Amor encubierto - Sara Craven - E-Book
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Amor encubierto E-Book

Sara Craven

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Beschreibung

Kate se quedó de piedra cuando Michalis Theodakis insistió en ser su acompañante en la boda de su hermana. Para ella Michalis ya era parte del pasado... como lo era su matrimonio con él. Siempre había creído que se había casado con ella solo como tapadera de la aventura que tenía con su amante; y desde luego no tenía la menor intención de empezar a interpretar el papel de esposa fiel. Dado que Kate se negaba a regresar a Grecia, a Michalis no le quedaba otro remedio que chantajearla: si asistía a la boda, él la dejaría libre. Kate no tardó en darse cuenta de que en realidad no quería sentirse liberada de Michalis... ni de la pasión que había entre ellos. Si todavía se consumían de deseo el uno por el otro, ¿cómo era posible que su matrimonio fuera una farsa?

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Seitenzahl: 170

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Sara Craven

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Amor encubierto, n.º 1346 - septiembre 2014

Título original: Smokescreen Marriage

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4665-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Publicidad

Capítulo 1

La habitación estaba en penumbra. La luz de la luna se colaba por las rendijas de la persiana y se reflejaba en las baldosas del suelo.

El murmullo del ventilador del techo que removía el aire caliente de la habitación apenas era perceptible por el incesante canto de los grillos del jardín.

Unas pisadas masculinas se acercaron a la cama y una voz ronca le susurró al oído:

—Katharina.

Ella se movió lánguidamente entre las sábanas de hilo que cubrían su desnudez. Con una sonrisa de bienvenida en los labios, alzó los brazos hacia él…

Con un sobresalto, Kate se incorporó en la cama con la garganta en tensión y el corazón latiéndole violentamente.

Se obligó a respirar con calma mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que estaba en su habitación, en su piso. En la ventana había cortinas y no persianas. Y afuera, el único sonido perceptible era el del tráfico de Londres.

Un sueño, pensó. Solo había sido eso, un mal sueño. Otra pesadilla.

Al principio, le había sucedido casi a diario y, aunque su mente intentaba racionalizar lo sucedido, no lo conseguía; el daño y la traición habían calado demasiado hondo. Los sucesos del año anterior siempre estaban ahí, en algún lugar de su mente, afectando a su subconsciente.

Afortunadamente, después de un tiempo, las pesadillas habían empezado a ser ocasionales: no tenía una desde hacía unas dos semanas.

Ya pensaba que había empezado a curarse.

Y ahora otra vez…

¿Sería un presagio? ¿Llegarían noticias suyas? ¿La llamada o la carta concediéndole la ansiada libertad?

No tenía ni idea. Ella había hecho todo lo que había podido con la ayuda de un abogado…

—Pero, señora Theodakis, usted tiene derecho…

Ella lo paró en seco.

—No quiero nada —le respondió—. Nada de nada. Hágame el favor de comunicárselo a la otra parte. Y, por favor, no vuelva a usar ese nombre; prefiero que me llame señorita Dennison.

El hombre había asentido, pero su expresión le decía con claridad que el nombre no cambiaba la situación.

Se había quitado la alianza; pero no le resultaba igual de fácil sacarse los recuerdos de la memoria. Todavía era la mujer legal de Michael Theodakis y así continuaría hasta que él aceptara la demanda de divorcio que ella había interpuesto.

Cuando fuera libre, las pesadillas cesarían, se dijo a sí misma. Entonces, podría volver a ordenar su vida.

Esa era la promesa que la había mantenido en pie durante los días oscuros y las noches interminables desde que dejó a Mick y a aquella farsa de matrimonio.

Se rodeó las rodillas con los brazos al sentir un pequeño escalofrío. Tenía el camisón empapado en sudor y pegado al cuerpo.

Estaba cansada.

Su trabajo como guía turista era agotador; sin embargo, no podía dormir. Su cuerpo estaba totalmente despierto, intranquilo con la necesidad y el deseo que intentaba evitar.

¿Cómo podía ser su recuerdo tan fuerte?, se preguntó con desesperación. ¿Por qué no podía olvidarlo con la misma facilidad con la que él parecía haberla olvidado a ella? ¿Por qué no respondía a las cartas de su abogado o daba instrucciones al equipo de abogados que trabajaban para el clan todopoderoso de los Theodakis?

Con todo su dinero y su poder, deshacerse de una esposa no deseada era la cosa más fácil del mundo. Se pasaba el día firmando papeles. ¿Qué importaría una firma más?

Se volvió a tumbar en la cama y se arropó con la sábana. Se acurrucó para que la extensión a su lado no pareciera tan vacía y desoladora.

Eran casi las ocho de la tarde cuando llegó a casa al día siguiente. Se sentía exhausta. Había pasado el día con un grupo de treinta japoneses muy educados que habían mostrado mucho interés; pero ella no había estado en plena forma.

Es noche se tomaría una de las pastillas que el médico le recetó cuando volvió de Grecia. Necesitaba ese trabajo y, aunque solo fuera temporal, no podía permitirse el lujo de perderlo.

Cuando volvió a Inglaterra, todos los puestos permanentes estaban ocupados. Afortunadamente, su antigua compañía de viajes Halcyon Club se mostró encantada de contratarla para el verano. Kate insistió en que no viajaría a ninguna de las islas griegas.

En su camino hacia las escaleras, se detuvo a recoger la correspondencia. Se trataba de cartas del banco y alguna propaganda y… una carta con un sello de Grecia.

Se quedó mirando el sobre con la dirección perfectamente mecanografiada.

«Me ha encontrado», pensó. «Sabe dónde estoy; pero ¿cómo es posible?»

Y ¿por qué contactaba directamente con ella cuando ella solo se había comunicado con él a través de su abogado?

Pero ¿cuándo había seguido Mick Theodakis alguna regla que no hubiera establecido él mismo?

Subió las escaleras despacio, consciente de que le estaban temblando las piernas. Cuando llegó a la puerta, tuvo que hacer un esfuerzo para meter la llave en la cerradura.

En la sala de estar, dejó la carta sobre la mesa como si quemara y se dirigió al contestador automático. Quizá, si Mick se había puesto en contacto con ella, también hubiera llamado a su abogado y la respuesta que tanto esperaba hubiera llegado por fin.

En lugar de eso, sonó la voz preocupada de Grant:

—Kate, ¿estás bien? No me has llamado esta semana. Cariño, llámame, por favor.

Kate suspiró y se dirigió al dormitorio para quitarse el traje de chaqueta azul marino que constituía su uniforme.

Era muy amable por su parte, pero sabía que lo que había detrás de aquellas llamadas era algo más que amabilidad. Quería volver a tenerla, que su relación volviera a ser la de antes, incluso avanzar un paso más. Daba por sentado que ella quería lo mismo. Que, al igual que él, consideraba el año anterior un periodo de locura transitoria, que gracias a Dios ya había terminado. Creía que cuando obtuviera el divorcio se casaría con él.

Pero Kate sabía que eso nunca sucedería. Grant y ella no habían estado comprometidos de manera oficial cuando ella se marchó a trabajar a Zycos, en el mar Jónico; pero ella había intuido que, cuando acabara la temporada, le pediría que se casara con él, y ella habría aceptado. No lo habría dudado. Era guapo, coincidían en algunos gustos y, aunque sus besos no la hacían arder de pasión, disfrutaba con ellos lo bastante como para desear que su relación se consumara.

Las semanas que había estado en Zycos lo había echado de menos, le había escrito cada semana y había esperado, casi con anhelo, sus llamadas telefónicas.

Todo eso era, sin duda, suficiente para casarse.

Probablemente, Grant pensaba que seguía siéndolo; pero ella había cambiado. Ya no era la misma persona y pronto tendría que decírselo, pensó sintiéndose realmente mal.

Se quitó el vestido y lo colgó de una percha. Debajo llevaba ropa interior blanca, bonita y práctica, pero nada sexy. Un conjunto totalmente diferente a la lencería exquisita que Mick le había comprado en París y en Roma. Prendas de encaje y seda para satisfacer los ojos de un amante.

Pero ya no había amor, y nunca lo había habido.

Se puso la bata de estar en casa y se la ató con fuerza. Después, se deshizo de la pinza con la que se había recogido su melena rojiza en la base de la nuca y sacudió la cabeza para que el pelo le cayera en cascada por los hombros.

«Igual que una llama ardiente», le había dicho Mick con la voz ronca, introduciendo los dedos en la melena para llevársela a los labios.

Kate se puso tensa al decirse que no debía pensar en eso. No podía permitirse tener esos recuerdos.

Quería alejarse del espejo, pero algo la mantenía allí, examinándose con frialdad.

¿Cómo podía haber soñado alguna vez que ella podía atraer a un hombre como Mick Theodakis?, se preguntó sombría.

Nunca había sido una belleza. Tenía la nariz demasiado larga y la mandíbula demasiado angulosa. Pero tenía los pómulos prominentes y las pestañas largas, y los ojos, grises verdosos, eran bonitos.

«Humo de jade», había dicho Mick de ellos…

Y era más afortunada que la mayoría de las pelirrojas porque su piel se bronceaba sin quemarse. Todavía le duraba el bronceado que había adquirido en Grecia. Todavía se notaba en su dedo la marca blanca de la alianza. Pero esa era la única señal que había en su cuerpo porque Mick siempre la había animado a que se uniera a él a tomar el sol desnuda en la piscina privada.

Oh, Dios. ¿Por qué se estaba haciendo aquello? ¿Por que se permitía pensar en cosas así?

Se alejó del espejo con tensión y se dirigió hacia la cocina a prepararse una taza de café bien cargado. Si tuviera coñac, probablemente habría añadido un poco.

Entonces, se sentó en la mesa y se preparó para abrir el sobre.

Era molesto saber lo fácil que le había resultado encontrarla. Parecía estarle mostrando su poder sobre ella en cualquier parte del mundo.

Abrió el sobre con decisión y se quedó mirando la cartulina blanca atónita. ¡Era una invitación de boda! Lo último que esperaba encontrar.

Se trataba de Ismene, la hermana pequeña de Mick, que por fin se casaba con su Petros. Pero, ¿por qué diablos le enviaban a ella una invitación?

Con el ceño fruncido leyó la nota que venía con la invitación.

Querida Katharina:

Papá me ha dado por fin su permiso y me siento muy feliz. Nos vamos a casar en el pueblo en octubre y me prometiste que estarías conmigo el día de mi boda. Dependo de ti, hermana.

Tu querida Ismene.

Kate estrujó la nota en la mano. ¿Ismene estaba loca o solo era demasiado inocente?, se preguntó. No podía creer de verdad que iba a ir a la boda después de haberse separado de su hermano. Aunque se lo hubiera prometido cuando vivía en una estúpida nube.

Ella ya no era la misma persona, pensó Kate.

Pero ¿por qué habría permitido Mick que le mandaran aquella invitación? Aunque, sabiendo lo impulsiva que era Ismene, probablemente, ni le había consultado.

También le sorprendía que Aristóteles Theodakis, el poderoso patriarca de la familia, hubiera autorizado aquel matrimonio. Cuando ella vivía bajo su mismo techo en Villa Dionisio, siempre se había opuesto; ningún simple médico era lo suficientemente bueno para su hija, aunque fuera el hijo de un amigo.

Cada día se podían escuchar los gritos del padre y los llantos de la hija por aquel motivo. Un día, Mick ya no aguantó más y decidió que se marchaban a la casa de la playa, donde se quedaron hasta…

Kate dio un sorbo al café, pero el líquido caliente no hizo nada para derretir el hielo que sentía en la boca del estómago.

Aquellas semanas habían sido las más felices de su vida. El sol había brillado día tras día y la luna noche tras noche. Fuera de la casa, solo se oían los cantos de los pájaros y de los grillos, el murmullo de la brisa colándose entre los pinos y el arrullo del mar.

Y sobre todo, el susurro de las palabras de Michael en su oído.

Con sus caricias, la había animado a dejar su timidez a un lado, a dar y a recibir cuando hacían el amor. Y a sentirse orgullosa de su cuerpo delgado, sus piernas largas, su cintura estrecha y sus pechos pequeños y turgentes.

Y ella había sido una alumna ávida de conocimientos, pensó con amargura. ¡Qué fácilmente se había rendido a su habilidad como amante! Le robaba el aliento cuando sus cuerpos desnudos se unían en la pasión.

Tan hechizada había estado por las nuevas experiencias sexuales que Mick le había enseñado, que las había confundido con amor.

Sin embargo, ella solo había sido un entretenimiento pasajero, una novedad. La pantalla de humo que él necesitaba para olvidarse de su verdadero amor.

El café le supo realmente amargo y apartó la taza sintiendo náuseas.

No podía permitirse ir a la boda de Ismene. Durante los meses que habían pasado juntas, se habían hecho buenas amigas y sabía que la joven la echaría de menos al tener solo a Victorine. De hecho, la nota le había parecido un grito de auxilio.

Pero no debía pensar así. En particular, no podía permitirse el lujo de pensar en Victorine, la belleza griega que dominaba la vida de Aristóteles Theodakis y de Mick.

Escribiría una nota formal para disculparse.

Dejó la invitación sobre la mesa y se levantó. Se sentía débil y necesitaba comer algo, aunque no tenía apetito.

El día siguiente se le presentaba agotador. Tenía un grupo de colegiales franceses a los que debía pasear por Londres.

Lo mejor sería darse una ducha y acostarse temprano para intentar recuperar horas de sueño.

Se dio una ducha rápida y, cuando estaba a punto de meterse en la cama, alguien llamó a la puerta.

Kate suspiró. Debía de ser la señora Thursgood, la anciana que vivía en la planta de abajo. Solía recoger los paquetes que llegaban para los otros inquilinos mientras ellos estaban en el trabajo.

Era una mujer muy amable, pero, también, muy curiosa. Probablemente, esperaría que le ofreciera una taza de té a cambió del favor de recoger los libros que esperaba.

Kate esbozó una sonrisa y abrió la puerta.

Se quedó petrificada y sintió que la sangre se le helaba en las venas.

—Mi amada esposa —dijo Michael Theodakis con suavidad—. Kalispera. ¿Puedo pasar?

—No —respondió ella con la voz distorsionada. Sentía que se iba a desmayar y no podía permitirse semejante debilidad.

Dio un paso hacia atrás.

—No —repitió con más vehemencia.

Él estaba sonriendo y parecía muy tranquilo.

—Pero no podemos tener una conversación civilizada en la puerta, agapi mou.

—No tengo nada que decirte, ni en la puerta ni en ninguna otra parte. Habla con mi abogado todo lo que quieras.

—Qué descortés —dijo él—. Después del viaje tan largo que he hecho para verte. Esperaba que hubieras aprendido algo de la hospitalidad griega.

—Ese no es el aspecto de mi vida contigo que mejor recuerdo —dijo Kate, empezando a recuperar el aliento—. Y yo no te invité; así que, por favor, márchate.

Mick levantó las dos manos, rindiéndose divertido.

—Tranquila, Katharina. No he venido aquí a pelearme, sino a negociar un acuerdo pacífico. ¿No es eso lo que tú quieres?

—Yo quiero un divorcio rápido. Y no volverte a ver nunca más.

—Continúa —dijo él con los ojos negros clavados en ella—. Seguro que tienes un tercer deseo.

—Esto no es un cuento de hadas.

—Es cierto. Para serte sincero, todavía no sé si se trata de una comedia o una tragedia.

—¿Sincero? —repitió Kate con una sonrisa cínica—. Tú no sabes lo que es eso.

—Sin embargo, no pienso marcharme hasta que no hablemos, gineka mou.

—No soy tu esposa —dijo ella cortante—. Renuncié a ese dudoso honor cuando me marché de Cefalonia. Ya te dejé claro en mi nota que nuestro matrimonio se había acabado.

—Era un modelo de claridad. Me la he aprendido de memoria. Y el hecho de que también dejaras tu alianza añadía un énfasis especial.

—Entonces debes entender que no hay nada de qué hablar. Ahora, por favor, márchate. Mañana tengo un día muy duro y quiero acostarme.

—No te acostarás con el pelo mojado. Eso es algo que recuerdo de nuestro matrimonio, Katharina.

Él entró y cerró la puerta con el pie.

—¿Cómo te atreves? —dijo ella con la cara encendida—. Márchate de aquí antes de que llame a la policía.

—¿Por qué? ¿Te he molestado alguna vez? ¿O te he forzado a hacer algo que tú no quisieras?

Mick observó que se ponía roja.

—¿Por qué no te sientas y te secas el pelo mientras escuchas lo que tengo que decirte? A menos que quieras que te lo seque yo —añadió con suavidad.

Ella se atragantó y meneó la cabeza sin atreverse a decir nada.

No era justo. No tenía ningún derecho a recordarle la intimidad que un día compartieron.

La bata de algodón le llegaba hasta los pies; pero ella no podía olvidar que no llevaba nada debajo. Él también lo sabía y estaba disfrutando con su incomodidad.

De repente, la habitación parecía haber encogido. Su presencia la dominaba, física y emocionalmente. Invadiendo su espacio.

Él llevaba el pelo negro ondulado peinado hacia atrás y su rostro era orgulloso. Sus labios tenían un toque sensual que cuando sonreían hacían que su corazón se encogiera.

Llevaba un traje oscuro que acentuaba la arrogancia de su cuerpo alto y delgado.

Observó que en el dedo anular todavía llevaba la alianza.

¿Cómo podía ser tan hipócrita?, se preguntó Kate atónita.

—¿Has recibido la invitación de Ismene?

—Ha llegado hoy.

—¿Todavía no has tenido tiempo de responderla?

—No me llevará mucho. Por supuesto, no voy a ir.

—Precisamente de eso he venido a hablar contigo.

—¿Crees que me vas a hacer cambiar de opinión?

—Pensé que había una posibilidad —dijo él muy seguro de sí mismo—. De hecho, creo que podríamos intercambiar favores.

Se hizo un silencio y después Kate preguntó:

—¿A qué te refieres?

Él se encogió de hombros.

—A que tú quieres un divorcio rápido; por la vía normal, el proceso podría durar años.

—¡Eso es chantaje! —dijo ella con un temblor en la voz.

—¿Ah, sí? Pero quizá yo no esté de acuerdo con que nuestro matrimonio «se haya roto de manera irreparable» como tú alegas en tu petición de divorcio.

—Pero así ha sido. Estoy segura de que tú también debes estar deseando divorciarte.

—Te equivocas, agapi mou; no tengo ninguna prisa.

«Claro que no», pensó ella. «No, mientras tu padre siga vivo y Victorine siga con él».

—¿No crees que la gente se extrañará de verme allí?

—No me interesa lo que los demás piensen. Además, solo saben que llevamos un tiempo separados. El motivo lo desconocen.

—Espero que no estés pensando en representar ningún papel; no soy buena actriz —dijo Kate con acidez—. Además ¿para que quieres que vaya?

—¿He dicho que yo quiera? Estoy aquí por Ismene, no por mí.

Ella no lo miró.

—¿Cómo una invitada normal? ¿Nada más?

Él se burló de ella:

—Pero, Katharina ¿has pensado que he estado durmiendo todo este tiempo solo? ¿Que he estado soñando con tu regreso? Qué inocente eres.

—No —respondió ella—. Ya no.

Los dos se quedaron en silencio durante un rato.

—Tengo que pensármelo —añadió después de un rato.

Él asintió. Caminó hacia la puerta y se paró para echar un vistazo a la habitación.

—Así que por esto es por lo que me has dejado. Espero que merezca la pena.

—No necesito lujos para ser feliz —dijo ella desafiante.

—Evidentemente —dijo él—, si así eres feliz…

La miró fijamente con una media sonrisa en los labios y se marchó.

Capítulo 2

Kate se quedó como una estatua, mirando fijamente la puerta cerrada, sintiendo que un dolor agudo le atravesaba el pecho.

Al rato, emitió un pequeño grito de angustia y corrió hacia su habitación. Se tiró sobre la cama y agarró la colcha con los puños cerrados.