Anábasis - Jenofonte - E-Book

Anábasis E-Book

Jenofonte

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Beschreibung

Jenofonte (c. 430-354 a. C.) es uno de los escritores en prosa más sobresalientes que dio Atenas en su período clásico. Su formación ática (estudió con Sócrates) y su experiencia militar, nacida de su admiración por Esparta, le otorgaron un rico bagaje vital que hizo de él un autor ecléctico, que cultivó el género histórico, la filosofía y el ensayo didáctico. Anábasis, su mejor obra, es el increíble relato en primera persona de la histórica retirada de un ejército griego que se había internado en territorio enemigo hasta Cunaxa, cerca de la antigua Babilonia. Jenofonte fue uno de los generales responsables de guiar a un contingente de más de diez mil soldados a través de territorio hostil para llegar de nuevo al Mediterráneo. "El libro de Jenofonte es una obra maestra de historia militar occidental, el informe sobre una notable campaña escrito por un soldado que participó en ella y era lo bastante veterano como para entender los problemas del mando".  ROBIN WATERFIELD

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Volumen original: Biblioteca Clásica Gredos, 52.

Asesor de la colección: Luis Unceta Gómez.

© del prólogo: Helena Maquieira, 2022.

© de la traducción y las notas: Ramon Bach Pellicer.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2022.

Avda. Diagonal, 189 – 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en esta colección: marzo de 2022.

RBA • GREDOS

REF.: GEBO618

ISBN: 978-84-249-4101-7

ELTALLERDELLLIBRE • REALIZACIÓNDELAVERSIÓNDIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

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si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

PRÓLOGO por HELENAMAQUIEIRA

No se necesita gran memoria para evocar retiradas famosas de un ejército invasor a lo largo de los últimos siglos: el ejército de Napoleón al ser derrotado en Rusia, los americanos de Vietnam, las naciones aliadas tras la segunda guerra de Irak y, muy recientemente, la evacuación de las tropas que mantenían en Afganistán una resistencia prolongada al avance de los talibanes.

Pues bien, la primera gran retirada de un ejército en el mundo occidental fue narrada en el siglo IVa.C. y en lengua griega por Jenofonte de Atenas. La Anábasis cuenta, en efecto, la retirada de un ejército mercenario, reclutado de diferentes ciudades-estado griegas (póleis), que en el año 40a.C. se puso a disposición de Ciro el Joven para colaborar en el derrocamiento del hermano de este, el rey persa Artajerjes II.

Para entender el valor y el significado de la Anábasis, se ha de enmarcar la obra en el momento histórico que narra, además de analizar el papel de su autor en su tiempo y de situar la Anábasis dentro del conjunto de la producción de Jenofonte.

BIOGRAFÍADEJENOFONTE

Jenofonte nació en Atenas en torno al año 430a.C. Cuando terminó la guerra del Peloponeso, librada entre su ciudad y Esparta, tenía unos veintiocho años. Había sido uno de los discípulos de Sócrates y, además, contaba con cierta experiencia militar. Este bagaje vital, unido a su admiración por Esparta, compartida por otros miembros del círculo socrático, lo llevó a enrolarse como capitán en el ejército griego que partiría a Asia Menor en apoyo de los planes de Ciro el Joven. Tras morir Ciro al comienzo de las hostilidades en la batalla de Cunaxa (401a.C.) y ser asesinados poco después los generales griegos, Jenofonte se convertirá en uno de los nuevos generales que dirigirá el retorno del ejército. El regreso finalizó en el año 399a.C. con la entrega de las tropas al general espartano Tibrón. Sin embargo, Jenofonte permaneció en Asia Menor a las órdenes de diversos generales espartanos, fundamentalmente del propio rey Agesilao II de Esparta, entre el 396 y el 394a.C., fecha en la que, de vuelta a Grecia, luchó al lado de este rey en Coronea contra la alianza de beocios, atenienses, argivos y corintios.

Su destierro de una Atenas que estaba intentando recuperar su autonomía política después de la derrota ante Esparta y que, por lo tanto, consideraba traidores a quienes daban muestras de una ideología filoespartana, se produjo bien como consecuencia de la expedición a favor de Ciro el Joven, por estar esta alentada por Esparta, bien tras la intervención en Coronea.

Al volver a Grecia, los espartanos le concedieron diversos honores y le cedieron una finca en la Élide, en concreto en Escilunte, en donde el historiador vivirá, con la familia formada en Asia Menor, desde el 388a.C. hasta que Esparta pierda este territorio en la batalla de Leuctra (371a.C.). Posteriormente, se instaló en Corinto, ciudad en la que siguió habitando después de que Atenas revocara su condena poco antes del 365a.C. Tras una estancia en la ciudad en que nació, Jenofonte murió en Corinto, probablemente en el 354a.C.

OBRADEJENOFONTE

El autor escribió la mayor parte de su producción entre el período de Escilunte y el de Atenas. Jenofonte tocó diversos géneros en prosa, sin profundizar especialmente en ninguno. Su producción se ha distribuido en tres grandes géneros, si bien en cada uno de ellos hay contaminaciones de los restantes. Por este motivo, más que pretender una adscripción unívoca de sus obras a un género, se puede decir que algunas se aproximan más a la historiografía (Helénicas, Anábasis y Agesilao), otras a la filosofía (Memorables, Apología y Banquete) y otras al género didáctico, dentro del cual se pueden distinguir obras de tipo científico-técnico (Cinegético, Hipárquico y Sobre la equitación), de teoría política (Hierón y Constitución de los lacedemonios) y de teoría económica (Recursos y Económico).

Incluso hay quien defiende que Jenofonte inició el género de la biografía (y de la autobiografía, si se considera como tal la Anábasis), teniendo en cuenta que Agesilao, Ciropedia y Memorables (en orden de mayor a menor contenido biográfico) presentan elementos de esta índole. Es cierto, sin embargo, que, salvo Agesilao, que plantea una narración más cronológica, las restantes obras presentan solo los hechos que se quieren destacar del protagonista, con un claro interés apologético y/o moralizante; algún elemento biográfico también podría detectarse en Hierón, aunque la forma dialógica y la acotación a un episodio concreto, y posiblemente ficticio, de la vida del tirano de Siracusa alejaría la obra de la definición de biografía.

En todo caso, la crítica, en general, está de acuerdo en que en sus obras como historiador Jenofonte no está a la altura de la indagación historiográfica de Heródoto o de Tucídides, y que tampoco en sus obras filosóficas logra acercarse mínimamente a Platón. El motivo de las posibles carencias técnicas en una y otra disciplina posiblemente se deba a que el objetivo final que persigue Jenofonte es eminentemente didáctico y moralizante, y a que su enseñanza pretende ser más práctica que teórica. De hecho, este interés vertebra el conjunto de toda su obra: más que explicar las causas de los hechos históricos, el autor pretende que el lector extraiga una lección práctica de estos; más que perderse en disquisiciones filosóficas o políticas de tipo teórico, le interesa resaltar la vertiente pragmática de estos temas; más que reflejar fielmente las vidas de ciertos personajes, se propone enseñar y distinguir mediante sus comportamientos lo bueno y lo malo.

Desde esta perspectiva, la producción de Jenofonte se enmarca bien dentro del mundo posclásico, en el que se desarrolló la mayor parte de su vida y en el que compuso todas sus obras. Se trata del nuevo espacio surgido tras la derrota ateniense en la guerra del Peloponeso, debacle que hace tambalear los valores que hasta entonces habían sustentado a Atenas. En este marco nace un nuevo tipo de pensamiento escéptico respecto a los valores precedentes, que se traduce en cierto escapismo político. El nuevo ciudadano refleja una visión más crítica del mundo, más rebelde o, incluso, antisocial; se decanta por la búsqueda de un nuevo sentido de la vida, más individualista, que preserve mejor la autonomía del individuo; también persigue una ética práctica para adaptarse a las nuevas circunstancias. Algunas de estas inquietudes y, en todo caso, la intención didáctica y moralizante, que pretende concienciar al ser humano del nuevo orden de cosas en el que vive y poner a su alcance los medios para que sea capaz de moverse en él, son elementos comunes en la producción de Jenofonte.

Jenofonte historiador

Varios son los rasgos que definen la obra historiográfica de Jenofonte y que hacen de ella un producto menos próximo a la historia y más cercano a lo que, en términos periodísticos actuales, se define como crónica o reportaje.

La falta de interés por la indagación historiográfica, junto con la apología de un cierto ideal filoespartano, provoca que en su narración histórica se obvien a menudo algunos acontecimientos y se destaquen otros, haciendo gala de una parcialidad de la que huían sus antecesores, especialmente Tucídides. Estas carencias son más notables en Helénicas, que pretendía ser continuación de la gran obra de Tucídides. De hecho, frente a Tucídides, que manejaba críticamente el material que otros le habían legado, Jenofonte narra solo aquello con lo que ha tenido un contacto directo por haberlo vivido él mismo u oído de boca de informantes fidedignos.

Las Helénicas es una obra que consta de siete libros, distribuidos en dos partes, o incluso tres, según algunos autores. En la primera parte se narra el final de la guerra del Peloponeso, desde el 411a.C., fecha en que concluye la narración de Tucídides, hasta el 403a.C. Incluye, pues, hechos transcurridos con anterioridad a la ya mencionada expedición a favor de Ciro el Joven. En esta parte, Jenofonte evoca acontecimientos en los que él mismo habría intervenido no mucho tiempo atrás. En la segunda parte, de mayor extensión, se desarrollan sucesos correspondientes a los complicados años que van desde el final de la guerra del Peloponeso hasta la batalla de Mantinea (362a.C.). Tras el establecimiento de los Treinta, régimen de carácter oligárquico que la victoriosa Esparta impuso a la vencida Atenas, se retrata el ascenso de Esparta como primera potencia helénica, seguido de su descenso, que se iniciaría con la derrota en la batalla de Leuctra (371a.C.), y el comienzo de la hegemonía tebana. Jenofonte no debió de vivir en persona los conflictos narrados en la segunda parte de Helénicas, aunque estuviera perfectamente informado de estos por personajes muy cercanos a él. En todo caso, tanto la separación cronológica de ambas partes de la obra como el propio papel del autor en la segunda, de observador más que de participante, hacen que el estilo de una y otra sea diferente, y que el de la segunda parte esté más próximo al del resto de su producción.

Como la diferencia entre crónica y reportaje se basa fundamentalmente en que en la crónica no se precisa haber contemplado directamente la acción que se narra, mientras que este rasgo es esencial en el reportaje, se podría decir que al menos la segunda parte de Helénicas está más próxima a la definición de crónica.

Por su lado, Agesilao tiene un carácter menos histórico que Helénicas y que Anábasis. Se considera, en general, un texto de alabanza, es decir, un encomio, y concretamente un encomio biográfico. Esta naturaleza aleja la obra de la historiografía y de la biografía cronológica. La figura del rey espartano Agesilao II, con quien Jenofonte mantuvo una sólida amistad, había sido tratada desde una perspectiva histórica en Helénicas, pero Agesilao se compuso con posterioridad a la muerte del espartano, en el año 358a.C., lo que tal vez explica que el texto se despoje de cualquier tinte negativo y que se destaquen solo las actuaciones individuales y las conductas morales más nobles del personaje. Por lo tanto, aunque se considera un trabajo de carácter histórico, muchos de sus componentes y su intención general son más bien de índole didáctico-moralizante.

Jenofonte autor didáctico

En este apartado trataré un conjunto de obras cuyo principal objetivo es la instrucción del individuo orientada a su mejora personal, lo que recuerda mucho un objetivo educativo tan actual como es la formación integral de la persona. En todos estos trabajos subyace un interés didáctico de tipo eminentemente práctico.

Dentro de su obra didáctica se distinguen escritos pedagógicos más generales de otros de contenido concreto, científico-técnico, político o económico; los de corte político o económico están muy próximos a la producción filosófica del autor.

Tal vez su obra de carácter más general sea Ciropedia. Aunque por el título podría parecer un tratado de educación, basado en la figura del abuelo de Ciro el Joven, Ciro el Viejo, su catalogación es complicada, puesto que presenta elementos de otros géneros cultivados por el autor. De hecho, tiene cierto carácter de encomio biográfico, similar a Agesilao, aunque la distancia temporal respecto al personaje hace que Jenofonte se desvíe del carácter histórico que tenía esta obra. En este sentido, no tendrá empacho, a la hora de realizar el retrato del antepasado, en recurrir a rasgos de su descendiente Ciro el Joven, con quien, como se ha mencionado, Jenofonte tuvo relación y que aparece descrito de una forma muy favorable en la Anábasis.

Así pues, Ciropedia se caracteriza por una mayor presencia de la ficción en detrimento de la realidad histórica, lo que se traduce en que tan solo se mencionan los episodios más significativos de la vida de Ciro el Viejo. Según se destaca en el proemio de la obra, el objetivo es plantear un sistema educativo, político y moral que se convierta en modelo para las generaciones recientes, declaración de intenciones que implica que se debe considerar como un texto didáctico más que como biografía o como novela biográfica. De hecho, la conclusión que se plantea en el epílogo de Ciropedia es moralizante y justifica la enseñanza que Jenofonte quiere transmitir: la situación actual persa es consecuencia directa de haber abandonado el canon político y moral que sostuvo a esa sociedad en el período de esplendor de Ciro el Viejo, caracterizado por valores educativos y morales próximos a los de Esparta.

El resto de la obra didáctica se acerca a la idea de «tratado» o «ensayo». Desde una perspectiva temática, se puede dividir en tres grupos: tratados científico-técnicos, políticos y económicos.

En los tratados científico-técnicos, la distancia del narrador respecto a lo que se expone y la ausencia de ejemplos de personajes concretos transmiten una impresión de texto normativo; es el caso de una obra juvenil sobre la caza, Cinegético, y de dos de madurez sobre la caballería, Hipárquico y Sobre la caballería.

Entre los tratados de tema político destacan Hierón y Constitución de los lacedemonios. Aunque el pensamiento político recorre buena parte de la obra de Jenofonte, la reflexión política se traduce de forma específica en estas dos obras, si bien los términos tratado o ensayo se ajustan mejor a la segunda, en donde, desde una perspectiva práctica, se resaltan las bondades del régimen político espartano. Por el contrario, en Hierón, aunque se reflexiona sobre la tiranía con el interés último de describir las características del monarca ideal, tanto la presencia de dos personajes históricos, el tirano de Siracusa que da nombre a la obra y el poeta Simónides, como la forma de diálogo dotan al conjunto de cierto aire de historicidad y acercan el texto al concepto de biografía concentrada en un solo episodio.

A medio camino entre los tratados científico-técnicos y los políticos, pero participando del componente didáctico de ambos, se encuentran otras dos obras, Recursos y Económico, que versan sobre pensamiento económico. La primera de ellas se acerca a los tratados científico-técnicos, puesto que se propugna una normativa general para potenciar la salud económica de la ciudad, basada en la austeridad tanto a nivel particular como colectivo.

Por su parte, Económico es una obra de difícil catalogación. Muchos la sitúan entre las socráticas, porque el filósofo es el interlocutor del recién casado Isómaco y porque la económica era una de las preocupaciones del círculo socrático. Sin embargo, las opiniones que se vierten en ella parecen ajustadas a las que Jenofonte desarrolla en otros trabajos de carácter didáctico, puesto que su objetivo básico es la instrucción práctica encaminada a la mejora del individuo tanto en temas de agricultura como de economía del hogar. El tratamiento de la agricultura aproxima el Económico a obras más técnicas, mientras que las cuestiones de economía privada y su ejemplificación en la familia de Isómaco podrían plantear otras interpretaciones. En todo caso, como en Recursos, la enseñanza que se extrae es que la austeridad del individuo repercute positivamente en la ciudad; por tanto, como base del saneamiento de las finanzas colectivas se propone la austeridad en la economía privada.

Jenofonte filósofo

Si se deja de lado Económico, las obras de Jenofonte consideradas socráticas son Memorables, Apología de Sócrates y Banquete. Realmente, la catalogación de las tres como filosóficas se debe tan solo al perfil del personaje que retratan, Sócrates. No se puede buscar en ellas la profundidad de otros filósofos, sino que la base de estos escritos es una filosofía moral de tipo práctico, ejemplificada en el pensamiento y la conducta de Sócrates. Desde esta perspectiva, la producción filosófica de Jenofonte se supedita también a un objetivo didáctico.

En Memorables se reproducen en forma de diálogo conversaciones entre Jenofonte y Sócrates sobre distintos temas. Por lo tanto, representa también ese nuevo modelo de biografía, centrada en episodios concretos —en este caso, no de hechos, sino de ideas o pensamientos—, en la que la realidad histórica se pliega por completo al mensaje didáctico-moral que se pretende difundir.

Por su parte, Apología, compuesta entre 394 y 397a.C. — muy próxima, pues, a la condena de Sócrates—,ofrece el supuesto discurso de autodefensa del maestro. Con ello, Jenofonte traza de nuevo una breve biografía de un tramo muy específico de la vida del filósofo, cuya mayor o menor veracidad queda en entredicho, puesto que, más que reproducir la autodefensa del filósofo, recoge la defensa que el propio Jenofonte habría hecho del maestro en caso de que se le hubiera solicitado.

Finalmente, Banquete recurre al marco literario del simposio homoerótico —a la manera de Platón, pero con aspectos más prácticos y cercanos a la filosofía de la calle— para seguir trazando el retrato del filósofo ateniense con el objetivo de influir en la opinión del lector.

ANÁBASIS

La Anábasis o Expedición de los Diez mil, obra en siete libros,se ajusta a la definición de reportaje, más bien de reportaje «en diferido», puesto que el autor le dio forma tiempo después de los hechos, aprovechando seguramente sus anotaciones de campo. Los sucesos ocurrieron entre los años 401 y 399a.C., pero Jenofonte comenzó a inmortalizarlos hacia el 385a.C., fecha en que se publicó la primera parte bajo el pseudónimo de Temistógenes de Siracusa. La parte final se redactó hacia el 377a.C.

Argumento y tipo de texto

El nombre de Anábasis se corresponde con la narración que se lleva a cabo en los seis primeros capítulos del libro I, en los que se explica la marcha de un ejército griego mercenario a las órdenes de diversos generales desde la costa hacia el interior de Persia en apoyo de Ciro el Joven. El ejército de Ciro vence en Cunaxa, ciudad cercana a la antigua Babilonia, situada en el actual Irak. Sin embargo, en la batalla muere el propio instigador de la operación. Poco después, a causa de la traición del sátrapa persa Tisafernes, los generales griegos son asesinados y muchos de sus capitanes y soldados acaban muertos o apresados.

El ejército debe emprender entonces la retirada a través de tierras enemigas a las órdenes de los nuevos generales, entre ellos Jenofonte. Ante la imposibilidad de cruzar el río Tigris, se dirige al país de los carducos (al oeste del actual Irán) y a Armenia; esta marcha desde el interior del continente hasta la costa del mar Negro es una katábasis o bajada al mar, lo contrario de anábasis o subida desde el mar.

Una vez llegados a la costa sureste del mar Negro, a la ciudad de Trapezunte (actual Trebisonda), comienza la marcha, la parábasis, a lo largo de la costa hacia el oeste. Se llega a Cotiora, próxima a Trapezunte; después, a Sínope, situada en la parte más central de la costa sur del mar Negro. Jenofonte rechaza el ofrecimiento de ser nombrado mando supremo del ejército, honor que acepta el espartano Quirísofo. Llegados a Heraclea, próxima a Bizancio (actual Estambul), se produce una escisión: una parte del ejército continúa por mar al mando de Quirísofo y otra lo hace por tierra a las órdenes de Jenofonte, hasta reencontrarse en el puerto de Calpe, a mitad de camino entre Heraclea y Bizancio. Tras diversos acontecimientos, como la muerte de Quirísofo, su sustitución por Neón y la llegada de Cleandro, magistrado de Bizancio a las órdenes de Esparta, finalmente el ejército alcanza Crisópolis (situada al otro lado del estrecho, enfrente de Bizancio). El paso del estrecho del Bósforo y la breve estancia en Bizancio culminan con la llegada de los griegos al Salmideso tracio, al norte de la ciudad. Ante la propuesta de Tibrón de acoger a las tropas, Jenofonte las conducirá de nuevo hacia el sur, hasta Pérgamo (actual Bergama, en la zona noroccidental de Turquía), en donde acaban uniéndose al ejército de Tibrón, que continuará la guerra en Asia contra Tisafernes y Farnabazo.

Como se verá más adelante, además de la narración histórica, hay un interés didáctico en esta obra. Otra cuestión que uno podría plantearse es la siguiente: ¿qué tipo de texto es la Anábasis? Como en otros libros de Jenofonte, en este se percibe una mezcla de géneros. Aun siendo un texto histórico que pretende seguir la cronología de los hechos que narra, no pierde de vista la finalidad didáctica de otras obras del autor. Además, podría considerarse como el primer ejemplo de autobiografía. De hecho, Jenofonte resalta una parte de su vida, la que más fama aportó a su figura, siguiendo una técnica similar a la utilizada en otras biografías ya comentadas.

Objetivos de la obra

El mensaje de Anábasis se concentra en tres objetivos fundamentales: destacar el interés histórico de lo que se narra, contribuir al gusto por la literatura de viajes e imprimir una orientación didáctica similar a la del resto de su producción.

El primer objetivo se configura con la elección del suceso que narra, ejemplo de la incipiente expansión espartana en el continente asiático: el contingente espartano era el más importante tanto en número de oficiales como de soldados; además, el ejército permanecerá en Asia bajo las órdenes de un general espartano.

El planteamiento de la obra como una continuación de la literatura de viajes se evidencia en el abundante uso de descripciones geográficas y etnográficas que aparecen en Anábasis, que recuerdan a las de Heródoto. Un ejemplo de ello lo constituye el pasaje de la entrada en combate de los mosinecos, pueblo cercano a la costa sureste del mar Negro y próximo a Trapezunte:

En la cabeza llevaban cascos de cuero como los de los paflagonios, con un penacho en medio y muy semejantes a las tiaras. Llevaban, además, hachas de hierro. Entonces uno de ellos inició un canto y todos los demás se pusieron en marcha cantando al compás, y atravesando las filas y el campamento de los griegos, al punto se dirigieron contra los enemigos, hacia la plaza fuerte que parecía más fácil de atacar. (V 4, 13-14)

Aunque la pretensión de Jenofonte es dar a conocer las costumbres de otros pueblos, al hilo de su narración proporciona datos muy interesantes sobre costumbres propiamente griegas, como la llamada pederastia educativa o el papel de las prostitutas en las campañas militares. Sobre la primera —arraigada especialmente en Esparta, pero generalizada en el mundo griego— son varias las referencias en la obra, como en la descripción del general Menón: «El propio Menón, siendo todavía imberbe, mantenía relaciones con Taripas, que sí tenía barba» (II 6, 28), o, sobre todo, en el episodio entre Epístenes y Seutes. En él, tal como planteará siglos más tarde Plutarco en su descripción del Batallón Sagrado de Tebas en la Vida de Pelópidas, se destacan los valores de la llamada pederastia propedéutica, aquella que, sometida a determinados cánones en cuanto a la edad y al tipo de prácticas legales, era considerada por los griegos como una pieza fundamental de la educación:

Había cierto Epístenes de Olinto, pederasta, que al ver que un hermoso niño, apenas adolescente, que llevaba un escudo, estaba a punto de morir, corrió al encuentro de Jenofonte y le suplicó que ayudara al hermoso niño. Se acercó Jenofonte a Seutes y le pidió que no matara al niño, y le explicó las aficiones de Epístenes, y que en cierta ocasión había reclutado una compañía sin atender a otra cosa que no fuera la belleza de sus hombres, y que con ellos se comportaba como un valiente. (VII 4, 7-8)

El papel de las prostitutas en campaña se refleja de forma ocasional: «Las mujeres se unieron todas también a gritos, pues había muchas cortesanas en el ejército» (IV 3, 19), o más explícita: «... los estrategos, apostados en el estrecho, si encontraban a uno que no había dejado algo de lo dicho, se lo quitaban, y estos obedecían, salvo si alguien había ocultado, por ejemplo, un niño o una mujer hermosa, objeto de sus deseos» (IV 1, 14).

En ocasiones, se contraponen los hábitos griegos a los bárbaros en materia de sexo, como cuando se describen las prácticas de los mosinecos:

Buscaban, además, unirse a la vista de todos con las heteras que los griegos llevaban, pues tenían ellos esa costumbre. Los que tomaron parte en la expedición decían que esos eran los más bárbaros que habían encontrado en su recorrido y los más diferentes de las costumbres griegas. (V 4, 32-34)

En cuanto al objetivo didáctico, este se deja sentir en Anábasis en un plano concreto y en uno general. En el plano concreto, se detecta en la obra el gusto por la instrucción militar, a la manera de otras artes reflejadas en las obras científico-técnicas de Jenofonte. En efecto, el autor se explaya en lecciones de estrategia y práctica militar, como la desplegada por Quirísofo y Jenofonte en el río Centrites, en la frontera con Armenia:

Quirísofo y los que iban con él se adentraron en el río, mientras Jenofonte, con los más ligeros de la retaguardia, regresó corriendo con todas sus fuerzas hacia el paso situado frente al camino que conducía a las montañas de Armenia, fingiendo que, después de cruzar por allí, cerraría el paso a los jinetes situados a lo largo del río. Los enemigos, al ver que Quirísofo y los suyos cruzaban fácilmente el río y al ver que Jenofonte y los suyos corrían hacia atrás, temiendo ser cercados, huyeron con toda su fuerza hacia el camino que dominaba el río. (IV 3, 20-21).

En el plano general, la Anábasis lanza consignas morales en distintos órdenes. Ambos planos podrían confluir en el siguiente mensaje: en cualquier empresa que afronte el ser humano son esenciales el conocimiento técnico y táctico; el esfuerzo, la sabiduría práctica y las virtudes sociales, y, por último, el cumplimiento del deber. No se deja de lado tampoco una interpretación moralizante de la historia, según la cual los dioses castigan las conductas impías.

Una parte de la crítica intenta ver, además, en Anábasis una intención panhelénica y globalizadora. Sin embargo, es conveniente analizar en detalle esta idea. Respecto al panhelenismo, se propone que la obra anticipa el sentimiento que Grecia vivirá bajo la égida de Filipo y Alejandro de Macedonia. Es cierto que el ejército que se somete a las órdenes de Ciro el Joven está formado por contingentes llegados de las diversas póleis (I 1, 9-11), por lo cual se ha querido ver en él la unión de los griegos y la esencia de lo griego frente al mundo bárbaro. Este sentimiento es espoleado por los generales griegos y por el propio Ciro, que les aconseja aparcar sus rencillas y afrontar un objetivo común y noble:

Clearco, Próxeno y los demás griegos presentes, no sabéis lo que hacéis. Si trabáis combate entre vosotros, pensad que hoy me destrozaréis a mí y vuestra ruina seguirá a la mía sin demora. Porque, si nuestras cosas van mal, todos esos bárbaros que estáis viendo serán para nosotros peores enemigos que los que están con el Rey. (I 5, 16).

Aun así, no se ha de olvidar que se trata de un ejército mercenario en el que, más que aflorar una conciencia colectiva que une fuerzas en interés de Grecia, reina un sentido práctico e individualista, propio del mundo posclásico, en el que los militares persiguen, en definitiva, un beneficio personal más que colectivo.

En cuanto a la globalización, se ha defendido en Anábasis un nuevo cosmopolitismo generado por la mezcla de pueblos, aunque este ideal tan solo será formalizado años más tarde por la filosofía cínica y la estoica. Se trataría de un rasgo que también se comenzó a fraguar en el mundo posclásico, pero que debe manejarse con cuidado, porque la balanza de Jenofonte no es imparcial, sino que se inclina con frecuencia a favor de lo griego, como ocurría en Heródoto, quien recurría a la interpretatio graeca, es decir, a juzgar al extranjero con moldes griegos.

Jenofonte recrimina muy frecuentemente rasgos del comportamiento de los bárbaros, como la falta de valentía y de fidelidad a la palabra dada y otros. Básicamente, es el modelo griego el que se impone frente al bárbaro, incluso en boca de Ciro, quien destaca la libertad por la que siempre han luchado los griegos como un elemento definidor de su idiosincrasia:

Griegos, no os llevo como aliados por no tener hombres bárbaros, sino porque creo que sois mejores y más valerosos que muchos bárbaros. Por eso os incorporé a mis fuerzas. Sed, por lo tanto, dignos de la libertad que tenéis y por la que yo os felicito. Porque bien sabéis que preferiría la libertad a todas las cosas que tengo y a otras muchas más. (I 7, 3)

Es cierto que esta tendencia no es obstáculo para que Jenofonte denuncie en ocasiones el comportamiento aborregado de la soldadesca o las malas acciones de los oficiales del ejército griego, al igual que sabe alabar al contrario. De hecho, el retrato negativo de Menón es prueba de lo primero, mientras que el retrato laudatorio de Ciro lo es de lo segundo. Del primero se destacan su afán de riquezas y honores, y su habilidad para el perjurio, la mentira, la burla y el engaño no solo contra los enemigos, sino contra los amigos, de forma que su caracterización acaba de un modo poco piadoso:

Pero, después de la muerte de los demás estrategos, fue castigado por el Rey a morir, no como Clearco y el resto de los estrategos que fueron decapitados, muerte que parece la más rápida, sino que se dice que alcanzó la muerte viviendo torturado durante un año, como corresponde a un malvado. (II 5, 29)

De Ciro, por el contrario, se resaltan todo tipo de virtudes y se le presenta como un justo continuador de los valores del pasado, que hicieron del persa un gran pueblo.

Antecedentes y consecuentes literarios

Como gran parte de la literatura griega, la Anábasis es, en primer lugar, deudora de Homero y, más en concreto, de la Odisea, el mejor libro de viajes de la Antigüedad. En la propia obra hay un guiño al poema homérico cuando se menciona el episodio de los lotófagos, narrado en Odisea IX 82-104:

Pero temo que, una vez que aprendamos a vivir ociosos, a pasar nuestros días en la abundancia, a tener relaciones íntimas con las mujeres casadas y solteras de los medos y de los persas, hermosas y exuberantes, olvidemos, como los lotófagos, el camino de regreso a casa. (III 2, 25)

La Anábasis tiene como antecedente los catálogos de acontecimientos que se escribían en Jonia en el VIa.C. Según asegura la crítica, Jenofonte se inspiró, además, en la obra del mismo título del arcadio Soféneto de Estínfalo, al tiempo que utilizaría como modelo los libros de viajes y los repertorios geográficos, periplos y periegéseis, en los que se describían territorios y pueblos según se recorría la costa; el autor más conocido de periplos de finales del siglo VIa.C. es Escílax de Caria, región situada al sur de la actual Turquía.

También anticipa muchos rasgos literarios que triunfarán en la literatura posclásica y sirve como fuente de inspiración a las Argonáuticas de Apolonio de Rodas, que un siglo más tarde tomará la Anábasis como modelo para narrar en verso las hazañas que, en un tiempo mítico, Jasón y los suyos llevaron a cabo en el viaje a la Cólquide en pos del vellocino de oro. Por supuesto, la obra de Jenofonte influye también en Arriano, quien en el siglo IId.C. escribirá una Anábasis de Alejandro, en siete libros también, a imitación de la de Jenofonte.

Las carencias históricas

Jenofonte cuenta la historia de la expedición en tercera persona, si bien en un momento de la Anábasis usa la primera: «Lo que escribí de que el rey se asustó con este avance era evidente» (II 3,1). Al narrar su propia intervención en los hechos y, aun sin proponerse como objetivo esencial la apología de su persona, es inevitable que incurra en errores que no han pasado desapercibidos a los historiadores. Estos se pueden agrupar en tres tipos:

a)Ocultación de sucesos y/o reducción a un segundo plano de personajes fundamentales de la historia. Parece que es lo que ocurre con el general espartano Quirísofo, que se encuentra relegado a un segundo plano respecto a la figura de Jenofonte, cuando los hechos parecen indicar que fue el artífice fundamental de la exitosa retirada hasta su muerte, que solo se menciona de forma tangencial (VI 4, 11).

b)El dibujo parcial de los caracteres: la parcialidad de Jenofonte, ya sea a favor, ya sea en contra, se deja notar en la caracterización de algunos personajes; es el caso del retrato de Menón (II 21-29), cargado de tintes negativos, frente a los de su opositor Próxeno (II 16-20), amigo y mentor del propio Jenofonte. En este marco también podría encuadrarse el tratamiento que Jenofonte da a su propia persona, notablemente favorable. Para empezar, el autor justifica su intervención en la guerra con la opinión de una figura de autoridad, su maestro Sócrates, a quien pidió consejo (III 1, 4-8). Además, da prueba de sus dotes militares a través de múltiples descripciones técnicas y tácticas. Por supuesto, su autorretrato recoge los rasgos más notables del personaje, ya sea en boca del Jenofonte-narrador, ya sea en los discursos. En todo momento, frente al comportamiento de otros, destaca su escaso afán de protagonismo, por ejemplo, cuando renuncia a aceptar el mando único, cosa que sí hace Quirísofo (VI 1, 31-32). También resalta su disposición a aceptar responsabilidades que van contra sus deseos, como cuando decide posponer su regreso a Grecia para conducir a la tropa junto a Tibrón (VII 6, 11).

c)La ausencia de programa y de instrumentos historiográficos: mientras que en Heródoto y Tucídides hay un proemio programático sobre el objetivo de sus obras y sobre las técnicas historiográficas a su alcance, esta presentación programática falta en Anábasis. Jenofonte utilizó el arte de la autopsía, la observación directa de los acontecimientos, al igual que Heródoto, como el método más fidedigno para establecer la realidad histórica. Sin embargo, sustituye otros instrumentos historiográficos empleados por Tucídides por prácticas populares, usadas previamente por Heródoto: así, el uso de presagios para justificar la pérdida del imperio de los medos a manos de los persas (III 4, 12); la celebración de sacrificios y de la observación de las entrañas de las víctimas o la interpretación de los sueños para decidir llevar a cabo una determinada acción, como ocurre antes de la batalla del río Centrites:

Pero Jenofonte tuvo un sueño: le pareció estar atado con grilletes y que estos le caían resbalando por sí solos, de manera que quedó libre y podía andar como quería. Cuando amaneció, fue a ver a Quirísofo y le dice que tiene esperanzas de que todo saldrá bien, y le explicó el sueño. (IV 3, 8)

No deja de llamar la atención que el mismo autor que hace una exhaustiva descripción de técnicas y tácticas militares para conseguir la victoria recurra de una forma tan habitual a este tipo de explicaciones. Es imposible decidir si Jenofonte creía realmente en la oportunidad de estos instrumentos o si, simplemente, se trataba de una forma de contentar la fe del ejército. Sí se puede decir, en cualquier caso, que con este recurso Jenofonte recupera un hábito de Heródoto y lo une a una costumbre que se generalizará en el mundo posclásico, la de considerar la frecuente intervención de la Fortuna en las vicisitudes humanas. Por ello, en ocasiones, parte de un prodigio divino que más tarde interpreta como un suceso del azar (V 2, 24-25).

El estilo de la Anábasis. El dramatismo

El estilo de Jenofonte se caracteriza por su sencillez y precisión, aunque no se pueda profundizar en estos rasgos con detalle. Sin embargo, hay una característica de estilo que, junto con otras ya comentadas, como el tratamiento psicológico de los personajes o la tendencia a la apología, caracteriza la Anábasis y gran parte de la historiografía posclásica. Me refiero a la dramatización de las situaciones, es decir, a dotar de un tinte efectista e incluso sensacionalista los hechos que se narran. Ejemplos de dramatización hay muchos en esta y otras obras de Jenofonte. Por citar algunos pasajes muy representativos, se podría mencionar la narración del comienzo de la batalla de Cunaxa (I 8, 8), la muerte de Ciro el Joven en combate (I 8, 27), el asesinato de los generales griegos (II 5, 30-6) o la deseada llegada al mar (IV 7, 23-25). Pero, al margen de estas, hay muchas otras escenas en la obra que merecen atención. Una de las más impactantes es el suicidio de los taocos, pueblo de Armenia, antes de ser asaltados:

Entonces se produjo un espectáculo terrible: las mujeres, arrojando primero a sus hijos, se lanzaban ellas mismas después al precipicio y los hombres hacían lo mismo. Entonces también Eneas de Estinfalia, capitán, habiendo visto a un hombre que corría con intención de arrojarse llevando un hermoso vestido, lo coge para impedírselo. Este lo arrastra y ambos se precipitaron rocas abajo y murieron. (IV 7, 13-14)

Junto a estas escenas, más extensas y conocidas, también se presentan momentos narrados con mayor brevedad en los que se percibe claramente la tensión, la emoción, la tristeza o la desesperación, sentimientos a los que una retirada tan larga daba lugar. En el marco de la dramatización, Jenofonte utiliza con frecuencia elclímax, de forma que, por medio de una más o menos larga relación de situaciones o de estados, asciende hacia los más emotivos o dramáticos.

Además, se suele servir de la dramatización en los discursos mediante los que retrata a sus personajes. En este sentido, es ilustrativo el del general espartano Clearco, que pone por delante de las deudas que ha contraído con Ciro su deber para con el ejército reclutado:

Si procedo con justicia, no lo sé, pero os elegiré a vosotros y con vosotros sufriré lo que sea preciso. Y nadie podrá decir nunca que yo, que conduje a los griegos al país de los bárbaros, traicioné a los griegos y preferí la amistad de los bárbaros. Y, puesto que vosotros no queréis obedecerme, yo con vosotros seguiré y soportaré lo que sea necesario. Porque os considero mi patria, mis amigos y aliados, y a vuestro lado pienso que seré honrado dondequiera que esté, mientras que sin vosotros pienso que no sería capaz ni de favorecer a un amigo ni de rechazar a un enemigo. (I 3, 5-6)

LAFORTUNADELAANÁBASIS

Se sabe que Alejandro Magno tuvo esta obra en gran estima y que la utilizó para el conocimiento previo de muchos lugares por los que emprendería sus campañas militares; es posible que hasta recurriera a ella para reproducir en las batallas algunas de las técnicas y tácticas militares que se describen en el trabajo del ateniense. Se da por descontado que Julio César también la conoció y pudo tenerla como modelo para la narración de sus propias campañas, especialmente de la Guerra de las Galias, construida con el mismo método del reportaje que la obra del ateniense. Posiblemente, aunque en traducción, formara parte también de la importante biblioteca clásica de Napoleón Bonaparte.

Por lo que se conoce, durante parte de la Edad Media Jenofonte no fue un autor muy leído, pero su importancia creció hacia el siglo XII, cuando se empezaron a utilizar sus obras en la enseñanza a causa de su estilo sencillo, pero cuidado, que ya destacaba Cicerón. Esta característica es la que aún hoy sitúa a Jenofonte, y en concreto a Anábasis, como un texto ideal para la práctica de la traducción en bachillerato y en los años iniciales de la formación universitaria.

Será en el Renacimiento cuando empiecen a aparecer las primeras traducciones de Jenofonte al latín, a las que seguirán versiones en lenguas vernáculas durante los siglos XVI y XVII. Destaca la traducción al castellano de la obra de Jenofonte llevada a cabo por Diego Gracián de Aldrete en 1552, que tendría gran éxito en el siglo XVI y que habría sido conocida por el propio Cervantes, quien nombra a Jenofonte en el prólogo de la primera parte del Quijote. En general, se trata de siglos en los que reina el aprecio por Jenofonte como educador, en especial de aquellos que se preparan para llevar a cabo empresas bélicas.

El papel de Jenofonte, y en concreto de Anábasis, durante el siglo XIX remite fundamentalmente a la evocación del mar y al gusto por los viajes a lo largo de mares de distintos continentes. Dicha evocación toma como referencia la famosa exclamación thálassa, thálassa que gritan los soldados griegos al atisbar el mar desde la cima del monte de Thequesen Trapezunte, episodio que reproduce el famoso cuadro del pintor romántico Haydon. El mar como símbolo de libertad se convierte en un tópico de la poesía romántica desde sir Walter Scott a Wordsworth, Byron y Heine, sin dejar de lado a Espronceda y su Canción del pirata. En el caso del Peregrinaje de Childe Harold, compuesto por Byron entre 1812-1818, no se trata tan solo de destacar el papel romántico del mar, sino de describir las dificultades del viaje de un aristócrata inglés que, abandonando su cómoda vida, afronta el camino que lo lleva a tierras extrañas. Pero la Anábasis también pervive en los relatos de viajes del siglo XIX; por ejemplo, en el viaje narrado en 1813 por el aristócrata inglés Frederick Sylvester North Douglas, y, posteriormente, en los relatos de los exploradores, militares e historiadores de la época victoriana, en cuyas escuelas la Anábasis era texto obligatorio.

Ya en el siglo XX, la Anábasis deja su huella en la narración de huidas o retiradas famosas realizadas en sendas guerras mundiales, como en la dirigida por los capitanes Johnston y Yearsley en 1918 desde el campo de internamiento de Yozgat, situado en la meseta de Anatolia central, hasta el sur de Turquía, o en la evacuación de las tropas británicas de Dunkerque en 1940. Algunos años antes de estos episodios históricos, Baillie Reynolds había publicado en 1908 su novela Thálassa, que volvía a poner los ojos en el viaje y su meta.

Volviendo, pues, al mar y su misterio, no se puede olvidar la primera escena del Ulises de James Joyce, en la que Buck Mulligan, culminada la liturgia de su afeitado, dirige su mirada a la bahía de Dublín mientras pronuncia la secular invocación: «Thálatta, thálatta!».

En la segunda mitad del siglo XX, siguiendo la estela de la novela de Reynolds, Sol Yurick, en The warriors, los amos de la noche, traslada la acción de Anábasis al 4 de julio de 1965 en la ciudad de Nueva York. Allí, una banda juvenil es convocada a una asamblea en el Bronx junto a otras bandas de la ciudad. Ismael Rivera, líder de una de ellas, propone la fusión de todas en un único grupo que superaría en número a la policía y tendría como objetivo revolucionar las relaciones de poder en la sociedad. El líder es asesinado y la tregua entre bandas se rompe. Una de ellas, los Dominadores, mermados por la desaparición de su propio líder, en territorio hostil y lejos de su hogar, debe emprender la vuelta a través de un mundo de miseria y marginalidad. La novela de Yurick sería llevada al cine en 1979 por Walter Hill, cambiando la edad adolescente de los protagonistas de Yurick por la de treintañeros y dando relevancia a la figura de la joven Mercy, que se une a ellos con el propósito de cambiar su forma de vida. Posteriormente, Bogdan Dreyer dirigiría en 1994 Thálassa, thálassa. Retorno al mar, que narra la aventura de un grupo de niños y una niña que roban un Jaguar abandonado para dirigirse al mar, en un viaje agotador que provocará el deterioro de las relaciones.

En esta línea, en 2001, Michael Curtis Ford recrea de nuevo la historia de Anábasis en La odisea de los diez mil, convirtiendo a Teo, esclavo de Jenofonte, en el narrador de la obra. Sin duda, se trata de un guiño a la tradición que señala que la primera parte de Anábasis fue publicada por su autor bajo un pseudónimo.

En los últimos años, otras dos obras se han acercado a la Anábasis para su recreación literaria o ensayística: la novela de Valerio Massimo Manfredi El ejército perdido, de 2007, y el trabajo de Robin Waterfield, La retirada de Jenofonte, de 2008. La obra de Manfredi recrea la Anábasis presentando a Jenofonte, Jeno en la novela, como un cronista que, contratado para contar la expedición, se convierte finalmente en uno de los líderes de la retirada; a su vez, aprovechando la mención en la obra de Jenofonte de las prostitutas que acompañaban al ejército, pone la narración de la historia en boca de la joven siria Abira, amante de Jeno. El trabajo de Waterfield, por su parte, presenta la aventura de Jenofonte como «el relato de la primera expedición de soldados occidentales a Irak».

Pero la Anábasis no solo ha tenido un eco literario y cinematográfico, sino que también se ha abordado desde el punto de vista de la psicología, que ha considerado a Jenofonte como el primer coordinador y cronista de un grupo operativo (concepto desarrollado por la psicología social en la segunda mitad del XX) y, en consecuencia, como psicólogo grupal. En este sentido, a diferencia de otros jefes del ejército, habría promovido un liderazgo emocional basado en la palabra y en la razón, puesto que intentaba convencer más que imponer, dejando espacio siempre al debate y a la escucha de otros argumentos.

Por último, aunque no sea de forma explícita, el estilo de Jenofonte no es ajeno a un tipo notable de periodismo que, aun sin saberlo, está reproduciendo los criterios literarios de Jenofonte cuando busca hacer llegar sin artificio y con claridad un mensaje informativo, no sin que por ello falte el necesario dramatismo. Se podrían citar muchos ejemplos, pero me quedo con el reportaje sobre Ruanda con el que el periodista español Javier Bauluz ganó en 1995 el premio Pulitzer de periodismo.

Querría acabar este epígrafe saltando la cronología que he intentado seguir en la exposición y recordando un dato a modo de cierre. Donna Leon, creadora del personaje del comisario Guido Brunetti, concede una enorme relevancia a la literatura clásica en general, y al autor de Anábasis y su obra en particular. En efecto, son muchas las veces en que Brunetti aparece leyendo o releyendo un texto clásico, pero en las primeras líneas de Amigos en las altas esferas, publicada en 2000, el buen comisario se recrea revisando nuestro texto: «... sabía que tenía que levantarse y abrir, pero no sin antes terminar el último párrafo del octavo capítulo de la Anábasis, porque quería averiguar qué nuevos desastres aguardaban a los griegos en su retirada». La lectura del libro tiene atrapado de tal forma al inspector que, ante la pregunta de su mujer en el capítulo III sobre qué hará por la tarde, Brunetti responde con decisión: «Volver a Persia». Paola, impaciente, desea saber si los griegos finalmente se salvaron y Brunetti, manteniendo la incertidumbre, contesta que aún no ha llegado en su lectura a ese momento. Su mujer replica entonces: «Guido, desde que nos casamos, has leído a Jenofonte por lo menos dos veces...», a lo que el comisario, en un verdadero homenaje al ateniense, confiesa: «Hago ver que no sé lo que pasa y así disfruto más».

Así he disfrutado yo también con este recorrido por la obra de un ateniense que, sin ser un gran historiador, vivió y narró en el siglo IVa.C. un acontecimiento que justifica de sobra el lugar que ocupa y la huella que ha dejado en la historia de la literatura occidental.

BIBLIOGRAFÍA COMENTADA

Sobre las cuestiones relativas a la vida y obra de Jenofonte, se puede encontrar información excelente en los prólogos de las diferentes obras del autor publicadas en distintas editoriales. Especialmente destacables son las de C.GARCÍA GUAL, realizada en 1982 para Gredos, o la de C.VARIAS, redactada para Cátedra en 1999. En cuanto a introducciones a otras obras de Jenofonte, puede citarse, entre otras muchas, la de A.VEGAS a la Ciropedia, realizada en 2000 para Gredos, la de R.A.SANTIAGO de la misma obra para Akal, publicada en 1992, o la de J.F.GONZÁLEZ CASTRO en 2015 para las Helénicas en Alma Mater. Todas ellas se basan de una u otra forma en cinco trabajos sobre el autor que vieron la luz entre 1957 y 1979: E.DELEBECQUE, Essai sur la vie de Xénophon, París, Klincksieck, 1957; H.R.BREITENBACH, Xenophon von Athens, Stuttgart, Alfred Druckenmüller, 1966; J.K.ANDERSON, Xenophon, Londres, Duckworth, 1974; W.E.HiGGINS, Xenophon the Athenien. The Problem of the Individualism and the Society of the Polis, Albany, State University of New York Press, 1977, y R.NICKEL, Xenophon, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgeschaft, 1979. Del segundo de estos autores parte la distribución de la obra de Jenofonte en tres grandes géneros, si bien la adscripción de algunas obras a uno de los tres grupos ha variado con el tiempo. Una recopilación del reparto de la producción del ateniense por géneros ha sido realizada por J.VELA, Post H.R.Breitenbach: tres décadas de estudios de Jenofonte, 1957-1997, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1998.

En varios de los trabajos comentados se alude al valor de Jenofonte como reportero más que como historiador, a los que habría que añadir el de O.LENDLE, Kommentar zu Xenophon Anabasis (Bücher 1-7), Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgeschaft, 1995. Por su parte, el retrato psicológico de los personajes en Anábasis y la técnica del discurso como método para afrontarlo son abordados en el estudio de G.W.HIRSCH, The Friendship of the Barbarians. Xenophon and the Persian Empire,Hanover-Londres, University Press of New England, 1985.

En lo que atañe a la posible creación en Anábasis del género de la autobiografía, es de referencia el trabajo de A.MOMIGLIANO, Génesis y desarrollo de la biografía en Grecia, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1986, traducción del original publicado en Cambridge en 1971. El tono, si no apologético, sí de rendición de cuentas, utilizado por Jenofonte en esta obra fue resaltado por C.GARCÍA GUAL, «Jenofonte, aventurero y escritor», en Figuras helénicas y géneros literarios, Madrid, Mondadori, 1991.

Sobre los principios ideológicos que vertebran la obra de Jenofonte, el trabajo de J.D.DILLERY, Xenophon and the history of his time, Londres-Nueva York, Routledge, 1995, sugirió la idea del panhelenismo, que no ha tenido demasiado recorrido. Recientemente, F.HOBDEN y Ch. TUPLIN (eds.), Xenophon: Ethical Principles and Historical Enquiry, Leiden-Boston, Brill, 2012, recogen una serie de trabajos relativos a los principios éticos fundamentales sobre los que se asienta la obra del autor ateniense.

Finalmente, en el marco de la pervivencia de Jenofonte y de su Anábasis hay que mencionar —citando la edición española siempre que sea posible— novelas que hacen un guiño literario a Anábasis, como J.JOYCE, Ulises, Barcelona, Debolsillo, 2021, y D.LEÓN, Amigos en las altas esferas, Barcelona, Seix Barral, 2000, o que la toman como modelo, ya sea para recrear su acción —M.CURTIS, La odisea de los diez mil, Barcelona, Debolsillo, 2005, 6ª ed., y V.M.MANFREDI, El ejército perdido, Barcelona, Random House Mondadori, 2008—, ya sea para reinterpretarla —B.REYNOLDS, Thálassa, Londres, Hutchinson, 1996, y S.YURICK, The warriors, los amos de la noche, Barcelona, Grijalbo, 1979—. Por otro lado, se debe hacer referencia a varios trabajos que en los últimos años se han acercado a la pervivencia de la obra de Jenofonte y, en concreto, a la de su Anábasis