Chase, directora de la agrupación, se preocupaba por el destino de sus artistas. Esta fue la oportunidad que no dejaron pasar Alicia y Fernando, miembros de esa compañía desde 1940, y les propusieron a los jóvenes bailarines la aventura de fundar un ballet profesional en Cuba. Sin prometerles más que bailar ante un público que los iba a recibir con avidez —nada de pagos o privilegios mayores—, una buena cantidad del elenco de la compañía norteña llegó a La Habana, encabezada por la propia Alicia y su partenaire Igor Youskevitch, quienes se unirían a menos de una decena de bailarines cubanos pertenecientes a Pro-Arte: Dulce Whoner, Enrique Martínez, Ada Zanetti, Silvia Mediavilla, Magda González Mora, entre otros; además de Fernando y Alberto Alonso.