Alma dañada - Jacquie Grasso - E-Book

Alma dañada E-Book

Jacquie Grasso

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Beschreibung

Las pesadillas y recuerdos me han atormentado hasta convertirme en una mujer fría, insegura y temerosa. Por eso guardo mis sentimientos en una caja congelada y rodeada de telarañas, por si pretendieran escapar.   Pero cada vez que Ian besa y adora mi cuerpo, cada vez que su mano acaricia mi piel, las mariposas congeladas se agitan e intentan derribar las murallas que rodean mi corazón. Reclaman su libertad.   ¿Puede repararse un alma rota en mil pedazos?

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Sinopsis

Las pesadillas y recuerdos me han atormentado hasta convertirme en una mujer fría, insegura y temerosa. Por eso guardo mis sentimientos en una caja congelada y rodeada de telarañas, por si pretendieran escapar.

Pero cada vez que Ian besa y adora mi cuerpo, cada vez que su mano acaricia mi piel, las mariposas congeladas se agitan e intentan derribar las murallas que rodean mi corazón. Reclaman su libertad.

¿Puede repararse un alma rota en mil pedazos?

Jacquie Grasso

Alma Dañada

1° edición: Octubre de 2023

© 2023 Jacquie Grasso

© 2023 Ediciones Fey SAS

www.edicionesfey.com

Ilustración de portada: Carlos Villarroel

Diseño y maquetación: Ramiro Reyna

Grasso, Jacqueline

Alma dañada / Jacqueline Grasso ; editado por Malena Vitale. - 1a ed. - Córdoba : Nymph, 2023. Libro digital, EPUB

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

978-631-90199-1-9

1. Novelas Románticas. 2. Narrativa Erótica. I. Vitale, Malena, ed. II. Título.

CDD A863

Lean: Tu amor vino y arregló mi alma dañada, mostrándome lo mágica que sería la vida si te dejaba amarme. Lo hice. Te amo, hasta el infinito y más allá. J.

1

¿Estás sola?

9 de noviembre

Justo después de cruzar la puerta de entrada de la discoteca, oigo unos fuertes gritos de alegría mezclados con la música. Los reconozco de inmediato, esa voz chillona no puede ser de otra persona.

—¡Dios mío! Estás estupenda —grita Lena mientras se acerca a mí, me toma de la mano y me hace girar. Sonrío mientras me abraza—. ¡Me encanta tu maquillaje, Carol! —Se dirige a las chicas—. ¿No está para el infarto? —Las mira en busca de aprobación.

—Es todo magia de Chris —digo sonriendo. Chris pasó alrededor de dos horas tratando de hacer un difuminado prolijo con sombra negra en mis párpados. Pero la verdad es que, entre risas y cotilleo, la mayoría del tiempo terminaba siendo un panda.

Chris me mira y sonríe; sabe muy bien que hace un tiempo que dejamos de ser el grupo de cuatro amigas inseparables para ser dos duplas que se juntan cada tanto. Lena tiene actitudes que no concuerdan con mi forma de ser y cada vez parece más predispuesta a pasar menos tiempo con nosotras.

Nos encaminamos hasta donde las chicas ocuparon una mesa y dejamos las cosas en los sillones. Siempre terminamos en el vip por obra de Julia, que con un par de parpadeos de esas pestañas kilométricas nos consigue hasta bebidas gratis.

Es un bar pequeño, pero cómodo. Me encanta la música que pone la DJ aquí. Justo ahora está pasando una de mis canciones favoritas. Chris me agarra de la mano y me arrastra a la pista casi corriendo.

La noche de los dos de Daddy Yankee suena, y durante la parte lenta me acerco a Chris con la espalda pegada a su pecho. Empezamos a bailar de forma muy sensual. Ella aprovecha la cercanía y me aprieta el culo. Sabe que lo odio, pero le encanta molestarme.

—Dios mío, deja de tocarme. —Le doy una bofetada juguetona en la mano.

Ella se ríe y me hace girar para seguir bailando. Unos momentos más tarde, Chris se acerca a mi oído y me dice que mire con discreción al bar. Me vuelvo a girar y bailo pegada a ella.

—Justo al lado del barman —dice—, llevan un rato mirándonos. —Los miro. Hay dos tipos, extremadamente guapos, que sonríen mientras nos miran y hablan.

—¿Estás segura?

—Totalmente. —Se ríe—. Y están buenísimos. —Me hace girar de nuevo.

—¡No los mires así, Chris! Se van a dar cuenta de que estamos mirando.

—Demasiado tarde —dice ella, riéndose y señalando a uno de los dos, alto y moreno con una sonrisa de un millón de dólares que se levantó, y nos mira de pie contra la barra.

El que está con él me mira y sonríe. Me sonrojo al instante, pero consigo devolverle el gesto. Me distrae la voz de Julia a nuestro lado.

—Si no vuelven, me voy a tomar los tragos que conseguí gratis para ustedes.

—Ni se te ocurra. —Le sonrío y nos dirigimos a la mesa.

Terminamos la primera ronda de copas brindando por los últimos exámenes del semestre, por el vestido demasiado corto de Lena y por cualquier otra idea estúpida que se nos pase por la cabeza.

Después de pasar un rato entre risas y bebidas, Julia se pone muy insistente en ir a bailar. Tras un interrogatorio, Chris descubre que está desesperada por ir a la pista y seducir a un chico alto y rubio que vio nada más llegar. Insiste, así que nos dirigimos hacia allí.

El rubio aparece junto a Julia casi de inmediato y la aleja de nosotras, estrechándola contra su cuerpo. Otro muchacho hace lo mismo con Lena, quien nos abandona con una gran sonrisa.

—Las odio. —Tengo que gritarle a Chris para que me escuche por el volumen de la música.

—¡Yo también! Siempre tienen tanta suerte.

Mis ojos se desvían hacía la barra, donde estaban los dos muchachos hace un momento, y me llevo una pequeña decepción al ver que ya no se encuentran allí.

—Tomemos otro trago y lloremos juntas. —Chris asiente, me agarra de la mano y tira de mí hacia nuestra mesa.

Pedimos en la barra unos daiquiris y nos sentamos en la mesa. Mientras hablamos y nos reímos, mis ojos captan a un chico alto, guapo, de hombros anchos y pelo oscuro que se acerca a nosotras. De inmediato reconozco que es el muchacho que estaba parado junto a la barra. Sus ojos se fijan en Chris. Se sienta a su lado y toca con suavidad uno de sus rizos negros, enrollándolo en su dedo.

—Hola... —La actitud desfachatada toma a Chris por sorpresa, y le contesta un poco nerviosa.

—Hola.

Chris se sonroja, pero logra fijar su mirada en el morocho. Tiene la sonrisa estampada en el rostro y sé que esa actitud confiada con la que se acercó la tiene fascinada. La miro mientras él le susurra al oído y le acaricia el cuello con delicadeza. Chris se derrite en su lugar mientras le habla. Lo sé porque se muerde el labio.

—Vamos a bailar —propone, acariciando su mejilla de manera sutil.

—Claro.

—Hola, soy Mark —me dice mientras me tiende su mano para saludarme, tomándome por sorpresa. Si bien estaba presenciando todo el ligue, pensé que simplemente me ignoraría y se llevaría a mi amiga a bailar, o lo que sea—. Me robo a tu amiga un ratito. —Me guiña un ojo y me regala una sonrisa arrolladora. Y sí, ¿cómo no me va a dejar sola?

Los veo alejarse, agarrados de la mano. Mark hace que Chris de una vueltita y la pega a su pecho.

«Y aquí se queda la perdedora».

Entre canción y canción, veo cómo Chris y el chico alto se besan con suavidad. A veces ella mueve la cara para que él no pueda besarla, provocándolo, y se ríen. Las sonrisas que se regalan son dignas de una fotografía.

Saco mi teléfono del bolso casi por inercia y empiezo a tipear un mensaje para el «señor Innombrable», como lo llama Chris. Emiliano es mi exnovio y la persona que hizo de mi vida un infierno durante todos los años juntos y todo el tiempo posterior; es decir, todas las veces que logró llevarme a su cama para volver a hacerme sentir ínfima.

Carol: Hola. ¿Qué estás haciendo? Hace tiempo no hablamos.

«¿Por qué le estoy escribiendo?».

Mis dedos tamborilean en la parte posterior de mi celular, mientras me debato inútilmente entre enviarlo o no, porque sé que no tengo que enviarlo. ¿Qué estoy haciendo? Ni siquiera es que lo echo de menos. Es solo esta frustración que siento ahora que estoy sola, que soy la única que no logró una conquista esta noche.

Como si lo hubiese invocado con mi pensamiento, o mi frustración, un hombre se sienta a mi lado sin preguntar. Lo miro y me quedo atónita con su mirada. Aunque la luz no es suficiente, logro distinguir el color azul de su iris, quizás mezclados con un poco de verde. Es alto... más alto que yo, y su rostro parece de catálogo. Tiene el pelo castaño, bastante largo, y una barba prolija.

—¿Estás sola? —pregunta con amabilidad.

—Mmm... sí. Bueno..., no. —Le sonrío—. En realidad, mis amigas están todas allá. —Señalo a las tres descaradas que se están besando con sus conquistas. Él las mira y sonríe.

—¿Por qué no estás bailando? —Sonríe—. ¿O besando a alguien? —Lo miro. Tiene una sonrisa traviesa en su cara.

—Ya bailé, me duelen los pies. —Evito la segunda parte de su pregunta que de seguro me tiñó las mejillas de rosa.

—¿Te puedo invitar a un trago? —Su voz profunda hace que me derrita allí mismo donde estoy sentada. Me pregunto cuántos años tendrá, ¿tal vez veinticinco?, ¿veintiséis?

—Tal vez. —Me acomodo el pelo detrás de la oreja—. Si me dices tu nombre.

«¿Qué estás haciendo? ¿Estás coqueteando?».

Mi voz interna se despierta y se pone de inmediato en modo de alerta después de haber estado dormida durante mucho tiempo.

—Ian... —Sonríe—. Me llamo Ian. ¿Y tú?

«Es perfecto. Totalmente perfecto».

—Carol.

Sonrío mientras lo miro directo a los ojos. ¿Qué demonios me está pasando?

Ian me pregunta qué quiero beber, y le pido otro daiquiri. Se aleja hacia la barra en buscar de los tragos. Busco a mis amigas entre la multitud para no seguir mirándolo como una absoluta idiota. Veo por el rabillo del ojo que, aunque está en la barra, su atención sigue puesta en mí.

Cuando vuelve, se sienta a mi lado y me entrega el vaso. Nuestros dedos se rozan un segundo durante el traspaso del trago, y una cosquilla me recorre la piel.

—Gracias. —Le dedico una bonita sonrisa y, por supuesto, no puedo evitar sonrojarme.

Mientras la música hace que la conversación fluya, me pregunta por mi edad, y abre mucho los ojos cuando le digo que tengo veinticuatro años. Sus ojos curiosos no se apartan de mí mientras me dispara pregunta tras pregunta.

—Y... ¿a qué te dedicas, Carol?

—Soy profesora, aunque todavía estoy cursando la carrera. Ya estoy por terminarla. Bueno... «terminarla». —Hago el gesto de las comillas con mis dedos—. Todavía me queda un año más, pero al menos este semestre está a punto de terminar.

Me mira con intriga.

—Interesante. Y... ¿hay un novio por ahí? —Me atraganto con mi bebida y él se limita a sonreír.

—Creo que es mi turno de hacer las preguntas, señor detective.

—Qué manera de evitar responder. —Se ríe—. Pregunta lo que quieras, bonita.

Apoya su cuerpo en el respaldo de la silla con una actitud relajada y se pasa la mano por el pelo. Lo observo un poco más. Lleva unos vaqueros oscuros, una camisa negra y unas zapatillas Converse haciendo juego.

Tengo una gran debilidad por los hombres que usan camisa y zapatillas Converse.

Justo cuando estoy a punto de abrir la boca para preguntar algo, aparece Chris con una mirada inquisitiva. Se queda parada en silencio mientras me mira.

—Hola, Chris. ¿Ya te aburriste? —le digo mientras se pone delante de nosotros. La miro y le saco la lengua. Ella sonríe y luego vuelve a mirar a Ian con cara de pocos amigos.

—No, Mark fue a buscar a su amigo para decirle que no se va con él —me dice mientras que con un disimulo no logrado mueve sus ojos de Ian hacia mí—. Yo tampoco vuelvo contigo hoy... Puede que haya cambiado un poco mis planes.

Se sonroja. Sé que se cuestiona si está bien dejarme sola o no, pero no puede negar el deseo de irse con ese hombre que la embelesó con un par de susurros y roces de piel.

—Tranquila. Me pido un taxi.

Chris vuelve la cara hacia Ian e, ignorándome por completo, le habla.

—Creo que no nos conocemos. Soy Chris, ¿y tú?

Ian la mira. Su cara muestra sorpresa y al mismo tiempo frunce el ceño ante la actitud de Chris, pero luego sonríe.

—Ian.

—Ian… Un gusto. —Lo fulmina con la mirada y luego se vuelve hacia mí—. Bueno, Carol... ¿Te alcanzo a algún lado? ¿Te acompaño a buscar un taxi? No te voy a dejar sola aquí... —Lo vuelve a mirar con cara desconfianza.

—Solo vete, Chris. Diviértete. —Abre la boca para contradecirme, pero en ese momento aparece Mark. Ian lanza una pequeña carcajada que no puede evitar esconder. Chris y yo lo miramos.

Mark se acerca a Ian y le da un golpe en el brazo. Chris me mira con ojos confusos, no sé por qué, si ya los habíamos visto juntos.

—Hola. ¿Te conozco de alguna parte? —Mark se dirige a Ian y se pone la mano en la barbilla, fingiendo que piensa. Luego mira a Chris, que ahora está totalmente roja.

—Sí. Creo que soy tu jefe...

—Oh, Dios mío —exclamo mientras me río de la cara ahora pálida de Chris. Estoy segura de que desea que la tierra se la trague en este mismo momento.

—Y creo que vas a trabajar horas extra esta semana debido a la actitud de tu chica... — Ian la señala, y Chris se pone aún más roja.

De repente, ambos se echan a reír y la tensión se rompe. Mark besa a Chris en la mejilla para calmarla y luego se despide palmeando la espalda de Ian. Coloca su mano en la cintura de Chris. Mi amiga me mira y hace un gesto de teléfono con la mano. Sonrío, pero me quedo en silencio, mirándolos mientras se alejan. Siento la mirada de Ian en mi cuello.

Me siento aliviada cuando veo venir a Julia, pero no dura mucho.

—Nena, me voy con Lena y los chicos, dame un beso.

Me despido de ella y se va, llevándose las carteras de ambas con ella. Lena ni siquiera viene a despedirse.

—No puedo creerlo —digo en voz alta, olvidando que Ian sigue a mi lado.

—¿Qué ocurre?

—Querían que viniera y ahora todas me dejan sola. —Ian se ríe—. Perdón, no creas que lo estoy pasando mal contigo, pero es que odio cuando hacen eso.

—No te preocupes. Mi amigo, que me insistió toda la semana para salir a tomar algo, se acaba de ir con la tuya, así que te entiendo... —Me río entre dientes.

—Bueno... Debería ponerme en marcha para poder tomar un taxi en la estación, ya que todas mis amigas decidieron dejarme sola para correr detrás de un pe... pedazo de carne.

—Yo podría llevarte. Mi coche está en el estacionamiento de al lado.

—Gracias, pero puedo tomar un taxi en la estación. —Le sonrío—. Te lo agradezco de todos modos.

«Oh, Dios. Eres taaaan aburrida. Ahora irás con un conductor viejo y canoso en lugar de irte con este bombón... Debería conseguir otro humano para aconsejar».

—De acuerdo... —Parece decepcionado—. Al menos deja que te acompañe a la parada de taxis.

Asiento con la cabeza y él sonríe, derritiéndome una vez más. Me pongo de pie y me dirijo a la puerta. Siento cómo Ian coloca su mano en la parte baja de mi espalda, y esa electricidad que sentí cuando me dio el trago me recorre de pies a cabeza.

«Vaya, vaya, vaya. ¿Qué fue eso?».

2

Besos y electricidad

—¿Seguro que no quieres que te lleve?

—Estoy bien, gracias. —Sonrío. Siento cómo respira profundo.

—Pero… necesito saber que llegaste bien.

—Ese es un gran truco para conseguir mi número.

Ian se sonroja y a mí se me escapa una risita. Me mira y me regala una sonrisa. Nunca había visto a un hombre avergonzado, y a Ian le queda de lo más lindo. Llegamos a la parada de taxis y me doy vuelta para despedirme, pero acabo chocando con su pecho.

Levanto la cabeza para mirarlo. Ahora puedo ver sus ojos con claridad. Tiene dos hermosas piedras azules y verdes en el centro que me hipnotizan. El resto del mundo parece desaparecer mientras nos miramos a los ojos. Se inclina despacio hacia mí y me agarra del cuello. Mi cuerpo se tensa.

No puedo moverme, ni para rechazar el beso, ni para aceptarlo. Pero, a medida que su boca se acerca a la mía, puedo sentir cómo el calor de sus labios llega a mí.

—Eres tan hermosa —susurra, colocando un mechón de pelo detrás de mi oreja, y luego me besa. Cierro los ojos y dejo que sus labios se apoderen de mi boca. Ian me saborea tomándose todo el tiempo del mundo. Su mano alcanza mi mejilla y consigue que me rinda ante él. Sigo su ritmo, mi lengua y la de él se vuelven una. Me invade de nuevo esa electricidad, pero es aún más fuerte que cuando me tocó la espalda.

La atmósfera se interrumpe por la llegada del taxi. La bocina suena justo en nuestras orejas y adiós al dulce momento. Ian gruñe y se separa un poco de mí. Nuestros ojos conectan por unos segundos y luego veo que los de él se dirigen al auto estacionado a nuestro lado. Una expresión de horror aparece en su rostro.

—Mierda.

El coche era un viejo Peugeot, prácticamente destrozado. Una de las ventanas ni siquiera era de vidrio real, sino que tenía cinta adhesiva. La puerta del asiento del pasajero tiene una abolladura, y una de las luces no funciona.

Ian se aleja un poco más de mí y me agarra de la muñeca.

—No te vas a subir a ese coche.

Resbala su mano de mi muñeca y entrelaza los dedos con los míos. Empieza a caminar hacia el estacionamiento. Todavía un poco en shock lo sigo y cuando logro murmurar un par de palabras, trato de detenerlo.

—Espera, Ian. —Intento dejar de caminar, pero él tira de mí—. Déjame tomar un taxi.

—De ninguna manera, Carol. —Se detiene y me mira serio—. No vas a viajar en esa basura.

—No es basura, Ian. —Vuelvo a mirar el coche destartalado a unos metros—. Es solo un coche viejo. —Ni siquiera sueno convencida.

—No, Carol. —Su voz suena dominante—. Te voy a llevar en mi coche, que es seguro y tiene todas las ventanas de vidrio. Vidrio de verdad, no de cinta adhesiva.

—Ian, no seas terco y déjame tomar un taxi. —Me pongo nerviosa y subo un poco la voz.

—¡No seas testaruda, Carol! No vas a subir a ese taxi. —La voz de Ian se eleva.

Sus ojos arden en enojo y hacen que me paralice en mi sitio. Se gira y trata de reanudar el paso. Los gritos de Emiliano vienen a mi mente. Mi interior se anuda. Me quedo clavada en el lugar. Ian se da cuenta de que no me muevo y vuelve a mí para ver qué pasa. Sus ojos enojados cambian a arrepentimiento.

—Lo siento. —Me acaricia la mejilla, a lo que me rindo por completo—. No quiero que te pase nada. No voy a dejar que viajes en un coche que puede romperse a mitad del camino.

Me río con sarcasmo.

—Ni siquiera me conoces. ¿Por qué iba a importarte? —Intento deshacerme de su mano—. ¡Además, yo tampoco te conozco! No voy a subir a tu coche.

—Carol, no seas terca. Solo quiero llevarte a tu casa. Tu amiga se fue con el mío y no se conocen tampoco.

—Sí..., bueno... Mi amiga es un poco..., ¡agh!

Se acerca y me sonríe.

—Además, parecía que no era tan importante conocerme o no cuando te besé hace un ratito. —Me sonrojo. Su sonrisa se vuelve picarona y cautivante—. Vamos, Carol... Solo te voy a llevar a tu casa. Relájate.

Me mira y no sé por qué..., pero siento paz. Resoplo para mostrarle que acepto su oferta y solo logro robarle una sonrisa. Toda la rabia y el miedo que sentía antes desaparecen por completo. Ian me agarra la mano con ternura. No aparta sus ojos de mí. Con su otra mano vuelve a tocarme con delicadeza la mejilla.

«Ups..., ahí va otra vez esa electricidad», mi voz interna interfiere. «¿Nos va a besar de nuevo?».

Siento cómo se aleja un poco de la proximidad que teníamos. Comienza a caminar y yo sigo su camino. Caminamos hacia el estacionamiento y me sorprendo cuando veo su auto. Es un Honda Civic SI gris oscuro con cristales polarizados.

—¡Vaya, qué lindo coche!

—¿Verdad que sí? —Sonríe—. Tan bonito como el dueño, ¿o no? —No puedo evitar sonreír.

«Un coche de don Juan», mi voz interna aparece de nuevo.

Ian desbloquea el coche y me abre la puerta, como un auténtico caballero. Me meto dentro y me pongo el cinturón de seguridad. Él cierra la puerta detrás de mí, entra en el coche y lo pone en marcha. Salimos del estacionamiento y emprendemos el viaje.

—¿A dónde, señorita?

«Ay, Dios… ¿Está citando a DiCaprio en Titanic?».

Sonríe y me mira. Le indico la dirección, la pone en el GPS para ver el camino, y una vez seguro empieza a conducir.

Ian enciende la radio. Apoyo el brazo en la puerta y miro por la ventanilla. Sé que la distancia no es tan larga..., pero no me atrevo a mirarlo. En este momento, me da vergüenza.

Me río cuando en la radio suena Locked Out Of Heaven, de Bruno Mars, y él se pone a cantar... Más bien a tararear la canción. Lo miro y la zorra fanática que llevo dentro sale de mí.

—¿Te sabes la letra al menos?

—Por supuesto, nena... —Sonríe—. You make me feel like...

Vuelve a cantar y me roba una sonrisa. Siento cómo baja la velocidad y me doy cuenta de que estamos en la esquina de mi calle.

—Esa es mi casa..., la de los arbustos y el portón doble.

Estaciona delante de mi casa. Se gira un poco y me mira. Nuestros ojos conectan y le regalo una pequeña sonrisa. Al menos no me secuestró.

—Aquí estamos.

—Sí... Gracias, Ian. Fue un placer conocerte.

«Y sí… Vas a ser la loca de los gatos a los cincuenta años si sigues siendo así de aburrida».

—De nada, nena... Un placer.

Me guiña un ojo. Saboreo ese «nena» que usa en mi mente. Hacía tiempo que alguien no me llamaba así.

Me bajo del coche sin besarlo si quiera en el cachete y puedo ver la decepción en su cara. Le sonrío mientras me despido con la mano. Camino unos pasos mientras saco las llaves, pero no oigo que el coche vuelva a arrancar. Me giro y veo a Ian en la misma posición en la que lo dejé.

Y me está mirando...

Vuelvo sobre mis pasos y me asomo a la ventanilla.

—Dame tu teléfono.

—¿Me vas a robar?

—Tal vez...

Se ríe y me da su teléfono desbloqueado.

«Vaya... El Innombrable no hubiese hecho eso ni en un millón de años».

Agendo mi número y miro su fondo de pantalla. No hay foto de novia... Mi voz interna hace un baile de felicidad.

—Ahí lo tienes. —Sonrío—. Te lo ganaste.

Ambos sostenemos el teléfono, pero ninguno suelta el agarre. Ian se muerde el labio mientras clava sus ojos en los míos.

—¿Es el número de verdad? ¿O me estás engañando para que me vaya?

—Tendrás que comprobarlo —le digo riéndome.

Ian me agarra de la mano y me mete un poco dentro del coche. Luego, se acerca a mí y me besa. Es un beso rápido pero fabuloso, y vuelvo a sentir esa descarga de electricidad por todo mi cuerpo.

Se toma unos segundos más en mi labio inferior antes de despedirse.

—Chau, nena.

Sonríe y arranca el coche, pero espera a que yo esté dentro para ponerse en marcha. Entro y cierro el portón. Luego me apoyo en la puerta, pensando en esos ojos azules...

Y en ese beso.

3

Número desconocido

10 de noviembre

El molesto sonido de mi teléfono me despierta. No es la alarma, hoy es domingo y nunca la activo los fines de semana. Todavía un poco dormida, agarro el celular. Sonrío cuando veo el nombre de mi abuela en la pantalla. Me invita a comer y acepto encantada. Me doy una ducha rápida, me visto y corro al coche.

Cuando llego, me recibe el abrazo más encantador. Siempre me envuelve en sus brazos y luego toma mi cara entre sus manos y me besa la frente. La paz que transmite me invade el cuerpo.

Mi abuela sirve el almuerzo, y mientras comemos hablamos de cómo nos va en la vida a las dos. Es bastante activa para su edad, así que no me sorprende cuando me cuenta sobre todas las actividades que la mantienen ocupada. El abuelo suele decir que tiene un cohete en el trasero.

Hablar con ella logra que me relaje y medite. Su voz pacífica, su forma positiva de ver la vida, ese consejo siempre al filo de la lengua. Me recuerda mucho a mi mamá.

Me encanta escuchar sus historias de cuando era joven y cómo conoció a mi abuelo. Aunque no soy tan romántica ni sentimental, todo lo que me recuerda a una historia de amor me captura por completo.

Mientras lava los platos, la siento inquieta. Me mira a cada instante abriendo la boca y volviéndola a cerrar, como si no se animase a decirme algo, hasta que al final me pregunta:

—¿Cómo va la universidad, cariño?

—Por suerte un final más y por este año se termina. Después me quedan algunas materias y la residencia.

—Tengo muchas ganas de celebrar tu graduación el año que viene. —Me observa con alegría en los ojos—. ¿Y…? —La cara la delata. Es impresionante lo igual que somos todas las mujeres de la familia. ¿Quieres saber qué pienso? Mírame la cara cuando me hables, mi rostro devela todo cual libro abierto—.¿Qué hay del amor, cariño? ¿Hay algún chico merodeando?

Pienso un poco y me viene a la mente el nombre de Ian. Sacudo la idea. ¿Por qué me viene él a la mente? Acabo de conocerlo.

—No, abuela. Déjame sola mejor, que ya tengo bastante con todos los reyes de Inglaterra. No necesito otro hombre en mi vida.

La abuela sonríe y sigue lavando. La miro fijo; a sus ochenta años se mueve con soltura por la cocina. De repente me asalta el pasado, y la recuerdo llegando a casa después de que el Innombrable me dejara. Se me había caído el mundo, no quería comer ni salir. Se me hace un nudo en el estómago cuando pienso en lo mal que lo debe haber pasado tras el llamado desesperado de Chris, diciéndole que no respondía al teléfono ni al timbre. Recuerdo el miedo, el terror en su rostro cuando entraron a mi casa y me encontraron llorando en el sillón.

La miro con gratitud, agradecida de que no me haya dejado a mi suerte.

—Tus ojos brillan de forma diferente hoy. Imagino que ese rey Enrique que me dijiste el otro día te está haciendo reír con todas sus mujeres. —Se me escapa una carcajada. No puedo evitar reírme de sus intentos por saber qué pasa en mi vida.

—Dicen que una de sus esposas tenía un tercer pezón.

—Oh, Dios mío —exclama—. ¿Y qué pasó con ella?

—La mandó a matar porque no le dio un hijo varón.

Después de una agradable tarde con ella vuelvo al coche y conduzco a casa. Cuando llego, veo a Chris sentada contra el portón. Activo la puerta electrónica y ella salta de su sitio, levantándose con rapidez. Estaciono el auto en el patio de entrada, me bajo del coche y la miro.

—Mi querida «dejé a mi mejor amiga sola por correr tras un pretendiente» —digo mientras sonrío. Ella se acerca a mí.

—Bueno..., parece que no te dejé tan sola después de todo. —La miro un poco confundida, ella me sonríe al tiempo que juega a hacerse la misteriosa—. Sé que viajaste con el señor «soy tu jefe» en su coche.

—¿Cómo te enteraste?

Ella me sonríe.

—Lo sé todo, amiga mía... To-do.

Entro a casa y me quito enseguida las zapatillas; amo tener los pies descalzos. Saco dos Coca-Colas de la heladera y le doy una a Chris, quien ya se puso cómoda en el sillón y tiene el control remoto en la mano.

—Tienes que contármelo todo, Chris. No puedo creer que te hayas ido con él así como así.

—Mmm... No. Son historias prohibidas para menores de veinticinco.

—¡Pero si tú recién cumpliste los veinticuatro!

Una risita se escapa de sus labios, luego me mira con un brillo especial en esas perlas marrón tierra.

—Fue increíble —dice al final, mordiéndose el labio—. Salimos del club y fuimos a tomar un café. Luego me llevó a su departamento. Vive en un edificio enorme..., uno de esos que tienen como veinte pisos. Es un departamento pequeño, pero está muy bien decorado y tiene muebles modernos. —Mi cara se transforma mostrando aburrimiento y bostezo a propósito.

—¡No quiero saber de qué color son las paredes, Chris!

—Okey... —Se ríe—. ¿Qué quieres saber?

—¡Quiero saber si te acostaste con él! —grito—. No, ni siquiera eso, porque ya sé que te acostaste con él. ¿Cómo fue?

Sus mejillas llegan a un tono colorado que no pensé que podría ver en su piel pálida, pero eso no impide que las palabras salgan enseguida de su boca para contarme todo.

—Fue increíble, Carol. Siento que nunca me acosté con alguien que me hiciera ponerme en tantas… posiciones. —Ahora la que se sonroja soy yo mientras la escucho—. Y todo fue en una sola noche..., ¡y no fueron cosas de solo minutos!

Siempre le envidié a Chris la facilidad para disfrutar de acostarse con un hombre y entregarse con tanta soltura. O mismo que se sienta tan cómoda hablando sin restricciones de sexo. Por eso ahora me llama la atención lo «avergonzada» que está. Yo suelo ser la de las mejillas rojas. No digo que sea una puritana, pero tener que hablar de sexo me pone colorada y me vuelvo tímida.

Nunca la había escuchado tan divertida y escandalizada por hablar de las posiciones y los orgasmos de la noche anterior. La escucho con una pizca de celos recorriendo mis venas. Jamás sentí algo parecido a lo que Chris me cuenta cuando salía con Emiliano. De hecho, nada se sentía bien con él.

Me pierdo en mis pensamientos mientras Chris habla sin parar.

Tres años junto a él se fueron a la basura cuando me dijo que no sentía lo mismo y que yo estaba diferente. Sí, obviamente era diferente, había subido de peso. Pero ahora... Ahora sí es diferente. Ahora mi cuerpo cambió, me puse delgada, y podría decir que hasta me siento sexi.

De repente mis pensamientos cambian y me pregunto cómo reaccionaría si esta nueva Carol le dijera de volver.

«¿De dónde mierda salió eso?».

Mis pensamientos vuelan.

—¡Hey! —me dice Chris, chasqueando los dedos delante de mi cara, intentando sacarme de mi nube—. ¡Carol!

—¡Lo siento! Mi menté se fue de viaje.

—Se nota... Tu celular está sonando.

Agarro mi teléfono y veo que tengo un mensaje. No reconozco el número. Por lo general, Lena y Juls desaparecen después de una noche de fiesta, y Chris está conmigo. Había visto a mi abuela a mediodía, así que no podía imaginarme quién podría ser.

De repente, y sin siquiera comprobarlo, siento unas mariposas en el estómago. ¿Podría ser él?

N° Desconocido: Compensas lo cabeza dura con esos besos que te hacen tocar el cielo y volver solo para volverlos a probar.

—Ay, Dios mío —chillo, mientras me llega un segundo mensaje.

N° Desconocido:Hola, nena.

No puedo evitar sonrojarme en ese mismo momento. Chris salta a mi lado, curiosa por el mensaje y abre mucho los ojos cuando lo lee.

—Oh, Dios. —Me mira—. ¿Quién es?

—Ian.

—Ian... ¿Ian «soy tu jefe»?

Me río.

—Sí..., el jefe de tu conquistado.

—¡¡¡Nooooo!!! —comienza a gritar mientras trata de hablar rápido, algo histérica—. ¡Oh, Dios mío! ¿Le diste tu número? ¿Tu número real? ¿Lo besaste? Ahí dice que lo besaste. —Se tapa la boca con las manos, fingiendo estar sorprendida—. ¿Quién eres y qué hiciste con mi amiga? —Chilla en vez de hablar y yo me río de su desesperación—. ¡Oh, Dios mío! Ayer estabas a punto de convertirte en monja, ¡y ahora andas besando a extraños!

No me deja hablar. Me tiro sobre ella y le tapo la boca con la mano.

—¡Chris, no hagas tanto escándalo! ¡No soy una monja y solo fue un beso! —Se ríe contra mi mano y me hace soltarla—. ¡Tú te acostaste con un desconocido, y no lo estoy gritando por la casa!

—Sí, pero yo sí suelo acostarme con mis conquistas. Tú no te acuestas con un chico desde que dejaste a Emiliano, y si por casualidad te atrae alguien en un bar, ¡nunca le das tu verdadero número! Creo que puedo contar con una mano a cuántos chicos besaste en un bar en estos dos años.

—Bueno... Ian fue muy agradable y se preocupó por que llegue bien a casa, no como cierta amiga que me dejó sola. —Entrecierro los ojos mirándola con rabia fingida.

—Ian es mayor que tú… y por lo que me dijo Mark, es grande —enfatiza esa última palabra y sus ojos muestran picardía.

—No quiero saber «por qué» dices que es grande. ¿Pero mayor? —le pregunto. No parecía mucho mayor, ¿tal vez veintiocho o veintinueve años? No es tanta la diferencia.

—Bueno... Mark tiene treinta y uno, y son amigos desde la universidad, así que... ¡No es más joven que eso!

—¿Tuviste tiempo de investigar sobre Ian entre todas esas poses, orgasmos y gemidos? —Se ríe.

—Cállate y responde ese mensaje.

Tamborileo mis dedos en la parte trasera de mi teléfono mientras pienso en una respuesta. ¿Por qué me pongo tan nerviosa? Empiezo a escribir y borrar hasta que me siento segura con lo que quiero enviar.

Carol: Tú compensaste lo secuestrador con ese beso también. 😉

Y entonces, sin más, mis dedos empiezan a teclear solos.

Carol: Yo también quiero repetir.

«Wooow. ¿Qué fue eso? ¡¿Coqueteando de nuevo?!», mi voz interna grita con sorpresa y yo me sonrojo de inmediato. ¿Qué estoy haciendo? ¿Estoy coqueteando por WhatsApp?

—¿Por qué sonríes? —dice Chris mientras me roba el teléfono de las manos—. ¿Qué quieres repetir? —Me devuelve el teléfono.

Releo el mensaje y pienso que una chica de dieciocho años podría escribir algo más provocativo. Pero al final lo envío. Dejo el teléfono junto a mí y le grito a Chris, quien desapareció de mi lado y se escapó a la cocina para buscar comida, que me traiga a mí también.

Vuelve al sofá con la bolsa de papas y se sienta a mi lado. Elegimos una película y nos quedamos tapadas con la manta en el sillón. Pasan dos horas mientras vemos Como si fuera la primera vez, y logro sacarle algunos detalles más de su noche apasionada entre bocado y bocado. Veo que Chris está todo el tiempo con su teléfono enviando mensajes.

—¿Hablando con Romeo?

Me responde con una sonrisa y sacando la lengua. Niego con la cabeza y vuelvo la atención a la película. Veinte minutos después, un coche con música a todo volumen en los altavoces estaciona en mi puerta y toca bocina.

—¡Llegó Mark! Me voy al cine. ¿Quieres venir?

—¿Mark, el de ayer? —Sonríe mientras asiente con la cabeza—. Okey, ¿quién eres? ¿Y qué hiciste con mi amiga, la que nunca sale en una segunda cita?

—Él… me agrada mucho. —Sonríe—. Y es una bestia en la cama. No voy a desperdiciar una oportunidad mientras esté interesado en mí. —Se encoge de hombros—. ¿Vienes?

—Ni de casualidad. Soy muy joven para ser la chaperona. —Me rio—. Ve y disfruta. Quizá mañana podríamos ir al cine nosotras, ¿no?

—Yo te aviso. —Se ríe—. Luego te mando un mensaje.

No puedo dejar de sonreír y negar con la cabeza al ver la actitud de mi amiga. Parece una niña pequeña que se va a un parque de diversiones. La acompaño hasta la puerta donde la espera un auto rojo del que se baja Mark. Lleva puestos unos jeans y una camiseta ajustada que resalta sus músculos a punto de romper la tela. También lleva un par de anteojos Ray-Ban Aviator que le quedan muy bien.

Mark saluda a Chris con un beso en los labios. Las comisuras de mi amiga se expanden y una sonrisa se dibuja en su rostro. Ambos se acercan, Mark me saluda con picardía en los ojos, mi amiga me abraza y se sube al coche. Mark me guiña un ojo, sonríe, se sube también al coche y se marchan.

—Está bien —me digo mientras cierro la puerta y me apoyo en ella—, me acaba de abandonar mi mejor amiga por un par de jeans y una camiseta ajustada. —Respiro con lentitud al darme cuenta de que estoy hablando sola—. Qué domingo más aburrido.

4

Primera «cita»

Me meto en casa y me preparo un café. Agarro mis apuntes del examen para estudiar un poco más, y las horas se me pasan volando. Sobre las ocho de la noche, mi concentración se ve interrumpida por mi celular. Sonrío al ver el nombre que aparece en la pantalla.

Ian: ¡Perdón! Tarde de limpieza. ¿Te gustaría cenar conmigo? Puedo llevar algo… o podemos salir a algún lado.

Sonrío mientras lo leo y aparece otro mensaje.

Ian:No tengo ganas de cocinar.

Ni siquiera llego a apretar «responder» que recibo otro.

Ian: Bueno, voy a ser sincero. No sé cocinar.

Pero si no tienes ganas, podemos quedar para otro día.

Me río porque no me da tiempo a contestar y ya está cancelando todo en su imaginación. Un cosquilleo se me genera en el estómago. Me pican las ganas de invitarlo a casa y poder conversar un poco con él. Ayer no pude preguntarle nada y tras la charla con Chris me di cuenta de que no sé ni su edad.

¿Realmente estoy pensando en invitarlo a casa? Me muerdo los labios mientras medito. «¿Qué podría pasar?», me respondo a mí misma mientras tomo algo de valor y le contesto.

Carol:Me encantaría. ¿Quieres venir?

Pasan algunos minutos antes de que me responda. La ansiedad corre por mis venas. Mis uñas no van a sobrevivir ni un minuto más.

Ian:Dame una hora. 😉

Sonrío y me muerdo el labio con la expectativa que se genera en mi interior. ¿Me besará al llegar como hizo Mark con Chris? ¿Vendrá con ganas de probar si puede llegar a más? ¿Me animaré yo a llegar a más?

Ian:De verdad quiero verte.

Estoy segura de que hay muchas mujeres que correrían hacia él con solo recibir ese mensaje, pero yo no puedo evitar pensar en por qué.

Corro al baño y me doy la ducha más rápida de mi vida. Me pongo un lindo conjunto de ropa interior de encaje blanco y un nuevo par de vaqueros que me alegro de haber comprado la semana pasada. Todos mis jeans me quedan grandes. Estos, en cambio, son ajustados y me hacen un trasero maravilloso. Esas horas en el gimnasio por fin están dando sus frutos.

Me pongo una camiseta casi transparente y me miro en el espejo.

«No estoy tan mal».

Me ato el pelo en una colita y me maquillo un poco. Cuando chequeo el reloj las agujas me devuelven un nueve menos cuarto. Todavía tengo quince minutos, así que me apresuro a recorrer la casa, limpiando y ordenando un poco. Enciendo la televisión para que no parezca que lo estuve esperando con tantas ganas.

Media hora más tarde oigo el sonido de un coche acercándose y el cese de este al estacionar. Cuando se cierra la puerta y se activa la alarma, mi corazón salta cual salvaje dentro de mí.

Suena el timbre. Respiro profundo y me dirijo con calma a la puerta. Al abrir me encuentro con su rostro bañado por la luminosidad de su sonrisa. No puedo evitar mirarlo de pies a cabeza mientras me derrito por él. Mis ojos se dirigen a las dos cajas de pizzas que tiene en sus manos.

—¿Viene alguien más? —Me asomo a la vereda, pero no hay rastro de ninguna otra persona allí o en el coche.

Se ríe y me besa en los labios, haciendo que me sonroje. Se siente tan lindo que me vuelvan a tratar así, que me mimen. Algo tan simple como un beso tierno al saludar me despierta las mariposas congeladas dentro de mí. Lo miro un poco desconcertada y noto que sus ojos están analizando mi rostro, quizás preguntándose si lo que hizo está mal. Le sonrío y le muestro el camino.

Una vez que entramos a la casa, cierro la puerta y apoyo mi espalda contra ella mientras observo que deja las cajas de pizza sobre la mesa.

—Eso es como… demasiada comida para solo dos personas.

—Bueno, no cuando tienes un estómago como el mío.

—¿Sí? ¿Y a dónde va toda esa comida?

Me mira y me ofrece una sonrisa traviesa acompañada de una ceja enarcada, pero no me responde. Me muerdo el labio y empiezo a moverme por la cocina para evitar que me invada la timidez. Agarro todo lo necesario para la cena. Saco dos platos, tenedores y cuchillos, dos vasos y cervezas de la nevera. Ian observa mis movimientos, sonriendo.

Cuando me acerco a la mesa, se pone detrás de mí y acerca su boca a mi oreja, casi tocándola con sus labios. Esa maldita electricidad vuelve a recorrer mi espina dorsal. Vulnerable. Así me siento cuando está cerca de mí. Vulnerable a él.

Debe de sentir la tensión en mi cuerpo porque se despega acariciándome la espalda y empieza a toquetear las puertas de la alacena de la cocina.

—¿Tienes un cuchillo más grande?

—En el segundo cajón.

Vuelve con el utensilio en la mano y lo apoya sobre las cajas. Me toma por la cintura y me enfrenta a sus ojos celestes, que viajan hacia mi cuello. Se acerca con lentitud y me da un beso tierno en los labios, seguido de algunos piquitos encantadores en mi mejilla y a lo largo de este.

—¿Te dije que eres hermosa, Carol?

Sus palabras me generan cosquillas en el corazón. Me río y despacio me alejo de sus besos. Los roces en mi cuello siempre me generaron un hormigueo placentero.

—Se va a enfriar la pizza. —Tiemblo al decirlo, pero siento que no puedo aceptar otro beso suyo o la puritana en mi va a abrirle la puerta al diablito enjaulado que grita para que lo deje salir.

Desconcertado, toma mi mano y la besa.

«Oh, Dios, como en las películas. Ya lo amo. Casémonos con él», mi voz interna me invade en ese instante.

Nos sentamos a la mesa y luego de un poco de charla banal, con mordiscos de pizza y tragos de cerveza y gaseosa de por medio, se instala un silencio raro entre nosotros.

—Hoy me toca a mí hacer las preguntas —le digo para tratar de volver a esa charlatanería de hace unos minutos. Ian sonríe y asiente.

—Bien... ¿Qué quieres saber?

Toma una porción de pizza y, de un solo bocado, se come la mitad.

—¿Cuántos años tienes?

Tose, atragantándose de forma muy exagerada con el bocado que acaba de llevar a su boca. Se sirve un poco de cerveza y le da un sorbo. Si era un espectáculo para que retire la pregunta, no sirvió. Sigo mirándolo atenta, esperando una respuesta.

—¿Es necesario? —pregunta, a la vez que pone en blanco los ojos.

—Tú sabes mi edad. Creo que es justo.

—¿Te parezco viejo? —Su cara muestra disgusto y me dan ganas de molestarlo. Sonrío con picardía.

—No quisiera que me tildaran de sugar baby. —Me miro las uñas, luego vuelvo mi vista a él, que tiene una mueca desafiante en los labios.

—¿Qué edad crees que tengo?

—Solo por apariencia física… diría que unos cuarenta y cinco.

Su mandíbula podría tocar la mesa y sus ojos se vuelven casi oscuros hasta que me rio y le bato las pestañas en un intento de ser graciosa. Una sonrisa le ilumina el rostro y niega con la cabeza. Se le escapa una pequeña risa de la garganta.

—De verdad, ¿cuántos años crees que tengo?

—Veintinueve o treinta.

—Sí, nena. Diste en el clavo. —Brinda a la distancia con la botella de cerveza y la posa en sus labios tras una sonrisa canchera.

—Okey, está claro que no voy a recibir esa respuesta sincera. —Pongo los ojos en blanco mientras intento sonar lo más ofendida posible, pero no lo logro. Acabo riéndome de su comportamiento creído—. Cambiemos la pregunta, entonces. ¿A qué te dedicas?

—Soy arquitecto en la empresa de mi padre. —Su voz sale confiada, orgulloso—. Aunque ahora debería acostumbrarme a decir que es mía, porque mi padre ya no trabaja, aunque se niegue a «jubilarse».

—¿No quiere cederte el lugar?

—La verdad es que debería haberse jubilado hace tiempo, pero le encanta el estudio. Así que agarra un trabajo de vez en cuando para no aburrirse y dar un respiro a mi madre de ese «viejo cascarrabias», como lo llama ella. Pero ahora ya hace algo de un año que no pisa una construcción.

Seguimos hablando y me cuenta de su familia, de sus padres y de su hermana menor. Me causa gracia que se refiera a ella como la nena de la familia, aunque ya tenga veinte años. Se nota de lejos que es la luz de sus ojos, estos le brillan cuando me cuenta que estudia diseño de interiores.

Mientras sigue hablando, me levanto y empiezo a recoger todo lo que hay en la mesa y me pongo a lavar los platos. Tras unos minutos Ian se levanta de su asiento y se apoya contra la mesada de la cocina. Charla conmigo mientras termino de lavar y me sorprende en gran manera cuando busca un repasador y se pone a secar los utensilios.

Me pregunta por mí y por mis estudios, así que le hablo de los exámenes finales a los que me enfrentaré pronto.

—Se te ve tensa cuando hablas de eso.

Deja el trapo a un lado, se acerca y pone sus grandes manos sobre mis hombros. Empieza a masajeármelos junto con el cuello. Tiene fuerza en las manos, y el agua caliente le ha dejado la calidez en su piel, brindándome un sentimiento de relax a medida que sus dedos van deshaciéndose de la tensión en mi espalda.

Un pequeño gemido se escapa de mi garganta cuando exhalo. Mi cuerpo se afloja.

—Deberías ser masajista en vez de arquitecto.

—Es un servicio vip. Solo para señoritas que se niegan a que las lleve a casa tras una noche de boliche.

—¿O sea que vas por ahí en modo rescatista de damiselas abandonadas por sus amigas?

Ian se ríe de mi comentario y se acerca un poco a mi oído.

—A decir verdad, fuiste mi primer rescate —susurra—. Estás inaugurando mi servicio vip.

Me seco las manos en un paño, me giro y lo miro con incredulidad. Ian me regala una sonrisa matadora, esa que deja ver sus hermosos dientes perlados y, tras posar las manos en mi cintura, me acerca a su cuerpo y me da suaves besos en la boca. Aflojo la resistencia que mi cuerpo ponía a él. Lo dejo hacer. Me besa con ternura el cuello mientras sonríe. Una cosquilla me invade y recorre mi cuerpo a su antojo. Cuando mi mano se aferra con suavidad a su pelo, siento que Ian suspira con fuerza. Se despega de mí de a poco, finalizando con un beso en la nariz mientras apoya su frente en la mía.

—Eres hermosa y me quedaría besándote toda la noche. Pero me tengo que ir.

Asiento y le permito darme otro beso antes de que tome su billetera y sus llaves. Lo acompaño al patio y abro la puerta que da a la calle. Una vez fuera, vuelve a tomar mi cara con sus manos y me besa, demostrándome que no quiere irse. Por supuesto, yo tampoco quiero que se vaya, pero al mismo tiempo no me siento preparada para ir más allá, para pedirle que se quede esta noche. Así que me permito perderme en ese beso durante un ratito más.

—Hablamos luego, nena.

Mientras se dirige al coche, no puedo evitar admirar todo su cuerpo deteniéndome especialmente en ese lindo trasero que le marca el pantalón. Se sube, enciende el coche y baja la ventanilla. Me tira un beso, sonríe y se marcha. Me quedo mirando el vehículo hasta que desaparece al doblar la esquina. Me muerdo el labio pensando en el sabor de sus labios y me obligo a entrar.

5

¿Qué felicidad?

11 de noviembre

—¡No, Carol! —Emiliano grita mientras se acerca a mí por el pasillo apretando los puños y con la mandíbula torcida. Mis músculos se tensan. Sus gritos siempre me ponen nerviosa, pero mezclado con esa actitud violenta logran que mi cuerpo se congele, aunque esté en estado de alerta—. ¡Esto no puede seguir así! —Me mira fijo mientras me empuja contra la pared tomándome por los hombros—. ¡Mírate! Deberías darte cuenta de lo mucho que cambiaste.

Su respiración me invade el rostro, haciéndome fruncir la nariz. El olor a alcohol me asquea, me revuelve el estómago. Quiero alejarme de él, pero no puedo. Baja sus manos a mis codos yaprieta la piel al punto de hacerme doler.

—Cuando te conocí, estabas más delgada, te cuidabas, querías estar linda para mí. —Se aparta de mí y me mira con disgusto para luego apuntarme con el dedo—. Ahora… —Sus ojos se llenan de asco mientras vuelve a recorrer mi cuerpo de pies a cabeza—ahora te sientes cómoda. Te descuidaste, ni siquiera veo que estés haciendo algo para verte mejor. No te importa estar a punto de perderme. ¿Quieres saber por qué cambié yo? Porque te convertiste en… ¡esto!

Mis lágrimas resbalan por mis mejillas y mueren en mi cuello. Me cubro el rostro con ambas manos mientras lloro. Quiero irme, intento escapar hacia un costado, pero él me agarra por los hombros una vez más y me sacude con violencia.

—¡Esto se acabó, Carol!

—Emi… yo… yo puedo…

—No, Carol. Ya no me interesa que intentes algo. No tengo ganas ni siquiera de tocarte. —Me vuelve a mirar con asco y, empujándome contra la pared, me deja llorando sola en el pasillo.

Me despierto sobresaltada, la respiración errática, las mejillas bañadas en lágrimas. El corazón intenta con furia escaparse de mi pecho. Me siento en el sillón y miro a mi alrededor un poco confusa. Me quedé dormida en el living. Estoy en mi casa. Estoy sola. Estoy bien. Fue solo una pesadilla. Una maldita pesadilla.

Hacía tiempo que la última había aparecido para torturarme.

Agarro el celular de la mesa y me dirijo a mi dormitorio. Una vez en mi cama, miro el teléfono y me encuentro con tres llamadas perdidas de Chris además de algunos mensajes suyos, mostrando su histeria.

Chris:Hey, nena, ¿todo bien? No atendiste el llamado.

¿Dónde estás?

Mierda, Carol. Contéstame.

La ignoro, pero veo otro mensaje. Uno que, a pesar de sentirme hundida en el fango más denso, me roba un atisbo de sonrisa.

Ian:Gracias por la cena juntos. Espero que lo podamos volver a hacer. Buenas noches, nena.

No le contesto ni a Chris ni a él. Ahora mismo solo quiero dormir. Me abrazo a la almohada y cierro los ojos. Cuando una oleada de imágenes amenaza con aparecer en ese mar negro tras mis ojos, aprieto los dientes, intentando reprimirlas a la vez que hundo mi cara en la almohada tratando de ahogar los gritos cuando una a una se hacen visibles en mi imaginación.

Me duele, me duele todo lo que hizo.

Duele.

Arde.

Quema.

Sé que no es real, que fue solo un sueño. Que Emiliano ya no está en mi vida y si no fuese por mi propia estupidez de pensar en escribirle de vez en cuando, ni siquiera aparecería por mis pensamientos. Pero lo que revive en mi mente duele. Me corta el alma como un cuchillo filoso. ¿Por qué regresan todos estos sueños después de tanto tiempo? ¿Por qué no pueden dejarme en paz?

¿Será que la pesadilla volvió porque casi le vuelvo a escribir el otro día en el bar?

Qué imbécil.

Ni siquiera debería haberlo pensado.

Me abrazo a la almohada, dejando que mis lágrimas escapen por un largo rato. Me sorprende que mi molesta voz interior no haya aparecido para hacer alguno de sus comentarios indeseables.

En este momento me encantaría que aparezca. Al menos discutir con ella me sacaría estas espantosas imágenes de mi cabeza. Imágenes que se repiten una y otra vez hasta que me vence el cansancio, y me quedo dormida.

El timbre suena tantas veces que es imposible no despertarse. Me levanto. Me pongo una camiseta vieja y larga que uso como pijama y un pantalón corto. Luego, me dirijo hacia la puerta, descalza. Paso por delante de un espejo y me observo el semblante. Tengo los ojos hinchados de tanto llorar y un color rosado en las mejillas por lo salado de las lágrimas.

No salgo al patio para abrirle. Me arreglo con el control remoto del portón de la cochera y vuelvo a cerrarlo cuando ya se encuentra dentro. Ya noto en su cara que viene dispuesta a darme un discursito. Si pudiese volver el tiempo atrás ni le abría la puerta.

Chris demuestra estar furiosa cuando la recibo, pero sus ojos se suavizan cuando observa mi semblante. El enfado se transforma en preocupación mientras me abraza.

—Sabía que no era buena idea dejarte sola —dice mientras entramos en la casa—. ¿Qué te hizo?-

—¿Qué? —le pregunto confundida.

—Sé que vino aquí anoche. ¿Qué te hizo?

Sacudo la cabeza.

—¿Ian? —Chris asiente con la cabeza—. Ian no tiene nada que ver, Chris. —Cierro la puerta detrás de nosotras—. ¿Y cómo demonios sabes que lo vi?

—Te dije que lo sé todo, amiga mía.

—Oh, no empieces otra vez con esa mierda —gruño—. ¿Cómo lo sabes?

—Tu amorcito ayer llamó a Mark y le preguntó si yo estaba con él. Se lo notaba algo preocupado, entonces le dijo mi chico que vino a cenar contigo, lo cual no me contaste, pero luego no contestaste el mensaje que te envió. Pensó que preguntándole a la amiga directa de su interés romántico conseguiría un poco de información.

—Solo envió un mensaje... y yo ya estaba durmiendo. Lo vi de madrugada y no iba a responderle allí. —La miro, y de repente entiendo todo—. Oh, Dios mío. ¿Te acostaste con Mark otra vez?

—No cambies el tema, Carol. Cuando no respondiste a mis llamadas o mensajes, me preocupé mucho. Incluso te llamé esta mañana, pero no contestaste.

—Misma situación… Como puedes ver, acabo de levantarme. —Pongo los ojos en blanco, harta de la indagación, pero sintiéndome de nuevo abrumada por los recuerdos de la noche anterior. Inhalo todo el aire que me permiten mis pulmones, pero los ojos se me comienzan a nublar. Las lágrimas están latentes.

—No, cariño, no llores. —Me abraza y dejo caer mis lágrimas—. ¿Qué pasó? Por favor, cuéntame.

—No quiero hablar, Chris.

Y eso es todo lo que necesita oír.

—Te volvió a llamar el maldito Innombrable, ¿no?

—No. —Niego con la cabeza—. Apareció en mis sueños, o mejor dicho pesadillas, otra vez, y me siento… abrumada.

—Okey, tratemos de calmarte un poco primero. Voy a preparar té.

Resoplo. No quiero responder a ninguna de sus preguntas. Respiro profundo tratando de detener las lágrimas que hasta ahora corren por mis mejillas sin restricciones.

Chris trae dos tazas y la manta. Me da una y luego de sentarse nos cubre a las dos. Pasamos la tarde viendo Friends y hablando de ella y de Mark. De vez en cuando, suelta una pregunta sobre mi pesadilla, la cual consigo responder, pero no con profundidad para evitar volver a derrumbarme.

Nos distraemos cuando vemos que están dando Titanic, y la conversación se detiene. Casi al final de la película, el teléfono de Chris suena y ella salta de su asiento. Se dirige a la cocina y baja la voz para hablar. Logro escuchar algunas frases.

—No, me quedo aquí. —Se coloca junto a la ventana de la cocina y mira hacia afuera—. No, nene. Lo siento, pero tengo que quedarme con ella.

Termina de hablar, vuelve al sillón y se acomoda a mi lado, tapándose con la manta.

—¿Era Mark? —le pregunto con una sonrisa picarona.

—Sí. —Se sonroja—. Quería salir.

—¿Y por qué no vas? No me pongas como excusa. —La empujo con los pies para que se levante del sofá. Ella contesta mientras se defiende de mí.

—No te voy a dejar sola, Carol. Tenemos muchas cosas de que hablar.

—Pero yo no quiero hablar. Quiero que salgas con tu «nenito» y te diviertas.

—Pero vas a hablar igual. —Se sienta en el sofá, cruzando las piernas al estilo indio—. Hace tiempo que no tenías una pesadilla.

Vuelvo a suspirar, esta vez frustrada. Cuando a Chris se le pone algo en la cabeza no hay forma de que lo deje estar.

—Lo sé. —Apoyo la cabeza en el respaldo del sofá—. Estoy tan sorprendida como tú. O quizás más. —Inspiro todo el aire que puedo, tratando de calmar mis latidos. Chris me agarra la mano y la aprieta—. Fue realmente horrible. Sentí como si estuviera delante de mí. Como... justo delante de mi cara. —Pongo la otra mano delante de mi nariz para mostrarle la distancia—. Su… aliento. Todo el odio que emanó ese día —miro hacia la ventana, mis ojos se llenan de lágrimas—, todo lo que dijo fue «tan» horrible.

—Es un imbécil, Carol. No se merecía nada de ti. Por eso me enojo tanto cuando por tus actitudes pareciera que aún te pasa algo con él. —Ella pone los ojos en blanco—. El Innombrable no vale nada.

—Lo sé, Chris... pero...

Chris se levanta totalmente del sofá, enfurecida. Está a punto de regañarme, pero la detengo con la mano. Sé que no me va a entender.