Yardland - Stephanie Ward - E-Book

Yardland E-Book

Stephanie Ward

0,0

Beschreibung

En el reino de Yardland, el amor ha surgido entre dos jóvenes de la corte, Cayden y Sofia, y aprovechan sus escasos ratos libres para dar rienda suelta a su pasión, ajenos a la verdad que en cada uno de ellos se esconde: ninguno es quien dice ser. Los dos enamorados han de superar los obstáculos que los demás se empeñan en poner en su relación, al tiempo que libran la batalla para traer la paz que Yardland rompió años atrás con el resto de reinos aledaños. ¿Conseguirán restablecer la paz sin ver turbada su relación? ¿Deberán sacrificar su amor por el bien del pueblo?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 598

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Stephanie Ward

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1144-350-0

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

Prólogo

El tópico del amor imposible es uno de los recursos que mejor envejece con el paso del tiempo: su utilidad no caduca, se renueva y, como siempre, engancha.

La historia de un amor prohibido protagonizado por dos jóvenes cuyas familias se encuentran enfrentadas tiene, en general, un claro referente: William Shakespeare, con su descorazonador Romeo y Julieta.

No obstante, este tópico encuentra a sus precursores mucho más atrás en el tiempo, llegando hasta la Antigüedad. El poeta romano Ovidio, maestro del temario erótico, narra en sus Metamorfosis el mito de Píramo y Tisbe, dos amantes en Babilonia que vivían en casas vecinas y se amaban, a pesar de la prohibición de sus padres; una historia de amor con fatídico final. También el escritor romano Apuleyo, en su Asinus aureus (El asno de oro), del siglo II d. C., narra un amor prohibido al introducir el cuento de Cupido y Psique en su novela picaresca.

El amor, independientemente del final que este tenga, es motor de la mayoría de nuestros actos, y esto los escritores, músicos, pintores y artistas lo saben con certeza, convirtiéndolo así en herramienta indispensable para producir la tan ansiada catarsis en el lector o espectador.

La aventura que esconde Yardland ha bebido de todos sus antecedentes literarios, y por ello se ha convertido en un perfecto telar que su autora ha tejido con esmero y gran destreza. Un telar digno de contemplar, el escenario perfecto en el que sumergirse… y perderse.

María Jiménez Jiménez

PDV. MARGARET

Solía ser orgullosa de haber nacido siendo princesa. Me contaban todas esas historias bonitas sobre princesas, caballeros con armaduras brillantes y príncipes encantadores y pensaba que todas eran ciertas. Vivía en un hermoso cuento de hadas y era la niña más feliz del mundo.

Eso fue hasta que todo empezó a cambiar. Fue gradualmente, los cambios llegaron tan lentos que ni siquiera me di cuenta de cuándo mi pequeño mundo perfecto se me derrumbó encima.

Todo comenzó cuando mi padre, de repente, pasaba demasiado tiempo lejos de palacio. Sus misiones se volvieron cada vez más largas, y con ellas mi madre comenzó a cambiar.

Ella era una madre amorosa, protectora y una reina misericordiosa para sus súbditos, pero supongo que sus responsabilidades, por la ausencia de mi padre, crecieron tanto que llegó a un punto en el que se perdió a sí misma. Se convirtió en una reina despiadada, mientras mi padre no podía ser encontrado, durante meses seguidos.

A pesar de todo esto, mi cuento de hadas continuó por un tiempo, ajena a todo lo que me rodeaba. Pero no pasaría mucho antes de que todos estos cambios me golpearan con toda su fuerza.

Cuando me abría paso en la adolescencia, mi entrenamiento como futura reina empezó a ser más demandante, hasta no disponer de nada de tiempo para mí misma o para mis amigos. Mi madre decretó que estaba mejor sin nadie alrededor para que no me distrajera de mis deberes, y fui confinada en el ala este del palacio para un lapso indefinido. No permitió que tuviera contacto con nadie, aparte de mi señora en espera, Dalia.

Me negué al cambio, ya que se suponía que Eileen, mi mejor amiga, sería mi señora en espera, pero mi madre ordenó que Dalia, una de las sirvientas, ocupara su puesto. Dalia solo era dos años mayor que yo, por eso, con el tiempo, nos convertimos en amigas. Me enseñó a salir de entre estas paredes que me aplastaban sin que nadie me viera, y lo hago a diario, normalmente de noche, pero me escapo algunas veces de día también. Nunca podré agradecerle lo suficiente por todo lo que se arriesga ayudándome a escapar. Me devolvió la libertad, aunque sea por tan solo unas horas.

En público, jamás actuamos como si fuéramos amigas, no se me permite ser amiga de nadie, pero detrás de las puertas cerradas nos comportamos como cualesquiera otras chicas de nuestra edad. Lloramos, reímos y hablamos de nada y de todo. Me mantiene conectada a la realidad.

Ahora tengo diecinueve años y mi interés por las personas de sexo opuesto va en aumento. Hace un tiempo, Dalia y yo tuvimos nuestro primero enamoramiento a la vez, aunque afortunadamente, no por el mismo hombre.

Su enamorado se llama John. Es uno de los alguaciles. Ahora están juntos, y Dalia me lo cuenta todo con respecto al avance de su relación. John es un buen hombre y encaja perfectamente con Dalia. Ya han empezado a planear su vida juntos, hablando del matrimonio y sus futuros hijos, y han presentado a sus familias. Dalia es huérfana de madre y su padre jamás volvió a casarse, de ese modo, solo ellos dos forman su pequeña familia.

Deseo poder ser normal y libre, igual que Dalia, y ser capaz de escoger mi camino en la vida. Desgraciadamente, no puedo hacer eso. Soy la futura reina de Yardland y debo casarme con un príncipe. Dicen que puedo escoger mi príncipe durante los bailes de cortejo, aun así, no estoy convencida de que una semana sea suficiente para escoger a la persona con la quieres pasar el resto de tu vida. Así que imagino que mi madre y mi padre, si es que él se molestara siquiera en asistir, me van a sugerir mi elección correcta y yo obedeceré, como siempre hago.

Las cosas son mucho más sencillas para los plebeyos, es como se refiere mi madre a la gente normal. Ella dice que todos ellos sueñan estar en mi lugar, y hasta cierto punto puedo creerlo, pero eso es solo porque ignoran lo que pasa detrás de las puertas cerradas del palacio y lo dura e injusta que es la vida de una princesa. No saben lo roto que un corazón solitario puede llegar a ser cuando la persona a la que amas no sabe que estás allí y jamás podrá averiguarlo.

Aquí estoy, a medianoche, rodeada de sombras, recordando la primera vez que le vi. Su nombre es Cayden, Dalia lo averiguó para mí, pues me prohíben hablar con nadie, y, aunque lo permitieran, no podría preguntar el nombre de un hombre. Ni siquiera me está permitido aproximarme a ellos.

De todos modos, la primera vez que le vi fue una de las tardes en las que Dalia y yo nos escapamos a los establos. Nos encantaba ver los caballos, tan magníficas criaturas. Ese fue el momento en el que Dalia vio a John. Estaba preparando uno de los caballos cuando el hombre más guapo que había visto jamás se acercó a él. Medía casi dos metros de altura, su pelo negro medianoche estaba revuelto encima de su cabeza y sus ojos me recuerdan a los prados verdes a los que solía ir con mis padres en primavera. Su cuerpo musculoso y tonificado estaba cubierto por una camiseta blanca y unos pantalones de talle bajo. Toda su presencia me atrae hacia él como si fuera una marioneta movida por cuerdas invisibles.

Cuando empezó a hablar con esa voz fuerte y ronca, por un instante, sentí que el mundo entero se paró y solo quedamos él y yo. Cuando miró hacia mí, millones de mariposas batieron sus alas en mi estómago y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Su mera presencia gritaba peligro y cada poro de su cuerpo emanaba fuerza. Percibí su mirada taladrándome y por un segundo parecía que era yo lo único que él veía. Cuando apartó la vista, instantáneamente me sentí vacía, echando de menos sus ojos encima de mí, y tuve la necesidad de llegar a él, tocar su cara y trazar sus labios con la punta de mis dedos. Pasar mi mano por su pelo y sentir su suavidad acariciando mi piel. Y casi lo hice, si no fuera por Dalia, haciéndome retroceder en nuestro escondite, riendo bajito, pero yo no pude encontrar nada divertido. Lo único que podía notar era esa fuerza arrolladora atrayéndome a él. Su presencia desató todos los demonios que no sabía tener dentro de mí, haciéndolos rugir con energía. Ahí me di cuenta de que encontré al único hombre que siempre tendrá mi corazón.

A medida que la relación de Dalia y John crecía y se hacía más fuerte, yo me quedé estancada en mi habitación, junto a todos estos sentimientos no compartidos, comiéndome desde dentro, dejando solo un terrible rastro de tristeza y desesperación en mi alma. A veces, por las noches, me escapo de este sitio y me escondo entre los arbustos cerca de su casa, quedándome allí escondida, observándole a través de su ventana. En ocasiones, lee algún libro, otras, entrena en el patio trasero y lo único en lo que puedo pensar es en buscarle y gritarle mis sentimientos hacia él. Decirle que cerca me encuentro de dejarlo todo para estar con él, aunque fuera por tan solo unos segundos robados.

Necesito confesarle que mi cuerpo pide el suyo para encontrar todos los secretos escondidos en su piel. Mi corazón dejó de latir desde que le vi y se niega a seguir latiendo sin él.

Sé que no puedo hacer eso, que debo encerrar todos estos sentimientos en mi interior hasta el día que me muera, pero no puedo evitar preguntarme qué pasaría si pudiera dejarlos salir a todos. ¿Me besaría o se burlaría de mis patéticos sentimientos? ¿Me vería como una mujer o me trataría como a una niña encaprichada con su profesor? ¿Aceptaría amarme si supiera que esto puede traernos la muerte?

Estoy fantaseando con un amor que me rompe incluso antes de comenzar. Si en algún instante pensé que podría llegar a sentir lo más mínimo por alguno de esos príncipes que vendrán a cortejarme, ahora sé que eso no es posible. Jamás podré amar a nadie cuando mi corazón yace destrozado detrás de la casa de los guardias reales. No existe sentimiento más inmortal que el de un amor que no puedes tener porque nunca podrás probarlo, jamás sabrás si es amargo, puedes continuar sin él o si, por el contrario, es dulce como la miel y de ningún modo tendrás suficiente.

Y, para empeorar aún más las cosas, él ni siquiera sabe que existo, y ese sentimiento me llena de dolor. Inaguantable, agonizante dolor que me hace querer gritar y llorar a la vez que quita el sueño de mis noches, robándome la razón. No creo que fuese capaz de estar delante de él sin caer de rodillas, suplicándole que me ame tal y como lo hace cada noche en mis sueños y cada día en mi mente. Le suplicaría que me tomara sin retenerse, sin piedad, hasta que mis gritos sean los únicos que llenen este palacio triste y muerto. Mataría por ello y me iría contenta al infierno, pero no es eso lo que una princesa debe hacer ni la manera en que debe comportarse.

Dalia es una fuente de información muy valiosa cuando se trata de las relaciones de pareja, especialmente, en los aspectos íntimos de dichas relaciones. El problema es que, cuanto más sé, más desesperada me vuelvo de compartirlo todo con él, de perderme y reencontrarme en sus brazos.

Desgraciadamente, mi cuento de hadas no tendrá un final feliz. Él nunca me aceptaría aun sabiendo lo que siento. Y, mientras yo paso mi vida dedicándole cada uno de mis suspiros, él vive la suya ajeno a mi existencia. Yo anhelo que él sea mi todo y, probablemente, él desea que su todo fuera otra persona. Yo estoy destinada a pasar mi vida con un desconocido y él será libre de escoger a quién querer.

¿Cómo podría siquiera pensar en querer a otro hombre cuando mi mente, mi cuerpo y mi alma anhelan solo sus caricias? ¿Cómo podría, cuando mi amor yace roto en una jaula de la que solo Cayden tiene la llave, pero la ignora?

Ahora, lo único que quiero es que este malvado cuento de hadas termine.

PDV. CAYDEN

Me crie en una familia a la que supe que no pertenezco. Mis padres siempre dejaron claro que no soy más que un pedazo de basura que encontraron tirado en su puerta, que me recogieron por la bondad de su corazón.

Mi padre adoptivo me pegaba cuando que estaba de mal humor, mientras mi madre adoptiva me designaba más tareas, alrededor de la casa, de las que mi pequeño cuerpo de niño podía soportar. He realizado la mayoría de las labores de la casa desde que tengo uso de razón. Empecé a cortar leña cuando tenía siete años y todavía recuerdo mis manos sangrando por la dureza del mango del hacha. Mi vida nunca ha sido fácil y la falta de amor y consuelo constantes han hecho que todo sea mucho más difícil.

Acostumbraba a pasar mis noches mirando hacia el palacio de la colina, bañado en la luz de la luna, imaginándome todas las personas felices que le daban vida y soñaba ser una de esas personas algún día. Era la única forma de consuelo que tenía, soñar que algún día las cosas serán mejores para mí; mi imaginación era el único modo de escapar de mi cruda realidad. Pensar que algún día, cuando estuviera lo bastante fuerte, iría allí y le pediría al rey que me permitiera ser uno de sus guerreros se convirtió para mí en una manera de sobrevivir a lo que estaba viviendo.

A la vez que daba el primer hachazo, comencé a creer que ya era lo suficientemente fuerte para convertirme en caballero del rey. Así que comencé a colarme en las tierras del palacio y observaba a los guerreros entrenar. Eran tan grandes, tan fuertes, tan seguros de sí mismos, que me quedaba embobado, mirándolos, a la par que el tiempo pasaba más rápido de lo normal y casi siempre llegaba tarde a casa, para encontrarme con los puños de mi padre. Pero llegó un punto en el que todo eso dejó de doler, ya no importaba. Me había acostumbrado tanto que el dolor físico empezó a pasar desapercibido al igual que cualquier otra forma de este, incluso había momentos en los que pensaba que no podría vivir sin él.

Un día, mientras me colaba por el mismo agujero de la valla por el que siempre entraba, un guerrero me encontró. Me miró de arriba abajo y me sonrió con amabilidad. Asumo que no podía encontrar amenaza ninguna en un niño pequeño y sucio vistiendo harapos y sin zapatos. Él me ofreció una sonrisa amable y revoleó mi pelo sucio. Por primera vez, mi pequeño corazón latía con esperanza. Recuerdo que me preguntó qué estaba haciendo allí y me abrí a él en cuanto dura un latido del corazón. Él solo me observó, levantándome en sus brazos y llevándome al lago que acabaría siendo mi lugar favorito en el mundo. Me dijo que empezara a entrenarme para que, cuando fuese lo suficientemente mayor, pudiera presentarme delante del rey y completar las pruebas para convertirme en un guerrero de la guardia real. Me prometió que mi vida cambiaría y me ayudó a estar enfocado en mi misión y no en todas las cosas malas que pasaban en mi vida. Y mantuvo esa promesa, ayudándome y estando a mi lado durante todo el camino.

Me entrenó todos los días a través de los años y lord Haile se convirtió en un padre para mí. Él fue todo lo que tuve en mi vida, por lo que valía la pena despertarme cada mañana y aguantar mi miserable situación un día más.

Mi experiencia me hizo fuerte y, a medida que el tiempo pasaba, la rabia que alimenté dentro de mí por mi familia adoptiva creció a niveles que no pude controlar. Un día, perdí el contacto conmigo mismo y mis sentimientos. De repente, dejé de sentir. Todo lo que podía ver eran puntos negros bailando delante de mis ojos. Y maté a mi padre.

Todavía puedo oler su sangre fresca manchando mis manos. Toda mi vida antes de ese día deseé acabar con él. Solía imaginarme haciéndolo en cada instante, con cada puñetazo o patada que le daba a mi cara, pero nunca imaginé que lo cumpliría. Ese día llegó y lo llevé a cabo, después el miedo tomó el control de mí. Esperaba darme la vuelta y ver su cara ensangrentada, que entrara por la puerta para darme la paliza de buenos días por cosas que jamás supe que hice. Y, por un tiempo, tuve terror. Es una pesadilla vivir con pavor, incluso cuando sabes que ya no hay nada que temer.

Cometí el crimen más despreciable que una persona puede realizar, asesiné a mi padre a sangre fría y lo peor de todo es que nunca me arrepentí. No estaba orgulloso de ello, pero disfruté cada momento. Me sentí poderoso al clavar su propio puñal en ese oscuro corazón y casi pude sentir el miedo que reflejaban sus ojos al enfrentarse a su final. Intenté encontrar una razón para perdonarle la vida, un pequeño motivo para salvarle de mí, pero no pude encontrar ninguno. Comencé a sentirme bien apuñalándole, fue como si eliminara el mayor de mis demonios. Disfruté con su sangre caliente corriendo por mis manos a la vez que la luz de sus ojos se apagaba. Supe que algo no estaba bien conmigo, pero no logró importarme un carajo tras eso.

Tenía once años cuando todo esto pasó, pero ya era fuerte. Él me hizo fuerte. Aunque me encontré con algunas dificultades, arrastré su cuerpo al bosque y lo quemé yo mismo. Y resultó que nadie se tomó la molestia de buscar un esclavo.

Después de eso, continué con mi vida, ignorando los lamentos y los gritos de la mujer a la que llamaba madre. El abuso en mi contra jamás cesó, pero disminuyó considerablemente con la desaparición de mi padre. Proseguí como si nada hubiera sucedido, centrándome en mis entrenamientos para convertirme en caballero de la guardia real. Necesitaba cumplir este objetivo, no tenía nada más a lo que agarrarme o esperar en mi vida.

Con dieciséis años, me convertí en la persona más joven que jamás haya sido nombrado caballero de la guardia real. Fui designado miembro de la orden del imperio Yardland. Ahora me levanto como el mariscal de su majestad, bendecido con la mayor confianza y poder entre los guerreros. Estoy orgulloso de todo lo que he logrado, nunca pude soñar que llegaría tan lejos. Y todo gracias a lord Haile, a su paciencia, a las largas horas de entrenamiento, a su bondad y perseverancia. Fue un largo y difícil camino, pero lo conseguí.

Ahora, tras diez años de haber emprendido esta aventura, hay algo que amenaza mi posición en el reino: una mujer. Y no es precisamente ella la que hace eso, sino mi propia mente que se niega a pensar en algo más que no sea ella. Estoy perdiendo enfoque en mis entrenamientos gracias a que mi mente solo se concentra en recordar esos grandes ojos azules. Una mujer que anhelo desde la primera vez que nuestras miradas se cruzaron y para la que sé que lucharía y moriría antes que para el mismo rey. Mi tragedia es que no consigo encontrarla en ninguna parte de este reino.

Pasaron dos años desde que la vi por primera vez, dos largos años intentando dar con ella sin éxito. Es como si no existiera, a veces pienso que es el resultado de mi imaginación.

En mi vida, nunca tomé nota de las mujeres que me rodeaban. Siempre estoy demasiado ocupado o cansado para pensar en ellas. Pero con esta no tomo más de un momento para quedar atrapado en las profundidades de sus ojos azules.

La primera vez que la vi escondida detrás del pajar, mirándome, mi mundo dejó de girar mientras su pelo negro estaba bañado por los rayos del sol. Era tan perfecta, allí de pie, con su vestido blanco, como si fuera una novia esperando a ser besada. Y no había nada que deseara más que besar sus labios carnosos de durazno y acariciar su cara en forma de corazón. A lo mejor hubiera hecho exactamente eso si no fuera porque me distraje un instante, y eso fue todo lo que necesitó para desaparecer. Ciertamente, se escapó de mí e hice mi misión encontrarla y hacerla mía.

Desde entonces, pasé noches enteras soñando con sus dulces labios encima de los míos, la hice mía un millón de veces en mi mente y no dejé de buscarla. Pero el destino no iba a ser bueno conmigo para siempre, así que tuve que esperar todo este tiempo para verla de nuevo.

Hace dos semanas lo imposible pasó y la vi. Estaba entrenando en el jardín trasero de la casa de los caballeros de la guardia real. Es donde todos los caballeros solteros pueden vivir si escogen hacerlo dentro del perímetro del palacio. Ocupé una de las habitaciones y cada noche, cuando el sueño se niega a disfrutar de mi compañía, salgo a entrenar al jardín trasero hasta que estoy demasiado cansado para pensar.

En una de esas noches, noté que alguien me estaba observando. Como el guerrero experimentado que soy, noté su presencia antes de ver a la persona. Hice todo lo posible por guardar la calma y no tirarme encima del intruso escondido entre los arbustos. Con un movimiento de cambio, me acerqué al lugar donde se escondía y aparté las hojas que le cubrían, solo para encontrarme con un jadeo y esos hermosos ojos azules en los que me moría por hundirme una vez más. No podía creer que la mujer a la que pasé tanto tiempo buscando se hallaba delante de mí. Contemplé temor en su cara, pero solo pude sonreír. Por fin la había encontrado o, mejor dicho, ella me encontró a mí.

—¿Te gusta lo que ves, señorita? —Ella levanta la cabeza, mirándome directamente a los ojos, y puedo ver su temor cambiando a algo diferente que no puedo leer. Al principio, parece confundida, pero inmediatamente se muestra ofendida.

—Usted, señor, es tan desvergonzado, perturbando la paz de una joven. No debería usted andar por aquí medio desnudo y sudando. —Me sorprende su respuesta.

—Perdone, señorita, pero es usted la que me está espiando desde los arbustos. —Su cara se calienta, se ruboriza mientras levanta una ceja y sus hermosos labios se convierten en una línea de ira. ¿Por qué iba a estar enfadada conmigo? Fue ella la que interrumpió mi entrenamiento en mitad de la noche. Las mujeres son criaturas tan peculiares.

—No estaba haciendo aquello de lo que me está acusando. Yo solo… estaba dando un paseo. Intentando… aclarar mi mente, cuando usted me ha asustado —me responde con voz insegura.

—Siento haberla sorprendido, señorita. No fue mi intención, aunque está bien que no se hizo usted daño colándose por detrás de la casa de los caballeros reales. Debe usted saber que esto no es un sitio adecuado para dar un paseo en mitad la noche, observando…

—No le estaba observando, señor. —Está indignada por mi acusación, aunque no dudo de que me espiaba. ¿Por qué otra razón estaría escondida entre los arbustos a estas horas de la noche?

Levanta el dobladillo de su vestido y sale de entre los arbustos pasando a mi lado, luciendo molesta, aunque, a juzgar por la expresión de su rostro, estaba más bien avergonzada.

—¿La puedo acompañar a su casa? —Me mira como si me estuviese preparando para encender el bosque.

—No, gracias, señor. No le conozco de nada, así que prefiero andar sola. —Se vuelve y camina hacia la casa.

—Creo que está usted andando en la dirección equivocada —digo alcanzándola—. Mi nombre es Cayden Mosland. Ahora…, ¿puedo acompañarla, señorita? —Se queda pensando antes de contestarme.

—Sofía Johnson. Y no, no puede usted acompañarme. Estoy bien sola. Gracias, señor Mosland. —Se aleja de mí y yo continúo justo detrás de ella.

—Solo Cayden.

—Bien, solo Cayden. No es apropiado que un caballero medio desnudo acompañe a una señorita a su aposento…, habitación. —Tiene razón. Rápidamente, recojo mi camiseta del suelo y me la pongo, cubriendo mi cuerpo.

—Acepte mis disculpas, señorita Sofía, aunque no recuerdo haberle dicho que la acompañara a su habitación, sino a su casa, a la puerta de su casa. En cuanto a mi desnudez, la ignoré, me preocupé más por el intruso que me estaba espiando detrás de los arbustos. —Sus mejillas se volvieron aún más rojas de lo que estaban antes. Evita mi vista, volviéndose y empezando a andar en dirección contraria mientras que yo la sigo de cerca—. Deduzco que no sabes moverte por este palacio. —Una sonrisa maliciosa curva mis labios.

—Debo reconocer que lleva razón. Soy una… invitada de la princesa Margaret, vine de muy lejos. —Observo que está haciendo todo lo posible para evitar mirar lascivamente mi cuerpo. No estaba haciendo un buen trabajo, dado que no consigue mantener su vista lejos de mí por mucho tiempo. Sonrío por dentro. Me gustan sus ojos en mi cuerpo y, definitivamente, disfrutaría más de ella sobre mí.

—¿Puedo preguntar de dónde vienes? —Estoy hipnotizado por su belleza y feliz de haberla encontrado finalmente.

—No, no puedes. No tengo ningún deseo de compartir información privada con un desconocido. —Niega con la cabeza, desaprobatoriamente.

—Bueno…, teniendo en cuenta que me viste medio desnudo, puedo decir que pasamos del momento donde éramos desconocidos —manifesté más para mí mismo que para ella.

—¡Señor Mosland! —Se voltea hacia mí con una mirada severa en su rostro.

—Lo siento, pero realmente considero que estabas escondida allí para observarme, igual que lo estuviste, hace un tiempo, en los establos. —Paró de andar y se gira.

—¿Me viste en los establos? —menciona bajito, su rostro se mantiene inquietantemente tranquilo.

—Nunca podría olvidarlo. Fue el primer instante en el que te vi. —Me enfoca con sus maravillosos ojos azules y abre la boca para decir algo, pero, inmediatamente, decide en contra de ello.

—Debes estar confundido, señor Cayden. No me acerqué a los establos en mucho tiempo. —Mi corazón late con fuerza en mi pecho mientras ella trata de despedirme.

—Fue hace mucho, Sofía, y jamás dejé de buscarte desde entonces. —Los dos nos quedamos contemplándonos, sin decir una palabra, pero en sus ojos puedo comprobar que mi respuesta la complace. Parece contenta de averiguar eso, aunque, por una razón que desconozco, se empeña en negarlo.

—Gracias por su compañía, señor Mosland. —Paramos frente a la puerta trasera del ala este del palacio. Dicen que la princesa Margaret está confinada allí para sus entrenamientos. Supongo que Sofía le hará compañía. Nadie vio a la princesa en años, yo no llegué a conocerla. Su madre le prohibió todo contacto con el mundo exterior hasta que complete sus entrenamientos. A veces pienso que debe sentirse muy sola encerrada allí en su palacio de cristal.

—Fue un placer, señorita Sofía. Debe ser difícil pasar los días allí encerrada con la princesa. Es un cruel castigo para dos jóvenes señoritas como ustedes —le dije con compasión.

—¿Ha conocido usted a la princesa, señor Mosland? —me pregunta evitando mi mirada. Esta vez tengo un fuerte sentimiento de que esconde algo.

—No, no tuve el honor. Cuando vine aquí ella no salía mucho y poco después la reina la confinó en sus aposentos.

—Oh, entiendo. —Veo aprensión en sus ojos.

—Todo el mundo piensa que es un tratamiento muy cruel el que la princesa está recibiendo por parte de la reina —expongo bajito.

—Nadie puede cuestionar los motivos de la reina —afirma con tristeza en sus ojos, mirando la puerta de entrada.

—Por supuesto que no. Nosotros, los esclavos, estamos entrenados para aceptar todo aquello que no podemos cambiar.

—Oh, usted no es ningún esclavo, mariscal Cayden Mosland. —No recuerdo que le desvelara mi título durante la conversación, pero quizá lo hice.

—Todos lo somos, señorita Sofía. Pase buena noche. —Me inclino ante ella, tomando su mano y besando su piel fina. La noto tensa bajo mi toque, y eso trae una sonrisa a mis labios. Huele a rosas y vainilla. Un aroma que quedará por siempre embrollada en mis sentidos.

PDV. MARGARET

No puedo creer que me descubriera espiándole. Me sentí tan avergonzada, pero tan feliz y aliviada. Feliz por ser capaz de hablar con él por fin. Nunca consideré que acabara acercándome a él y esto, probablemente, no hubiera ocurrido si no hubiese sido porque él me vio.

Siento que está mal mentirle sobre mi identidad, pero si le hubiese dicho la verdad él jamás me hubiese mirado ni me hubiese dirigido la palabra y, seguramente, me hubiese llevado al palacio para entregarme a mi madre. Definitivamente, me odiaría. Por lo que mentirle parece la opción más segura para mí.

Quizá debería mantenerme alejada de él a partir de ahora, debería dejar de espiarle o cambiar el lugar desde donde lo hago.

Al llegar a mi dormitorio, me dejo caer encima de la cama, recordando cada pequeño detalle de nuestro encuentro de esta noche. Cada pormenor de nuestra tonta conversación y la manera en la que sus ojos absorbían cada parte de mí. Sentí su deseo hacia mí tan fuerte como el mío hacia él, y, cuando tocó mi mano y la besó…, la sensación de su piel rozando la mía, sus labios en mi piel provocaron una tormenta de emociones dentro de mí. Si tan solo supiera todos los sentimientos que albergo por él…, pero es mejor que no. A veces la vida puede ser tan cruel de tantas formas diferentes.

Quizá sea muy ingenua al pensar que el amor es una aventura que merece la pena cualquier riesgo y quizá mis propios sentimientos son engañosos, pero lo pienso y quiero vivirla junto a él.

Sé que es injusto involucrarle en este juego sabiendo de antemano todas las cartas que tiene, pero de algún modo no puedo renunciar al deseo de intentarlo, de tener al hombre de mis sueños en mi realidad. Sé que, si renuncio a esta oportunidad, acabaré arrepintiéndome para el resto de mi vida.

Quiero salir de aquí y correr a buscarle, hasta que pierdo mi aliento. Nadie sabe lo que puede pasar. Si acabase en algo que podamos mantener o si va a ser algo fugaz e intenso y nos va a causar más sufrimiento que felicidad. Con independencia de cómo acabe esto, para mí, es la única oportunidad de vivir el amor, no tendré otra una vez empiecen los bailes. Es injusto para él y estoy siendo egoísta, pero necesito sentirme viva, aunque sea por un pequeño momento que puedo robarle al tiempo. Quiero sentir mi cuerpo vibrando en sus brazos, incluso si eso me dejara herida y sangrando para el resto de mi vida.

He leído en mis libros que hay amores imposibles que nos hacen vivir fragmentos perfectos de tiempo, fugaces e intensos, a pesar de que desde el principio tienen fecha de caducidad. Almas gemelas que se encuentran con billetes hacia distintos lugares. Y creo que esto es exactamente lo que somos, almas gemelas con distintos destinos en esta vida.

—¿Princesa Margaret? —La voz de Dalia me despierta de mi estupor.

—Dalia, ¿qué haces aquí tan tarde? —Ella no debería estar aquí a estas horas. Son pasadas la medianoche.

—Pensé que te gustaría saber que Cayden vino a visitarnos a John y a mí, haciendo preguntas sobre una cierta Sofía, de la que parece estar aficionado, y que, presuntamente, vive en el ala este del palacio, contigo. —La miro sonriendo y empiezo a reír suavemente, ella me sigue, sentándose en la cama a mi lado.

—Oh, por supuesto, ella es mi amiga de juego mientras estoy encerrada aquí —articulo divertida.

—Oh, esa es toda una historia, especialmente, cuando nadie en el reino conoce a ninguna Sofía viviendo en el palacio. Eso es tan imprudente por tu parte. —Dalia está preocupada por mi pequeña y razonable mentira, pero yo no.

—Me vi obligada a inventar algo. Me pilló espiándole. ¿Y qué se supone que debía decirle? «Oh, hola. ¿¡Soy la princesa Margaret, estoy totalmente enamorada y obsesionada contigo y lo único en lo que puedo pensar es en el deseo que siento que me tomes aquí y ahora!? —Dalia me mira levantando una ceja y suelta una risita nerviosa.

—No con esas palabras exactamente, pero si decirle eso hubiese sido una locura, mentirle sobre tu identidad no fue para nada una buena idea —asegura, jugando incómoda con sus dedos en el regazo.

—No es una buena idea, fue la única idea que pude encontrar en un espacio de tiempo tan limitado. ¿Qué le dijisteis John y tú? De repente, me ahoga pensar que podrían haberle dicho la verdad.

—John me miró sorprendido y básicamente no dijo nada, mientras yo me di cuenta de lo que había pasado y sostuve la historia de Sofía. Le dije que no te está permitido…, bueno, que a Sofía no le está permitido abandonar el palacio y que se escapa por las noches. Cayden recordó haberte visto en los establos —su voz cambia de preocupada a alegre.

—¡Lo sé! ¿No es tan dulce por su parte recordarme? Igual que me pasa a mí.

—Lo es, y John me dijo que no paró de buscarte desde entonces. Según John, ese día en los establos, hiciste más que atraer su atención, atrapaste su corazón, princesa. Estoy muy contenta de escuchar esto. Un gran alivio se encuentra cuando averiguas que tus sentimientos son compartidos con la misma intensidad y nivel.

—Tal como él atrapó mi corazón. Mis ojos se llenan de lágrimas. Siempre pensé que mi corazón desbordaría alegría al encontrar el más mínimo reconocimiento de sus sentimientos hacia mí, y ahora que está pasando solo me está partiendo el corazón. Saber de sus sentimientos me entristece, sé que al final tendré que quebrar su corazón además del mío.

—¿Por qué lloras, Margaret? Pensé que esto es todo lo que deseas. —Dalia se acerca a mí abrazándome y acariciando mi pelo.

—Porque este es el primer momento en el que soy consciente de que le romperé el corazón. Mi mente nunca fue puesta en su corazón, sino en el mío. Estoy afectada y me siento como la persona más horrible del mundo.

—Lo lamento mucho, Margaret.

—No lo sientas, haré todo lo posible para mantenerme alejada de él. No puedo hacerle esto sabiendo exactamente cómo va a acabar. No debo ser la razón por la que su vida corra peligro ni puedo quedarme allí mirándole cómo se apaga poco a poco cada vez que se da cuenta de que nuestra historia jamás tendrá un final feliz. —Me eché a llorar, mientras Dalia intentaba consolarme.

—Considero que es demasiado tarde para eso, Margaret. Quizá, de alguna forma, algún día, esto podría llegar a funcionar. Me entristece tanto ver a dos personas enamorándose desesperadamente sin poder encontrarse. Ojalá pudiera hacer algo por ti, mi princesa.

—No hay nada que nadie pueda hacer por nosotros, Dalia. Ellos preferirían vernos muertos antes que aceptar a un caballero como rey y a una princesa desleal en su trono como reina. No hay esperanza para nosotros, Dalia, ningún futuro donde estar juntos. Este cuento no acaba en: vivieron felices para siempre.

—No deberías pensar en nadie. Vive tu vida como tú escojas. Dudo de que la reina te mataría por ello, y los plebeyos acabarán aceptándolo —sostiene con seguridad, una seguridad que no puedo compartir con ella.

Me quedé dormida llorando en sus brazos. En mis sueños, estoy feliz, puedo compartir mi vida con él, libres, sin nadie que se interponga entre nosotros. En mis sueños, me siento tan bien realizando todas las cosas equivocadas, y todo lo que puede matarme me hace sentir tan viva. Pero cuando abro los ojos sé que debo hacer todo lo posible para mantenerme lejos de él, es la única manera de mantenerle a salvo. Podrían matarle si mi madre se enterara de que se atrevió a mirarme a los ojos. Pero no sé si puedo…, después de ver sus ojos profundizándose, de sentir su toque, de saber que me puede ver igual que yo a él.

PDV. CAYDEN

—Mariscal Cayden, parece que tienes un día terrible hoy. No recuerdo haberte visto nunca luchando tan mal. Es lamentable. Quizá te vendría bien dormir un poco más.

—Duermo bien, gracias por tu preocupación, lord Haile. Solo estoy algo… distraído.

—Puedo ver eso, joven. Ya deberías saber que una distracción puede costarte la vida en el campo de batalla —me regaña y no puedo quitarle la razón en este caso.

—Soy completamente consciente de ello, lord Haile. Yo solo… —Quiero contarle todo sobre Sofía, pero decido en contra de ello.

—¿Sabes?, conocí a un buen guerrero que perdió su enfoque de este mismo modo. El amor le costó la vida. No dejes que eso te pase a ti, mariscal —me advierte con una mirada de reconocimiento en sus ojos.

—No lo haré, lord Haile. —Él es mi mayor apoyo y odio decepcionarle.

—Cuando estés listo, me gustaría conocer a la afortunada dama —enuncia, dándome palmaditas en la espalda—. El primer amor es tan agradable y tan… complicado. Pero no desistas, todo saldrá bien. Eres un buen partido, mariscal. Bien, hijo, ahora concéntrate en tu deber y no permitas que tus sentimientos se interpongan en tu trabajo. El amor puede levantar montañas igual de rápido que puede derrumbarlas.

—El amor… —repito. Suena tan extraña esa palabra para mí, nunca pensé que alguien podría llegar a quererme algún día. Me pregunto si es eso lo que ella siente por mí.

—Sí, el amor es un sentimiento muy complejo. El más fuerte y a la vez el más debilitante entre todos los sentimientos, como pronto averiguarás por ti mismo. Puede traer vida o muerte. Prepárate para recibirlo al igual que te instruyes para la guerra, hijo.

Me pasé el entrenamiento mañanero distraído. Todo resultó un completo desastre, los guerreros a los que se supone que estoy entrenando acabaron pateando el infierno fuera de mí. Esto es inaceptable. Un mariscal no puede luchar como una mujer, y aquí estaba yo haciendo justo eso. Necesito ir al río y darme un baño en sus aguas frías. Puede que ayude a calmar mis inquietudes apartar de mi cabeza una cierta señorita y recuperar el enfoque para el resto del día.

Es todavía muy temprano por la mañana, por lo que disponía de suficiente tiempo para recuperarme. Tomé mi caballo y me adentré galopando en el bosque hacia el río. Es el mejor sitio en el mundo para escapar de la realidad y aclarar tus pensamientos. Pero no comprendí el error que cometí hasta que no llegué allí.

—¿Quién está espiando a quién ahora? —su voz melodiosa suena en el silencio del bosque y un fuerte golpe de lujuria me atraviesa.

Allí se encontraba ella, desnuda. La sorprendí bañándose en el río. Su pelo negro, mojado, cubría sus senos, pero no era suficiente para el resto de su cuerpo. Cada curva, cubierta por nada más que agua brillante y translúcida, provocó que alcanzara temperaturas inesperadas y sentí mi miembro retorciéndose en mis pantalones. Intento apartar la vista de ella, pero es imposible, mis ojos no reciben órdenes de mi celebro.

—Lo siento, yo… —Estoy luchando conmigo mismo para desviar mis ojos de ella mientras la adrenalina corre por mis venas y me resulta difícil contener mi deseo de tomarla y hacerla mía aquí mismo.

—¿Me estás acosando, mariscal Cayden? —No puedo notar ninguna señal de vergüenza o contención en su tono, lo que me sorprende. Anoche, estaba a punto de abofetearme cuando la sorprendí espiándome y hoy está desnuda delante de mí, completamente compuesta, actuando como si esto fuera lo más normal del mundo.

—No, yo… no. Yo solo… —No sé qué decirle. Estoy nervioso y la malvada sonrisa en su rostro me dice que está disfrutando.

—¿…Me estás observando? ¿Cuánto tiempo llevas allí? —Mi anhelo por ella hace que ignore mi pensamiento razonable. Me bajo de mi caballo y avanzo hacia ella.

—¿Estabas haciendo algo que yo no debería ver, Sofía? —Arquea una ceja ante mi sonrisa arrogante y diabólica, y responde con otra, aunque tímida.

—Puede que sí. —Sus palabras son suficientes para atraparme en una frenesí sexual que apenas puedo controlar.

—Me encantaría verte hacerlo de nuevo, solo para asegurarme que lo estabas haciendo de la manera correcta. —Se sonroja a la par que me acerco más.

—¿Te importaría darte la vuelta para que pueda salir de aquí y vestirme? —me pregunta, su mirada se detiene en el cuidadosamente doblado vestido a mi izquierda. Eso hizo que mi sonrisa diabólica regresara a mis labios.

—Eres consciente de que el agua es translúcida, ¿verdad? No hay nada de ti que no haya visto ya, Sofía —le aclaro luciendo mi sonrisa más sexy al tiempo que paseo mis lujuriosos ojos por su cuerpo desnudo.

Está totalmente expuesta adoro observarla sonrojada y algo incómoda. Pero hace lo opuesto a lo que esperaba. Con una sonrisa, sale dolorosamente despacio del agua justo delante de mí, acortando la distancia entre ella y yo. Cuando su cuerpo casi toca el mío, se para y me clava esos profundos y lascivos ojos azules.

—En ese caso, supongo que no queda nada que pueda esconderte, Cayden. —Pasa por mi lado y empieza a vestirse, ondeando sus curvas delante de mis ojos, mientras noto que todo mi autocontrol abandona mi cuerpo. Me quedo bloqueado, luchando conmigo mismo para aguantarme y no hacerla mía justo allí en la hierba.

—Estás jugando a un juego muy peligroso, joven señorita. No deberías jugar con fuego a menos…

—¿…A menos que quiera quemarme?

—Exacto. —Compruebo, con la garganta reseca, cómo las pequeñas gotas de agua caen rodando por su pecho y hasta su abdomen perdiéndose entre sus muslos. Me siento como un hombre que jamás ha experimentado la sed y ahora se muere por ella.

—Quizá sea eso lo que estoy intentando, mariscal: quemarme —su voz baja y llena de deseo me está volviendo loco.

—Puedo ayudarte con eso —le digo.

—Quizá te pida que lo hagas… ¿Podrías ayudarme con los botones? —Se da la vuelta enseñándome su espalda desnuda. Le pido rápidamente a Dios que me ayude a controlarme y no devorarla allí mismo.

Mi deseo por ella es tan intenso que mis manos tiemblan mientras mis dedos tocan la suave piel de su espalda antes de abrocharle el vestido. Lo hago lo más lento posible, disfrutando cada roce de mis dedos. Recoge su pelo hacia la izquierda, dejando su cuello totalmente expuesto ante la mirada de un hombre desesperado y lujurioso. Mi cabeza se fue directamente, pasando mis labios a lo largo de su cuello. Se gira y mis labios envuelven los suyos en un apasionado y profundo beso.

No soy ningún extraño hacia la anatomía femenina y puedo decir que tuve algunas damas calentando mi cama de vez en cuando, pero nunca sentí un deseo más intenso en mi vida. Sus labios moviéndose en armonía con los míos hacen que cada célula de mi cuerpo se encienda llevándome a perder el control por completo. La acerco a mí y acaricio su cara con el pulgar mientras profundizo el beso. Noto su cuerpo entre mis brazos, mis dedos intentan memorizar cada parte de ella. Es la sensación más profunda y enloquecedora que he experimentado.

—Debes dejarme ir, Cayden —pide jadeando. Percibo el temblor del deseo en su cuerpo y mi miembro se revuelve dolorosamente en mis pantalones. Reluctante, la libero de mis brazos al observar su nerviosismo haciendo estragos en su rostro. Me sienta bien saber que tengo este efecto sobre ella.

—Nos vemos pronto, Sofía. —Le sonrió cuando la ayudo a subirse encima de su caballo. Con una última mirada hacia mí, se pierde entre los arbustos del denso bosque.

Me quito la ropa para tirarme al río. Realmente, necesito refrescarme, parece que el agua fría tiene el efecto deseado sobre mí. Desgraciadamente, no me duró por mucho tiempo y acabé pasando un día horrible hasta que volví a mi dormitorio y pude tomar mi tan necesaria liberación…, dos veces.

PDV. MARGARET

La otra cosa que amaba casi tanto como acosar a Cayden era ir a nadar en el río. Solía hacer eso todas las tardes con mis amigos, cuando era pequeña, pero desde que mi madre ordenó mi confinamiento en solitario tuve que encontrar una forma de venir aquí sin que nadie me viera. Así que me escapo por la mañana temprano con la ayuda de Dalia, que me trae el caballo y se queda en la entrada de mi ala para asegurarse de que nadie suba a buscarme. Este es mi lugar feliz. No hay nada que disfrute más que bañarme en las aguas espumosas del río Cretos. No hay mejor sensación en el mundo que el agua fría y burbujeante envolviendo tu cuerpo. Esta parte está muy alejada del palacio, eso me permite nadar desnuda y disfrutar del agua sin que nadie me encuentre. Nadie, menos él.

Apareció de ninguna parte, provocando que una tormenta de deseo se derramara sobre mí. Mi mente se volvió borrosa intentando desesperadamente apagar el fuego que encendió con su mirada. Su sonrisa blanca perlada, su imponente presencia y ese uniforme que le hacía tan sexy me excitan hasta los huesos. Apuesto a que acaba de terminar su entrenamiento juzgando por su cabello ligeramente mojado y su camisa desabrochada. Sentí el deseo de pasar mis manos por su pelo e imaginar todo lo que sus dedos y sus labios podían hacerme.

Conseguí guardar el control el tiempo suficiente para irme. Ni siquiera sé cómo me atreví a salir desnuda del agua y seguir provocándole. Si hubiera sido cualquier otro hombre, habría gritado y salido de allí a la velocidad de la luz.

Pero cuando le vi encima de ese caballo, saliendo del bosque en toda su gloria, un rayo de electricidad me atravesó y esas molestas mariposas batieron sus alas dentro de mi estómago. Estaba delante de mí, contemplándome con sus profundos ojos verdes y esa sonrisa diabólica y arrogante que envía escalofríos a mi columna vertebral. Cuando se acercó, acechándome, parecía un dios griego, sexy, vivo y respirando. Es un guerrero con el porte de un rey, su realdad envuelve cada uno de sus músculos tensándose debajo de su uniforme.

No sé cómo me volví tan atrevida ni cuándo perdí toda educación y decidí que estaba bien comportarme como una plebeya cualquiera, pero es exactamente lo que hice al salir desnuda delante de él. Hasta llegué a agacharme para vestirme, como si estar desnuda frente a un hombre resultara lo más normal del mundo para mí. Y cuando sus dedos tocaron mi piel al abrocharme los botones del vestido, sentí como si estuviera flotando y perdí todo conocimiento de mí misma y mis alrededores. Fue como si hubiese esperado este instante desde que nací. Como si todas las piezas de mi vida finalmente encajaran en su sitio.

Llegué al ala este del palacio justo a tiempo para mi clase de piano, tras esta debo ir al campo de entrenamiento con lord Haile y el capitán Charles. Empecé mis entrenamientos hace tres años y no puedo decir que los disfruto, pero sé que, al igual que todas las cosas de mi vida, es lo que debo hacer. Mi madre solo viene a verme una vez al mes para vigilar mis progresos, y solo durante mis entrenamientos. Nunca me dirige la palabra, no se interesa por mi estado general ni por lo que pienso con respecto a todo esto. Las órdenes de la reina deben ser cumplidas por todo el mundo, yo incluida.

Tomé mi clase de piano, durante esa hora pude relajarme y olvidarme de todo lo que me rodeaba. La música es mi lugar seguro. A menudo, deseo que duren más, especialmente hoy, cuando cada nota que toco dibuja una nueva imagen de Cayden y de mí en mi mente.

Los entrenamientos siempre son difíciles. Me obligan a hacer cosas que no me gustan y aplauden diciéndome lo bien que se me da. Hoy, por primera vez, me llevarán al calabozo para asistir a un interrogatorio de un prisionero real. Llené mis pulmones de aire y caminé hacia la entrada, donde el comandante Charles me estaba esperando.

El comandante Charles es el mejor interrogador que tiene nuestro reino. Dicen que no hay prisionero lo suficientemente fuerte para que se le resista. Puede sacar cualquier información de casi cualquier persona.

—Buenos días, princesa Margaret. ¿Lista para su primera clase práctica de interrogación? —me cuestiona inclinándose ante mí.

Los dos caminamos hacia los calabozos. Los ojos negros, helados y sin vida son lo primero que notas al ver al comandante Charles. Es tan frío y distante que parece estar hecho de hielo.

—Lo estoy, comandante Charles.

Los calabozos es el único sitio en el que nunca pensé que iba a entrar. Mi padre solía decir que este sitio no es para mujeres, que solo los hombres debían cruzar el umbral de estas puertas. Pero supongo que algo cambió, dado que mi madre se empeña en convertirme en un guerrero por alguna razón.

Todavía recuerdo el miedo que me imponían estas puertas negras y enormes cuando, de pequeña, pasaba por su lado. Pero ahora, delante de ellas, viendo a los guardias abriéndolas para permitirnos el paso, ya no las considero tan grandes, ni tan oscuras ni noto miedo al pasar su umbral.

Cuando llegamos al final de las escaleras, dos guardias inclinan la cabeza. Alumbrando nuestro camino con antorchas, nos adentramos en el pasillo largo y húmedo que lleva a las celdas. Caminamos durante un tiempo antes que el olor a sangre y orina perturbaran mis sentidos. Es un hedor horrible, el peor que he percibido jamás.

—¿Por qué huele tan mal aquí? —consulté, pero ninguno de los hombres se molesta siquiera en mirarme.

—Esto es algo a lo que hay que acostumbrarse, princesa. Estamos a quince metros bajo tierra. Aquí no llega el aire fresco ni el sol. Tienes que aprender a soportarlo —señala el comandante con su voz gruesa, sin mirar en mi dirección—. Lo siento —añadió, más para sí mismo que para mí.

—Estaré bien, comandante. —Se le escapa un gruñido, pero continúa adentrándose en el oscuro y angosto corredor.

—En unos minutos, dejará de notar el olor. Su nariz se acostumbrará a él —su tono se vuelve benévolo.

—¿Está acostumbrada su nariz a este olor, comandante?

—Lo está ahora, princesa. —Me viene la sensación de que el comandante pasa mucho tiempo aquí.

El comandante deja de andar y los dos guardias liberan el candado de una gruesa cadena, que cae al suelo haciendo un ruido fuerte. Abren el pesado portón de barrotes y fijan las antorchas en la pared.

La luz alumbra la habitación, en el lado opuesto a la entrada veo un cuerpo medio desnudo y ensangrentado, colgando en cadenas gruesas ancladas a la pared. Un grito escapa de mis labios mientras lo miro con un terror que no tuve tiempo de ocultar. Parece un soldado que perdió su guerra y, juzgando por todos los cortes y los moretones, lleva aquí mucho.

—¿Quién es? ¿Está muerto? —le pregunto al comandante, haciendo todo lo posible para mantener mi compostura. Después de todo este último año de entrenamiento, ya no corro llorando despavorida. Solía hacerlo al principio, en mis primeros encuentros con la parte oscura de la vida de palacio, pero no soy esa niña asustada, aunque hay cosas que nadie debería ver jamás.

—Está vivo. Asumo que está un poco… cansado —me contesta el comandante sin rastro de sentimientos en su voz.

—¿Por qué está aquí? —inquiero intentando parecer fuerte y compuesta a pesar de la horripilante escena que tenía delante. Tengo que ser fuerte, ese es el propósito que mi madre busca por medio de mis entrenamientos.

—Es un nómada justiciero. Estaba caminando por las calles de la ciudad, matando gente a izquierda y derecha. Pensamos que estaba loco, pero, después de hablar con él la primera vez, me quedó claro que este no es el caso. Lo hace con un propósito. Uno que se niega a compartir con nosotros, princesa Margaret.

Mi nombre parece captar la atención del prisionero, que levanta su cabeza y me mira con su cara ensangrentada y sus ojos hinchados. Observo el corte de identidad del comandante, cruzando el rostro del hombre. Ya le había interrogado antes y asumo que este será el último interrogatorio al que será sometido. Viendo su estado actual, siento alivio, en gran medida, por saber que esta tortura acabará hoy, aunque no estoy segura de querer presenciarla.

—¿Qué hace una princesa en estos agujeros oscuros de su castillo? ¿No se supone que las princesas deberían tocar el piano y aprender sobre interrogatorios en los libros de historia? —dice el hombre con una sonrisa forzada en su rostro y la voz entrecortada.

—¡No te dirijas a la princesa, canalla! —El comandante inmediatamente se le acerca cruzando su rostro con fuerza.

—Déjele, comandante Charles. Tiene permiso para hablar. —Los guardianes y el comandante me miran como si yo estuviera loca. El mismo prisionero parece sorprendido, pero solo dibuja una sonrisa cansada y su cuerpo parece relajarse bajo las pesadas cadenas que le tienen sujetado en el aire. No le queda nada más que perder, cruelmente golpeado y doblado. No creo que su propia vida signifique nada más para él.

—Estoy completando mi entrenamiento como futura reina de Yardland. ¿Cuál es tu historia? —le pregunto caminando hacia él—. ¿Por qué estabas asesinando a gente inocente alrededor de la ciudad? —Quizá sea por la falta de experiencia que tengo tratando este tipo de personas, pero sus ojos no parecen los ojos de un asesino a sangre fría.

—¿Quién dijo que eran personas inocentes? —declara el hombre. Miro hacia el comandante en busca de alguna confirmación, pero su cara es igual de fría e ilegible como siempre.

—Asumo que lo eran —asiento, centrada en las cadenas que sujetan su cuerpo.

—Asumes mal, princesa. Todos ellos eran asesinos, violadores, animales y, como en este reino la justicia no parece funcionar para ellos, entonces nosotros dictamos y ejecutamos sus condenas —expone con orgullo.

—Nadie os concedió el derecho ni el poder constitucional de hacer eso.

—Estamos deseando que sus realezas nos concedan ese derecho. Entre tanto, seguiremos impartiendo justicia a los nobles, que, con sus trajes y sus puros, piensan que son más que nadie y que el mundo les debe algo —suelta con odio.

—El mundo no le debe nada a nadie, señor, ni siquiera a ti. Nadie está por encima de la reina.

—Mientras la reina no hace nada para impedir estas injusticias, seguiremos haciendo justicia indiscriminada.

—¿Seguiréis? Entiendo que no trabajas solo, ¿sois un grupo? —Busco la cara del comandante de nuevo, pero sigue igual de ilegible. Solo está aquí contemplando al hombre como si sus ojos intentaran penetrar en su mente, como si pudiera entrar dentro de él para ver si sus palabras dicen verdades o mentiras. El hombre empieza a reír, escupiendo sangre, y una sonrisa orgullosa se asienta en sus labios.

—Sí. Hay más justicieros como yo repartidos a lo largo y ancho del reino. Y si la justicia no comienza a hacer su trabajo, va a ser imposible que alguien los pare. Para cada uno de nosotros que muere, otros dos se juntan a la causa. Alguien tiene que hacer algo mientras los reyes están jugando con sus esclavos. —Percibo burla en su tono.

—¡No hay esclavos en este reino! —desmiento de inmediato, orgullosa de lo que pienso que es la verdad.

—Oh, qué triste es ver a una princesa tan perdida en su propio mundo. Ojalá entrenes también su mente, comandante, y que así logre adquirir la capacidad para ver lo que sucede a su alrededor. La negación no tiene el poder para cambiar la realidad ni mejorarla, princesa. Deberías abrir tus ojos y ver que la vida real no es todo lo bonito y bueno que te rodea. Este es el reino de los esclavos. Aquí nadie es libre, princesa, ni siquiera tú —sentencia el hombre con una sonrisa sarcástica.

El comandante desenvaina su espada, pero soy más rápida y le detengo a tiempo.

—No haga eso, comandante. Quiero saber lo que tiene que contar. Si no puede abstenerse, márchese, yo puedo controlar esto —digo.

El comandante baja su arma, entonces el prisionero se ríe de nuevo.

—No tan duro ahora, ¿no, grandullón?

Dirijo mi atención de nuevo al hombre, dejando al comandante que calme sus instintos.

—¿Y en qué os convierte a todos esta misión nómada asesina? ¿Pensáis que sois mejores que los animales a los que estáis asesinando? Porque a mí me parece que no hay ninguna diferencia. Gente rota, desalmada, asesinos sin piedad. No sois buenas personas. No representáis la ley. —Sus ojos mostraban puro odio y rabia; su cuerpo lleno de cicatrices le hace parecer salvaje y peligroso. Más que un hombre, se asemeja a un animal enjaulado.

—No somos como aquellos a los que estamos matando, sino hombres que intentan acabar con toda la crueldad que su ley no puede tocar. Matamos a personas que asesinan a gente inocente, que hacen daño, que violan a mujeres y a niños. Allí donde nosotros matamos, la gente deja sus puertas y ventanas abiertas, ofrecemos seguridad a los inocentes y miedo a los que hacen daño. Matamos a uno para salvar a muchos. Somos la justicia allí donde esta no puede llegar, porque la justicia no está hecha para todos; solo para los nobles, para los títulos, para la realeza, no para los esclavos. Los plebeyos no tienen justicia —concluye con valentía y pasión.

—Eso no cambia lo que sois. Y sois asesinos. Matáis por placer, no por deber. Estáis orgullosos de lo que hacéis porque lo realizáis para satisfacer vuestros propios impulsos criminales. No sois en nada diferentes a ellos. Vivís en la oscuridad y matáis para alimentar vuestros propios demonios. —Sonríe con rabia.

—¿Por qué el rey no legalizó nuestra causa? ¿Por qué negó a los plebeyos su derecho a una justicia imparcial? Si lo hubiera hecho, nadie tendría que matar y nadie moriría. No así. —Lo miro sorprendida, sin nada que contestar. No tengo ninguna información de que mi padre se negó a defender a los plebeyos—. Eso pensaba —continúa—. Creo que de todas las opciones que tienen las personas como nosotros hemos escogido la mejor. Admito que somos asesinos, conducidos por nuestros propios demonios, pero hacemos el bien. Somos la ley de los desesperados, de los ignorados, de los indefensos. Somos ángeles oscuros de la guardia, si por ello me quieres hacer sentir culpable, no pierdas más el tiempo, pequeña princesa. No lo vas a conseguir. Estoy orgulloso de lo que soy, y tú también deberías, porque yo hago el trabajo que Charly, aquí presente, tendría que llevar a cabo. Pero, por supuesto, él no es un asesino por matar a un asesino como yo, ¿verdad?

Por mucho que odio reconocerlo, entiendo la verdad de sus palabras. Tiene razón. El comandante y todos los que estamos aquí hacemos lo mismo, pero amparados por la ley, aunque mi mente se niega a verlo así. Todos nos negamos a verlo de esa manera. Y quizá tenga razón con respecto a la esclavitud que el reino enfrenta. Cayden dijo eso también la otra noche: «Todos somos esclavos».

—Comandante Charles, quítele las cadenas al prisionero. No necesitamos tenerle encadenado de esta manera. No considero que sea un peligro para nosotros, las cadenas normales bastarán. Pasará la vida encarcelado en esta celda. —El comandante me miró, por primera vez puedo ver un indicio de algo que no puedo señalar en sus ojos.

—Pero, princesa… —manifiesta descolocado.

—No quiero ser liberado. ¡Deseo que me mates!

Los tres nos sorprendimos por su petición.

—¿Por qué quieres morir? —interrogo confusa.

—Llega un momento en el que necesitas pensar en la manera que escogiste para vivir tu vida, si estás donde deseas estar o si haces lo que quieres hacer. Ese instante llegó para mí y llevo bastante pensando en ello desde que acabé en este agujero. Mi aventura alcanzó su final, princesa. Después de muchas decisiones equivocadas que no puedo cambiar, preferiría irme cuando todavía tengo una oportunidad de redención o, por lo menos, un mejor lugar en el infierno. Si me quitas estas cadenas, encontraré cómo salir de aquí y continuar con mi misión. Soy demasiado viejo para esto. Mi tiempo ha llegado y se ha ido muchas veces antes. No hay otra salida para alguien como yo.

—Yo…

—Es mejor que un hombre acepte su innegable destino, princesa Margaret. Está condenado a muerte —interviene el comandante con seriedad.

—Princesa Margaret, soy un asesino a sangre fría. Maté a más personas de las que puedo recordar alrededor de todo el reino, no pienso redimirme mientras siga respirando. Solo hagan lo que deban. Me ofrezco como su primera ejecución. Lo único que tiene que hacer es tomar la espada que el amigo Charlie tiene allí y cortarme la cabeza. Tú harás tu deber y yo recibiré el castigo que me merezco. Esto hará que yo pague mis deudas con la sociedad y a ti te volverá más fuerte.

Cuando bajé a este sótano hoy, no imaginaba encontrarme un prisionero que me pidiera la muerte. Lo miro sorprendida por sus palabras. Este hombre se ha sentenciado a sí mismo y me escoge como su verdugo. El comandante Charles se acerca a mí entregándome mi espada. La recibo mirándola como si fuera la primera vez que la veo. No lo es, pero sí es la primera vez que la sostengo para quitar la vida a una persona. Observo al prisionero que está allí, colgando delante de mí, impasible, como si esto fuera un día normal en su vida. Y quizá lo es, solo que hoy deja de ser el verdugo para convertirse en víctima.

Mi cuerpo empieza a moverse por sí solo, llevándome tan cerca de él que puedo escuchar su baja respiración. Cuando llego lo suficientemente cerca, agacha su cabeza un poco y me susurra: