Solo cuestión de negocios - Sara Craven - E-Book

Solo cuestión de negocios E-Book

Sara Craven

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Beschreibung

Por mucho que lo mirara, Paige no podía creerse que estuviera casada con Nick Destry. Aquel rico banquero era increíblemente sexy... pero también era despiadado y así lo había demostrado al casarse con ella para conseguir formar parte de la junta directiva de la empresa de la familia de Paige, pero, ¿realmente la quería? Empeñada en no mostrar su vulnerabilidad, Paige siguió actuando como si su boda no fuera más que una cuestión de negocios; pero cada vez le resultaba más difícil compartir casa... y cama con Nick. Así que decidió que su marido no se iba a salir siempre con la suya: si de verdad la quería, tendría que demostrárselo.

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Seitenzahl: 201

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Sara Craven

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Solo cuestión de negocios, n.º 1360 - mayo 2015

Título original: The Marriage Proposition

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6247-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Y esta noche –dijo Ángela con aire triunfal–, iremos al Waterfront Club.

Paige, que estaba cepillándose el pelo, dejó de hacerlo para mirar a su amiga.

–¿No es ese el restaurante de Brad Coulter? –le preguntó.

–Sí, ¿te parece un problema?

–Espero al menos que no lo sea. Y también que no hayas decidido poner a funcionar tus talentos de casamentera.

–Brad, cariño, es un hombre atractivo y totalmente enamorado, así que ¿qué problema puede haber?

–Me temo que has olvidado un pequeño detalle: soy una mujer casada.

–Pues intenta recordárselo a tu marido. Menudo matrimonio, ¡si ni siquiera vivís juntos!

–Los dos preferimos que sea así. Por lo menos hasta que consigamos el divorcio.

–¿Lo ves? Tú misma me estás dando la razón.

–Pero eso no significa que hasta entonces yo tenga que hacer cualquier cosa para desbaratar nuestros planes –Paige continuó cepillándose–. El acuerdo determina que tienen que pasar dos años hasta el divorcio. Y que durante ese tiempo, no tenemos que dar lugar a ningún tipo de rumores.

–¿Y pretendes decirme que Nick está siendo tan discreto como tú?

Paige dejó el cepillo y tomó un bote de loción.

–Yo nunca he dicho nada sobre la conducta de Nick. Él tiene su propia vida.

–Desde luego. Pero si no estaba preparado para renunciar a su vida de soltero, ¿por qué te pidió que te casaras con él?

–Tenía sus razones.

–¿Y por qué demonios aceptaste?

Paige sonrió a su reflejo.

–Yo también tenía las mías.

–Lo haces parecer todo tan racional –gruñó Ángela–. Y solo estuvisteis juntos… ¿cuántas semanas?

–Alrededor de siete, si la memoria no me falla.

–Ese tipo de cosas difícilmente se olvidan.

–Sí, pero también es la clase de situaciones de las que uno desea escapar con las mínimas complicaciones posibles.

–Supongo que sí –Ángela frunció el ceño–. Aunque por otra parte, con tan poco tiempo, no le diste una verdadera oportunidad de tener éxito a vuestra relación. ¿No has pensado nunca en ello?

–Créeme, el matrimonio fracasó desde el primer día. Pero ese es un error al que pronto pondremos remedio. Sin embargo, hasta entonces prefiero mantenerme alejada de cualquier hombre atractivo. Y eso incluye a Brad Coulter.

–Cariño, mañana mismo vas a volver a tu casa y todo el mundo visita Waterfront al menos una vez durante su estancia en St. Antoine. Es una de las reglas –comentó Ángela en tono persuasivo–. Y al fin y al cabo, tampoco va a tratarse de una cena íntima. Jack y yo estaremos contigo. Y sé que Brad nos ha reservado una mesa especial.

–Y además, cómo tú trabajas y vives en St. Antoine, no puedes permitirte el lujo de ofenderlo –añadió Paige con resignación–. No puedo elegir, ¿verdad?

–Ahora estás haciendo que me sienta culpable –Ángela miró el reloj–. Diablos, ya es hora de que empiece a vestirme –le apretó cariñosamente el hombro a su amiga–. Ponte guapísima. En Waterfront la competencia es muy fiera –le guiñó el ojo alegremente y se marchó.

Cuando la puerta se cerró detrás de su amiga, Paige dejó de sonreír y se inclinó hacia delante, apoyando los codos en el mostrador.

El problema era, pensó, que en realidad ella no pretendía competir ni por Brad Coulter ni por nadie. Porque lo único que quería era recuperar su libertad.

Ángela hablaba de la brevedad de su matrimonio como si en realidad hubiera sido una aventura amorosa que había fracasado.

¿Pero qué diría si supiera la verdad sobra la desventurada irrupción de Paige en el matrimonio? Un matrimonio que había sido, nada más y nada menos, que un acuerdo de negocios. Una fórmula para permitir que Nick Destry ocupara un asiento en la junta directiva de Harrington Holdings.

Sin duda alguna, su bisabuelo pensaba que estaba haciendo un movimiento muy inteligente cuando había impuesto el requerimiento legal de que solo los miembros de la familia pudieran acceder a la junta. Pero él había nacido en la era de las grandes familias. Probablemente, esperaba que las futuras generaciones fueran igualmente prolíferas y capaces de mantener a raya a los intrusos.

En su época, además, no habría sido tan difícil obtener financiación para la empresa. Habría bastado con llegar a una serie de acuerdos entre caballeros en cualquiera de los clubes de Londres. Una negociación conveniente y afable.

Suponía que el acuerdo con Nick Destry había sido igual, pero Nick no era ningún caballero. Y la afabilidad no estaba incluida en su trato. Y tampoco la fidelidad, o el sentido de la decencia, se recordó.

Desde el primer día, Nick había dejado muy claro que no lo impresionaban los beneficios obtenidos por la empresa durante los últimos años y que solo negociaría su posible financiación a cambio de la posibilidad de poder controlarla. Y cuando se le había señalado que la normativa de la empresa especificaba la necesidad de que los miembros del consejo pertenecieran a la familia, se había limitado a encogerse de hombros.

–Estoy soltero y usted tiene una hija –le había dicho a su padre–. Podemos celebrar la ceremonia legal y después cada uno de nosotros seguiremos caminos separados. Asumo que un futuro divorcio no afectaría a mi situación en la empresa, ¿verdad?

El divorcio, pensó Paige, era una contingencia en la que su bisabuelo ni siquiera había pensado. Por lo menos en lo que a la familia Harrington concernía. En ese mismo momento, debía de estar retorciéndose en su tumba, se dijo Paige con una mueca.

–Le he dejado muy claro a Destry que la decisión es completamente tuya –recordó que le había dicho su padre–. Que no habrá coerciones de ninguna clase, que todo el acuerdo debe ser estrictamente personal y, que, tras el período de tiempo establecido, serás completamente libre.

Paige había mirado a su padre sin verlo. La imagen que había ocupado entonces su cerebro era la de un rostro moreno e impaciente, con una nariz recta y fuerte y una boca de aspecto duro. No era un rostro atractivo, pero poseía una suerte de dinamismo que iba más allá de los cánones tradicionales de belleza. Y tenía también cierto encanto cuando se decidía a mostrarlo.

Nick Destry era alto, fuerte, de anchos hombros y caderas estrechas. Tenía una voz grave, profunda y una risa vibrante.

Como presentación, no se podía pedir mucho más.

Pero ella no había prestado atención a ninguna de aquellas cualidades.

Se miró a sí misma en el espejo. Pelo castaño con algunas mechas rubias, pómulos marcados y ojos verdes rodeados de pestañas oscuras y rizadas

Tampoco a Nick parecía haberle importado su aspecto.

Debería haberse negado. Toda su intuición le decía que rechazara aquel acuerdo oportunista y retrógrado.

Su padre temía que rechazara la idea. Lo había visto en la caída cansada de sus hombros. En la debilidad que había reemplazado su habitual energía.

–¿Me estás diciendo que esta es la única forma de que consigas la financiación que necesitas? –le había preguntado ella con voz temblorosa.

–Sí. El banco tiene a derecho a imponer condiciones –le había explicado su padre, sin atreverse a mirarla a los ojos–. Esta es una de ellas. Y debido a esa norma absurda establecida por Crispin, es la única forma que tenemos de conseguirla. Pero la decisión tiene que ser tuya. Y si lo rechazas, bueno, buscaremos cualquier otra forma de financiación.

–Sospecho que si fuera tan fácil ya lo habrías hecho, ¿verdad?

Tras un largo silencio, su padre había asentido con un movimiento de cabeza.

–Entonces lo haré –había contestado con firmeza–. Al fin y al cabo, solo será un acuerdo formal. Y en cuanto los requerimientos legales hayan sido cumplidos, nos divorciaremos y fin de la historia.

Pero en realidad, aquello solo había sido el principio.

Paige interrumpió el curso de sus pensamiento al advertir la intensidad con la que le latía el corazón. Se estaba adentrando en territorio prohibido y debía parar cuanto antes.

Inquieta, se levantó del tocador, cruzó descalza la habitación y se asomó al balcón.

El sol se estaba poniendo y el Caribe vibraba en destellos de rojo y oro.

Apoyada en la balaustrada y con la mirada fija en el mar, Paige pensó, y no por primera vez, que el hotel de Jack y Ángela era el lugar más paradisíacos que conocía.

Había conocido a Ángela durante su primer día de estancia en un colegio mayor universitario y desde entonces eran amigas. Mientras Paige estudiaba para periodista, Ángela se preparaba para ser enfermera. Ángela había conocido a Jack cuando este había sido ingresado en la sala del hospital en la que ella trabajaba. Paige se había llevado la sorpresa de su vida cuando Ángela le había comunicado pocas semanas después que se iba con Jack a St. Antoine, para ayudarlo a dirigir el hotel Les Roches. Y continuaba asombrándola la facilidad con la que su amiga se había adaptado a su nueva vida.

El hotel había sido la casa de la familia de Jack durante varias generaciones. A partir del cierre de las plantaciones de azúcar, su padre había decidido transformar aquella vieja mansión en un alojamiento que combinaba el lujo con la informalidad.

Y Paige había pasado en él unas vacaciones maravillosas. Aunque no le importaba tener que volver a su hogar. Las cálidas noches tropicales podían ser peligrosas y Brad Coulter comenzaba a pasar demasiado tiempo en el hotel.

Cualquier otra mujer en su lugar habría disfrutado de aquel coqueteo sin ataduras y habría vuelto a su casa satisfecha de aquella hermosa aventura. ¿Pero por qué ella no podía hacerlo?

Era imposible que fuera porque se sentía obligada a permanecer fiel a sus votos matrimoniales. Desde luego, Nick no sentía tal impulso. De hecho, toda la ceremonia nupcial había sido una cínica farsa. Todavía no podía imaginarse los motivos por los que Nick había insistido en casarse por la iglesia, al menos que hubiera sido para aplacar a su abuela que, además de ser su único pariente vivo, era francesa y muy conservadora.

Afortunadamente, la abuela de Nick vivía en Francia y no era consciente del poco tiempo que su nieto y su esposa habían pasado bajo el mismo techo. Porque, aunque aquel fuera un matrimonio de conveniencia, Paige pretendía mantener las apariencias.

Por supuesto, a Nick le importaban muy poco las apariencias, pensó ella mordiéndose el labio. No era un hombre capaz de fingir…

Interrumpió bruscamente el curso de sus pensamientos, consciente de que aquella era una zona en la que tampoco le convenía adentrarse.

Debía concentrarse en los aspectos positivos de su situación, decidió. Recordarse a sí misma que al cabo de muy poco tiempo recobraría la libertad.

 

 

El Waterfront había sido construido en un promontorio que daba al puerto de St. Antoine. Era un enorme edificio de piedra que alojaba un gimnasio, un pequeño casino y dos excelentes restaurantes. Uno de ellos situado al aire libre, frente al mar, con espectáculo de cabaret en temporada alta y música en vivo durante el resto del año.

Brad Coulter estaba esperándolos en el vestíbulo. Al ver a Paige, sus ojos azules se iluminaron.

–Estás maravillosa –le besó la mano–. ¿Ángela ha conseguido convencerte para que te quedes un poco más entre nosotros?

–Me temo que no –Ángela sacudió la cabeza con pesar–. Parece decidida a montarse mañana mismo en ese avión. No sé qué tonterías dice sobre que tiene que trabajar para ganarse la vida.

–Podrías hacerlo aquí –sugirió Brad, sonriéndole.

–Me temo que no –Paige sacudió la cabeza y miró a su alrededor, absorbiendo aquella combinación de lujo y buen gusto–. Me temo que no necesitas ningún relaciones públicas. Este lugar se vende por sí mismo.

–Hay otros puestos de los que podríamos hablar –todavía le sostenía la mano y Paige la apartó con delicadeza.

–Me temo que en este momento no estoy buscando trabajo, gracias.

–Bueno, por lo menos déjame enseñarte el club –le sugirió Brad.

–Buena idea –terció Jack–. Nosotros te esperaremos en el bar.

Y Paige dominó las ganas de asesinar a su amigo y dejó que Brad le mostrara su propiedad.

A pesar de sí misma, disfrutó del recorrido. Brad estaba orgulloso de lo que había conseguido, y tenía derecho a estarlo. Además, tenía ideas firmes para el futuro, comprendió Paige con franca admiración.

–¿Estás seguro de que no puedo convencerte de que te quedes? –le preguntó él, mirándola a los ojos mientras le servía una copa en su despacho.

–Absolutamente no. De hecho, creo que debería intentar contratarte para Harrington Holdings. Con tu visión de futuro podríamos salir adelante.

–¿Es que las cosas no van bien?

–Digamos que hemos tenido un año un tanto mediocre –se interrumpió y esbozó una mueca burlona–. Y, como puedes ver, soy una pésima relaciones públicas, porque ni siquiera debería estar hablándote de esto. Ahora mismo tendría que estar diciéndote que tienes un jardín precioso.

–Bueno, no hay ningún periodista delante y tus secretos están a salvo conmigo –la miró con expresión interrogante–. Si no termina de gustarte, ¿por qué trabajas de relaciones públicas? Quizá haya llegado el momento de que cambies de trabajo.

–Ya tuve otro. Empecé a trabajar en una revista femenina, era la encargada de varias columnas.

–¿Y también te cansaste de eso?

–En absoluto. Pero me persuadieron de que era necesaria en otra parte. Y mi familia puede llegar a ser muy persuasiva.

–En ese caso, quizá yo también debería intentar convencerte.

Paige advirtió que Brand acortaba las distancias en el enorme sofá de cuero que compartían. La joven se tensó y unió las manos en el regazo, diciéndole sin necesidad de palabras que no se acercara ni un milímetro más.

–En realidad, en este momento no estoy abierta a ninguna clase de persuasión. Tengo demasiados problemas que resolver.

–Sé que estás casada. Angie me lo ha contado. Pero también sé que tu matrimonio no funciona. Así que no tiene por qué ser una barrera. Yo también estoy divorciado y eso no es el fin del mundo. A no ser que todavía estés enamorada de ese tipo.

–Ni siquiera nos conocimos el tiempo suficiente para enamorarnos.

–Eso no significa nada. A veces basta con ver a una persona para enamorarse de ella.

–Para mí hace falta mucho más –permanecía rígidamente sentada, sin probar siquiera la copa que Brad le había ofrecido.

–Bueno, yo soy un hombre paciente. Puedo esperar.

–Brad, eres muy amable, pero…

–Oh, Dios mío. Siento que el rechazo está a punto de llegar.

–En realidad no me conoces, y solo sabes de mí lo que Angie te ha contado.

–Esa es precisamente la razón por la que quiere que te quedes más tiempo en la isla. Para darnos la oportunidad de ver si esto puede llegar a alguna parte –se interrumpió–. Paige, para mí fue un duro golpe que mi matrimonio fracasara y no pretendo fingir lo contrario. Pero ya lo he superado y estoy preparado para seguir adelante. Cuando te vi, pensé por primera vez que este podía ser el momento, el lugar y la persona adecuada.

–Me siento halagada, Brad, pero la cuestión es que no estoy libre, ni personal ni profesionalmente, para hacer planes de futuro. Todavía no. Necesito solucionar muchas cosas cuando vuelva a Inglaterra.

–Me gustaría decirte que no me olvidaras. Pero el Caribe está muy lejos de Gran Bretaña –terminó con una sonrisa irónica.

Paige se echó a reír.

–No desde que se inventaron los aviones. Creo que la peor parte del viaje es el trayecto en ferry desde Sainte Marie –arrugó la nariz–. No soy una gran marinera.

–¿Entonces no utilizaste a Hilaire? Pues tienes que hacerlo. Tiene un servicio de taxi aéreo. Lo llamaré ahora mismo. ¿A qué hora sale tu avión?

–No, por favor –dijo Paige, alarmada ante la perspectiva de tener que volver a hacer uso de su tarjeta de crédito–. No hace falta, ya tengo el billete del ferry…

–Pero irás mucho más tranquila con Hilaire –la interrumpió Brad con firmeza, marcando su número de teléfono–. Ya que no vas a dejarme ofrecerte un buen trabajo, déjame al menos hacer esto por ti. ¿A qué hora sale tu avión?

Paige se lo dijo con desgana. No le gustaba sentirse en deuda con él, pero a veces era más fácil renunciar que continuar una discusión que sospechaba no podía ganar. El problema era, pensó con pesar, que no estaba acostumbrada a ser receptora de tanta amabilidad. El clan Harrington tendía más a tomar que a dar. Y Nick… Bueno, Nick no le daba nada, pensó con inesperado dolor.

–Ya está todo arreglado –le dijo Brad alegremente, colgando el teléfono–. Enviaré un coche para que te lleve al mediodía a la pista de aterrizaje –la miró con el ceño fruncido–. ¿Estás bien? ¿Te sientes muy presionada? No era eso lo que pretendía.

–No –le aseguró Paige rápidamente–. Estoy bien, y te lo agradezco mucho, de verdad –se levantó–. Jack y Angie deben de estar preguntándote dónde estamos. Quizá deberíamos reunirnos con ellos.

–Por supuesto. Estoy siendo muy egoísta. Pero es que me gusta tanto tenerte para mí durante un rato –se acercó a ella y posó las manos en sus hombros–. ¿Podría despedirme ahora de ti, en privado?

Paige sonrió, mostrando su consentimiento y él se inclinó hacia ella. La joven sintió los labios de Brad sobre sus labios. Unos labios cálidos y firmes. Fue un beso agradable, pero no excesivamente prolongado.

–Bien –dijo Brad mientras la soltaba–. Por lo menos esto es un principio.

«No», pensó Paige con arrepentimiento. No lo era. Aunque deseaba con todas sus fuerzas que hubiera podido serlo.

 

 

–¿Qué tal han ido las cosas? –le susurró Angie en cuanto Paige se sentó a su lado.

–Brad es un hombre realmente dulce.

–Pero aun así piensas marcharte mañana –dedujo Angie decepcionada–. Jack me lo advirtió.

–Pero volveré pronto a verte, si me dejas –Paige estrechó con cariño la mano de su amiga.

Miró a su alrededor. Sobre las mesas, cubiertas con prístinas mantelerías blancas, brillaba la cubertería de plata. La banda, situada al final del salón, tocaba quedamente, pero no había nadie bailando. Los camareros se movían ágilmente alrededor de los comensales por una sala ambientada por el murmullo de las risas y las conversaciones.

–Es un lugar precioso –comentó Paige–. Y muy concurrido. Yo creía que estábamos en temporada baja.

–Esta mañana han llegado un par de yates. Jack dice que uno es de Alain Froyat, propietario de un grupo editorial en Europa y otro de Kel Drake, el productor de cine –Angie se encogió de hombros–. Al aparecer ha habido aviso de temporal y han decidido ponerse a salvo. Y sus invitados han decidido desembarcar para venir a cenar y perder parte de su dinero en el casino de Brad.

–¿Aviso de temporal? ¿Te refieres a un huracán?

–Oh, probablemente no será para tanto. Pero es posible que haya una tormenta tropical –apretó los labios–. Y eso podría retrasar la salida del ferry.

–Pero eso no será ningún problema –dijo Paige con pesar–. Al parecer, y por cortesía de Brad, voy a ir a Sainte Marie con alguien llamado Hilaire.

–Dios mío –dijo Angie–. Estoy impresionada. Hilaire debe de haber echado a alguno de sus millonarios para hacerte sitio.

Su mesa era la más cercana al mar del restaurante, lo que debería proporcionarles la ventaja de poder disfrutar de la brisa. Pero no corría ni una gota de aire. Sin embargo, pensó Paige mientras contemplaba el reflejo de la luna sobre el mar, los patrones de los yates debían de saber lo que hacían cuando habían decidido buscar un lugar seguro para refugiarse.

Brad demostró ser un atento anfitrión. Mantenía la conservación en un tono ligero y agradable para todos y, para alivio de Paige, no hizo ningún comentario más sobre su inminente marcha.

Y una vez desaparecida aquella presión, decidió Paige mientras les servían el café y el brandy, había llegado el momento de disfrutar de la velada.

La orquesta estaba tocando una suave melodía y Jack y Angie se levantaron para bailar. Jack sonreía mientras miraba a su mujer a los ojos y Angie alzó la mano para acariciarle la mejilla.

Estaban hechos el uno para el otro, pensó Paige, reprimiendo una punzada de envidia tan fiera que resultaba casi dolorosa.

–¿Nos unimos a ellos?

Paige se sobresaltó. Brad la estaba mirando con expresión interrogante, con el ceño ligeramente fruncido.

–¿Por qué no? –le contestó con una sonrisa radiante.

Brad resultó ser un bueno bailarín y en ningún momento se acercó a ella más de lo necesario. Mientras bailaban, intercambiaba comentarios con los conocidos que estaban en las mesas o los saludaba con una sonrisa y un asentimiento de cabeza.

–Eres muy bueno en tu trabajo –le comentó Paige.

–Este es mi trabajo. Y los ricos pueden ser muy susceptibles. No puedes permitirte el lujo de ignorar a ninguno. Y cuando alguien como Froyat está en la ciudad, no tienes idea de quién podría estar viajando con él, así que incluso puede ser peligroso.

–Estoy segura –Paige sonrió mientras bailaban alrededor de la enorme mesa que Brad acababa de señalarle.

Había en ella un mar de rostros, todos sonrientes. Bueno, todos menos uno. Un rostro sombrío, irónico y frío destacaba entre los demás. Era el de un hombre que no estaba hablando con nadie y que parecía haberse olvidado momentáneamente de la rubia que le rodeaba el cuello con los brazos. Un hombre que tenía la mirada clavada en Paige.

A Paige se le heló la sonrisa en los labios.

«No», pensó, desesperada. No podía ser. No podía…

–¿Estás bien? –le preguntó Brad preocupado.

–Sí –contestó con voz ronca–. Quiero decir, no… ¿Podemos sentarnos, por favor?

–Por supuesto.

La rodeó con el brazo para que se apoyara en él y Paige lo agradeció porque las piernas le temblaban.

–¿Puedo traerte algo? –Brad la ayudó a sentarse en una silla–. ¿Qué te pasa? Cualquiera diría que has visto un fantasma.

No había visto un fantasma, pensó Paige. Había visto a alguien demasiado real que, por alguna terrible casualidad, estaba justo allí, en St. Antoine.

–Creo que es el calor –dijo rápidamente, mientras se abanicaba con la mano–. Es muy agobiante.

Bebió un sorbo de agua fría del vaso que Brad le sirvió y le aseguró que se le estaba pasando aquel momento de debilidad.

–Seguro que hay gente con la que tienes que hablar –lo urgió–. Vete a hacer un poco de vida social mientras yo me recupero. Me siento tan tonta…

–Preferiría no tener que dejarte.

–Entonces me harías sentirme incluso peor. Por favor, Brad. A lo mejor voy a dar un paseo por la playa, para despejarme un poco.

–¿Estás segura de que quieres ir sola? –insistió Brad.

–Claro que sí. Además, Jack y Angie vendrán dentro de un momento –sonrió, deseando que se alejara–. Y para cuando vuelva, ya estaré bien otra vez.

Sonaba muy exagerada, pero pareció funcionar. Paige no se atrevía a mirar a la mesa en la que Brad estaba sentado.

Siguió bebiendo agua con la mirada fija en la vela que tenía delante. Unas hora atrás, estaba hablando con Angie de Nick Destry y de pronto aparecía allí.

A menos que su imaginación le estuviera jugando una mala pasada y hubiera conjurado su imagen para atormentarla. La cabeza le daba vueltas a toda velocidad. ¿Sería posible? ¿Estaría sufriendo el efecto del trauma de los últimos meses?

Lo único que tenía que hacer era alzar la mirada para saber si Nick era real o un producto de su fantasía. Pero no se atrevía.

Retorcía nerviosa las manos por debajo del mantel. ¿Qué diablos le ocurría? ¿Por qué estaba reaccionando de aquella manera? Nick no era un asesino múltiple. Era el hombre con el que se había casado por razones financieras y del que pensaba divorciarse en cuanto pudiera.

Había sido la sorpresa, se dijo a sí misma. Llevaban meses evitándose el uno al otro y de pronto coincidían en el mismo restaurante en una diminuta isla del Caribe.