Alfa Ares - Stephanie Ward - E-Book

Alfa Ares E-Book

Stephanie Ward

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Beschreibung

Ramnusia, una joven de veintiún años, trata de encontrar a sus padres, desaparecidos hace tiempo en extrañas circunstancias. La acompañan sus amigos, Brian y Arthur, y las historias de la anciana Emily, que al principio Ramnusia toma como pura invención: criaturas fantásticas, hombres lobo, brujas, demonios y vampiros que se esconden en el bosque, siete reinos en un conflicto de siglos que nadie consigue resolver… Cuando sus pesquisas la llevan hasta el pueblo de Blood Moon, Ramnusia empieza a cuestionarse si las historias de Emily no tendrían algo de verdad. Lo que tampoco sabe es que, mientras ella busca a sus padres, a ella la busca el irresistible príncipe Ares Blackner, su alma gemela. Una vez se encuentren, su vida no hará más que complicarse. Una profecía, una elegida por los dioses, y un reto que cumplir: lograr la paz entre los siete reinos.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Stephanie Ward

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1144-315-9

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

PRÓLOGO

La escritora Octavia Butler sostenía que si un autor quiere encontrar su estilo propio, primero debe imaginar un referente que no existe. Butler escribía ciencia ficción, pero su afirmación puede ser igual de cierta cuando se trata del género fantástico. No es tan fácil imaginar un mundo de ficción que no se parezca en nada al mundo en el que vivimos. A lo largo de la historia de la literatura, numerosos autores han creado espacios en los que imaginar un mundo distinto, poblado de criaturas también distintas a nosotros, pero nunca del todo: vampiros, licántropos, dragones, brujas, hadas y magos, deidades benignas y malignas, seres que se desplazan en el tiempo y en el espacio… no obstante, tanto nos hemos acostumbrado a ejercitar la lectura también en esos imaginarios, que ya nos resultan casi una parte más de nuestra realidad conocida.

La autora de Alfa Ares elige precisamente aprovechar la riqueza que ofrecen estos universos paralelos ya imaginados por tantos otros autores, y combinar elementos y criaturas que ya han habitado otras obras de ficción: en la novela encontramos siete reinos y siete razas que parecen irreconciliables, una profecía, una elegida… Y por supuesto, el romance entre los dos protagonistas, predestinados a encontrarse y a intentar resolver un conflicto que se arrastra a lo largo de los siglos.

Pero que la novela fantástica fantasee —como su propio nombre indica— con mundos diferentes, no quiere decir que no se plantee también las grandes preguntas que desde siempre se formula el ser humano. Por ejemplo, el conflicto entre la razón y el instinto, representado aquí por la esencia dual de los personajes: estos viven una existencia humana hasta que sienten cómo despierta su parte animal, que actúa de forma instintiva y no atiende a razonamientos. La novela también reflexiona sobre el conflicto entre los humanos y la naturaleza: en un mundo poblado por siete especies diferentes, se nos explica que, a pesar de ser la única que no nace con ningún poder especial, la más peligrosa es la humana, por su capacidad de fabricar otras armas con las que destruir a otros. Por no hablar del sempiterno dilema destino vs. libre albedrío: los conflictos principales que guían la trama provienen de personajes que se niegan a aceptar los designios de los dioses, e intentan ir en contra de su destino.

Todos estos ingredientes son los que conforman Alfa Ares, que tan solo es la primera entrega de una saga: pues si bien es difícil imaginar mundos y realidades distintas a los que habitamos, una vez se consigue, es imposible que los queramos abandonar.

RAMNUSIA PDV

Desde que tengo uso de razón, siempre he tenido una extraña fascinación con la nieve. Me pasé casi toda la vida viajando con mis padres de un lado a otro y no recuerdo sentirme en ella mejor que en ninguna parte.

Soy una de esas personas raras que, cuanto mayor es la tormenta blanca, más la disfruto; mirándola desde dentro de la casa, con una gran taza de chocolate caliente en la mano, mientras el fuego arde en la chimenea.

Estando aquí en medio del bosque, rodeada de nieve, recuerdo un lugar maravilloso donde mis padres y yo hemos pasado un tiempo cuando era muy pequeña. Intento rebuscar en mi memoria aquel sitio con la esperanza de poder encontrar a mis padres allí.

Puedo recordar vagamente una pequeña ciudad, rodeada de altos pinos y el bosque más hermoso que haya visto jamás. Aquellos fueron los mejores meses de mi vida, el único sitio al que pude llamar casa entre todos los lugares a donde nuestros viajes nos condujeron.

Ese bosque tan profundo era casi mágico. Su belleza y su silencio me envolvían y adoraba cómo podía ser de engañoso. Las noches dejan al mundo en un completo silencio, grueso y pesado, que tenía la fuerza de congelar hasta los pensamientos más agotadores.

—¡Ram! ¡Ram! —La voz de Brian interrumpió mis pensamientos soñadores.

Me di la vuelta para verle corriendo hacia mí con un papel en la mano y una sonrisa enorme en su cara.

—Brian, ¿está todo bien? —le pregunté en cuanto se acercó.

—Sí. Arthur piensa que encontró el sitio donde puede estar la cabaña de tus padres.

Un sentimiento de felicidad me envolvió al escuchar las palabras de mi amigo.

—¿Está seguro?

—Es el sitio que más se ajusta a tus descripciones. Está cerca de Snow Peak —me dijo señalando un punto en el mapa que llevaba en la mano.

—Vamos a dentro. Tenemos que contárselo a la abuela —propuse, cogiéndole la mano y yendo juntos hacia la casa. El viento frío soplaba cada vez con más fuerza.

Brian es mi amigo desde que mis padres vinieron a estas tierras. Mi madre y su abuela pasaban mucho tiempo juntas, y Brian vino en sus vacaciones con su amigo Arthur. Al parecer, Arthur estaba en una misión secreta, buscando a alguien de quien no puede hablar por órdenes de sus superiores. Él y Brian me acogieron como si fuera su hermana pequeña y, cuando mis padres desaparecieron, su abuela me dio cobijo y protección en su pequeña casa de la montaña.

Desde el principio de este año, somos inseparables y son lo más parecido que he tenido a una familia. Estoy agradecida por haberlos encontrado.

Brian tiene un carácter abierto y despreocupado, lo que hace que mi conexión con él sea mucho más estrecha; por su parte, Arthur es más reservado. Supongo que es por su trabajo, del que entendí que no podía preguntar ni quería saber nada. Por experiencia, sé que hay cosas que es mejor guardar. Mis padres siempre me escondieron sus demonios personales, aunque entiendo que lo hicieron pensando que es lo mejor para mí, es complicado cazarlos sin saber dónde se encuentran.

Entrando en la casa, Emily nos recibió con su eterna sonrisa. Era una mujer maravillosa, aunque sus historias a veces impresionaban. Ella piensa que existen criaturas fantásticas viviendo entre nosotros. A veces sus relatos hacían que tuviera la sensación de que había gente vigilándonos desde la frontera de árboles que separa este bosque desolado del jardín de la casa. En otras ocasiones, sus narraciones son bonitas, tan llenas de amor y fantasía que podía pasar horas enteras escuchándola.

—Brian, cierra bien esa puerta, hijo, esta noche habrá tormenta —advirtió a su nieto, mientras colocaba cuatro tazas de chocolate caliente en la mesa.

—Abuela, Arthur cree haber encontrado el bosque donde está la cabaña de mis padres —informé ilusionada, quitándome el abrigo y las botas para sentarme en la pequeña mesa del salón. Ella me miró con una sonrisa, acariciándome el pelo.

—Parece que empezarás tu propia aventura, querida. Espero que todo os vaya bien —deseó con ternura, observando hacia Arthur.

—Si la tormenta acaba, nos iremos por la mañana —anunció Arthur con su seriedad característica. Yo sentí un escalofrío recorriendo mi cuerpo.

—¿Tan pronto? —dudé sorprendida.

—Sí, no tendré mucho más tiempo si lo posponemos. Voy a hacer este viaje contigo, Ram. Vamos a intentar encontrar a tus padres cuanto antes.

No estaba preparada, además, Brian mencionó que quería acompañarnos.

—Yo iré unos días más tarde. Necesito poner mis asuntos en orden —comentó Brian, como si me hubiera leído la mente. De alguna forma, saber que Brian vendrá me tranquilizó bastante.

Nos pasamos el resto de la noche mirando mapas y trazando un itinerario de viaje junto a Brian y Emily, que parecía conocerse todos los bosques del país como si fueran suyos. Echaré de menos a esta mujer que me recibió en su casa y en su vida con los brazos abiertos, ofreciéndome el calor y la seguridad de un hogar que nunca había tenido.

Ese año en su casa fue el tiempo más largo que estuve en un sitio, y desprenderme de este y de ella entristecía mi corazón más de lo esperado. Pero esto no iba a ser un adiós, sino un hasta luego, porque si hay algo claro para mí es que volveré en cuanto pueda.

Ya no había marcha atrás. Ya era hora de partir en búsqueda de mis padres y de todas las respuestas a las dudas que rondan mi cabeza desde que tengo memoria.

ARES PDV

Hace unos quince años que mi padre, el rey Balthazar y mi madre, la reina Nayati, me pusieron a cargo de Blood Moon, una de las manadas de lycanos más poderosa y extensa del mundo, temida por los siete reinos durante siglos.

Nuestro mundo está dividido en las siete especies que poblamos la tierra: el reino de los lycanos, el reino de las brujas y los magos, el reino de los vampiros, el reino de los tigres, el reino de los dragones, las hadas y los humanos, siendo este último el más grande. A pesar de que los humanos no nacen con ningún poder especial ni pueden transformarse en otro ser, como el resto de las especies, y tampoco poseen un largo tiempo de vida, son los más peligrosos gracias a las diferentes armas que son capaces de fabricar. Hace muchos siglos estuvieron a punto de acabar con los demás reinos.

Desde ese momento crucial para el resto de los reinos, decidimos guardar un perfil bajo y no hacer notar nuestra presencia en el mundo humano. Se formó un consejo de ancianos, que recoge a los ejemplares más antiguos de cada especie y con ello firmamos un tratado de paz. Aunque, como en la vida misma, siempre hay algunos rebeldes, especialmente entre los lycanos y los vampiros, por lo que nuestros breves avistamientos inspiraron a los humanos más creativos a inventar leyendas sobre nosotros.

Es muy gracioso, sobre todo, cuando dijeron que los hombres lobo eran esclavos de los vampiros, esa afirmación me tuvo entretenido un tiempo, no muy largo, pero sí, me divertí bastante imaginándomelo.

El problema viene por parte de un grupo de humanos que conocen nuestro mundo y formaron una alianza de cazadores que van detrás de los rebeldes, aniquilándolos. También acaban con cualquier especie que se les ponga por delante, rebelde o no. Su fuerza bruta no es lo que nos preocupa, más bien sus armas y técnicas que han ido perfeccionando a lo largo de los siglos. Por ellos descubrimos que ser inmortales no quiere decir que no haya nada que pueda matarnos, así, nuestra confianza descendió rápidamente a la vez que el primer inmortal cerró sus ojos para siempre en las garras de los cazadores.

Volviendo a mi historia, siendo príncipe heredero del reino de los lycanos, no me tomé muy bien el cambio que mis padres lanzaron sobre mí. Variar mi cómoda vida de palacio, donde me iba estupendamente, por la vida de alfa, con todas las responsabilidades que esto conlleva, junto a todo el papeleo y los dolores de cabeza provocados por la gente que compone esta enorme manada, me cayó básicamente como un tiro en el culo.

Veréis, los lycanos somos algo así como una especie superior a las demás. Somos muy parecidos a los hombres lobos, pero nuestra fuerza es significantemente superior, por ello, los dominamos. Nuestra especie, al igual que los hombres lobo, vive en manadas. Los más fuertes forman parte del entorno del rey de los lycanos. Tenemos el ejército de guerreros más fuerte y sangriento del mundo, todos nos temen y respetan allá donde vamos, independientemente de la especie a la que pertenecen. Con tan solo despegar el poder de nuestra aura, todos los presentes alrededor caen de rodillas y los demás pueden sentir nuestra presencia a kilómetros de distancia.

Tenemos la capacidad de transformarnos tanto en un lobo de grandes dimensiones como en nuestro lycano, que es una bestia de lobo y hombre gigante que puede acabar con cualquiera que se le pone por delante.

El poder de cada lycano le ofrece un título dentro de la manada. Mi padre y mi madre son los reyes; yo, el príncipe heredero, y los siguientes más fuertes ocupan los lugares de beta y delta, bajando hasta omega, que suelen ser los trabajadores de palacio o algún lycano que haya sido castigado por el rey y despojado de su lugar en la jerarquía de la manada.

Hay varias cosas que pueden debilitar a un hombre lobo, como el contacto con el metal de la plata, que llega a envenenar su sangre y, en la mayoría de los casos, acaba con su vida; o el acónito, que los debilita hasta dejarlos incapacitados. En cambio, los lycanos solo tenemos una debilidad: nuestras almas gemelas o mates, como los llamamos. Ellas son consideradas mitades de nosotros mismos que la diosa Luna nos destina al nacer. Al encontrarnos, el olor de su cuerpo resalta entre miles de personas, y la conexión se crea de inmediato, llevándonos a emparejarnos y reclamar a la otra persona como nuestra. Nuestros lycanos se reconocen y sienten la necesidad de marcarse con un mordisco en el cuello que luego constituirá una especie de tatuaje en el cuello de los dos, uniéndonos así para siempre. Una vez encontrada tu alma gemela, todo fluye de manera natural.

Tanto en forma humana como de bestia, somos capaces de comunicarnos con todos los miembros del grupo por conexión mental, siendo el alfa el único que puede hablar con toda la manada a la vez, y los reyes y príncipes, con cualquier lycano u hombre lobo dentro y fuera de la manada.

Nuestras bestias son pesadas y a veces nos vuelven locos, soltando, aullando o peleando en nuestra cabeza, gracias a la diosa Luna, al bendecirnos con el alma de las bestias, también nos ha otorgado la capacidad de levantar muros en nuestra mente y bloquear la charla innecesaria.

Echo de menos mi vida en el palacio. En aquellos tiempos, no muy lejanos aunque para mí parezca que pasaron cientos de años, lo tenía todo. Todas las damas de palacio estaban más que dispuestas a pasar el rato bajo mis sábanas, disfrutando de…, bueno, de todo lo que la libido de un macho alfa puede ofrecerles. Los lycanos, al igual que los hombres lobos, somos famosos por nuestras interminables ganas de sexo, nuestra potencia y por nuestra posesividad y violencia, pero más que nada por nuestra libido.

Mis padres decidieron que ya había disfrutado bastante y, aunque me opuse con vehemencia, me enviaron de una patada aquí, en medio de ninguna parte, porque, según ellos, debía abrazar mis responsabilidades para, así, algún día ser capaz de ocupar el sitio de mi padre en el trono de los lycanos. Como si los inhumanos entrenamientos por los que mi padre me hizo pasar desde que Thor —mi lycano— despertó, con tan solo ocho años, no fueran suficiente responsabilidad.

Odio este lugar. Aquí echo de menos el verano incluso en verano, los inviernos, aparte de terriblemente largos, son infernales, duran seis meses y lo demás es otoño. Como no tengo tiempo para vacaciones desde hace unos… quince años, ya no recuerdo ni cómo huele la playa, todo gracias a mis responsabilidades. No me entiendas mal, me gusta el invierno, como a todos los lycanos, ya que nuestra elevada temperatura corporal se estabiliza a temperaturas muy bajas y estamos más cómodos, pero aguantar por unas semanas el calor sentado en una hamaca, bañándote en el océano y disfrutando de las vistas que solo la playa puede ofrecer…, ¡bendito sacrificio!

Lo bueno de toda esta historia es que mi padre tuvo la sensatez de enviarme aquí junto a la mejor cocinera de palacio, Daphne, que puede cocinar los platos más sabrosos del mundo, y sus muffins…, oh, sus muffins son oro horneado con frutas y chocolate; y mis dos mejores amigos, Vlad y Alcides. Los tres nos criamos juntos como hermanos, como se suele hacer en nuestro mundo con los hijos varones del beta y delta del rey. Vlad es hijo de Víctor que, a su vez, es beta o segundo al mando de mi padre, y Alcides es el hijo del delta o tercero al mando. Vlad es un magnífico luchador, casi igual de bueno que yo, además de ser mi consejero y ayudante personal con los asuntos de la manada, y sus negocios traspasan las fronteras de nuestro reino. Alcides, como mi delta y tercero al mando, además de ser un fantástico luchador y ayudar con los negocios, su tarea principal es encargarse de la seguridad de su futura reina, luna y de los cachorros reales en todo momento. La mate del alfa se llama luna. Su conexión con la luna es casi inmediata, al igual que su sufrimiento en el caso de que por alguna razón llegara a encontrarla antes que yo, asimismo, no puede protegerla.

Por arte del destino, Alcides lleva sufriendo prácticamente desde que llegó aquí. Él solía pasar mucho tiempo recorriendo estos bosques, aprendiendo sus caminos y vigilando sus fronteras, hasta que un día se paró a descansar frente al lago congelado. Y entonces la vio por primera vez. De inmediato, empezó a llamarme desesperadamente por nuestra conexión mental para acercarme a su localización. Al escuchar la urgencia en su voz, cambié a lycano y salimos corriendo hacia el bosque. Thor se puso muy nervioso aullando dentro de mi cabeza, inquieto.

Una vez ahí la vi… Mi cuerpo se tensó de inmediato, mi cabeza comenzó a dar vueltas y mi nariz se llenó del aroma más maravilloso que había olido en toda mi vida. Frambuesas y vainilla con un toque de menta. Pero la alegría de encontrarla se desvaneció instantáneamente porque, aunque la tenía delante, pasarán muchos años antes de poder tenerla.

Thor daba vueltas en mi cabeza quejándose dolorido hasta que se sentó con la cabeza encima de sus patas. Sentía y compartía el mismo dolor de Thor. Solo podía pensar que esta era una cruel broma que el destino, aburrido, me dio para empeorar mi estancia aquí, a la vez que asegurarla totalmente.

Mi luna estaba allí con su gorro blanco y su traje de nieve rosa, corriendo por la nieve, tirándose y riendo mientras se revoleaba feliz y despreocupada con sus mejillas rojas. Alcides y yo nos miramos preocupados sabiendo los dos lo que nos espera en los próximos años… Nuestra luna era una niña de cinco años aproximadamente. La diosa Tyche tiene que estar muy aburrida para hacernos algo así. A pesar de ello, no podíamos hacer nada. Ella ya nos había enviado las inevitables garras de su destino.

Mi pequeña luna estaba acompañada por sus padres. Thor sintió la fuerza del lycano que emanaba su padre, cosa que nos dejaba claro que era muy poderoso, aunque no recibió nada de parte de su madre, por ello asumimos que es híbrida, quizá de lycano y humana. Definitivamente, no nos podríamos acercar a ella, ya que dos hombres con la apariencia de veinticinco años no debían aparecer sin más pidiendo a sus padres que nos la entreguen. Ante eso, le ordené a Alcides que me siguiera a la casa de la manada. Juntos nos retiramos y decidimos vigilarlos y empezar una investigación para ver quién era su padre.

Los vigilamos durante varias jornadas, pero un día, sin esperarlo, se esfumaron sin más, como si nunca hubieran existido, sin dejar rastro. Solo nos quedó la pequeña cabaña que contenía los cuadros de mi pequeña mate, como un cruel recordatorio de su revelación en mi vida, y sin ninguna pista que nos pudiera poner en su camino. Desde entonces tengo soldados buscándola por todos los reinos, pero hasta ahora no hay señal de ella. Ya hace quince años de esto y todo lo que tenemos es una sospecha sin confirmar de uno de mis hombres.

Ella es la razón principal por la que decidí quedarme por estos lugares y aún me niego a volver a palacio. Mi padre está cansado ya del trono después de quinientos años de reinado, solo quiere perderse por el mundo con su reina, y por mucho que me gustaría concederle este deseo, no puedo moverme de aquí hasta que mi mate aparezca de nuevo. No puede haber un rey sin su reina, y la gente ya está especulando sobre mis deseos de tomar una reina a pesar de no ser mi mate, algo impensable en nuestro mundo. Algunos piensan que encontré a mi mate, pero que la rechacé; supongo que mi fama me precede. Poco saben ellos que la misión de mis padres de hacerme responsable junto a mi fugaz encuentro con mi mate de cinco años fue todo un éxito al hacerme cambiar y pensar en mi futuro de forma totalmente diferente.

Comprendí que, por muchas hembras que puedan pasar por mi cama, nunca seré feliz sin una en particular. Me di cuenta de que mis actos eran inmaduros, vacíos, sin sentido, y, de repente, las hembras ya no eran mi pasatiempo favorito y mi manada dejó de ser una carga pesada para mí, convirtiéndose en mi mayor prioridad. Hasta llegué a adorar estos inviernos terribles y disfrutarlos como esa niña pequeña lo hacía hace quince años. Ahora puedo decir que soy un alfa, uno que ganó su título a pulso y estoy muy orgulloso de mi manada, que es una enorme familia a la que juré liderar y proteger con mi vida.

Las palabras de mi madre siguen resonando en mi mente como si fue ayer cuando me las manifestó, rogándome que recapacitara sobre mi comportamiento con las mujeres. Que los mates son mitades de nosotros mismos a las que debemos respetar incluso antes de encontrarnos. Que son almas que la diosa Selene nos destina incluso antes de nacer, por una razón, y no debemos faltarle el respeto a la diosa rechazando a nuestras mates. No pienso hacer eso, evidentemente, pero la diosa tuvo una manera muy extraña de escoger el momento adecuado para que yo encontrara la mía. Debo reconocer que no soy el hombre más paciente del mundo, pero estoy obligado a hacer lo que más odio y eso es esperar, luchando contra mí mismo para frenar mis instintos de emparejamiento, luchando contra mi lycano, que se está volviendo feroz, impaciente y es cada vez más violento dentro de mí, aullando con dolor por su pareja cada noche.

Como lycano, mis necesidades físicas son irrefrenables. No podemos pasar sin estar con ninguna hembra, por lo que me vi obligado de pasar de acostarme con todas a hacerlo con una sola. El trato es que estaremos juntos hasta que uno de los dos encuentre a su mate. De momento, ni Sarah ni yo tenemos esa bendición, por ello pasamos algunos ratos juntos, especialmente, las temporadas de emparejamiento que son inaguantables en soledad, y más para las hembras solteras.

En temporada de emparejamiento, los machos solteros pueden oler la excitación de cualquier hembra de la manada. Las que tienen mates están a salvo emparejándose, pero las solteras corren el riesgo de acabar juntándose con más de uno durante los siete días de calor. De ese modo, Sarah se mantiene a salvo conmigo y yo con ella. Es un arreglo que funciona para los dos y del que los dos disfrutamos.

Thor, sin embargo, no está nada contento con mi arreglo y no deja de condenarme por engañar a su mate. Las bestias son muy leales, celosas y protectoras de sus mates; una vez que sepan de su existencia, se vuelven locos sin ellas. Mi bestia, siendo uno de los lycanos más poderosos de la tierra, también aumenta su posesividad, celos y dominación, haciéndome la vida un verdadero infierno desde hace quince años. Así que debo bloquearle durante mis interacciones con Sarah, a la que Thor jamás llegará a aceptar, aunque es consciente de que ella es la única que nos mantuvo cuerdos durante todo este tiempo.

Como no puede pensar en otra cosa, Thor calcula que la lycana de nuestra mate debe haber despertado hace alrededor de cuatro años. No sé cuánto tiempo podré seguir frenándole, espero que cuando encuentren a mi mate, no sea demasiado tarde y no nos hayamos vuelto incontrolables los dos.

Nuestros lycanos suelen despertar alrededor de los dieciséis años de su humano, aunque los más fuertes pueden hacerlo mucho antes, tal como fue mi caso. Thor despertó cuando yo solo tenía ocho años. Por ello mis entrenamientos empezaron muy temprano y, a pesar de ello, mi cuerpo humano no fue preparado para la primera transformación hasta que no cumplí los doce. Se supone que después de nuestra primera transformación, podemos sentir a nuestros mates o almas gemelas. Cuando nos vemos, nuestras miradas forman una conexión innegable, que hace que los dos nos sintamos atraídos el uno por el otro. Una vez que nuestras manos o cuerpos se tocan, sentimos chispas recorriendo nuestros cuerpos y el olor que emana el cuerpo de nuestras parejas sobresale entre millones de personas, llevándonos hasta él o ella.

Desde ese instante, no hay manera de romper la conexión que sigue creciendo a medida que pasamos tiempo juntos.

Hasta ahora, solo pude conocer una persona que fue rechazada por su mate. Un guerrero del palacio de mi padre que, al encontrarla, ella resultó pertenecer a otra especie y le rechazó, llevándole a perder el control de su lycano y, finalmente, a su muerte.

—¿Un céntimo para tus pensamientos? —la voz suave de Sarah resonó en la habitación, mientras cerraba lentamente la puerta de mi despacho.

—Hum, solo es uno de esos días… —le contesté dejándome caer en el respaldar de mi silla.

—¿Thor está inquieto de nuevo? —me preguntó acercándose lentamente.

—Sí. No sé cuánto más podré soportar todo esto. Estoy comenzando a perder la paciencia y los nervios —expuse con agobio. Ella se posicionó detrás de mi silla, masajeando mis hombros con sus manos.

—Creo que tengo algo que podría ayudarte, alfa. —Besó mi cuello y deslizó su mano sobre mi pecho, desabrochando los botones de mi camisa. Cerré los ojos y dejé que sus manos obraran su magia.

Dio la vuelta a la silla, poniéndose de rodillas delante de mí, y desabrochó el último botón de mi camisa antes de empezar por el de los pantalones. Mis manos recorren su pelo, pero inmovilizado por pensamientos del éxtasis que se aproximaba.

Antes de dejarme mucho tiempo para pensar, una sensación de calidez me envolvió mientras me tomó profundamente en su boca. Me relajé en la silla y ella continuó sus movimientos rítmicos, con afán y gracia. Yo me perdía en un mundo de fantasía, donde mi mate estaba en este momento conmigo.

El tono de llamada de mi teléfono me arrancó de mi fantasía, estropeando nuestro momento íntimo. Contesté sin siquiera mirar quién era.

—Alfa Blackner, soy el soldado Forest, llamando para reportar los nuevos acontecimientos —su voz firme me decía que las noticias no eran del todo buenas. Aparté a Sarah, que me miró con sus cejas levantadas por la confusión.

—Tienes mi atención, soldado Forest —contesté serio.

—Alfa, mañana por la tarde llegaré junto a la luna a Snow Peak.

Noté un escalofrío seguido por un revuelo en mi estómago y una tremenda falta de aire, y creo que, por primera vez en mi vida, sentí miedo o, al menos, así considero que se siente el miedo. Tenía terror de que no fuera ella, todavía no teníamos la certeza de que lo fuera, y quizá mi temor aumentaba ante la posibilidad de que me rechazara.

—Alfa, con su permiso, le haré una sugerencia. Ella no parece saber nada sobre nuestro reino, ni siquiera considero que sabe que existe otro reino además del humano, por lo que, en mi humilde opinión, debería preparar la ciudad para no asustarla con demasiada información. —Por su tono, pude notar su tensión al sugerirme que debo esconder nuestra naturaleza por un tiempo.

Aunque en otra situación sería capaz de encerrarle en el sótano por su imprudencia, dentro de mí sabía que tenía razón. Primero debo averiguar si es ella y hasta qué punto llega su información sobre nosotros.

—De acuerdo. Todo estará preparado para mañana. Gracias, soldado Forest —sostuve con firmeza. La tensión en mí aumentaba por segundos.

—Le deseo buenas noches, alfa Blackner.

Terminé la llamada sin decir nada más y, por un instante, se me olvidó que Sarah estaba aquí conmigo.

—¿Alguna noticia, alfa? —me consultó, mirándome con sus ojos negros y grandes.

—Sí. Forest piensa que encontró a mi mate. Mañana estarán en Snow Peak.

Vi que la sangre desapareció de sus mejillas. Se levantó del suelo con una sonrisa forzada y se sentó en la silla frente a mí.

—¿Cómo te sientes con respecto a esto? —quiso saber.

—No sabría decirte. Estoy en la misma medida ilusionado que temeroso —me sinceré.

Una media sonrisa apareció en su cara.

—¿Temeroso? ¿Tú? —Su sonrisa se volvió una carcajada suave.

—Sí. Temo que no sea ella o, peor aún, que, al no tener conocimiento sobre nuestro mundo, me rechace sin pensarlo.

—Si eso pasa, siempre me tendrás a mí, alfa. Lo nuestro funciona. Nos mantiene cuerdos. Además, el rechazo no podrá acabar contigo.

La miré incrédulo ante lo que insinuaba.

—Creo que es mejor que te vayas, Sarah. No me siento capaz de continuar con esto ahora mismo.

Soy completamente consciente de lo que debe estar sintiendo. Pero este momento no se podía evitar. Ella lo sabía igual que yo, del mismo modo que todos somos conscientes. Una vez tu mate está delante de ti, no hay marcha atrás para nosotros. No hay otro ser que pueda hacer sentir más que la otra mitad de uno mismo ni que te otorgue el poder y la pasión que la persona destinada para ti puede ofrecerte. En nuestro mundo, no hay nada por encima de eso.

—Entiendo. Buenas noches, alfa —se despidió antes de ponerse en pie y salir por la puerta.

Buenas noches, ja…, como si eso fuera posible. En cuanto cerró, derrumbé el muro que bloqueaba a Thor y le dejé saber lo que acababa de decirme Forest. En cuanto acabé de hablar, Thor estaba empeñado en convertir esta noche y seguramente el día de mañana en un infierno para mí. No paraba de dar vueltas y aullar en mi cabeza, recriminándome que lo tuve encerrado para estar con otra mujer, mientras Forest llamaba para avisarle que había encontrado a su mate.

—¿Quieres calmarte, Thor? —prorrumpí con seriedad y desesperación, aunque sabía que no iba a hacerlo hasta no tenerla junto a él—. Dudo de que vaya a llegar antes si no dejas de aullar e interrumpir mis pensamientos, ¡bola de pelo irritante!

—¿Que me calle? ¡Debías haberme hecho caso desde el principio, cuando Forest llamó sospechando de haberla encontrado, e ir allí para comprobarlo! Pero no, te quedaste aquí sentado, ¡porque eres un humano inútil y traidor!

—Thor, sabes muy bien que no podía dejar la manada para atender todas las sospechas de mis soldados, te recuerdo han sido muchas, así que, sí, cállate y déjame pensar.

—¿En qué? ¿En Sarah y todas las veces que traicionaste a nuestra mate? Reza a la diosa Luna para que esto no repercuta en la relación con nuestra mate o te juro que haré de tu vida un infierno, ¡humano estúpido! —me gritó enfadado.

—¡Calla! ¡Saco de pulgas fastidioso! Sabes tan bien como yo que esto no va a pasar.

Enfadado, harto de sus quejas continuas y sus pataletas en mi cabeza, cerré la conexión mental. No estaba de humor para seguir escuchándole y por mucho que odio aislarlo, no me deja más remedio. Después le sacaré a correr en el bosque para gastar su energía en algo más entretenido que pelearse conmigo. Por ahora, prepararé todo para la llegada de Forest, con la esperanza de que valga la pena y que no sea otra de tantas veces que se equivocó.

RAMNUSIA PDV

Recuerdo una pequeña ciudad rodeada de montañas y pinos, un lugar que llenaba mis pulmones del aire más fresco. Me viene a la memoria el humo saliendo de los hornos de la fábrica que acogía a miles de trabajadores todos los días, desde los tiempos más antiguos, llenando trenes y autobuses a las tres, todos corriendo con prisas para llegar a sus casas. Asimismo, calles llenas de niños y padres, envueltos en el ajetreo de sus vidas diarias. Evoco subir las escaleras de la entrada y encontrar a mi madre ajetreada preparando el almuerzo para mi padre y para mí. O esas largas noches de invierno tomando un chocolate caliente frente a la ventana, mientras lobos, zorros y jabalíes salían buscando comida o simplemente paseando en el claro. Rememoro una vida que no sé cuándo viví, un pasado que parece tan solo un sueño lejano. A mi alrededor, observo que ya no queda nada de aquellos recuerdos que, aun pasando solo quince años, parece que todo ello sucedió hace una vida. En cierto modo es así, para mí, quince años son toda una vida, ya que tengo veintiuno.

Son las tres, pero no hay ajetreo, el tren ya no está parado en la estación y un solo autobús pasa vacío recorriendo la calle principal. Ya no hay niños y la fábrica parece haber apagado sus hornos hace tiempo, quedando allí hueca, con las ventanas partidas y sucias, guardando solo una pequeña puerta abierta. Parece que con el frío del invierno la ciudad entera se quedó congelada, al igual que mi alma al ver el cuadro tan gris, desolador y triste desarrollándose delante de mis ojos. Miré a Arthur sin poder aguantar mis lágrimas.

—¿Dónde está la gente? ¿Y los niños? Parece que no queda vida en esta ciudad, ¿qué ha pasado aquí? —consulté a nadie en particular, ya que Arthur no sabía nada más allá de mis cuentos de cómo era esto antes.

—Vamos, Ram, tenemos que encontrar un sitio para pasar la noche. —Acarició mi espalda.

—No creo que eso vaya a ser complicado, dado que la ciudad está vacía. Lo mismo ya no quedan pensiones ni hoteles y tendremos que pasar la noche en el coche de alquiler.

Arthur me observó sin decir nada. Es la primera vez que le ocurría desde que le conozco. Se limitó a mirar la carretera con los nudillos blancos al apretar con fuerza el volante.

Arthur es mi amigo, pero echo de menos a Brian. Él es mi mejor amigo… Supongo que debe serlo, ya que es el único que he tenido en toda mi vida. Desde hace dos años está alegrando mi vida vacía, llenándola de sus bromas y su tremenda inocencia infantil. Es como un bebé que mide 190 cm, con un cuerpo escultural, sus ojos verdes esmeralda contrastando con su pelo moreno y esa sonrisa deslumbrante. Es la persona más alegre que he conocido, aunque no es que haya conocido muchas durante mis veinte años de vida. Es un hombre muy guapo, tengo que reconocerlo, aunque mis ojos de mujer no lo ven como nada más que un hermano mayor, el hermano que nunca tuve.

Cuando le conté la triste historia de mi vida, empatizó de inmediato conmigo e insistió en acompañarme en la búsqueda de mis padres. Los dos desaparecieron una mañana sin decir nada. Ni una llamada, ni un mensaje ni una nota, solo se esfumaron sin más. Hace ya más de un año de esto y, por fin, con la ayuda de Arthur, encontramos el lugar de mis recuerdos y empezamos mi búsqueda. Aunque Brian no pareció muy contento con mi decisión, se unió a la aventura.

El último recuerdo que guardo de mis padres fue la noche anterior a su desaparición. Los dos vinieron a mi habitación diciéndome cuánto me querían y cuánto sentían toda la vida que no pudieron ofrecerme estando siempre con las maletas preparadas, corriendo y escondiéndonos constantemente. Me dijeron que si alguna vez necesitaba respuestas, que dejara que mi corazón me guiara a casa. «A casa», extraño juego de palabras para alguien que nunca se quedó lo suficiente en un sitio como para poderlo llamar así. Solo guardaban una foto de los tres juntos, solo una, y estaba sentada en mi mesita de noche desde que era muy pequeña. Una imagen abrazados, riendo despreocupados, una pequeña yo en medio de mis dos padres, los tres tirados en la nieve con nuestras mejillas rojas por el frío y una pequeña cabaña de fondo. Entonces recordé que mis padres compraron esa cabaña en medio del bosque y era literalmente la única que hemos tenido nunca. Mi madre dijo al irnos que íbamos a dejar aquí nuestros corazones para poder encontrarlos cuando la tormenta acabase o cuando empeorase. Nuestra casa, nuestro lugar seguro escondido en el centro de la naturaleza. Y aquí estoy tras quince años de vendaval inacabable que solo empeoró con su desaparición. Aquí me encuentro en busca de mis respuestas, de esos corazones. He vuelto a casa.

Necesito saber qué fue lo que pasó con ellos, ya que todos mis instintos me dicen que les sucedió algo, algo los obligó a desaparecer dejándome sin forma de contactar con ellos. Vivimos toda la vida corriendo, siempre pasaba algo para tenernos que ir, pero jamás me hubieran dejado atrás. Ellos siempre decían que pasara lo que pasara estaríamos juntos, pero, por alguna razón, no fue así. Espero encontrar mis respuestas aquí.

—Creo que este sitio es perfecto para pasar la noche —interrumpió Arthur mis pensamientos con su voz grave.

Levanté la vista para ver una pequeña pensión a pie de montaña con unas las letras plateadas brillando encima de la fachada blanca: «Pensión Snow Peak». Estaba rodeada de bosque, no hay ninguna otra casa, tienda o café ni ninguna otra señal de vida alrededor. Me pregunto qué hizo que Arthur parara justo aquí. Pero decidí en contra de darle más importancia de la que tenía.

—Es perfecto, Arthur. La naturaleza en su estado más puro —expresé bajándome del coche y estirando mis músculos.

El aire frío me provocaba piel de gallina a pesar del jersey bastante grueso que llevaba puesto. Los dos nos acercamos a la entrada, ya medio congelados, está claro que las temperaturas debían estar a menos de veinte grados. Antes de poder tocar el timbre, una mujer menuda, que no media más de 150 cm, con su pelo gris y su mirada amable, nos recibió sonriendo.

—¡Ya era hora de que alguien parara por estos lugares! —exclamó contenta con su sonrisa de oreja a oreja—. ¡Pasad! Seáis bienvenidos. —Se apartó de la puerta para dejarnos entrar—. Parece que os hace falta algo de calor y un buen chocolate caliente con malvaviscos.

Los dos sonreímos contentos. El calor de dentro nos abrazó con fuerza, ya sentía que pronto iba a sobrarme toda la ropa que llevaba puesta.

Me tomé un segundo para examinar mi alrededor. El recibidor era sencillo, al igual que toda la decoración interior, predominaba la madera oscura típica de estos sitios de montaña, simple, pero acogedora. No existía una recepción como suele ser en las pensiones. Solo un panel en el que colgaban varias llaves con pequeñas chapas numeradas. La señora nos invitó a entrar en lo que parecía una cocina americana rodeada de cuatro mesas y una tele enorme colgada en la pared. Las cortinas y los manteles combinaban tonos de amarrillo y naranja que, bañados por la luz cálida de la lámpara y el fuego ardiendo en la chimenea, contrastaban con el color oscuro de la madera.

—Tomad asiento. Enseguida os preparo unas deliciosas tazas de chocolate.

Los dos obedecimos de inmediato a la señora, sonriendo más que impacientes por tomarnos ese chocolate, que estaba desprendiendo su delicioso olor en la habitación.

—Bueno, ¿se puede saber qué trae por estas tierras, con temperaturas tan hostiles, a dos jóvenes enamorados? —nos preguntó la mujer despreocupada vertiendo el chocolate en las tazas, mientras los dos intercambiamos un vistazo incómodo.

—Nosotros no somos…, ehm…, pareja. Solo somos… amigos —le aclaré sintiendo que mi sangre se concentraba en mis mejillas.

—Solo estamos visitando la zona —intervino Arthur—. Nos han dicho que es una ciudad preciosa y tranquila. Solo necesitábamos un tiempo fuera del ajetreo de la gran ciudad y respirar un poco de aire fresco, aunque sea por unos días —sentenció, oliendo el chocolate que humeaba desde su taza.

—Desde luego, quien os envió aquí acertó. Es un lugar maravilloso para disfrutar de la naturaleza y la tranquilidad, especialmente de la tranquilidad —afirmó con amargura en su voz—. Y, seguramente, no encontraréis un aire más puro que aquí, sobre todo, desde que cerraron casi toda la fábrica que atraviesa la ciudad. —Sus ojos y su triste sonrisa denotaban que no estaba contenta con ese acontecimiento en particular.

—¿Por qué la cerraron? Parece que aseguraba muchos puestos de trabajo. Es una fábrica muy grande —cuestionó Arthur, saboreando su chocolate con los ojos brillando.

—Estos últimos años han cerrado muchas cosas —formuló con melancolía—. Año tras año, la ciudad se queda más vacía. Parece que una especie de lobos gigantes descubrieron también estas tierras y se enamoraron de ellas al igual que nosotros. Y si antes también estaban, ahora hacen notar su presencia saliendo a dar paseos por la ciudad y sus alrededores todas las noches. Después de algunos accidentes, la gente comenzó a tener miedo y se fueron retirando a ciudades más grandes alejadas de aquí. Ya no tenían valor de dejar a sus hijos jugar en las calles ni disfrutar de nada. Hemos quedado los que estamos demasiados arraigados, ya no tenemos donde ir para empezar de nuevo, solo conocemos esta vida y aquí están nuestras raíces. La mayoría de la gente sabe que no pueden salir a la calle a partir de las seis de la tarde si no quieren arriesgarse a encontrarse cara a cara con algún lobo que reclama su sitio natural.

—Lo siento mucho. Tiene que ser muy complicado acostumbrarse a compartir la ciudad con ellos —señalé con compasión.

—Lo es. Por ello los jóvenes se van buscando lugares más seguros y alejados de la tierra de los lobos.

—¿No pueden encontrar un modo de mantenerlos en el bosque? Como llevarles comida, para que no tengan que salir a buscarla.

—Lo hemos intentado todo. El problema no parece ser la comida, creo que la naturaleza está revindicando su tierra. Ya hace algunos años que dejamos de intentarlo. Parece que son una especie muy lista, como si entendieran lo que decimos y no caen en la trampa. Es como una demonstración en vivo de que la naturaleza es más lista que nosotros.

Compartí la tristeza de la mujer. Arthur decidió quedarse callado y tenso, como si supiera algo que los demás no. Su actitud no es típica. Probablemente, se acuerda de las historias que la abuela no paraba de contar sobre hombres lobos, vampiros y otros seres fantásticos. ¡Qué inocente!

—Siento mucho la situación por la que estáis pasando. Es una pena que una ciudad tan bonita se quede vacía por culpa de la misma naturaleza que poco antes la llenaba de vida.

De repente, comencé a preocuparme por nuestra seguridad, ya que, para encontrar la cabaña de mis padres, debíamos adentrarnos hasta el corazón del bosque.

—¿Habéis estado por aquí antes? —indagó la mujer con curiosidad, levantando una ceja.

—Yo sí. Aunque mis recuerdos de aquellos tiempos son bastante borrosos. Mis padres compraron una cabaña dentro del bosque hace unos quince años, junto al lago Blood Moon —mencioné orgullosa de mi casa, pero la mirada de la mujer no era nada alentadora.

—Esa zona no es segura desde hace más de cuarenta años. Los locales ni siquiera quieren hablar de ella. ¿Por qué querrá alguien comprar una cabaña en medio del bosque? —La mujer parecía extrañada—. Os aconsejo que os quedéis mejor por la ciudad y os olvidéis del bosque y de la cabaña. —Pensativa, apartó la cortina de la ventana de la cocina, observando a través de ella—. Este bosque esconde muchos secretos más peligrosos de los que podemos imaginar. Deberíais intentar manteneros a salvo y no tiraros en la boca del lobo, en este caso, literalmente.

—Gracias por el consejo, señora…

—¡Ay, ¡qué tonta! —Se llevó la mano a la cabeza sonriendo—. Llamadme, María.

—…María —repitió Arthur con nerviosismo. Por alguna razón, esta conversación no era de su agrado—. Quisiéramos dos habitaciones si es posible.

La mujer se aproximó al panel de las llaves de la entrada y cogió un par de ellas, luego, sin dejar de sonreír, se las dio a Arthur. Me pregunto si no le duele la cara de tanto mantener ese gesto.

—Aquí tenéis. Son las dos primeras habitaciones al subir la escalera, una frente a otra. Bienvenidos y por cualquier cosa solo tenéis que decírmelo. Estaré por aquí —apuntó a la cocina.

—Gracias, María, es usted muy amable —declaré.

Arthur se limitó a ofrecerle una gran sonrisa, contradictoria a su comportamiento anterior, entonces levantó las maletas como si fueran plumas y subió las escaleras de dos en dos. ¿Qué le habrá entrado a este hombre? Me despedí de María y seguí a mi amigo escaleras arriba. Al llegar entré en el primer cuarto, cuya puerta estaba abierta, y encontré a Arthur dejando mi maleta al lado del pequeño armario. Me tiré encima de la cama y él se sentó a mi lado.

—¿Qué te parece la historia de María sobre los lobos? —me interpeló con seriedad, aunque no noté nada de preocupación en su voz, sino otra cosa que no podía reconocer.

—No sé muy bien qué decirte, pero una cosa está clara, nuestra misión acaba de complicarse. Si los bosques están llenos de lobos enormes capaces de provocar el abandono de una ciudad entera, creo que deberíamos cambiar el plan.

—¿Cambiar el plan? ¿Cómo exactamente piensas llegar a la cabaña de tus padres si no es por el bosque? ¿Volando? —soltó Arthur algo irritado.

—No me refería a eso, iré sola.

La cara de Arthur cambió repentinamente y sus ojos verdes esmeralda se tornaron grises por un momento, o quizá solo me lo imaginé.

—¡De eso nada! —clamó.

Me levanté y me senté delante de él para poderle mirar a la cara.

—Arthur, te agradezco todo lo que estás haciendo por mí, pero no pienso arriesgar tu vida en una caza de fantasmas. Allí dentro están mis demonios, no los tuyos. —Apunté con mi índice a la ventana.

—Serán tus demonios y todo lo que tú quieras, pero no pienso dejarte entrar allí sola. No vine hasta aquí para irme a casa ahora o esperarte en esta cabaña como un cobarde. Mañana iremos allí juntos, no nos vamos a separar ahora. Alquilaremos un coche adecuado para montaña y mañana encontraremos esa cabaña —afirmó con decisión y seriedad dejándome sin lugar para que le discuta.

—Está bien. Sé que hay un camino que llega hasta el lago, eso en el caso de que exista todavía, puesto que el temporal y la falta de gente puede haber hecho que el camino se destrozara, pero haré todo lo posible para recordar más detalles de los cuentos de mi padre. Desde allí solo hay unos metros hasta la cabaña.

Arthur sonrió acariciándome la espalda.

—Sabes que no hace falta rebuscar en tus recuerdos de niña de hace quince años algo que seguramente no encontrarás, ¿no? —Sus ojos divertidos se pararon en mi cara. Se puso en pie de la cama y sacó del bolsillo trasero de su pantalón un papel que tiró encima de la cama. Pude leer en letras rojas: «Mapa y corta historia de Snow Peak y el lago Blood Moon». Sentí que la sangre se me acumuló en el rostro y escuché la risa de Arthur cuando cerraba la puerta detrás de sí—. Te esperaré abajo en treinta minutos —concluyó desde su habitación.

Me entretuve abriendo la maleta y sacando todos mis productos de higiene personal y un camisón de pijama que dejé encima de la cama para la noche. El cuarto de baño era bastante estrecho y en la ducha entraba a lo justo una persona, por lo que era bastante claro que la ducha fue un añadido tardío al baño original. El inodoro estaba justo frente a la puerta, la pequeña ducha a la izquierda y el lavabo a la derecha. Menos mal que mi cuerpo era bastante pequeño, por eso no iba a tener dificultades a la hora de ducharme o asearme. Encima del lavabo colgaba un espejo al que se le notaban sus muchos años. Las paredes eran blancas y la pintura parecía reciente, encajando con el azul claro del lavabo, el inodoro y la placa de la ducha, que estaba rodeada de una cortina de ducha blanca y azul, cuyo cometido era no dejar que el agua salga de la placa al suelo.

Salí del cuarto de baño y me acerqué a la ventana. Al mirar hacia abajo, sentí un vacío en el estómago cuando me encontré mirando a los ojos de un enorme lobo de las mismas características de un husky siberiano, pero notablemente más grande, enorme. Probablemente, tendría más altura de la que yo imaginaba desde aquí. Era una criatura maravillosa. Sus ojos azules observando justo a mi ventana, como si sintiera que estaba allí contemplándolo. Su pelo parecía suave y estaba brillando casi tanto como la nieve bajo la suave luz del sol. De golpe, sentí unas ganas enormes de salir y verle mejor, pero mi mente enseguida descartó esa idea. De alguna manera, me sentía atraída por este magnífico animal, es increíble cómo una persona puede acabar cautivada por un ser que con tan solo un gruñido podría acabar con mi vida. Aparté la cortina y abrí la ventana para verlo mejor, lo que atrajo su atención aún más hacia mí, gruñendo suavemente y levantando sus orejas. Juraría que me estaba sonriendo. Consulté el reloj y eran las cuatro de la tarde.

—¡Eh, grandullón! Se supone que no deberías estar por aquí todavía. María dijo que no vais a salir hasta después de las seis de la tarde. Nos quedan dos horas para pasear —le reñí como si pudiera entenderme. Se quedó allí mirándome con sus orejas levantadas y sus ojos azules. Me pregunto qué estará pensando. Seguramente, le encantaría que alguien saliera por esa puerta para entretenerse un rato con su futuro almuerzo. Si no fuera por su colosal tamaño, podía pasar por un husky siberiano. Jamás pensé que un lobo podía ser tan grande. No estoy muy segura, pero viéndole desde aquí arriba diría que medía incluso algo más que yo… Qué extraño…, posiblemente, mi vista me está engañando. Di un paso atrás, lo que hizo que el animal gruñera descontento, con bastante probabilidad, estaría calculando modos de atraparme y convertirme en su presa.

—Hoy no es tu día, lobito.

Cerré la ventana y salí de mi habitación para dirigirme a la de Arthur. Toqué la puerta y al instante me invitó a pasar. Estaba mirando por la ventana.

—Hay un lobo fuera, creo que es mejor quedarnos dentro hasta mañana —le advertí preocupada. Él se giró con una sonrisa despreocupada en su rostro. Qué extraño su comportamiento con respecto a todo esto. Si no supiera mejor, pensaría que tiene tendencias suicidas.

—Vamos, ¡enséñamelo!

Me tomó la mano y los dos fuimos a mi habitación. Arthur sacó la cabeza por la ventana admirando al animal. Por un segundo, tuve la misma sensación de antes, me pareció ver sus ojos cambiando de color por un breve momento.

—¡Anda! Parece que le he asustado. —El lobo se dio la vuelta y se perdió en el bosque—. Vamos, tenemos que alquilar un coche adaptado a esta zona si queremos entrar en ese bosque mañana —sentenció y se dispuso a caminar hacia la puerta.

—Sí, supongo que podemos irnos. —No estaba muy convencida de salir, pero accedí igualmente, debía tener mi guardia alta y estar preparada para correr si fuera necesario.

Al bajar las escaleras, un delicioso olor a galletas recién hechas acarició todos mis sentidos, recordándome las tardes de invierno en la pequeña cabaña, cuando horneaba galletas con mis padres. María estaba cantando despreocupada, mientras cortaba las verduras.

—María, saldremos a dar una vuelta por la ciudad. ¿Podrías decirnos dónde alquilar un coche? —consultó Arthur cogiendo una galleta del plato que nos había ofrecido.

—Por supuesto. —Se limpió las manos encima del delantal que llevaba puesto y sacó una pequeña tarjeta blanca de su bolsillo, la cual ofreció a Arthur.

—Muchas gracias.

Los dos nos despedimos cogiendo unas galletas para el camino. Estaban deliciosas.

—La cena se sirve a las seis y media. ¡No tardéis! —Nos informó al salir por la puerta.

El frío estaba incluso más áspero que cuando llegamos y el aire más denso, el único sonido era la nieve rompiéndose bajo nuestras botas. El bosque se extendía tan hermoso que era casi mágico, posado allí inmóvil, majestuoso, cubierto de nieve gruesa y brillante, testigo de todos los siglos pasados y sus gentes. Sonreí intentando aguantar mis ganas de tirarme al suelo y revolearme en la nieve, como cuando era una niña, jugando con mis padres sin ninguna preocupación en el mundo. Me limité a caminar saboreando el aire fresco que llenaba mis pulmones y cada crujido de mis pasos. Todo es tan bonito, nada puede ser feo o sin vida si está cubierto por un manto blanco.

—Te gusta esto —afirmó Arthur—. Puedo ver la niña pequeña que llevas dentro intentando salir.

—Sí, me encanta la nieve, además, este sitio me trae muchos y maravillosos recuerdos. Creo que puedo decir con seguridad que este fue el único lugar en el me sentí en casa. Por poco tiempo, pero marcó mi mente de niña. —La nostalgia se apoderó de mí trayendo lágrimas a mis ojos, que amenazaban mojar mis mejillas rojas por el frío.

—Bueno, ya estamos aquí, o eso considero… —valoró Arthur consultando el pequeño mapa que tenía entre las manos.

—Sí, pienso que es ese de allí —señalé a una nave a unos ciento cincuenta metros de donde estábamos.

Nos acercamos y un hombre alto, rubio, de ojos verdes, vistiendo un mono negro en el que se podían apreciar las manchas de aceite, nos recibió con una gran sonrisa. Supongo que todos estaban encantados de recibir turistas por estos lugares abandonados y desoladores.

—Buenos días, forasteros. ¿En qué podemos ayudarlos? —se ofreció el hombre con una voz gruesa.

—Buenos días, señor. Quisiéramos alquilar un coche 4x4.

—Por supuesto. —Se sacó los guantes manchados de aceite de las manos y estrechó la mano a Arthur, a mí me saludó agachando la cabeza.

Lo seguimos a una nave vecina donde levantó una puerta de garaje manual. El polvo y el olor que nos recibió dentro hizo evidente que nadie pasó por ahí en mucho tiempo. Arthur echó un vistazo a los coches, pero ninguno parecía convencerle. El hombre se dio cuenta.

—Tengo un Hummer H3. Le acabo de llenar el depósito. Está en la otra nave.

Al salir con nosotros detrás, cerró la puerta.

—Ese valdrá para entrar en el bosque —consideró Arthur.

El hombre dejó de andar y se dio la vuelta mirándonos con preocupación; su expresión cambió a una de horror.

—No deberíais ir allí, no es seguro. Esta es tierra de lobos y los bosques son casa del demonio. Volved a vuestra ciudad. Este no es sitio para dos jóvenes como vosotros. —La mirada del hombre expresaba el pánico que sentía hacia el bosque ¿Qué pasa con esta gente y los bosques?

—Estaremos bien —restó Arthur con confianza, aunque mi seguridad disminuía por momentos.

El hombre le miró claramente desaprobando su afirmación, pasándole los papeles y las llaves del coche murmurando algo que no pude entender. Arthur le extendió la tarjeta para pagarle y, al devolvérsela, el hombre le cogió la mano.

—No vayas allí. Es el bosque del diablo. No vais a salir con vida —advirtió, sosteniendo su vista antes de soltar el plástico. Arthur se limitó a sonreír y guardar su tarjeta con calma.

—Estaremos bien, señor. No se preocupe por nosotros —aseguró al hombre de mediana edad.

Nos dimos la vuelta y nos subimos al coche. Arthur arrancó de inmediato sin echar ningún otro vistazo al hombre que se quedó allí comentando algo para sí mismo.

Me mantuve callada, pensando que este viaje no fue la mejor idea que tuve últimamente. Las cosas se estaban poniendo muy extrañas. La gente, el bosque y la repentina calma y seguridad que envolvía a mi amigo hacían que todos mis sentidos gritaran que algo estaba tremendamente mal.

—¿Preocupada, princesa?

Lo miré asustada. Su irritante estado de calma y esa sonrisa me ponían nerviosa.

—Sí, bastante. Creo que deberíamos dejarlo, Arthur. Con cada momento que pasa, estoy más convencida de que venir aquí ha sido una muy mala idea. No debí aceptar que vinieses conmigo. —Percibí que le saltaba un músculo de la mandíbula y sus manos apretaban el volante. Me sonrió, pero su sonrisa no llegaba a sus ojos.

—No temas, princesa. Estamos donde tenemos que estar. Todo saldrá bien. —Aunque sus palabras estaban destinadas a calmarme, sentí un escalofrío recorriendo mi cuerpo.

—¿Cómo estás tan seguro? ¿Por qué no tienes miedo? ¿Y a qué se debe que me llamas princesa?

Giró la cara hacia mí con sus ojos brillando y esa irritante sonrisa llena de seguridad en su cara.

—Cálmate, solo es una forma de hablar. Estamos aquí para buscar respuestas y eso es precisamente lo que vamos a hacer. No se puede ganar si se rinde antes de que empiece el partido. Además, si tus padres buscan esconderse, ¿qué lugar mejor que este para hacerlo? Todos están asustados con los lobos y sus historias de demonios que se adueñaron del bosque, por lo que nadie se atreve a adentrarse allí. Sea lo que sea lo que hizo que tus padres se escondieran toda su vida, este lugar es perfecto para ello. Lo mismo son criminales y les está buscando la policía, ¿qué lugar mejor para esconderse?

Por muy irritante que me resulte su cambio de actitud y ese misterio que le envuelve desde que llegamos aquí, Arthur tiene razón. Debo entrar en ese bosque, aunque el miedo me esté comiendo por dentro y todos mis demonios interiores bailen encima de mi alma.

—Es cierto —acepté al cabo de un rato—. Tengo que ir allí e intentar cerrar este capítulo de mi vida. No sé si daré con mis padres, de hecho, no sé si hallaré siquiera esa cabaña o alguna de mis respuestas, pero estoy segura de no poder descansar hasta asegurar que lo he intentado.

—Algo me dice que estarás sorprendida… —Y ahí va otra vez esa seguridad y ese airé suyo de saber algo más que yo desconozco.

—Supongo que tiene sentido. Si mis padres quisieran dejarme un mensaje o pistas de alguna manera, este sería el punto ideal para hacerlo —sostuve pensativa.

Arthur insistió que bajáramos del coche para dar una vuelta por el centro, pero me negué rotundamente. Viendo las calles tan vacías y con las palabras de ese hombre y de María dando vueltas por mi cabeza, junto a la imagen del lobo sentado cómodamente bajo mi ventana, no me quedaban fuerzas para nada más. Solo quería admirar las vistas desde la seguridad del coche disfrutando del aire caliente que salía del salpicadero.

Cogí mi teléfono, intenté llamar a Brian para informarle de nuestra situación, no obstante, la llamada quedó sin respuesta, ante eso decidí dejarle un mensaje explicándole todo. Estaba preocupada por su seguridad y le dije que se quedara en la pensión y que nos esperara allí, en el caso de que llegue y no nos encuentre. Guardé el teléfono en el bolsillo, bajo la mirada atenta de Arthur, y redirigí mi vista hacia fuera.

Lo recordaba todo mucho más grande, y supongo que lo era visto por los ojos de una niña de cinco años, pero su magia no había desaparecido. Las casas antiguas, muy bien conservadas, parecían pausadas en el tiempo, con sus techos marrones inclinados y sus vallas de hierro verde contrastando con el blanco de sus fachadas, cargadas de nieve y de hielo colgando de sus techos. Siempre me pregunté cómo sería esta ciudad en primavera, cuando el verde debe predominar quitando el lugar del blanco de la nieve, con sus pájaros cantando y sus árboles llenos de brotes. ¿Y en verano?, cuando toda la naturaleza está en auge o bañada en los millones de colores de otoño. Espero verlo algún día, al igual que ese lago frente a la cabaña que solo conocí congelado.

Alguna casa de construcción moderna había aparecido por rincones de la ciudad y no pude remediar observar que estaban totalmente fuera de lugar con sus puertas automáticas y su arquitectura lineal. Sin esos techos inclinados tan típicos de estas zonas de nieve. Como una margarita en medio de millones de rosas.

—Ya estamos aquí. —Arthur me despertó de mi estupor. Ni siquiera me di cuenta de que habíamos llegado a la pensión.

Un maravilloso aroma nos recibió al entrar, haciendo gruñir nuestros estómagos hambrientos. Solo habíamos almorzado un sándwich sobre las dos de la tarde. No sé qué había preparado María para comer, pero olía a lo mejor del mundo entero.

—Buenas tardes. Ya estabais tardando —nos recibió ella, con su eterna sonrisa.

—¿Qué es lo que huele tan bien? —pregunté olvidándome de saludar, mientras me quité la chaqueta y me senté en una silla delante de la isla de la cocina, seguida por Arthur.

—Carne de jabalí en salsa de tomate casera, acompañada por puré de patatas y ensalada de col. —Entonces sacó una enorme bandeja del horno.

—Eso suena ¡delicioso! —afirmamos los dos.

—¡Espero que tengáis mucha hambre! —Colocó dos platos llenos hasta arriba en frente de nosotros, junto a dos vasos grandes de ice tea.

Como no podía esperar más, llené mi tenedor y lo metí en la boca con ansias. El mejor sabor que había probado nunca inundó mi paladar con la carne deshaciéndose suavemente en mi boca. Era la mejor carne que había probado. Y, por el gesto de Arthur, estaba compartiendo mis mismos sentimientos. Los dos nos concentramos en comer saboreando cada bocado sin formular palabra alguna.