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El zen llegó a Occidente durante la segunda mitad del siglo xx. Al principio fue conocido y apreciado solo por una minoría de intelectuales y artistas, pero, progresivamente, se fue haciendo cada vez más popular. Pero ¿qué es realmente el zen? El budismo zen es una tradición de despertar existencial que se remonta al Buda Shakyamuni. Su práctica central es la meditación zazen. Para el zen, la causa principal de la angustia-ansiedad-malestar existencial es la ignorancia, considerada como una percepción deformada de la realidad. El zen no es una respuesta espiritualista a un mundo materialista, sino una forma de vida que trasciende, unificándolos, espíritu y materia. Con Zen en la plaza del mercado el reconocido maestro Dokushô Villalba nos introduce en la historia y en la práctica de la meditación zen, considerada como una poderosa herramienta que nos pone en contacto con nuestra intimidad más profunda y nos ayuda a comprendernos y a desenvolvernos en un entorno social dominado por la nueva religión del Dios Mercado y la globalización.
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Veröffentlichungsjahr: 2019
Dokushô Villalba
Zen en la plaza del mercado
© 2007 y 2016 by Dokushô Villalba
All rights reserved
© 2016 by Editorial Kairós, S.A.
Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com
Composición: Pablo Barrio
Revisión: Alicia Conde
Diseño cubierta: Katrien Van Steen
Primera edición en papel Editorial Aguilar: 2008
Primera edición en papel Editorial Kairós: Noviembre 2016
Primera edición en digital: Noviembre 2019
ISBN papel: 978-84-9988-530-8
ISBN epub: 978-84-9988-760-9
ISBN kindle: 978-84-9988-761-6
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A todos los bodhisattvas y a todos aquellos
que dedican sus vidas al bien de los demás,
trayendo la luz de la conciencia
a la plaza del mercado
y, en especial, a mi hijo Inoé,
bodhisattva de luz radiante
La Clara Luz de los Budas y Patriarcas es el universo entero en las diez direcciones. Todos los Budas y todos los Patriarcas son la Clara Luz. La Clara Luz es la transmisión de Buda en Buda. La Clara Luz es la luz del Iluminado y la iluminación de la Luz. Los Budas y Patriarcas saben que la Clara Luz es la iluminación de los Budas y Patriarcas. Cuando iluminamos la Clara Luz a través de la práctica nos convertimos en Buda, nos sentamos como Budas, actualizamos la iluminación y realizamos lo que todos los Budas y Patriarcas han realizado.
«SHÔBÔGENZÔKÔMYÔ. CLARA LUZ» EIHEI DÔGEN (1200-1254)
El budismo zen llegó a Europa y Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX. Al principio fue conocido y apreciado solo por una minoría de intelectuales y artistas, pero, conforme el siglo fue avanzando, el zen se fue haciendo cada vez más popular, hasta el punto de que actualmente en todas las ciudades grandes y medianas de Europa, por ejemplo, existen centros de meditación zen. La misma palabra «zen» ha pasado a formar parte del acervo popular occidental. Encontramos restaurantes «zen», perfumes «zen», interiorismo «zen», incluso un iPod ha sido llamado «zen». En los paneles luminosos de las autopistas francesas apareció en el año 2006 una frase que rezaba: Soyez zen (‘sea zen’), es decir, conduzca con calma.
Pero ¿qué es realmente el zen?
Zen es un término japonés que designa a una de las principales escuelas del budismo. ¿Es, pues, el zen una religión? Depende de lo que se entienda por «religión». Muchos de los estudiosos de la fenomenología de la religión afirman que el sentimiento religioso surgió en la humanidad primitiva al mismo tiempo, y de forma indisociable, que el surgimiento de la conciencia individual. La paulatina irrupción de la conciencia individual (en la que es posible ver el trasfondo de lo que algunas religiones llaman el «pecado original») va irremediablemente acompañada por la angustia del yo separado. Esta angustia podría representar la «caída» y la «expulsión» del paraíso de la fusión inconsciente con la Unidad Fundamental. El término «religión» procede del latín religare ‘volver a unir’: la religión es lo que vuelve a unir la conciencia individualizada con la Unidad Fundamental en una experiencia de fusión consciente. En este sentido, el budismo zen es una religión, una práctica unitiva gracias a la cual la conciencia individualizada vuelve a integrarse en la Totalidad.
Sin embargo, en Occidente el término «religión» se encuentra muy devaluado, tal vez debido a los innumerables sufrimientos y obstáculos a la evolución histórica que las grandes religiones teístas han provocado en el pasado y en el presente. Muchos occidentales modernos entienden por religión un conjunto de prácticas rituales, o un sistema doctrinal basado en dogmas de fe que deben ser aceptados por su supuesto origen sobrenatural. En este sentido, el budismo zen no es una religión al uso.
Por otra parte, en Occidente se tiende a una percepción etnocéntrica de la religión y se identifica este término con «religión teísta», de forma que aquellas otras vías religiosas que no barajan la hipótesis de Dios son consideradas «no religiosas».
Mi primer maestro, Taisen Deshimaru, solía decir que el budismo zen «es la esencia de la religión que está más allá de toda forma religiosa».
El zen es una religión en el sentido de que, a través de una experiencia interior, unifica la conciencia del yo individual con la totalidad de la vida. Como expondré más adelante, la cuestión clave aquí es la experiencia personal, no la asunción de dogmas.
¿Es el zen una filosofía? La experiencia espiritual del Buda Shakyamuni y de los maestros zen de la antigüedad y de la actualidad se ha manifestado a lo largo de la historia en forma de sistemas filosóficos tendentes a expresar la riqueza y la profundidad de su experiencia. La expresión conceptual de nuestras experiencias forma parte de la naturaleza humana. No obstante, la filosofía zen no surge de la especulación intelectual ni de una lógica arbitraria ni de presupuestos adoptados por la fe, sino que constituye un intento de expresión de la experiencia espiritual, la cual, por su propia naturaleza, se halla fuera del alcance de las redes del intelecto. Por lo tanto, la expresión filosófica del zen no debe ser considerada como un cuerpo doctrinal dogmático, sino como un dedo que señala la luna: dirige nuestra atención hacia la experiencia real que se encuentra más allá de las palabras y de cualquier sistema filosófico.
Por esto mismo, el zen tampoco es una ideología en tanto no surge de la ideación humana. Más bien al contrario, la experiencia zen supone el cese, o al menos la trascendencia temporal, de cualquier tipo de ideación, conceptualización o categorización.
No obstante, el zen, como cualquier otro fenómeno, puede ser abordado y utilizado erróneamente como ideología, como religión dogmática, como filosofía especulativa o como una práctica ritual formalista, aunque ello conlleva la destrucción de su misma esencia.
¿Es el zen un código estético? Muchos son los occidentales modernos que identifican el zen con una cierta estética minimalista. El calificativo «zen» ha saltado a las revistas de moda, a la decoración, al interiorismo, en definitiva, al diseño en sus diferentes expresiones. Los creadores de tendencias, tan sedientos siempre de nuevos estímulos formales (¿qué son, si no, las modas?), han descubierto recientemente la estética zen y la están lanzando como un nuevo objeto de consumo. Nada grave habría en ello si esta popularización no confundiera las flores con las raíces. La estética zen —cuyas características principales son la sobriedad, la limpieza y elegancia de las líneas, la asimetría, la naturalidad no afectada, el silencio interior, los espacios vacíos— es la expresión de una actitud interior, la flor de una planta que hunde sus raíces en una experiencia existencial profunda que afecta al individuo en todos los niveles de su ser. Reducir el zen a su expresión estética equivale a cortar la flor de la planta que le da la vida.
Por otra parte, la llamada estética zen es solo una de las posibles formas a través de la cual se expresa la experiencia zen. En concreto, la estética que actualmente está siendo conocida en Occidente como zen es la expresión japonesa del zen. Y demasiado a menudo se confunde la estética japonesa con la estética zen. Si bien es cierto que existen vínculos evidentes entre ambas (el zen ha ejercido una influencia determinante en el arte y en la cultura japoneses, de la misma manera que la idiosincrasia japonesa ha ejercido una influencia característica en la expresión estética del zen japonés), no es posible reducir la expresión «zen» a su forma japonesa. De la misma forma que el genio japonés creó vías propias para expresar el espíritu zen, los occidentales también tenemos una genialidad propia que debe encontrar nuevas vías de expresión a medida que los creadores, como Tàpies, Pollock, John Cage y otros, penetren en la experiencia zen.
Si no es una religión al uso, ni una ideología ni un sistema filosófico ni un simple gusto estético ni un conjunto de rituales formalistas…, ¿qué es, entonces, el zen?
Sus seguidores lo consideramos como una tradición espiritual que ha transmitido un conocimiento y un método experiencial que, cuando son adecuadamente practicados, conducen a la experiencia más anhelada, la que constituye la cumbre y la máxima expresión de la naturaleza humana: la experiencia llamada «despertar».
‘Despertar’ es la traducción del término sánscrito bodhi. El término original Buddha, que en español transcribimos como Buda, es un epíteto que significa ‘el que ha despertado’. Fue esta experiencia de despertar la que convirtió al príncipe Siddharta Gautama en el Buda. Según la tradición budista, todos los seres humanos somos budas en potencia, es decir, todos tenemos la capacidad de despertarnos plenamente a la verdadera naturaleza de nuestra existencia y de la realidad, realizando así el fin último de la vida consciente.
El zen tiene sus raíces en la experiencia de Shakyamuni, el Buda histórico, quien vivió en el norte de la actual India alrededor del siglo V antes de la era cristiana. Su nombre civil era Siddharta Gautama y la tradición cuenta que su padre era uno de los jefes de la oligarquía que gobernaba el clan de los Shakhya, una pequeña república situada al sur del actual Nepal, cuya capital era Kapilavastu.
Aunque la existencia histórica de Shakyamuni no da lugar a dudas, es muy probable que la biografía que nos ha llegado haya sido fruto de diversas recreaciones posteriores que fueron conformando una hagiografía arquetípica de carácter universal que recoge las fases características de todo camino iniciático, de forma que el camino espiritual recorrido por el Buda Shakyamuni es una expresión particular del recorrido espiritual universal del ser humano.
Con el fin de comprender mejor la función que el zen está desempeñando en la civilización contemporánea es imprescindible adentrarse en la experiencia original del fundador, extrayendo de ella las enseñanzas universales que siguen siendo válidas para los que estamos viviendo a comienzos de este siglo XXI.
En la medida de lo posible voy a prescindir de los elementos míticos y sobrenaturales, añadidos en épocas y culturas posteriores, para centrarme en los que siguen teniendo un marcado valor arquetípico y universal.
Tradicionalmente se distinguen ocho etapas en el recorrido vital de Shakyamuni: nacimiento y juventud; el encuentro con la realidad; la renuncia al mundo; la práctica ascética; confrontación con Mara; el despertar; su actividad como enseñante, y, por último, el nirvana.
El príncipe Siddharta Gautama nació del matrimonio formado por su padre, Shuddhodana, y su madre, Maya, que murió durante el parto. Poco después de nacer, se presentó en la corte un santo ermitaño y, al ver al recién nacido, le auguró un destino excepcional: se convertiría en un rey excelente o… en un guía espiritual. Su padre temió esto último, por lo que dispuso que su hijo no tuviera ningún contacto con la vida que discurría fuera de palacio. El joven Siddharta pasó su infancia y su juventud dentro del recinto amurallado del palacio gubernamental, rodeado de jardines y de sirvientes y recibiendo la educación propia de alguien que debía convertirse en gobernante del clan. Su padre dio órdenes estrictas de que el príncipe debía ser aislado de todos los aspectos desagradables de la existencia: las flores eran retiradas antes de que se marchitaran, los jardines lucían siempre espléndidos, los sirvientes eran jóvenes de buena salud. Su padre se teñía el cabello para impedir que su hijo apreciara el inevitable deterioro que el tiempo causa a todo lo viviente. El príncipe contaba con maestros en las diversas artes y disciplinas, así como con compañeros de liza en las distintas artes marciales. A los 20 años se casó con Yashodhara, quien años después le daría un hijo, al que llamaron Rahula.
El príncipe vivió su infancia y su juventud en una burbuja ideal de felicidad, aislado de la vida real que palpitaba de otra forma fuera de los muros de su palacio, ignorante de su propia y feliz inconsciencia. Pero algo sucedió que pinchó esta burbuja de dicha. Algunos dicen que fue la curiosidad innata de todo ser humano lo que le llevó a explorar más allá de los límites amurallados. Otros cuentan la siguiente historia como desencadenante de su impulso explorador. Una tarde de verano, el príncipe yacía en sus aposentos, que estaban protegidos del calor. En el palacio reinaban la calma y el silencio. De pronto, el joven Siddharta oyó un canto melodioso que le suscitó un sentimiento que nunca antes había experimentado, un dolor anímico teñido de melancolía y tristeza expresado con una belleza que le hirió el alma. Siddharta salió al jardín buscando el origen del canto. Recorrió sus caminos y atravesó sus glorietas hasta encontrar, en un rincón discreto y apartado, a una de sus sirvientas tocando el laúd con los ojos bañados en lágrimas. A sus preguntas, la joven sirvienta le confesó que cantaba para ahuyentar la tristeza que le producía la separación de su familia, ya que había sido traída a palacio contra su voluntad desde una región remota donde seguían viviendo sus padres, hermanos y familiares.
Siddharta volvió cabizbajo a su estancia, y a partir de entonces surgió en su corazón una gran inquietud y una gran sospecha: tal vez el mundo no era como lo que él había visto hasta ese momento. Nada sabía él del dolor ni de la tristeza, ni de la insatisfacción, ni de tantas experiencias al parecer desagradables que se producen en la vida cotidiana de los mortales.
Decidió conocer la realidad tal y como era más allá de su mundo protegido. Con la ayuda de su principal sirviente y amigo, Chandaka, y amparándose en la oscuridad de la noche, Siddharta desafió la prohibición paterna y atravesó el límite de su realidad.
La tradición cuenta que Siddharta hizo cuatro salidas. En la primera entró en contacto con la enfermedad; en la segunda, con la vejez; en la tercera, con la muerte, y en la cuarta, con un hombre santo que vivía entregado a la búsqueda de la liberación.
Durante la primera noche, Siddharta encontró a una mujer enferma. Le preguntó a Chandaka: «¿Qué clase de persona es esa?». Chandaka respondió: «Es una persona enferma. Eres joven y sano, pero algún día sin duda enfermarás». Entonces supo que el cuerpo enferma, que pierde su equilibrio y su salud y que la enfermedad va acompañada de dolor y sufrimiento. Volvió a palacio triste y reflexivo.
En la segunda noche encontró a un hombre anciano, encorvado por el peso de los años, con la cara arrugada y la mirada casi ciega. Le preguntó a su palafrenero Chandaka: «¿Qué clase de persona es esa? Su espalda está encorvada, su rostro está lleno de arrugas, su cabello está completamente blanco y casi no puede caminar. ¿Quién es ese hombre tan feo?». Chandaka respondió: «Es un anciano». Cuando Siddharta preguntó: «¿Qué clase de persona termina pareciéndose a él?», Chandaka le explicó: «Todas las personas se vuelven así. Puedes ser joven ahora, pero algún día te parecerás a él». Al oír esas palabras, Siddharta se tornó pensativo e inmediatamente dio la vuelta y regresó a su palacio. Supo que el cuerpo envejece. Que el cuerpo de su padre, el de su hijo, el de su esposa, el de sus criados y el suyo envejecerían. Sintió que la vejez es dolor y sufrimiento. Volvió a palacio conmocionado.
En el transcurso de la tercera noche encontró una comitiva fúnebre que transportaba un cadáver al lugar de cremación. Al ver al difunto, rodeado por un grupo de personas que lloraban dando fuertes gritos, mientras se dirigían hacia el límite de un campo, Siddharta preguntó: «¿Qué es eso?». Chandaka contestó: «Alguien ha muerto. Tú también morirás algún día». Entonces supo que la muerte, el fin de la vida individual, existe, y que todos los seres vivos terminan por morir tarde o temprano. Sintió que la muerte es dolor y aflicción. Volvió a palacio y entró en un profundo mutismo.
Después de estas tres salidas, Siddharta no volvió a ser el mismo. Se pasaba las horas muertas preso de un estado de melancolía, reflexionando sobre la naturaleza transitoria de todo lo que había experimentado hasta entonces en su vida palaciega. Dicen que los manjares ya no le alimentaban, que la música dejó de reconfortarle y que incluso el amor de su esposa y de su hijo fue incapaz de aliviar la inquietud que se había apoderado de su corazón. Un sabor a cenizas permanecía constantemente en su boca.
Decidió salir una vez más; y en esta ocasión se encontró con un hombre santo, un asceta de los bosques, un sadhu que había renunciado a los placeres y las alegrías inestables de este mundo para encontrar una paz y una felicidad más profundas y estables.
Fue después de este cuarto encuentro cuando Siddharta decidió emprender la búsqueda de la liberación del dolor y el sufrimiento.
Finalmente, Siddharta decidió abandonar a su familia y convertirse en un buscador de la verdad, pero en la noche en que estaba a punto de irse en secreto del palacio sintió deseos de abrazar a Rahula, su único hijo. Sin embargo, al ver a su esposa Yashodhara que dormía junto al niño y temiendo despertarla, abandonó la idea y decidió marcharse de inmediato, teniendo cuidado de no hacer ruido. Antes de que amaneciera salió de palacio montado en su caballo y acompañado por su fiel Chandaka. Una vez llegado a un bosque habitado por una comunidad de ascetas, Siddharta se desprendió de su ropa, se cortó el cabello, entregó el caballo a su sirviente y se adentró en el bosque para buscar un maestro que le instruyera.
En la India de la época se creía que era posible alcanzar la iluminación espiritual a través del ascetismo, es decir, soportando el dolor físico que el asceta se provoca a sí mismo. El asceta Gautama practicó este camino durante seis años. También estudió el cultivo mental con varios maestros. No obstante, estas prácticas rigurosas se mostraron ineficaces con el paso de los años e incluso pusieron en peligro su vida hasta el punto de que sus mismos compañeros pensaron en más de una ocasión que Gautama había muerto como resultado de su ascesis extrema.
Un día decidió darse un baño en el río y de esta forma poner punto final a la extenuación inútil en la que se encontraba. Se sentó bajo un gran árbol.
Sujata, una pastora que vivía en un poblado cercano, había estado haciendo ofrendas diarias al árbol con la esperanza de que se cumpliera un deseo. Al ver al demacrado asceta sentado al pie de ese árbol, pensó que se trataba del espíritu del árbol. Corrió a su casa y con cuidado preparó una sopa de arroz cocido en leche y se la ofreció. La sopa de arroz es extremadamente nutritiva y, después de comerla, Gautama se sintió recuperado física y mentalmente. Entonces comenzó a meditar con la determinación de no levantarse hasta haber alcanzado la iluminación suprema o morir en el intento.
Entró en un estado de profunda inmovilidad. El propio Buda Shakyamuni cuenta cómo las arañas tejieron sus telas en sus párpados inmóviles y los pájaros anidaron en el hueco de sus manos dispuestas junto al regazo en postura de meditación.
En el octavo día del decimosegundo mes, ya entrada la noche, cuando el planeta Venus brillaba en el cielo, alcanzó «la suprema iluminación». En los siguientes capítulos expondré el proceso meditativo que Shakyamuni siguió justo antes de su iluminación.
No obstante, antes de que el ojo del conocimiento se abriera en él, Gautama tuvo que atravesar la zona de oscuridad que envuelve el reino de la muerte psicológica. En la tradición budista, este pasaje es conocido como «confrontación con Mara». En términos de la psicología moderna, la confrontación con Mara equivale a la exploración del inconsciente profundo (la sombra) y a la muerte del yo, o autoimagen. Atravesando el reino de Mara, Gautama tuvo que mirar de frente a sus propios instintos, la sed de existencia, el apego al nombre y a la forma, la agresividad, el deseo sensorial, el anhelo de autoperpetuación, etcétera. Mara significa literalmente ‘destruir o matar’. En la tradición budista representa una personificación de las fuerzas de la ignorancia inconsciente que vela por la luz original del ser consciente. La confrontación con Mara guarda cierta semejanza con las tentaciones del Diablo a Jesucristo durante su retiro en el desierto.
En primer lugar, Mara le envía un ejército terrorífico formado por todas las huestes de la peor calaña. Le dice a Gautama: «Si abandonas este lugar y regresas a tu hogar, haré que te conviertas en un gran emperador y conquistador del mundo». Al no tener éxito, Mara le envía a sus tres hijas para seducirlo sexualmente. Las tres hijas recurren a toda clase de ardides amorosos: le muestran sus cuerpos desnudos de piel de alabastro, le atraen con canciones y danzas, con miradas sensuales y dulces palabras de elogio. Se pasean frente a él levantando sus faldas y diciéndole cosas como: «Quisiera ser la servidora de un gran hombre como tú». Pero Gautama permanece inmutable y logra derrotar a Mara.
Se entiende que Mara representa los estados mentales nocivos que se encuentran en la base del sufrimiento. En otras palabras, el combate con Mara no es otra cosa que la lucha dentro de uno mismo contra la propia ignorancia. La derrota de Mara significa la disolución de los tres estados mentales nocivos básicos, que son el apego, el odio y la ignorancia. Una vez disueltos los tres estados mentales nocivos, la luz de la sabiduría emergió en la mente de Gautama al mismo tiempo que la estrella de la mañana comenzaba a brillar en el firmamento. Fue entonces cuando el príncipe Siddharta, el asceta Gautama, se convirtió en buddha, ‘aquel que ha despertado’. El Buda tocó en ese momento la tierra con la mano derecha requiriéndola como testigo de su despertar. Célebres son sus palabras de ese momento: «En este instante, la Tierra, el cielo, las plantas y todo cuanto vive entre la Tierra y el cielo han alcanzado conmigo el perfecto y supremo despertar. Ellos son mis testigos».
A partir de entonces, Siddharta Gautama fue conocido como el Buda Shakyamuni, el sabio iluminado del clan Shakhya.
La tradición acuerda que Siddharta abandonó la vida palaciega alrededor de los 29 años, que dedicó 6 años a la práctica ascética y que alcanzó la experiencia del despertar a los 35 años. Dado que tenía 80 años en el momento de su muerte, el Buda Shakyamuni pasó 45 años enseñando el camino que había descubierto y completado. De ahí que sus enseñanzas, recogidas en los sutras,1 sean tan prolíficas, detalladas y hagan referencia a un gran número de situaciones de la vida cotidiana de sus discípulos y seguidores. Las enseñanzas budistas recogidas en los sutras son muy numerosas: su colección incluye cientos de volúmenes. El Buda Shakyamuni se dedicó durante años a la propagación de su enseñanza, recorriendo innumerables veces los distintos reinos del norte de la India de la época. Sus seguidores se contaban ya por miles antes de su desaparición.
El Buda Shakyamuni articuló por primera vez su enseñanza en forma de Cuatro Nobles Verdades, que representan el núcleo básico común a todas las formas y escuelas budistas que aparecieron después con el discurrir el tiempo.
Estas Cuatro Nobles Verdades son:
La verdad de la aflicción (duhkha, en sánscrito).La verdad de la causa de la aflicción (avidya, en sánscrito).La verdad del estado libre de la aflicción (sukha o nirvana, en sánscrito).La verdad del camino que conduce desde la aflicción hasta su liberación (dharma, en sánscrito).La verdad de la aflicción. La angustia, la ansiedad, el malestar o la aflicción constituyen los síntomas universales del estado de enfermedad corporal o emocional. Esta aflicción debe ser entendida en un sentido genérico como malestar o insatisfacción profunda, aunque este sentido genérico incluye también el dolor específico que puede aparecer como consecuencia del desequilibrio puntual de un órgano o función fisiológica. El más profundo anhelo de todos los seres humanos es el de liberarse de tales estados de displacer. El Buda Shakyamuni, como todo sanador, reconoció la existencia de tal aflicción, identificó sus causas, afirmó la capacidad de felicidad inherente en la naturaleza humana y enseñó el camino —el tratamiento— que se debe seguir.
La verdad de la causa de la aflicción. El Buda Shakyamuni no fue un sanador corporal ni emocional ni mental, tal como entendemos en Occidente la función del doctor, del psicoterapeuta o del psiquiatra. Él quiso ir hasta la causa más profunda, hasta la raíz de la enfermedad humana, hasta su origen ontológico más remoto. Es decir, fue un sanador espiritual. Su exposición teórica y su praxis afirman que la causa profunda de toda enfermedad se encuentra en dos actitudes emocionales-mentales extremas. A saber, por un lado, en el deseo (y su familia: avidez, ansiedad, avaricia, codicia, ambición, apego, etcétera) y, por otro, en el odio (y en su familia: aversión, rechazo, agresividad, cólera, etcétera). Yendo un paso más allá, el Buda enseñó que ambas actitudes extremas son originadas por la ignorancia. En el contexto budista, la ignorancia es la causa última de toda aflicción. Siendo así, es importante que comprendamos qué entiende el budismo por ignorancia. En japonés, el término es mumyo, y en sánscrito, avidya, comúnmente traducidos como ‘ausencia de claridad mental’. En otras palabras, la ignorancia es un error de percepción o una percepción errónea de la realidad. Todo organismo vivo necesita una cierta percepción de la realidad, tanto interna como externa, con el fin de poder desarrollar comportamientos adaptados a ella que le permitan sobrevivir. Los organismos que no pueden adaptarse a la realidad en la que viven terminan por perecer y extinguirse. La capacidad de adaptación está indisolublemente unida a la aptitud cognitiva, es decir, al conocimiento que dicho organismo tiene de la realidad en la que vive. Para el budismo, el malestar asociado a la enfermedad, a la vejez y a la muerte tiene su causa última en un error cognitivo de la mente humana, la cual no percibe claramente su realidad interna y externa y, por lo tanto, no puede generar comportamientos adaptados a dicha realidad.
¿Cómo se manifiesta este error cognitivo de la mente humana? Básicamente a través de tres rasgos.
En primer lugar, a través del pensamiento dualista. En efecto, el software de la mente humana ordinaria que procesa casi toda la información que nos llega de la realidad a través de los sentidos y a través de las creaciones de la mente misma obedece a un programa diseñado en base dos, es decir, binario, como los ordenadores: 0-1, bien-mal, yo-tú, cuerpo-mente, material-espiritual, etcétera. Resultado de esto es una percepción compartimentada, dividida ad infinitum en categorías estancas, generalmente opuestas y/o excluyentes entre sí. Al procesar así la información, la mente humana olvida un aspecto fundamental de la realidad que es la interconexión básica de todos los elementos que la componen. Dicho de otra forma, el error de percepción básico de la mente humana ordinaria viene dado por un exceso de análisis y una carencia de síntesis, es decir, por un exceso de parcelación y una falta de totalidad.