Yolanda - Emilio Salgari - E-Book

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Emilio Salgari

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Beschreibung

Después de que su padre, el temible Corsario Negro, pereciera, Yolanda, su hija, se vuelve al Caribe para tomar posesión de la herencia del padre, pero el perfido gobernador de Maracaibo, la hace secuestrar con la intención de forzarla a que renuncie en su favor. Morgan y los filibusteros, orgullosos de servir la hija del más gran pirata de todos los tiempos, ayudarán a Yolanda.

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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YOLANDA

la hija del corsario negro

EMILIO SALGARI

CAPÍTULO PRIMERO

LA TABERNA DEL TORO

Aquella noche, contra lo acostumbrado, la taberna del Toro hervía de gente, como si algún importante acontecimiento hubiese acaecido o estuviera próximo a ocurrir.

Aunque no era de las mejores de Maracaibo y solía estar concurrida por marineros, obreros del puerto, mestizos e indios caribes, abundaban, la noche de que hablamos–cosa insólita–, personas pertenecientes a la mejor sociedad de aquella rica e importante colonia española: grandes plantadores, propietarios de refinerías de azúcar, armadores de barcos, oficiales de la guarnición, y hasta algunos miembros del Gobierno.

La sala, bastante grande, de ahumados muros y amplios ventanales, mal iluminada por las incómodas y humeantes lámparas usadas al final del siglo décimosexto, no estaba llena.

Nadie bebía y las mesitas adosadas a la pared estaban desiertas.

En cambio, la gran mesa central, de más de diez metros de largo, estaba rodeada por una cuádruple fila de personas que parecían presa de vivísima agitación, y que hacían apuestas que hubieran maravillado hasta a un moderno americano de los Estados de la Unión.

–¡Veinte piastras por Zambo! –¡Treinta por Valiente!

–¡Valiente recibirá tal espolonazo, que caerá al primer golpe!

–¡Será Zambo quien caiga!...

–¡Veinticinco piastras por Valiente!

–¡Cincuenta por Zambo!

–¿Y vos, don Rafael?

–Yo apostaré por Plata, que es el más robusto de todos y ganará la victoria final.

–¡Canario! ¡Ese Plata es un poltrón!

–Como queráis, don Alonso; pero yo espero su turno.

–¡Basta!

–¡Adelante los combatientes!

–¡No va más!

Un toque de campana anunció que habían terminado las apuestas.

A los ensordecedores clamores de antes sucedió un silencio tal, que se hubiera podido oír volar una mosca.

Dos hombres habían entrado en la sala por distintas puertas y se habían colocado en los dos extremos de la mesa.

Llevaban entre los brazos dos robustos gallos: el uno, todo negro, con plumas de reflejos azulados y dorados; el otro, rojo y con estrías blancas y negras.

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