Helénicas - Jenofonte - E-Book

Helénicas E-Book

Jenofonte

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Beschreibung

En las Helénicas Jenofonte continúa el relato de la Guerra del Peloponeso en el punto en el que lo dejó su maestro Tucídides. A la tarea de historiador añade la viveza descriptiva de quien fue testimonio directo de los hechos. Las Helénicas se plantean como una continuación de la narración histórica de Tucídides sobre la Guerra del Peloponeso, y ofrecen una crónica de las contiendas y las crisis políticas que sacudieron Grecia a comienzos del siglo IV a.C., desde 411 hasta 362, hechos todos ellos que Jenofonte vivió: fin de la Guerra del Peloponeso, gobierno y derrocamiento de los Treinta en Atenas, guerra espartana contra los persas (399-387), Guerra Corintia, rivalidad entre Esparta y Tebas, triunfo de Tebas en la batalla de Leuctra (371) y hegemonía de ésta bajo el general Epanimondas. Probablemente escritas en varias fases durante la larga vida de Jenofonte (h. 430-354 a.C.), las Helénicas siguen el modelo historiográfico de Tucídides: narran hechos políticos contemporáneos con un estilo sobrio y austero. Jenofonte se ciñe a este planteamiento político-militar, y excluye varios hechos que hubieran ocupado un lugar destacado en una historia general; él, sin embargo, prefiere reservarlos para otra otras obras, con lo que introduce una marcada diferenciación de formas literarias que dará lugar a otros escritos suyos: por ejemplo, las actividades de Sócrates, publicadas en otro volumen de esta misma colección.

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 2

Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por ANTONIO GUZMÁN GUERRA .

© EDITORIAL GREDOS, S. A. U., 2008

López de Hoyos, 141, 28002 Madrid.

www.rbalibros.com

PRIMERA EDICIÓN , 1977.

2a . REIMPRESIÓN.

3a . REIMPRESIÓN.

ISBN 9788424930394.

INTRODUCCIÓN

Vida de Jenofonte

Las propias obras de Jenofonte y el segundo libro de las Vidas de los filósofos de Diógenes Laercio son las fuentes que nos proporcionan algunos datos sobre su vida. Poco es lo que sabemos acerca de él, aunque sea algo más de lo que conocemos de otros historiadores como Heródoto y Tucídides. Ignoramos la fecha exacta de su nacimiento y de su muerte. Probablemente nació en Atenas hacia el año 430 a. de C. Así lo suponen todos los autores, basándose en su participación en la expedición de Ciro en los años 401-399 a. de C. como oficial griego más joven, y en que fue discípulo de Sócrates como dice en las Memorables . (Véase Strasburger, Xenophon Hellenika , pág. 646; Lesky, Hist. de la literatura griega , pág. 646.) Este último sitúa su muerte después del año 359, aunque quizá se deba rebajar esa fecha tope, pues en el libro VI habla de Tisífono, tirano de Feras del 358 a 355. Como este dato está relacionado con la cronología de las Helénicas volveremos más tarde sobre él.

Naturalmente, en la Anábasis hay numerosas alusiones a sus intervenciones en la expedición que relata, y también alguna marginal al tema de la obra. Así en III 1, 4 y ss. nos informa de su incorporación a la expedición invitado por Próxeno de Beocia; en III 1, 11 y ss.; 45, de su elección como jefe; antes, en II 5, 37 y siguientes, va con Cleanor y Soféneto para enterarse de lo que le sucedió a Próxeno que no ha vuelto; en III 2, 7 y ss., propone el plan de retirada; en V 3, 4 y ss., trata de la parte que le correspondió de botín y de su estancia en Escilunte en la finca que le regalaron los lacedemonios; en VI 1, 20 y ss., de su intento de elección como jefe único al regresar al Mar Negro; en VII 7, 55, de su intervención ante Seutes y de la preparación del regreso a Atenas de donde aún no había sido desterrado, según afirma él mismo; finalmente en VII 8, 22, de sus últimas actividades con los expedicionarios antes de incorporarse al ejército de Tibrón.

Después de la batalla de Leuctra (371) vivió algún tiempo en Corinto, al caer su finca de Escilunte en manos de los eleos.

Las «Helénicas »

Cronología .—Si dejamos aparte el Cinegético , obra de autenticidad dudosa considerada de su etapa juvenil, debemos situar las Helénicas , al menos parcialmente, entre las primeras obras de Jenofonte.

Casi todos los autores coinciden en separar una primera parte formada por I-II 3, 9 (o sea, la parte que corresponde a la guerra del Peloponeso) del resto de la obra. A esta primera parte le asignan como fecha probable de composición el año 390, después de la campaña de Ciro y la estancia con Agesilao en Asia Menor. (Así Anderson, Xenophon , pág. 66, que añade que no hay pruebas de que fuera escrita antes del año 401.) Pudo haber tenido la idea de escribir la historia en los años 403-401 y haber tomado notas hasta el gobierno de los Treinta, incluido este período. (Strasburger, Xenophon, Hellenika , pág. 667; Brownson, Xenophon, Hellenica , pág. VIII, fijan el año 393 para la composición de esta parte o un poco más tarde; Hatzfeld, Xénophon, Helléniques , pág. 9, el 390.)

Asimismo todos señalan las diferencias estilísticas con la segunda parte o el resto de la obra. (Por ejemplo, Anderson, pág. 66, se fija en los caracteres de Tisafernes y Farnabazo y los coteja con el resto y con la Anábasis. Henry, Greek historical writing. A historiographical Essay Based on Xenophon’s Hellenics , pág. 14, observa el diferente uso de una serie de partículas: mḗn no aparece en I mientras es común en II (73 veces); dḗ , sólo 7 veces en I, frente a 211 en II; ge 7 frente a 130; -per 11 y 151 respectivamente; Strasburger, Hellenika , páginas 668-69, no ve la narración intuitiva que observa en Helénicas II y Anábasis , salvo en algunas escenas como la llegada de Alcibíades al Pireo, el proceso de las Arginusas, la actuación de Calicrátidas en Asia Menor y algunas más.) La viveza de la descripción que nos cautiva en la Anábasis se encuentra a menudo en Helénicas II y aparecen nuevos elementos estilísticos que apenas se encuentran en la primera parte: caracterizaciones de personajes, diálogos, juicios del autor en primera persona, sentencias, comparaciones y sobre todo la observación de la influencia de la divinidad en el correr de la historia. (Hatzfeld, ob. cit ., pág. 6, insiste en el método analítico de la primera parte, en las digresiones de la segunda, etc.; lo mismo podemos ver en Lesky, ob. cit ., pág. 649, que nota además el uso del optativo futuro después de II 3, 9.)

Estas diferencias suelen atribuirse a la influencia de Tucídides en la primera parte, cosa que no ocurrió en la segunda, donde Jenofonte tiene ya un estilo propio. Incluso algunos pretenden que la primera es fruto intencionado de una imitación de Tucídides, del que Jenofonte intenta continuar la obra inacabada. Pero los más se inclinan por atribuir al tiempo estas diferencias, puesto que entre ambas partes hay un largo intervalo que supone un desarrollo en el estilo jenofonteo.

Para esta segunda parte ha de pensarse en los años posteriores al 381, si se tiene en cuenta que en III habla de la muerte de Pausanias ocurrida en este año; en VI de los tiranos de Feras, entre ellos de Tisífono (358-355) que vive cuando escribe esa historia. En III remite a la Anábasis para los hechos correspondientes a esa época. (Por ello Strasburger, pág. 668, piensa que han de colocarse en este orden cronológico las Helénicas y la Anábasis: Helénicas I [1.a parte], Anábasis y Helénicas II [2.a parte]. Cf. asimismo Hatzfeld, página 9.)

Hay autores que sostienen una división tripartita, es decir, hacen una segunda separación en lo que hemos llamado 2.a parte: 2.a II 3, 11-V 1, 36 y 3.a V 2, 1-fin, escritas en los años 385-380 y 362-354 respectivamente (como en Brownson, Hellenica , págs. VIII y IX), o un núcleo compuesto por III y IV completado luego con la 1.a parte y más tarde con la 3.a , pero casi todos rechazan esta división por considerarla inútil y no estar fundada en pruebas convincentes. (Así Lesky, pág. 649; Hatzfeld, págs. 7 y 8; Strasburger, pág. 670, y, sobre todo, Henry, op. cit ., págs. 131 y ss., que rebate ampliamente a De Sanctis y Sordi, los sostenedores de tal teoría.)

Otro problema es el de la cronología relativa del Agesilao con las Helénicas y sobre todo con las partes correspondientes III-V. Henry, ob. cit ., págs. 108-133, no ve argumentos sólidos para sostener la anterioridad de una u otra; pero la mayoría sitúan el Agesilao después de la parte correspondiente de las Helénicas . Por ejemplo, De Sanctis admite la fecha del 360 para el Agesilao , antes del VI y VII de las Helénicas .

Relación con la obra de Tucídides .—Comúnmente se admite que Jenofonte pretende continuar y completar la obra histórica de Tucídides y que sus primeras palabras metà dè taûta ... enlazan directamente con los acontecimientos descritos por su predecesor. Incluso el título de su obra es muchas veces Paraleipómena tês Thoukydídou xyggraphês o Complemento de la historia de Tucídides . El de Helénicas es común a muchas historias de autores de esta época. En Lesky (págs. 653-659), encontramos media docena de Helénicas , como las de Teopompo, que también enlazan con Tucídides; las de Oxirrinco, de Calístenes de Olinto, Anaxímenes de Lámpsaco... Sin duda ha de entenderse su significado en oposición con Persiká o Mediká de Ctesias, Indiká , etcétera, obras que abundan en este siglo IV y en los posteriores.

Mas puede pensarse que Jenofonte no tuviera esta idea de completar a Tucídides y que el punto de partida sea sólo eso, un punto de arranque de un historiador que pretende también escribir los hechos de su tiempo. En este sentido, repetimos, Teopompo enlaza igualmente con Tucídides en sus Helénicas . Su método analístico y los demás rasgos tucidídeos pueden ser consecuencia de la influencia profunda del maestro en sus escritos jóvenes o incluso una imitación consciente sin que ello presuponga la intención de completar la obra del maestro. De todos modos, piénsese que precisamente presenta esas semajanzas el período de la Guerra del Peloponeso, es decir, la 1.a parte que señalamos antes hasta el II 3, 10 con la capitulación de Samos.

Pero veamos más detenidamente este problema. Siguiendo a los autores que constituyen la base de nuestra introducción, Lesky, ob. cit ., pág. 649, lo da por admitido. Hatzfeld, Helléniques , págs. 5-6, señala que la unión no es perfecta. Strasburger, Hellenika , págs. 666-667, nos recuerda la teoría de varios investigadores que sostienen que existía un resumen de Jenofonte con los últimos acontecimientos de Tucídides e incluso que se debió perder una parte de este último. A ello opone que otras obras de Jenofonte comienzan de modo parecido sin introducción o presentación como el Económico . Agrega (págs. 670 y ss.), que acaso su intención fue acabar la obra inacabada de Tucídides, y publicarla y que quizás animado por el éxito de la Anábasis se decidió a pasar la línea del 404 por sus propias fuerzas, aunque nunca abandonó la influencia de Tucídides. Así en VI 2, 9 razona los motivos de ayuda a Corcira de un modo semejante a Tuc., I 32; la caracterización de Alcibíades de I 4, 16 aparece con los rasgos de Tuc., V 43, VI 16, aunque aquí la semejanza puede no deberse a dependencia mutua, ya que Alcibíades es una figura clave entre historiadores y filósofos; la contraposición de Atenas como poder marítimo y Esparta como poder terrestre del discurso de Procles en VII 1, 2, es réplica de Tuc., IV 12. Como éste coloca tres discursos antes de la expedición a Sicilia, así Jenofonte inserta otros tres antes de la batalla de Leuctra. La caracterización tucidídea de Brásidas influye en la jenofontea de Calicrátidas.

Al faltar una introducción que nos explique sus propósitos, método, relaciones con sus predecesores, etc., nos quedamos con la duda de si Jenofonte quiso hacer en su tiempo lo que aquél en la guerra del Peloponeso.

Henry, ob. cit ., págs. 15 y ss., trata este problema con más detenimiento y parte de una doble suposición: si Jenofonte al escribir la primera parte reconocía simplemente la existencia de la obra de Tucídides y sufrió su influencia o si el relato de Jenofonte de los últimos años de la guerra del Peloponeso constituye un intento formal de continuar y completar la obra inacabada de Tucídides. Luego estudia los desajustes de la unión de ambas obras. Luego (págs. 53 y ss.), sostiene que en el fondo esta relación con Tucídides nace de un juicio de valor comparativo de la obra de Jenofonte. También habla de los que sostienen que Jenofonte tuvo en su poder unas notas —hypomnémata — de Tucídides para su propia historia y que estaría relacionado con lo que dice Diógenes Laercio sobre Jenofonte como editor de Tucídides. Más adelante (pág. 87), nos recuerda la tendencia antigua a asociar sucesos importantes y personas: como los tres trágicos con la batalla de Salamina, así se ponen en relación los tres historiadores: Tucídides y Heródoto por su vida en parte coetánea, Tucídides y Jenofonte por los biblia lanthánonta de los antiguos y las notas o hypomnémata de los modernos. Hipótesis, añade, que no sirve sino para confundir y añadir dificultades sin que ayude a resolverlas.

Fuentes .—Hay unanimidad en casi todos los autores al señalar la misma vida viajera de Jenofonte como la principal fuente de información de los hechos relatados en las Helénicas . Así, de su vida en Atenas hasta la expedición de Ciro provendría su conocimiento de los acontecimientos de la primera parte y de los Treinta; la estancia en Asia Menor con Agesilao le puso en contacto directo con los de esta época hasta la batalla de Coronea y, en consecuencia, estaríamos ante una especie de memorias como la Anábasis . Asimismo su permanencia en el Peloponeso y especialmente en Escilunte (Élide) le dio ocasión de anotar hechos y recabar información del lado lacedemonio. Su último período en Corinto le proporcionó abundante material sobre los asuntos de esta polis, de Sición y de Fliunte... Incluso algunos atribuyen omisiones importantes en su historia a esta causa: Jenofonte no refiere a sabiendas acontecimientos trascendentes porque no asistió a ellos, como sería la batalla naval de Cnido, que sólo menciona de paso cuando se entera de la noticia durante el regreso a Grecia, la segunda liga marítima ática, que se creó como resultado de la influencia de Atenas cuando él estaba fuera de su área, etc.

Es de suponer que le ayudarían informadores, testigos directos o indirectos de los hechos que personalmente no pudo conocer. Sobre otras fuentes, al carecer de una introducción, no podemos asegurar nada, así como de la consulta a los documentos oficiales, por así decirlo, que por cierto parece no haber prodigado según se deduce de la misma obra. (Véanse Henry, Essay.. ., páginas 91 y ss.; Strasburger, Hel ., págs. 677 y ss. Ésta añade además que coincide a veces con Isócrates sin que podamos decir quién sigue a quién; Brownson, Hel ., pág. IX, le llama ciudadano del mundo y nos confirma que de ahí saca su material; Hatzfeld, Helléniques , págs. 14 y 15, abunda en lo mismo.)

Jenofonte escritor .—Las cualidades que los investigadores niegan a Jenofonte como historiador se las suelen reconocer como escritor. Efectivamente, todos coinciden en alabar su claridad, sencillez, viveza del relato y agradable fluidez. Por ejemplo, Bowra (Introducción ..., página 269), reconoce su sentido de la situación dramática y elogia pasajes como el lamento que recorre los Muros Largos a la llegada de la noticia de Egospótamos. Strasburger, (págs. 681 y ss.) admite que los discursos son más reales y adaptados a los personajes que los pronuncian que los de Tucídides, sus escritos son verdaderas memorias que se leen con gusto y enumera unos cuantos episodios que cautivan al lector: conversaciones de Agesilao, conspiración de Cinadón, despedida de Teleutias, el vendaval que azota al ejército peloponesio al regreso de Beocia, situación de Corcira durante el asedio, las maniobras por mar de Ifícrates, el ataque nocturno contra Fliunte...

Henry, (págs. 192 y ss.) elogia igualmente su obra literaria e insiste en que hay que verla como tal más que como obra histórica. Volveremos sobre él en la valoración crítica.

Hatzfeld, (págs. 10-11) a las cualidades ya reseñadas y episodios notables añade el arresto de Terámenes en el consejo, la matanza de los Muros Largos de Corinto (IV 4, 9 y ss.), el efecto escénico del desastre del batallón espartiata (IV 5, 6 y ss.), la entrada de la escuadra de Teleutias en el Pireo, el regreso de los desterrados de Tebas. Observa que son admirables diálogos como los de Dercílidas y Midias, Agesilao y Lisandro, Agesilao y Otis...

Lesky, (ob. cit ., pág. 646) reconoce además que Jenofonte no incurre en los excesos retóricos de los historiadores del siglo IV .

Resonancia de su obra .—Strasburger, (ob. cit ., página 673) nos recuerda que Jenofonte fue muy apreciado en toda la Antigüedad, constantemente leído y admirado por su lengua y estilo. Cicerón lo cita a menudo, elogia su obra «más dulce que la miel» (precisamente como alusión a su fluidez y dulzura debe entenderse el apodo de la «abeja ática» y no por la pureza de su lengua. Cf. Hatzfeld, pág. 27, nota 1) y traduce el Económico . Los aticistas del siglo II d. C. le toman por modelo por su estilo sencillo. Flavio Arriano escribió una Anábasis de Alejandro Magno y un Cinegético en admiración por las obras de Jenofonte.

Como historiador los antiguos lo colocan en el canon de los diez historiadores; incluso con Heródoto y Tucídides ocupa a veces un lugar superior. Luciano lo elogia como tal. Dionisio de Halicarnaso lo coloca detrás de Heródoto por su sencillez. Dión de Prusa lo recomienda a los jóvenes como modelo.

Jenofonte historiador .—Al considerar su obra histórica no encontramos en los invéstigadores modernos la misma línea de encomios, sino que las críticas suelen oscurecer las alabanzas. Bowra (Introducción ..., páginas 268 y 269) dice que no es un historiador serio y que sus méritos como tal son muy menguados. G. Strasburger, (págs. 674 y ss.), nos previene de que el juicio favorable de los antiguos no ha de entenderse referido a su obra histórica, pues sólo juzgan la forma. Es injusto compararlo con los grandes modelos como Platón en filosofía o Tucídides en historia, pues no estaba dotado de alma de investigador. Se le reprocha su parcialidad, a favor de Atenas mientras estuvo en su ciudad hasta el destierro, y más tarde cuando se le levantó éste, y sobre todo a favor de Esparta: por ello oculta hechos tan importantes como el levantamiento de los hilotas, la fundación del estado independiente de Mesenia, la fundación de Megalópolis que indica el fin de su hegemonía en el Peloponeso y sobre todo oculta las operaciones de Pelópidas y Epaminondas, silencia la gran labor de Conón y su flota, la segunda liga marítima, la victoria ateniense de Naxos. Aunque algunos objetan que también hay luces sombrías del lado lacedemonio: el sometimiento de los aliados, la toma de la acrópolis de Tebas y el engrandecimiento final de Epaminondas que acaba con la hegemonía lacedemonia. En resumen, le achacan que no sepa ver muchas cosas que interesan al historiador moderno: por ejemplo, la organización interna de la Confederación arcadia.

No obstante, alega en su favor que el material que presenta es fiel y muchos historiadores han acudido a él: Plutarco para sus Vidas Paralelas; Polibio dice que sus contemporáneos son menos dignos de fiar, abusan de la retórica y se olvidan del contenido histórico, describen batallas sin tener idea de la táctica militar, cosa que no ocurre en Jenofonte.

Gracias a él disponemos de material de primera mano para la política de Esparta, sobre todo para su política interna; las Helénicas son la fuente principal para el siglo IV , la política tesalia con el discurso de Polidamante de Farsalo sobre Jasón de Feras, predecesor de Filipo y Alejandro; la situación de Atenas después de la derrota de la guerra del Peloponeso...

Brownson (Hellenica , págs. IX y ss.), insiste en que no es exacta ni imparcial; no presenta a los personajes y trata sucesos como descritos cuando no ha dicho nada de ellos. Es neutral con relación a Atenas, pero se deja llevar de la admiración por Esparta y del odio por Tebas. En elogio suyo concluye diciendo que es la mejor autoridad que tenemos para la mitad del siglo que cubre.

Lesky (ob. cit ., págs. 649-50) repite que la comparación con Tucídides refleja su superficialidad. Por ejemplo, atribuye la caída de Esparta a la cólera de los dioses y no hay ni rastro de un intento serio por examinar las fuerzas que condicionan el curso de la historia como en su predecesor.

Hatzfeld (Helléniques , págs. 12 y ss.) señala los mismos defectos anteriores. Sin embargo, reconoce que no calla las grandes derrotas ni los errores de Esparta; que en pleno destierro elogia al partido democrático de Atenas, sus gobernantes y generales. Tebas, al contrario, parece ser la única responsable en su relato de haber turbado la paz en Grecia. Epaminondas es elogiado sólo al final y únicamente por su talento militar; Pelópidas sólo es nombrado en una ocasión, que le hace antipático, en la embajada ante el rey de Persia.

Después de la guerra del Peloponeso abandona el método analístico de Tucídides, pero no lo sustituye por nada; se adelanta en el relato que tiene entre manos varios años y luego vuelve atrás; hay digresiones y saltos sin que nos lo advierta. Sólo le interesa el cómo y no el porqué de los hechos; no explica el cambio brusco de la política tebana después de la derrota ateniense; falta visión de conjunto y no podemos saber el fin que se propone en su obra; no sabe ver que la causa de la caída de Esparta está en su apego a formas periclitadas de organización social, política, económica y militar. En resumen, supone un retroceso notable sobre Tucídides.

Henry (ob. cit ., págs. 192 y ss.) trata de justificarlo notando que para los antiguos la historia es literatura y por consiguiente el acercamiento a su obra debe de ser estético y no científico. En esta vía analiza literariamente tres ejemplos para hacernos ver cómo sabe crear un clímax en su narración y presentárnosla viva y emocionante, como el proceso de las Arginusas. Insiste en que la admiración de Jenofonte por Epaminondas es grande desde VII 5, 8 al fin (parte que llama tà Epameinondiká ). La manera de tratar a Epaminondas contradice a los que critican a Jenofonte por presentar un método de distorsión, supresión y exageración, que minimiza u omite el cumplimiento de todo lo que representa los ideales contrarios.

La intervención de Agesilao al final es de las más finas de su espléndida carrera. Defender la ciudad con unos pocos soldados frente a un ejército completo es la acción más gloriosa en la historia de un espartano. Por ello Jenofonte aprovecha esta oportunidad única que se le presenta para terminar su obra con la acción de su gran héroe, figura central de su historia del siglo IV que comienza con las campañas de Agesilao y que domina el curso de los acontecimientos. De ahí que encuentre su momento adecuado en la memorable escena dedicada a su gran ideal: la defensa de Esparta, como broche final para cerrar la obra.

La admiración por Esparta y la aversión por Tebas las explica Henry considerando que Tebas no es digna del afecto de Jenofonte. Tenía una gran desventaja: luchó con Mardonio en Platea, y otra aún mayor: si Atenas era líder por mar y Esparta por tierra, cualquier otro poder iba contra ellos, rompía el equilibrio y, por supuesto, Tebas luchaba claramente por la hegemonía (VII 1, 33). El recelo que sentía por Tebas no era peculiar de Jenofonte, sino una convicción general compartida por sus contemporáneos. Esparta representaba más que la influencia y el poder políticos, una institución: la cultura, los antiguos ideales y la tradición conservados en Lacedemonia. Si Atenas era admirada, Esparta era reverenciada. Esparta se mantenía como un testimonio de la raza helénica. Cuando cayó Esparta, cayó el resto de Grecia. La fe en Esparta era la fe en sí mismo. Cada griego era un filolaconio. Sin embargo, precisaríamos nosotros, que cada griego de la facción oligárquica. Henry justifica en todo caso la obra del reaccionario Jenofonte anclado en los ideales de la nobleza doria, pero no nos convence. Puede mirarse una obra y analizarse bajo el punto de vista literario, pero no se debe olvidar que es una obra histórica sujeta a determinados moldes. Esto no se lo recordamos nosotros, los hombres del siglo xx, sino su predecesor Tucídides, que le abrió un camino seguro que Jenofonte no supo seguir.

En su misma obra aparecen ideas luminosas que no sabe aprovechar, como cuando Calicrátidas manifiesta su deseo de luchar por la unión de todos los griegos y acabar con su división y luchas entre sí, causa de sus males; como en el discurso de Polidamante sobre Jasón de Feras y su ambicioso plan de unión panhelénica y sometimiento del persa; como la conjuración de Cinadón denunciando a unos pocos espartiatas que esclavizan a miles de hilotas; la política del estado dominante sea Persia, Lacedemonia, Atenas o Tebas que busca el debilitamiento de todos los demás, enemigos o aliados, para mantener su explotación, etc.

El texto de las «Helénicas »

Los principales mss. que contienen el texto de las Helénicas son los siguientes:

B. Parisinus 1738, de la Biblioteca Nacional de París de comienzos del s. XIV .

M. Ambrosianus A 4, de Milán, de 1434, contiene también la Historia de Tucídides.

D. Parisinus 1642, de la Biblioteca Nacional de París, del s. XV , contiene otras obras de Jen., de Platón y una antología de Diodoro y Apiano.

V. Marcianus 368, de la Biblioteca de San Marcos de Venecia, de los siglos XIV o XV , contiene además la mayor parte de las obras menores de Jenofonte.

C. Parisinus 2080, de la Biblioteca Nacional de París, del s. XV , contiene una obra de Plutarco y extractos de Diodoro y Apiano.

F. Perizonianus 6, de la Biblioteca de la Univ. de Leyden, de 1456, contiene también la Anáb. de Alejandro de Arriano.

Hatzfeld (Helléniques , págs. 18 y ss.) distingue dos grupos dentro de la serie de mss. basándose en las lagunas del cap. 1 del libro V : 1.° B, M, V, D y otros menos importantes; 2.° C, F y otros caracterizados por la laguna de V 3, 18; éstos tienen más faltas que los del primer grupo.

Los dos grupos derivan de un mismo arquetipo, ya que presentan faltas y lagunas comunes. Asimismo la separación entre los dos grupos no es tajante, pues se encuentran faltas comunes. Por ello Hatzfeld deduce que el arquetipo común era un arquetipo con variantes que se mantienen como tales en los mss. de donde derivan directamente las dos familias o bien que los copistas de los mss. de la segunda familia consultaron parcialmente uno o varios mss. de la primera.

Los papiros descubiertos y las citas de las Helénicas en los autores antiguos confirman la lectura de B como la más segura. Es además el ms. más antiguo.

Para la traducción presente se ha seguido el texto de «Tusculum», es decir el de Strasburger. En las págs. 744 y ss. se puede consultar el cuadro de variantes que presenta esta edición con relación a las de Hatzfeld, Hude (Teubner), Marchant y Keller.

Traducciones de las «Helénicas »

Las Helénicas no tuvieron la suerte de la Anábasis que fue traducida a nuestra lengua en 1552 por Diego Gracián. La primera versión castellana es de finales del siglo XIX , 1888 exactamente, de Enrique Soms y Castelín y figura en la «Biblioteca Clásica» con el número CXIX. Su título es Las Helénicas o Historia griega del año 411 hasta el 362 antes de Jesucristo. Traducida por primera vez del griego al castellano con numerosas notas filológico-literarias .

Soms es asimismo autor de una versión al castellano de la Gramática griega de Curtius (1886) y de la Historia de la literatura clásica griega de G. Murray (1899).

En la introducción nos dice que ha seguido el texto de Reiske, pág. XXII, y que es una «traducción ajustada al original», pág. XXIII. Hemos podido comprobar que así es en general. Aunque el juicio que da sobre Alcibíades, cf. pág. 20, a su regreso a Atenas, no se adapta al texto, al menos a las ediciones manejadas por nosotros. Cf. I 4, 13-17.

En la página 3 notamos un error o errata en el número de las naves de Míndaro: 600 en lugar de las 60 del texto. Cf. I 1, 11, 16. El «terminaron nuestras victorias» de la página 5 no está en los textos (cf. I 1, 23) y nos chocan traducciones como «regala un traje a los soldados...», pág. 5 (I 1, 24); «es proclamado generalísimo», pág. 21 (I 4, 20); «caen muchos de los escevóforos», pág. 71 (II 4, 3); «donde deja tres de las doce cohortes que llevaba», pág. 337 (VII 4, 20), etc., cuyos términos traje, generalísimo, escevóforos, cohortes... preferiríamos ver sustituidos por manto, jefe supremo, bagajeros o portadores de bagaje, compañías, etc.

En 1953 Bernardo Perea Morales traduce el libro I para la colección de textos clásicos bilingües de la editorial Gredos publicados, como se sabe, con un propósito fundamentalmente didáctico.

En 1965 Juan B. Xuriguera publica en Barcelona dos volúmenes en la colección «Obras maestras» de la editorial Iberia. El I contiene el Agesilao, La Anábasis, La República de Esparta, La República de Atenas; el II, Las Helénicas y Las rentas del Ática . (Su versión de Las Helénicas depende directamente de la traducción francesa de J. Hatzfeld.)

En 1969 en Historiadores griegos de la editorial Aguilar aparecen las Helénicas junto con la Anábasis traducidas por Francisco de P. Samaranch, entre otras obras.

Esta versión está bien en general, aunque encontramos algunos descuidos como en I 2, 10, «inmunidad perpetua», por ateleî...; en II 3, 56 la traducción no concuerda con el texto griego y no se entiende en ella la alusión al juego del cótabo: «igual que en el juego del cótabo, bebió hasta la última gota...»; en II 4, 2 no comprendemos cómo traduce «constituyendo un bello espectáculo...» el euēmerías oúsēs en oposición con el khión del párrafo siguiente; en V 4, 7 «alegres comensales...», por kōmastás o miembros de un kômos : VI 5, 7 «vencedores» por derrotados; en VI 5, 37 «dieron muestras de haberse emocionado...» no parece ajustado al término griego epethorýbēsan , específico para expresar la aprobación o desagrado del público al orador; en VII 5, 24 «derecha» por izquierda (más comprensible), etc.

Entre las versiones extranjeras debemos señalar la de Hatzfeld de «Les Belles Lettres», buena, salvo algunos errores numéricos, erratas diríamos mejor; la alemana de Gisela Strasburger de «Tusculum», muy fiel y la de Brownson de «Loeb Clas. Lib.», a nuestro juicio la mejor de estas tres.

Por nuestra parte se ha pretendido conseguir una versión sencilla, fiel y concisa.

Queremos testimoniar nuestro agradecimiento a don Manuel Polín Galán, que se ha dignado leer la traducción castellana y apuntar algunas correcciones.

I

El libro I refiere los acontecimientos de la guerra del Peloponeso desde el año 411 al 406 a. C., localizados principalmente en Asia Menor, con las intervenciones de Alcibíades, Farnabazo, Trasilo, Ciro, Lisandro y Calicrátidas, entre otros. Se cierra con la batalla naval de las islas Arginusas y el proceso de los estrategos en Atenas.

Enfrentamientos en el Helesponto

No muchos días después de estos [1 ] acontecimientos 1 , vino de Atenas Timócares 2 con algunas naves, e inmediatamente lucharon de nuevo por mar lacedemonios y atenienses, venciendo los lacedemonios mandados por Agesándridas 3 .

Poco después de esto, a comienzos del invierno, [2] Dorieo 4 , hijo de Diágoras, navegaba al amanecer con catorce naves desde Rodas al Helesponto 5 . Al verlo el vigía ateniense, se lo comunicó mediante señales a los estrategos. Éstos zarparon contra él con veinte naves; Dorieo las esquivó y, como estaba en alta mar, intentó [3] traer sus trirremes a tierra cerca del cabo Retio. Mas como los atenienses se acercaron, lucharon desde las naves y desde tierra hasta que éstos se alejaron por mar hacia Mádito, junto al resto de la flota, sin conseguir nada.

[4] Míndaro 6 , que percibió el combate cuando sacrificaba a Atenea en Ilión, acudió al mar para ayudar, y después de botar sus trirremes partió para alcanzar a [5] las de Dorieo. Pero los atenienses vinieron a su encuentro y lucharon por mar cerca de Abido, junto a la costa, desde la mañana a la tarde. Y cuando vencían en unos puntos y eran vencidos en otros, aparece Alcibíades 7 con dieciocho naves.

Intervención de Alcibíades

[6] Entonces se produjo la huida de los peloponesios hacia Abido. Farnabazo 8 acudió en su ayuda, y entrando a caballo en el mar hasta donde podía, luchaba y animaba a los demás, a su caballería e infantería.

[7] Los peloponesios luchaban uniendo sus naves y alineándolas junto a la costa. Mas los atenienses marcharon hacia Sesto después de apresar treinta naves enemigas sin la tripulación y recoger aquellas que ellos [8] mismos perdieron. Salvo cuarenta, las demás naves partieron desde allí en distintas direcciones para recoger dinero fuera 9 del Helesponto. Trasilo, que era uno de los estrategos, embarcó para Atenas para comunicar estos acontecimientos y pedir tropas y naves.

Después de esos hechos Tisafernes 10 llegó al Helesponto. [9] Detuvo a Alcibíades, que había venido con una sola trirreme a verle con presentes de hospitalidad y regalos, y lo encarceló en Sardes, alegando que el rey 11 le dio órdenes de luchar contra los atenienses. Treinta [10] días después Alcibíades junto con Mantíteo 12 , el que fue hecho prisionero en Caria, consiguieron unos caballos y huyeron de noche de Sardes a Clazómenas.

Los atenienses de Sesto, cuando se enteraron de que [11] Míndaro se disponía a navegar contra ellos con sesenta naves, huyeron de noche a Cardia. Allí también llegó Alcibíades desde Clazómenas con cinco trirremes y una embarcación pequeña. Informado de que las naves peloponesias habían sido llevadas de Abido a Cícico, vino por tierra a Sesto y ordenó a las naves costear hacia allá. Después que llegaron, cuando él se disponía [12] a marchar para una batalla naval, aparece Terámenes con veinte naves de Macedonia y a la vez Trasibulo con otras veinte de Tasos. Ambos habían estado recogiendo dinero. Después de decir también a éstos que le siguieran [13] con las velas mayores plegadas, Alcibíades se dirigió a Pario. Una vez reunidas las naves en Pario, ochenta y seis en total, zarparon a la noche siguiente y llegaron a Proconeso al otro día hacia la hora de la comida. Allí se informaron de que Míndaro estaba en [14] Cícico y que también estaba Farnabazo con la infantería. Durante ese día, pues, permanecieron allí. Al día siguiente, Alcibíades convocó la asamblea y les dijo que era necesario luchar por mar, por tierra y en las murallas. «Nosotros, añadió, no tenemos dinero, pero los [15] enemigos lo reciben del rey sin regateos». El día anterior, después de haber anclado, agrupó en torno a sí todas las embarcaciones grandes y pequeñas para que nadie revelara a los enemigos el número de las mismas y anunció mediante un heraldo la pena de muerte para quien fuese cogido pasándose hacia el otro lado.

[16] Después de la asamblea se preparó para el combate y zarpó para Cícico en medio de una fuerte lluvia. Cuando estaba cerca de Cícico, como escampó y brillaba el sol, vio las naves de Míndaro, que eran sesenta, haciendo maniobras lejos del puerto y separadas de éste [17] por él. Los peloponesios huyeron a tierra al ver que las trirremes de los atenienses eran muchas más que antes y que estaban junto al puerto. Anclando juntas las naves, se disponían a combatir con los contrarios que [18] venían a su encuentro. Alcibíades dio un rodeo con veinte naves y desembarcó. Al verlo Míndaro también desembarcó y murió luchando en tierra; y los que estaban con él huyeron. Los atenienses marcharon para Proconeso llevando todas las naves excepto las siracusanas. Aquéllas los propios siracusanos las quemaron.

Desde allí los atenienses partieron al día siguiente [19] para Cícico. Los peloponesios y Farnabazo habían abandonado la ciudad y los cicicenos recibieron a los atenienses.[20] Alcibíades permaneció allí veinte días y tomó mucho dinero de los cicicenos, y, sin causar ningún daño más en la ciudad, volvió por mar a Proconeso. [21] Desde allí marchó a Perinto y Selimbria. Los perintios acogieron la flota dentro de la ciudad. Los selimbrios [22] no la recibieron, pero le dieron dinero. Desde aquí llegaron a Crisópolis de Calcedonia y la fortificaron; establecieron en ella una aduana y exigían la décima parte a los barcos que venían del Ponto 13 . También dejaron una guarnición de treinta naves y dos estrategos, Terámenes y Éumaco, para encargarse de la plaza y de los barcos que salían del estrecho y causar todo el daño posible al enemigo. Los demás estrategos partieron para el Helesponto.

Farnabazo reconstruye la flota peloponesia

Una carta 14 enviada a Lacedemonia 15 [23] por Hipócrates, secretario de Míndaro, fue interceptada y remitida a Atenas. Decía lo siguiente: «Las naves están perdidas. Míndaro pereció. Los hombres están hambrientos. No sabemos qué hacer». Mas [24] Farnabazo exhortaba a todo el ejército peloponesio y a los aliados a no desanimarse por unos maderos 16 —pues había muchos en el territorio del rey—, mientras los hombres estuvieran sanos y salvos, y dio a cada uno un manto y provisiones para dos meses, equipó a los marineros y los empleó como guardianes de la costa de su satrapía. Convocó también a los estrategos y [25] trierarcos 17 de las ciudades y les mandó construir en Antandro todas las trirremes que había perdido cada uno, y al mismo tiempo les dio dinero y ordenó traer madera del Ida.

Intervención de los estrategos siracusanos y destierro de sus estrategos

Mientras se construían las naves, los [26] siracusanos terminaron a la vez con los de Antandro parte de la muralla y se ganaron las simpatías de todos en el servicio guardia. Por eso los siracusanos tienen en Antandro los títulos de bienhechores y de ciudadanía. Farnabazo, después de tomar estas medidas, inmediatamente acudió en ayuda de Calcedonia.

[27] Por este tiempo se comunicó a los estrategos siracusanos desde su patria que quedaban desterrados por el partido democrático. Convocaron, pues, a sus soldados y Hermócrates 18 , hablando en su nombre, se lamentaba de su desgracia, porque injustamente, a su juicio, habían sido desterrados ilegalmente todos a la vez 19 . Les exhortaba a ser celosos en adelante como antes y dóciles ante cualquier mandato. Ellos les ordenaban también elegir jefes, hasta que llegaran los elegidos en [28] su lugar. Pero éstos, sobre todo los trierarcos, los soldados de cubierta 20 y los pilotos, exigían a gritos que siguieran en el mando.

Ellos decían que no debían sublevarse contra su propia ciudad. Mas por si alguien les reprochaba algo, declararon que debían defenderse «recordando en cuántos combates navales vosotros mismos habéis vencido y cuántas naves habéis cogido solos y en cuántos con otros aliados habéis sido invencibles bajo nuestra dirección, manteniendo el puesto mejor gracias a la vez a nuestro mérito y a vuestro celo, manifestado tanto en [29] tierra como en mar». Mas nadie les acusó de nada y permanecieron en sus puestos como exigían hasta que llegaron para reemplazarlos los estrategos Demarco, hijo de Epícides, Miscón, hijo de Menécrates, y Pótamis, hijo de Gnosias. La mayoría de los trierarcos juraron traerlos de nuevo a su patria cuando llegaran a Siracusa, y elogiándoles colectivamente los enviaron a donde querían. Y particularmente los que trataron a [30] Hermócrates añoraban su preocupación, celo y camaradería; pues cada día por la mañana y por la tarde reunía ante su tienda a los más discretos de aquellos que conocía, tanto trierarcos como pilotos y soldados de cubierta, y trataba en común lo que iba a decir o realizar y los formaba también al ordenarles exponer unos temas de improviso, otros después de reflexionar. Por [31] eso Hermócrates gozaba de una grande y general estimación en la asamblea general, pues daba la impresión de hablar y proponer lo más adecuado. Como había acusado a Tisafernes en Lacedemonia, testificando también Astíoco 21 , y había probado los hechos que decía, cuando llegó Hermócrates ante Farnabazo recibió dinero antes de pedirlo y empezó a preparar mercenarios y trirremes para el regreso a Siracusa. Mientras tanto llegaron a Mileto los sustitutos siracusanos y tomaron el mando de las naves y las tropas.

Rebelión en Tasos

Por esta época se produjo en Tasos [32] una sublevación y fueron expulsados los partidarios de Laconia y también el harmoste 22 laconio Eteónico. Como había sido acusado de llevar a cabo esta sublevación con Tisafernes, el laconio Pasípidas fue desterrado de Esparta. Al frente de la flota que aquél había reunido de entre los aliados fue enviado Cratesípidas y tomó el mando en Quíos.

Agis en Decelia

Por este tiempo, cuando estaba Trasilo en Atenas 23 , Agis 24 , mientras hacía una expedición para aprovisionarse de forraje desde Decelia, llegó hasta las mismas murallas atenienses. Trasilo sacó a los atenienses y a todos los demás que estaban en la ciudad y los formó en orden de batalla frente al [34] Liceo 25 para luchar si avanzaban. Al ver esto Agis se retiró rápidamente y unos pocos de su retaguardia fueron muertos por las tropas ligeras. Así, por este hecho, los atenienses estaban mejor dispuestos con Trasilo respecto a lo que había solicitado y votaron que hiciera una leva de mil hoplitas, cien jinetes y cincuenta [35] trirremes. Agis, que desde Decelia veía enfilar numerosas embarcaciones de trigo hacia el Pireo, decía que de nada servía que sus tropas bloqueasen a los atenienses por tierra si no se tenían también las zonas de donde venía regularmente el trigo por mar, y que lo más adecuado era enviar a Clearco, hijo de Ranfias, a Calcedón y Bizancio, puesto que era próxeno 26 de los [36] bizantinos. Aprobada esta moción, se equipó por los megarenses y los demás aliados quince naves pesadas de transporte de soldados y zarpó. Tres naves fueron destruidas allá en el Helesponto por las nueve naves áticas que vigilaban constantemente los barcos en esa zona; el resto huyó a Sesto 27 y desde allí se pusieron a salvo en Bizancio.

[Y finalizaba el año en que los cartagineses hicieron [37] una expedición a Sicilia con un ejército de cien mil hombres mandados por Aníbal, y se apoderaron de dos ciudades griegas, Selinunte e Hímera, en tres meses] 28 .

Trasilo en Asia Menor

Al año siguiente [que fue el de la [2 ] nonagésima tercera olimpíada, en la cual se había añadido la carrera de un tronco de caballos y venció el del eleo Evágoras, y en el estadio 29 el cireneo Eúbatas, siendo Evarquipo éforo en Esparta y Euctemón arconte en Atenas], los atenienses fortificaron Tórico 30 y Trasilo tomó el mando de las naves concedidas por votación, se aseguró cinco mil peltastas de los marineros, pues pensaba emplearlos también como tales, y partió para Samos al comenzar el verano. Después [2] de permanecer allí tres días zarpó para Pígela. Y entonces saqueaba la comarca y atacaba la muralla. Desde Mileto vinieron algunos en ayuda de los pigeleos y persiguieron a las tropas ligeras atenienses que estaban dispersas. Pero los peltastas y dos compañías [3] de hoplitas acudieron en ayuda de sus tropas ligeras, mataron a todos los de Mileto salvo a unos pocos, cogieron unos doscientos escudos y erigieron un trofeo 31 . [4] Al día siguiente zarparon para Notio y desde allí, una vez equipados, se pusieron en camino hacia Colofón. Y los colofonios cedieron. A la noche siguiente penetraron en Lidia, cuando el trigo estaba en sazón 32 , incendiaron muchas aldeas y se apoderaron de dinero, esclavos y de otras muchas cosas en abundancia como [5] botín. El persa Estages 33 , que estaba en esa región, como los atenienses se habían dispersado lejos del campamento para coger individualmente botín, apresó sólo a uno y mató a otros siete, ya que acudió la caballería. [6] Trasilo después de esto retiró el ejército al mar con la intención de zarpar para Éfeso. Cuando Tisafernes se enteró de este plan, reunió un numeroso ejército y envió unos jinetes para ordenar a todos acudir a Éfeso [7] en ayuda de Ártemis. Trasilo zarpó para Éfeso diecisiete días después de la incursión y desembarcó a los hoplitas junto al monte Coreso, pero a la caballería, peltastas, soldados de cubierta y a todos los demás, junto al pantano, en el otro lado de la ciudad; y al amanecer [8] acercaba a la ciudad a los dos grupos. Los de la ciudad salieron al encuentro, efesios y aliados, los que trajo Tisafernes y los siracusanos de las veinte naves primeras 34 y los de las otras cinco que se presentaron entonces casualmente, que acababan de llegar a las órdenes de los estrategos Eucles, hijo de Hipón, y Heraelides, hijo de Aristógenes, y dos naves selinusias. Todos [9] estos atacaron primero a los hoplitas del monte Coreso. Los hicieron retroceder, mataron a un centenar de ellos, los persiguieron hasta el mar y luego se volvieron contra los del pantano. Los atenienses también allí huyeron y perecieron unos trescientos de ellos. Los efesios erigieron un trofeo ahí y otro junto al monte [10] Coreso. Dieron premios colectivos al valor a los siracusanos y selinusios, que fueron los mejores, y numerosos individuales y exención perpetua de impuestos a quienes desearan residir en Éfeso. A los selinusios les otorgaron también el derecho de ciudadanía, porque su ciudad había sido destruida 35 . Los atenienses después [11] de recoger los cadáveres bajo tregua regresaron a Notio, allí los enterraron y marcharon directamente a Lesbos y al Helesponto. Cuando estaban anclados en [12] Metimna de Lesbos vieron pasar delante a las veinticinco naves siracusanas de Éfeso; se dirigieron contra ellas y apresaron cuatro con la tripulación incluso y persiguieron a las otras hasta Éfeso. Trasilo envió a [13] Atenas a todos los demás prisioneros, pero lapidó al ateniense Alcibíades 36 , primo y compañero de destierro del estratego Alcibíades. Desde aquí zarpó para Sesto junto al resto de la flota y desde allí toda la flota cruzó a Lámpsaco.

Y vino el invierno en el que los prisioneros siracusanos [14] encerrados en las canteras del Pireo, horadaron la roca y escaparon de noche marchando unos a Decelia y otros a Mégara. Al intentar Alcibíades reunir todo el [15] ejército en Lámpsaco los soldados del primero no querían formar con los de Trasilo, porque ellos no habían sido vencidos y aquellos llegaban derrotados. Allí, al fin, pasaron todos el invierno fortificando Lámpsaco. [16] También atacaron Abido. Farnabazo acudió con numerosa caballería, y, derrotado en un combate, huyó. Pero Alcibíades le persiguió con la caballería y ciento veinte hoplitas, a los que mandaba Menandro, hasta que la [17] oscuridad se lo impidió. Después de esta batalla se avinieron los soldados entre sí y fraternizaban con los de Trasilo. Realizaron otras salidas al continente en invierno y saquearon el territorio del rey.

Operaciones en Pilos y Traquis

[18] En la misma época los lacedemonios dejaron retirarse bajo tregua a los hilotas 37 que desde el cabo Malea habían pasado a Corifasio 38 . También por la misma época en Heraclea de Traquis los aqueos traicionaron a los colonos, enfrentándose todos a los eteos, que eran sus enemigos, de modo que perecieron unos setecientos de ellos con el harmoste lacedemonio Labotas.

[19] [Y terminó este año 39 , en el que los medos se separaron de Darío, el rey de los persas, y de nuevo se unieron a él.]

Los atenienses sitian Calcedón

[3 ] Al año siguiente el templo de Atenea en Focea se incendió por la caída de un rayo. Cuando el invierno terminaba [era éforo Pantacles, arconte Antígenes, al comenzar la primavera, pasados veintidós años de la guerra], los atenienses partieron para [2] Proconeso con toda la flota. Desde allí zarparon para Calcedón y Bizancio y acamparon cerca de Calcedón. Los calcedonios, al ver a los atenienses acercarse, entregaron todo lo que podía ser objeto de botín a los tracios bitinios, que eran sus vecinos. Alcibíades con [3] unos pocos hoplitas y la caballería, después de ordenar que las naves costeasen, entró en el territorio de los bitinios y exigió los bienes de los calcedonios. En caso contrario, dijo, lucharía contra ellos. Éstos se lo entregaron. Alcibíades, cuando llegó al campamento con [4] el botín después de hacer un pacto con toda la flota, bloqueó Calcedonia de mar a mar y la parte del río que pudo con una empalizada. Entonces el harmoste [5] lacedemonio Hipócrates sacó de la ciudad a los soldados para luchar. Los atenienses formaron enfrente de él. Farnabazo acudió por la parte exterior del cerco con las tropas y numerosa caballería. Hipócrates y Trasilo [6] lucharon, pues, hasta que acudió Alcibíades con algunos hoplitas y la caballería. E Hipócrates murió y sus tropas huyeron a la ciudad. A la vez Farnabazo, [7] como no podía unirse a Hipócrates por la estrechez del paso, pues el río y las fortificaciones estaban contiguos, se retiró al Heracleo de los calcedonios, donde tenía su campamento. Después de esto Alcibíades marchó [8] al Helesponto y al Quersoneso para conseguir dinero. Los demás estrategos llegaron a un convenio con Farnabazo sobre Calcedón: Farnabazo daría veinte talentos a los atenienses y llevaría sus embajadores ante el rey. Además juraron y tomaron juramento de Farnabazo: [9] pagarían los calcedonios a los atenienses el tributo acostumbrado y abonarían lo adeudado 40 ; los atenienses, a su vez, no combatirían con los calcedonios mientras no llegaran los embajadores enviados al rey. Alcibíades no se hallaba presente en los juramentos, [10] pues estaba en Selimbria. Después de tomarla vino a Bizancio con los quersonesitas en masa, soldados de [11] Tracia y más de trescientos jinetes. Farnabazo, como creía necesario que también aquél prestase juramento, esperaba en Calcedón hasta que viniera de Bizancio. Pero cuando llegó, declaró que no prestaría juramento [12] si no juraba ante él el otro. Al fin juró el uno en Crisópolis ante los enviados por Farnabazo, Mitrobates y Arnapes, el otro en Calcedón ante Euriptólemo y Diotimo en nombre de Alcibíades, el juramento público y [13] además hicieron individualmente un pacto mutuo. Pues Farnabazo marchó en seguida y ordenó a los embajadores que iban ante el rey presentarse en Cícico. Fueron enviados los atenienses Doroteo, Filocides, Teógenes, Euriptólemo y Mantíteo 41 y con éstos los argivos Cleóstrato y Pirróloco. Iban también embajadores lacedemonios, Pasípidas 42 entre otros, y con éstos Hermócrates, ahora desterrado de Siracusa, y su hermano Próxeno.

Toma de Bizancio

[14] Farnabazo los llevaba. Mientras, los atenienses sitiaban Bizancio rodeándola de fortificaciones y hacían disparos a distancia contra las murallas y ataques [15] directos. En Bizancio estaba Clearco, harmoste lacedemonio, y con él algunos periecos y no muchos neodamodes 43 y megarenses con su jefe Helixo de Mégara y beocios con su jefe Cerátadas 44 . [16] Los atenienses, como no podían conseguir nada por la fuerza, persuadieron a algunos bizantinos a entregar la ciudad. El harmoste Clearco, confiado en que [17] nadie haría esto, después de disponer todo lo mejor que pudo y encargar los asuntos de la ciudad a Cerátadas y Helixo, pasó al otro lado ante Famabazo, para recibir de él la paga de los soldados y reunir naves, tanto las que habían sido dejadas por Pasípidas en diversos lugares del Helesponto de vigilancia como las que tenía en Tracia Agesándridas 45 , lugarteniente de Míndaro, y para construir otras en Antandro, pues reunidas todas y dañando a los aliados de los atenienses podrían arrancar el ejército de Bizancio. Después que marchó Clearco, [18] los bizantinos que tramaban entregar la ciudad, Cidón, Aristón, Anaxícrates, Licurgo, Anaxilao —éste, [19] acusado más tarde en Lacedemonia por la traición, se libró de la pena de muerte alegando que no quería traicionar la ciudad, sino salvarla, al ver a los niños y mujeres perecer de hambre, pues era bizantino y no lacedemonio; porque Clearco daba el trigo que había dentro a los soldados lacedemonios. Declaró que por esto, en efecto, dejó entrar a los enemigos y no por dinero ni por odio a los lacedemonios—. Cuando quedó [20] preparado por ellos 46 , abrieron de noche las puertas que dan al lugar llamado Tracio 47 e introdujeron al ejército con Alcibíades. Helixo y Cerátadas, que no sabían [21] nada de esto, acudieron con todos los hombres al ágora; pero como los enemigos dominaban en todos los puntos y no podían hacer nada, se entregaron. Éstos [22] fueron enviados a Atenas, y Cerátadas huyó sin ser advertido entre la multitud de los que desembarcaron en el Pireo y se puso a salvo en Decelia.

Llegada de Ciro y retención de los embajadores atenienses

[4] Farnabazo y los embajadores oyeron lo ocurrido en Bizancio durante el invierno cuando estaban en Gordio de [2] Frigia. Al comenzar la primavera, cuando caminaban para ver al rey, les salieron al encuentro los embajadores lacedemonios que regresaban, Beocio y sus acompañantes y otros mensajeros, y decían que los lacedemonios habían conseguido [3] del rey todo lo que pedían, y también Ciro 48 , que iba para ponerse al frente de todos los pueblos de la costa y luchar con los lacedemonios, traía una carta con sello real para todos los pueblos de la costa, en la que había escrito entre otras cosas lo siguiente: «Envío a Ciro como Káranos de los que se reúnen en Castolo» (Káranos [4] quiere decir «señor»). Los embajadores atenienses al oír esto y después que vieron a Ciro, querían con [5] insistencia ir ante el rey y si no, volver a su patria. Pero Ciro dijo a Farnabazo que le entregase los embajadores o que no los enviase aún a su patria, pues quería que los atenienses no supieran lo que estaba realizando. [6] Farnabazo mientras tanto retenía a los embajadores, declarando unas veces llevarlos ante el rey, otras devolverlos a su patria, «de modo que nada me reprochéis». [7] Pero al cabo de tres años pidió a Ciro que los soltara, declarando que había jurado llevarlos al mar, ya que no ante el rey. Los enviaron a Ariobarzanes y le ordenaron escoltarlos. Éste los llevó a Cíos de Misia; desde aquí volvieron por mar junto al resto de la flota.

Alcibíades regresa a Atenas

[8] Alcibíades, que quería regresar a su patria con los soldados, zarpó directamente para Samos; y desde allí con veinte naves partió para el golfo Cerámico de Caria. Después de reunir cien [9] talentos, volvió desde allí a Samos. Trasibulo marchó para Tracia con treinta naves y allí sometió, además de otras regiones que se habían pasado a los lacedemonios, también a Tasos, que estaba en muy mala situación por las guerras, revueltas y hambre 49 . Trasilo [10] volvió a Atenas con el resto de la flota. Antes de llegar él, los atenienses eligieron estrategos a Alcibíades que estaba desterrado, y a Trasibulo, que estaba fuera, y a un tercero, Conón, de los que estaban en la ciudad. Alcibíades partió desde Samos con el dinero para Paros [11] con veinte naves; desde allí zarpó directamente para Giteo para recoger información sobre la trirremes —las treinta que sabía que construían allí los lacedemonios— y sobre el regreso a su patria, y de cómo estaba la ciudad con él. Como vio que le era favorable, pues [12] le habían elegido estratego y sus partidarios lo reclamaban personalmente, volvió al Pireo en un día en que la ciudad celebraba las Plinterias, cuando el trono de Atenea estaba velado, lo que algunos auguraban desfavorable para él y la ciudad 50 , ya que ningún ateniense se habría atrevido a emprender ningún trabajo serio en ese día. Mientras él desembarcaba, una multitud del [13] Pireo y de la ciudad se amontonó ante las naves, admirando y deseando ver a Alcibíades; unos decían que era el mejor ciudadano y que alegó únicamente en su defensa que no fue desterrado con justicia, sino por las intrigas de quienes tenían menor poder que él, decían más necedades y gobernaban en propio beneficio personal, pero que él entonces 51 acrecentaba sin cesar el bien común tanto por sus recursos como por los de la ciudad. Quería ser juzgado entonces, inmediatamente, [14] cuando estaba reciente la acusación de haber actuado con irreverencia respecto a los Misterios, pero aplazando los enemigos una decisión justa le privaron de [15] su patria cuando estaba fuera 52 . En este tiempo, esclavizado por la impotencia, se vio obligado a servir a sus peores enemigos, exponiéndose sin cesar al peligro de perecer cada día, y mientras veía a los más íntimos, ciudadanos y parientes y a la ciudad entera fracasar, no sabía cómo ayudarles, impedido por el destierro. [16] Decían que hombres como él no eran adecuados para necesitar revoluciones y cambios políticos, pues del régimen democrático obtenía más poder que los de su generación 53 y no menor que los mayores; y sus enemigos le tenían por el mismo de antes 54 . Pero más tarde, cuando pudieron aniquilar a los mejores y quedarse ellos solos, eran estimados por los ciudadanos por eso mismo, porque no podían tratar con otros mejores. [17] Mas otros decían que era sólo él el causante de los males pasados y que se corría el riesgo de que fuese el guía de males terribles para la ciudad, al ser nombrado.

[18] Alcibíades, anclando junto a la costa, no desembarcó en seguida por temor a los enemigos, mas, puesto en pie sobre la cubierta, miraba si estaban presentes sus [19] partidarios. Cuando vio a Euriptólemo, hijo de Pisianacte, su primo, y a los demás familiares y a los amigos con ellos, entonces desembarcó y subió a la ciudad en medio de hombres dispuestos a no permitir que nadie [20] le tocara. En el consejo y en la asamblea alegó en su defensa que no había cometido irreverencia, al contrario, dijo que había sido víctima de una injusticia y otras declaraciones semejantes, y nadie replicó, pues no lo habría tolerado la asamblea; fue proclamado jefe supremo con plenos poderes, confiados en que era capaz de restablecer el poderío anterior de la ciudad. Y antes los atenienses llevaban los Misterios 55 por mar por causa de la guerra, pero él lo hizo por tierra sacando a todos los soldados.

Campaña contra Andros

Después de esto reclutó un ejército [21] de mil quinientos hoplitas, ciento cincuenta de caballería y cien naves. Al quinto mes del regreso zarpó para Andros, que se había separado de los atenienses, y con él fueron enviados Aristócrates y Adimanto, hijo de Leucolófides, elegidos estrategos para las operaciones de tierra. Alcibíades desembarcó el ejército [22] en Gaureo, en territorio de Andros. Hicieron retroceder y encerrarse en la ciudad a los andrios que habían salido, dieron muerte a algunos, no muchos, y a los laconios que estaban allí. Alcibíades erigió un [23] trofeo, y después de permanecer allí unos días partió para Samos, que utilizaba como base de sus ataques.

Lisandro en Asia Menor

Los lacedemonios no mucho antes de [5 ] esos acontecimientos enviaron a Lisandro como navarco, una vez terminada la navarquía de Cratesípidas. Éste llegó a Rodas, tomó allí unas naves y partió para Cos y Mileto, y desde aquí para Éfeso, y permaneció allí con setenta naves hasta que Ciro llegó a Sardes. Después que llegó, fue a verle con los embajadores de Lacedemonia 56