Yo tengo un ataque de pánico II - Viviana Pumar - E-Book

Yo tengo un ataque de pánico II E-Book

Viviana Pumar

0,0
3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Después de seis años de padecer ataques de pánico y sus devastadoras consecuencias: agorafobia, hipocondría, depresión, insomnio, etc., me curé y comencé a darme cuenta de la cantidad de miedos que empezaba, día a día, a sacarme de encima. Semanas, meses, años tratando de liberarme de este enemigo que fue mi más fuerte aliado. Miedo a otro ataque de pánico, miedo a la noche, miedo a estar sola, miedo a salir, miedo a viajar, miedo a volar, miedo a caminar por la calle, miedo a no lograr mis objetivos, miedo a no obtener lo que deseaba, miedo a fracasar, miedo a quedarme sola. Miedo a todo. Todo el tiempo con miedo. Tantos años viví así, que llegué a pensar que esa era mi forma de ser, me había acostumbrado. Por eso cuando me recuperé quise plasmar todas esas sensaciones, que estuvieron dentro mío durante tanto tiempo, para que otros, si se sienten identificados con mi relato, sepan que se puede salir. Hoy, puedo observar desde la vereda de enfrente mi padecimiento y, a través de mi experiencia, lograr que otros puedan entender cómo funciona el miedo dentro de nosotros, cómo hacerle frente y eliminarlo para comenzar a disfrutar de nuevo.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 213

Veröffentlichungsjahr: 2014

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Yo tengo un ataque de pánico II

Viviana Pumar

Editorial Autores de Argentina

Diseño de tapa: Andrea Cardinali/ Maria Llano.
Editora general: Guadalupe Rodriguez

Contenido

AgradecimientosDedicatoriaPrólogoMi testimonioCapítulo ILos avatares de la vida modernaEl cambio de valores¿Puede el amor desbordarnos también?El derrumbeCapítulo IILos miedos¿Cómo empiezan los miedos a alterar nuestra vida?Volver a empezarCuando nos acercamos al límite¿Qué es la ansiedad?Capítulo IIITrastornos de ansiedadComenzar por el principioAtaque de pánicoTest para saber si tuviste un ataque de pánico¿Cómo ayudar a alguien que está sufriendo un ataque de pánico?De la salud a la enfermedad: testimonio de una persona en recuperaciónAgorafobiaDe la salud a la enfermedad: testimonio de una persona en recuperaciónFobia socialDe la enfermedad a la salud: testimonio de una persona en recuperaciónFobia específicaDe la enfermedad a la salud: testimonio de una persona en recuperaciónFobia laboralFobia al examen oralObsesión compulsiva ( TOC )De la enfermedad a la salud: testimonio de una persona en recuperaciónDepresiónDe la enfermedad a la salud: testimonio de una persona en recuperaciónTristezaApatíaTrastorno de Ansiedad Generalizada (TAG)De la enfermedad a la salud: testimonio de una persona en recuperaciónHipocondríaDe la enfermedad a la salud: testimonio de una persona en recuperaciónInsomnioCapítulo IV Otros miedosAgenda de trabajo nocturnaMiedo a volarMi primer viaje de vacaciones lejos de casaUn cambio de vidaTrastornos de ansiedad en el embarazoDe la enfermedad a la salud: testimonio de una persona en recuperaciónLos miedos y los hombresHombres con trastornos de ansiedadDe la enfermedad a la salud: testimonio de una persona en recuperaciónLos miedos en los niñosEpílogo

1

Agradecimientos

Realicé este libro en el más absoluto silencio. No sé por qué, muchas personas se enterarán cuando este editado. Tal vez fue porque en un principio lo hice más para mí que para publicar. Esto sucedió porque unos cuántos meses después de que saliera Yo tengo un ataque de pánico, comencé una segunda etapa de mi recuperación que fue el camino que emprendí sola, sin la ayuda de los médicos ni del grupo. Todo lo que aprendí lo volqué en este anotador que más tarde se convirtió en Yotengo un ataque de pánico II, El mundo de los miedos.

Por eso mis agradecimientos siguen siendo para las mismas personas que tanto me acompañaron en aquellos años de sufrimiento   y hoy siguen a mi lado.

El haberme recuperado me ayudó a encontrarme a misma, a animarme a romper las cadenas y a realizar mis sueños: escribir mis libros, tener una hija … y solo me falta plantar un árbol. Ese será mi próximo paso.

¡Gracias a todos!

 

 

 

Para Ambar que rebalsó mí

vida de amor, con su risa,

su luz y su felicidad.

 

 

3

Prólogo

Después de seis años de padecer ataques de pánico y sus devastadoras consecuencias: agorafobia, hipocondría, depresión, insomnio, etc., me curé y comencé a darme cuenta de la cantidad de miedos que empezaba, día a día, a sacarme de encima. Semanas, meses, años tratando de liberarme de este enemigo que fue mi más fuerte aliado. Miedo a otro ataque de pánico, miedo a la noche, miedo a estar sola, miedo a salir, miedo a viajar, miedo a volar, miedo a caminar por la calle, miedo a no lograr mis objetivos, miedo a no obtener lo que deseaba, miedo a fracasar, miedo a quedarme sola. Miedo a todo. Todo el tiempo con miedo. Tantos años viví así, que llegué a pensar que esa era mi forma de ser, me había acostumbrado.

Por eso cuando me recuperé quise plasmar todas esas sensaciones, que estuvieron dentro mío durante tanto tiempo, para que otros, si se sienten identificados con mi relato, sepan que se puede salir. Hoy, puedo observar desde la vereda de enfrente mi padecimiento y, a través de mi experiencia, lograr que otros puedan entender cómo funciona el miedo dentro de nosotros, cómo hacerle frente y eliminarlo para comenzar a disfrutar de nuevo.

Desafortunadamente, soy una persona con un amplio conocimiento sobre los miedos: los comunes y los inexplicables también. Me di cuenta de que mis miedos no eran lógicos cuando mi calidad de vida empeoró y tuve que abandonar actividades que realizaba diariamente: salir con amigas, tomar cursos, ir a un shopping, al cine, etc. Comprobé qué era el miedo inexplicable cuando, después de muchos años de enfermedad, volví a recorrer las calles de la ciudad sola y caminando, sin temores y disfrutando. Antes, tomar el subte o el tren me daba pánico porque tenía la sensación de que podía desmayarme o perderme, la gente que viajaba en esos medios me parecía peligrosa. Muchos pueden pensar que sentir esto es normal en un país con tan poca seguridad, pero la diferencia es decidir dejar de viajar en un medio de transporte público porque el miedo se hace insostenible.

Lograr escapar del monólogo interno es invalorable, estar en él no conduce a nada y paraliza nuestra existencia. No soportaba más estar sentada en mi oficina, pensando: “Creo que me siento mal, me tiemblan las manos, me quiero ir a mi casa, no puedo hablar con los demás”. Y así todo el tiempo, atrapada en un laberinto de pensamientos negativos del que no se puede salir y que te devuelve, por el único camino que hay, al encierro.

Despertar cada mañana con la angustia instalada en el cuerpo es devastador; por lo general, mi primera reacción era levantarme lo antes posible para ver si ocupando la mente me liberaba. Preparar el desayuno, leer el diario, nada ayudaba a calmar el desasosiego; por el contrario, cualquier actividad que hiciera iba aumentando mi angustia y para media mañana me encontraba agotada, desolada y estresada. Hoy, no sólo puedo quedarme en la cama disfrutando del suave olor de las sábanas, del pequeño rayo de luz que entra por la ventana y remolonear un rato, sino que me gusta pensar en todas las actividades que voy a desarrollar durante el día: desayunar durante una hora, me encanta tomar mate, leer el diario o varios libros que tengo sobre la mesa, los cuales voy subrayando, haciendo anotaciones. No me alcanza ese tiempo porque después debo ir al gimnasio, a nadar, a mi clase de pintura o hacer compras para la casa antes de partir hacia la oficina al mediodía. Jamás hubiese imaginado que volvería a disfrutar de las cosas simples de la vida que tanta gente hace.

Ahora elijo ir a trabajar en tren y subte porque estar en contacto con la gente, escuchar sus conversaciones, mirar el paisaje por la ventanilla —los bosques de Palermo, el Hipódromo— me abre la mente, me da tiempo para pensar y crear, me permite darme cuenta de las cosas que deseo hacer. Elegir me da libertad. No estar atada al miedo, a mi casa, me devuelve a la vida, al placer y a mí misma.

 

4

Mi testimonio

Un tiempo después de haber terminado el libro, Yo tengo un ataque de pánico, empecé a darme cuenta de que, más allá de mi rehabilitación, el camino hacia la recuperación aún no lo había completado. A medida que pasaban los meses, fui aprendiendo cada día más cosas: encarar un nuevo trabajo, viajes, vislumbrar nuevos horizontes, pensar en tener hijos, etc. Me enfrenté a un mundo con el cual, durante más de seis años, no había tenido ninguna relación. Este primer libro lo escribí el mismo año que me curé, estaba muy ansiosa por contarles a todos que existía una cura. Pero en estos cinco años que pasaron desde ese libro, seguí creciendo y aprendiendo mucho más de lo que yo hubiese deseado sobre los miedos. Recibí cientos de e-mails que me mostraron la realidad: muchas más personas de las que yo imaginaba padecían trastornos de ansiedad similares al mío, la mayoría estaba en tratamiento y sin ninguna perspectiva de salvación, como estaba yo en un principio. Por eso decidí escribir Yo tengo un ataque de pánico II – Elmundo de los miedos, para seguir compartiendo mis experiencias con todos aquellos que necesiten vencer esta enfermedad.

Desde diciembre de 1997, cuando tuve mi primer ataque de pánico, hasta el año 2002 que logré encontrar una cura para mi trastorno, pasé un verdadero calvario. Además de padecer todos los síntomas, lo peor fue la suma de enfermedades que fui acumulando: agorafobia, insomnio, depresión, hipocondría, etc. Me fui enredando en una telaraña enorme, donde quedé atrapada sin poder escapar. Tratar de salir de la telaraña solos es imposible, queremos alejarnos dando un paso, otro, sacando un brazo al mundo exterior, el otro, la cabeza, pero la telaraña se va construyendo más rápido de lo que uno logra escapar y los intentos fracasan reiteradamente. Nuestro cuerpo está envuelto en esa trampa, quedamos sumergidos en un mundo donde nuestra única compañía es el dolor, la angustia, el miedo inexplicable y la incomprensión de muchas personas.

Cuántas veces nos preguntamos: ¿hasta cuándo?; ¿por qué yo?; ¿cuánto tiempo más va a llevar? Y no encontramos respuesta.

Contar mi experiencia, mis sensaciones más profundas y mi visión de las cosas puede acortar el camino de muchos que padezcan una historia similar. Ahora que pasé el infierno puedo entender y armar el camino inverso. Desde la liberación es que escribo este testimonio.

En diciembre de 1997tuve mi primer ataque de pánico. Fui al cine con Andrea, una amiga, a ver Avión presidencial, películaprotagonizada por Harrison Ford. Estábamos mirando las propagandas y comiendo pochoclos. Las luces se apagaron y los títulos indicaban el comienzo del film. De pronto, en un segundo, sentí una fuerte taquicardia que parecía que iba hacer explotar mi corazón. Pensé que tal vez había comido algo que me había hecho mal. Respiré profundo para relajarme, pero mis manos empezaron a humedecerse y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Empecé a transpirar, mis manos, mi frente y mi nuca estaban mojadas. Pensé: “¿Tal vez me bajó la presión?”. Sentí que se me oprimía el pecho y que me costaba mucho respirar, cada vez más; la taquicardia no cesaba.

Le pedí a mi amiga que saliéramos del cine, me miró sorprendida porque aún la película no había empezado. Le dije que realmente me sentía muy mal y que me sacara de ahí inmediatamente. Una vez en el hall de entrada, empecé a llorar y Andrea me abrazó muy fuerte. Nos fuimos a casa de mi mamá, que me dio un calmante, un té de manzanilla y me acostó para que durmiese allí.

Así comenzó una larga pesadilla que, durante los seis años de lucha, pareció interminable. Creía que iba a vivir con “eso” toda mi vida y que ningún médico iba a encontrar una cura para mi enfermedad. Me hice todo tipo de análisis: hepatogramas, encefalogramas, electrocardiogramas, radiografías. Visité médicos clínicos, gastroenterólogos, psiquiatras, neurólogos, etc. Los resultados de los análisis daban siempre bien.

Volviendo a mi primer episodio, al día siguiente del ataque visité a mi terapeuta. En ese momento hacía una terapia alternativa y ella enseguida me dijo que había tenido un ataque de pánico. Debido a la poca información que había en aquellos años, yo interpreté que lo que me estaba diciendo era que había sufrido un pico de estrés. Me sugirió que era conveniente ver a un psiquiatra. Me recomendó un amigo suyo, que me atendió al día siguiente.

Después de mi primera entrevista me explicó brevemente lo que me estaba sucediendo,  me medicó con un antidepresivo y un ansiolítico convencional y me dijo que recién después de 15 días de tomarlos comenzarían a hacer efecto. Pensé cómo iba a hacer para aguantar tantos días con esos síntomas que eran incompatibles con mi vida.

Esas semanas fueron un caos total. Me despertaba con taquicardia y así seguía todo el día. Cuando manejaba mi auto yendo hacia mi trabajo, de Núñez hasta Constitución, el pánico me amenazaba a cada rato con hacerme volver. Pero yo sabía que lo tenía que superar, que si me quedaba en mi casa iba a pasar lo que ocurre con muchas personas con depresión: no iba a querer salir nunca más. Entonces me obligaba a mí misma a seguir adelante. Continuaba rumbo a Constitución, mientras me daban temblores y mi pierna se movía sobre el acelerador sin poder controlarla. Superaba ese momento y mientras circulaba por la General Paz creía que no iba a llegar hasta el próximo puente porque el sudor en mis manos y las ganas incontenibles de ir al baño iban a hacer que volviese. Pero no, yo seguía adelante. Sentía de todo: la vista borrosa, sensación de pérdida de la orientación y miles de cosas más. Aunque tardase más de lo habitual, que nunca pasaba, llegaba a mi trabajo igual.

Muchas veces corría al baño o a la oficina de una de mis amigas y lloraba en sus brazos desconsoladamente creyendo que iba a enloquecer. ¿Qué me pasaba? No podía creer que eso me estuviera ocurriendo a mí; yo, que siempre había sido independiente, extrovertida, divertida, sociable, ahora me encontraba deprimida, sin ganas de salir ni de ver a nadie. Mi desconcierto frente a estas situaciones tiene mucho que ver con la poca información que me había brindado el médico. Los profesionales deberían anticiparnos las cosas que nos pueden ocurrir, aquellas que no podemos hacer, ya que nuestra vida corre peligro, pero nadie me había alertado. Hoy me doy cuenta de que en varias oportunidades podría haber sufrido o provocado un accidente.

Con los medicamentos, estos síntomas disminuyeron, pero no mucho. La angustia, los miedos, y la depresión seguían su camino. Al año, más o menos, decidí dejar el tratamiento pues sentía que, tal vez, me había curado. La alegría duró poco. Aquí, otra vez, entró en juego mi falta de asesoramiento y guía. Al dejar los remedios de un día para otro, me vi sumergida en una abstinencia que no sabía de qué se trataba: náuseas, descompostura y hasta alucinaciones. Jamás me dijeron que a los remedios había que dejarlos de a poco, bajando las dosis durante varios días.

Seguí sintiéndome deprimida, sin síntomas, pero con la misma sensación de que había perdido una parte mía, mi parte sana. Volví a tener temores; perdí el deseo a todo, nada me interesaba, no quería salir y poco me importaba estar con mis amigas.

Lo peor y más difícil de explicar es el miedo: es como sentir que uno tiene tres años y en medio de un gentío pierde la mano de su madre. Es ese segundo de desesperación, sentís que el corazón se desborda y que uno no puede hacer nada porque es muy chico; sólo estar ahí, inmóvil, esperando que alguien lo venga a rescatar. En mi caso, esta fue la lucha más dolorosa y solitaria, la de vencer el miedo al miedo.

De a poco, y sin darme cuenta, mi vida cambió completamente, quedó reducida a ir de mi casa al trabajo, siempre en auto. En el ámbito laboral, al ser una empresa familiar, me sentía segura. En mi casa tuve que contratar a una señora con cama para que viva conmigo porque estar sola, más que nada a la noche, me daba miedo. Acostarme, muchas veces, era uno de los peores momentos, una tortura. Enseguida me daba cuenta de que dormirme cada noche me iba a costar mucho.

Empecé a obsesionarme poniéndome límites. Por ejemplo, si a las 23.30 no me dormía, me tomaba mi primer inductor al sueño, que, supuestamente, a los 20 minutos comienza a hacer efecto. El segundo límite eran 40 minutos después, cuando la desesperación se empezaba a apoderar de mi mente pensando que no iba a dormir en toda la noche. ¿Qué iba a hacer? Ya no había películas que me interesaran, ni libros en los que me pudiera concentrar, entonces me tomaba un ansiolítico. A la una de la mañana ya estaba en el living, aterrorizada y desesperada, pensando que si alguien no venía urgente a mi casa yo  podía morir de miedo.

¿Miedo a qué? No hay respuesta. No es miedo a la oscuridad, ni a que entren ladrones, ni a nada que uno pueda explicar. Sólo miedo: el estómago empieza a emitir un latido, como el del corazón, sentís que tu cuerpo se pone rígido y lo recorre el temor hasta saber que no aguantás más. Yo estaba rodeada de amigas que, al primer llamado a esa hora de la madrugada, acudían a mi casa enseguida. Por lo general, cuando terminaba una conversación con alguna de ellas, me dormía esperándola en el sillón. Esta fue una de las etapas más difíciles para mí.

Parte de mi trabajo era viajar al exterior, por eso tuve que resolver ese miedo viajando siempre acompañada por alguna amiga o por mi mamá. El avión dejó de ser un transporte normal para mí; ir a trabajar a Europa o a Miami pasó a ser un problema que no quería enfrentar. No me interesaba pensar que además iba a ir a la playa, de compras o a algún evento interesante. Sólo quería que me dejaran en Buenos Aires, trabajando en una oficina y que al exterior fuera otra persona. Resultado: dejé de viajar por placer, sólo lo hacía por trabajo.

Para salir a cenar o ir a algún otro lugar tenían que venir a buscarme a mi casa y luego traerme. Así, muchos amigos quedaron en el camino. No más vacaciones, ni fines de semana en el campo, ni nada que me alejara de mi casa o de mi entorno familiar.Sólo podía ir a trabajar y volver, alrededor de las siete de la tarde, siempre a mi casa para no salir más.

También empezaron las mentiras, porque ante alguna invitación debía inventar un argumento para no ir. Era imposible responder: “No, gracias no puedo ir porque tengo miedo”.Resultaba absurdo.

Llegó un momento en que esto se volvió normal para mí. Pero, de a poco, la depresión interna iba creciendo hasta darme cuenta de que mi vida había quedado reducida a una cárcel de la que no podía escapar y donde la palabra libertad ya no existía.

En febrero de 2002, tras el derrumbe del país me derrumbé yo también. Lloré como nunca creyendo que así no tenía sentido seguir viviendo. Necesitaba que alguien me ayudara, que alguien me dijera que había una forma de vida mucho mejor que la que estaba teniendo.

En marzo, mi mamá me contó que había visto en la televisión a un médico hablando de los ataques de pánico y estaba acompañado por varias pacientes, todas recuperadas, que daban testimonio de lo bien que estaban y de cómo habían superado la enfermedad. Entonces, anotó el teléfono, y fuimos a una charla informativa que daban semanalmente. Se especializaban en trastornos de ansiedad. Ese día comencé a transitar mi camino hacia la libertad. Me hicieron estudios que no me habían hecho antes en ningún otro consultorio. Me explicaron que lo mío era en parte genético, que este trastorno que yo traía desde el nacimiento se había disparado por un golpe de estrés o de nervios que podía darse tanto por algo negativo como por algo positivo. En mi caso, cuando tuve la crisis en el cine, estaba decidiendo una mudanza y también estaba muy cansada por el excesivo trabajo y por los reiterados viajes a Chile que debía cumplir cada 10 días. Estos dos factores hicieron que me desbordara, primero físicamente, empecé a perder muchísimo peso, a dormir muy mal, a comer en forma desordenada y todo esto trajo repercusiones en el plano emocional, me sentía desganada, comencé a perder el foco de hacia dónde quería ir y estaba un poco más sombría.

Empecé a recibir información adecuada sobre la enfermedad. Eso te ayuda a entender y a visualizar mejor lo que te está pasando. Porque todo lo que creías hasta ese momento que provenía “de la cabeza” empieza a tomar forma, a tener un sustento clínico, que aleja cualquier concepción acerca de que uno no se está volviendo loco. Así supe que en el cerebro se encuentra un neurotransmisor denominado serotonina. En mi caso, los estudios indicaron que los valores estaban duplicados respecto al valor de referencia. ¿Qué pasa al tener la serotonina tan alta? Cuando hay tanta cantidad de este neurotransmisor circulando, se produce un gran desbalance en las conductas emocionales.

Me medicaron para regular este problema. Hice una terapia integral que constaba de tres partes: medicación, terapia cognitiva y grupos de exposición. Desde el día uno tomé la medicación; a los 20 días, los medicamentos comenzaron a hacer efecto. Las primeras semanas concurrí a seis charlas donde explicaban cómo funcionaba un ataque de pánico, todo lo que debíamos saber para adelantarnos al fantasma de este trastorno: el miedo. Luego, me enviaron a trabajar, debido a la agorafobia, a un grupo de exposición que funcionaba los sábados.

Se reunían en un bar en San Telmo, a las 10 de la mañana, donde desayunaban mientras esperaban a que llegaran todos. La primera vez que abrí la puerta de ese bar, me impresionó ver que había más de 20 personas, nunca creía que podríamos ser más de 5 ó 6. Todos hablaban eufóricamente, fumaban, leían el diario, tomaban café; unos se levantaban de sus sillas y charlaban con otros. Me explicaron que el objetivo de los grupos es lograr que cada uno pueda recuperar su libertad, volver a ser uno mismo, sin depender de nadie. Volver a incorporar aquellas cosas que dejamos de hacer hace muchos años como salir a la calle solos, viajar en subte, tren, autobús, ir al shopping, etc., esta vez sin miedo. Para contenernos en esta etapa están los coordinadores, quienes ya pasaron por esto. Adriana, la que precedía ese grupo, me dijo: “Regla número uno, hay que llegar en un medio de transporte público, nada de auto, ni taxi, ni compañía, moverse solo”. Me senté y comencé a hablar con algunas personas, presentándome y comentando lo que me pasaba; ellos me contaban sus historias. Fue un gran alivio saber que todos hablábamos un mismo idioma. No tenía que explicar lo que había vivido, ni lo que sentía, porque todos habían padecido lo mismo.

En mi primera salida fuimos a Plaza Francia en subte. (Adjunto de mi libretita que llevaba a todos lados, la copia del pasaje y algunos  comentarios).

 

 

 

Hacía años que no viajaba en subte. Tenía calor y no sabía si era por el clima o por la ansiedad, pero estar bajo la tierra sin mucho oxígeno me puso nerviosa, empecé a transpirar y a sentirme inquieta, entonces las palabras de la coordinadora me revelaron que debía empezar a mirar hacia fuera. Ella me dijo: “No hay que preocuparse pensando si te sentís mareada o con temblores, este es un medio seguro. Sería interesante que puedas mirar a tu alrededor y veas el mundo maravilloso que se abre ante vos. Observá los detalles de las cosas, en el subte podés ver los nuevos asientos, tapizados de distintos colores, hay televisores en las estaciones con información interesante, cada línea posee un color distinto, todo esto te va a ir llevando a prestar atención a las cosas que pasan afuera y no adentro tuyo. Si seguís pensando en los temblores, cada vez vas a tener más temblores. En cambio, si apartás tu cabeza de ellos, vas a ver cómo empiezan a fluir cosas nuevas”.

Al principio, el grupo me resultó muy difícil, físicamente y emocionalmente fue muy agotador. Tenía que superar infinidad de barreras, como viajar en tren, ir a supermercados, a museos, caminar por la calle Florida a la hora del almuerzo, visitar Pueyrredón y Corrientes a la tarde, ir en colectivo a La Boca, a la Catedral de La Plata, etc. El estrés por el que pasaba en todas estas situaciones era tan grande que cuando llegaba a mi casa mi ropa estaba empapada por el sudor provocado por el miedo, debía poner a lavar íntegramente lo que llevaba puesto, y me acostaba a dormir una siesta profunda, que jamás duraba menos de dos horas. Los médicos nos explicaban que esto era normal, pero vivirlo era muy fuerte.

 

Esta es otra de mis anotaciones que reflejan la dimensión que adquiría el miedo en mí. Parece escrito por una niña de diez años, pero es el reflejo de lo que sentía una mujer de casi cuarenta: “Me animé a ir en tren hasta Retiro. Tenía pánico de llegar a Retiro y no encontrar el subte. Obvio lo encontré y todo está señalizado y es re fácil. Aunque las primeras veces tuve miedo. El tren es re lindo para viajar”.

En la otra página dice: “Cuando me separé del grupo me sentí sola, mareada e insegura. No fue lindo, igual lo atravesé y todo terminó bien”.

Durante los cinco primeros meses de tratamiento, guardé mi auto en la cochera y fui a trabajar en tren y subte. Recuerdo que al principio decidí que debía tener una indumentaria adecuada para estos viajes porque la que usaba todos los días, minifaldas, tacos, etc., no era conveniente. Sin darme cuenta, adquirí un look de combatiente: borceguíes, pantalones verdes o jeans, pelo atado dentro del abrigo, sin maquillaje y campera de montaña. ¿De dónde saqué este pensamiento? En ese momento no lo sabía, pero después lo descubrí: creía que todos los que viajaban en el tren o en el subte me iban a atacar. Me sentaba con mi mochila pegada al pecho y miraba a las personas, una por una, y pensaba: “Este me va a robar, aquel seguro me quiere tocar, ese tiene cara de asesino. ¿Y si alguien me quiere empujar del andén? Seguro van a querer agarrarme del pelo y arrojarme a las vías”. Y claro, me vestía así, porque para mí esta experiencia era como ir a la guerra. Tal vez les cause gracia, a mí ahora también, pero antes era un infierno. Ahora viajo vestida como una mujer normal.