A la luz de las estrellas - Raeanne Thayne - E-Book
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A la luz de las estrellas E-Book

Raeanne Thayne

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Beschreibung

Su hijo de cinco años había prendido fuego a la cocina. Su hija estaba de mal humor, como siempre. Nadie había dado de comer al bebé. Y la abuela de las criaturas, que era la "niñera", se había fugado con un artista. ¿Qué más podía pasarle? Pues que apareciera la bellísima hija del artista ofreciéndose a cuidar a los niños hasta que volvieran los recién casados. ¿Podía confiar en ella y, sobre todo, podía fiarse de sí mismo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Raeanne Thayne

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

A la luz de las estrellas, n.º 1631- octubre 2021

Título original: Light the Stars

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-167-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL día de su trigésimo sexto cumpleaños, la madre de Wade Dalton huyó.

Le dejó una tarta de chocolate alemán sobre la encimera de la cocina, dos nuevas novelas de misterio de dos de sus autores favoritos y una breve, pero sucinta, nota escrita a mano.

 

Cariño, Feliz cumpleaños. Siento no poder estar ahí para celebrarlo contigo, pero para cuando leas esto yo estaré en Reno y me habré convertido en la nueva señora de Quinn Montgomery. Sé que pensarás que debería habértelo dicho, pero mi osito de peluche pensó que sería mejor así. Más romántico. ¿No es dulce? Te encantará, te lo prometo. Es guapo, divertido y me hace sentir que puedo alcanzar mis sueños. Diles a los niños que los quiero y que los veré pronto.

Pd. Nat tiene que hacer la exposición hoy. No dejes que se olvide.

Pd2. siento dejarte así, pero imaginé que Seth y Nat podrían apañárselas sin mí durante una semana. Sobre todo tú. Tú puedes apañártelas siempre.

No me malinterpretes, hijo, pero no te viene mal recordar que tus hijos son más importantes que tu maldito ganado.

Regresaré después de la luna de miel.

 

Wade se quedó mirando la nota durante cinco minutos. El único sonido que se escuchaba en la cocina del rancho de Cold Creek era el del reloj en forma de cerdo que a Andi tanto le encantaba colocado sobre la cocina y el compresor del frigorífico.

¿Qué diablos se suponía que debía hacer en ese momento?

Su madre y aquel oso de peluche no podían haber elegido momento peor para desaparecer. Marjorie lo sabía. Necesitaba su ayuda. Tenía seiscientas cabezas de ganado que llevar al mercado antes de que llegara la nieve, una exhibición de caballos y una subasta en Cheyenne en pocas semanas, y además un equipo de noticias de la televisión nacional llegaría en menos de una semana para filmar un reportaje sobre el futuro del ganado en Estados Unidos.

¿Cómo iba a asegurarse de que todo marchara bien mientras le cambiaba los pañales a Cody, perseguía a Tanner y le preparaba el almuerzo a Nat?

Mientras reflexionaba sobre la nota de su madre, escuchó el crujido de la puerta del porche y vio cómo entraba su hermano pequeño con ojos cansados y barba incipiente.

—Café. Necesito café solo y muy cargado.

—Tienes un aspecto horrible —le dijo Wade.

—Volví tarde —dijo Seth encogiéndose de hombros—. Era la noche de las chicas en el Bandito y no podía dejar a todas esas jovencitas jugando al billar solas. ¿Dónde está el café?

—No hay café, ni desayuno tampoco. Supongo que no habrás visto a mamá escabullirse a las dos de la madrugada cuando te arrastrabas con alguna de esas chicas hacia la casa de invitados.

—¿Qué? —preguntó su hermano sin comprender nada.

Wade le entregó la nota y observó cómo una multitud de emociones cruzaban el rostro de su hermano mientras la leía.

—¿Sabías algo de esto? —preguntó Wade.

—No esto, precisamente —dijo Seth derrumbándose sobre una silla.

—¿Y qué sabías precisamente de lo que planeaba nuestra querida madre? —preguntó Wade.

—Sabía que se escribía correos electrónicos con un tipo que había conocido mediante esa consejera con la que había estado hablando. No pensé que fuera nada serio. Al menos como para huir a Reno.

En ese momento Wade recordó el nombre que aparecía en la nota. Quinn Montgomery.

Montgomery era el apellido de la tarada a la que su madre había estado pagándole durante los últimos seis meses, todo en un supuesto esfuerzo por mejorar su vida.

Caroline Montgomery.

Conocía perfectamente aquel nombre desde la vez en que se había dirigido a actualizar la chequera de su madre y había encontrado ese nombre escrito varias veces.

Todo era culpa de Caroline Montgomery. Tenía que serlo. Debía de haberle metido ideas en la cabeza diciéndole que no era feliz y que necesitaba más en la vida. Entonces le habría presentado a un hermano, o a un tío suyo para encender la chispa en la vida de una viuda solitaria.

De acuerdo, su madre tenía ciertas peculiaridades. Ese mismo día, aparte de ser su cumpleaños, era el decimoctavo aniversario de la muerte de su padre, y durante esos años, Marjorie había ido cada vez detrás de algo distinto. Hacía yoga, controlaba sus chacras en vez de su chequera, esponsorizaba reuniones incendiarias del club de lectura en la biblioteca de Pine Gulch, donde ella y sus coetáneas leían todos y cada uno de los libros feministas más controvertidos.

Wade había tratado de ser comprensivo en todo. El matrimonio de Marjorie con Hank Dalton no había sido precisamente feliz. Su padre había tratado a su madre con la misma condescendencia fría con que había tratado a sus hijos. Una vez liberada tras la muerte de su padre, Wade no podía culpar a su madre por querer ir a veces demasiado lejos en la dirección contraria.

Además, cuando la había necesitado en los días posteriores a la muerte de Andrea, Marjorie había estado allí. Sin necesidad de pedírselo, ella había hecho sus maletas y se había instalado en el rancho para ayudarlo con los niños. Él habría estado perdido sin ella, con tres hijos de menos de seis años, uno con tan sólo una semana.

En ese momento escuchó unos gritos en el piso de arriba y le entraron ganas de golpearse la cabeza contra la mesa. Eran las seis y media de la mañana y ya había comenzado. ¿Cómo diablos iba a poder con todo?

—¿Quieres que me ocupe de Cody? —preguntó Seth mientras los lloros aumentaban de volumen.

Wade sabía que la oferta sonaba tentadora, pero tuvo que negarse. Eran sus hijos y era él el que debía ocuparse de ellos.

Se quitó la cazadora vaquera y colgó su sombrero del gancho de la puerta.

—Yo me encargo. Tú ve a ocuparte del ganado. Luego tendremos que traer la última parte del heno que cortamos ayer. En el parte meteorológico han dicho que lloverá esta tarde, así que hemos de darnos prisa. Me encargaré de los niños y saldré a ayudarte lo antes posible.

—De acuerdo —dijo Seth—. Buena suerte.

 

 

Dos horas más tarde, Wade comenzaba a darse cuenta de que iba a necesitar algo más que suerte.

—Estate quieto —le ordenó al pequeño Cody mientras trataba de colocarle el pañal. A través de la puerta abierta de la cocina podía oír a Tanner y a Natalie discutiendo.

—Papaaaa —gritó su hija de ocho años—, Tanner me está tirando los cereales. ¡Dile que pare! Me está ensuciando la camiseta que me compró la abuela.

—Tanner, estate quieto —gritó Wade—. Nat, si no te comes rápido el desayuno, vas a perder el autobús, y no tengo tiempo para llevarte hoy.

—Nunca tienes tiempo para nada —le pareció escuchar decir a su hija, pero en ese momento miró hacia Cody y vio cómo el niño le sonreía.

—Cody pis —balbuceó el niño.

—Sí, hijo —dijo Wade al ver la mancha extendiéndose por su camisa—. Ya me lo imaginaba.

No se le daba bien aquello. Adoraba a sus hijos, pero todo había sido mucho más fácil cuando Andrea estaba viva.

Era ella la que mantenía unida a la familia. La que se encargaba de recogerle el pelo a Nat con preciosas coletas y la que se tiraba horas jugando al juego de la escalera. Su papel había sido el de padre benevolente que aparecía a la hora de irse a la cama y que a veces se saltaba las tareas del rancho para asistir al almuerzo del domingo.

Dos años después de la muerte de su mujer, Wade seguía dándose cuenta de lo inepto que era con todo el asunto. Si Marjorie no hubiera acudido a su rescate, no sabía lo que habría hecho.

Wade trató de llevar a Cody a la cocina para terminarse el desayuno, pero el pequeño comenzó a agitarse en sus brazos balbuceando:

—Abajo, papá. Abajo.

De modo que su padre lo colocó en el suelo y vio cómo salía corriendo hacia la cocina.

—¿Nat, puedes ocuparte de Cody un minuto? —gritó Wade—. Tengo que ir a cambiarme la camisa.

—No puedo —gritó su hija—. El autobús está aquí.

—No te olvides de la exposición —gritó Wade al recordarlo en el último minuto, justo antes de oír cómo la puerta se cerraba de golpe.

Tras ordenarle a Tanner que se comportara durante, al menos, cinco minutos, se llevó a Cody arriba y sacó del armario la última camisa limpia que le quedaba.

Cuando regresaba abajo con el niño, sonó el timbre de la puerta.

—Ya voy yo —gritó Tanner dirigiéndose hacia la puerta delantera.

—¡No, yo! ¡Yo! —exclamó Cody zafándose de sus brazos y recorriendo los pocos peldaños que quedaban de la escalera. Wade no supo cómo, pero los dos niños llegaron a la puerta antes que él.

Tanner abrió y luego se dio la vuelta avergonzado al ver a la desconocida que allí se encontraba. Wade no podía culparlo. La recién llegada era adorable, con su pelo castaño recogido en una coleta, sus ojos color chocolate y sus rasgos suaves y delicados.

Llevaba puesta una chaqueta roja, unos pantalones tostados y una camisa blanca. Un collar de bronce hacía juego con los pendientes que colgaban de sus orejas.

—¿Puedo ayudarla?

—Oh, sí —dijo la mujer, sonrojada—. El cartel de ahí fuera decía que éste es el rancho Cold Creek. ¿Estoy en lo cierto?

—Nos ha encontrado.

—Oh, me alegro. Las indicaciones no estaban claras, y he pasado por otros dos ranchos antes de éste. Querría ver a Marjorie Dalton, por favor.

—Ahí me temo que no ha tenido mucha suerte. No está aquí.

—¿Y puede decirme dónde puedo encontrarla?

—¿Puede decirme usted qué asunto tiene con ella y yo dejaré el mensaje?

—Es complicado, y personal.

—Entonces tendrá que regresar más o menos en una semana.

—¿Una semana? —preguntó la recién llegada—. ¡Oh, no! He llegado demasiado tarde. No está aquí, ¿verdad?

—Eso es lo que he dicho.

—No, me refiero a que realmente no está aquí. No está en el pueblo comprando ni nada de eso. Han huido, ¿verdad?

Wade se quedó mirándola con suspicacia.

—¿Quién es usted y qué tiene que ver con mi madre?

—Usted debe de ser Wade —dijo ella tras emitir un suspiro—. He oído mucho sobre usted. Mi nombre es Caroline Montgomery. He estado manteniendo correspondencia con su madre durante seis meses. No sé cómo decirle esto, señor Dalton, pero creo que Marjorie se ha fugado con mi padre.

 

 

Aquel hombre tan atractivo que tenía enfrente con un niño en brazos no pareció sorprenderse por la noticia. No, sorpresa no era la emoción que había hecho que su mandíbula se tensara y sus ojos azules se convirtieran en dos meras hendiduras.

—¡Su padre! —exclamó—. Debería haberlo imaginado. ¿Qué es eso que dicen de que las manzanas no caen lejos de los árboles?

—¿Perdón?

—¿Cuál es el problema, señorita? ¿No le parecía suficiente engañar a Marjorie con sus tarifas como consejera vital y ha decidido ir un paso más allá?

Caroline apenas tuvo tiempo de respirar antes de que aquel hombre continuara hablando.

—Menudo descaro tienen usted y ese viejo. ¿A cuántas viudas habrán engañado con esto? Las embauca, consigue los detalles sobre sus cuentas corrientes y luego ese hombre entra a matar.

Caroline se sentía mareada y furiosa porque Quinn hubiese vuelto a ponerla en esa situación. ¿Qué otra cosa podría parecer, y más teniendo en cuenta el pasado de su padre?

—Se equivoca.

—¿Ah, sí?

—¡Sí! —exclamó ella—. Yo me quedé de piedra cuando me enteré. Mi padre no me había dicho nada. No sabía que él y Marjorie se hubiesen conocido hasta que me envió un correo anoche diciéndome que se marchaba para conocerla y que, de ahí, se irían a Reno.

—¿Por qué debería creerla?

—¡No me importa si me cree o no! Es la verdad.

¿Cuánto tiempo de su vida había pasado defendiéndose por algo que hubiera hecho Quinn? Se había jurado que nunca más, pero una vez más se preguntaba si alguna vez podría acabar con aquello.

¿Qué se proponía Quinn? Deseaba con todo su corazón que aquel súbito romance fuese tan idílico como había descrito en su correo.

 

Nunca pretendí que esto ocurriera. A los dos nos ha pillado por sorpresa. Pero en unos pocos meses he descubierto que no puedo vivir sin ella. Marjorie es mi otra mitad, la pieza que faltaba en el puzzle de mi vida. Conoce todos mis fallos, pero me quiere de todas formas. Qué afortunado soy.

 

Caroline era lo suficientemente romántica como para albergar la esperanza de que todas esas cosas fueran genuinas. Su madre llevaba muerta veintidós años y, por lo que ella sabía, la vida amorosa de su padre era tan excitante como la suya propia, es decir, tan excitante como ver secar la pintura.

¿Pero podía confiar en su palabra después de todos sus chanchullos a lo largo de los años? Sobre todo teniendo en cuenta que esa pieza que faltaba en el puzzle de su vida era una de sus clientas. No podía. Simplemente no podía confiar.

Caroline sabía que estaba en juego su reputación, lo cual lo era todo en el competitivo mundo de la terapia personal. Tan pronto como había leído el correo, había sentido un terror muy familiar junto con la necesidad de ir a buscarlo para juzgar por sí misma sus motivos, o para quitarle de la cabeza esa locura de casarse con una mujer con la que simplemente había tenido relación por mail.

Su primer libro de autoayuda saldría en cinco meses y, si su editor se enteraba de aquello, no le haría ninguna gracia. Tendría suerte si no sacaban su libro de la agenda.

Por eso había viajado durante toda la noche, acabando allí a las nueve de la mañana, frente a un atractivo ranchero y a sus dos hijos.

—Mire, lo siento. Ha sido una noche larga. He tomado dos vuelos desde Santa Cruz y he tenido que conducir durane una hora desde Idaho Falls para llegar aquí, y me temo que no estoy en mi mejor momento. ¿Puedo pasar para que podamos discutir lo que han hecho nuestros padres?

No estaba segura de cómo habría respondido él a eso si no hubiera sonado el teléfono móvil que llevaba en el cinturón.

—¿Sí? —contestó él al teléfono mientras le hacía un gesto a Caroline para que entrase. Wade Dalton dejó al niño en el suelo y continuó hablando con tono acalorado por teléfono discutiendo sobre algún problema con ciertas máquinas—. No tenemos opción. La empacadora tiene que estar arreglada hoy. Tenemos que guardar el heno.

Mientras escuchaba la conversación, Caroline tuvo la oportunidad de echar un vistazo al hogar de Wade Dalton.

Aunque la casa del rancho tuviese unos techos altos y unas maravillosas vistas a las montañas, no era para nada ostentosa. Los muebles parecían cómodos, pero gastados, había juguetes apilados en una esquina, y la mesa de café estaba cubierta de revistas.

La sala en la que se encontraban obviamente servía de zona de reunión para la familia Dalton. En una enorme televisión podían verse dibujos animados, y allí era donde se había dirigido el pequeño después de que Wade lo dejara en el suelo. El chico mayor había desaparecido.

—Perdón —dijo Wade tras colgar el teléfono—. ¿Dónde estábamos?

—Estábamos discutiendo sobre lo que deberíamos hacer con nuestros padres, creo.

—Tal como yo lo veo, no tenemos muchas opciones. Es demasiado tarde para ir tras ellos. Imagino que se marcharon sobre la medianoche, lo que significa que nos sacan nueve horas de ventaja. Ya estarían casados para cuando nosotros llegásemos a Nevada. Además no puedo dejar el rancho en este momento, y tampoco sabría por dónde empezar a buscarlos en Reno, dado que mi madre no contesta al teléfono.

—Tampoco Quinn —dijo Caroline.

—No puedo creer que mi madre haga algo así. Marcharse y dejar a los niños. Todo esto es cosa suya.

—¿Mía?

—Es usted la que le ha estado diciendo que persiga sus sueños, o cualquier cosa que le diga durante esas sesiones con ella.

—¿No cree que perseguir los sueños sea importante?

—Claro que sí. Pero no cuando significa huir de las responsabilidades.

—¿Desde cuándo son sus hijos responsabilidad de su madre? —preguntó Caroline.

Una vez más, Caroline tuvo que controlarse para no salir corriendo al ver la furia en sus ojos.

—Lo siento. Eso no venía a cuento —añadió—. Marjorie lleva dos años cuidando de Nat, Cody y Tanner. No lo ve como una carga en absoluto.

—Eso es. Por eso ha estado pagándole una fortuna a una desconocida, para que pueda decirle qué cosas están mal en su vida y cómo arreglarlas.

—Yo no hago eso en absoluto —insistió ella—. Trato de ayudar a mis clientes a hacer que sus vidas sean más felices y satisfactorias destacando algunos de sus comportamientos autodestructivos y dándoles los pasos concretos que necesitan para cambiar aquello por lo que no son felices. Marjorie nunca ha sido infeliz con respecto a los niños.

Antes de que pudiera continuar, el teléfono de Wade volvió a sonar. Lo ignoró durante cuatro tonos, pero finalmente emitió un gruñido y contestó.

La conversación fue similar a la anterior, sólo que Wade Dalton parecía estar más frustrado a cada segundo que pasaba.

—Mira —dijo finalmente—, simplemente llama a la compañía de tractores de Rexburg y pregunta si tienen algún repuesto. Entonces podrás mandar a Drifty a recogerlo. Yo saldré tan pronto como pueda. Si conseguimos tenerlo todo esta tarde, es posible que consigamos meter el heno antes de que llueva —colgó el teléfono y volvió a mirar a Caroline—. No tengo tiempo de discutir esto con usted hoy, señorita Montgomery. Siento que haya venido hasta aquí para nada, pero creo que ya es demasiado tarde para que podamos hacer nada con respecto a los tortolitos. Sin embargo le advierto que, si su padre piensa que va a tocar un penique de los ingresos de este rancho, se encontrarán con una gran resistencia.

—Advertencia registrada —dijo ella seriamente antes de dirigirse hacia la puerta. Entonces advirtió un olor agrio proveniente de la parte de atrás de la casa—. ¿No huele a nada?

—Estamos en un rancho. Tenemos todo tipo de olores.

—No, éste es distinto. Parece como si algo se estuviese quemando.

Wade olfateó el aire por un instante y entornó los ojos. Entonces observó al niño pequeño frente a la televisión y advirtió la ausencia del mayor.

—¡Tanner! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?

—¡Nada! —contestó una voz asustada desde la parte de atrás—. No estoy haciendo nada. Nada en absoluto. No vengas a la cocina, papá. ¿De acuerdo?

Wade cerró los ojos durante un segundo y salió corriendo por el pasillo.

Caroline sabía que aquello no era asunto suyo, pero no le quedó más opción que seguirlo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LA cocina era inmensa y con un aspecto antiguo. Tenía una enorme barra para el desayuno y múltiples sillas apiladas junto a una mesa de madera.

Caroline imaginó que, en otras circunstancias, el lugar habría resultado acogedor, pero en ese momento un humo negro lo inundaba todo, junto con el olor a papel quemado y a algo dulce.

Los fogones estaban en llamas y pronto se dio cuenta del motivo. Había un rollo de papel de cocina junto al quemador y las llamas ya comenzaban a chamuscar los armarios.

—Lo siento, papá —dijo el hijo mayor de Wade subido a una de las sillas junto al fuego.

—¡Bájate de ahí ahora mismo! —gritó Wade con un tono que, obviamente hizo que el niño se quedase quieto por el miedo.

Su padre tuvo que bajarlo de la silla para poder recoger los papeles quemados y echarlos al fregadero antes de poder regresar a los armarios para supervisar el daño.

El niño seguía sin moverse y estaba en el camino de su padre. Así que, aun recordándose a sí misma que no era asunto suyo, Caroline se acercó a él y dijo:

—Tanner, ¿por qué no dejamos a papá que se ocupe de todo?

El niño la miró absorto por un momento, luego le dio la mano y Caroline pudo llevárselo de la habitación. Lo condujo hasta la sala en la que su hermano seguía viendo la tele y, a la vez, jugando con sus camiones, ajeno a todo lo que estaba sucediendo en la cocina.

Caroline vio entonces que Tanner tenía la mano izquierda apretada contra la camiseta del pijama.

—¿Puedo echarle un vistazo a tu mano? —le preguntó—. ¿Te has hecho daño?

El niño asintió lentamente y extendió la mano con una mueca de dolor.

—¡Oh, cariño! —exclamó Caroline al ver la enorme mancha roja que cubría la palma de su mano.

—No quería que se prendiera fuego —dijo el niño llorando—. No quería. Sólo quería tostar malvaviscos como hacíamos Nat, la abuela y yo con el tío Seth cuando íbamos de camping. ¿Crees que mi padre se enfadará conmigo?

—Estoy segura de que se preocupará por ti —le aseguró a Tanner, aunque no estuviese convencida de ello.

—Se pondrá furioso. Se supone que no puedo estar en la cocina yo solo —añadió el niño llorando cada vez con más intensidad.

—Mira, vamos a curarte esa mano y luego nos preocuparemos de tu padre, ¿de acuerdo?

Él asintió y Caroline recordó a toda velocidad sus conocimientos básicos de primeros auxilios.

—Primero tenemos que echarle agua —le dijo a Tanner—. ¿Puedes llevarme hasta el baño?

—Sí. Hay uno yendo por esas puertas.

Caroline lo condujo hasta allí, llenó el lavabo con agua fría y le sumergió la mano al niño, que no parecía muy contento con la idea.

—No quiero —dijo—. Me duele.

—Lo sé, cielo. Siento tener que hacerte más daño, pero así nos aseguramos de que deje de quemar.

—¿Tanner?

Caroline miró hacia abajo y descubrió que el niño pequeño los había seguido hasta el baño, aunque parecía más interesado en la tapa del váter que en la quemadura de su hermano, pues no paraba de subirla y bajarla constantemente.

—Oye, niño —dijo Caroline.

—Se llama Cody —le informó Tanner—. Tiene dos años y yo tengo cinco. Acaba de ser mi cumpleaños.

—Cinco es una edad muy divertida —dijo ella, pero sus palabras fueron interrumpidas por una voz furiosa proveniente de fuera.

—¡Tanner Michael Dalton! ¿Dónde estás? ¡Ven aquí y ayúdame a limpiar el desastre que has organizado!

—Estamos en el baño —dijo Caroline—. ¿Puede venir aquí un momento?

—¿Qué pasa? —preguntó Wade pasados unos segundos—. Tengo cosas de las que ocuparme aquí.

Y allí apareció, en el cuarto de baño, totalmente furioso, como si ella le hubiese interrumpido mientras salvaba al mundo para preguntarle qué tono de brillo de labios utilizar.

—Nosotros también tenemos algo de lo que ocuparnos —dijo Caroline levantando la barbilla—. Algo que creo que querrá ver.

—¿Qué pasa? —preguntó él entrando en el baño.

Caroline le enseñó la mano de su hijo y, al ver la cara de preocupación en el rostro de Wade, tuvo que admitir que su concepto de él había cambiado.

—¡Tanner! —exclamó—. ¿Te has quemado?

—Ha sido un accidente, papá.

—¿Por qué no has dicho nada?

—Trataba de ser un niño mayor, no un bebé —dijo Tanner encogiéndose de hombros—. Lo siento, papá. Lo siento —añadió entre llantos—. No lo volveré a hacer. No lo haré, te lo prometo. Me duele mucho.

Wade tomó a su hijo en brazos y lo apretó contra su pecho.

—Tranquilo, hijo. Tranquilo. Nos ocuparemos de ello, te lo prometo. Encontraremos a tu tío Jake y él lo solucionará.

Cody observó a su hermano llorando y la preocupación en el rostro de su padre y comenzó a llorar también. Pronto el baño retumbaba con los sollozos.

Tras un momento, Wade pareció entrar en pánico, como si acabara de darse cuenta de que estaba metido en una jaula llena de serpientes, salvo que Caroline tenía la impresión de que habría preferido las serpientes a dos niños vociferantes.

Finalmente Caroline se apiadó de él y tomó al más pequeño en brazos.

—Tranquilo, cielo. Tu hermano sólo tiene una quemadura.

—Tanner… quemadura —dijo el pequeño sonándose la nariz.

—Sí, pero se pondrá bien. Te lo prometo —le aseguró Caroline.

—El tío Jake lo curará —dijo Wade—. Venga, vamos a buscarlo.

Wade llevó a Tanner hacia la puerta principal y Caroline lo siguió con Cody en brazos.

—Oiga, me imagino que ya tendrá bastante de qué ocuparse en la clínica —dijo ella—. ¿Por qué no me quedo aquí con Cody mientras usted está con Tanner?

—No. Él puede venir con nosotros a la clínica.

—¿Está seguro? No me importa vigilarlo por usted.

—Señorita, no la conozco de nada —dijo Wade—. No pienso dejarla con mi hijo.

—¿Quiere que yo vaya con usted a la clínica para que cuide de él allí?

Wade frunció el ceño, obviamente molesto por su perseverancia. ¿Acaso pensaba que iba a secuestrar a su hijo?

—No. Conmigo estará bien. Seguro que en la oficina de Jake habrá alguien que pueda ocuparse de él mientras yo estoy con Tanner en la consulta.

Con Tanner en un brazo, tomó al pequeño en el otro y los sacó por la puerta, dirigiéndolos hacia una furgoneta polvorienta aparcada enfrente.

Sin estar muy segura de lo que debía hacer, Caroline se quedó de pie en el porche de la casa y observó cómo Wade colocaba a ambos niños en el vehículo. Parecía haberse olvidado de su existencia. De hecho, acto seguido se subió al asiento del conductor y se alejó sin mirar atrás.