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Sócrates (siglo V a. C.) no es un filósofo convencional. Participa en la vida pública, y en varias batallas demuestra ser un ciudadano ejemplar. Su facilidad para descubrir la ignorancia lo hace molesto ante muchos, que lo acaban acusando falsamente de traición al Estado. Sócrates aprovecha la ocasión de su defensa para dar una lección de entereza y dignidad.
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PLATÓN · JENOFONTE
Apología de Sócrates
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2014 de la presente edición, preparada por EDUARDO FERNÁNDEZ,
by EDICIONES RIALP, S. A.,
Alcalá, 290 - 28027 Madrid (www.rialp.com)
Fotografía de cubierta: © idea - Fotolia.com
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-4462-2
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ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
PRESENTACIÓN
APOLOGÍA DE SÓCRATES. PLATÓN
I. SÓCRATES RESPONDE A LAS ACUSACIONES
II. SÓCRATES ACEPTA LA CONDENA Y PROPONE UNA PENA
III. CONDUCTA DE SÓCRATES DESPUÉS DE LA SENTENCIA
APOLOGÍA DE SÓCRATES. JENOFONTE
I. POR QUÉ RAZÓN EL SABIO ATENIENSE NO QUERÍA PREPARAR SUS MEDIOS DE DEFENSA
II. SÓCRATES RESPONDE A LAS ACUSACIONES DE SUS ENEMIGOS
III. CONDUCTA DE SÓCRATES DESPUÉS DE LA SENTENCIA
PRESENTACIÓN
Sócrates no es un filósofo convencional, vivió en el periodo más brillante de la Grecia clásica, en la Atenas del siglo V a. C.; participó en la vida pública e incluso en algunas batallas como ciudadano ejemplar (Potidea, Anfípolis, Delión); también tuvo que protagonizar los tiempos políticamente revueltos que siguieron al enfrentamiento con Esparta, la pérdida y restauración de la democracia y el comienzo de la decadencia ateniense.
Poco sabemos de su vida, a pesar de que su figura marca un antes y un después en los anales de la Filosofía. En cualquier caso, debía de ser un personaje molesto, con apariencia de sofista, que deambulaba de acá para allá interrogando a unos y a otros, poniendo en evidencia la ignorancia de los que estaban seguros de su propia sabiduría. Es por ello que sus enemigos urdieron quitarlo de en medio con dos acusaciones presentadas por Meleto, un poeta mediocre y ultrajado. Se le acusaba de corromper a los jóvenes y de no creer en los dioses del Estado, sustituyéndolos con extrañas visiones, similares a la voz de la conciencia, pero que él denominaba dios (daimon). En el fondo, era una acusación de traición al Estado.
Este curioso Sócrates ve la ocasión de dar una última lección de entereza y dignidad durante su defensa, de forma que, tras la primera votación, muy igualada, en la que es condenado por 30 votos, de nuevo por su ironía y franqueza, se hace más odioso a los jueces, que terminan por corroborar la sentencia con más de dos tercios de los votos.
Su retrato nos ha llegado gracias a las noticias de un nutrido grupo de discípulos en quienes dejó honda huella, especialmente su condena a muerte. Platón lo convirtió en el protagonista de sus diálogos y Jenofonte escribió sobre los recuerdos que tenía de él.
Ambos emplearon los argumentos que Sócrates utilizó en su juicio para escribir una apología que mantuviera viva e incólume su memoria. La visión de Platón, más idealista, recrea con destreza dramática las palabras de su maestro. No lo defiende según la ley civil, sino según la ley moral. Jenofonte, en cambio, más funcional, aunque no estuvo presente en el juicio, utiliza a Hermógenes, otro discípulo de Sócrates que sí asistió, para sustentar su testimonio y presentar al maestro afrontando la muerte como un final trágico que ponga fin a las penalidades de la vejez. Ambas obras se complementan y perfeccionan para dar una visión más completa de uno de los personajes más trascendentales de la cultura occidental.
Para la obra de Platón presentamos una traducción divulgativa, pegada al texto griego, sin aparato de notas eruditas que complicarían y dificultarían la lectura. Para el texto griego seguimos la edición de Enrique Ángel Ramos Jurado, publicada en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en su colección Alma Mater, Madrid 2002. Para la obra de Jenofonte, hemos utilizado la traducción de Antonio González Garbín, Opúsculos de escritores griegos, Apología de Sócrates por Jenofonte, Almería 1871, adaptando únicamente la grafía pero manteniendo las notas y el texto original.
Eduardo Fernández