Obras menores. La república de los Atenienses. - Jenofonte - E-Book

Obras menores. La república de los Atenienses. E-Book

Jenofonte

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Beschreibung

Las 'Obras Menores' se componen de: Hierón, Agesilao, La República de los Lacedemonios, Los ingresos públicos, El jefe de la caballería o El hipárquico, De la equitación, De la caza. Hierón. Agesilao. La república de los lacedemonios. Los ingresos públicos. El jefe de la caballería. De la equitación. De la caza. Hierón: Da la impresión al comienzo de que va a plantear una cuestión meramente individual, como es la del mayor o menor placer que pueden disfrutar el tirano o el ciudadano. Mas, a medida que se avanza en la lectura, se constata que los diversos aspectos de la vida pública se apoderan del diálogo y que, en realidad, si al tirano no le va bien, es porque está enfrentado con toda la ciudad. Agesilao: Es un elogio con dos partes bien diferenciadas; la primera resume la vida del rey Agesilao y la segunda exalta sus virtudes principales. La república de los lacedemonios: Es un escrito de alabanza y admiración del régimen político de Esparta. El autor entiende que la pasada grandeza de Esparta se debe a su sistema de vida, superior al del resto de los griegos, que ha compensado con creces su escasa población. Los ingresos públicos o Las rentas: Este opúsculo constituye, posiblemente, el último escrito de Jenofonte. El fin del escrito es alcanzar la autarquía en el terreno económico, ya que la vía imperialista ha resultado un fracaso estrepitoso que no ha dejado más que el recelo de los demás pueblos griegos. El jefe de la caballería o El hipárquico: Es un tratado técnico sobre los deberes que ha de tener en cuenta el jefe de la caballería para poder mejorarla y granjearse, a la vez, las simpatías del Consejo. Pertenece, pues, a la literatura didáctica. De la equitación: Es el mejor tratado técnico de Jenofonte. Es una pieza maestra y subraya su perfecta ordenación en contraste con el De la caza. El tratado va unido al El jefe de caballería, cuyos contenidos se complementan según el propio autor. De la caza: Se duda si realmente esta obra pertenece a Jenofonte. Consta de trece capítulos en los que analiza todos los factores que afectan a esta actividad, desde el origen mitológico a hasta una alabanza de los auténticos cazadores frente a los políticos ambiciosos que van a la caza de amigos.

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 75

Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL

Según las normas de la B. C. G., las traducciones de este volumen han sido revisadas por AURELIO PÉREZ JIMÉNEZ y JUAN ANTONIO LÓPEZ FÉREZ.

© EDITORIAL GREDOS, S. A. U., 2008.

López de Hoyos, 141, 28002 Madrid.

www.editorialgredos.com

REF. GEBO195

ISBN 9788424930936.

JENOFONTE

HIERÓN, AGESILAO, LA REPÚBLICA DE LOS LACEDEMONIOS, LOS INGRESOS PÚBLICOS O LAS RENTAS, EL JEFE DE LA CABALLERÍA O EL HIPÁRQUICO, DE LA EQUITACIÓN, DE LA CAZA

HIERÓN

INTRODUCCIÓN

El Hierón da en sus comienzos la impresión de que va a plantear una cuestión meramente individual, como es la del mayor o menor placer que pueden disfrutar el tirano o el ciudadano de a pie. Mas, a medida que se avanza en su lectura, nos vemos obligados a rectificar, al constatar que los diversos aspectos de la vida pública se apoderan del diálogo y que, en realidad, si al tirano no le va bien, es porque está enfrentado con toda la ciudad, como dice en 6, 14.

Lógicamente, en la segunda parte, Simónides no ve otro medio para cambiar la triste situación del déspota, que fomentar el bien público antes que su bien particular; o, mejor dicho, que el medio de que el gobernante consiga la felicidad es lograr, a la vez, la felicidad de toda la comunidad, como viene a decirse en 11, 1.

En una palabra, estamos ante una obra más que nos confirma la estrecha vinculación, en la época clásica, del individuo y la pólis, de lo privado y lo público, y que destaca que no hay otra vía para conseguir el común bienestar, así como que cualquier obstáculo que se interponga entre ellos, como el del tirano, impedirá su consecución.

Fecha de composición

Hay autores que piensan1 que el Hierón fue escrito después del año 358 a. C., basándose en la afirmación de 3, 8 sobre las conspiraciones de los familiares del tirano. Efectivamente, ven en este pasaje una alusión a los sucesos de los tiranos de Tesalia (Helénicas VI 4, 33-37), cuando Polifrón asesinó a su hermano Polidoro —ambos, hermanos de Jasón y sucesores suyos— y Polifrón, a su vez, fue asesinado por Alejandro, que, más tarde, también se convirtió en víctima de su esposa y de los hermanos de su mujer.

Asimismo, Higgins2 dice que Jenofonte se decidió a escribir esta obra movido, quizás, por el fulgurante engrandecimiento y caída de Jasón en la década de los años 70 y por las actividades del amigo de Platón, Dionisio el Joven, en los años 360, en Siracusa.

Marchant-Bowersock3 enumeran diversos acontecimientos relacionados con los tiranos de la época: Dionisio el Viejo, Dionisio el Joven y los ya aludidos Jasón de Feras y sus sucesores, acontecimientos en los que han intentado justificar las diferentes fechas: ca. 383, 367 y 359 a. C. Por otro lado, advierten que no es necesdario suponer que Jenofonte tuviese en cuenta algún acontecimiento particular o persona determinada cuando escribió el Hierón. Simplemente sería, según ellos, un diálogo socrático sobre un tema que le atraía especialmente. Se inclinan estos autores por una fecha tardía, los últimos años del escritor, a juzgar por la lengua y las influencias retóricas de la obra.

Contenido

El contenido de este diálogo entre el tirano Hierón y el poeta Simónides se centra en la pregunta inicial que plantea el poeta: la distinta situación del tirano y del particular en lo que atañe a alegrías y tristezas.

La postura, invariable, de Hierón es que el tirano goza menos y sufre más que el ciudadano corriente; justamente la contraria del poeta, para quien el tirano disfruta mil veces más y sufre muchísimo menos.

A lo largo de los once capítulos, se pasa revista pormenorizada a los diversos aspectos de la vida privada y pública, y se intenta averiguar quién sale más favorecido en esas situaciones desde la perspectiva del placer.

Punto de partida son los sentidos del hombre (vista, oído, olfato, gusto y tacto), que son la primera fuente de placer o dolor para el individuo. La investigación se centra, en primer lugar, en las distracciones que nos llegan por la vista, esto es, los espectáculos. Hierón afirma que no puede asistir a los espectáculos públicos por la falta de seguridad en que se encuentra; y que los privados resultan muy caros para el tirano. Simónides le replica que no podrá decir lo mismo del segundo sentido, ya que sus oídos son constantemente halagados. A ello responde Hierón que los elogios realmente agradables son los que se hacen en libertad y no por adulación.

Respecto al gusto, Simónides cree, como todo el mundo, que el tirano come y bebe mejor, porque sus platos se salen de lo corriente. Mas, según Hierón, las fiestas agradan por lo que encierran de novedad o sorpresa y los manjares gustan solamente si hay apetito; condiciones éstas que no suelen darse en la mesa del poderoso. En consecuencia, dice él, los particulares disfrutan más de las fiestas y banquetes. Y asimismo, de los perfumes y olores agradables, gozan más los que acompañan al tirano que el propio tirano.

Simónides pasa, luego, a considerar los placeres del amor en el doble plano de la sexualidad griega, para concluir que en este terreno sale beneficiado el tirano, ya que puede estar con las personas de mayor belleza. Hierón, sin embargo, no está de acuerdo; pues, en cuanto al matrimonio, nos proporciona dinero, prestigio y placer el que se hace con personas más importantes, mientras que, en otro caso, es una deshonra; lo que le sucede al tirano, a menos que se case con una extranjera. Y respecto al amor con jovencitos, como Daíloco, por una parte, se desea lo que no puede conseguirse y, por otra, el amor debe ser voluntario, no forzado. Ahora bien, el tirano nunca puede estar seguro de si es correspondido con este amor o está ante un amor fingido por el miedo.

En el capítulo 2 se trata de la posesión de bienes externos o riquezas y, en particular, de la facilidad del tirano para realizar la conocida máxima que resume el código pagano de las relaciones con el prójimo: hacer bien a los amigos y mal a los enemigos. Hierón soslaya, de momento, en su respuesta la cuestión planteada por el poeta y enumera otros bienes de los que disfruta más el particular: paz, viajes, seguridad e, incluso, la guerra, cuyas ventajas se convierten en problemas para el tirano.

El capítulo 3 versa sobre la amistad y el amor de amigos y familiares, y poco puede gozar de ella quien, como el tirano, es víctima frecuente de sus conspiraciones.

La falta de confianza y seguridad en sus súbditos, que se hace patente en el miedo constante a ser envenenado, es la cuestión planteada en el capítulo 4. Aquí también responde Hierón con una paradoja a la pregunta sobre las riquezas que Simónides le había propuesto en el capítulo 2: los tiranos son, en realidad, pobres, ya que no pueden cubrir sus necesidades, o sea, aventajar a otros tiranos, poseer ciudades, puertos y territorios, pagar a sus ejércitos, etc.

Triste también es el destino del tirano que admira, como sus súbditos, a los hombres valientes, sabios y justos, y se ve obligado, por recelo, a servirse de personas injustas, corrompidas y serviles, según dice Hierón en el capítulo 5.

En el capítulo 6, Hierón añora los placeres perdidos de que disfrutaba cuando era un simple ciudadano: amistad y conversación con los amigos, banquetes, embriaguez, sueño. El temor destruye su felicidad y lo pone en una guerra perpetua. Simónides replica que no exagere, pues también en la guerra podemos comer tranquilos, confiados en la guardia, y el tirano tiene vigilantes a sueldo que le protegen; pero Hierón le rebate, al puntualizar que éstos se venden al mejor postor y, por tanto, no se puede confiar en ellos. En cuanto a las posibilidades del tirano para hacer bien a los amigos y mal a sus enemigos, él cree que en la práctica no es así, ya que sus favorecidos lo que desean es perderlo de vista, una vez recibido el favor, y a sus enemigos no puede encerrarlos a todos, pues entonces encerraría a la ciudad entera.

En el capítulo 7, Simónides espera salir más airoso en el terreno de los honores que es lo que verdaderamente distingue al ambicioso de los demás hombres y de los animales, y que por sí solos justifican la tiranía. Hierón rebate esa afirmación con el mismo argumento utilizado en el tema del amor: las muestras de respeto motivadas por el miedo, como levantarse, ceder el paso y hacer regalos, no son verdaderos honores. Simónides queda en una posición realmente embarazosa. Ha agotado todos los temas, y entonces, ante la actitud negativa y pesimista de Hierón, le hace abiertamente la pregunta que andaba flotando en el ambiente de este diálogo: ¿por qué, entonces, no dejas la tiranía? Él se defiende como puede, sin rendirse jamás, y responde, con una nota de humor negro, que ni siquiera eso le está permitido, pues jamás podrá resarcir de los graves males ocasionados. La horca es la única ventaja del tirano.

Tal vez haya que ver en este último párrafo un rasgo de ironía del poeta Simónides que expresa, por la propia boca de Hierón, la triste realidad del tirano, receloso de todos y de todo, aborrecido por todos, abocado a su propia destrucción.

Después de este clímax se podría haber dado por concluido el diálogo, pero Simónides vuelve del revés los propios argumentos del tirano y, en los capítulos finales: 8, 9, 10 y 11, le propone un proyecto ideal de gobierno que no está reñido con el amor, el cariño y el respeto de sus súbditos, sino que, al contrario, ofrece más posibilidades de acrecentarlo. Aunque Simónides no lo afirme explícitamente, es una forma sutil de decirle con ironía que no hay otro camino para dejar la tiranía que transformarla en un gobierno justo y normal que fomente el bienestar de todos.

Sin embargo, debe notarse que el poeta al comienzo de este plan, capítulo 8, no usa el término «tirano», sino árkhein (mandar, gobernar), que no tiene las connotaciones negativas del primero. Ya sea un modo irónico de condenar la tiranía, como dice Higgins4, ya sea otro motivo cualquiera, el hecho está ahí y hay que anotarlo.

Simónides empieza explicando que de actos que realizan por igual el tirano y el particular, como el saludo, la alabanza, gratificaciones, cuidado de enfermos, regalos, tolerancia de la vejez, el gobernante obtiene mayor agradecimiento que el particular y, por eso, es más amado. Pero Hierón no pasa por alto las pesadas cargas propias del tirano, como impuestos, vigilancia, castigos, mercenarios que le salen caros al ciudadano.

En el capítulo 9, Simónides objeta que hay ocupaciones enojosas y ocupaciones gratas, como castigos y premios. El gobernante debe ocuparse de las segundas y encargar las primeras a otros, de modo que en todos los asuntos públicos lo atractivo recaiga sobre él, como hace el arconte con los coros: él reparte los premios, mas los coregos y otros se encargan del trabajo y corrección. Deben establecerse premios para todas las actividades, incluso para la agricultura y el comercio, así todo marchará mejor y los ingresos mayores compensarán los gastos.

Después de estos alicientes económicos, el capítulo 10 plantea el espinoso problema de los mercenarios. El plan de Simónides es convertirlos en protectores de todos los ciudadanos y de sus bienes, tanto en la ciudad como en el campo, y no sólo de los bienes privados del tirano. De este modo, los súbditos se convencerán de su necesidad y contribuirán a su mantenimiento, a la vez que defenderán sus intereses.

El último capítulo es una exhortación al fomento de los gastos públicos cuyas ventajas son notorias para el país y para el propio tirano; ya que la ciudad será más fuerte, las rentas mayores y los enemigos la respetarán.

Por la misma razón de que lo beneficioso para la ciudad lo es también para el tirano, le aconseja, para evitar recelos, que prepare la ciudad entera para las competiciones contra otros gobiernos y no lo haga él personalmente con sus cuadrigas. Ésta es la única vía para atraerse el amor, la amistad y el respeto; en una palabra, para ser afortunado y no blanco de envidias.

Si contemplamos en su conjunto el diálogo, advertimos dos partes bien diferenciadas en su presentación: los siete capítulos primeros, dos tercios aproximadamente, y los cuatro últimos, el otro tercio. En la primera parte se describen por el mismo tirano con tintes muy negros los aspectos desagradables de la tiranía, para concluir con la propuesta de la horca como su única salida. En la segunda, Simónides pretende hacerle ver que hay otra solución más natural y, sobre todo, más favorable para el tirano y sus súbditos, que es convertir la tiranía en un gobierno justo mediante un programa ideal, pero realizable, en teoría al menos, que le facilitará a él la felicidad que ahora no posee y la prosperidad a todo el país.

Nótese también que, en la segunda parte, Hierón interviene sólo dos veces. En realidad, es casi un monólogo del poeta seguido de una exhortación final. ¿No se quiere significar con esto que el tirano no tiene nada que ver con esa forma de gobierno, que no es la suya, y que, por eso, su única actitud ante ella tiene que ser el silencio? Higgins5 se pregunta si es que no puede responder a Simónides, o es que ha abandonado la escena para volver impertérrito a su gobierno.

Higgins6 observa que la discusión se centra únicamente en la diferencia cuantitativa de placer entre idiótēs y tirano, una cuestión de pleonexía y meionexía, un tener más o menos y que peca de quimérica, ya que evita deliberadamente la cuestión central que es la naturaleza auto-engrandecedora de la tiranía, y no su parte más o menos grande de placer frente al individuo. Los rasgos de la tiranía, por otra parte, son los mismos que ve Jenofonte en los Treinta Tiranos: engaño, en lugar de fe o confianza, interés por lo personal y autodestrucción causada por la sospecha y confusión (Helénicas II 3, 1 y ss.).

Pero Higgins parece olvidar el contenido de la segunda parte, con la invitación de Simónides a un nuevo tipo de vida que no puede seguir Hierón, según dice él mismo, cuando compara el Hierón y la Ciropedia y cierra el comentario de este diálogo afirmando que la Ciropedia presenta un ideal de gobierno y el Hierón la vía negativa de ese ideal. Sin negar la validez de la afirmación sobre la Ciropedia, nosotros creemos que el Hierón considera ambos aspectos en la primera y segunda parte respectivamente.

Jenofonte no presenta a los dos personajes del diálogo bien caracterizados7. Así, Hierón no es el personaje histórico de las odas de Píndaro y Baquílides, no es el gran guerrero y legislador clarividente, es tan sólo un déspota de la peor calaña. Simónides tampoco es el poeta cortesano. Se alude, es cierto, en 9, 4, a los coros y, en 1, 14, al elogio del tirano por los poetas, pero sin mayor trascendencia; y la observación de 1, 22 sobre los sabores refinados no cuadra con un hombre a quien le gusta la buena mesa. En el capítulo 8 es Jenofonte, y no Simónides, quien habla; las recomendaciones finales son paralelas a las de El jefe de la caballería y Los ingresos públicos.

Influencia de la obra

El Hierón tiene sus fuentes remotas en las relaciones de Simónides con la corte del tirano, probablemente, en el año 476 a, C., cuando rondaba ya los 80 años. Dentro de las variadas historias que circulaban sobre esas relaciones debe incluirse la conversación que pone Jenofonte en boca del poeta y del tirano sobre un tema, la monarquía, que le es muy querido8.

Su maestro Sócrates pretende dar una definición del tirano en las Memorables (IV 6, 12) y, al final del Económico, vuelve sobre la misma cuestión.

No podía faltar un estudio de la figura del tirano en la República de Platón, que está directamente relacionada con la cuestión que le obsesiona, el buen gobierno, y así lo hace en libro IX. Quizás tengan razón Marchant-Bowersock9 cuando afirman que, con este estudio brillante, sale perjudicado Jenofonte, pues, como en el Banquete, la comparación con el divino Platón empaña su obra.

Marchant-Bowersock10 nos recuerdan también lo que podríamos llamar la primera influencia del Hierón en otra obra griega, en el discurso Sobre la paz de Isócrates, así como en los cínicos, su obra preferida, uno de cuyos temas comunes era la desgracia del déspota. También fueron muy leídos el Hierón y el Agesilao por los aticistas y sofistas de los siglos I y II d. C., especialmente por Dión de Prusa y Arriano.

Con los humanistas del Renacimiento vuelve a interesar este tema y ello se refleja en las traducciones al latín de Erasmo de Rotterdam, en 1530, y de Theodorus Jansonius, con un expresivo segundo título Hiero sive de regno, que justifica la importancia del tema; sin que sea preciso recordar los estudios sobre el príncipe de Maquiavelo, Fray Antonio de Guevara, Diego de Saavedra Fajardo, Baltasar Gracián, y otros.

Traducciones

Las versiones españolas conocidas son relativamente recientes como la de M. Cabañero García, (Hierón.Trad. y comentario, San Sebastián, 1969), y la de nuestro maestro, el profesor D. Manuel Fernández-Galiano, en «Clásicos Políticos», de 1971. La nuestra le debe mucho y, por supuesto, no estaría justificada, si no existiera el compromiso de traducir el volumen completo de los opuscula.

La colección «Fundación Bernat Metge» cuenta con una versión en catalán desde 1967, de la que es autora Teresa Sempere.

En francés hay una, que sepamos, de 1711, publicada en Amsterdam, Hieron ou portrait de la condition des Rois, y otra reciente de J. Luccioni, con introducción y comentarios.

Citemos también la inglesa de Marchant-Bowersock, de 1968, en la colección «Loeb Classical Library». Esta traducción es, en realidad, del año 1925. En 1968 se le añadió La República de los atenienses, como suplemento, editada y traducida por G. W. Bowersock. Aquí se cita la obra por la última edición, es decir, como de Marchant-Bowersock, conjuntamente, tanto al referirse a las obras de Jenofonte como a La República de los atenienses.

Texto adoptado

Se ha adoptado el texto de E. C. Marchant, en la edición de los «Oxford Classical Texts» (1920), salvo en los pasajes siguientes, en los que hemos preferido las variantes de M. Fernández-Galiano:

BIBLIOGRAFÍA

EDICIONES:

F. GIUNTA, Xenophontis Opera Omnia, Florencia, 1516.

H. ESTIENNE, Xenophontis quae exstant opera, París, 15812.

G. PIERLEONI, Xenophontis opuscula, Roma, 1937.

E. C. MARCHANT, Xenophontis Opera Omnia, vol. V, Oxford, 1920.

M. FERNÁNDEZ-GALIANO, Jenofonte. Hierón, Madrid, 1971.

Para la comprensión del texto, nos ha sido muy útil la versión castellana y notas de M. FERNÁNDEZ-GALIANO, en su ya citado volumen de la Colección «Clásicos Políticos» (1971) del Instituto de Estudios Políticos. También hemos tenido en cuenta los estudios de J. K. ANDERSON, Xenophon, Londres, 1974, y de W. E. HIGGINS, Xenophon the Athenian. The Problem of the Individual and the Society of the Polis, Albany, 1977.

1 Cf. W. E. HIGGINS, Xenophon the Athenian. The problem of the Individual and the Society of the Polis, Albany, 1977, págs. 61 y 131.

2Xenophon the Athenian…, pág. 60.

3 E. C. MARCHANT, G. W. BOWERSOCK, Xen. VII. Scripta minora (Loeb), Londres-Cambridge-Massachusetts, 1968, págs. XIV y XV.

4Xenophon the Athenian…, págs. 64-65.

5Ibid., pág. 63.

6Ibidem.

7Xen. Scripta minora, págs. XV y XVII.

9Xen. Scripta minora, pág. XVI.

10Ibid., págs. X y XII.

Un día el poeta Simónides visitó al tirano Hierón1. [1] En la conversación que mantuvieron ambos dijo Simónides:

—¿Querrías, oh Hierón, explicarme aquello que es natural que tú conozcas mejor que yo?

—Y ¿qué es eso, contestó Hierón, que realmente yo podría conocer mejor que tú, que eres tan sabio?

—Sé yo, replicó, que tú has sido un particular y que [2] ahora eres tirano; es, pues, natural que tú que has probado ambos estados conozcas mejor que yo en qué se distinguen la vida del tirano y la del particular, en lo que se refiere a alegrías y penas.

—Y ¿por qué, replicó Hierón, tú no me recuerdas, [3] asimismo, lo propio de la vida del particular, puesto que aún eres un particular? Pues creo que, en ese caso, yo te podría mostrar mucho mejor las diferencias que hay en una y en otra.

Entonces dijo Simónides: [4]

—Creo haber observado, oh Hierón, que los particulares disfrutan y se apenan con las imágenes por los ojos, con los sonidos por lo oídos, con los alimentos y bebidas por la boca, y en cuanto a los placeres amorosos, por los órganos que todos sabemos. Respecto a lo [5] frío y a lo cálido, a lo duro y a lo blando, a lo ligero y a lo pesado, a mi entender, también consideramos que disfrutamos y sufrimos por ellos con el cuerpo entero. De los bienes y males, unas veces creemos disfrutar por el alma sola, otras, al contrario, sufrir y otras, también, [6] por el alma y el cuerpo en común. Que disfrutamos del sueño pienso que nos damos cuenta, pero cómo, con qué y cuándo, eso creo que, más bien, lo ignoramos, dijo. Y quizás no tiene nada de extraño, ya que las sensaciones se nos presentan más nítidas cuando estamos despiertos que cuando estamos durmiendo.

[7] A esto respondió Hierón:

—Oh Simónides, efectivamente yo no podría afirmar que el tirano siente otra cosa fuera de lo que tú has dicho; de modo que hasta aquí no sé si se diferencia la vida del tirano de la vida del particular.

[8] —Mas se diferencia, dijo Simónides, en lo siguiente: disfruta, muchas veces, más por cada uno de esos sentidos y sufre mucho menos.

—Eso no es así, oh Simónides, replicó Hierón, sino que has de saber que los tiranos disfrutan mucho menos que los particulares que llevan una vida ordenada, y sufren mucho más y con más intensidad2.

[9] —Dices cosas increíbles, afirmó Simónides; pues si eso fuera así, ¿cómo iban a desear ser tiranos muchos que, precisamente, pasan por ser hombres muy capacitados? Y ¿cómo todos iban a evidiar a los tiranos?

[10] —Sí, ¡por Zeus!, dijo Hierón, porque, como son inexpertos en ambos asuntos, ponen sus ojos en ello. Por mi parte, intentaré mostrarte que es verdad lo que digo, empezando por la vista, pues creo recordar que tú [11] también empezaste hablando de ella. Efectivamente, si considero, en primer lugar, los espectáculos de la vista encuentro que los tiranos están en inferioridad, ya que cada país tiene cosas dignas de admiración, y los particulares acuden a verlas y a cualquier ciudad a causa de sus espectáculos y a las fiestas comunes3, donde se concentra lo que los hombres consideran más digno de admiración, mientras que los tiranos no pueden entretenerse mucho con los espectáculos, puesto que no les [12] resulta seguro4 ir a donde no son más fuertes que los asistentes, ni dominan los asuntos de su país con tanta seguridad como para ausentarse confiándolos a otro, temiendo ser privados del poder y, al mismo tiempo, ser incapaces de vengarse de quienes les han ofendido.

—Entonces, tal vez, tú dirías: «Pero es que tales espectáculos [13] se vienen a ellos incluso quedándose en su patria». Sí, por Zeus, ¡oh Simónides!, pero pocos entre muchos, y ésos que así son se venden tan caros a los tiranos, que los que exhiben cualquier cosa consideran justo despedirse del tirano recibiendo en poco tiempo mil veces más de lo que consiguen, en toda su vida, de todos los demás hombres.

—Pero si ❬en❭ los espectáculos, dijo Simónides, estáis [14] en inferioridad, en lo que atañe al oído estáis en mejores condiciones, ya que nunca escatimáis nada de la audición más agradable, la alabanza, pues todos los que os acompañan alaban todo cuanto decís y cuanto hacéis. Y, al contrario, estáis libres de oír lo más molesto, el insulto, pues nadie está dispuesto a vituperar al tirano en su presencia.

[15] —Y ¿por qué crees, afirmó Hierón, que quienes no hablan mal agradan, cuando se sabe perfectamente que todos aquellos que están callados traman algo contra el tirano? O ¿por qué piensas que quienes alaban agradan, cuando hay sospechas de que las alabanzas que prodigan se deben a la adulación?

[16] —Por Zeus, Hierón, replicó Simónides, evidentemente yo coincido completamente contigo en que las alabanzas más agradables son las que proceden de las personas que tienen más libertad. Pero ¿ves?, no podrías convencer a nadie de lo siguiente, de que no disfrutáis vosotros mucho más de aquellas cosas con que nos alimentamos los hombres.

[17] —Por supuesto, oh Simónides, sé, afirmó, que la mayor parte estiman que nosotros comemos y bebemos mejor que los particulares, porque ellos consideran más agradable comer los manjares que nos sirven a nosotros que los suyos. Efectivamente, lo que se sale de lo [18] corriente agrada. De ahí que todos los hombres acepten con gusto las fiestas menos los tiranos, porque sus mesas, siempre repletas, no les ofrecen ninguna sorpresa en los banquetes. Así pues, en primer lugar, en ese placer de la esperanza consiguen menos que los particulares. [19] Además, afirmó, sé bien que también tú eres consciente de que cuantos más manjares superfluos se tengan delante tanto más rápidamente nos invade la falta de apetito; de modo que también disfruta menos tiempo del placer el que tiene delante muchos manjares, que los que llevan un régimen normal.

[20] —Pero, por Zeus, replicó Simónides, mientras su ánimo lo apetece, durante ese tiempo gozan mucho más los que se alimentan con platos muy costosos, que los que tienen delante los más módicos.

—¿No es verdad, añadió Hierón, que crees, oh Simónides, [21] que quien goza más de cada situación es el que está más deseoso de ella?

—Sin duda así es, respondió.

—Acaso, entonces, ves que los tiranos se lancen con más gusto sobre sus platos, que los particulares sobre los suyos?

—No, por Zeus, replicó, no es así, sino hasta con menos gana, como muchos pensarían.

—¿Y qué?, añadió Hierón. ¿te has fijado en esos variados [22] condimentos que se ofrecen a los tiranos, picantes, agrios, fuertes o parecidos a ellos?

—Desde luego, respondió Simónides, y me parece que son perjudiciales para la naturaleza del hombre.

—¿Crees, dijo Hierón, que esas comidas son otra cosa [23] que caprichos de un espíritu blando y débil? Yo, al menos, sé bien que quienes comen con gusto, en modo alguno necesitan esos refinamientos; y tú también los sabes.

—Sí, por cierto, dijo Simónides, creo que los que están [24] al lado disfrutan más que vosotros mismos de esos perfumes con que os ungís, igual que de los olores desagradables no se da cuenta la persona misma que está comiendo, sino, más bien, los que están al lado.

—Así es realmente, añadió Hierón, y el que siempre [25] tiene alimentos de toda clase no toma ninguno de ellos con apetito; pero quien carece de alguno, ése es el que se llena de alegría cuando lo ve delante.

—Es probable, dijo Simónides, que sólo los placeres [26] amorosos os produzcan las ansias de ser tiranos, pues en este asunto tenéis la posibilidad de acostaros con la persona más hermosa que veáis.

—Ahora precisamente, dijo Hierón, has mencionado [27] aquello, entiéndelo bien, de lo que disfrutamos menos que los particulares. En efecto, se considera sin duda muy hermoso, ante todo, el matrimonio con personas más importantes en riqueza y poder y que ofrece al contrayente cierto prestigio además de placer, y también, el que se realiza entre iguales; mas se considera muy honroso y perjudicial el que se realiza con personas de [28] baja condición. Ahora bien, el tirano ha de casarse con una persona inferior, a menos que se case con una extranjera, de modo que no le acarrea mucha satisfacción; y las atenciones de las esposas que tienen grandes ambiciones gustan muchísimo, pero las ofrecidas por esclavas no son nada gratas y, si cometen alguna falta, [29] causan terribles enojos y molestias. A su vez, en los amores con muchachos5, mucho más que en los relativos a la procreación, carece el tirano de placer. Efectivamente, todos sabemos, sin duda, que se goza de un modo muy distinto de los placeres carnales si van acompañados [30] del amor. Y al amor, a su vez, jamás le apetece cobijarse en el tirano, pues el amor no goza deseando lo que está a su alcance, sino lo que se espera; por tanto, igual que uno sin experimentar la sed no podría disfrutar de la bebida, así también el que no experimenta amor tampoco disfruta de los placeres del amor más agradables.

[31] Así habló Hierón. Y Simónides, sonriéndose, dijo:

—¿Cómo dices, Hierón? ¿Niegas que se produzcan en el tirano los amores por los jóvenes? Y cómo tú, añadió, amas a Daíloco, apodado el guapísimo?

[32] —¡Por Zeus!, replicó, jamás deseo, oh Simónides, conseguir lo que se ve que está a mi alcance, sino lograr [33] lo menos allegado al tirano. Pues realmente, yo deseo de Daíloco, quizás, lo que la naturaleza del hombre se ve obligada a pedir de las personas bellas; pero deseo mucho más conseguir aquello que amo con amistad y voluntariamente, y poseerlo a la fuerza creo que lo deseo [34] menos que causarme a mí mismo algún mal. En efecto, considero que lo más agradable de todo es apresar al enemigo contra su voluntad, pero creo que los favores voluntarios de los muchachos son los más gratos. Naturalmente agradables son las miradas recíprocas [35] de un amor correspondido, agradables sus preguntas, agradables sus respuestas, agradabilísimas y excitantes sus peleas y rencillas, pero gozar de muchachos [36] contra su voluntad, dijo, me parece que se asemeja más a un acto de piratería que a los placeres del amor, aunque las ganancias y las molestias al enemigo ofrecen al pirata algunos placeres; además, gozar con aquel a quien se ama, si está molesto y el amante es aborrecido, tener contacto con quien te aborrece, ¿cómo no va a resultar una sensación molesta y desagradable? Asimismo, [37] el particular tiene una prueba directa, cuando el amado le concede sus favores, de que le complace porque le ama: saber que le sirve sin que tenga ninguna obligación; pero el tirano nunca puede estar seguro de que es amado, pues sabemos que los que sirven por miedo [38] imitan, lo mejor posible a los amantes al conceder sus favores. Además, los tiranos sufren más conspiraciones de aquellos que fingen amarlos que de ningún otro.

A esa objeción replicó Simónides: [2]

—Lo que tú dices me parece que es muy poco significativo, afirmó, pues veo que muchos de los que se tienen por hombres se privan voluntariamente de ciertas comidas y bebidas o de espectáculos6 y se abstienen de los placeres del amor. Mas aventajáis mucho a los [2] particulares en que tenéis grandes ambiciones y rápidamente las realizáis, poseéis muchísimas cosas superfluas, adquirís caballos que sobresalen por sus cualidades; armas que se distinguen por su belleza, mujeres que descuellan por sus atavíos, casas muy suntuosas y amuebladas con objetos muy valiosos, disponéis de los mejores criados en número y preparación, y sois los más capaces de dañar a los enemigos y favorecer a los amigos.

[3] —Realmente, contestó Hierón, no me extraña nada, oh Simónides, que infinidad de personas estén equivocadas sobre lo que es la tiranía, pues me parece que el vulgo juzga, por las apariencias, felices a unos y a [4] otros desgraciados. La tiranía permite a todos contemplar, bien visibles y desplegados, los bienes que se tienen por muy valiosos, pero guarda los penosos ocultos en las almas de los tiranos, donde reside la felicidad [5] o desgracia de los hombres. No me extraña, como dije, que eso pase inadvertido a la multitud, pero que vosotros que parecéis contemplar la mayoría de los asuntos más con la mente que con los ojos, lo ignoréis, eso me [6] parece extraño. Yo sé bien por experiencia y te lo afirmo, oh Simónides, que los tiranos disfrutan muy poco de los bienes más importantes, en cambio, poseen en gran cantidad los males mayores.

[7] En primer lugar, por ejemplo, si los hombres consideran la paz un gran bien, los tiranos tienen muy poco de ella, y si consideran la guerra un gran mal, los tiranos [8] tienen la mayor parte de ella. En segundo lugar, los particulares, cuando su ciudad no está en guerra total, pueden ir a donde quieran sin temer jamás que alguien los asesine; pero todos los tiranos van por todas partes como por ciudades enemigas. Al menos, precisamente ellos piensan que deben ir armados y que otros [9] con armas los escolten siempre. Además, los particulares, aunque hacen expediciones militares contra territorios enemigos, piensan, sin embargo, que están seguros cuando vuelven a su patria; pero los tiranos cuando llegan a su propia ciudad, saben que entonces están entre [10] enemigos más numerosos. Evidentemente, si algunos enemigos más poderosos atacan su ciudad, los que son inferiores también creen que están en peligro, si se encuentran fuera de las murallas, pero todos se consideran a salvo cuando vuelven al interior de la fortificación; mientras que el tirano ni siquiera está libre de peligro cuando se encuentra dentro de su casa, antes bien piensa que entonces hay que tener más cuidado.

Por otra parte, los particulares logran el fin de las [11] guerras mediante treguas y tratados de paz, pero los tiranos nunca consiguen la paz frente a los tiranizados, ni puede animarse jamás el tirano confiando en treguas. Hay también guerras que emprenden las ciudades y los [12] tiranos contra otros que han sido forzados por ellos, pero todas las dificultades que tiene una ciudad por esas guerras las tiene también el tirano. Efectivamente, ambos [13] deben estar en armas, vigilar y correr peligro, y si son derrotados y sufren algún daño, los dos lo padecen. Hasta ahí son iguales las guerras, mas lo que hay [14] de agradable para los que defienden7 unas ciudades contra otras, eso ya no lo tienen los tiranos. Pues cuando [15] las ciudades vencen en la lucha a los contrarios, no es fácil describir cuánto placer experimentan con la huida de los enemigos, cuánto con su persecución y cuánto con su muerte, y cómo se enorgullecen con la hazaña, cómo se ganan espléndida fama, cómo se ufanan creyendo que han engrandecido la ciudad. Cada uno presume [16] de su participación en el encuentro8 y de la muerte de un gran número, y es difícil encontrar un lugar donde no se exagere cuando se afirma haber matado a muchos más de los que realmente han muerto.

¡Tan hermosa consideran una victoria completa! Pero [17] cuando, por sospechas o por hechos comprobados, el tirano condena a muerte a algunos que conspiran contra él, sabe que no engrandece a la ciudad entera sabe que va a mandar a muchos menos, y no puede estar alegre ni jactarse de la hazaña, sino que quita la importancia que puede al hecho y, a la vez que actúa, se defiende alegando que no obra injustamente, aunque de [18] ninguna manera le parece hermosa la acción. Incluso cuando han muerto aquellas personas que le infundían temor, esta situación no le da ánimos en absoluto, sino que se mantiene aún más vigilante que antes. En resumen, el tirano pasa la vida soportando una guerra semejante a la que yo acabo de exponer.

[3] Por otra parte, observa cómo los tiranos gozan de la amistad. Pero examinemos, antes, si la amistad es [2] un gran bien para los hombres. Efectivamente, a quien es amado por alguien, los amantes lo ven con gusto a su lado, con gusto lo tratan bien, lo añoran si se ausenta alguna vez, lo reciben con muchísimo cariño cuando vuelve, disfrutan con él de sus bienes y le socorren si [3] lo ven en alguna desgracia. Incluso no ha pasado inadvertido a las ciudades que la amistad es bien muy grande y grato para los hombres, ya que muchas admiten que sólo a los adúlteros se les puede matar impunemente; sin duda, porque los consideran destructores del amor [4] de las esposas para con sus maridos9. Pues, aun cuando una esposa se haya entregado por alguna circunstancia, no por ello los maridos las estiman menos, si [5] creen que su amor continúa incólume. Yo juzgo que el amor y la amistad son un bien tan grande, que a mi juicio, los bienes de los dioses y de los hombres se producen, en realidad, espontáneamente para el amado. [6] Y de esta posesión que es de tal naturaleza, los tiranos tienen menos que cualquiera.

Si quieres, oh Simónides, ver que digo la verdad, observa [7] lo siguiente: sin duda, parece que son muy sólidos los amores de los padres para con los hijos, de los hijos para con los padres, de los hermanos para con los hermanos, de las esposas para con los maridos y de los camaradas para con los camaradas. Pues bien, [8] si quieres fijarte, encontrarás que los particulares son amados por esas personas generalmente, mientras que, entre los tiranos, muchos han asesinado a sus propios hijos, muchos han sido muertos ellos mismos por sus hijos, muchos hermanos se han dado muerte mutuamente en las tiranías y muchos han sido víctimas de sus propias esposas y de compañeros que parecían ser sus mejores amigos. Ahora bien, quienes así son odiados por [9] quienes generalmente están dispuestos por naturaleza y obligados por ley a amar, ¿cómo van a creer que sean amados por otra persona?

Por otro lado, quien tiene la mínima parte de esa [4] confianza, ¿cómo no va a disfrutar menos de tan importante bien? Pues ¿qué sociedad es agradable sin confianza mutua?, ¿qué trato entre marido y mujer es afable sin confianza?, ¿qué criado es agradable si es desconfiado?

Y, realmente, el tirano participa muy poco de esta [2] confianza en los demás, pues ni siquiera confía, mientras vive, en las comidas y bebidas, ni aun a pesar de que, por desconfianza, para no comer entre ellas algo nocivo, ordene a los servidores probarlas primero, antes de ofrecer las primicias a los dioses.

Ciertamente, también la patria significa mucho para [3] los demás hombres, pues los ciudadnos se defienden mutuamente con sus lanzas de los esclavos10, sin cobrar nada, y se defienden mutamente con sus lanzas de los malhechores, para que ninguno muera de muerte violenta. [4] Tan lejos han llevado la vigilancia, que incluso muchos han convertido en ley el que quien esté relacionado con el manchado de homicidio no pueda purificarse, de modo que cada ciudadano viva seguro gracias a [5] su patria. También esto se ha vuelto al revés para los tiranos, puesto que, en lugar de vengarlos, las ciudades honran en gran manera al tiranicida y, en lugar de expulsarlos de los santuarios como a los asesinos de los ciudadanos particulares, en lugar de ello las ciudades levantan, incluso en los santuarios, estatuas a sus autores11.

[6] Y si tú crees que, porque tiene más bienes que los particulares, disfruta mucho más que ellos por eso, tampoco es así, oh Simónides, sino que, como los atletas que no se alegran cuando son mejores que los particulares, sino que se apenan cuando son peores que sus rivales, así también el tirano no se alegra, precisamente, cuando ve que tiene más que los particulares, sino que se duele cuando tiene menos que otros tiranos, ya que los considera rivales de su propia riqueza.

[7] Tampoco el tirano logra satisfacer ninguno de sus deseos antes que el particular, pues el particular desea casas, tierras o criados, pero el tirano, ciudades o territorios extensos o puertos o ciudades fortificadas que son mucho más peligrosos y difíciles de conseguir que [8] los deseos particulares. Realmente verás muy pocos pobres entre los particulares y muchos entre los tiranos, porque no se mide lo mucho ni lo poco por el número, sino por las necesidades, y es mucho lo que sobrepasa [9] lo suficiente, y poco lo que le falta. En verdad, muchísimas veces el tirano tiene menos que el particular de aquello que necesita para sus gastos imprescindibles, pues los particulares pueden reducir los gastos diarios a su gusto, pero los tiranos no pueden, debido a que los gastos más imprescindibles son los del velar por su vida, y cortar alguno de éstos, les parece su ruina. Además, a cuantos pueden conseguir por medios justos [10] todo lo que necesitan, ¿acaso se les puede compadecer como que son pobres?, y, en cambio, a quienes por necesidad se ven obligados a vivir tramando siempre algo malo y vergonzoso, ¿cómo no se les consideraría justamente desgraciados y pobres? Pues bien, los tiranos se [11] ven forzados muchísimas veces a saquear santuarios y a personas contra toda justicia, porque necesitan constantemente dinero para sus gastos imprescindibles, ya que, como si estuvieran en guerra, se ven siempre en la disyuntiva de mantener un ejército o ser destruidos.

Te contaré también otra penosa experiencia de los [5] tiranos. Efectivamente, no reconocen menos que los particulares a los hombres valerosos, sabios y justos; pero, en lugar de admirarlos, recelan de que los valientes se atrevan a emprender alguna acción por amor de la libertad, de que los sabios tramen alguna conjura y, en cuanto a los justos, de que el pueblo decida alinearse con ellos. Y cuando por recelo quitan de en medio a [2] tales personas, ¿quiénes quedan a su servicio, sino los injustos, viciosos o serviles? Los injustos son de fiar, porque temen, exactamente igual que los tiranos, que, si las ciudades consiguen la libertad, se hagan también dueñas de ellos; los viciosos, gracias a las facilidades presentes, y los serviles, porque ni ellos mismos aprecian la libertad. Realmente, considero desagradable reconocer la bondad de unas personas, pero verse obligados a servirse de otras.

Además, el tirano es, necesariamente, amante de la [3] ciudad, pues sin la ciudad no podría salvarse, ni ser feliz; pero la tiranía obliga a molestar, incluso, a la propia patria, dado que los tiranos no están contentos cuando disponen de ciudadanos valerosos y bien armados, sino que gozan, más bien, volviendo a los extranjeros más temibles que sus ciudadanos y los utiliza como sus [4] lanceros. Incluso cuando hay abundancia de bienes por venir años buenos, tampoco comparte entonces la alegría el tirano, pues creen que, cuanto más necesitados estén sus súbditos, más sumisos le serán.

[6] También, oh Simónides, quiero mostrarte, dijo, todos aquellos placeres de los que yo disfrutaba cuando era un simple particular y de los que ahora, desde que [2] me hice tirano, me veo privado. En efecto, yo me divertía cuando estaba con mis compañeros que, a su vez, se divertían conmigo, y me quedaba a solas cuando deseaba tranquilidad; muchas veces pasaba el tiempo en banquetes hasta olvidarme de todo si alguna dificultad había en mi vida de hombre, a veces, incluso, hasta zambullir mi alma en cantos, fiestas y coros, y otras veces, hasta satisfacer mi deseo de cama y el de los presentes. [3] Ahora, en cambio, estoy privado de los que se divertían conmigo, por tener a los camaradas como esclavos, en lugar de como amigos; estoy privado también de su agradable trato, por no ver de su parte buena voluntad para conmigo, y me guardo de la embriaguez y del sueño como [4] de una emboscada. Temer a la multitud, temer la soledad, temer la falta de vigilancia, temer a los mismos guardianes y no querer tenerlos desarmados a mi alrededor ni verlos con gusto armados, ¿cómo no va a [5] ser un asunto molesto12? Además, la confianza más en extranjeros que en ciudadanos, más en bárbaros que en griegos, el ansia de tener a los libres como esclavos y la obligación de hacer a los esclavos libres, ¿no crees que todo ello es prueba de un alma aterrorizada? Ciertamente, [6] el terror no sólo es penoso si se asienta en las almas, sino que, además, se convierte en destructor de todo lo agradable a lo que vaya unido. Si eres experto [7] en guerras, oh Simónides, y te alineaste ya alguna vez frente a una formación enemiga, recuerda qué alimento tomabas en aquel momento, qué sueño cogías. Realmente, semejante a como entonces eran para ti penosas [8] las cosas, son las de los tiranos y más terribles aún, por cuanto los tiranos creen ver enemigos en todas partes y no sólo en el frente.

Después de oír esto, Simónides respondió y dijo: [9]

—Me parece que exageras algo cuando hablas13, pues la guerra es terrible, pero, sin embargo, oh Hierón, cuando nosotros estamos en campaña ponemos al frente vigilancia y con decisión conseguimos comer y dormir.

—Sí, por Zeus, dijo Hierón, las leyes, oh Simónides, [10] velan efectivamente por ellos, puesto que temen por sí mismos y por vosotros, pero los tiranos tienen guardias a sueldo como tienen segadores. Sin duda es preciso, [11] antes que nada, conseguir guardias fieles, pero es mucho más difícil encontrar a un guardia fiel que a muchísimos obreros para cualquier obra, sobre todo cuando hacen guardia por dinero, pues es posible conseguir mucho más dinero en poco tiempo, matando al tirano, de cuanto reciben del tirano en mucho tiempo por hacer guardia.

Lo que, sobre todo, nos envidiabas, que podemos [12] hacer bien a los amigos y someter a los enemigos mejor que nadie, ni siquiera eso es así. Pues ¿cómo podrías [13] nunca considerar que haces bien a los amigos, cuando sabes bien que quien recibe muchísimo de ti estaría muy contento, si pudiera apartarse inmediatamente de tu vista? Naturalmente, lo que se recibe del tirano nadie lo considera como suyo hasta que esté fuera de su dominación. [14] A su vez, ¿cómo puedes afirmar que los tiranos pueden someter generalmente a los enemigos, cuando sabes bien que sus enemigos son todos los tiranizados, y que no puede matarlos ni encarcelarlos a todos? (¿a [15] quiénes mandaría luego?); mas, aun a sabiendas de que son enemigos, debe guardarse de ellos y, al mismo tiempo, se ve obligado a utilizarlos.

Asimismo, no olvides esto, oh Simónides: que a los ciudadanos a los que temen los ven a su pesar vivos y, a su pesar, los matan. Lo mismo que el caballo, si es de buena raza, por miedo a que cometa algo irreparable, difícilmente lo mataría uno por sus cualidades [16] y difícilmente se serviría de él, vivo, por prevención a que, en situaciones peligrosas, hiciera algo irreparable, de igual forma, en cuanto a los demás bienes que son de difícil utilización, es molesto poseerlos y es molesto también carecer de ellos.

[7] Después de oír eso, Simónides dijo:

—Oh Hierón, parece que el honor es una gran cosa, ya que por alcanzarlo los hombres se someten a cualquier [2] trabajo y soportan cualquier peligro. Y vosotros, como se ve, aun teniendo la tiranía tantas dificultades como dices, vais, sin embargo, hacia ella con decisión, por tener honores, para que todos os ayuden en todo lo ordenado sin replicar, para que todos os miren en derredor, y todos los presentes se levanten de sus asientos y os cedan el paso y os veneren siempre con palabras y obras; pues, evidentemente, tales cosas hacen los súbditos a los tiranos y a otro cualquiera a quien le [3] toque recibir honores. Efectivamente, oh Hierón, me parece que en eso se distingue el varón de los demás seres vivos, en la ambición de honores. Por supuesto que es evidente que todos los seres vivos gozan por igual de comidas, bebidas, sueño y placeres sexuales, pero el deseo de honores no es innato ni en los animales irracionales ni en todos los hombres. Mas en los que es innato el amor por los honores y alabanza, ésos son los que se distinguen, sobre todo, de las bestias, y son considerados varones y no sólo hombres14. Así pues, me [4] parece natural que soportéis todo eso que os acarrea la tiranía, ya que precisamente sois honrados con preferencia a los demás hombres, y realmente, ningún placer humano parece estar más cerca de lo divino que el de gozar de honores.

—Pero considero, oh Simónides, respondió Hierón, [5] que los honores de los tiranos son exactamente iguales que los placeres, que te mostré, del amor. En efecto, [6] ni los servicios de los que no comparten el amor los considerábamos favores ni, naturalmente, los placeres forzados del amor eran agradables. En la misma medida, tampoco los servicios de las personas que nos tienen miedo constituyen honores. Pues ¿cómo vamos a [7] decir que los que se levantan a la fuerza de sus asientos se levantan por honrar a quienes los ofenden, o que los que ceden el paso a los más poderosos lo ceden por honrar a quienes los agravian? También dan regalos a los [8] que odian, y ello, cuanto más temor tienen de que les suceda algo por su causa, pero, naturalmente, esas obras las puedo considerar, creo, propias de la esclavitud. Me parece, sin embargo, que los honores proceden de acciones opuestas a ésas; porque, cuando los hombres piensan [9] que un varón es capaz de hacer bien, y aprecian poder disfrutar de sus bienes, y en consecuencia, lo tienen de boca en boca con sus elogios, y cada uno lo mira como a un bien familiar, le ceden el paso voluntariamente, se levantan de sus asientos por amor y no por temor, lo coronan por sus virtudes públicas y por el título de bienhechor, y quieren concederle distinciones, me parece que esos mismos que le sirven en tales cosas le honran de verdad y que es honrado, realmente, quien [10] es digno de ellas. Yo felicito al que es honrado de esta manera, pues me doy cuenta de que no es blanco de conspiraciones, sino que es atendido para que no sufra nada, y pasa feliz su vida sin temor, sin envidia y sin peligros. Mas el tirano, entérate bien, oh Simónides, pasa las noches y los días como un condenado a muerte por injusticia por todos los hombres.

[11] Después de oír todo esto, Simónides respondió:

—Oh Hierón, ¿cómo, si tan triste es ser tirano y tú lo sabes, no te apartaste de mal tan grande, y por el contrario, ni tú ni ningún otro se apartó jamás de la tiranía voluntariamente una vez conseguida?

[12] —Porque, oh Simónides, también la tiranía es muy desgraciada en eso, respondió, ya que no es posible apartarse de ella; pues ¿cómo un tirano podría ser capaz jamás de devolver cuantos bienes confiscó o de sufrir, a su vez, cuantos encarcelamientos realizó, o cómo podría ofrecer a cambio tantas vidas como muertes causó? [13] Y si cualquier otro, oh Simónides, halla ventaja precisamente en ahorcarse, has de saber que yo encuentro esa única ventaja para el tirano, pues solamente a él no le es ventajoso ni soportar los males ni dejarlos.

[8] Y Simónides dijo como respuesta:

—Oh Hierón, no me extraña ahora que estés desanimado con respecto a la tiranía, puesto que, deseando ser amado por los hombres, la consideras un impedimento para ello; sin embargo, creo poder enseñarte que el mandar no impide en absoluto el ser amado, sino que ofrece más posibilidades que la condición de particular. [2] Al examinar si ello es así, no examinemos sólo si el que manda puede complacer más por tener mayor poder, sino, en el supuesto de que hagan cosas parecidas el particular y el tirano, cuál de los dos consigue mayor agradecimiento de hechos iguales. Empezaré por los ejemplos de menos importancia.

En primer lugar, supongamos que el gobernante y [3] el particular al ver a uno lo saludan amistosamente; en esa situación, ¿de cuál de los dos crees que alegra más el saludo a quien lo escucha? ¡Ea!, supongamos ahora que ambos elogian a la misma persona, ¿de cuál de los dos crees que producirá su alabanza más alegría? Supongamos que uno y otro tienen una atención después de un sacrificio15, ¿de cuál de los dos crees que alcanzará su honor mayor agradecimiento? Supongamos que [4] cuidan de la misma manera a un enfermo, ¿verdad que esto es claro, que los cuidados recibidos de los más poderosos producen mayor alegría? Y supongamos, en fin, que hacen regalos iguales, ¿no es claro también que en ese caso, la mitad del regalo recibido de los más poderosos vale más que el regalo entero de un particular? Yo, al menos, creo que cierto honor y favor de los dioses [5] acompañan al gobernante. No es que, realmente hagan a la persona más bella, sino que vemos con más gusto a ese mismo cuando manda, que cuando es un simple particular, y nos gloriamos más de conversar con las personas que nos aventajan en honores, que con nuestros iguales.

Y en cuanto a los jovencitos, causa principal de tu [6] desprecio de la tiranía16